Día 7: El canal del Danubio y Ratisbona
Lo primero que hicimos tras desayunar y dejar ese hotel tan antipático fue acercarnos hasta la Befreiungshalle, que es el monumento que mandó erigir Luís I de Baviera para conmemorar la liberación de Alemania (aunque todavía no existiera como tal) del dominio napoleónico. Se trata de una inmensa tarta bastante hortera y presuntuosa, pero que está situada en una posición espectacular, en la cima de una colina desde la que hay unas vistas magníficas sobre Kelheim y el Danubio. Sólo por eso merece la pena subir hasta ahí, y tampoco deja de tener su gracia el panteón, con los nombres de las diversas regiones germanas sobre cada una de las colosales estatuas (todas iguales) de la victoria; muy en plan griego, que el viejo Ludwig era muy admirador de lo heleno, como comprobaríamos al día siguiente.
Tras rendir el obligado homenaje a la patria alemana, hicimos una breve visita a Kelheim, que aunque es un pueblo agradable (muy en el estilo de los de la zona) apenas tiene la calle principal y poco más. Luego, en vez de seguir nuestro recorrido, giramos hacia el oeste remontando el canal del Danubio que enlaza este río con el Main y luego con el Rhin, permitiendo una ruta navegable desde el Mar Negro hasta el del Norte. Nosotros, claro está, no hicimos más que los primeros quince kilómetros que corresponden al parque natural del Altmühltal, con un paisaje y unos pueblitos preciosos. Essing, con unas casitas acostadas sobre el río, cada familia con sus lanchas aparcadas en el borde del jardín. Un poco más allá un espectacular puente ondulado de madera que más parecía una exhibición de ingeniería y belleza porque al otro lado no había ningún núcleo poblado, sólo senderos. Mirando desde el puente hacia las escarpadas laderas al norte se veía, en la cumbrera, el castillo de Randeck y, desde su base, a un grupo de personas descolgándose con cuerdas por las paredes rocosas casi verticales. A ese castillo no subimos, pero sí nos desviamos a través de una carretera de montaña boscosa hasta el de Prunn, una deliciosa fortaleza altomedieval, probablemente de señor feudal de pocas ínfulas, dada su escala doméstica; desde allí arriba puede imaginarse qué maravillosa vista hay hacia el valle y el canal. Acabamos la desviación en Riedenburg, también un pueblito pintoresco de aires medievales, y en una de sus terrazas sobre el río nos tomamos sendos capuchinos.
Rehicimos pues la carreterita para volver a Kelheim y allí girar hacia el norte para arribar a Ratisbona o Regensburg que es su nombre alemán. En esta ciudad habíamos reservado habitación en el Goldenes Kreuz que, aunque muy reformado desde entonces, es el mismo edificio en el cual estuvo alojado el emperador Carlos V el verano aquél durante el cual engendró a Don Juan de Austria. Teníamos miedo de tardar demasiado en encontrarlo, máxime porque sabíamos que estaba en el centro histórico que es peatonal; sin embargo, como excepción a la norma alemana, el recorrido estaba adecuadamente jalonado de discretas flechas con los nombres de los distintos hoteles en la Altstadt, lo que nos permitió llegar sin ningún error a la Haid Platz. El edificio ha sido restaurado con bastante gusto y la habitación que nos tocó, aunque no la que se ve en la página de Internet, era magnífica; con la paliza que ya llevábamos encima, nos dieron ganas de quedarnos toda la tarde botados, pero teníamos que ver la que es una de las ciudades más bonitas de Baviera.
Durante unas tres horas pateamos prácticamente entero el casco viejo, cruzando la puerta que da al puente de piedra y por éste el Danubio, admirándonos de la imponente catedral gótica, deleitándonos con la belleza del Rathaus, disfrutando del callejeo por la trama medieval … El día, además, estaba radiante, tanto que hacia las siete estábamos acaloradísimos, justo cuando caímos en una terraza junto a una iglesia barroca (con ese amarillo tan característico que en la parte de Austria que hemos visto hasta el momento en que escribo este post abunda hasta la saciedad) y nos bebimos unos exquisitamente deliciosos batidos de chocolate. De ahí al hotel a reposar un ratito, ducharnos y salir a cenar frente a la Catedral. Justo cuando regresábamos, empezaba a chispear.
