Misceláneas personales
Recibo dos correos preguntándome si he descubierto más detalles de la vida del doctor Gabarda. La respuesta es que sí, poco a poco voy desvelando el misterioso anonimato de ese médico militar a quien en julio del 36 la Historia le asignó una breve escena en el primer acto de una tragedia; entre otras cosas, he conseguido una foto, así que ya le he puesto cara. Uno de estos días pongo en orden mis nuevos datos y los publico, pero es que ando liado a más no poder. Ya sé que ésa es desde hace un par de años mi situación cotidiana, así que debería acostumbrarme y no quejarme (que luego Lansky me lo recrimina), pero ...
Hace unos días me sorprendí profiriendo en voz alta una maldición: Chiqui, hijoputa, ¿por qué coño te has tenido que morir? Le echo (le echamos) en falta y, sin duda, gran parte de los amagos (a veces algo más que amagos) de ansiedad que me visitan tienen que ver con su marcha. El otro día, al consejo de un amigo, bienintencionado pero poco más, de que tenía que reducir las horas de trabajo, contesté que el problema no estaba en el tiempo sino en la presión, en el agobio. Al fin y al cabo, lo que hago me divierte o, mejor dicho, me divertiría si no tuviera siempre encima la necesidad de acabar para acabar lo siguiente. Bueno, lo siguiente no, lo simultáneo, porque la sensación es la de un malabarista que mantiene muchas pelotitas en bailando en el aire.
Eso quien lo hacía de maravilla, el mejor que he conocido, era Chiqui. Además sabía convencerte de que no había que agobiarse por el incesante barullo, no había que tener miedo a que se cayeran las pelotitas. Por supuesto (la teoría siempre es sencilla), si uno aprende a estar relajado es mejor malabarista, coordina mejor, transmite buen rollo, logra que las cosas fluyan y salgan razonablemente bien, incrementa, en suma, su efectividad. Y, al mismo tiempo, mantiene mayor equilibrio psíquico. Todo eso, sin Chiqui, he de decírmelo yo mismo pero, sobre todo, he de ponerlo en práctica. Con el agravante de que por culpa de su mutis ahora me he convertido en corresponsable de la empresa y no sólo he de dedicarme al trabajo en el que estaba (aunque siga ocupándome la mayor parte de mi tiempo) sino a muchos otros en los que andamos involucrados o queremos estarlo (una empresa, ya se sabe, siempre ha de estar a la caza de nuevos contratos, y más en esta época de fláccidas economías).
En fin, que tampoco es cuestión de anotar aquí mis lloriqueos, sino simplemente aclarar por qué llevo unos días que ni un momento saco para escribir en el blog, que es una de las actividades que más me entretiene y compensa los agobios laborales (y tampoco para comentar en los blogs amigos que tanto me gusta seguir). Y no se vaya a pensar que es que no tengo nada que contar, pues varios asuntos me rondan la cabeza. Me apetece mucho, por ejemplo, escribir sobre las impresiones que estoy recibiendo de la lectura de "Historia General de Al Ándalus", de Emilio González Ferrín, libro que descubrí gracias a un comentario de Harazem en mi post sobre la hija del conde don Julián y que, con lenguaje apasionado pero preñado de lógica, rigor y sensatez, va desmontando ese mito escolar de la catastrófica "pérdida de España" a causa de una fulgurante invasión árabe. A medias entre el asombro y la inseguridad por transitar entre tantas lagunas de ignorancia (mías, se entiende), estoy disfrutando como un enano y sobrecargando de estímulos mi enfermiza curiosidad por saber. Así que, gracias, Harazem, por tu recomendación.
