Has llegado a mi casa. Tocas el timbre y te abro. Sí, habíamos quedado a esta hora, ya me habían advertido desde la inmobiliaria. Disculpa que la casa esté desordenada; pasa, te la enseño.
Eres una mujer atractiva. Expresión simpática, media melena castaña y rizada, ojos grandes, con mirada de asombro y un punto pícaro en el fondo. Me gusta mucho tu cuerpo y la ropa con que lo envuelves. Botas negras, falda gris que se abre lateralmente en ambas piernas y se prolonga en un pero con tirantes, bajo éste una camiseta negra moldeada por dos pechos "muy bien puestos".
En el umbral, me miras un momento que se me hace largo. Tus ojos se hunden en los míos y creo entender frases distintas al saludo anodino de tu voz. El sonido de tu voz, sin embargo, recubre esa mirada breve. Noto una descarga de erotismo, siento por un momento un mareo extraño. Me esfuerzo en volver al presente mientras me aparto para que pases. Cuando lo haces, te miro el culo e intuyo que te estás dando cuenta; intuyo también que sonríes.
Caminamos por el pasillo. Vas delante como si ya conocieras la casa. Ignoras la cocina y sigues hacia el fondo. Tu mano se posa en el picaporte de la puerta del dormitorio principal. Nueva mirada taladra mis ojos, ahora interrogativa. Es el dormitorio; ya, ¿puedo?; claro, adelante. Sonríes y abres; te sigo y noto el desasosiego de la excitación, mi pene presiona la entrepierna. Rodeas despacio la cama, repasas sus bordes con un dedo y luego, despacio, lo llevas a tus labios entreabiertos. Es un instante sólo, pero en ese instante tus ojos vuelven a clavarme y descubro en ellos una profundidad misteriosa.
De golpe te sientas en la cama, casi te dejas caer pero, pese a lo inesperado del movimiento, parece que es a cámara lenta. En un momento congelado veo tu culo rebotar en el colchón, tus botas separándose del suelo y volviendo a apoyarse, tus piernas abriéndose y la falda gris deslizándose hacia arriba, las rodillas temblando. Vaya, dices, es cómoda. ¿Vendes también los muebles?
Pienso que no quiero venderte la casa, pienso que no quieres comprarla. Tus ojos me marean, la erección es casi dolorosa, trato de sobreponerme: sí, los muebles van incluidos; ¿quieres ver la sala? Tiene unas vistas estupendas.
Te levantas despacio y vienes hacia mí, me rozas al cruzarte y sé que estás sonriendo. Te cojo la mano, noto una sacudida, aprieto un instante y enseguida la suelto. Sigues caminando y doblas por el pasillo; llegas a la sala y con absoluta seguridad te sientas en el sofá. La espalda recta y las piernas juntas; me miras desafiante, como esperando.
Me acerco a ti. Estoy de pie junto a ti, casi pegado. Siento en mis piernas el calor de tu cuerpo. Nos miramos callados; son segundos inflados de tiempo. Comienzo a doblar las rodillas para sentarme a tu lado y tú abres la boca; parece que vas a hablar. Me siento; lo hago en silencio, mientras te miro, mientras tú me miras. Tu mirada, como toda tu postura, es serena y profunda, pero a la vez me llama en un silencio estruendoso.
Sin dejar de mirarte coloco las manos en tus hombros; tus ojos se dilatan pero tus labios apuntan una sonrisa. Tu mirada, como toda tu postura, es serena y profunda, pero a la vez me llama en un silencio estruendoso. Oigo tu voz: yo vengo a ver la casa. Desde los hombros empujo tu espalda hasta el respaldo del sofá. Mi cuerpo se inclina hacia el tuyo, mi boca se acerca a la tuya, nuestros alientos se mezclan, nuestros ojos siguen buceándose mutuamente, ajenos y protagonistas a la vez. Calla, te digo.
Te beso. Mi boca se abre sobre la tuya y siento tu aliento que me invade. Es un beso ansioso y profundo. Tus ojos se cierran y tu cabeza cae hacia atrás. Imagino que todo lo que fluía desde tus ojos me está entrando desde tu boca. Cierro yo también mis ojos y concentro mi atención en ese aliento denso y sabroso, tan pleno de sabores, de sensaciones. Ese aliento tuyo (¿o es la mezcla de los dos?) va recorriendo mi cuerpo, insuflando mis células, erizándome desde dentro. Ese aliento tuyo va despertando una a una todas mis terminaciones nerviosas, va cargando de placer cada uno de mis poros, va excitando con mágica electricidad mis conexiones sensoriales.
