Los Beatles y la marihuana. Antecedentes (capítulo 4)
En 1965, yo no sólo no había probado la marihuana sino que ni siquiera debía tener muy claro lo que era. Hasta los años finales del franquismo, el hachís (la grifa, como se llamaba entonces) circulaba sólo en ambientes marginales, aún no había llegado a España la cultura hippie y el redescubrimiento de la marihuana. Eran más de las cuatro de la mañana y ahí estábamos los tres, Brian, Wendy y yo (Mal se había ido a dormir), en la habitación del primero, y con toda naturalidad va Eppie y saca del lateral de una maleta una pitillera plateada y de ahí un pitillo liado a mano, ligeramente atrompetado; lo enciende y enseguida sentí ese aroma dulzón y penetrante tan inmediatamente identificable, aunque yo todavía no pudiera reconocerlo. Tres o cuatro caladas dio Brian, acabábamos de llegar, ni siquiera nos habíamos acomodado ni hablado de qué hacer, y antes de dejarse caer en un sillón me extiende el brazo, ¿quieres?, me dice. No era tabaco, eso lo tuve claro, ¿es grifa? Pregunté. Es yerba (grass), contestó, no debería llamarse droga, te ayuda a ver, a saber.
Cogí el porro y me lo acerqué a la nariz, me gustaba ese olor algo picante, mientras me sentaba en la cama di mi primera calada, noté cómo me rascaba la garganta, tosí un par de veces (y eso que entonces fumaba el espantoso tabaco negro de aquellos años), volví a aspirar concentrándome en el viaje del humo por mi garganta, por mis pulmones. Seguía con el pito entre los dedos y Wendy se tiró sobre la cama y me abrazó, arrastrándome hacia atrás; así, echados ambos, se reía y me dijo ¿qué pasa, no me vas a dejar fumar a mí? La miré sonriendo, su cara estaba muy cerca de la mía, la veía muy detallada, como amplificada en mil matices de color y volumen. Me rozó los labios con el dedo y me cogió el canuto; hey, Eppie, el niño se nos está achinando, ¿no te parece lindo? Brian dejó oír una carcajada, no te metas con Charly, no seas mala Wendy. Yo me sentía muy bien, cada vez mejor; era como si las cosas estuvieran ocurriendo muy lentas, con una consistencia extraña. Y pregunté: ¿los Beatles fuman marihuana? Claro, dijo Epstein sin dudar. Todos fumamos por primera vez el mismo día, y sabes quién nos invitó al primer porro, Dylan, el mismo Bob Dylan.
Yo no sabía quién era ese Dylan. No te sorprendas, dudo que hubiera muchos españoles, en ese verano del 65, que lo conociesen. Un par de años después empezarían a popularizarlo en Cataluña y en Madrid unos cuantos chavales universitarios que iban de progres. A algunos los conocería a finales del 66, cuando a mi vuelta de Nueva York, pasé ocho meses en Barcelona. Por ejemplo al loco de Pau Riba, quien consiguió que le regalase mi Blonde on Blonde, traído con el máximo cuidado desde América. Estoy seguro de que ese disco tuvo mucho que ver en las movidas musicales españolas de los años 67 y 68, empezando por la creación del Grup de Folk del propio Riba. Pero esas son otras historias que todavía no habían ocurrido y que no habrían ocurrido si no hubiese estado esa noche en una habitación del Fénix con Brian Epstein, fumando marihuana por primera vez en la vida, ye enterándome de que existía un norteamericano de Minnesota al que los Beatles admiraban (sobre todo John) y que no sólo les había hecho probar el cannabis sino que estaba influyendo en las más recientes composiciones del grupo. Pero me dejo de rollo; por si no lo conoces, te contaré cómo se encontraron Dylan y los Beatles tal como a mí me lo contó esa noche Brian.
