martes, 29 de abril de 2008

Cierre de etapa

En enero de 1991, hace más de diecisiete años, entré en el Cabildo de Tenerife. La Corporación Insular tenía por aquel entonces bastante abandonada la planificación territorial y urbanística; sin embargo, justo unos meses antes, más por imperativo legal que por convicción de los responsables políticos, se había contratado a un equipo externo la redacción del Plan Insular de Ordenación (PIOT), el instrumento que debía establecer el modelo territorial conjunto y las "reglas de juego" básicas para su concreción urbanística a través de los planes generales de los 31 municipios (demasiados) que hay en Tenerife. La formulación del PIOT fue el catalizador para que la Institución se "pusiese las pilas" y, pocos meses después de mi entrada (tras las elecciones locales de ese año 91), se conformase el Servicio de Planeamiento que es en el que estoy desde entonces.

En esos primeros años éramos muy pocos, apenas cinco técnicos bajo la jefatura de un ingeniero, excelente persona, que hace apenas dos años, absolutamente decepcionado, dejó la Institución. De los de la "primera etapa", dos estuvieron unas temporadas fuera (excedencias) y otro, un arquitecto de enorme humanidad que había entrado casi a la vez que yo, murió hace dieciocho meses tras una dura lucha contra un cáncer de médula. Queda también una compañera, mi rubia favorita (es nacida en Finlandia), pero desde las últimas elecciones ha sido trasladada a otra área. Así que soy yo el que más tiempo he pasado en el Servicio y ese tiempo se acaba dentro de unos días.

Yo entré para dirigir desde el Cabildo los trabajos del Plan Insular. En cierto modo, se suponía que había de ser el encargado de transmitir a los arquitectos redactores, cuyo estudio estaba en Barcelona, los criterios y directrices de la Corporación. Al cabo de cuatro años me tocó a mí, desde la propia Administración Pública, asumir directamente la redacción y en ello estuve otros cuatro años. Fue probablemente una de las etapas más intensas de mi vida profesional y, naturalmente, también agotadora. De hecho, se cerró con la famosa "crisis de los cuarenta" (que me vino a los treinta y nueve): desencanto laboral, una dolorosa decepción con alguien que creía que era un buen amigo, y una situación conyugal muy tensa, resuelta con unas vacaciones en la Gomera pero preludio de la separación que habría de llegar cinco años después.

No estaba pues a cargo de los trabajos cuando el PIOT se aprobó definitivamente. Pasé a ocuparme del control del planeamiento municipal y en ello he seguido hasta ahora. Al mismo tiempo, cada vez estaba más involucrado en otras tareas relacionadas con el urbanismo, muy en contacto con la Administración del Gobierno de Canarias. Paradójicamente, a medida que el Cabildo asumía (en teoría) mayores competencias, la dejadez de los políticos aumentaba, deteriorando progresivamente la función pública del gobierno del territorio. Seguramente, en esta legislatura, hemos llegado al punto más bajo de ese proceso (aunque lamentablemente no podemos decir que se haya alcanzado el fondo). Profesionales más jóvenes y de incorporación más reciente son ya incapaces de mantener la necesaria motivación por su trabajo, ante las continuas muestras de su escasa utilidad real.

Echo la vista atrás y, a pesar de lo mucho que nos quejábamos en los primeros ocho años, no puedo sino envidiar el dinamismo de entonces, la cantidad de proyectos que acometíamos, nuestra prolífica productividad. En los primeros noventa, por ejemplo, fuimos una de las primeras administraciones del Estado que montó un sistema de información geográfica; en esos tiempos, me tocó ser el "padre" de la sistematización del urbanismo para concebir los planes como bases de datos. Ahora el GIS del Cabildo languidece plácidamente y nuestra etiqueta de vanguardia hace tiempo que se perdió.

