Todos los años un importante número de personas y organizaciones (entre 600 y 700 en la actualidad) “con derecho a nominar” proponen al Comité Nobel candidatos al premio Nobel de Literatura. El Comité Nobel –en la actualidad cinco académicos– examina las propuestas, reduciendo el gran número de autores (han llegado a ser doscientos) a una “lista corta” de cinco nombres, que queda cerrada hacia finales de mayo. Entonces, los dieciocho académicos suecos (bastantes menos que los de la RAE) se llevan como “lecturas de verano” las obras de los seleccionados. Al comienzo del curso, en septiembre, empiezan inmediatamente a discutir para anunciar la decisión el primer jueves de octubre. Todas esas discusiones, así como las listas de candidatos, permanecen secretas durante cincuenta años. De modo que a la fecha sólo podemos saber los nombres de los candidatos entre 1901 y 1967 (aunque la página correspondiente de la Wikipedia se queda en 1965). Según leo en un diario digital argentino, fue justamente en 1967 cuando apareció Jorge Luis Borges por primera vez en la lista corta de candidatos (y no sabemos si repitió posteriormente). Ese año la lista corta fue una terna y al argentino le acompañaban Graham Greene (quien ya había sido seleccionado en 1966) y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el galardonado. Por cierto, cuentan las malas lenguas que al británico (uno de los escritores que más me gusta) no le dieron el premio porque en un viaje a Estocolmo se enrolló con la mujer de un académico sueco; desde luego, el infundio no está en absoluto confirmado, aunque sí que Greene fue bastante pecador contra el sexto.
Desde hace bastante tiempo se cuenta que a Borges nunca le dieron el Nobel, a pesar de merecerlo sobadamente, por razones políticas. Así se dice que se le negó el premio por su apoyo a los regímenes dictatoriales del Cono Sur americano y, más concretamente (hasta la Wikipedia da fe) por haber recibido un premio universitario de manos de Pinochet. Sin embargo, este incidente ocurrió el 21 de septiembre 1976, nueve años después de su primera candidatura y probablemente con algunas más que tampoco habían fructificado (aunque habremos de esperar para confirmarlo). Quiero decir que el que Borges simpatizara con Videla o Pinochet –y sobre ese asunto hay mucho que matizar– pudo influir en que no le dieran el Nobel entre los años 76 y 85 (murió en junio de 1986), pero nada pudo tener que ver con que no se lo hubieran dado antes. Es más, teniendo en cuenta que los académicos suecos llevaban nueve años denegándoselo, cabe preguntarse si se lo hubieran dado de no haber cruzado la cordillera para ser recibido por el dictador chileno (o si hubiera manifestado con claridad su desapego hacia esos regímenes dictatoriales). Creo que hay indicios para suponer que don Jorge Luis estaba vetado por causas que eran ideológicas.
Aún así quizá convenga repasar aquel incidente chileno. La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile acordó otorgar al poeta argentino el doctorado honoris causa. Según declaró el propio Borges años después, él quiso entender el reconocimiento vinculado a sus lectores chilenos, al propio país, al que amaba. Desde luego, no podemos creer que ignorara las connotaciones ideológicas (y hasta éticas) de ese galardón, pero sí es verosímil, en cambio, que se negara a que las consideraciones políticas condicionaran su decisión de asistir. Su “amanuense” en aquellos años, Roberto Alifano, aseguró que las autoridades militares manipularon con habilidad la ingenuidad de Borges, de modo que éste se encontró poco menos que ante una encerrona, viéndose obligado a recibir el premio de manos del propio Pinochet. Pero, no se trata de disculpar al escritor, porque no admite discusión que en esas fechas simpatizaba con el régimen chileno –y también con el argentino– como lo prueba el discurso laudatorio que pronunció en ese acto (“En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”) y las palabras de elogio hacia el dictador tras reunirse con él al día siguiente (“Es una excelente persona, por su cordialidad, su bondad... Estoy muy satisfecho"). Hay que decir también que posteriormente, cuando conoció los crímenes inhumanos de las dictaduras chilena y argentina, renegó públicamente de sus simpatías previas. Pero, según la versión no oficial pero muy difundida, ya estaba “quemado” como candidato al Nobel.
