Apostillas a Bárbara Blomberg
He recibido un par de correos preguntándome por la "veracidad" de la falsa maternidad de Bárbara Blomberg; además, en un comentario al segundo post de la serie anterior, Vanbrugh aludió a esta misma cuestión y le prometí que a ella me referiría una vez acabada la narración de la historieta. A ello voy.
El relato que he escrito es de ficción limitada, como lo son la mayoría de las llamadas novelas históricas. Casi todos los personajes del mismo existieron, así como casi todos los acontecimientos narrados, con sus precisiones geográficas y temporales. Por supuesto, lo que es invención es mi pobre intento de poner negro sobre blanco los pensamientos, emociones y estados de ánimo de quienes hace varios siglos que han vuelto al polvo. El ejercicio de recrear esos "productos mentales" me permite "sentir" hasta cierto grado al ser humano que fue Bárbara (o el omnipotente emperador o cualquier otro), dando un contenido personal a quien, si no, no es más que un "dato". Esta "apropiación afectiva" aplicado a los muertos de la inmensa historia de nuestra especie viene a ser el mismo proceso que nos funciona respecto a los vivos, con muy escasos matices diferenciales.
Bárbara Blomberg ha pasado a los libros de historia como madre de Juan de Austria, seguramente el más relevante de los muchos bastardos reales que han sido. Sin embargo, ya por la época circuló soterradamente, aunque sin demasiado éxito, el rumor de que la verdadera madre era una mujer de la nobleza alemana, cuyos escarceos sexuales con el gran César no podían ser desvelados. Asumiendo dicho cotilleo, Patricio de la Escosura, un escritor romántico merecidamente olvidado, estrenó en 1837 en Madrid, su drama en verso Bárbara Blomberg (que sólo alcanzó cinco representaciones). Dicha obrita, con abundantes incongruencias, me ha aportado los personajes de Blanca y Roberto, ninguno de los cuales encuentran apoyo en fuentes históricas, al menos que yo conozca. Justamente tal escasez de referencias cuando la vida del emperador está documentada prácticamente día a día es el indicio más firme de que no debió existir ninguna duquesa Blanca en su lecho ni ningún Roberto organizando una conspiración en Ratisbona durante esos días de 1546.
Más recomendable es la lectura de Jeromín, estudios históricos sobre el siglo XVI (1902),del jesuita Luis Coloma, biografía novelada que, si bien prescinde de los primeros siete años de la vida de Juan de Austria, dedica algunos párrafos al encuentro de madre e hijo y a la estratagema con la que trajeron a Bárbara a España. El libro, si bien no tiene demasiado valor literario, resulta de entretenida lectura y parece bien documentado, logrando hacernos "ver" el ambiente de la Europa del XVI y "sentir" la realidad de los personajes, aunque con cierto empalagosamiento moralizante muy propio de la época. Por cierto, esta obra fue llevada al cine en 1953 por Luís Lucía, una más de las películas producidas en aquellos años para exaltar los valores imperiales de la eterna Patria española y, de paso, a quien los había salvado de la perfidia roja. Desde luego, Coloma asume le versión oficial de la maternidad de Bárbara, que es la que parece más razonable creer, hasta tanto no se cotejen muestras de los ADN de Don Juan y de la Blomberg (enterrados en sendos monasterios, en el de El Escorial, el primero y en el de Montehano, la segunda).
Salvo el supuesto de que Bárbara no era la verdadera madre del de Austria, que me sirvió de excusa para desarrollar esta serie, los restantes datos que aparecen son siempre rigurosamente ciertos. La época de Carlos V (y la de Felipe II) están muy detalladamente documentadas, así que es fácil no meter la pata. Es impresionante, por ejemplo, el libro de Manuel de Foronda (Estancias y viajes del emperador Carlos V, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, comprobados y corroborados con documentos originales, relaciones auténticas, manuscritos de su época y otras obras existentes en los archivos y bibliotecas públicos y particulares de España y del extranjero, 1914) que nos informa de dónde estaba y qué hacía el emperador en prácticamente cada uno de los días de su vida. Revisándolo se pasma uno ante la cantidad de kilómetros que se metió en el cuerpo; no sabía (o no podía) estarse quieto mucho tiempo en ningún sitio y no paró hasta que se retiró a morir a Yuste. Me han dado ganas de ir pinchando en el Google Earth una marca en cada punto por el que pasó y montar luego una animación que vaya dibujando en orden cronológico todos sus desplazamientos; seguro que sale algo bastante espectacular (y seguro también que alguien ya lo ha hecho).
En fin, una época (como todas, en realidad) muy interesante y que resulta muy entretenido recrear. Y aunque nos parezca muy lejana, tengo la impresión de que, prescindiendo de lo adjetivo, las personas que la vivieron no se diferenciaban casi nada de los que ahora paseamos por la tierra.
El relato que he escrito es de ficción limitada, como lo son la mayoría de las llamadas novelas históricas. Casi todos los personajes del mismo existieron, así como casi todos los acontecimientos narrados, con sus precisiones geográficas y temporales. Por supuesto, lo que es invención es mi pobre intento de poner negro sobre blanco los pensamientos, emociones y estados de ánimo de quienes hace varios siglos que han vuelto al polvo. El ejercicio de recrear esos "productos mentales" me permite "sentir" hasta cierto grado al ser humano que fue Bárbara (o el omnipotente emperador o cualquier otro), dando un contenido personal a quien, si no, no es más que un "dato". Esta "apropiación afectiva" aplicado a los muertos de la inmensa historia de nuestra especie viene a ser el mismo proceso que nos funciona respecto a los vivos, con muy escasos matices diferenciales.