Hace un par de años, el Gerente de Urbanismo de la segunda ciudad de la Isla (La Laguna), antiguo compañero del Cabildo, me comentó sus ideas para la redacción del nuevo Plan General de ese municipio. Quería llevar a cabo una revisión en profundidad, acometer una "revolución controlada" en los modos parasitarios en que los agentes inmobiliarios actúan sobre el territorio, desde una voluntad de intervención y dirección de los procesos por el Ayuntamiento. Lo que me contaba encajaba bastante con mis propias convicciones que, en resumen, podría enunciar como la necesidad de que se gobiernen desde lo público los procesos de transformación urbana y territorial, recuperando el carácter de la ciudad (y el territorio) como bien eminentemente colectivo (en esa labor también hay, por supuesto, que recuperar las plusvalías). Éramos ambos conscientes de que, del dicho al trecho ya se sabe, pero ya era bastante que alguien, con capacidad directiva, mostrase una decidida voluntad de intervención. En esa primera conversación, en un almuerzo multitudinario y cuando ya estábamos todos bastante "alegres", me planteó que necesitaba a alguien para llevar la dirección y la coordinación de los diversos equipos redactores que pretendía poner a trabajar, cada uno en una parte del municipio, y que si a mí me interesaría.

Por esas fechas era inminente la marcha del que había sido nuestro jefe y hacia quien que yo, además, sentía una deuda de lealtad. De otra parte, la degradación de mi trabajo en el Cabildo estaba más que avanzada (aunque ha seguido a peor). Así que le dije que vale, que empezara a mover los hilos para tramitar una comisión de servicios. La idea inicial era que ocuparía un puesto de nueva creación en la Gerencia mediante un traslado entre administraciones. Pero las cosas siempre se ralentizan hasta la desesperación. En La Laguna había problemas con los sindicatos para las modificaciones de la RPT (Relación de Puestos de Trabajo), el concejal de entonces no estaba muy por la labor de cambiar unos modos de hacer basados en el amiguismo y la escasa transparencia y la gestión diaria dejaba poco tiempo para poner en marcha proyectos importantes pero a medio plazo. El Cabildo, de otra parte, como respuesta a demasiadas iniciativas de funcionarios que pedían traslados, endureció su política de personal adoptando el criterio de denegar las comisiones de servicio.

Hace más o menos un año, no obstante, se iniciaron los trabajos del Plan General, contratando a cinco equipos profesionales y repartiendo entre ellos el municipio. Éstos han avanzado en las labores de información, diagnosis y primeras ideas propositivas sin la suficiente dirección municipal. Hará unos seis meses, consciente de la urgencia de contar con un director, el Gerente me aseguró que ya era inmediato el que me incorporase. El planteamiento laboral, dados los problemas, había cambiado: la fórmula más efectiva era sacar a concurso una asistencia técnica y que me presentase como profesional libre (pidiendo la excedencia). Además quería más cosas de las iniciales: habíamos de constituir una empresa que llevase a cabo también la sistematización del futuro Plan General como base de datos. El municipio de La Laguna es en la actualidad la administración pública que más ha avanzado en la informatización de la gestión urbanística, gracias principalmente a otro compañero del Cabildo que formaba parte del equipo de nuestro GIS y hace unos años ya había escapado.

Como en la Administración lo inmediato tarda medio año (si hay presión constante para que todos vayan marchas forzadas), ese es el tiempo que ha pasado. Con un viejo amigo de amplísima experiencia en bases de datos urbanísticas (fue de los protagonistas, colaborando con nosotros en los primeros años, del GIS del Cabildo) hicimos una extensa y prolija memoria que presentamos al correspondiente concurso. La semana pasada resultamos adjudicatarios del mismo y, consiguientemente, presenté en el Registro del Cabildo mi solicitud de excedencia. En unos días se firma el contrato: por dos años prorrogable uno más. Hacia finales de mayo estaré en una oficina (todavía hay que acondicionar el local) en el casco histórico de La Laguna, muy cerca de la Gerencia de Urbanismo.

