Día 1: Llegada a Augsburgo
Como ya había sacado las tarjetas de embarque por Internet, al llegar a la T4 nos dirigimos directamente a pasar el control de seguridad y, en efecto, lo pasamos, incluyendo una maleta grande que obviamente no puede llevarse en cabina. No sé cómo no me di cuenta. Lo gracioso es que dentro del maletón iban líquidos y, curiosamente, no nos dijeron nada (tanta seguridad). En fin, que marcha atrás y llevar corriendo la maleta a facturación y volver a pasar el control y caminar rápido hasta las puertas K (menos mal que no nos tocó en la satélite).
A la hora de salida el avión estaba ya con todo el pasaje sentado y las puertas cerradas, pero debía ser que los controladores estaban extremando el rigor en los despegues porque estuvimos casi tres cuartos de hora avanzando tramito a tramito por la pista hasta que nos llegó el turno. Aun así, llegamos casi puntuales a Munich y la maleta salió de las primeras. Con algunos titubeos encontramos las oficinas de Car Rental y los de Hertz me hicieron firmar unos cuantos papeles en alemán y a cambio me dieron un Peugeot 205. Hasta aquí todo iba más o menos según lo previsto, incluso diría que en el mejor de los horarios: serían las 7:45 cuando arrancamos el coche y siguiendo las flechas de ausfahrt del parking accedimos por fin al exterior bávaro.
Llovía y hacía frío (unos 16º, diría yo). Menudo contraste después del calor madrileño. En fin, autopista recta en dirección a Munich y, antes de llegar, desviación a la derecha hacia Stuttgart. Salvo la incomodidad de la lluvia y la semioscuridad y que la autopista estaba en obras por tramos, todo iba razonablemente bien hasta que, como era de prever, nos pasamos la salida Augsburg Ost, que era la que había estudiado para llegar lo más recto posible al hotel. Bueno, no pasa nada, salimos por la siguiente, hacemos el cambio de sentido y entramos, ahora sí, por la avenida correcta. Se suponía que habíamos de avanzar un trecho hasta que se bifurcaba en Y y, entonces, coger la calle de la izquierda. Pero algo salió mal porque la calle por la que enfilamos no era la Unterergraben y, enseguida, nos perdimos.
No teníamos plano de Augsburgo, sólo unos esquemas sacados del Google maps, ampliados en el entorno del hotel, por el que estaba claro que no andábamos. Tras unos cuantas vueltas se nos había esfumado el sentido de la orientación y no nos quedaba más que la esperanza de cruzarnos de suerte con la calle buscada. Lo malo es que en Augsburgo no tienen la costumbre de poner nombres de calle en todas las esquinas y, cuando lo hacen, son pequeños y además están muy poco iluminados; encima son palabrejas tan largas que desde el coche apenas te da tiempo a retenerlas mientras pasas. Pues nada, que estábamos perdidos en una ciudad alemana más bien pequeña y casi desierta a las diez de la noche.
En una de nuestras vueltas erráticas vimos un bar y aparcamos enfrente para ver si, además de comer algo, lográbamos que nos orientaran hacia el hotel. Un chaval joven y simpático, pero que dudaba demasiado para que nos quedáramos tranquilos, nos explicó que habíamos de seguir justo por la calle en que estábamos (pero en el sentido contrario en el que veníamos circulando) hasta una gasolinera roja y ahí doblar a la izquierda. Cenamos (una pizza y una enchilada, comida de rancia tradición bávara) y salimos para seguir las instrucciones del chico.
Y, en efecto, encontramos la gasolinera y la calle que salía hacia la izquierda era la Unterergraben. Y, aunque nos pasamos un par de veces, logramos encontrar el hotel que estaba en su sitio. Pero resulta que no era exactamente un hotel, sino un albergue de juventud, lleno de chavales con ordenadores en la recepción (en las habitaciones no hay wifi) que debieron preguntarse que quiénes eran esos carrozas que entraban en ropa veraniega bajo la lluvia.
Nada más, by the moment. Mañana hay que levantarse temprano (el desayuno es hasta las 9) para visitar el casco medieval de Augsburgo. Ojalá que no llueva.