Tus brazos, que colgaban junto a tu cuerpo, se mueven; tus manos empujan levemente mi pecho, insinuando un rechazo, el amago de apartarme. Pero tu boca sigue absorbiéndome e insuflándome. Mis manos cogen tus muñecas; las aprieto y abro tus brazos, separándolos de mi pecho. Abres los ojos, sorpresa en tu mirada, pero no hay reproche. Llevo tus brazos por encima de tu cabeza y sigo apretando tus muñecas. Con esfuerzo me obligo a separar mi boca de la tuya, alejo mi cara, te miro.
Así que querías ver la casa, te digo, mentirosa, tú lo que quieres es follar. A mis palabras responde una convulsión de tu cuerpo, arqueas de golpe la cadera, intentas desasir tus muñecas. Presiono mis brazos venciendo hacia atrás los tuyos, encajo mi ingle sobre la tuya, te dejo notar mi peso. Entreabres los labios y en los ojos brilla con mayor intensidad aun esa mirada magnética, de profundidad marina. Siento el deseo estallando en mi cabeza, mi boca se precipita a sumergirse en la tuya.
Me muerdes la parte de dentro de mi labio inferior y noto el sabor de mi sangre. Aprieto con furia mi boca y mi lengua empuja hacia el fondo la tuya. Siento la succión de tu garganta que busca aire y encuentra mi aliento cálido y pesado; la nariz se te dilata y tus ojos se agrandan. Tu cuerpo, todo tu cuerpo, vibra electrizado, desde cada uno de tus poros parecieran surgir descargas de deseo transformado en energía. Esa energía va a confluir en tu ingle que presiona la mía. A través de tu ropa noto tu coño colocándose contra el tronco de mi polla y empujando. Es una presión intensa ... y eléctrica.
Junto tus manos y sujeto ambas con la mía izquierda. Mi mano derecha, liberada, baja uno de los tirantes y se posa sobre la teta. La aprieto, la sopeso, la repaso, la moldeo, la acaricio, la estrujo, la pellizco. Cada movimiento de mi mano es respondido con un nuevo impulso de tu ingle, con una nueva aspiración de tu boca. De pronto, sin que yo lo decida, mi mano se cierra sobre el cuello de tu camiseta negra y tira hacia arriba, subiéndotela sobre la cara, pasándotela a lo largo de los brazos, arrancándotela del cuerpo. En un momento te veo desnuda bajo el peto, las tetas al aire, hermosísimas; tu piel enrojecida, brillante, vibrante ...
Arqueas hacia atrás la cabeza y mi boca, separada de la tuya, se lanza sobre tu cuello. Lo saboreo despacio: beso suavemente la zona central y luego voy esparciendo los besos con lengüetazos a cámara lenta (cada lengüetazo es un desperezar la lengua despacio, estirarla hasta que el máximo de su superficie contacte con tu piel, dejarla pegada en cada posición durante un instante eterno y a la vez sin ruptura temporal con el siguiente, que cada papila se adhiera como ventosa a uno de tus poros ...). Ahora la lengua se esconde y los labios pellizcan un lateral de tu cuello, pinzando trocitos de piel y soltándolos para pinzar otro al lado. Y entre le piel encuentro el cartílago, y los labios se entreabren y son los dientes los que muerden, apenas un cachito, apenas un pinchazo. Pero se enrojece ese trocito de piel y tu cuerpo se revuelve de golpe.
Y con ese golpe convulso liberas tus muñecas prisioneras y coges con fuerza mi cabeza para apretarla entre tus tetas. Y yo entonces te sujeto también tu cabeza e inhalo con fuerza el aroma profundo de tus pechos, mientras mi boca encuentra uno de tus pezones. Chupo, succiono, jugueteo con la lengua, lo envuelvo con la boca abierta hasta que me duele, vuelvo a chupar, ya más despacio, de mil maneras. Y mientras atiendo a ese pezón orgulloso obedeciendo la presión de tu mano en mi cabeza, la otra mano tuya comienza distraída a pasear por mi espalda, tus dedos sobrevuelan, apenas acarician, mis vértebras, dan saltos hacia las costillas, esbozan círculos sobre los riñones. Y cada caricia sutil es una descarga de placer que me recorre todo y acaba en la polla, cada vez más dura, cada vez más tensa.
