sábado, 29 de mayo de 2010

Mi padre antes de serlo (I)

Escojo como banda sonora del post esta canción que años más tarde haría tan popular Ray Charles. Casa cronológicamente con la historia aunque estoy seguro de que ninguno de mis protagonistas la gustaría en su época. Pero es que escucho bastante jazz ultimamente.


Georgia on my mind- Django Reinhardt (1936)

En la autobiografía parcial y póstuma de Cabrera Infante (Cuerpos Divinos) que estoy leyendo estos días se narra, muy de pasada, un incidente habanero que indirectamente le tocó vivir a mi padre. O, al menos, así aparece en alguno de mis difusos recuerdos, si bien no podría asegurar cuánto tienen de tales o de invenciones casi febriles de mi imaginación. Mi padre murió en diciembre de 2000, a los setenta y dos, por lo que no puedo ya corroborar la veracidad de la anécdota, lo cual, de otra parte, tampoco me importa demasiado pues, al fin y al cabo, no tengo claro que exista una separación radical entre lo que fue y lo que pudo haber sido y, desde luego, lo segundo es siempre más fértil y atractivo a la hora de relatar historias. Sin embargo, para no desbarrar mucho en la invención, antes de ponerme a escribir sobre unos lejanos días cubanos de febrero del 57, trato de reconstruir escenas de la vida de mi progenitor de las que apenas conozco retazos que contaba con poca frecuencia y a los que yo, desde un típico desdén adolescente, apenas atendía.

Mi padre nació en Valencia, hijo de un valenciano y de una gallega (sobre mi abuela ya escribí hace un tiempo) que ignoro cómo se conocieron. Si sé, en cambio, que mi abuelo era empleado de Correos y Telégrafos durante la Segunda República y un hombre muy religioso y políticamente fuertemente vinculado al carlismo. El carlismo había venido debilitándose progresivamente desde 1876 (con la derrota en la última de sus guerras) y de su seno se habían ido escindiendo diversos grupos: el Partido Nacionalista Vasco, como el más destacado, pero también el Partido Católico Tradicionalista y el Partido Católico Nacional. Obviamente, por su carácter marcadamente católico y monárquico, los carlistas fueron, desde la misma implantación de ésta, acérrimos enemigos de la República y quienes más enconaron la llamada "cuestión religiosa", que se inició durante el debate parlamentario de la Constitución y en cuyo marco Azaña pronunció su famosa frase de que "España ha dejado de ser católica".

Puedo suponer pues, aunque no me conste, que mi abuelo militaría en la Comunión Tradicionalista de Fal Conde e imagino que, con casi total seguridad, sería un apasionado defensor de las ideas conservadoras y firme opositor de los esfuerzos gubernamentales por separar la Iglesia del Estado y limitar el poder e influencia de la primera en la vida social española. Meses antes de la guerra civil, según me cuenta mi hermano (a quien le gustan las inquisiciones familiares), participo en una Adoración nocturna que acabó con enfrentamientos violentos entre los católicos y grupos anticlericales (quizá de las juventudes socialistas). Las cosas debían estar poniéndose lo suficientemente feas y él debía haber adquirido algún protagonismo en las mismas, ya que temió sufrir represalias, tanto como para que optara por alejar a su familia de Valencia. Así mi abuela, junto con los tres hijos pequeños, viajó a Bande, un pueblo orensano muy cerca de la frontera con Portugal (por si había que cruzarla), en donde contaba con familiares. Poco después les seguiría mi abuelo, una vez que consiguió que le adjudicaran un puesto en la oficina de telégrafos de esa localidad gallega (imagino que pasar de Valencia a Bande, bajar en el escalafón, no tuvo que costarle demasiado).