En otro orden de cosas, también ando con indecisiones sobre si decir o no a unos amigos lo que pienso. Se trata de una pareja que lleva ya varios años con un serio problema administrativo y judicial: construyeron una casa y les tocó un vecino que se ha dedicado a amargarles la vida, consiguiendo finalmente que el Tribunal anule la licencia de obras. Ha sido un larguísimo rosario de penalidades, durante gran parte del cual he estado a su lado (calculo que llevo ya cinco años), asesorándoles, preparando varios informes técnicos, acompañándolos a innumerables reuniones, en la Gerencia de Urbanismo o con abogados y otros profesionales y hasta haciendo de psicólogo con ambos en los más explicables momentos de nerviosismo y derrumbe anímico por los que han pasado. Naturalmente, son amigos a quienes quiero y en ningún momento se me ha pasado por la cabeza cobrarles absolutamente nada, máxime cuando siento con ellos la injusticia que están viviendo. La historia además no ha terminado; ahora estamos peleando qué obras realizar para dar cumplimiento a la sentencia adversa y, claro está, sigo siendo el, por así decirlo, "director" del proceso, la persona en quien confían para llevar la estrategia y aconsejar las decisiones más adecuadas. La cosa es que, hará un par de meses, les recomendé a una amiga para que fuera a sus clases de yoga. Por supuesto la trataron muy cariñosamente, pero eso no fue óbice para que le cobraran los cincuenta euros mensuales. Me sorprendió porque esperaba que no le hubieran pedido nada. Si yo echara cuentas de los honorarios que habría podido cobrarles por mis servicios durante estos años no habrían bajado (y me quedo corto) de seis mil euros; o sea, que podría pagar diez años de clases de yoga. Como me molesta hablar de perras (prejuicio muy castellano) tan sólo les insinué que a ver si podían tener un detalle con mi amiga, que no andaba sobrada de dinero ... Mis palabras han conseguido que bajen cinco euros al mes la tarifa y eso después de explicarme lo costoso que es el yoga (por ejemplo, "han tenido" que pasarse un mes en la India para profundizar en su formación) y lo necesitados que andan de dinero (ya lo sé). La cosa es que este incidente ha hecho que me hayan bajado las ganas que tenía por ayudarles; lo que antes hacía con cariño, ahora siento que se ha ensuciado, que no lo hago tan a gusto. De hecho, tengo que preparar este fin de semana un informe técnico para el Tribunal (hemos propiciado un incidente de ejecución de sentencia) y todavía no lo he empezado. Lo haré, eso lo sé, pero la indecisión es si decirles con toda claridad y más detalle esto mismo que estoy anticipando aquí. Y creo que sí, que se lo diré por escrito (para no dejarme nada y medir bien las palabras), porque si no voy a seguir con una cierta desazón que no quiero para nada.
Entre que escribo o no el informe, me pongo a ver la peli de animación Kerity, la maison des contes, que me parece una preciosidad, porque preciosos son los dibujos de Rebecca Dautremer. Lo malo es que está en francés y no encuentro ningún sitio con los subtítulos pero tampoco es tan grave, que el mayor interés de la película radica en lo estético más que en lo narrativo. Y nada más, que este post no tenía otro objeto que desahogarme un poquito.
Hace unos días me sorprendí profiriendo en voz alta una maldición: Chiqui, hijoputa, ¿por qué coño te has tenido que morir? Le echo (le echamos) en falta y, sin duda, gran parte de los amagos (a veces algo más que amagos) de ansiedad que me visitan tienen que ver con su marcha. El otro día, al consejo de un amigo, bienintencionado pero poco más, de que tenía que reducir las horas de trabajo, contesté que el problema no estaba en el tiempo sino en la presión, en el agobio. Al fin y al cabo, lo que hago me divierte o, mejor dicho, me divertiría si no tuviera siempre encima la necesidad de acabar para acabar lo siguiente. Bueno, lo siguiente no, lo simultáneo, porque la sensación es la de un malabarista que mantiene muchas pelotitas en bailando en el aire.
Eso quien lo hacía de maravilla, el mejor que he conocido, era Chiqui. Además sabía convencerte de que no había que agobiarse por el incesante barullo, no había que tener miedo a que se cayeran las pelotitas. Por supuesto (la teoría siempre es sencilla), si uno aprende a estar relajado es mejor malabarista, coordina mejor, transmite buen rollo, logra que las cosas fluyan y salgan razonablemente bien, incrementa, en suma, su efectividad. Y, al mismo tiempo, mantiene mayor equilibrio psíquico. Todo eso, sin Chiqui, he de decírmelo yo mismo pero, sobre todo, he de ponerlo en práctica. Con el agravante de que por culpa de su mutis ahora me he convertido en corresponsable de la empresa y no sólo he de dedicarme al trabajo en el que estaba (aunque siga ocupándome la mayor parte de mi tiempo) sino a muchos otros en los que andamos involucrados o queremos estarlo (una empresa, ya se sabe, siempre ha de estar a la caza de nuevos contratos, y más en esta época de fláccidas economías).
