Otro accidente absurdo
Jerome, el protagonista de un breve relato de Graham Greene (Un accidente absurdo), es un escolar de nueve años interno en un colegio privado inglés. Una mañana, le llama el director para comunicarle que su padre ha muerto en Nápoles aplastado por un cerdo que le cayó encima desde un balcón. Este "accidente absurdo" y, sobre todo, la hilaridad de cualquier interlocutor cuando se entera, marca la personalidad del chaval. El cuento "acaba bien": cuando años después, una tía suya le cuenta a su novia el desdichado suceso, Sally, en vez de estallar en la habitual risa incontenible, expresa la más sincera de las aflicciones. Jerome se siente redimido de todos sus fantasmas y la besa apasionadamente.
Leí esta historieta en mis años adolescentes (junto a muchos libros de Greene) y, no sé por qué, se me quedó siempre grabada. Esta semana me volvió a la mente a raíz de una noticia local. Un hombre de cincuenta y siete años, residente en el municipio tinerfeño de La Victoria de Acentejo, murió a resultas del disparo de una escopeta que formaba parte de un sistema de seguridad que él mismo había instalado en su vivienda. Volvía a su casa y se olvidó de desactivar el mecanismo de alarma, lo que le permitió comprobar que su invento funcionaba. Es fácil barruntar cuáles serían sus últimos pensamientos. El tipo, que vivía solo, tenía que estar mal de la sesera (así han declarado los familiares) y, desde luego, mejor que haya sido él la víctima de su locura que cualquier otro.
Me pongo en el lugar de un posible hijo de este hombre, sufriendo en el colegio el cachondeo inmisericorde de sus compañeros. Un chaval que, con el transcurso del tiempo, al igual que el Jerome de Greene, irá elaborando distintas versiones sobre la muerte de su padre con las que ocultar su vergonzoso patetismo. Contará, por ejemplo, que una noche el sistema de seguridad despertó al padre y éste se enfrentó a unos intrusos armados quienes lo mataron a quemarropa; y mientras lo hace, espiará cualquier indicio de sospecha en su interlocutor, temeroso de que la ominosa verdad lo precipite de nuevo al ridículo. Y a lo mejor también este imaginario hijo encuentra la redención de sus miedos gracias al amor.
Si es que, antes de hacer gilipolleces, hay que pensar en las consecuencias, y no sólo en las que caerán sobre uno mismo. Confiemos en que este hombre no tuviera hijos en edad escolar.
Leí esta historieta en mis años adolescentes (junto a muchos libros de Greene) y, no sé por qué, se me quedó siempre grabada. Esta semana me volvió a la mente a raíz de una noticia local. Un hombre de cincuenta y siete años, residente en el municipio tinerfeño de La Victoria de Acentejo, murió a resultas del disparo de una escopeta que formaba parte de un sistema de seguridad que él mismo había instalado en su vivienda. Volvía a su casa y se olvidó de desactivar el mecanismo de alarma, lo que le permitió comprobar que su invento funcionaba. Es fácil barruntar cuáles serían sus últimos pensamientos. El tipo, que vivía solo, tenía que estar mal de la sesera (así han declarado los familiares) y, desde luego, mejor que haya sido él la víctima de su locura que cualquier otro.
Me pongo en el lugar de un posible hijo de este hombre, sufriendo en el colegio el cachondeo inmisericorde de sus compañeros. Un chaval que, con el transcurso del tiempo, al igual que el Jerome de Greene, irá elaborando distintas versiones sobre la muerte de su padre con las que ocultar su vergonzoso patetismo. Contará, por ejemplo, que una noche el sistema de seguridad despertó al padre y éste se enfrentó a unos intrusos armados quienes lo mataron a quemarropa; y mientras lo hace, espiará cualquier indicio de sospecha en su interlocutor, temeroso de que la ominosa verdad lo precipite de nuevo al ridículo. Y a lo mejor también este imaginario hijo encuentra la redención de sus miedos gracias al amor.
Si es que, antes de hacer gilipolleces, hay que pensar en las consecuencias, y no sólo en las que caerán sobre uno mismo. Confiemos en que este hombre no tuviera hijos en edad escolar.
Pigs on the wind (part One) - Pink Floyd (Animals, 1977)
CATEGORÍA: Curiosidades dispersas
Fantástico.
ResponderEliminarLas 'boberías' (término tan canario) no suelen serlo.
Da gusto leerte. Gracias.
tan breve, se agradece, como encantador...gracias
ResponderEliminarRecuerdo el cuento, y recuerdo que yo pensé lo mismo que ahora: que dejar de avergonzarse de los padres es un síntoma de madurez (no hay más que ves la vergüenza que pasan los adolescentes con sus padres en presencia de otros como ellos).
ResponderEliminarPero ¿qué pinta un cerdo en un balcón, es lo que yo me pregunto?
ResponderEliminarAhora que me doy cuenta, creo que mis hijas se siguen avergonzando de mi, y ya no son adolescentes ¿será que verdaderamente yo soy como para dar vergüenza? No me extrañaría nada