El paladín del fumador mentiroso
En El País del pasado domingo, Javier Cercas publica un artículo a favor de aquel otro en el que Francisco Rico argumentaba contra la Ley anti-tabaco concluyendo con la afirmación falsa de que no había fumado en su vida. Protesta Cercas de que tantos hayan condenado a Rico (aunque ninguno, que yo sepa, le ha enviado al paredón, como hiperboliza en el título del artículo) y salta en su caballerosa defensa. Disiente Cercas de la opinión de la defensora del lector para quien “lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad”, pues para él “lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito gastar una broma en un periódico”. Naturalmente, si tal fuera la cuestión a dilucidar, yo diría que la licitud de una broma en un periódico (o en donde sea) estará en función de varios efectos, y entre ellos, sobre todo, de sus efectos. Porque se ha visto que a Cercas no le ha hecho ninguna gracia la broma que, a modo de respuesta a su pregunta retórica, se ha permitido gastarle Arcadi Espada. Desde luego, el artículo de El Mundo, siendo indudablemente una broma, es de muy mal gusto y, a mi modo de ver, deja en muy mal lugar a su autor. Ahora bien, no deja de ser verdad que el propio Cercas se lo ha buscado con su sofisticada y sofista argumentación.
Pero no pienso yo que la cuestión que se plantee es la que sugiere Cercas, por más que, en un tono de patetismo demodé, para persuadir de su tesis recurra nuevamente a las preguntas retóricas: “Porque, Dios santo, ¿acaso hace falta aclarar que la apostilla de Rico solo puede ser eso, una broma? Rico no es un fumador: es un hombre a un cigarrillo pegado, un tipo que, en sus innumerables clases, conferencias e intervenciones en prensa, radio y televisión, apenas ha aparecido sin un cigarrillo en la mano, o por lo menos jamás ha ocultado su vicio imparable. De modo que denunciar que Rico fuma es como denunciar que los niños no vienen de París”. Pues no, estimado Javier, no es lo mismo. No todos sabíamos que Rico fuma. Me atrevo a asegurar que una proporción abrumadoramente mayoritario de los que leyeron el periódico desconocía que Rico fumara; es más, pienso que también un muy alto porcentaje (digamos que el 75% como mínimo) de esos lectores ni siquiera sabían con certeza quién es don Francisco. Aunque no puedo probar estas presunciones (ni Cercas contradecirlas) no sólo estoy convencido de su veracidad sino que también lo estoy de que el propio Rico cree lo mismo que yo. Dicho de otra forma, estoy seguro de que, cuando escribía el articulillo de marras, sabía que la gran mayoría de los lectores se creerían (como me ocurrió a mí) que era un no fumador y a partir de tal condición concederían (erróneamente) más peso a sus argumentos, justamente como era su pretensión.
Ahora espeto yo mi pregunta retórica, que no voy a ser menos que don Javier: ¿Acaso alguien gasta una broma cuando piensa que más del 95% de los destinatarios no va a entenderla? Pues sí, me rebato a mí mismo; lo hacen personas como Rico, tan inteligentes y tan ajenas a cualquier vicio de egolatría, que están dispuestas a que se les tilde unánimemente de mentirosos, para que gracias a esa humillación, y pasado el necesario tiempo de la resaca, quienes se han cebado contra él recapaciten y, limpias las miradas de las telarañas sofistas (tales son los argumentos de autoridad, por ejemplo), sean capaces de profundizar, ahora sí, en la lógica desnuda de sus argumentos. Rico contaba desde el principio con que su patraña sería descubierta y, por tanto, es verdad la afirmación de Cercas de que estaba gastándonos una broma, pero una broma de efectos retardados. Todos caemos en la broma-trampa (la defensora del lector de El País también, claro) y nos lanzamos entusiasmados a apalear al ilustre profesor que con sabio estoicismo soporta el aluvión de invectivas (que las respondiera con cierto tonillo chulesco no deja de ser una anécdota que no debe impedirnos ver el verdadero fondo de su comportamiento), conocedor de que ha sembrado un poderoso catalizador en nuestros cerebros. Y, en efecto, a medida que amaina el escándalo (a lo que contribuyen las didácticas explicaciones de Cercas) cualquier españolito que haya leído en su momento el artículo se va sutilmente dando cuenta de que, en efecto, la cuestión no es si Rico fuma o no, sino si sus argumentos son sólidos. Y de esta manera, en contra de lo que sostuve en mi anterior post, al usar un argumento de autoridad con tan (posteriormente) evidente falacia, lo que hace Rico es caricaturizarlo grotescamente mostrando su improcedencia lógica. Lo que el profesor Rico pretendía era elevar nuestro nivel de raciocinio haciéndonos ver, gracias a su “broma”, el error de quedarnos mirando el dedo y no lo que señala.
