No soy un héroe
No logro fechar el viaje con exactitud, pero tuvo que ser un verano entre el 89 y el 91; en todo caso, hará unos veinte años y, por tanto, treintañeros recientes. Era nuestra primera visita, tanto de R como mía, a los Estados Unidos. Ida y vuelta a/desde Nueva York (con alojamiento en el apartamento de Francesca, diminuto pero privilegiadamente situado en Park Avenue entre las calles 37 y 38, desde el que por una ventana se veía el Chrysler y por otra el Empire State) y con derecho a tomar cuantos vuelos interiores quisiésemos con Delta, lo que nos permitiría cubrir en un mes un recorrido por bastantes de las más atractivas ciudades de ese enorme país. Así, hacia mediados del mes vacacional nos plantamos en Laguna Beach, al sur de Los Ángeles, en casa de Lilia, una cubana profesora en la Universidad de California, amiga de Paco, mi compañero de estudio, con quienes habíamos quedado en compartir unos días del viaje. Con la idea de subir juntos hasta San Francisco nos metimos en el coche de Lilia y enfilamos hacia el norte. Gracias al StreetView de GoogleMaps (que compensa mi minusválida memoria) puedo casi asegurar que el accidente fue en la carretera 101, la que va pegada a la costa del Pacífico, a unos 30 o 40 kilómetros pasada Santa Bárbara (donde habíamos parado porque nuestra amiga tenía que hacer unas gestiones en la Universidad). Lilia conducía por el carril de la derecha, pero iba haciendo ligeras eses e invadiendo ocasionalmente el de la izquierda. En una de esas, Paco, que iba a su lado, se dio cuenta de que por nuestra izquierda venía a mucha velocidad uno de estos camiones inmensos y, grave error, le soltó un grito para que rectificara el rumbo hacia la derecha, con el mal efecto de que Lilia se asustara y pegara un volantazo demasiado brusco. El coche empezó a dar trompos sin control y en errática trayectoria salimos disparados hacia el mar, volando sobre la franja boscosa que, en ese tramo de autopista, separa la calzada en dirección norte de la que va hacia el sur. Alguno de los árboles debió interrumpir violentamente la acrobacia automovilística y, tras unas cuantas volteretas, el coche se detuvo bocabajo en ese bosquecillo en pendiente.
R y yo despertamos fuera del coche (no llevábamos el cinturón de seguridad). Habíamos caído bastante cerca la una del otro (luego comprobamos que yo había sido una especie de airbag de ella), y estábamos sin zapatos y, en mi caso, sin gafas. Este último detalle es relevante para "justificar" mi ulterior comportamiento, pues dada mi fuerte miopía (por aquel entonces aún no me había operado) me encontré con que apenas veía bultos y grandes manchas, lo que genera gran inseguridad y no facilita para nada la claridad mental necesaria en ese tipo de circunstancias. Abrazados el uno al otro y algo confusos (más R, que estaba en una especie de shock que, posteriormente, me llevó exigir que le hicieran un scanner cerebral para descartar cualquier lesión interna) nos íbamos acercando al coche cuando éste, de pronto, empezó a arder con unas llamas espectacularmente altas. Justo en ese momento vimos (mejor R que yo, claro) que por la ventana del copiloto salía reptando Paco. Ambos le gritamos: corre, ven, que el coche está ardiendo. Hay que sacar a Lilia, nos contestó. En ese momento, mientras Paco se acercaba a la otra ventana del coche espachurrado, R hizo el intentó de acercarse a ayudarlos y yo, sin pensar en nada, la retuve impidiéndoselo. Recuerdo perfectamente el convencimiento absoluto que me invadió de que el coche iba a explotar, de que no había nada que hacer. Corre, Paco, tienen que alejarse que va a explotar, le grité, mientras R se me abrazaba llorando. Fueron unos minutos que se nos hicieron eternos; Lilia, al principio, se negaba a soltarse el cinturón de seguridad (el miedo histérico no la dejaba pensar), pero finalmente Paco consiguió arrastrarla hacia afuera y los dos se reunieron con nosotros.
El coche seguía ardiendo pero no explotaba. Casi inmediatamente (eficacia yanqui) oímos una escandalera de sirenas y aparecieron los bomberos, los sanitarios y los chicos del sheriff. Apagaron el coche (que quedó siniestro total), nos sacaron los equipajes del maletero (todas nuestras pertenencias, incluyendo la documentación) y nos metieron en una ambulancia para llevarnos a un hospital en el que pasamos unas cuantas horas entre pruebas y curas. Esa noche dormimos en un Holyday Inn y al día siguiente, yo el que más, estábamos absolutamente amoratados y doloridos, igualito que después de unos cuantos rounds con un peso pesado profesional. Naturalmente, el resto de las vacaciones tuvo que sufrir algunos cambios en la ambiciosa programación inicial.