Es curioso que el trabajo que me espera en estos próximos años sea muy similar al que me tocó al entrar en el Cabildo hace diecisiete. La diferencia obvia es el ámbito territorial: antes era la Isla, ahora un municipio. Hay otra diferencia importante que tiene que ver con la escala y alcance operativo de ambos planeamientos: antes era uno directivo, sin aplicación inmediata sobre el territorio; ahora estaré mucho más pegado a la realidad, las rayas y las normas supondrán afecciones directas a muchos intereses concretos. También ahora, como antes, me toca dirigir y coordinar a otros profesionales, casi todos viejos conocidos; me toca conseguir que desarrollen técnicamente los criterios municipales que, además, en gran medida habré de ser yo quien los enuncie. Espero haber adquirido en estos años mayor habilidad e inteligencia para esos menesteres. El reto es ilusionante, una atractiva oportunidad profesional; tengo ilusión, sí, ma non troppo. Quizá porque conozco demasiado bien las resistentes inercias del sistema, quizá porque ya empiezo a ser mayor. En todo caso, aunque no estoy nervioso sino sorprendentemente sereno, tengo el convencimiento absoluto de que, en las actuales circunstancias y, sobre todo, por comparación con las perspectivas en el Cabildo, he tomado la decisión correcta.

No puedo evitar, no obstante, una sensación de tristeza algo melancólica. Son muchos años y son muchas personas a las que quieres. Me preocupan especialmente mis compañeros más cercanos, a ver cómo se las arreglan sin mí (siento un poco como si les estuviera traicionando, echándoles a los pies de los caballos). Ya sé que no son sino boberías, que seguiré en contacto con ellos y que funcionarán estupendamente sin mí: nadie es imprescindible (aunque cada uno es insustituible). Sea como sea, lo cierto es que esa especie de spleen me embarga el ánimo, como una bruma que se cuela por todos sus rincones. Pero en cuanto me incorpore, con la cantidad de trabajo que me espera y las prisas que están metiendo los políticos, tengo claro que se va a pasar.

Antes de dejar el Cabildo, en todo caso, he de rematar algunos pocos temas pendientes, por lo que estas próximas semanas se presentan agitadas (y, para colmo, la que viene tengo que salir unos días de viaje). Además, he de ordenar mi despacho (básicamente tirar multitud de papeles) que ha alcanzado un grado de caos realmente ejemplar (véase la foto adjunta). También he de limpiar el ordenador y hacerme una copia de todos los archivos informáticos de los temas que he llevado durante estos diecisiete años. Quiero hacerlo un poco por sentimentalismo y otro poco (que no es poco) por precaución: tal como se está judicializando el urbanismo, no me extrañaría demasiado que algún día me llamen a declarar a un Tribunal en relación a cualquiera de los múltiples asuntos que he informado.

En fin, cierre de una etapa.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

sábado, 26 de abril de 2008

Curas en la sanidad pública

En estos días se ha armado un pequeño revuelo a propósito de un convenio firmado entre el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Juan José Guedes, y el Obispo Auxiliar de Madrid, en representación de los obispos de las diócesis que se localizan en dicha provincia. La polémica surge porque en dicho convenio, se acuerda que el Servicio de Asistencia Religiosa Católica (SARC) de cada hospital público formará parte del Comité de Ética y del Equipo Interdisciplinar de Cuidados Paliativos. La Cadena Ser (que creo que es la que "destapó" la noticia) informa que estos "comités se encargan de decisiones tan trascendentales como dar o no sedación terminal a un enfermo, practicar un aborto a una mujer o decidir si se reanima o no a un bebé con malformaciones en la unidad de neonatología". "Así que -sigue diciendo- los capellanes, además de visitar a los enfermos y oficiar misa intervendrán en cuestiones morales que afectan a los pacientes". Luego me entero que la Asociación El Defensor del Paciente recurrirá ante el Tribunal Constitucional este convenio al considerar que "afecta al derecho constitucional a decidir en el ámbito sanitario; la citada asociación afirma que ninguna administración puede por capricho imponer sus ideas a los ciudadanos sin consultarles (de lo que se deduce que piensan que con el convenio el gobierno derechón de Madrid está imponiendo sus ideas a los ciudadanos). Por último, en El País de ayer, leo que "el Gobierno ha pedido a la Fiscalía y a la Agencia de Protección de Datos que estudien si procede emprender acciones legales contra el convenio ... que permite la presencia de sacerdotes en los comités de ética de los hospitales públicos". Dice además el periódico que María Teresa Fernández de la Vega, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, ha explicado que "los servicios públicos de salud no pueden imponer a los pacientes criterios basados en creencias religiosas" (de lo que se vuelve a deducir lo mismo que con las declaraciones de la anterior asociación).

