La plaza es, por antonomasia, el espacio de lo colectivo. Si la ciudad es (¿o fue?) la más excelsa construcción de la especie humana, la plaza concentra en su acotada dimensión la esencia de aquélla, tanto funcional como simbólicamente. Recintos a los que confluían las estrechas y tortuosas calles de unos tiempos peligrosos, las plazas medievales eran los escasos espacios en los que los caseríos abigarrados se abrían, dejaban el hueco suficiente para las actividades comunitarias y entre ellas, sin duda, la del mercado era la de mayor trascendencia. Siendo el miedo uno de los principales factores que explica tantos de los elementos de las tramas de esas ciudades (emplazamientos, murallas, tipologías edificatorias), las plazas representan las siempre presentes ansias de libertad, de dignidad de los ciudadanos asustados. De ahí que la madurez de cualquier ciudad medieval, el progresivo crecimiento de la seguridad, tanto objetiva como psicológica (confianza en sí misma, orgullo identitario), pueda seguirse a través de las continuadas intervenciones urbanísticas sobre sus plazas. Por supuesto, justamente por ello, la plaza es también el escenario más explícito del Poder.
Sigüenza, asentada en el valle del alto Henares, ocupa un emplazamiento desde el que domina el territorio circundante. En su punto más alto se erige el castillo medieval (Parador de Turismo), donde antes hubo un alcázar musulmán, antes visigodo, antes romano y antes celtíbero. Desde el punto alto del castillo baja un eje (la calle Mayor) hasta la vega. Si bien no puedo asegurarlo, estoy bastante convencido de que ese eje tensado entre sus dos puntos extremos, actualmente el Castillo y la Catedral, fue siempre (al menos desde la Hispania romana) el elemento vertebrador de la ciudad. En cualquier caso, sí lo es desde el inicio de la actual Sigüenza, cuando en 1123 Bernardo de Agen, obispo guerrero de origen aquitano, conquista la ciudad para la corona castellana. Así, durante el siglo XII se van construyendo Catedral y Castillo (la residencia del obispo, a la vez señor feudal) y consolidando el caserío a lo largo de la calle mayor, desde la cual las distintas traveseras van configurando la apretada trama medieval con sus distintos barrios "étnicos" (cristianos, moros y judíos).
Es curioso, sin embargo, que la maravillosa Catedral quedara durante tres siglos separada del núcleo urbano. La trama va abriéndose desde el Castillo con calles en abanico contra pendiente que se completan con las traveseras más o menos a nivel. De éstas, la inferior (llamada justamente la Travesaña baja) era el corazón de la Judería. A principios del siglo XV, una medida segregacionista contra los judíos del monarca Juan II, trae como consecuencia el crecimiento de la ciudad hacia la Catedral. Hasta entonces, el mercado semanal se celebraba ente la Puerta de Hierro, en una pequeña plaza junto a la parroquia de San Vicente que se había quedado pequeña. El desplazamiento de los judíos supuso pues, no solo la ampliación de la extensión urbana, sino, apropiándose el Cabildo de sus antiguos inmuebles, una de las primeras intervenciones sobre la trama de la ciudad que hoy llamaríamos de "renovación urbana". En la confluencia entre la Travesaña alta y la actual calle de Torrecilla se demolieron edificios y se configuró una nueva plaza, flanqueada por casas sobre soportales con tiendas y talleres; era la nueva Plaza Mayor, en la que se ubicó la alcaldía (actualmente, la Plazuela de la Cárcel).
Pero fue el famosísimo Cardenal Mendoza (fue llamado el tercer Rey en tiempos de los Católicos) quien aborda las más importantes reformas, marcando el tránsito de la ciudad medieval a la renacentista. En 1487, tras su visita a la ciudad, ordena derribar la cerca que la separaba de la Catedral y hacer casas aportaladas frente a su fachada sur. Las obras se retrasan pero poco a poco se va conformando la Plaza hasta 1494, año de la cuarta y última visita del Cardenal a Sigüenza. Por entonces, ordena que se traslade a la misma el mercado semanal de la ciudad, lo que genera las quejas del Concejo que quería mantenerlo en la Plaza Nueva, más pequeña pero ubicada en el centro urbano. Sin embargo, gracias a sus gestiones en la Corte, el Cabildo (los eclesiásticos) se llevaron el gato al agua, logrando convertir la Catedral y su Plaza en el nuevo polo del desarrollo económico seguntino. Muerto ya el Cardenal, se llevaron a cabo las obras para completar los soportales de la Plaza, así como la construcción de los segundos pisos de las casas. En 1529 las casas que conformaban la fachada sur (la enfrentada a la Catedral) se quemaron y el Cabildo decidió ampliar casi al doble de su superficie la plaza, prolongando por el este los soportales existentes y reedificando sobre una antigua casa la residencia de los deanes, que es el actual Ayuntamiento. Hacia finales de la década de los treinta del siglo XVI la Plaza, en la configuración con la que la podemos disfrutar actualmente, se encontraba acabada.
