La anécdota tiene ya unas décadas, ocurrió más o menos en la primera mitad de los ochenta. Un grupo de amigos en Madrid, uno de ellos –el involuntario protagonista del dislate– un alemán que estaba haciendo el doctorado en la Escuela de Arquitectura (y eso que era antes de los tiempos del Erasmus). A Niklas lo habíamos conocido gracias a Ingrid, una amiga de Rafa que llevaba ya casi un año en España dando clases particulares de alemán para financiarse las muchas copas que consumía a diario en los baretos de Malasaña. Eran amigos desde la infancia, en el mismo barrio de Bremen, aunque costaba entender que dos caracteres tan distintos, prácticamente opuestos, pudieran ser amigos. La forma en que hablaban el castellano –ambos tenían un dominio equivalente de nuestra lengua– era un buen ejemplo de ese contraste radical. Ingrid parloteaba atropelladamente, sin miedo a equivocarse (y cometía divertidísimos dislates continuamente) con su acento mezcla de alemán y granadino (había pasado un par de años en la ciudad andaluza). Niklas, en cambio, silabeaba pausadamente, mostrando el esfuerzo consciente de vocalizar correctamente, de encontrar la palabra correcta, de progresar siempre en el idioma extraño. Aunque, visto desde ahora, aprecio y estimo el mérito que tenía, lo cierto es que entonces nos resultaba un poco rollazo, como un elemento amortiguador de los ímpetus marchosos de unas chavales de veintitantos.
Un día, creo que a propósito de Alfonso Guerra, alguien del grupo uso el calificativo de zorro (“Guerra es muy zorro” o algo así). Niklas, que no entendió la acepción, preguntó inmediatamente qué significaba y se le explicó que solía aplicarse coloquialmente a una “persona muy taimada, astuta y solapada”; bueno, no se le debió dar la definición académica sino que se le pondrían unos cuantos ejemplos para que lo entendiera. El alemán, cada vez que aprendía una palabra, procuraba usarla enseguida y repetidas veces, algo que, también visto desde hoy, me parece muy buen truco para fijarla en la memoria pero que, entonces, se nos antojaba una tontería cargante. El caso es que un rato después estábamos tomando unas birras y escuchando a Marta que nos contaba cómo se las había apañado para evitar que su jefe en el curro la cambiara al turno de tarde noche. Y como lo había logrado gracias a no pocas dosis de ingenio y astucia, Niklas, creyendo que emitía un juicio preciso e incluso elogioso, le espetó con cara sonriente y vocalizando muy despacio: Es que, desde luego, eres muy zorra. Se hizo un silencio que me pareció absoluto y eterno, que rompió nuestra amiga –el rostro de un rojo subido, los ojos centellas– diciéndole: Y tú eres muy gilipollas. Y acto seguido, echarle en plena cara la cerveza que tenía en su jarra.
Si buscamos el vocablo zorro, rra en el diccionario, encontramos como segunda acepción la ya comentada y como séptima con el significado de prostituta. Como todos los hispanohablantes sabemos de sobra, la acepción segunda solo se usa en masculino (aunque el DRAE diga que vale también en femenino) mientras que la séptima –que es despectiva y malsonante– sólo se usa en femenino. Es, sin duda, un buen ejemplo de que nuestro idioma es sexista, machista, no inclusivo, discriminatorio hacia la mujer o como queramos decirlo. Porque, como se ha dicho hasta la saciedad, el lenguaje no es más que el reflejo de la sociedad y la sociedad es machista. Llegará un día –confío– en que la gran mayoría de los humanos no pensemos y hablemos despectivamente de las mujeres. Ese día, la séptima acepción de zorro, rra habrá caído en desuso: llevaremos mucho tiempo sin calificar a ninguna mujer con ese término y, por tanto, habremos olvidado que era una forma despectiva de llamar a las prostitutas (a lo mejor, hasta han desaparecido las prostitutas). Ese día –o algo antes– los académicos de la RAE, en sus periódicas revisiones del Diccionario, habrán suprimido la acepción séptima. Pero, mientras zorra siga entendiéndose como aun hoy se entiende, la obligación de los académicos es mantenerla. Aunque solo fuera para que mi amigo Niklas (¿dónde andará ahora?) hubiese podido buscarla y comprender porqué Marta se cabreó tanto con él. Dejando constancia en el DRAE de palabras machistas, la Academia no es machista; machista es el lenguaje y machistas somos quienes usamos esos términos.