Lo que yo no sabía es que esta versión viene avalada con una presunta llamada telefónica que recibió Borges en los días anteriores al acto académico de Santiago. Quien le telefoneó era alguien muy allegado al jurado sueco (o sea, al Comité Nobel) pero nunca se ha revelado su identidad, ni siquiera queda claro si se identificó con su nombre ante Borges. Esa misteriosa persona le advirtió que si iba a Chile a recibir el doctorado), ni en ese año ni en ningún otro le darían el premio Nobel. Según María Kodama, Borges contestó a esa “garganta profunda” lo siguiente: “Señor, después de lo que usted me ha dicho, aunque hubiera pensado en no ir a Santiago, ahora mi deber es ir, porque hay dos cosas que un hombre no debe permitir: sobornar o ser sobornado”. Llámeseme escéptico, pero se me hace difícil creer esta historia: no contamos con ninguna prueba mínimamente sólida y, además, es demasiado perfecta y favorable hacia Borges para ser verdadera. Piénsese que para las fechas que debió producirse esa comunicación (principios de septiembre del 76), se estaría en el inicio de los debates secretos en la Academia sobre los candidatos seleccionados de ese años. Hay que suponer, para que la llamada tuviera sentido, que Borges estaba entre ellos (ya lo comprobaremos dentro de ocho años); ahora bien, sólo lo podían saber los propios académicos. ¿Uno de ellos cometió la flagrante imprudencia, si no ilegalidad, de llamar a Borges? Y si lo hizo, ¿era tan torpe de no darse cuenta de que con ellos empujaría al escritor a aceptar la invitación? ¿Acaso era alguien que, haciéndose pasar por amigo, quería perjudicarlo? Suena demasiado a trama conspiratoria como para darle crédito. En cambio, si damos por cierta la llamada, tendemos a pensar que Borges hizo lo que tenía que hacer, máxime cuando nos sentimos epatados con la brillante frase que fue capaz de improvisar ingeniosamente en una conversación trasatlántica.
En fin, ya digo que no termino de creerme que la adscripción ideológica de Borges haya sido la causa de que no le concedieran el Nobel; al menos, no la causa principal, porque tampoco voy a sostener que no influyera en alguna medida en los ánimos de los académicos suecos. Otra explicación que se ha repetido mucho alude a la enemistad del poeta Artur Lundkvist. María Esther Vázquez, amiga y colaboradora, cuenta (Borges, esplendor y derrota, 1996) que en 1964 acompañó a Borges a una cena con escritores suecos, en Estocolmo; uno de los invitados leyó un poema de Lundkvist que luego Georgie ridiculizó por lo bajo. El sueco, quien naturalmente se enteró, nunca se lo perdonó. En una entrevista en 1986 a El País, Lundkvist negó cualquier animadversión personal hacia el argentino; dijo que se conocieron en 1946 en Buenos Aires y enseguida nació entre ambos una buena amistad basada en aficiones literarias comunes, en especial el fervor común hacia Faulkner. Volvieron a encontrarse 18 años después en Estocolmo (el viaje a que hace referencia Vázquez), cuando “ya estaba totalmente ciego, y su fama -aunque no su literatura- había crecido enormemente, y continuamos alegremente la conversación a partir del punto exacto en que la habíamos dejado en Buenos Aires". Para Lundkvist, Borges era un grandísimo poeta aunque no terminaban de gustarle sus cuentos (“adolecen de una extrema estilización casi paralizante”). En todo caso, sea o no verdad que el poeta sueco se opusiera a Borges, lo cierto es que hasta 1968 no entró en la Academia; cabe pues la misma consideración que respecto de la visita a Pinochet: para cuando Lundkvist pudo haber influido en el Nobel, la negativa a Borges estaba ya firmemente consolidada.
Por más que la Academia sueca asegure que las discusiones de las que resulta cada año el ganador del Nobel se atengan a criterios estrictamente literarios, los académicos están sujetos, como cualquiera de nosotros, a la presión de sus propias pasiones personales. Por eso, se hace difícil descartar que en la no concesión del Nobel a quien sea no hayan influido rencores o cuestiones de corrección política. No obstante, en el caso concreto de Borges, tiendo a pensar que las razones principales estén en el ámbito literario. De hecho, ahora que se ha “desclasificado” el cónclave académico del 67 nos enteramos de que el rechazo se debió a que a los jurados no les terminaba de gustar –o no terminaban de entender– el estilo de Borges. “Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”, sentenció Anders Osterling. No deja de ser curioso que este poeta minusvalorara hasta ese grado al argentino cuando fue justamente bajo su mandato como secretario permanente de la Academia (1941 a 1964) que el Nobel se abrió hacia aquellos escritores que exploraban y expandían las posibilidades del lenguaje, rompiendo con la línea mucho más pacata de las primeras décadas del siglo. Pero el caso es que, por mucho que no lo compartamos, parece que a los suecos nunca les llegó a enganchar Borges. Lo cual el propio escritor, probablemente en modo irónico, decía entender porque aseguraba que su literatura no era buena (probablemente con falsa modestia). Pero, según dicen quienes con él convivieron, era una espina que le dolía cada octubre, cuando volvían a no darle el Nobel. No obstante, fiel a sí mismo, en sus últimos años repetía que se trataba de “una antigua tradición escandinava” –él que tanto gustaba de las sagas nórdicas– “me nominan para el premio y se lo dan a otro; ya todo eso es una especie de rito”. Pues sí.
