¿Deben mantener los políticos sus promesas?
Todos admiramos a aquéllos que viven de modo íntegro, sin dobleces en sus conductas. Sin embargo, la experiencia demuestra que triunfan quienes actúan engañosamente y no en cambio los que proceden con lealtad. Por eso, el político prudente, si advierte que atenerse a sus palabras redunda en su perjuicio, no sólo puede sino que debe apartarse de ellas. Quien considere detestable este precepto ignora la naturaleza de los hombres, pues cualquiera está siempre dispuesto a faltar a sus compromisos si, teniendo la ocasión, así le conviene, lo cual autoriza moralmente al político a hacer lo mismo. Pero, siendo lícito el engaño, es necesario que el político encubra el incumplimiento de sus promesas con astucia y habilidad de fingimiento. No es difícil, ya que nunca faltan razones para justificar la desviación de la palabra dada.
No se piense que sólo los deshonestos pueden ser buenos políticos; casi diría que, por el contrario, quienes son de carácter falso y así actúan de continuo no obtendrán en los más de los casos sus objetivos. De hecho, un político puede ser fiel y leal en su corazón y estas virtudes hasta le resultarán provechosas siempre que esté dispuesto a desviarse de ellas cuando los vientos lo exijan. Debe comprender que, incluso mientras miente (sobre todo entonces) debe aparentar que sigue siendo íntegro y, para ello, nada mejor que la honestidad radique en su alma. De tal modo serán convincentes sus palabras y protestas de buena fe, aunque haga lo contrario de lo que está prometiendo.
Así pues, procure el político cumplir sus promesas pero sin dudar en apartarse de ellas en las frecuentes ocasiones que, de seguirlas, pondría en riesgo su permanencia en el poder. Téngase en cuenta que los hombres juzgan en función del resultado de las acciones y por tanto, si un político acierta (o consigue que sus actos se perciban como tales) se tendrán por honrosos los medios que ha empleado y se olvidarán las promesas previas, ya que el vulgo siempre se deja seducir por el éxito.
Los anteriores párrafos son una adaptación personal del capítulo XVIII de El Príncipe, de Nicolò Machiavelli, escrito en 1513. Este tan conocido (y poco leído) libro se considera la primera obra que trata del poder como es y no como debería ser y, por tanto, piedra fundacional de lo que se ha dado en llamar "ciencia política", bajo cuyos enfoques seguimos. Ha llovido mucho en este casi medio milenio y, sin embargo, qué actuales parecen estos "consejos". Por cierto, el modelo de Maquiavelo no era, como suele decirse, el arrogante y desventurado César Borgia sino nuestro Fernando el Católico, más listo que el hambre el tío. Y la canción que a continuación suena, aunque traída por los pelos, es para Lansky, para demostrarle que me gusta el viejo Cash, incluso cantando un tema de Marley.
No se piense que sólo los deshonestos pueden ser buenos políticos; casi diría que, por el contrario, quienes son de carácter falso y así actúan de continuo no obtendrán en los más de los casos sus objetivos. De hecho, un político puede ser fiel y leal en su corazón y estas virtudes hasta le resultarán provechosas siempre que esté dispuesto a desviarse de ellas cuando los vientos lo exijan. Debe comprender que, incluso mientras miente (sobre todo entonces) debe aparentar que sigue siendo íntegro y, para ello, nada mejor que la honestidad radique en su alma. De tal modo serán convincentes sus palabras y protestas de buena fe, aunque haga lo contrario de lo que está prometiendo.
Así pues, procure el político cumplir sus promesas pero sin dudar en apartarse de ellas en las frecuentes ocasiones que, de seguirlas, pondría en riesgo su permanencia en el poder. Téngase en cuenta que los hombres juzgan en función del resultado de las acciones y por tanto, si un político acierta (o consigue que sus actos se perciban como tales) se tendrán por honrosos los medios que ha empleado y se olvidarán las promesas previas, ya que el vulgo siempre se deja seducir por el éxito.
Los anteriores párrafos son una adaptación personal del capítulo XVIII de El Príncipe, de Nicolò Machiavelli, escrito en 1513. Este tan conocido (y poco leído) libro se considera la primera obra que trata del poder como es y no como debería ser y, por tanto, piedra fundacional de lo que se ha dado en llamar "ciencia política", bajo cuyos enfoques seguimos. Ha llovido mucho en este casi medio milenio y, sin embargo, qué actuales parecen estos "consejos". Por cierto, el modelo de Maquiavelo no era, como suele decirse, el arrogante y desventurado César Borgia sino nuestro Fernando el Católico, más listo que el hambre el tío. Y la canción que a continuación suena, aunque traída por los pelos, es para Lansky, para demostrarle que me gusta el viejo Cash, incluso cantando un tema de Marley.
Redemption Song - Johnny Cash (Unearthed, 2003)
CATEGORÍA: Política y Sociedad
Oh, creí que cada una de esas palabras, eran tuyas. Sí que suenan actuales los consejos de Maquiavelo ;-)
ResponderEliminarBesos
Sí, nadie lee El prícipe, y eso que es un libro breve y jugoso.
ResponderEliminarGracias por Cssh
Contestando a tu pregunta, yo opino que no. La naturaleza de los hombres, como bien dice Maquiavelo es engañosa, luego, que el político deba encubrir el incumplimiento de sus compromisos, además de lo políticamente correcto, es lo verdaderamente curioso. Y es que tenemos el convencimiento de estar en posesión de valores seguros, cuando realmente nos conducimos por senderos frágiles e inciertos. ¡Estúpido sería quien mantiene su palabra a cualquier precio, incluso al precio de faltar a la verdad! Entonces, la integridad no se mediría por el mantenimiento de los compromisos, sino por el mantenimiento de la finalidad que inspirara nuestros actos, y la finalidad no puede ser otra cosa que la persecución de la verdad.
ResponderEliminarNo.
ResponderEliminarDeben ser efectivos y, sobre todo, no ser estúpidos, ineptos, blandos y egocéntricos hasta la esquizofrenia.
Yo ya empiezo a dudar si los politicos deben ser. O existir, simplemente. Pero claro, si no están ellos, vendrá algo peor a llenar su hueco...
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