El encuentro fue en la tarde noche del 28 de agosto del 64 en el Hotel Delmonico de Park Avenue, NYC. Fue algo muy organizado, no vayas a creer, y desde luego tiene sus antecedentes. Por parte de los Beatles, ese encuentro empezó a fraguarse en otra habitación de hotel, pero esta vez del Georges V, de Paris. Pasaron allí casi tres semanas, tenían un contrato para actuar en el Olympia y casi no salían del hotel. Brian me dijo que fue uno de los primeros días cuando George llegó a la suite con el Freewheelin' de Dylan. No es que fuera una novedad; llevaba ya unos meses en las tiendas y, de hecho, justo por esos días Dylan sacaba The Times they are a-changin. Pero para los chicos (the kids, los llamaba Eppie) fue todo un bombazo, especialmente para Lennon. Brian me contó que se pasó tres días seguidos oyéndolo casi sin descanso, hasta llegar a decir que estaba "intoxicado" de Dylan. La influencia de los de Liverpool en Dylan, según Epstein, databa de fechas muy poco posteriores. A Bob no le gusta admitirlo, me dijo Brian; es un orgulloso que frunce la nariz hacia arriba cuando oye alabar a otro que no sea él mismo. Pero me consta que los Beatles le impresionaron en nuestro primer viaje a los USA, en febrero del 64. Años después, ya en la década de los setenta, Bob me confirmaría con más detalles esas palabras de Epstein. Fue durante el viaje que, con otros tres amigos, hizo en su camioneta Ford, cruzando el país desde Nueva York hasta California. Estaban en Colorado y por la radio del coche oyó el nuevo éxito, I want to hold your hand; "tío, –recuerdo que me dijo– lo que hacían esos ingleses era único. Tocaban acordes rarísimos, pero sus armonías vocales hacían que todo funcionara. Supe que estaban señalando el rumbo que debía tomar la música". Dylan había sido un rockero en sus años adolescentes, antes de mudarse a Nueva York, y no creo equivocarme si te digo que la música de los Beatles, ese sonido cargadísimo de energía fresca, volvió a reavivar esa pasión. Podemos preguntarnos cuánto influiría el descubrimiento de los Beatles en su inminente cambio de rumbo, cuánto, por ejemplo, en esos magníficos versos de My Back Pages: "Pero yo era mucho más viejo entonces, ahora soy más joven" (Oh, but I was so much older then, I'm younger than that now).
En fin, me siguió contando Brian, lo que no admite discusión es que Dylan y los Beatles llevaban por lo menos seis meses influyéndose mutuamente aun sin haberse conocido y lo que estaba claro es que el encuentro no podía tardar mucho. En mayo, Bob fue el que vino a Inglaterra, dio un concierto importante en el Royal Festival Hall. John estaba nervioso: por un lado, le apetecía muchísimo presentarse allí, conocer de una vez a Dylan; pero, al mismo tiempo, pese a que los Beatles eran mucho más populares, se sentía en inferioridad de condiciones, que no estaba al mismo nivel que el americano. Brian le ofreció organizar una reunión, pero John rehusó: nos veremos pronto, seguro; pero será cuando yo esté preparado, le dijo. No obstante le envió un telegrama que Bob leyó durante el descanso: que les habría gustado asistir al concierto, pero que tenían compromisos cinematográficos. No era verdad; para esas fechas, la grabación de A Hard Day's Night estaba más que concluida. Pero lo importante es que se había dado el primer paso, y lo dieron los Beatles. Seguro que eso complació el ego de Bob. Por cierto, de egos ambos, Jonh y Lennon, iban más que sobrados.
Un par de meses después entró en escena quien habría de conseguir el encuentro, el –según sus propias palabras– orgulloso casamentero judío que se había propuesto bailar en la boda principesca. Se trataba de Al Aronowitz, un periodista del Saturday Evening Post, a quien habían enviado a Inglaterra para entrevistarnos con vistas a nuestro próxima gira por América. Los Beatles y el propio Epstein ya lo conocían de su viaje anterior a los USA. Aronowitz había quedado impresionadísimo con los británicos y esa pasión la había volcado en sus artículos, con excelentes resultados de ventas. Pero a quien de verdad idolatraba era a Dylan. Le contó a Epstein, judío como él, que creía que Bob era el Mesías. Fuera o no verdad, lo cierto es que desde que conoció a Dylan, casi nada más instalarse éste en el Village neoyorkino, Aronowitz se había sumado a la corte del joven cantante y era uno de los más prolíficos en cantar sus alabanzas. Después de conocer a los Beatles, se le había metido en la cabeza que tenía que lograr reunirlos con Dylan. Consideraba que poco menos que el destino de la humanidad forzaba ese encuentro, en el que la historia (al menos la de la música) tomaría un nuevo rumbo. Él pretendía echar una mano al destino.