Desde hace bastante tiempo se cuenta que a Borges nunca le dieron el Nobel, a pesar de merecerlo sobadamente, por razones políticas. Así se dice que se le negó el premio por su apoyo a los regímenes dictatoriales del Cono Sur americano y, más concretamente (hasta la Wikipedia da fe) por haber recibido un premio universitario de manos de Pinochet. Sin embargo, este incidente ocurrió el 21 de septiembre 1976, nueve años después de su primera candidatura y probablemente con algunas más que tampoco habían fructificado (aunque habremos de esperar para confirmarlo). Quiero decir que el que Borges simpatizara con Videla o Pinochet –y sobre ese asunto hay mucho que matizar– pudo influir en que no le dieran el Nobel entre los años 76 y 85 (murió en junio de 1986), pero nada pudo tener que ver con que no se lo hubieran dado antes. Es más, teniendo en cuenta que los académicos suecos llevaban nueve años denegándoselo, cabe preguntarse si se lo hubieran dado de no haber cruzado la cordillera para ser recibido por el dictador chileno (o si hubiera manifestado con claridad su desapego hacia esos regímenes dictatoriales). Creo que hay indicios para suponer que don Jorge Luis estaba vetado por causas que eran ideológicas.
Aún así quizá convenga repasar aquel incidente chileno. La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile acordó otorgar al poeta argentino el doctorado honoris causa. Según declaró el propio Borges años después, él quiso entender el reconocimiento vinculado a sus lectores chilenos, al propio país, al que amaba. Desde luego, no podemos creer que ignorara las connotaciones ideológicas (y hasta éticas) de ese galardón, pero sí es verosímil, en cambio, que se negara a que las consideraciones políticas condicionaran su decisión de asistir. Su “amanuense” en aquellos años, Roberto Alifano, aseguró que las autoridades militares manipularon con habilidad la ingenuidad de Borges, de modo que éste se encontró poco menos que ante una encerrona, viéndose obligado a recibir el premio de manos del propio Pinochet. Pero, no se trata de disculpar al escritor, porque no admite discusión que en esas fechas simpatizaba con el régimen chileno –y también con el argentino– como lo prueba el discurso laudatorio que pronunció en ese acto (“En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”) y las palabras de elogio hacia el dictador tras reunirse con él al día siguiente (“Es una excelente persona, por su cordialidad, su bondad... Estoy muy satisfecho"). Hay que decir también que posteriormente, cuando conoció los crímenes inhumanos de las dictaduras chilena y argentina, renegó públicamente de sus simpatías previas. Pero, según la versión no oficial pero muy difundida, ya estaba “quemado” como candidato al Nobel.
Lo que yo no sabía es que esta versión viene avalada con una presunta llamada telefónica que recibió Borges en los días anteriores al acto académico de Santiago. Quien le telefoneó era alguien muy allegado al jurado sueco (o sea, al Comité Nobel) pero nunca se ha revelado su identidad, ni siquiera queda claro si se identificó con su nombre ante Borges. Esa misteriosa persona le advirtió que si iba a Chile a recibir el doctorado), ni en ese año ni en ningún otro le darían el premio Nobel. Según María Kodama, Borges contestó a esa “garganta profunda” lo siguiente: “Señor, después de lo que usted me ha dicho, aunque hubiera pensado en no ir a Santiago, ahora mi deber es ir, porque hay dos cosas que un hombre no debe permitir: sobornar o ser sobornado”. Llámeseme escéptico, pero se me hace difícil creer esta historia: no contamos con ninguna prueba mínimamente sólida y, además, es demasiado perfecta y favorable hacia Borges para ser verdadera. Piénsese que para las fechas que debió producirse esa comunicación (principios de septiembre del 76), se estaría en el inicio de los debates secretos en la Academia sobre los candidatos seleccionados de ese años. Hay que suponer, para que la llamada tuviera sentido, que Borges estaba entre ellos (ya lo comprobaremos dentro de ocho años); ahora bien, sólo lo podían saber los propios académicos. ¿Uno de ellos cometió la flagrante imprudencia, si no ilegalidad, de llamar a Borges? Y si lo hizo, ¿era tan torpe de no darse cuenta de que con ellos empujaría al escritor a aceptar la invitación? ¿Acaso era alguien que, haciéndose pasar por amigo, quería perjudicarlo? Suena demasiado a trama conspiratoria como para darle crédito. En cambio, si damos por cierta la llamada, tendemos a pensar que Borges hizo lo que tenía que hacer, máxime cuando nos sentimos epatados con la brillante frase que fue capaz de improvisar ingeniosamente en una conversación trasatlántica.