Probablemente, éstas o similares son las razones que subyacen en el artículo justificativo de Cercas, y si no termina de desarrollarlas ha de ser porque, también con loables afanes didácticos, sabe que es mejor que las deduzcamos nosotros mismos a partir de su advertencia de que la falacia de Rico era en realidad una broma. Mucho hemos de aprender de estas mentes preclaras.
Pero no pienso yo que la cuestión que se plantee es la que sugiere Cercas, por más que, en un tono de patetismo demodé, para persuadir de su tesis recurra nuevamente a las preguntas retóricas: “Porque, Dios santo, ¿acaso hace falta aclarar que la apostilla de Rico solo puede ser eso, una broma? Rico no es un fumador: es un hombre a un cigarrillo pegado, un tipo que, en sus innumerables clases, conferencias e intervenciones en prensa, radio y televisión, apenas ha aparecido sin un cigarrillo en la mano, o por lo menos jamás ha ocultado su vicio imparable. De modo que denunciar que Rico fuma es como denunciar que los niños no vienen de París”. Pues no, estimado Javier, no es lo mismo. No todos sabíamos que Rico fuma. Me atrevo a asegurar que una proporción abrumadoramente mayoritario de los que leyeron el periódico desconocía que Rico fumara; es más, pienso que también un muy alto porcentaje (digamos que el 75% como mínimo) de esos lectores ni siquiera sabían con certeza quién es don Francisco. Aunque no puedo probar estas presunciones (ni Cercas contradecirlas) no sólo estoy convencido de su veracidad sino que también lo estoy de que el propio Rico cree lo mismo que yo. Dicho de otra forma, estoy seguro de que, cuando escribía el articulillo de marras, sabía que la gran mayoría de los lectores se creerían (como me ocurrió a mí) que era un no fumador y a partir de tal condición concederían (erróneamente) más peso a sus argumentos, justamente como era su pretensión.
Ahora espeto yo mi pregunta retórica, que no voy a ser menos que don Javier: ¿Acaso alguien gasta una broma cuando piensa que más del 95% de los destinatarios no va a entenderla? Pues sí, me rebato a mí mismo; lo hacen personas como Rico, tan inteligentes y tan ajenas a cualquier vicio de egolatría, que están dispuestas a que se les tilde unánimemente de mentirosos, para que gracias a esa humillación, y pasado el necesario tiempo de la resaca, quienes se han cebado contra él recapaciten y, limpias las miradas de las telarañas sofistas (tales son los argumentos de autoridad, por ejemplo), sean capaces de profundizar, ahora sí, en la lógica desnuda de sus argumentos. Rico contaba desde el principio con que su patraña sería descubierta y, por tanto, es verdad la afirmación de Cercas de que estaba gastándonos una broma, pero una broma de efectos retardados. Todos caemos en la broma-trampa (la defensora del lector de El País también, claro) y nos lanzamos entusiasmados a apalear al ilustre profesor que con sabio estoicismo soporta el aluvión de invectivas (que las respondiera con cierto tonillo chulesco no deja de ser una anécdota que no debe impedirnos ver el verdadero fondo de su comportamiento), conocedor de que ha sembrado un poderoso catalizador en nuestros cerebros. Y, en efecto, a medida que amaina el escándalo (a lo que contribuyen las didácticas explicaciones de Cercas) cualquier españolito que haya leído en su momento el artículo se va sutilmente dando cuenta de que, en efecto, la cuestión no es si Rico fuma o no, sino si sus argumentos son sólidos. Y de esta manera, en contra de lo que sostuve en mi anterior post, al usar un argumento de autoridad con tan (posteriormente) evidente falacia, lo que hace Rico es caricaturizarlo grotescamente mostrando su improcedencia lógica. Lo que el profesor Rico pretendía era elevar nuestro nivel de raciocinio haciéndonos ver, gracias a su “broma”, el error de quedarnos mirando el dedo y no lo que señala.