A la hora de salida el avión estaba ya con todo el pasaje sentado y las puertas cerradas, pero debía ser que los controladores estaban extremando el rigor en los despegues porque estuvimos casi tres cuartos de hora avanzando tramito a tramito por la pista hasta que nos llegó el turno. Aun así, llegamos casi puntuales a Munich y la maleta salió de las primeras. Con algunos titubeos encontramos las oficinas de Car Rental y los de Hertz me hicieron firmar unos cuantos papeles en alemán y a cambio me dieron un Peugeot 205. Hasta aquí todo iba más o menos según lo previsto, incluso diría que en el mejor de los horarios: serían las 7:45 cuando arrancamos el coche y siguiendo las flechas de ausfahrt del parking accedimos por fin al exterior bávaro.
Llovía y hacía frío (unos 16º, diría yo). Menudo contraste después del calor madrileño. En fin, autopista recta en dirección a Munich y, antes de llegar, desviación a la derecha hacia Stuttgart. Salvo la incomodidad de la lluvia y la semioscuridad y que la autopista estaba en obras por tramos, todo iba razonablemente bien hasta que, como era de prever, nos pasamos la salida Augsburg Ost, que era la que había estudiado para llegar lo más recto posible al hotel. Bueno, no pasa nada, salimos por la siguiente, hacemos el cambio de sentido y entramos, ahora sí, por la avenida correcta. Se suponía que habíamos de avanzar un trecho hasta que se bifurcaba en Y y, entonces, coger la calle de la izquierda. Pero algo salió mal porque la calle por la que enfilamos no era la Unterergraben y, enseguida, nos perdimos.
No teníamos plano de Augsburgo, sólo unos esquemas sacados del Google maps, ampliados en el entorno del hotel, por el que estaba claro que no andábamos. Tras unos cuantas vueltas se nos había esfumado el sentido de la orientación y no nos quedaba más que la esperanza de cruzarnos de suerte con la calle buscada. Lo malo es que en Augsburgo no tienen la costumbre de poner nombres de calle en todas las esquinas y, cuando lo hacen, son pequeños y además están muy poco iluminados; encima son palabrejas tan largas que desde el coche apenas te da tiempo a retenerlas mientras pasas. Pues nada, que estábamos perdidos en una ciudad alemana más bien pequeña y casi desierta a las diez de la noche.
En una de nuestras vueltas erráticas vimos un bar y aparcamos enfrente para ver si, además de comer algo, lográbamos que nos orientaran hacia el hotel. Un chaval joven y simpático, pero que dudaba demasiado para que nos quedáramos tranquilos, nos explicó que habíamos de seguir justo por la calle en que estábamos (pero en el sentido contrario en el que veníamos circulando) hasta una gasolinera roja y ahí doblar a la izquierda. Cenamos (una pizza y una enchilada, comida de rancia tradición bávara) y salimos para seguir las instrucciones del chico.
Y, en efecto, encontramos la gasolinera y la calle que salía hacia la izquierda era la Unterergraben. Y, aunque nos pasamos un par de veces, logramos encontrar el hotel que estaba en su sitio. Pero resulta que no era exactamente un hotel, sino un albergue de juventud, lleno de chavales con ordenadores en la recepción (en las habitaciones no hay wifi) que debieron preguntarse que quiénes eran esos carrozas que entraban en ropa veraniega bajo la lluvia.
Nada más, by the moment. Mañana hay que levantarse temprano (el desayuno es hasta las 9) para visitar el casco medieval de Augsburgo. Ojalá que no llueva.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Vaya, ¡qué envidia! Espero que sigas describiendo cada una de tus jornadas y podamos seguirte virtualmente por tu viaje.
ResponderEliminarLo más difícil ya lo has hecho: superar los controles de seguridad del aeropuerto sin que te quiten algo, especialmente la dignidad humana :-) Por el despiste no te preocupes, un viaje sin perderse alguna vez no es un viaje. Cuando las generaciones futuras se teletransporten de un lugar a otro, no será tan divertido.
Por suerte, el chico aunque dudaba, supo orientarlos. Porque hay otros locales que no conocen su ciudad y llevan a los turistas por cualquier lado...
ResponderEliminarBesos