Bárbara Blomberg ha pasado a los libros de historia como madre de Juan de Austria, seguramente el más relevante de los muchos bastardos reales que han sido. Sin embargo, ya por la época circuló soterradamente, aunque sin demasiado éxito, el rumor de que la verdadera madre era una mujer de la nobleza alemana, cuyos escarceos sexuales con el gran César no podían ser desvelados. Asumiendo dicho cotilleo, Patricio de la Escosura, un escritor romántico merecidamente olvidado, estrenó en 1837 en Madrid, su drama en verso Bárbara Blomberg (que sólo alcanzó cinco representaciones). Dicha obrita, con abundantes incongruencias, me ha aportado los personajes de Blanca y Roberto, ninguno de los cuales encuentran apoyo en fuentes históricas, al menos que yo conozca. Justamente tal escasez de referencias cuando la vida del emperador está documentada prácticamente día a día es el indicio más firme de que no debió existir ninguna duquesa Blanca en su lecho ni ningún Roberto organizando una conspiración en Ratisbona durante esos días de 1546.
Más recomendable es la lectura de Jeromín, estudios históricos sobre el siglo XVI (1902),del jesuita Luis Coloma, biografía novelada que, si bien prescinde de los primeros siete años de la vida de Juan de Austria, dedica algunos párrafos al encuentro de madre e hijo y a la estratagema con la que trajeron a Bárbara a España. El libro, si bien no tiene demasiado valor literario, resulta de entretenida lectura y parece bien documentado, logrando hacernos "ver" el ambiente de la Europa del XVI y "sentir" la realidad de los personajes, aunque con cierto empalagosamiento moralizante muy propio de la época. Por cierto, esta obra fue llevada al cine en 1953 por Luís Lucía, una más de las películas producidas en aquellos años para exaltar los valores imperiales de la eterna Patria española y, de paso, a quien los había salvado de la perfidia roja. Desde luego, Coloma asume le versión oficial de la maternidad de Bárbara, que es la que parece más razonable creer, hasta tanto no se cotejen muestras de los ADN de Don Juan y de la Blomberg (enterrados en sendos monasterios, en el de El Escorial, el primero y en el de Montehano, la segunda).
Salvo el supuesto de que Bárbara no era la verdadera madre del de Austria, que me sirvió de excusa para desarrollar esta serie, los restantes datos que aparecen son siempre rigurosamente ciertos. La época de Carlos V (y la de Felipe II) están muy detalladamente documentadas, así que es fácil no meter la pata. Es impresionante, por ejemplo, el libro de Manuel de Foronda (Estancias y viajes del emperador Carlos V, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, comprobados y corroborados con documentos originales, relaciones auténticas, manuscritos de su época y otras obras existentes en los archivos y bibliotecas públicos y particulares de España y del extranjero, 1914) que nos informa de dónde estaba y qué hacía el emperador en prácticamente cada uno de los días de su vida. Revisándolo se pasma uno ante la cantidad de kilómetros que se metió en el cuerpo; no sabía (o no podía) estarse quieto mucho tiempo en ningún sitio y no paró hasta que se retiró a morir a Yuste. Me han dado ganas de ir pinchando en el Google Earth una marca en cada punto por el que pasó y montar luego una animación que vaya dibujando en orden cronológico todos sus desplazamientos; seguro que sale algo bastante espectacular (y seguro también que alguien ya lo ha hecho).
En fin, una época (como todas, en realidad) muy interesante y que resulta muy entretenido recrear. Y aunque nos parezca muy lejana, tengo la impresión de que, prescindiendo de lo adjetivo, las personas que la vivieron no se diferenciaban casi nada de los que ahora paseamos por la tierra.
CATEGORÍA: Personas y personajes
Sr. Panciutti:
ResponderEliminarHay que ver para lo que le ha dado la anécdota danubiana de Regensburg.
Kaiser und reich que diría Magris.
Escosura disfruta de esa particular clase de olvido que consiste en haberse convertido en el nombre de una calle. Cortita, un par de manzanas de Fernando el Católico a Donoso Cortés, entre Vallehermoso y Magallanes. Dudo mucho que más de un cinco por ciento de los madrileños que transitan esta callecita de Argüelles sepan quién fué, y que lleguen al uno por ciento los que hayan leído algo suyo. Yo desde luego no he leído ni esa obra que citas ni ninguna otra, y me parece que sus personajes Blanca y Roberto no podían haber encontrado mejor destino que esta estupenda serie de posts tuya.
ResponderEliminarPor cierto, qué pinta de tener mal aliento tenía el P. Coloma, pobre.
ResponderEliminarGeniales aportaciones a la vida de Juan de Austria y estoy completamente de acuerdo con la hipótesis que dejas en el aire. Siento haberlas encontrado 8 años después de ser escritas, pero para mi son de una frescura enorme por estar en estos días metido en estos asuntos del emperador. Justo ayer me estaba leyendo algunas notas de Jose María Solé, que hablaba de una hija "jovencísima" del Gullermo IV -el de la cerveza-, entre las predilecciones amatorias del emperador y mira por donde que lo descubro entre los invitados que señalas, me parece que sin dejar puntada sin hilo.
ResponderEliminarEstudiando las hijas de este gran maestro cervecero, encuentro en su primera hornada, corrígeme por favor si voy desencaminado, a una tal Mathilde que podría andar con 13-14 años en en 1544-1545 (fecha del nacimiento de Jeromín que defiendo por interés) y pudieron coincidir en la boda de Juan de Baviera hacia finales de Mayo de 1544, creo que en Spyrs, o en alguna de las fiestas de la duquesa de Egmont los días sucesivos. Sólo es una hipótesis pero dejar volar la imaginación resulta fascinante. Una tatatatarabuela de Sisi, si no voy desencaminado...
Por cierto ¿La detención del padre de Bárbara y de su novio es un dato real?
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