No aguanto más. Vamos a la cama, te digo, pero no contestas. Me separo de ti y te miro, tus ojos están velados por esa expresión enigmática pero siguen siendo mares profundos que me imantan. Te veo la cara y me parece que te cambia, que eres tú y no eres, me cuesta enfocarte. Tus labios entreabiertos, las ventanas de tu nariz dilatadas, tus mejillas enrojecidas; es el rostro bellísimo de una diosa. Tus brazos se cuelgan de mi cuello y quieren atraerme de nuevo; al mismo tiempo, tus piernas se enroscan en torno a mi cadera y tu coño se oprime más aun en torno a mi polla. No me dejo caer de nuevo; lo que hago es enderezar mi espalda y agarrarte por lo hombros. No sé cómo no pierdo el equilibrio, pero en un instante estoy de pie contigo enroscada a mi cuerpo.
Ha sido tan rápido que quizás no te lo esperabas. Abres las piernas y, sujetándote a mis hombros, las dejas caer hasta apoyarte en el suelo. Me miras insultante y te das la vuelta, como si fueras a irte. Te sujeto por el cuello con una mano y noto de nuevo la energía de tu cuerpo. Déjame, dices, me voy. ¿Dónde crees que vas, puta? Te empujo despacio pero firmemente hacia adelante y tus manos se extienden para apoyarse en el respaldo del sofá a la vez que empujas tu culo hacia mi polla. Mis dos manos, rápidas, bajan tu ropa que cae al suelo entre tus piernas, tiran de tus bragas hasta debajo de las rodillas. No sé cómo, al mismo tiempo, mis pantalones y calzoncillo también han caído, mi polla está empujando entre tus nalgas.
Mueves el culo de arriba abajo, enseñando el camino, jugando con mi polla, aprovechándola para que roce los labios de tu coño, para que frote el botón erecto de tu clítoris. Yo apenas me muevo, mi polla se deja llevar por tus movimientos y apenas le aporto breves impulsos. Siento que es tuya, que eres tú quien sabe lo que ha de hacer con ella; mis manos, entre tanto, se cierran sobre tus tetas, mis brazos aprietan tu cuerpo. De pronto, con un golpe de caderas, tu vagina, como si fuera una boca, se cierra sobre mi polla y la succiona suavemente. Empujo sintiendo una ligera resistencia, el frotamiento de unas paredes estrechas que van abriéndose. El placer es inmenso; quiero llegar hasta el fondo, dondequiera que esté.
Y llego; siento que he llegado, que estoy muy adentro tuyo. Que no sólo es mi polla la que está adentro, sino todo yo, como si a través de mi polla se estuviera pasando lo que llevo dentro, como si estuvieras chupándome y robándome, vaciando mi envoltorio. Pero ese vaciarme es placer intensísimo; y me aprieto con todas mis fuerzas a ti, oprimiendo mis caderas, estrechando mi abrazo, hundiendo mi boca en tu cuello.
Desde esa posición de apretada soldadura, inicias un vaiven desde el interior de tu coño. Siento como mi polla es exprimida y expandida, succionada y amasada, bombeada hacia adelante y hacia atrás. Sin pensarlo siquiera, mi cuerpo reacciona moviéndose a tu compás, como si fuésemos una misma máquina, un mismo organismo sincronizado. Los vaivenes son cada vez más intensos, cada vez más rápidos, cada vez más largos. Llevamos ya un rato largo apretados y follando (el tiempo pasa con otra medida); mi polla sale y entra con la seguridad de quien conoce el camino de siempre, tu dedo frota tu clítoris, tu cuello danza despacio bajo mi boca, tu corazón (y el mío) palpita profundo bajo mis manos.
Y hay una explosión, un derramarse ambos dentro, sin que podamos discernir quién es quién. Noto las contracciones de tu coño en mi polla mientras se convulsiona. Oigo mi grito sordo mezclado con un jadeo tuyo y me parecen ajenos. Siento todo mi cuerpo que se disuelve, que piezas de dentro se rompen en añicos, que mis piernas apenas me sostienen. Y el placer, que ha llegado hasta el nivel de lo insoportable, empieza a desparramarse como si fuera agua que se desliza desde la cabeza a los pies, dejándote mojado y limpio, cansado y satisfecho ...
Muy despacio nos separamos. Me dejo caer en el sofá, el culo desnudo, la polla fláccida y goteante. Te miro sin entenderte, si entender lo que ha pasado, sin todavía ser capaz de asumir la intensidad de las sensaciones que he vivido. Tú, en cambio, sigues de pie, apoyada contra el respaldo del sofá. También muy despacio te enderezas y luego te acuclillas. Te subes las bragas y el vestido, te ajustas la camiseta, te alisas el pelo ... Luego me miras; es la misma mirada larga y profunda del primer saludo. Creo que no me interesa tu casa, dices. Y acto seguido caminas hacia la puerta. Yo, sentado, veo como te vas.
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