miércoles, 13 de octubre de 2010

De vuelta a la clínica Costa

Como he contado en un post anterior, desde que conocí el nombre de Gabarda y "su" clínica Costa, he estado buscando por varios sitios para tratar de completar algunas dudas. La primera que se despejó fue la ubicación precisa de la Clínica. No era muy difícil; bastaba con hablar con cualquier amigo nacido no más tarde de los primeros cincuenta o, si no, con las madres mayores de otros amigos. Por distintos testimonios de personas que la recordaban, he sabido que la clínica Costa se emplazaba en la esquina entre Viera y Clavijo y la Rambla, donde hoy está el edificio Sirinoque, construido a principios de los setenta y, para mi gusto, con desafortunada estética. De lo que estoy seguro es de que es bastante más feo que el palacete ecléctico de principios del XX que albergaba a la desaparecida clínica, pues más de uno de mis testigos me ha comentado que era un edificio precioso.

En el post que publiqué el sábado 18 de septiembre, comparando lo que se veía en una foto de 1918 con la actualidad, ya apuntaba que ese palacete de grandes dimensiones en la última manzana de Viera y Clavijo, la de forma triangular que da a la Rambla, quizá fuera la clínica Costa. Sin embargo, terminaba apostando que la clínica estaría localizada en alguna de las casitas de la cuadra inferior. Esa apuesta, que ahora ya puedo decir con seguridad que estaba equivocada (últimamente pierdo bastantes apuestas, hasta las que hago conmigo mismo) se basaba en mi intuición (mala) y en la sospecha de que si hubiera hecho esquina con la Rambla, Gabarda, en su artículo, habría preferido localizarla con ese dato más que con el número postal; pero también esa hipótesis era errada. Lo cierto es que ahora puedo volver a mirar la foto del 18 ya sabiendo que ese palacete era la clínica Costa y comprobar cómo, en efecto, se trataba de una magnífica edificación, de notable prestancia arquitectónica y (así hay que suponerlo) sanitaria.

Como este post va de "desfacer entuertos", corregiré otra suposición mía que también resultó falaz: que la clínica Costa era propiedad de Luís Gabarda. Gracias a un amigo tinerfeño he podido contactar telefónicamente con un antiguo compañero suyo de colegio, nieto de Gabarda y que, entre muchos otros datos interesantes que sacian suficientemente mi curiosidad sobre el personaje (y que ya publicaré en un próximo post para deleite de mis trolls), me ha asegurado que su abuelo pasó a ocuparse de la dirección de la clínica a la muerte de su propietario y fundador, el doctor Costa (de ahí el nombre). En mi descargo he de decir que al error me indujo el propio Francisco Franco Salgado-Araujo quien, en sus memorias, al citar al doctor don Luís Gabarda dice "que tenía su clínica abierta en Santa Cruz". Sin embargo, debería haber recelado de esta suposición pues conocía (lo dice el propio Gabarda en su artículo del ABC) que el médico no vivía en el mismo edificio de la clínica, como era lo más habitual en este tipo de inmuebles (la planta baja para el uso sanitario, la principal para el médico y su familia y, eventualmente, alguna vivienda de alquiler en pisos superiores).

Tras unas cuantas averiguaciones no me cabe duda de que el médico fundador fue el doctor Diego Costa Izquierdo (1877-1920), hijo de otro muy ilustre galeno tinerfeño, el doctor Diego Costa y Grijalba (1844-1903), introductor en Tenerife de la asepsia quirúrgica y las teorías de Pasteur. Costa Izquierdo, de acuerdo a los datos que aporta Alfonso Morales y Morales en su Gran Enciclopedia Canaria, fue académico de número de la Real Academia Canaria de Medicina, director del Hospital Civil y fundó la "Casa de Salud Médico-Quirúrgica del Dr. Costa", la clínica que en su época era la más avanzada de Santa Cruz. Este hombre, además de académico y secretario perpetuo de la Real de Medicina, también lo fue de la Real Academia Canaria de Bellas Artes en su sección de pintura, lo cual no deja de ser curioso. Según el libro "Los Rayos X en Canarias", de don Francisco Toledo Trujillo (el académico que tan amablemente me facilitó información sobre Gabarda), el doctor Costa casó con doña Isabel Zerolo Fuentes, hija y hermana de también ilustrísimos médicos tinerfeños (eran frecuentes por esos primeros años del siglo pasado los enlaces "corporativos"). El nieto de Gabarda me había hablado de que, a la muerte del doctor Costa, su viuda le encargó la dirección del negocio; doña Isabel, me dijo, una señora mayor de la que todavía me acuerdo. Demasiada coincidencia como para que no esté acertado. Para rematar mi seguridad, encuentro en internet unos pasajes definitivos en el libro "Los Dominicos de Andalucía en la España Contemporánea", de Antonio Larios. Parece que la Orden de Predicadores, allá por el año 1961, ante las perspectivas de expansión de su colegio de las Dominicas se plantean la posibilidad de montar un Colegio Mayor en Santa Cruz, además de que necesitaban alguna sede en la capital debido a la necesidad de hacer continuas gestiones antes las autoridades para la finalización de las obras de la Basílica de Candelaria. Tomada la decisión, "sólo faltaba buscar medios y lugar para su establecimiento. Para ello se iniciaron trámites de tanteo con doña Isabel Zerolo Fuentes, señora perteneciente a una de las familias mejor situadas, en aquellos momentos, en el ámbito social y económico de la capital tinerfeña. ... El compromiso religioso y el espíritu de colaboración mostrado por la expresada señora con la Orden de Predicadores la llevó a incluir en su cuarto testamento la siguiente disposición: Lega en pleno dominio la casa en donde habita la testadora, en la calle de Jesús y María número dos, de esta ciudad, a los Padres Dominicos, O.P. de la Provincia Bética para que la destinen a los fines Apostólico-Religiosos que consideren más convenientes ..." En el quinto y último Testamento, de 1965, doña Isabel introdujo algunas modificaciones pero mantuvo el legado en pleno dominio".