Por esta vez, y sin que sirva de precedente (no simpatizo ni con los obispos ni con el gobierno madrileño), opino que ni la Comunidad de Madrid ni la Iglesia han hecho nada reprochable y opino además que se está aprovechando un hecho bastante inane para montar una bronca desmesurada y demagógica, cayendo en la manipulación informativa (cuando no en la mentira descarada). Me molesta personalmente porque creo que este tipo de actitudes desprestigian las posiciones laicistas serias y contribuyen justamente a lo que se supone que quieren combatir.

De entrada, hay que decir que esos "comités éticos" son meramente asesores, orientativos, en ningún caso toman decisiones sanitarias. La historia de estos comités, sus funciones y otros aspectos están explicados en varias páginas de internet (por ejemplo, en esta). En España, la primera comunidad autónoma que reguló su funcionamiento fue la catalana; en el caso de la Comunidad de Madrid, la norma reguladora es el Decreto 61/2003, de 8 de mayo, que en su artículo primero define al Comité de Ética para la Asistencia Sanitaria (CEAS) como aquel comité consultivo e interdisciplinar, cuya finalidad es asesorar sobre posibles conflictos éticos que se pueden producir en la práctica clínica asistencial en el ámbito de las organizaciones e instituciones sanitarias, con el objetivo de mejorar la calidad de la asistencia sanitaria y proteger los derechos de los pacientes". Las funciones de los CEAS son las de proponer al hospital medidas para la protección de los derechos de los pacientes, asesorar a los profesionales y a los ciudadanos en la toma de decisiones que planteen conflictos éticos, analizar y proponer, si procede, soluciones a tales conflictos, proponer a la institución protocolos de actuación ante aquellas situaciones frecuentes que generen conflictos éticos, y colaborar y promover la formación en bioética. Dice también el citado decreto madrileño las que, en ningún caso, son funciones de los CEAS y, entre ellas, destaco las de emitir juicios sobre la ética de los profesionales o las conductas de los pacientes y familiares, tomar ninguna decisión vinculante, o asumir responsabilidades que son de los profesionales sanitarios. Por tanto, al menos en el marco legal madrileño, no es verdad, como afirma la SER, que estos comités se encarguen de ninguna decisión médica, sea o no trascendental.

De otra parte, el Decreto regulador de los CEAS ya señalaba que "podrán también incorporarse las personas que presten asistencia religiosa", así como incluso "personas ajenas a la institución con interés acreditado en ética". El Convenio lo que viene a hacer es generalizar a todos los hospitales públicos madrileños esta posibilidad, así como la existencia en cada uno de ellos del Servicio de Asistencia Religiosa Católica. A mi modo de ver, lo que se ha hecho es posibilitar el ejercicio de un "derecho" previamente concedido a la Iglesia (dar asistencia religiosa a los enfermos y formar parte de los CEAS), convirtiéndolo en una obligación para la administración hospitalaria. Es un matiz (importante o no) que, en todo caso, me parece consecuente con el texto legal. Si ya se reconocía a los capellanes hospitalarios el participar en estos comités, lo que se hace ahora es "impedir" que la dirección no les dejase participar en el CEAS.

Hay una razón evidente para pensar que tiene sentido que haya presencia católica en estos comités: las implicaciones éticas de las decisiones sanitarias en muchos casos se relacionan con la creencias religiosas, tanto de los profesionales como de los pacientes y familiares; y un porcentaje muy significativo de estas personas, en España, tienen creencias católicas. No creo que sea descabellado, manteniendo una elemental ecuanimidad, que entre todos los miembros de un CEAS (en Madrid, un mínimo de 10) haya alguien que exprese los criterios éticos católicos. Además, quiero pensar que los capellanes de hospital, con sus experiencias en el dolor y la muerte, sabrán por lo general conjugar la doctrina cristiana con la compasión humana (más me preocuparía que en esos comités estuvieran algunos obispos). Y, repito, todo ello dentro de los estrictos límites que establece la Ley para los CEAS: opinar y valorar en el seno del comité, como uno más; no imponer decisiones ni presionar a pacientes o familiares.