Allí, en Bande, le cogería a la familia de mi padre, recientemente aumentada con el nacimiento de mi tío Jesús (en la actualidad con demencia senil), el inicio de la guerra. Allí también moriría el tercero de los hijos, Vicente, de unos tres años. Mi padre contaba, y al dato hay que darle la fiabilidad que merece el recuerdo de un niño de ocho años, que al recibir las noticias del levantamiento militar, mi abuelo, erigiéndose en autoridad local en razón de su puesto de jefe de la oficina de correos, requirió a los guardias civiles que lo acompañaran a detener al alcalde republicano, poniendo al municipio, desde el primer momento, en el bando "nacional". Esos años, sin embargo, mi padre no los pasó en el pueblo gallego sino que lo enviaron interno a un colegio religioso de Valladolid. Es curioso que toda su educación, hasta acabar el bachillerato, fue en internados. Eran años duros, esos finales de los treinta y la década posterior, pero mi padre, apartado de su familia, los tuvo que vivir con especial aspereza. Imagino que mucho tendría que ver en ello el carácter intransigente de mi abuelo, quizá decidido a templar la personalidad de su primogénito.

Acabada la guerra, a mi abuelo, como premio a su comportamiento en la "cruzada", le ofrecieron un alto cargo en Correos. Lo rechazó con una de esas frases que más de una vez oí en mi niñez: yo no he hecho la guerra para eso; destínenme al puesto más difícil de que dispongan. Y, claro está, lo hicieron, que siempre habría alguno que agradecería lo que él rechazaba. De forma que, en el treinta y nueve, la familia se trasladó a Gerona, cuya cercanía al Pirineo la convertía en una plaza importante para vigilar los movimientos antifranquistas (el maquis, básicamente). La terrible penuria de esos años se agravaba con la estricta moral de mi abuelo. Contaba mi tía, por ejemplo, que un día en que estaban comiendo, reconoció el sabor del aceite de oliva con el que habían frito los huevos, ingrediente que era prácticamente indisponible por entonces. Airado, preguntó de dónde había salido y mi abuela hubo de confesar que provenía de un estraperlista. Sobre la marcha ordenó que se tirara a la basura toda la comida cocinada con ese aceite y que se vaciara por el retrete la garrafa. Durante la estancia en Gerona, mi abuelo se puso muy enfermo, tanto que estuvo durante varias semanas a las puertas de la tumba. Parece que mi abuela se dedicó a su cuidado con tanto esfuerzo y devoción que logró que se recuperara para acto seguido, absolutamente debilitada, enfermar y morir en pocos días. Desconozco la fecha de su fallecimiento, pero tuvo que ser muy poco avanzados los cuarenta, porque los dos hermanos de mi padre eran todavía muy niños.

Probablemente sería la muerte de esa abuela que nunca conocí lo que obligó al viudo a ir a Madrid con sus dos hijos pequeños, pues mi padre siguió interno en los jesuitas de Sarriá. En la capital su confesor le presentaría a una señora de "familia decente y religiosa" con la que se casó. Mi padre siempre se refería a su madrastra (la abuelita, como la llamábamos de niños) como una mujer ejemplar que renunció a su vida más o menos acomodada para ocuparse de un viudo y unos huérfanos, lo que implícitamente suponía reconocer que no se trataba para nada de un matrimonio "por amor". Si mi abuelo era de una dignidad (rayana en la soberbia, diría yo) y religiosidad a machamartillo, encontró en esa mujer un alma gemela. Seca y austera, la recuerdo como una mujer nada efusiva, pródiga en comentarios cortantes. Esa vocación por el sacrificio ha sido una especie de mito en mi familia, aunque tampoco sé muy bien qué es lo que sacrificó. Parece que durante los primeros meses madrileños mi abuelo y mis tíos vivían prácticamente como desarrapados en una pensión madrileña y escasísimos de recursos (lo cual, por otra parte, no debería ser para tanto ya que era funcionario público) y que la abuelita, imagino que tras casarse, los acogió generosamente en la vivienda de su familia, en una buena zona de la capital. Otra de las anécdotas familiares es la de esa mudanza, con mi abuelo y sus tres hijos empujando un carro con sus pertenencias por las calles de Madrid. Luego se fueron de alquiler a la casa de Donoso Cortés (adecuado personaje dada la forma de pensar de mis abuelos) en la que todavía vive mi tía, la cual, con los años, adquirieron.