Al era un liante –me contó Brian–, hablaba sin parar, se iba por las ramas a cada rato, refiriéndose a éste y al otro, parecía conocer a todo el mundo; era una especie de encantador de serpientes, o un mercachifle de las juderías orientales. Me caía bien, y también a los chicos (a mí, pocos meses después de esta charla, también me cayó bien). Andaba casi siempre colocado y era un defensor apasionado de la maría. De hecho, ya durante esos días en Londres, se empeñó en convencernos que cambiásemos las pastillas que todos tomábamos por la marihuana; nada de química, la nueva cultura se basa en lo natural, decía. Pero no, ni yo ni los Beatles la probamos todavía. Supongo que guardábamos cierta prevención ante su fama, eso de que perdías el control, que te volvías otra persona. Pero quedó flotando en el ambiente una especie de acuerdo tácito: la fumaríamos en nuestro próximo viaje a Estados Unidos. También se daba por sentao que en ese viaje los Beatles, por fin, se encontrarían con Bob Dylan.
A estas alturas de la charla, como podrás imaginar, se había acabado el primer canuto y casi también uno segundo. Yo estaba absolutamente colocado, con una inmensa sensación de felicidad y de paz. Estaba echado en la enorme cama de Epstein, semidesnudo. A cada lado, en similares condiciones, tenía a Wendy y a Brian. La historia se interrumpió y no llegué a conocer cómo fue el encuentro entre los Beatles y Dylan hasta un mes después, justo el día de mi decimonoveno cumpleaños. Pero para entonces ya estaba en Londres, trabajando en las oficinas de Epstein.
Cogí el porro y me lo acerqué a la nariz, me gustaba ese olor algo picante, mientras me sentaba en la cama di mi primera calada, noté cómo me rascaba la garganta, tosí un par de veces (y eso que entonces fumaba el espantoso tabaco negro de aquellos años), volví a aspirar concentrándome en el viaje del humo por mi garganta, por mis pulmones. Seguía con el pito entre los dedos y Wendy se tiró sobre la cama y me abrazó, arrastrándome hacia atrás; así, echados ambos, se reía y me dijo ¿qué pasa, no me vas a dejar fumar a mí? La miré sonriendo, su cara estaba muy cerca de la mía, la veía muy detallada, como amplificada en mil matices de color y volumen. Me rozó los labios con el dedo y me cogió el canuto; hey, Eppie, el niño se nos está achinando, ¿no te parece lindo? Brian dejó oír una carcajada, no te metas con Charly, no seas mala Wendy. Yo me sentía muy bien, cada vez mejor; era como si las cosas estuvieran ocurriendo muy lentas, con una consistencia extraña. Y pregunté: ¿los Beatles fuman marihuana? Claro, dijo Epstein sin dudar. Todos fumamos por primera vez el mismo día, y sabes quién nos invitó al primer porro, Dylan, el mismo Bob Dylan.
