Soneto cursi y comentario crítico
Náyade por mis sueños evocada,
el agua de tus ojos me envenena
inundando con la más triste pena
esta pobre alma mía desahuciada.
ansío tus esencias en mi almohada,
recreo tu figura en cada escena,
me ahogo por no ahogarme en tu melena,
te lloro una plegaria anonadada.
No basta contra la melancolía
oponer el cansancio cotidiano
si no cesa el recuerdo en su porfía.
Quisiera desvelar el gran arcano
de un amor que por siempre dé alegría,
aunque sepa que todo esfuerzo es vano.
El autor invoca (y evoca) a su amada bajo el apelativo de náyade, descarada perífrasis mitológica con la que pretende, con vana pedantería, ceñir su lenguaje al culteranismo. El agua del segundo verso enlaza burdamente la naturaleza hídrica de la ninfa con el llanto que su abandono le ha provocado. Esas lágrimas inundan, en infeliz y fácil hipérbole, el alma del poeta (mucho decir), que quiere cerrar así, en iterativo círculo, lo espiritual y lo físico. No es difícil avistar que con esos flujos entre la náyade y el amante se intenta sugerir una fusión de almas y cuerpos, mas la pobreza expresiva de tan endebles recursos ofrece un resultado confuso.
El segundo cuarteto insiste en la queja pusilánime dedicando cada verso a un motivo doloroso de los muchos otros que (hay que suponer) le provoca la pérdida de su amada. Nótese que el autor sigue fiel a la dicotomía corporal / inmaterial, alternando los versos entre estos dos ámbitos. Aunque la idea no sea en nada original, habría sido de agradecer que eludiese refugios tan transitados. Hasta patéticas parecen las elecciones léxicas que desvelan una indudable pacatería acomplejada. Ya puestos, casi hubiese sido preferible que en vez de las referencias mojigatas a los encuentros sexuales encontráramos imágenes crudas; si el primer verso, por ejemplo, rezara "añoro que en tu vaina esté mi espada", la comicidad soez no empeoraría el soneto. Y no digamos nada de la lastimosa imitación teresiana del "me ahogo por no ahogarme" del tercer verso. Los dos versos pares que se mueven en el etéreo universo espiritual no elevan el nivel de los otros. Es más, en éstos, si cabe, la conexión alterna que también funciona con los ya comentados (léanse separadas ambas parejas: 1-3 y 2-4), deja al doliente autor en un ridículo lamentable: "recreo tu figura en cada escena (y) te lloro una plegaria anonadada". ¿Ve a su náyade porque está alucinado, lo que explicaría esa anonadada tan cacofónico? ¿O se anonada de la impresión de verla? En cualquier caso, no es muy lucida la presentación de su amor.
En los tercetos se ha optado por la rima más clásica (CDC DCD), otra muestra más de lo artificioso, en este caso, del sometimiento formal. En el primero, el autor declara que trata de mitigar su pena de amor volcándose en una intensa actividad laboral, pero sin éxito. Si bien sus resonancias anacrónicas descubren una intención espuria (proclamar su pretendida filiación barroca), hemos de reconocer que el término porfía resulta acertadamente preciso para describir la obstinada insistencia con la que la añoranza por la amada revuelve los pensamientos del amante.
Acaba este malhadado ejercicio con la confesión de su impotencia erótica (que no es la única): quisiera ... pero todo esfuerzo es vano. Cabe sin embargo preguntarse si el poeta admite la imposibilidad absoluta de un amor como el que desea (que por siempre dé alegría) o, por el contrario, sigue tercamente aferrado a su esperanza utópica. Pese a tal ambigüedad, parece lícito aventurar que en dicha dicotomía podría radicar el conflicto doloroso al que se dedica este lastimero y lastimoso soneto.
No merece la pena gastar más palabras en este patético divertimento; no basta sufrir de amor para hacer poesía. Sólo se nos ocurre ofrecer al desventurado autor la lectura de buenos poemas que puedan contribuir, poco probable, a mejorar su estilo. Valga, por ejemplo, este soneto del gran Antonio Machado.
Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pedía, sin flor, fruto en la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!
CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
En zoología, "náyades" son también las almejas de río, de los géneros Anodonta, Unio, etc., por lo que el autor quiza busque también, cursilería al margen, metáforas de los órganos sexuales femeninos. O quizas eso sea mucho suponerle.
ResponderEliminarPobre poeta, qué malparado le dejas. No me parece que merezca tan mal trato. (y este Lansky, siempre pensando en lo mismo, tch, tch!)
ResponderEliminarEn cualquier caso que pases muy buenas fiestas y que el 2010 nos trate bien a todos. Si vienes por la peninsula abrígate, que lo del frío de hoy no es para creido.
Sin entender nada de poesía, me atrevo igualmente a hacer mi comentario. Una vez desmenuzado el primer poema (de quien no conocemos su autoría), y tras leer el último de Machado, las comparaciones resultan abismales. Me quedo con lo sustancial: el primero sería el llanto lastimero y artificioso de una impotencia, el segundo (como contestando la actitud del primer poeta) un canto vivificante que señala el resultado triste y vacío que obtendrá quien pretenda no arriesgarse.
ResponderEliminarMe gustaría que alguien me desvelara el enigma que encierra para mí, el significado del verso que dice:
“Ese que el pecho esquiva al niño ciego”.