Probablemente, éstas o similares son las razones que subyacen en el artículo justificativo de Cercas, y si no termina de desarrollarlas ha de ser porque, también con loables afanes didácticos, sabe que es mejor que las deduzcamos nosotros mismos a partir de su advertencia de que la falacia de Rico era en realidad una broma. Mucho hemos de aprender de estas mentes preclaras.
Rod Stewart - I was only joking (Storyteller-The Complete Anthology, 1989)
Lo que hizo Rico fue estúpido, pecado a menudo cometido por los soberbios como él, pero sólo mentía sobre sí mismo. Lo de Arcadi Espada sobre Cercas, acusándole de estar detenido en una redada de clientes de prostitutas para rebatirle su argumento de la mentira al servicio de la verdad, es una infamia no sobre sí, sino sobre el otro, lo cual es muy distinto.
ResponderEliminarEstoy harto de tanto debate, ya ni leo ni hago caso, sólo doy mi modesta opinión, la ley es fuerte, pero la comparto, por ser "no fumador", ponerme hasta el culo de cerveza los viernes al medio día y no querer tragar el humo de nadie.
ResponderEliminarYo no sería tan duro con Espada, lo que ha hecho con Cercas es de bastante mal gusto, desde luego, pero, aplicando el argumento del propio Cercas, es perfectamente disculpable. Es un método eficaz, si no otra cosa, de demostrar a Cercas que su argumento es estúpido: ponerle en una situación molesta por la que, con su argumento en la mano, no se puede molestar. Claro que la eficacia no es la suprema virtud.
ResponderEliminarReconozco que no soy objetivo: Cercas no me cae especialmente bien, más bien lo contrario, y Espada sí. Semos frígilis...
A mí me pasaba (nótese el tiempo verbal) exactamente lo mismo que a tí, Vanbrugh, me 'caía' mucho mejor Arcadi Espada que el pesadete de Cercas, pero hay cosas que no son de recibo ni siquiera o sobre todo so pretexto de pruebas de lógica, lo cierto es que divulgó la falsa notiicia de que Cercas, No ÉL, Arcadi, había sido detenido por cliente de prostíbulo. Rico, te recuerdo, dijo que él mismo, no otro, no fumaba, hay diferencias tan fáciles de notar que abochorna resaltarlas por evidentes. Si el Arcadi me hace una a mi así le parto la cara, con toda lógica, eso sí.
ResponderEliminarCiertamente, lo de Espada no es de recibo, aunque cabría distinguir que es una vuelta de tuerca a la argumentación de Cercas absolutamente congruente en términos lógicos, lo que no quita para ser igualmente absolutamente reprobabable en términos éticos. Que se traduce, como mucho mejor ha dicho Lansky, en que Espada se merece que le partan la cara al mismo tiempo que se le felicita por sus cualidades lógicas.
ResponderEliminarPero el incidente de Espada con Cercas es anecdótico en este post. Yo lo que esperaba es que Vanbrugh entrara a saco contra mi sofisticada argumentación. :)
No veo ningún motivo para entrar a saco. Es evidente que ni Rico ni Cercas han maquinado toda esa complicada trama que les atribuyes, y es también evidente que tú sabes que es así. Pero si aquí todo el mundo se inventa alegremente lo que le da la gana, y justifica la invención como un recurso dialéctico de lo más legítimo ¿por qué no vas a hacerlo tú también? Lo único que siento es que a ti, qué injusticia, no te pagan por tus invenciones ni El Mundo ni El País. Ellos sí que se lo han sabido montar.
ResponderEliminarVanbrugh: insisto en distinguir, y mucho, entre mentir sobre uno mismo y difamar a otro. Punto
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