Hemeroteca
No todo está en internet, le gusta decir a mi amigo Lansky (pero estará dentro de no mucho, añadiría yo), y tiene razón, claro. No están, por ejemplo, los periódicos tinerfeños de los años treinta que me convenía revisar en mis trascendentales investigaciones microhistóricas. Así que me dicen que la mejor hemeroteca es la de la Biblioteca Municipal Central que está en el TEA, uno de los pocos edificios de "arquitecto estrella" cuyo diseño e implantación urbana me parecen de los más acertados. Total, que el sábado pasado a media mañana me doy un salto para fisgar un ratito. Resulta que el magnífico e impresionante espacio que alberga la biblioteca está abierto las veinticuatro horas de los siete días de la semana, para que no se diga que esta capital chicharrera no anima a sus residentes a empaparse de cultura. Sin embargo, según me informa una preciosa chavala con la que intentaban ligar descaradamente tres viejetes verdes (o sea, más o menos de mi edad), la hemeroteca sólo atiende de lunes a viernes y de 9 a 18 horas. Horario que, como cualquiera puede imaginar, no me será muy compatible hasta que me jubile.
Ayer martes, sin embargo, tenía una reunión a las diez de la mañana en Santa Cruz, lo que me dejaba una horita escasa libre para pasar por la hemeroteca. Acompañado por una chica, bajo hasta un sótano cerrado a cal y canto (puerta de seguridad y antifuego) y entro en un amplio espacio (en el TEA todo es amplio) donde no hay casi nadie más que las cuatro o cinco empleadas que allí trabajan. Lógico, pues a esas horas la gente estará trabajando (o haciendo cola en las oficinas del INEM) y los jubilados que deciden dedicarse a investigadores amateur supongo que llegan algo más tarde. De hecho, hacia las diez menos cuarto, cuando ya estaba a punto de irme, apareció un señor de unos setenta, de fuerte acento catalán, ya conocido por las empleadas (lo saludaron con efusivas muestras de cariño y respeto), quien se dedicaba a estudiar a Pedro García Cabrera y esta vez quería consultar algunas fechas de la Gaceta de Tenerife de la década de los veinte, rastreando alguna pista que le aclarara un verso del poemario Líquenes (1928) que –fueron sus palabras- le traía loco.
En fin, la cosa es que la amable señorita, tras comprobar que era novato en estos menesteres, se dispuso a iniciarme con la buena disposición y paciencia que siempre se agradece cuando te inician a cualquier práctica y te sientes torpe e inseguro, pero no pasa nada, te tranquiliza ella, eso le pasa a todos, etcétera. Me preguntó pues que que quería consultar y cuando le contesté que el periódico La Tarde de los días 15, 16 y 17 de julio de1936, esbozó apenas una sonrisa tranquilizadora y me pidió que esperara un instante para volver enseguida con un rollito de transparente microfilm que abarcaba todo el segundo semestre de ese año fatídico. No negaré que me decepcionó un poquillo que no me entregara los periódicos originales, con sus páginas a lo mejor algo amarilleadas, pero comprendí que motivos de profiláctica seguridad aconsejaban esta solución. Claro que manejar el rollo microfilmado exige unas habilidades que ejercitaba por primera vez (en pasar páginas, en cambio, acumulo larga experiencia), si bien he de decir que, salvo el insertar la película en las guías y rodillos de la máquina-visor, no requieren pericia sobresaliente.
La máquina para pasar y leer los microfilmes no era tan chula como la de la imagen del párrafo anterior. Sólo te permitía leer una página completa, con una letra mínima que te agotaba la vista (la próxima vez llevo una lupa), o bien darle a una palanca y ampliar la imagen al doble pero con tal pérdida de nitidez que la legibilidad era todavía peor. Además, no tenía sistema de copiado de la imagen que te interesaba; por lo visto antes sí, pero se les había estropeado. O sea que no me quedaba más remedio que forzar la vista repasando las apretadas columnas del periódico a la caza de lo que buscaba (que poco criterio de composición gráfica tenían en la prensa de los años treinta) y, cuando lo hallaba (que varios datos relevantes encontré), copiar el texto a mano a en el cuadernito que previsoramente llevaba conmigo. Supongo que una vez microfilmados los fondos de la hemeroteca municipal (que según me dicen son magníficos) no debería costar demasiado escanearlos para que sean vistos a través de un ordenador, lo que desde luego facilitaría mucho su empleo, máxime a los jubilados cuyas agudezas visuales han de ser inferiores a las mías. Además, así también podrían subirlo a internet progresando hacia la fantasía borgiana de la Biblioteca de Babel(todo se andará).
Una breve e interesante experiencia nueva que, pese a sus pequeños inconvenientes, me ha gustado y procuraré repetir, espero que antes de jubilarme. De todas formas, no es ésta la única hemeroteca de la Isla así que, ya que me he desvirgado, habrá que probar los restantes antros de perdición (algún experimentado vicioso me ha recomendado la hemeroteca de la Biblioteca Central de la Universidad de La Laguna, que creo que tiene un horario algo más estirado que me permitiría acceder a última hora de la tarde). En cualquier caso, el limitado objetivo investigador con que llegué ayer al TEA ha sido logrado satisfactoriamente, tal como contaré en una próxima entrega.