En fin, que tampoco es cuestión de anotar aquí mis lloriqueos, sino simplemente aclarar por qué llevo unos días que ni un momento saco para escribir en el blog, que es una de las actividades que más me entretiene y compensa los agobios laborales (y tampoco para comentar en los blogs amigos que tanto me gusta seguir). Y no se vaya a pensar que es que no tengo nada que contar, pues varios asuntos me rondan la cabeza. Me apetece mucho, por ejemplo, escribir sobre las impresiones que estoy recibiendo de la lectura de "Historia General de Al Ándalus", de Emilio González Ferrín, libro que descubrí gracias a un comentario de Harazem en mi post sobre la hija del conde don Julián y que, con lenguaje apasionado pero preñado de lógica, rigor y sensatez, va desmontando ese mito escolar de la catastrófica "pérdida de España" a causa de una fulgurante invasión árabe. A medias entre el asombro y la inseguridad por transitar entre tantas lagunas de ignorancia (mías, se entiende), estoy disfrutando como un enano y sobrecargando de estímulos mi enfermiza curiosidad por saber. Así que, gracias, Harazem, por tu recomendación.
En otro orden de cosas, también ando con indecisiones sobre si decir o no a unos amigos lo que pienso. Se trata de una pareja que lleva ya varios años con un serio problema administrativo y judicial: construyeron una casa y les tocó un vecino que se ha dedicado a amargarles la vida, consiguiendo finalmente que el Tribunal anule la licencia de obras. Ha sido un larguísimo rosario de penalidades, durante gran parte del cual he estado a su lado (calculo que llevo ya cinco años), asesorándoles, preparando varios informes técnicos, acompañándolos a innumerables reuniones, en la Gerencia de Urbanismo o con abogados y otros profesionales y hasta haciendo de psicólogo con ambos en los más explicables momentos de nerviosismo y derrumbe anímico por los que han pasado. Naturalmente, son amigos a quienes quiero y en ningún momento se me ha pasado por la cabeza cobrarles absolutamente nada, máxime cuando siento con ellos la injusticia que están viviendo. La historia además no ha terminado; ahora estamos peleando qué obras realizar para dar cumplimiento a la sentencia adversa y, claro está, sigo siendo el, por así decirlo, "director" del proceso, la persona en quien confían para llevar la estrategia y aconsejar las decisiones más adecuadas. La cosa es que, hará un par de meses, les recomendé a una amiga para que fuera a sus clases de yoga. Por supuesto la trataron muy cariñosamente, pero eso no fue óbice para que le cobraran los cincuenta euros mensuales. Me sorprendió porque esperaba que no le hubieran pedido nada. Si yo echara cuentas de los honorarios que habría podido cobrarles por mis servicios durante estos años no habrían bajado (y me quedo corto) de seis mil euros; o sea, que podría pagar diez años de clases de yoga. Como me molesta hablar de perras (prejuicio muy castellano) tan sólo les insinué que a ver si podían tener un detalle con mi amiga, que no andaba sobrada de dinero ... Mis palabras han conseguido que bajen cinco euros al mes la tarifa y eso después de explicarme lo costoso que es el yoga (por ejemplo, "han tenido" que pasarse un mes en la India para profundizar en su formación) y lo necesitados que andan de dinero (ya lo sé). La cosa es que este incidente ha hecho que me hayan bajado las ganas que tenía por ayudarles; lo que antes hacía con cariño, ahora siento que se ha ensuciado, que no lo hago tan a gusto. De hecho, tengo que preparar este fin de semana un informe técnico para el Tribunal (hemos propiciado un incidente de ejecución de sentencia) y todavía no lo he empezado. Lo haré, eso lo sé, pero la indecisión es si decirles con toda claridad y más detalle esto mismo que estoy anticipando aquí. Y creo que sí, que se lo diré por escrito (para no dejarme nada y medir bien las palabras), porque si no voy a seguir con una cierta desazón que no quiero para nada.
Entre que escribo o no el informe, me pongo a ver la peli de animación Kerity, la maison des contes, que me parece una preciosidad, porque preciosos son los dibujos de Rebecca Dautremer. Lo malo es que está en francés y no encuentro ningún sitio con los subtítulos pero tampoco es tan grave, que el mayor interés de la película radica en lo estético más que en lo narrativo. Y nada más, que este post no tenía otro objeto que desahogarme un poquito.