Yo no sabía quién era ese Dylan. No te sorprendas, dudo que hubiera muchos españoles, en ese verano del 65, que lo conociesen. Un par de años después empezarían a popularizarlo en Cataluña y en Madrid unos cuantos chavales universitarios que iban de progres. A algunos los conocería a finales del 66, cuando a mi vuelta de Nueva York, pasé ocho meses en Barcelona. Por ejemplo al loco de Pau Riba, quien consiguió que le regalase mi Blonde on Blonde, traído con el máximo cuidado desde América. Estoy seguro de que ese disco tuvo mucho que ver en las movidas musicales españolas de los años 67 y 68, empezando por la creación del Grup de Folk del propio Riba. Pero esas son otras historias que todavía no habían ocurrido y que no habrían ocurrido si no hubiese estado esa noche en una habitación del Fénix con Brian Epstein, fumando marihuana por primera vez en la vida, ye enterándome de que existía un norteamericano de Minnesota al que los Beatles admiraban (sobre todo John) y que no sólo les había hecho probar el cannabis sino que estaba influyendo en las más recientes composiciones del grupo. Pero me dejo de rollo; por si no lo conoces, te contaré cómo se encontraron Dylan y los Beatles tal como a mí me lo contó esa noche Brian.
El encuentro fue en la tarde noche del 28 de agosto del 64 en el Hotel Delmonico de Park Avenue, NYC. Fue algo muy organizado, no vayas a creer, y desde luego tiene sus antecedentes. Por parte de los Beatles, ese encuentro empezó a fraguarse en otra habitación de hotel, pero esta vez del Georges V, de Paris. Pasaron allí casi tres semanas, tenían un contrato para actuar en el Olympia y casi no salían del hotel. Brian me dijo que fue uno de los primeros días cuando George llegó a la suite con el Freewheelin' de Dylan. No es que fuera una novedad; llevaba ya unos meses en las tiendas y, de hecho, justo por esos días Dylan sacaba The Times they are a-changin. Pero para los chicos (the kids, los llamaba Eppie) fue todo un bombazo, especialmente para Lennon. Brian me contó que se pasó tres días seguidos oyéndolo casi sin descanso, hasta llegar a decir que estaba "intoxicado" de Dylan. La influencia de los de Liverpool en Dylan, según Epstein, databa de fechas muy poco posteriores. A Bob no le gusta admitirlo, me dijo Brian; es un orgulloso que frunce la nariz hacia arriba cuando oye alabar a otro que no sea él mismo. Pero me consta que los Beatles le impresionaron en nuestro primer viaje a los USA, en febrero del 64. Años después, ya en la década de los setenta, Bob me confirmaría con más detalles esas palabras de Epstein. Fue durante el viaje que, con otros tres amigos, hizo en su camioneta Ford, cruzando el país desde Nueva York hasta California. Estaban en Colorado y por la radio del coche oyó el nuevo éxito, I want to hold your hand; "tío, –recuerdo que me dijo– lo que hacían esos ingleses era único. Tocaban acordes rarísimos, pero sus armonías vocales hacían que todo funcionara. Supe que estaban señalando el rumbo que debía tomar la música". Dylan había sido un rockero en sus años adolescentes, antes de mudarse a Nueva York, y no creo equivocarme si te digo que la música de los Beatles, ese sonido cargadísimo de energía fresca, volvió a reavivar esa pasión. Podemos preguntarnos cuánto influiría el descubrimiento de los Beatles en su inminente cambio de rumbo, cuánto, por ejemplo, en esos magníficos versos de My Back Pages: "Pero yo era mucho más viejo entonces, ahora soy más joven" (Oh, but I was so much older then, I'm younger than that now).
En fin, me siguió contando Brian, lo que no admite discusión es que Dylan y los Beatles llevaban por lo menos seis meses influyéndose mutuamente aun sin haberse conocido y lo que estaba claro es que el encuentro no podía tardar mucho. En mayo, Bob fue el que vino a Inglaterra, dio un concierto importante en el Royal Festival Hall. John estaba nervioso: por un lado, le apetecía muchísimo presentarse allí, conocer de una vez a Dylan; pero, al mismo tiempo, pese a que los Beatles eran mucho más populares, se sentía en inferioridad de condiciones, que no estaba al mismo nivel que el americano. Brian le ofreció organizar una reunión, pero John rehusó: nos veremos pronto, seguro; pero será cuando yo esté preparado, le dijo. No obstante le envió un telegrama que Bob leyó durante el descanso: que les habría gustado asistir al concierto, pero que tenían compromisos cinematográficos. No era verdad; para esas fechas, la grabación de A Hard Day's Night estaba más que concluida. Pero lo importante es que se había dado el primer paso, y lo dieron los Beatles. Seguro que eso complació el ego de Bob. Por cierto, de egos ambos, Jonh y Lennon, iban más que sobrados.