Ayer martes, sin embargo, tenía una reunión a las diez de la mañana en Santa Cruz, lo que me dejaba una horita escasa libre para pasar por la hemeroteca. Acompañado por una chica, bajo hasta un sótano cerrado a cal y canto (puerta de seguridad y antifuego) y entro en un amplio espacio (en el TEA todo es amplio) donde no hay casi nadie más que las cuatro o cinco empleadas que allí trabajan. Lógico, pues a esas horas la gente estará trabajando (o haciendo cola en las oficinas del INEM) y los jubilados que deciden dedicarse a investigadores amateur supongo que llegan algo más tarde. De hecho, hacia las diez menos cuarto, cuando ya estaba a punto de irme, apareció un señor de unos setenta, de fuerte acento catalán, ya conocido por las empleadas (lo saludaron con efusivas muestras de cariño y respeto), quien se dedicaba a estudiar a Pedro García Cabrera y esta vez quería consultar algunas fechas de la Gaceta de Tenerife de la década de los veinte, rastreando alguna pista que le aclarara un verso del poemario Líquenes (1928) que –fueron sus palabras- le traía loco.
En fin, la cosa es que la amable señorita, tras comprobar que era novato en estos menesteres, se dispuso a iniciarme con la buena disposición y paciencia que siempre se agradece cuando te inician a cualquier práctica y te sientes torpe e inseguro, pero no pasa nada, te tranquiliza ella, eso le pasa a todos, etcétera. Me preguntó pues que que quería consultar y cuando le contesté que el periódico La Tarde de los días 15, 16 y 17 de julio de1936, esbozó apenas una sonrisa tranquilizadora y me pidió que esperara un instante para volver enseguida con un rollito de transparente microfilm que abarcaba todo el segundo semestre de ese año fatídico. No negaré que me decepcionó un poquillo que no me entregara los periódicos originales, con sus páginas a lo mejor algo amarilleadas, pero comprendí que motivos de profiláctica seguridad aconsejaban esta solución. Claro que manejar el rollo microfilmado exige unas habilidades que ejercitaba por primera vez (en pasar páginas, en cambio, acumulo larga experiencia), si bien he de decir que, salvo el insertar la película en las guías y rodillos de la máquina-visor, no requieren pericia sobresaliente.
La máquina para pasar y leer los microfilmes no era tan chula como la de la imagen del párrafo anterior. Sólo te permitía leer una página completa, con una letra mínima que te agotaba la vista (la próxima vez llevo una lupa), o bien darle a una palanca y ampliar la imagen al doble pero con tal pérdida de nitidez que la legibilidad era todavía peor. Además, no tenía sistema de copiado de la imagen que te interesaba; por lo visto antes sí, pero se les había estropeado. O sea que no me quedaba más remedio que forzar la vista repasando las apretadas columnas del periódico a la caza de lo que buscaba (que poco criterio de composición gráfica tenían en la prensa de los años treinta) y, cuando lo hallaba (que varios datos relevantes encontré), copiar el texto a mano a en el cuadernito que previsoramente llevaba conmigo. Supongo que una vez microfilmados los fondos de la hemeroteca municipal (que según me dicen son magníficos) no debería costar demasiado escanearlos para que sean vistos a través de un ordenador, lo que desde luego facilitaría mucho su empleo, máxime a los jubilados cuyas agudezas visuales han de ser inferiores a las mías. Además, así también podrían subirlo a internet progresando hacia la fantasía borgiana de la Biblioteca de Babel(todo se andará).
Una breve e interesante experiencia nueva que, pese a sus pequeños inconvenientes, me ha gustado y procuraré repetir, espero que antes de jubilarme. De todas formas, no es ésta la única hemeroteca de la Isla así que, ya que me he desvirgado, habrá que probar los restantes antros de perdición (algún experimentado vicioso me ha recomendado la hemeroteca de la Biblioteca Central de la Universidad de La Laguna, que creo que tiene un horario algo más estirado que me permitiría acceder a última hora de la tarde). En cualquier caso, el limitado objetivo investigador con que llegué ayer al TEA ha sido logrado satisfactoriamente, tal como contaré en una próxima entrega.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarcreyente como soy de las bondades de la Red, borgiana biblioteca de Babel en ciernes, arrojé a la basura todos los dibujos de mis cinco años de trabajo para "La Opinión" de Argentina, de la que fui durante esa época único ilustrador...
ResponderEliminarparece que nadie se ocupó de guardar los archivos de ese diario tan emblemático, o al menos nadie sabe quién puede haberlo hecho.
¿ Quién es el señor de la foto ?
ResponderEliminarC.C: es Borges en el año 51; es decir recién empezada su cincuentena. Es que estamos acostumbrados a verlo de viejo.
ResponderEliminarMiros: con tus generosas a la par que amables referencias a mi blog no voy a tener más remedio -me estás obligando a ello- que escribir un post tipo lista con todas las maravillosas cosas que no están ni nunca estarán en Internet. Te aseguro que será una lista larga o un post en varias entregas. Un saludo
ResponderEliminarRespondiendo a Bertini, en la hemeroteca del cual soy director, hemos logrado microfilmar la coleccion del diario "La Opinión" 1971-1980 bastante completa solo faltan algunas cosas que algunos desaprensivos mutilaron.
ResponderEliminarCreo que fantaseas, Panciutti.
ResponderEliminarTodavía no es posible el escaneado de documentos antiguos con celeridad y costes asumibles.
Alguna vez he solicitado realizar esto y los costes son disparatados.
El equipo de personas que sería necesario es enorme y el tiempo de trabajo dilatadísimo.
Me temo que seguiremos dependiendo del papel por una temporada.
Habrá que llamar a Google que ya tiene alternativas razonables.