Así que a mí no me escandaliza que haya curas en los CEAS. De hecho, parece que es habitual, con o sin convenio con la Iglesia, en muchos hospitales fuera de Madrid y fuera de España. Lo que me preocuparía es que esos CEAS se extralimitasen de sus funciones asesoras, lo haga el cura o quien fuese. Porque, aunque este tema daría para discutir mucho (pero excede el objeto de este post), una cosa es que pueda ser buena la reflexión genérica y específica sobre las implicaciones éticas de la sanidad y otra muy distinta que, sea desde ámbitos religiosos o laicos, se nos impongan las decisiones. Lo grave de las palabras de la vicepresidenta del Gobierno es que insinúan presupuestos peligrosos. "Los servicios públicos de salud no pueden imponer a los pacientes criterios basados en creencias religiosas": Pero, ¿es que acaso sí pueden imponer criterios basados en otras consideraciones éticas? Pero, ¿piensa la vicepresidenta que los CEAS pueden imponer algo, haya o no curas? Porque ahí está el meollo: que por mucha regulación legal, resulte que, en la práctica, los CEAS puedan imponer que se haga o no un aborto, que se faciliten o no cuidados paliativos, que se reanime o no a un bebé. Y, si tanto escándalo se monta a raíz del convenio madrileño, el comportamiento de quienes protestan sólo es explicable bien porque saben que los CEAS influyen activamente en la toma de decisiones (y no les parece mal siempre que no intervengan criterios religiosos) o bien porque aprovechan la excusa para arremeter demagógicamente contra la Iglesia errando en esta ocasión, a mi juicio, en el blanco (y mira que hay asuntos en los que criticar a la Iglesia) y, de rebote, fortaleciendo las posiciones eclesiásticas. Tiendo a pensar que la segunda explicación es la más cercana a la verdad.

Actualización (28 de abril): Este fin de semana estuve curioseando diversas opiniones en internet sobre el asunto de este post. Entre otros, leí el blog de Pepe Blanco que ha escrito un artículo muy representativo de la demagogia que me motivó a escribir el presente. Dice, por ejemplo, que "ahora resulta que la presidenta de la comunidad de Madrid, aprovechando el ruido de sables que estos días ensordece a su partido y a la opinión pública, ha firmado un convenio con el cardenal Rouco Varela para que sean los sacerdotes quienes decidan en los hospitales a quién, cuándo, y cómo, se suministra un cuidado paliativo". Es falso que el convenio sea de ahora (sino de enero), que los firmantes sean los que dice, o que los sacerdotes vayan a decidir nada (ya que el propio CEAS carece legalmente de capacidad decisoria). Le puse un comentario a ese post, señalándole educadamente la falta de rigor en lo que había escrito. El señor Blanco tiene activada la opción de "moderación de comentarios", así que no se publica si él no lo aprueba. Acabo de comprobar que mi comentario ya lo ha leído (porque hay alguno que no estaba cuando se lo envié), pero ha decidido no publicarlo. Los siete comentarios que sí han pasado su censura son -qué raro- descaradamente acordes con el tono del post. ¿Cuántos más no habrá dejado que aparezcan? En fin, nunca me ha gustado demasiado este individuo, pero ahora ya tengo una razón concreta para poner en duda su honestidad intelectual y su capacidad de aceptar la crítica.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

miércoles, 23 de abril de 2008

Por la creación del Instituto Volcanológico de Canarias

Tras la erupción, en noviembre de 1985, del volcán colombiano Nevado del Ruiz (que supuso más de 25.000 muertes, entre ellas la de Omayra Sánchez, esa niña a cuya estremecedora agonía asistimos en directo), una misión científica española que allí fue elaboró un informe al Gobierno español con unas recomendaciones para prevenir los riesgos volcánicos en el único territorio de nuestro país en donde existen, que es Canarias. Una de las medidas propuestas era la creación de un instituto vulcanológico, centro científico con la función de recabar datos, interpretarlos y asesorar a la Administración respecto a las políticas de protección civil. Entre todos los especialistas en esta materia hay completa unanimidad en la conveniencia, necesidad e incluso urgencia de constituir este centro y dotarle de medios que lo hagan efectivo.