En fin, ya digo que no termino de creerme que la adscripción ideológica de Borges haya sido la causa de que no le concedieran el Nobel; al menos, no la causa principal, porque tampoco voy a sostener que no influyera en alguna medida en los ánimos de los académicos suecos. Otra explicación que se ha repetido mucho alude a la enemistad del poeta Artur Lundkvist. María Esther Vázquez, amiga y colaboradora, cuenta (Borges, esplendor y derrota, 1996) que en 1964 acompañó a Borges a una cena con escritores suecos, en Estocolmo; uno de los invitados leyó un poema de Lundkvist que luego Georgie ridiculizó por lo bajo. El sueco, quien naturalmente se enteró, nunca se lo perdonó. En una entrevista en 1986 a El País, Lundkvist negó cualquier animadversión personal hacia el argentino; dijo que se conocieron en 1946 en Buenos Aires y enseguida nació entre ambos una buena amistad basada en aficiones literarias comunes, en especial el fervor común hacia Faulkner. Volvieron a encontrarse 18 años después en Estocolmo (el viaje a que hace referencia Vázquez), cuando “ya estaba totalmente ciego, y su fama -aunque no su literatura- había crecido enormemente, y continuamos alegremente la conversación a partir del punto exacto en que la habíamos dejado en Buenos Aires". Para Lundkvist, Borges era un grandísimo poeta aunque no terminaban de gustarle sus cuentos (“adolecen de una extrema estilización casi paralizante”). En todo caso, sea o no verdad que el poeta sueco se opusiera a Borges, lo cierto es que hasta 1968 no entró en la Academia; cabe pues la misma consideración que respecto de la visita a Pinochet: para cuando Lundkvist pudo haber influido en el Nobel, la negativa a Borges estaba ya firmemente consolidada.
Por más que la Academia sueca asegure que las discusiones de las que resulta cada año el ganador del Nobel se atengan a criterios estrictamente literarios, los académicos están sujetos, como cualquiera de nosotros, a la presión de sus propias pasiones personales. Por eso, se hace difícil descartar que en la no concesión del Nobel a quien sea no hayan influido rencores o cuestiones de corrección política. No obstante, en el caso concreto de Borges, tiendo a pensar que las razones principales estén en el ámbito literario. De hecho, ahora que se ha “desclasificado” el cónclave académico del 67 nos enteramos de que el rechazo se debió a que a los jurados no les terminaba de gustar –o no terminaban de entender– el estilo de Borges. “Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”, sentenció Anders Osterling. No deja de ser curioso que este poeta minusvalorara hasta ese grado al argentino cuando fue justamente bajo su mandato como secretario permanente de la Academia (1941 a 1964) que el Nobel se abrió hacia aquellos escritores que exploraban y expandían las posibilidades del lenguaje, rompiendo con la línea mucho más pacata de las primeras décadas del siglo. Pero el caso es que, por mucho que no lo compartamos, parece que a los suecos nunca les llegó a enganchar Borges. Lo cual el propio escritor, probablemente en modo irónico, decía entender porque aseguraba que su literatura no era buena (probablemente con falsa modestia). Pero, según dicen quienes con él convivieron, era una espina que le dolía cada octubre, cuando volvían a no darle el Nobel. No obstante, fiel a sí mismo, en sus últimos años repetía que se trataba de “una antigua tradición escandinava” –él que tanto gustaba de las sagas nórdicas– “me nominan para el premio y se lo dan a otro; ya todo eso es una especie de rito”. Pues sí.
Dicen que el primer premio Nobel de literatura español, José Echegaray, lo consiguió porque sus obras se estrenaron en Estocolmo y le gustaron mucho a una de las voces cantantes que se encargaba por entonces de conceder el premio. En cualquier caso, en España no se lo perdonaron, en especial Valle-Inclán. Lo llamaba viejo idiota, lo cual es bastante injusto porque, fuera o no buen literato, Echegaray era un brillante matemático, además de divulgador de enciclopedias de ciencias.