Estos son mis dos abuelos, conmigo y mi hermana, en 1963

En todo caso, mi padre siguió interno en Barcelona hasta acabar el bachillerato, así que en esa etapa de su primera adolescencia mucha vida familiar no haría. Tampoco después porque, instalado en Madrid para estudiar medicina (calculo que hacia el 45 o 46), al tercer año su madrastra lo echó de la casa y pasó a vivir en colegios mayores hasta el final de la carrera. Supongo que la buena señora no haría buenas migas con el hijo mayor de su marido, al cual no habría podido educar según su gusto. No obstante, hasta que murió (a mediados de los ochenta) siempre observé en mi padre una actitud tremendamente respetuosa (no cariñosa, ciertamente) hacia la abuelita. Aunque era más que evidente que no teníamos con la familia paterna la misma cordialidad que con la materna (entre otras cosas, desde el principio mi abuela había despreciado a mi madre), mi padre procuraba evitar los roces y que los nietos (nosotros) mantuviéramos unas relaciones familiares comme il faut.

En fin, cuando empiezo no sé parar. Como dije al principio de lo que quería hablar era de un episodio cubano del 57 y me dije que, antes de contarlo, había de situar a mi padre. Pero tampoco lo he hecho hasta ahora, porque los antecedentes necesarios provienen de su época universitaria madrileña, cuyo desempolvamiento requerirá un próximo post. Qué se le va a hacer.

CATEGORÍA
: Recuerdos

5 comentarios:

  1. Es la primera vez que leo tu entrada, seguramente debido a una conjunción extraña de astros y planetas, y me he queado prendado por lo bien que escribes y lo interesante de tu historia. Estoy deseando leer la continuacion de esa vida tan atractiva de que hablas. Un fuerte abrazo y gracias por escribir.

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  2. Leí fascinada la historia de tu familia. Durante los últimos cien años pasaron tantas cosas y las costumbres cambiaron tan vertiginosamente que en la historia de cada familia podemos encontrar un tesoro.

    Para no ser menos ;-) Cuando niño, mi abuelo se escapó para ver la visita de la familia imperial a su pueblo. ¿Sabés a quién vio? A Nicolás II, el último zar de Rusia. Es tan cercano y lejano a la vez...
    Besos

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  3. En esa época los funcionarios públicos, aparte de ganar una miseria, no tenían asegurada la plaza: si ganaba las elecciones el bando contrario se iban a la calle y eran sustituidos por los "otros", liberales vs conservadores o canovistas, de ahí y no de los bandos de la República viene lo de "las dos Españas"

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  4. Fernando: Gracias por tu comentario. En cuanto tenga un poco de tiempo, pasaré a leer tu blog con la atención que merece.

    Alicia: ¡Nicolás II! Seguro que la historia de tu abuelo sí que es interesante.

    Lansky: Sí que ganarían una miseria, imagino. Pero tampoco era la época de Cánovas, hombre. Además, mi abuelo había "ganado" la guerra.

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  5. No te preocupes por entretenerte por el camino. Cuando este es tan fascinante, la meta propuesta es, más que otra cosa, un pretexto para recorrerlo. Y estos vistazos retrospectivos a la historia de una familia dan un punto de vista privilegiado para entender un poco mejor una época.

    (Efectivamente, yo creo que ese "turno de cesantías" a que se refiere Lansky, según ganaran los unos o los otros, es cosa del XIX. La dictadura de Primo, y luego la República, modrnizaron la función pública y eso dejó de pasar. Ahora, sí es cierto que ganaban una mierda. Pero inamovible.)

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