CATEGORÍA: Mis estados de ánimo
Quizás le sirva lo que dice Ariely en "Predictably Irrational; The Hidden Forces That Shape Our Decisions" (Harper; 2008).
ResponderEliminarNos cuenta que se han hecho estudios que muestran que en la relación con los otros tenemos dos tipos: uno donde no se intercambia dinero (amateur) y otro donde sí (profesional).
Ninguna es mejor o peor, pero cuando en una relación amateur aparece un pago eso afecta casi irremediablemente a la relación, que cesa de ser considerada como amateur.
Desde este punto de vista hubiera sido deseable lo que Ud. ya sabe: cobrar la consultoría jurídica y pagarle a su amiga las clases de yoga.
Ahora, cuando la jalea esta hecha, ni idea por donde empezaría a desmontar el equívoco.
Qué típico caso el de tus amigos. Supongo que a ellos les parecerá lo más natural del mundo que tú lleves años asesorándolos gratis, y no verán la menor relación entre eso y sus clases de yoga a tu amiga, que cobran, no faltaba más, es su trabajo. Y a lo mejor hasta tienen razón ¿hay alguna relación, o solo existe en tu cabeza? Tú no les has cobrado porque no te ha dado la gana ¿tienen tus ganas de cobrarles, o falta de ellas, ninguna relación vinculante y necesaria con las que ellos tengan de cobrarle a tu amiga? Evidentemenete no. Pero entiendo que comprobarlo así haya cambiado las tuyas. Qué complicados somos todos.
ResponderEliminarLa historia del yoga y tu asesoría es fascinante, porque ilustra –visto desde fuera- como ,con distintos grados eso sí, todos practicamos la ley del embudo, con la parte ancha siempre mirando para nosotros como si eso fuera el orden natural de las cosas
ResponderEliminarNo sabes cómo me alegro, Miroslav, de que una recomendación mía te esté sirviendo de distracción a la vez que de instrucción. No hace falta que te lo diga, porque tu instinto y tu inteligencia lo captarán, que hay que tomar muchos de sus apuntes como lo que realmente son y él mismo plantea: no historia, sino historiología. La mayoría de los historiadores se le han echado encima por la misma razón que él los ataca: por falta de pruebas. Su antecesor Olagüe, sufrió mucho más desprecio por parte de la historiografía canónica. De todas formas el corazón de su discurso es bastante incontestable: El primer Renacimiento europeo se dio en el solar peninsular, en un espacio geográfico y cultural que se llamó Al Andalus. Su problema para ser entendido hoy: el haberse desarrollado en árabe.
ResponderEliminarSe me olvidaba: si alguna vez tienes la oportunidad de asistir a una conferecenia suya no pierdas la oportunidad. A su vastedad de conocimientos, une una maravillosa capacidad expresiva y un humor delicioso.
ResponderEliminarNo es que intente disculpar a tus amigos, a veces la gente no tiene muchas luces, pero quizás para ellos no sea lo mismo que fueras tú el que se apuntara a sus clases que el que le mandes una persona de tu confianza. Aunque quizás la gente es tan mezquina que incluso te cobraría las clases a ti.
ResponderEliminarSí. Miscelánea personal o missfortune.
ResponderEliminarTe portas como un señor haciéndole favores a tu pareja de amigos con lo de su casa ( sacando tiempo de tus múltiples ocupaciones)y ellos no corresponden como mejor podrían y cabría esperar.
Supongo que no harás nada siguiendo el dictámen de tu bonomía. Otros lo mandarían al carajo.
No. Esto es lo que los italianos llaman SFIGA, y que se supone temporal o circunscrita sólo a ciertos casos.
(Soy Grillo. No entraba como tal.)
A buenas horas vemos la 'palabra clave' mi torpeza y yo mismo.
ResponderEliminarLa puñetera verdad es que uno hace favores a sus amigos sin esperar NECESARIAMENTE ser correspondido. Así es la amistad en principio. Pero supongo que con esto ocurre como con el amor o el cariño: sabemos perfectamente quien nos ama o nos quiere pero no nos viene mal que de vez en cuando nos lo digan de palabra, lo verbalicen.
¿Y qué crees que ocurriría si de repente tú le pides a tu matrimonio amigo un 'favorcito' para ti mismo? No sé qué... Algo por lo que se tengan que esforzar y no les sea oneroso; libros, música, una manualidad, etc.