Lo que ese accidente me enseñó es que no era ningún héroe. En ese momento concreto en el que habría podido lanzarme valientemente a ayudar a Lilia a salir del coche, sin prestar atención a los propios riesgos, la decisión que tomé (de forma inmediata, sin que interviniese en nada la reflexión racional) fue quedarme apartado impidiendo que la persona a la que más quería se acercara al coche como había sido su primer impulso. En cambio Paco hizo lo contrario y, sin duda, su comportamiento puede calificarse, en contraposición al mío, de heroico. No pretendo emitir ningún juicio de valor (quien se comportó mejor) porque, al fin y al cabo, ello implicaría la referencia a una escala comparativa que siempre es discutible y subjetiva. No obstante, es cierto que en nuestro "software ideológico", el que viene con el sistema operativo (sea genético o configurado desde los primeros años de nuestras vidas) el heroísmo, el arriesgarse por el bien de otro sin que te importe el tuyo propio, incluso tu vida, es algo que valoramos con las máximas puntuaciones y, por mucho que me lo haya racionalizado (y relativizado) a posteriori, este suceso significó una cierta decepción respecto a mi íntima autoconsideración y, a la vez, un aumento del respeto admirativo hacia mi amigo Paco.
Se me ocurre que la mayoría de los actos heroicos deben ser resultado de impulsos casi instintivos, sin ninguna reflexión. Paco (y también R) sintió ese impulso de salvar a Lilia que le hizo actuar inmediatamente en consecuencia. Obviamente yo también lo sentí, pero simultáneamente se me impuso el convencimiento de que no había nada que hacer, que el coche iba a explotar y acercándonos hasta ahí no sólo no rescataríamos a nuestra amiga sino que moriríamos todos. Ciertamente estaba equivocado, como demostraron los acontecimientos, pero ésa no es la cuestión. Lo que me pregunto desde entonces es si ese absoluto convencimiento surgió de un cálculo racional autónomo (por más que erróneo) o fue inducido por el miedo a no correr riesgos (ni a perder a R). Porque si la respuesta es la primera opción, mi carencia heroica la veo justificable y correcta; pero, si es la segunda, lo que pasa es que soy un cobarde cuyo miedo es lo bastante inteligente como para engañarme a mí mismo. Por supuesto, este tipo de incógnitas nunca se pueden despejar y, para avanzar en el "conócete a ti mismo" al que aludí en pasados posts, sólo cabe comprobar ulteriores comportamientos.
En todo caso, se es o no héroe en un instante, según cómo reaccionemos ante una situación intempestiva que no nos deja tiempo ni posibilidad para pensar. Supongo que lo mejor es que no se nos presenten esas situaciones, que podamos ignorar nuestra capacidad heroica, porque las demostraciones suelen darse en las tragedias. Puede que sea mejor esforzarnos por ser buenas personas, y eso no es cuestión de espectaculares comportamientos de un momento, sino de la cotidiana conducta de todos los días.
R y yo despertamos fuera del coche (no llevábamos el cinturón de seguridad). Habíamos caído bastante cerca la una del otro (luego comprobamos que yo había sido una especie de airbag de ella), y estábamos sin zapatos y, en mi caso, sin gafas. Este último detalle es relevante para "justificar" mi ulterior comportamiento, pues dada mi fuerte miopía (por aquel entonces aún no me había operado) me encontré con que apenas veía bultos y grandes manchas, lo que genera gran inseguridad y no facilita para nada la claridad mental necesaria en ese tipo de circunstancias. Abrazados el uno al otro y algo confusos (más R, que estaba en una especie de shock que, posteriormente, me llevó exigir que le hicieran un scanner cerebral para descartar cualquier lesión interna) nos íbamos acercando al coche cuando éste, de pronto, empezó a arder con unas llamas espectacularmente altas. Justo en ese momento vimos (mejor R que yo, claro) que por la ventana del copiloto salía reptando Paco. Ambos le gritamos: corre, ven, que el coche está ardiendo. Hay que sacar a Lilia, nos contestó. En ese momento, mientras Paco se acercaba a la otra ventana del coche espachurrado, R hizo el intentó de acercarse a ayudarlos y yo, sin pensar en nada, la retuve impidiéndoselo. Recuerdo perfectamente el convencimiento absoluto que me invadió de que el coche iba a explotar, de que no había nada que hacer. Corre, Paco, tienen que alejarse que va a explotar, le grité, mientras R se me abrazaba llorando. Fueron unos minutos que se nos hicieron eternos; Lilia, al principio, se negaba a soltarse el cinturón de seguridad (el miedo histérico no la dejaba pensar), pero finalmente Paco consiguió arrastrarla hacia afuera y los dos se reunieron con nosotros.