Sin embargo, no pasa nada hasta enero de 1996, cuando el Consejo de Ministros aprueba una directriz básica de planificación de protección civil ante el riesgo volcánico, que ordena a los Gobiernos del Estado y de la Comunidad Autónoma que elaboren sendos planes y organicen sistemas de información, seguimiento y coordinación. Parece ser, no obstante, que en la práctica estas iniciativas no se mantuvieron con la constancia deseable y, en todo caso, no mejoraron la situación de descoordinación e indefensión que se sigue teniendo frente a una eventual erupción volcánica. Así las cosas, durante la pasada legislatura, y durante unos meses de cierta alarma social en esta Isla ante síntomas y rumores de que el Teide parecía con ganas de marcha, distintos representantes de las Instituciones Canarias iniciaron reclamaron al Gobierno del Estado actuaciones concretas en esta materia.

En su sesión plenaria de 2 de noviembre de 2005, por asentimiento unánime de todos sus miembros, el Senado aprobó una moción instando al Gobierno de la Nación a la creación del Instituto Volcanológico de Canarias (me suena fatal “volcanológico”, pero así está escrito). Este acuerdo fue aplaudido por todos, en Canarias, en España y fuera de ellos. Poco después, en enero de 2006, el Parlamento de Canarias aprobó una Proposición no de Ley que decía “que se tomen las medidas precisas para que, con carácter urgente e inaplazable, se proceda a la creación del Instituto Volcanológico de Canarias (IVC), financiado principalmente por la Administración del Estado y de la Comunidad Autónoma de Canarias, con el apoyo de los Cabildos Insulares” además de detallar sus funciones principales. Por parte del Gobierno español todo son siempre buenas palabras, pero lo cierto es que no hace nada. Casi dos años después del acuerdo del Senado que tantas ilusiones había despertado, el presidente del Cabildo de Tenerife, como senador, vuelve a solicitar en la Cámara Alta “por quinta vez” que se constituya urgentemente el Instituto. La ministra de Educación y Ciencia (quien, por cierto, proviene por parte paterna de familia canaria) se limitó en su respuesta a alabar las distintas iniciativas que el Gobierno había llevado a cabo para mejorar la investigación en materia vulcanológica, sin responder en absoluto a la pregunta concreta que se le había hecho.

Y se acabó la pasada legislatura y nada de nada. Llegan las elecciones y el PSC-PSOE presenta un anexo canario a su propaganda (“Motivos para creer”), porque Canarias tiene “personalidad propia” en su programa electoral. Comienzan diciendo que los socialistas están orgullosos de los logros obtenidos para Canarias como región ultra-periférica y que se comprometen a continuar impulsando iniciativas en la misma línea. Entre éstas, señalan que “todas las estrategias que nacen de un profundo y riguroso análisis ... apuntan claramente a la necesidad de la creación, con el concurso y la colaboración de todas las Administraciones Públicas, de un Instituto Vulcanológico en Canarias, concebido como una de las piezas claves de las que debe disponer la sociedad para cumplimentar eficientemente las acciones destinadas a la reducción del riesgo volcánico en nuestro país, además de asegurar una mejor gestión de los recursos públicos que, en la actualidad, se destinan a la reducción del riesgo volcánico en España”. Aunque no lo terminen de decir expresamente, parece lícito interpretar que ZP se ha comprometido electoralmente a crear el tan largamente reclamado Instituto. ¿O no? Pues no lo sé. Pero uno tiende a pensar que hay algún gato encerrado, porque llama la atención que algo sobre lo que hay un absoluto y generalizado acuerdo (al menos aparente) tarde tanto en ponerse en marcha. He leído algunas declaraciones de vulcanólogos que hablan de intereses ocultos que no quieren que se cree el Instituto, pero tampoco aclaran cuáles son esos intereses.