Un par de meses después entró en escena quien habría de conseguir el encuentro, el –según sus propias palabras– orgulloso casamentero judío que se había propuesto bailar en la boda principesca. Se trataba de Al Aronowitz, un periodista del Saturday Evening Post, a quien habían enviado a Inglaterra para entrevistarnos con vistas a nuestro próxima gira por América. Los Beatles y el propio Epstein ya lo conocían de su viaje anterior a los USA. Aronowitz había quedado impresionadísimo con los británicos y esa pasión la había volcado en sus artículos, con excelentes resultados de ventas. Pero a quien de verdad idolatraba era a Dylan. Le contó a Epstein, judío como él, que creía que Bob era el Mesías. Fuera o no verdad, lo cierto es que desde que conoció a Dylan, casi nada más instalarse éste en el Village neoyorkino, Aronowitz se había sumado a la corte del joven cantante y era uno de los más prolíficos en cantar sus alabanzas. Después de conocer a los Beatles, se le había metido en la cabeza que tenía que lograr reunirlos con Dylan. Consideraba que poco menos que el destino de la humanidad forzaba ese encuentro, en el que la historia (al menos la de la música) tomaría un nuevo rumbo. Él pretendía echar una mano al destino.
Al era un liante –me contó Brian–, hablaba sin parar, se iba por las ramas a cada rato, refiriéndose a éste y al otro, parecía conocer a todo el mundo; era una especie de encantador de serpientes, o un mercachifle de las juderías orientales. Me caía bien, y también a los chicos (a mí, pocos meses después de esta charla, también me cayó bien). Andaba casi siempre colocado y era un defensor apasionado de la maría. De hecho, ya durante esos días en Londres, se empeñó en convencernos que cambiásemos las pastillas que todos tomábamos por la marihuana; nada de química, la nueva cultura se basa en lo natural, decía. Pero no, ni yo ni los Beatles la probamos todavía. Supongo que guardábamos cierta prevención ante su fama, eso de que perdías el control, que te volvías otra persona. Pero quedó flotando en el ambiente una especie de acuerdo tácito: la fumaríamos en nuestro próximo viaje a Estados Unidos. También se daba por sentao que en ese viaje los Beatles, por fin, se encontrarían con Bob Dylan.
A estas alturas de la charla, como podrás imaginar, se había acabado el primer canuto y casi también uno segundo. Yo estaba absolutamente colocado, con una inmensa sensación de felicidad y de paz. Estaba echado en la enorme cama de Epstein, semidesnudo. A cada lado, en similares condiciones, tenía a Wendy y a Brian. La historia se interrumpió y no llegué a conocer cómo fue el encuentro entre los Beatles y Dylan hasta un mes después, justo el día de mi decimonoveno cumpleaños. Pero para entonces ya estaba en Londres, trabajando en las oficinas de Epstein.
El 17 de mayo de 1964, en el concierto del Royal Festival Hall que se cita en este post, Dylan cantó Mr.Tambourine Man, un tema del que siempre se ha dicho que tiene que ver con las drogas (aunque el autor lo ha negado repetidamente). Puede que en Londres fuera la primera vez que Bob cantara este tema que no se publicó hasta marzo del 65 en el LP Bringing it all Back Home. La grabación que adjunto corresponde al Festival Folk de Newport, del 26 de julio de 1964; sólo dos meses después de la estancia londinense y apenas un mes antes de su encuentro con los Beatles.