ResponderEliminarPor anécdotas como esta, no le doy demasiada importancia al premio, soy más partidario de nombrar una lista que a un solo ganador. Un conocido de los blogs, SuperSantiEgo de La realidad estupefaciente, dice que lo más divertido es ver quién se cabrea cuando se declara al ganador.
Hombre, si premiaran a una lista se iban a arruinar. Además, ya sabes, "sólo puede quedar uno"; ahí radica el morbo de los premios.
Eliminar¿Husserl? Si es así, ¡qué valor!
ResponderEliminarPor cierto, a Echegaray le dieron el Nobel en 1904 y, según la wiki, Guimerá fue propuesto por primera vez en 1906.
Ciertamente, Guimerá fue uno de los autores catalanistas más importantes de los años finales del XIX e iniciales del XX, pero lo que suele ignorarse es que nació en Santa Cruz de Tenerife de madre canaria (en esta ciudad hay calle a su nombre y el principal teatro también). Pero se lo llevaraon muy niño a Cataluña y ahí vivió hasta su muerte. Ahora, lo cierto es que el apellido Guimerá, por muy catalán que sea, tiene notable presencia en esta Isla.
Además, diría que, aunque hubiera sido así, tampoco Echegaray tiene responsabilidad directa sobre lo ocurrido. De hecho, se podría alegar que el hombre tuvo que lidiar con la patata caliente...
ResponderEliminarA mí me cuesta descartar los motivos políticos como explicación de que nunca Borges recibiera el Nobel. Fundamentalmente, porque atribuirlo a motivos literarios implica, a mi juicio, aceptar que los académicos suecos padecen una incapacidad manifiesta para reconocer una literatura excepcional delante mismo de sus narices.
ResponderEliminarClaro que, vistos los juicios sobre Borges de alguno de ellos que citas, lo de su incapacidad resulta bastante evidente. Personalmente me gusta la poesía de Borges, pero por los mismos motivos por los que me gustan los sudokus, los crucigramas, los juegos de palabras y mis propios versos, es decir, por ninguna virtud que permita considerarle un gran poeta. Mientras que sus cuentos, que por lo visto le resultan a algunos suecos "extremamente estilizados" y "demasiado exclusivos o artificiales en su ingenio", a mí me parecen muy superiores a la obra del ochenta por ciento de los que sí han recibido el Nobel. Supongo, claro, que los académicos leen las obras de los candidatos traducidas; disculparemos su sorprendente sordera suponiendo que algo influye esta circunstancia, y que la magnificencia de Borges no es del todo apreciable trasladada a otro idioma.
Y, aunque sus apoyos explícitos a las dictaduras chilena y argentina hayan sido posteriores a los primeros rechazos de la Academia, pienso que la actitud aristocratizante, conservadora y elitista de Borges era muy notoria desde mucho antes, y me parece más que probable que haya sido esta imagen la que le haya convertido en no premiable.
(Tampoco a mí me resulta verosímil lo de la llamada de teléfono, y más sabiendo que el testimonio viene de la antipática viuda. Me suena escandalosamente a coartada construída a posteriori, para justificar y capitalizar el innegable baldón de haber compadreado con Pinochet).
No sé si el prestigio de los Nobel en otras especialidades: Medicina, Física, etc, está fundado, pero respecto del Nobel de Literatura -y del de la Paz- me inclino cada vez más a pensar como Umbral: que se lo den a Kissinger. O a Obama. Si les han dado el de la Paz...
Conste, Vanbrugh, que no descartó los motivos político-ideológicos (sobre todo de "corrección política") entre los factores que influyeron en que a Borges no le dieran el Nobel. Pero los considero factores entre otros y diría que ni siquiera los principales. Me temo que el principal es de apreciación literaria.
EliminarQue a los académicos suecos de los sesenta y setenta no les gustaba la prosa de Borges parece que ha quedado suficientemente atestiguado (al menos, cito dos de sus voces más importantes). Curiosamente sí les gustaba su poesía; lo digo porque, en general, la poesía sufre más en la traducción que los relatos. Yo, como tú, lo que más admiro de Borges son sus cuentos, pero los suecos parece que no.
Mi teoría es distinta a las ya expresadas. Si comparamos la lista de premiados en la que se encuentran desde excelsos literatos hasta mediocrdades y la enfrentamos a la mucho más extensa lista de genios no premiados veremos que es justo y necesario que Borges figure en la segunda.
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