El coche seguía ardiendo pero no explotaba. Casi inmediatamente (eficacia yanqui) oímos una escandalera de sirenas y aparecieron los bomberos, los sanitarios y los chicos del sheriff. Apagaron el coche (que quedó siniestro total), nos sacaron los equipajes del maletero (todas nuestras pertenencias, incluyendo la documentación) y nos metieron en una ambulancia para llevarnos a un hospital en el que pasamos unas cuantas horas entre pruebas y curas. Esa noche dormimos en un Holyday Inn y al día siguiente, yo el que más, estábamos absolutamente amoratados y doloridos, igualito que después de unos cuantos rounds con un peso pesado profesional. Naturalmente, el resto de las vacaciones tuvo que sufrir algunos cambios en la ambiciosa programación inicial.
Lo que ese accidente me enseñó es que no era ningún héroe. En ese momento concreto en el que habría podido lanzarme valientemente a ayudar a Lilia a salir del coche, sin prestar atención a los propios riesgos, la decisión que tomé (de forma inmediata, sin que interviniese en nada la reflexión racional) fue quedarme apartado impidiendo que la persona a la que más quería se acercara al coche como había sido su primer impulso. En cambio Paco hizo lo contrario y, sin duda, su comportamiento puede calificarse, en contraposición al mío, de heroico. No pretendo emitir ningún juicio de valor (quien se comportó mejor) porque, al fin y al cabo, ello implicaría la referencia a una escala comparativa que siempre es discutible y subjetiva. No obstante, es cierto que en nuestro "software ideológico", el que viene con el sistema operativo (sea genético o configurado desde los primeros años de nuestras vidas) el heroísmo, el arriesgarse por el bien de otro sin que te importe el tuyo propio, incluso tu vida, es algo que valoramos con las máximas puntuaciones y, por mucho que me lo haya racionalizado (y relativizado) a posteriori, este suceso significó una cierta decepción respecto a mi íntima autoconsideración y, a la vez, un aumento del respeto admirativo hacia mi amigo Paco.
Se me ocurre que la mayoría de los actos heroicos deben ser resultado de impulsos casi instintivos, sin ninguna reflexión. Paco (y también R) sintió ese impulso de salvar a Lilia que le hizo actuar inmediatamente en consecuencia. Obviamente yo también lo sentí, pero simultáneamente se me impuso el convencimiento de que no había nada que hacer, que el coche iba a explotar y acercándonos hasta ahí no sólo no rescataríamos a nuestra amiga sino que moriríamos todos. Ciertamente estaba equivocado, como demostraron los acontecimientos, pero ésa no es la cuestión. Lo que me pregunto desde entonces es si ese absoluto convencimiento surgió de un cálculo racional autónomo (por más que erróneo) o fue inducido por el miedo a no correr riesgos (ni a perder a R). Porque si la respuesta es la primera opción, mi carencia heroica la veo justificable y correcta; pero, si es la segunda, lo que pasa es que soy un cobarde cuyo miedo es lo bastante inteligente como para engañarme a mí mismo. Por supuesto, este tipo de incógnitas nunca se pueden despejar y, para avanzar en el "conócete a ti mismo" al que aludí en pasados posts, sólo cabe comprobar ulteriores comportamientos.
En todo caso, se es o no héroe en un instante, según cómo reaccionemos ante una situación intempestiva que no nos deja tiempo ni posibilidad para pensar. Supongo que lo mejor es que no se nos presenten esas situaciones, que podamos ignorar nuestra capacidad heroica, porque las demostraciones suelen darse en las tragedias. Puede que sea mejor esforzarnos por ser buenas personas, y eso no es cuestión de espectaculares comportamientos de un momento, sino de la cotidiana conducta de todos los días.
David Bowie - Heroes (Heroes, 1977)
CATEGORÍA: Recuerdos
Difícil saberlo, ¿no? Y nunca tuve oportunidad de comprobarlo, pero sospecho que yo tampoco soy una heroína.
ResponderEliminarUn beso
En pruebas similares entendí que yo no era valiente, y lo lamento por mí mismo. No tanto, bueno, que sería otra cobardía.
ResponderEliminarSin duda, digo dudando, tengo otros valores, pero no el del arrojo.
Y esto nos lleva a lo que hablábamos ayer. Una de las capas de la cebolla no es atrevida. Posiblemente otra capa, quizás mas escondida, quizás nunca sea llamada, sea valiente y se haga matar por un amigo.
A mi me vendría muy bien amigarme con ese tipo vacilante que está dentro mío
no sabría qué decir...algunas veces me vi en situaciones difíciles y en ninguna de ellas actué de la misma manera...prefiero calificarme como buena persona y dormir tranquilo esta noche.