Jesús y María número 2 corresponde también a la parcela triangular (con la Rambla y Viera y Clavijo) de la clínica Costa. O sea, que como ya he dicho que era habitual, la viuda del doctor Costa quedó habitando el edificio hasta su muerte que sería probablemente poco después de 1965; sería una señora de setenta y pico (nació en 1891 y fue la tía abuela del actual alcalde chicharrero) a quien recuerda perfectamente el nieto de Gabarda (que nació en el 53). Supongo, aunque no me consta, que el legado de doña Isabel Zerolo se hizo efectivo y que los dominicos se hicieron con el inmueble y lo destinaron al fin apostólico-religioso de venderlo para que fuera demolido y en su lugar construido el ya citado edificio Sirinoque, que ahí sigue en la actualidad. Una pena.

Como ya comenté en mi anterior post sobre Gabarda (y en el que hay algunos errores que corregiré en breve), desconocía qué fue del personaje entre 1905 (que es la fecha en que se licencia de médico por la Facultad de Valencia, según me informó don Francisco Toledo) y 1926 en que consta su presencia en la Real Academia de Medicina de Tenerife; es decir, entre los 21 y los 42 años. Ahora sé, gracias a su nieto, que se casó en la Isla y si, como es normal, el matrimonio ocurrió entre los finales de su veintena e inicios de su treintena, puedo barruntar de momento (a falta de ulteriores averiguaciones) que a principios de la segunda década de siglo ya estaba en Tenerife, destinado al cuerpo de sanidad militar de la Comandancia de Canarias. Puedo imaginar (siempre pendiente de corroboración) que Gabarda, siete años menor que Costa, podría convertirse en colaborador de éste en su clínica que probablemente, a la llegada del médico militar, no llevaría mucho tiempo abierta. Me parece lo más probable que hubiera una estrecha relación de amistad y colaboración profesional entre ambos médicos para explicar que, a la prematura muerte del propietario (con sólo 42 años), su viuda decidiera ofrecerle a Gabarda la dirección del establecimiento. Máxime cuando, como ya he dicho, a doña Isabel Zerolo no le faltaban contactos médicos y su propio hermano Tomás no habría de tener clínica propia hasta 1952. Fueran cuales fueran las razones, lo cierto es que la Clínica Costa fue dirigida en la mayor parte de su existencia por el doctor Luís Gabarda Sitjar, sin perjuicio de que la propiedad de la misma correspondiera a la viuda del fundador, el doctor Diego Costa Izquierdo. Supongo también que la muerte de Gabarda en 1958 debió llevar al cierre del establecimiento, por más que en el edificio siguiera viviendo doña Isabel durante algunos años más.

En fin, una de mis dudas, la referida al inmueble, me ha quedado suficientemente satisfecha. En siguientes entregas procuraré despejar alguna otra de mayor importancia.


Chamarrita de los milicos- Alfredo Zitarrosa (Mis 30 mejores canciones, 1998)

Nota: La última foto proviene del libro de Ricardo de La Cierva sobre Franco, que ya cité en un post anterior. El texto que la acompaña reza lo siguiente: "Al final de la calle tinerfeña de Viera y Clavijo, donde desemboca en la hermosa avenida que hoy lleva el nombre del general Franco, se alza aún esta verja (lo único que queda) de la clínica Costa, donde el doctor Gabarda recibía y transmitía los mensajes de los conspiradores. Al fondo, el domicilio particular del doctor". Me referiré a este nuevo dato de la clínica como centro conspiratorio en otro momento (todavía me faltan algunas incógnitas que despejar). Lo que sí aprovecho para decir es que la foto debe ser de pocos años antes de la publicación del libro (1973), cuando ya habían demolido el palacete original pero todavía no habían construido el actual edificio Sirinoque.

CATEGORÍA: Personas y personajes

2 comentarios:

  1. Miroslav, sus crónicas me encantan. En mi vida estuve en ni cerca de donde Usted comenta, la guerra civil española es para mí también extraña y aún así me parece muy interesante y ameno el relato.
    Tengo una duda existencial: ¿Serán alguno de sus trolls un heterónimo suyo?
    Sabrá que muchos autores se ocupan de integrar en la creación a sus críticos. Por ejemplo, Marechal en "El banquete de Severo Arcángelo" pone a dos payasos Gog y Magog a torpedear el evento.

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  2. Amigo chofer: me alegra que el relato le parezca ameno e interesante, máxime cuando el asunto le es tan ajeno. En cuanto a su duda existencial, puedo asegurarle que anda usted equivocado. Esos trolls que a veces me honran con sus visitas (pocas, tampoco es para quejarse) son distintos de yo mismo. No me crea tan retorcido como para ensayar tácticas de ese tipo.

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