Viene esto a cuento porque un amigo me hizo llegar la semana pasada una petición en change.org dirigida a la RAE que reza lo siguiente: “Entre otras, la definición que la RAE hace de “fácil” es machista, misógina y perpetua el estereotipo. Considero obligatorio hacer desaparecer esta definición, ya que resulta grave e insultante. Empecemos a utilizar un lenguaje no sexista e igualitario, con ello construiremos un mundo mucho mejor y más sano”. En efecto, en el DRAE la acepción quinta del adjetivo fácil es: “dicho especialmente de una mujer: que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”. Leo que quien ha iniciado la campaña –Marina Santos Maestre, una andaluza muy jovencita– califica de lamentable y denigrante que se use una acepción machista como esa y añade que no podemos permitir que se acepte una definición que juzga a la mujer por ser libre; según ella, si una mujer se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales, la palabra adecuada para definirla es libre y no fácil. Hombre, sin ánimo de polémica, yo creo que los “problemas” que ponga o deje de poner una mujer para tener sexo poco tienen que ver con su grado de libertad. De otra parte, no termino de estar convencido de que esta acepción (que no definición de ningún comportamiento femenino) implique juzgar a la mujer. Aunque nunca se hubiera usado fácil con este significado, es bastante probable que los tíos se informaran entre sí sobre “los problemas” que ponen mujeres concretas para acceder a tener relaciones sexuales. Hablar de eso –que es bastante machista– no supone per se juzgar a la mujer, todo depende del contexto. Ciertamente, hace unas décadas, las mujeres que se iban a la cama sin demasiados remilgos arrastraban mala reputación; como bien dice Marina, hoy no creo que ese comportamiento suponga ninguna calificación negativa. Por tanto, si decir de una mujer que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales no implica hoy juzgarla, tampoco lo implica llamarla fácil. Es la propia Marina la que le da un contenido escandalizador al vocablo.
A mí me parece, en cualquier caso, que la acepción es bastante natural. A una persona cabe calificarla como fácil cuando cuesta poco conseguir de ella lo que se pretende, convencerla de que acceda a lo que queremos. No hay por qué limitarse al terreno sexual, aunque es verdad que uno suele pensar en primer lugar en ello. Lo que es ciertamente machista es ese “dicho especialmente de una mujer” pero, como argumenta con razón la RAE, el caso está en que esta acepción del adjetivo se usa (y así está documentado) especialmente refiriéndose a mujeres. Y tampoco es nada que asombre: hasta no hace demasiado tiempo, éramos los hombres quienes, para mantener relaciones sexuales, teníamos que “convencer” a las mujeres de que “aceptaran”. Yo no recuerdo haber usado nunca la palabra fácil con este sentido, pero desde luego, en los tiempos de mis inicios sexuales (segunda mitad de los setenta), éramos muy conscientes de que había que esforzarse para que una chica accediera a (según que cosas) y de que había algunas que se dejaban convencer con menos dificultades que otras. Como por esa época yo vivía en Lima, usaríamos calificativos de la jerga peruana bastante más groseros –pero equivalentes semánticos– que la acepción quinta de fácil. Como he dicho antes, el día que a los hombres no se les pase por la cabeza que conseguir acostarse con una mujer es un esforzado proceso y, por tanto, ni se les ocurra calificar a una mujer en términos de fácil o difícil, procederá que la Academia suprima esta acepción. Mientras tanto deben mantenerla para que quien no lo sepa entienda lo que está diciendo un machista que califica a una mujer de fácil. Aunque tal vez, dada la evolución en los roles de género en el cortejo sexual, podría convenir un aggiornamento de la acepción, suprimiendo la referencia a la mujer, porque imagino que hoy las tías podrán comentarse entre sí si tal o cual chaval es más o menos fácil (en mi época todos los hombres éramos demasiado fáciles, de la tanta hambre que teníamos).
A mí me parece, en cualquier caso, que la acepción es bastante natural. A una persona cabe calificarla como fácil cuando cuesta poco conseguir de ella lo que se pretende, convencerla de que acceda a lo que queremos. No hay por qué limitarse al terreno sexual, aunque es verdad que uno suele pensar en primer lugar en ello. Lo que es ciertamente machista es ese “dicho especialmente de una mujer” pero, como argumenta con razón la RAE, el caso está en que esta acepción del adjetivo se usa (y así está documentado) especialmente refiriéndose a mujeres. Y tampoco es nada que asombre: hasta no hace demasiado tiempo, éramos los hombres quienes, para mantener relaciones sexuales, teníamos que “convencer” a las mujeres de que “aceptaran”. Yo no recuerdo haber usado nunca la palabra fácil con este sentido, pero desde luego, en los tiempos de mis inicios sexuales (segunda mitad de los setenta), éramos muy conscientes de que había que esforzarse para que una chica accediera a (según que cosas) y de que había algunas que se dejaban convencer con menos dificultades que otras. Como por esa época yo vivía en Lima, usaríamos calificativos de la jerga peruana bastante más groseros –pero equivalentes semánticos– que la acepción quinta de fácil. Como he dicho antes, el día que a los hombres no se les pase por la cabeza que conseguir acostarse con una mujer es un esforzado proceso y, por tanto, ni se les ocurra calificar a una mujer en términos de fácil o difícil, procederá que la Academia suprima esta acepción. Mientras tanto deben mantenerla para que quien no lo sepa entienda lo que está diciendo un machista que califica a una mujer de fácil. Aunque tal vez, dada la evolución en los roles de género en el cortejo sexual, podría convenir un aggiornamento de la acepción, suprimiendo la referencia a la mujer, porque imagino que hoy las tías podrán comentarse entre sí si tal o cual chaval es más o menos fácil (en mi época todos los hombres éramos demasiado fáciles, de la tanta hambre que teníamos).