La plaza seguntina responde en su concepción a los principios urbanísticos del renacimiento italiano en acertadísima adaptación a las tradiciones constructivas castellanas. El cardenal Mendoza fue el gran mecenas que propició la entrada en Castilla del estilo renacentista (en la propia Sigüenza se deben a su impulso el atrio de la Catedral y la Universidad). En la apariencia formal de esta plaza, sin embargo, parece que tuvo singular influencia el siguiente Obispo de la ciudad, Bernardino de Carvajal (individuo cuya vida da para un thriller), que había antes embajador de los Reyes Católicos en Roma. Durante su estancia en la sede papal Bramante estaba construyendo el templete de San Pietro in Montorio, a costa de los monarcas españoles para conmemorar la toma de Granada. El eclesiástico conoció pues al arquitecto cinquecentista y debió entusiasmarse con sus obras. Tanto es así que parece que, de vuelta en Castilla, expresó su voluntad de que la plaza seguntina se asemejase a la Ducal de la ciudad lombarda de Vigevano, erigida hacia finales del siglo XV por el arquitecto italiano. ¿Se aprecia el parecido?
Y todo el rollo anterior venía a cuento porque, tras unos veinticinco años, he vuelto esta pasada Semana Santa a Sigüenza y, no sé si tanto como entonces, pero me he vuelto a quedar admirado con esa Plaza; bueno, me he quedado enamorado de todo el casco antiguo, de la calle Mayor y de sus travesañas, de su excepcional Catedral, hasta del Castillo pese los inevitables falsetes de su restauración turística. Pero la Plaza me ha dejado anonadado; es un manual absolutamente perfecto de buen urbanismo que, desgraciadamente, pone en triste evidencia nuestras actuales impotencias. Estudiar esta plaza (y tantas otras) cuántas lecciones podría darnos. Sin embargo, en mi cotidiana vida profesional, asisto todos los días al olvido (¿o es dejadez?) del oficio de hacer la ciudad. Y no será porque nos falten buenos ejemplos.
PS: La mayoría de los datos de este post provienen de varios artículos que he encontrado en Internet, todos ellos de Pilar Martínez Taboada, historiadora que parece ser la mejor conocedora del urbanismo seguntino. He disfrutado leyendo sus textos.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Sigüenza, asentada en el valle del alto Henares, ocupa un emplazamiento desde el que domina el territorio circundante. En su punto más alto se erige el castillo medieval (Parador de Turismo), donde antes hubo un alcázar musulmán, antes visigodo, antes romano y antes celtíbero. Desde el punto alto del castillo baja un eje (la calle Mayor) hasta la vega. Si bien no puedo asegurarlo, estoy bastante convencido de que ese eje tensado entre sus dos puntos extremos, actualmente el Castillo y la Catedral, fue siempre (al menos desde la Hispania romana) el elemento vertebrador de la ciudad. En cualquier caso, sí lo es desde el inicio de la actual Sigüenza, cuando en 1123 Bernardo de Agen, obispo guerrero de origen aquitano, conquista la ciudad para la corona castellana. Así, durante el siglo XII se van construyendo Catedral y Castillo (la residencia del obispo, a la vez señor feudal) y consolidando el caserío a lo largo de la calle mayor, desde la cual las distintas traveseras van configurando la apretada trama medieval con sus distintos barrios "étnicos" (cristianos, moros y judíos).