Se me ocurre traducirlo por: Ese triste amor que rechaza la ceguera de la inocencia... Si fuera así, estaría en desacuerdo con su autor, pues para mí la inocencia infantil no tiene nada de ceguera. Si fuera que el amante no debe rechazar las minusvalías, sería una noble sentencia, pero poco poética. En fin, que alguien me ayude, gracias.
Chrysagon, qué tal Cupido?
ResponderEliminarGracias Zafferano: ¡se ha hecho la luz!
ResponderEliminarPoema Del Amor Navegante de Leopoldo Marechal
ResponderEliminarPorque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
A Elbiamor no Cantada
ResponderEliminarpor Leopoldo Marechal
Elbiamor, ellos dicen
que solo canto a mujeres abstractas,
a los Principios hembras,
a las madonas de la Geometería.
Ellos dicen que no he levantado
para tí ni una sola casa de música,
ni he construido el cielo de palabras
que me rogó tu ángel.
Ellos adornan sus amores
con la pinza maestra del joyereo;
con las astillas del idioma encienden
sus públicas fogatas a Dorios o Amarante;
llevan en el costado, muy visible,
la flecha del Arquero;
y es fácil para todos
en la rima o la rama
y en la pluma o el plomo.
Elbiamor, yo podría
lanzar tu nombre a las mareas del sonido,
y sentarte de pronto en la rodilla
caliente de la Musa.
Pero, ¿cómo decir lo no cantado,
lo terrible y lo justo,
sin irritar al dios que guarda
tu alegoría y mi silencio?
Ellos ignoran, Elbiamante,
que tu delicia es un sabor
defendido con siete pasadores
de un metal que lastima los dedos.
Ellos ignoran que se han perdido
las llaves de tu mundo;
por lo cual el otoño quedó afuera,
y el verdor adentro,
y la risa de pie y con su hoja intacta.
Ellos no saben que tu Día
se parece a la historia de un pueblo y su laurel,
donde tu mano derecha
lanza el navío de Ulises a los golfos perversos;
donde tu mano izquierda
prepara el vino de los héroes
y el ungüento de los leprosos;
donde cada bandera es un niño
y una razón y una muerte;
donde galopan juntos
los caballos del sol y los del hombre.
Ellos nunca sabrán que tu Noche
se ha edificado
con el plan de los alquimistas
que flagelan el mercurio,
con el sigilo de los ladrones a caballo
y el de los amantes de a pie,
con el recelo de las brujas
que arañan la tierra buscando una cebolla,
con la meditación del santo
frente a una calavera de príncipe,
con el insomnio de los gallos
evangelistas
y la inocencia de las ranas
que presenciaron el diluvio.
Elbiamor, así empieza la tortura
de un canto improferible.
¿Cómo decir que hacia tu voz caminan,
para beber, los dulces animales cansados;
que al despertar enciendes la rosa
y al dormirte la apagas;
que tu exaltado corazón impone
su ritmo a un tiempo de alazanes;
que al caminar inventas el Espacio
y al reirte construyes la primera guitarra;
que tu pulmón es el taller del aire
y tu espina dorsal el fundamento
de la Arquitectura,
y tu lengua el origen de la sal
y tu riñón el yunque porfiado de la guerra?
Elbiamor, tu memoria se parece
a un dichoso año que resucita.
Elbiamor, cuando piensas, tu Razón
es una virgen montada en un toro blanco.
Elbiamor, en tus obras
la Voluntad imita el paso
de los cargadores de trigo.
Elbiamor, cuando sueñas,
la construcción del mundo
es una risa de albañiles.
Porque tu fábula es como la paloma
que le dijo al buitre: "Yo soy tu pan y muero".
Tu leyenda es como el rey
que se fue de cacería
y regresó con la piel de un centauro.
Tu historia es como un ejército
que se durmió junto a las uvas.
Tu mito es como el flautista
que vio el semblante de su Dios
por los agujeros de su flauta.
Y es verdad que tu ciencia
es una granada inscripta
en un triángulo rectángulo.
Y tu justicia es el pez que devuelve
los anillos arrojados al mar.
Y tu furor el hijo
de un viento y una parra.
Y tu caridad el buche roto
del pelícano.
Elbiamor, ellos dicen
que solo canto a mujeres en forma de número,
y que tu elogio se parece a un niño
que no podrá nacer.
Déjalos en su mundo, y que nos dejen,
a mi en el yacimiento de tu gracia
y a ti en el ecuador de tu poeta,
Elbiatodasilencio,
y elbiamorosamente no cantada.
Lansky: No, el autor no recurría a tales metáforas. Me temo que sus conocimientos biológicos son incluso más escasos que los mitológicos.
ResponderEliminarCigarra: Tu benevolencia es balsámica. Felices fiestas también para ti; y sí, me abrigaré.
Chrysagon: Lastimero y artificioso, sí. De donde no ahí, no se puede sacar.
Zafferano: Siempre tan atenta, aun en tus elocuentes silencios.
Anónimo: Vaya, ¡Leopoldo Marechal! El soneto que transcribes me suena de hace muuuuchos años. Releyéndolo ahora me doy cuenta de que no comparto esa visión del amor unitario. Sí, es verdad que "con el número dos nace la pena" pero, para mí, el primer verso del primer terceto debería suprimir una coma: Si fuesen uno, Amor no existiría.
Felices Fiestas