Tras rendir el obligado homenaje a la patria alemana, hicimos una breve visita a Kelheim, que aunque es un pueblo agradable (muy en el estilo de los de la zona) apenas tiene la calle principal y poco más. Luego, en vez de seguir nuestro recorrido, giramos hacia el oeste remontando el canal del Danubio que enlaza este río con el Main y luego con el Rhin, permitiendo una ruta navegable desde el Mar Negro hasta el del Norte. Nosotros, claro está, no hicimos más que los primeros quince kilómetros que corresponden al parque natural del Altmühltal, con un paisaje y unos pueblitos preciosos. Essing, con unas casitas acostadas sobre el río, cada familia con sus lanchas aparcadas en el borde del jardín. Un poco más allá un espectacular puente ondulado de madera que más parecía una exhibición de ingeniería y belleza porque al otro lado no había ningún núcleo poblado, sólo senderos. Mirando desde el puente hacia las escarpadas laderas al norte se veía, en la cumbrera, el castillo de Randeck y, desde su base, a un grupo de personas descolgándose con cuerdas por las paredes rocosas casi verticales. A ese castillo no subimos, pero sí nos desviamos a través de una carretera de montaña boscosa hasta el de Prunn, una deliciosa fortaleza altomedieval, probablemente de señor feudal de pocas ínfulas, dada su escala doméstica; desde allí arriba puede imaginarse qué maravillosa vista hay hacia el valle y el canal. Acabamos la desviación en Riedenburg, también un pueblito pintoresco de aires medievales, y en una de sus terrazas sobre el río nos tomamos sendos capuchinos.
Rehicimos pues la carreterita para volver a Kelheim y allí girar hacia el norte para arribar a Ratisbona o Regensburg que es su nombre alemán. En esta ciudad habíamos reservado habitación en el Goldenes Kreuz que, aunque muy reformado desde entonces, es el mismo edificio en el cual estuvo alojado el emperador Carlos V el verano aquél durante el cual engendró a Don Juan de Austria. Teníamos miedo de tardar demasiado en encontrarlo, máxime porque sabíamos que estaba en el centro histórico que es peatonal; sin embargo, como excepción a la norma alemana, el recorrido estaba adecuadamente jalonado de discretas flechas con los nombres de los distintos hoteles en la Altstadt, lo que nos permitió llegar sin ningún error a la Haid Platz. El edificio ha sido restaurado con bastante gusto y la habitación que nos tocó, aunque no la que se ve en la página de Internet, era magnífica; con la paliza que ya llevábamos encima, nos dieron ganas de quedarnos toda la tarde botados, pero teníamos que ver la que es una de las ciudades más bonitas de Baviera.
Durante unas tres horas pateamos prácticamente entero el casco viejo, cruzando la puerta que da al puente de piedra y por éste el Danubio, admirándonos de la imponente catedral gótica, deleitándonos con la belleza del Rathaus, disfrutando del callejeo por la trama medieval … El día, además, estaba radiante, tanto que hacia las siete estábamos acaloradísimos, justo cuando caímos en una terraza junto a una iglesia barroca (con ese amarillo tan característico que en la parte de Austria que hemos visto hasta el momento en que escribo este post abunda hasta la saciedad) y nos bebimos unos exquisitamente deliciosos batidos de chocolate. De ahí al hotel a reposar un ratito, ducharnos y salir a cenar frente a la Catedral. Justo cuando regresábamos, empezaba a chispear.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Tenga cuidado, Sr. Panciutti.
ResponderEliminarNo sea que engendre por ahí a Don Miroslav de Austria.
Aggg !
ResponderEliminarSupongo que te refieres al castillo de Neuschwanstein del memazo Luis I de Baviera. Aquél estaba totalmente 'majarón', esquivo y se dice que perdiendo aceite, (eso sería lo de menos.)
No creo recordar nada más kitsch y horrendo de entre los castillitos que he visto.
No, Grillo, no se trata de ninguno de los castillos de ese Luís de Baviera. Al que tú te refieres es el II, el nieto de Luís I, que fue el de esos castillos cercanos a Munich. Mi viaje va algo más al norte, de momento.
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