CATEGORÍA: Personas y personajes
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¡Es injusto! Leo y leo y siempre me quedo pensando, ¿y ahora como sigue? Un beso
ResponderEliminarEn realidad, como en practicamente todo, el franquismo supuso una ruptura brutal para todo aquello que reconfortara intelectual o gozosamente el espíritu. Ocurrió de nuevo y como estudió Escohotado lo mismo que en los orígenes del cristianismo, en cuyas manos la tradición de la enteogenia química de todas las culturas anteriores sufrió una brutal transformación. La transacción comercial enteógeno químico = transporte a la órbita de la divinidad se convirtió por mor de los primeros curas en una progresiva estafa: nada de alcaloide, simple pan y vino tras larga ayuna primero y supresión del zumo de uva después. Puro pan a precio de esencia de cornezuelo y el flipe lo tiene que poner además la propia mente del cliente-fiel.
ResponderEliminarDesde los primeros escarceos colonialistas españoles en el Rif el kiffi se convirtió en producto común entre militares primero e intelectuales golfos después. La Pipa de Kif de Valle es un ejemplo. Yo lo sé de primera mano. Mi abuelo anduvo pegando tiros en las barranqueras kabileñas durante 3 años (1911-1914). Al volver trajo la costumbre de la pipita y la yerba. Como era fogonero de tren en la línea Algeciras-Madrid, traía a Córdoba material con frecuencia. Lo fumaba con los amigos bajo los limoneros del patio familiar que yo llegué a conocer. Mi abuela lo llamaba “el tabaco que emborrachaba”. La puñetera lo reconoció perfectamente cuando una vez lo fumamos delante de ella pensando que no se enteraba de nada. Entonces la exprimí. Y me contó que en ese patio del barrio de Santa Marina se juntaban muchas noches de verano un guitarrista-pintor muy famoso al que gustaban las malagueñas que cantaba mi abuelo. Un vecino que vivió casi cien años decía de ellas “que chorreaban pringue”. Y así fue como me enteré de que Julio Romero fumó porros en los años 20 con mi abuelo en el patio de mi abuela a quien, a pesar de empeñarse, no consiguió pintar porque el de las malagueñas, a pesar de los ciegos, nunca lo consintió. O eso se contó siempre en mi familia.
Luego vino la larga noche del catolicismo obligatorio asentado sobre miles de muertos y hubo que esperar a que los anglosajones melenudos enseñaran a los nietos de aquellos grifotas de alpargatas las delicias del “tabaco que emborracha”.
Magnífico abuelo, pardiez Harazem. Yo también conocí de niño, hace más de 50 años, a un ex legionario y zapatero remendón que fumaba...grifa. Otro nombre de los mismo
ResponderEliminarMaravillosa la foto del Freewheelin'.
ResponderEliminarSiempre me gusto mucho ese disco. Me trae recuerdos de momentos muy buenos.
Alicia: Pues tengo intención de seguir, que con la excusa de los recuerdos del falso Charly, estoy aprovechando para repasar algunas historias de estos muchachillos de Liverpool.
ResponderEliminarHarazem: Mi abuelo estuvo haciendo la mili también en África pero algunos años más tarde (en el 26), pero nunca me contó nada de ese tabaco que emborrachaba. En mi caso, cuando tuve edad para descubrir esos cigarritos de la risa, ya eran otras las condiciones (muy tardo franquismo) y, desde luego, ya habían pasado los anglosajones melenudos. Los recuerdos del protagonista de mi historia, sin embargo, son algo anteriores (del 65), lo suficiente para que la grifa no fuera todavía tan popular como llegó a serlo. Ah, me olvidaba: me sumo al elogio lanskyano a tu abuelo.
Lansky: Grifa, sí, Lansky. Bonito nombre, ¿verdad?
Federico: A mí también me gusta mucho esa foto. En esa época el joven Bobby estaba muy enamoradillo él de Suze Rotolo,la chica que se le abraza. En todo caso, estás hecho un carroza.
Acá en México también se le dice grifa, y sobre todo se dice "estar grifo" para estar colocado (además de estar "pacheco", que por más que lo he intentado no he logrado investigar de dónde viene). La marihuana recibe también los nombres de mota, mois, juanita, mostaza, yerbabuena, lechuga, de la verde, orégano, zacatito pa'l conejito, Mary Jean, maciza, café, mora y huachinango. ;)
ResponderEliminarUn beso