ResponderEliminarAsí somos. Un mismo sujeto puede reaccionar con inteligente y/o egoísta cobardía en un momento de pánico y no actuar heróicamente, y también es capaz de jugarse el tipo con arrojo en circunstancias parecidas en otra ocasión determinada.
ResponderEliminarEsto no es una forma de templar gaitas ni de tranquilizar a quienes se reprochan no haber actuado valientemente en algún momento preciso, (detesto decir 'puntual'.)
La razón, la inteligencia o el instinto de conservación se mueve por terrenos no siempre paralelos al valor físico.
Creo que la valentía no sólo se muestra en casos de accidentes, incendios, guerra, etc. Muy a menudo podemos ser heróicos tomando decisiones que no implican un riesgo físico inminente. Y también hay personas incapaces de reaccionar valientemente en situaciones de ética, moral o en las afortunadamente no muchas encrucijadas que la vida nos presenta.
Somos humanos y sinembargo inteligentes...
Miroslav, vaya sustos. Lo que está claro es que en momentos de tensión extrema, o peligro extremo, no se sabe cómo reacciona la mente. El mas valiente puede resultar un torpe cobarde, y el mas tontorrón, un héroe que ni Superman.
ResponderEliminarMe viene a la cabeza mi padre que se pasó la vida recomendándonos que en caso de atraco nunca nos resistiéramos. Pues bien, el día que (pobrecillo) le atracaron a él, se enfrentó inusitadamente, lo que le costó la pierna rota.
Pero dices bien, a fin de cuentas lo que merece la pena es ser honesto y generoso en el día a día.
Un abrazo
Miroslav, creo que la valentía, al igual que los buenos modales, la tolerancia, la generosidad, etc., se aprende de los modelos de nuestra niñez y juventud.Emulamos lo que nos enseñaron. El verdadero mérito está en la capacidad de deshacerse de los malos ejemplos.
ResponderEliminarC.C. la máxima favorita de mi padre siempre fue: "te estoy dando el ejemplo de lo que no hay que hacer". Y así salimos todos, bastante perjudicados(los hermanos digo...) y todavía andamos pensando qué clase de modelo nos tocó emular.
ResponderEliminarDe todas formas, como decía alguien allá arriba, lo importante es ser buena gente y hacer lo mejor que se pueda en cada ocasión. Y sin remordimientos...
Besotes que es tarde
...yo también detesto decir "puntual"...
ResponderEliminarPero la bondad en la cotidianidad poco tiene que ver con lo que planteas, Miroslav, que es la reacción ante hechos puntuales y sorpresivos. A mí me ha inquietado de mí mismo en alguna ocasión el tener la capacidad, la frialdad, de enfrentarme a mi deber en el momento del peligro. Una par de veces he asistido a violencia callejera en la que un fuerte machaca a un débil. Y en ambas mi mente me ha colocado rapidamente el dilema y las posibles consecuencias de mi intervención o no intervención, de manera que mi actuación no pudo ser hija del impulso, sino de la reflexión.
ResponderEliminarEl caso del profesor Neira me ha parecido interesante porque ha habierto un debate sobre ese tema.
Una vez naufragué con siete compañeros frente a las costas de Mauritania. Me porté bien machote, al revés que el segundo de abordo, pero no tenía que preocuparme más que de mí y además tenía al lado aun auténtico marinero…
ResponderEliminarYo creo que hay dos tipos de héroes, los típicos y tópicos que siguen un impulso instantáneo (me niego a llamarlos instintivos, como tú, aunque podría ser) y los del heroísmo diario y prosaico, como el tipo que acude diariamente a trabajar a un curro de mierda porque siente la responsabilidad hacia su familia a la que mantiene en lugar de huir en un velero y ser, quizás, fiel a sí mismo, pero no a los suyos ni a su heroicidad diaria.
Quizás me haya apartado del tema, no creo. Yo admiro más este segundo tipo de héroes. En tu caso, en el caso que comentas, creo que fue definitivo tu limitación física (ver menos que un gato de escayola) y tener que preocuparte por la persona amada. Siempre he pensado que de tener una situación límite ojala que me pillara solo y no con P. o con alguien al que ame junto a mí.
Harazem, desde luego que tienes razón, pero creo que todo depende de los miedos de cada uno. Un hecho "puntual" y sorpresivo puede ser, por ejemplo, el encuentro con una hermosa cucaracha.Y allí donde cualquiera la pisaría o se daría la vuelta, yo me quedaría en estado de shock presa de un profundo e incontrolable terror.
ResponderEliminarEn fin, que va a tocar el timbre y no puedo seguir... Allá voy, a desempeñar mi heroica tarea diaria!
Besos