Es curioso, sin embargo, que la maravillosa Catedral quedara durante tres siglos separada del núcleo urbano. La trama va abriéndose desde el Castillo con calles en abanico contra pendiente que se completan con las traveseras más o menos a nivel. De éstas, la inferior (llamada justamente la Travesaña baja) era el corazón de la Judería. A principios del siglo XV, una medida segregacionista contra los judíos del monarca Juan II, trae como consecuencia el crecimiento de la ciudad hacia la Catedral. Hasta entonces, el mercado semanal se celebraba ente la Puerta de Hierro, en una pequeña plaza junto a la parroquia de San Vicente que se había quedado pequeña. El desplazamiento de los judíos supuso pues, no solo la ampliación de la extensión urbana, sino, apropiándose el Cabildo de sus antiguos inmuebles, una de las primeras intervenciones sobre la trama de la ciudad que hoy llamaríamos de "renovación urbana". En la confluencia entre la Travesaña alta y la actual calle de Torrecilla se demolieron edificios y se configuró una nueva plaza, flanqueada por casas sobre soportales con tiendas y talleres; era la nueva Plaza Mayor, en la que se ubicó la alcaldía (actualmente, la Plazuela de la Cárcel).
Pero fue el famosísimo Cardenal Mendoza (fue llamado el tercer Rey en tiempos de los Católicos) quien aborda las más importantes reformas, marcando el tránsito de la ciudad medieval a la renacentista. En 1487, tras su visita a la ciudad, ordena derribar la cerca que la separaba de la Catedral y hacer casas aportaladas frente a su fachada sur. Las obras se retrasan pero poco a poco se va conformando la Plaza hasta 1494, año de la cuarta y última visita del Cardenal a Sigüenza. Por entonces, ordena que se traslade a la misma el mercado semanal de la ciudad, lo que genera las quejas del Concejo que quería mantenerlo en la Plaza Nueva, más pequeña pero ubicada en el centro urbano. Sin embargo, gracias a sus gestiones en la Corte, el Cabildo (los eclesiásticos) se llevaron el gato al agua, logrando convertir la Catedral y su Plaza en el nuevo polo del desarrollo económico seguntino. Muerto ya el Cardenal, se llevaron a cabo las obras para completar los soportales de la Plaza, así como la construcción de los segundos pisos de las casas. En 1529 las casas que conformaban la fachada sur (la enfrentada a la Catedral) se quemaron y el Cabildo decidió ampliar casi al doble de su superficie la plaza, prolongando por el este los soportales existentes y reedificando sobre una antigua casa la residencia de los deanes, que es el actual Ayuntamiento. Hacia finales de la década de los treinta del siglo XVI la Plaza, en la configuración con la que la podemos disfrutar actualmente, se encontraba acabada.
La plaza seguntina responde en su concepción a los principios urbanísticos del renacimiento italiano en acertadísima adaptación a las tradiciones constructivas castellanas. El cardenal Mendoza fue el gran mecenas que propició la entrada en Castilla del estilo renacentista (en la propia Sigüenza se deben a su impulso el atrio de la Catedral y la Universidad). En la apariencia formal de esta plaza, sin embargo, parece que tuvo singular influencia el siguiente Obispo de la ciudad, Bernardino de Carvajal (individuo cuya vida da para un thriller), que había antes embajador de los Reyes Católicos en Roma. Durante su estancia en la sede papal Bramante estaba construyendo el templete de San Pietro in Montorio, a costa de los monarcas españoles para conmemorar la toma de Granada. El eclesiástico conoció pues al arquitecto cinquecentista y debió entusiasmarse con sus obras. Tanto es así que parece que, de vuelta en Castilla, expresó su voluntad de que la plaza seguntina se asemejase a la Ducal de la ciudad lombarda de Vigevano, erigida hacia finales del siglo XV por el arquitecto italiano. ¿Se aprecia el parecido?
Y todo el rollo anterior venía a cuento porque, tras unos veinticinco años, he vuelto esta pasada Semana Santa a Sigüenza y, no sé si tanto como entonces, pero me he vuelto a quedar admirado con esa Plaza; bueno, me he quedado enamorado de todo el casco antiguo, de la calle Mayor y de sus travesañas, de su excepcional Catedral, hasta del Castillo pese los inevitables falsetes de su restauración turística. Pero la Plaza me ha dejado anonadado; es un manual absolutamente perfecto de buen urbanismo que, desgraciadamente, pone en triste evidencia nuestras actuales impotencias. Estudiar esta plaza (y tantas otras) cuántas lecciones podría darnos. Sin embargo, en mi cotidiana vida profesional, asisto todos los días al olvido (¿o es dejadez?) del oficio de hacer la ciudad. Y no será porque nos falten buenos ejemplos.
PS: La mayoría de los datos de este post provienen de varios artículos que he encontrado en Internet, todos ellos de Pilar Martínez Taboada, historiadora que parece ser la mejor conocedora del urbanismo seguntino. He disfrutado leyendo sus textos.