Yo no sé mucho del asunto, pero sí comparto una opinión que he oído por ahí y es la de que no hay suficiente conciencia pública de que vivimos en un territorio con vulcanismo activo. Si no hay suficiente conciencia en estas islas, no es de extrañar que mucho menos la haya en la península. Creo que es muy importante que se den todos los pasos necesarios para contar con la información y estrategias más adecuadas para prevenir y/o minimizar los riesgos; cualquier otra actitud sería la suicida del avestruz. Esta mañana me han hecho llegar otra petición por correo electrónico: que suscriba un manifiesto ciudadano que reclama la urgente e inaplazable creación del Instituto Volcanológico de Canarias en este 2008, Año Internacional del Planeta Tierra. Esta sí la he firmado, en primer lugar por evidente interés personal. Me permito pedir a mis lectores, aunque no vivan en Canarias, que también la apoyen. Gracias de antemano.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

Sólo callarse es sincero

... Estas páginas son indudablemente románticas, pero también reales, puesto que aquel día de marzo existió de verdad, y también el regreso y el reencuentro. Sin embargo, el conjunto es artificial, mache, como suele ser «la literatura» cuando el escritor no es capaz de callarse y dice más -aunque sea una sola palabra de más- que los hechos. El escritor —en medio de la muerte y la miseria, situación humana constante en tiempos de paz y de guerra— que intente disculparse y demostrar que siente sinceramente lo que describe, se olvida de las leyes de su oficio, que determinan que no existe literatura sincera. En la literatura, como en la vida misma, sólo callarse es sincero. En el momento en que alguien se pone a hablar en público ya no es sincero, sino que se convierte en escritor, actor, es decir, en una persona que se pavonea.

Porque la escritura, las bellas letras siempre son una payasada; el alma, maquillada con palabras coloreadas en blanco y rojo, recu
erda al payaso del circo que cuenta chistes malintencionados haciendo mil muecas ... Al final de una guerra mundial —y probablemente al comienzo de una nueva guerra mundial o de cualquier otra— el escritor que escriba algo más aparte de hechos estrictamente estadísticos, no puede ser sincero. Sin embargo, no hay escapatoria, porque el escritor es incapaz de callarse. Tiene que decir algo incluso desde el vertedero mundial, tiene que recitar algo aun desde la fosa común. La esperanza de que un cataclismo más fuerte que cualquier otro anterior conduzca al escritor (y a la humanidad) al día en que puedan ser verdaderamente sinceros, porque ya sólo pondrán sobre el papel y pronunciarán palabras esenciales, es una esperanza infundada. En todo caso, el escritor no puede hacer otra cosa que maquillar su alma y, con hermosa palabra esencial, decirlo todo. El tema del que habla, en cualquier época y en cualquier vertedero, es siempre el mismo: el Nekyia, es decir, el viaje al mundo de los muertos, y —después de la aventura, de la Ilíada— el Nostos, o el regreso al hogar.

Quien esto escribió es Sándor Márai (¡Tierra, Tierra! Salamandra, 2006. Pags 172-173). Quizá no podamos ser sinceros, no sólo escribiendo sino en la vida, y no sólo ante otros, sino incluso ante nosotros mismos. Así lo he sentido, al menos yo, muchas veces. Quizá sea vano esperar que algún día seamos capaces de pronunciar las palabras esenciales que, aunque ignoradas, ansiamos que nos desvelen a nosotros mismos. Pero, incluso convenciéndonos de ello (y no he llegado todavía a ese extremo), no hay ciertamente escapatoria: somos incapaces de callarnos.

No sé por qué, pero intuyo que es nuestra naturaleza, que no podemos evitarlo (como en la fábula del escorpión y la rana). Hemos de intentar vivir Nekyia y Nostos ... y hablar (o escribir) sobre ello. Y mientras tanto, entre tantas voces, quizá suene la flauta.

CATEGORÍA: Literaturas

martes, 22 de abril de 2008

Construir en Ronchamp

He recibido esta mañana un correo electrónico en el que la Fondation Le Corbusier me solicita apoyar una carta a la Ministra de Cultura francesa solicitando la paralización de un proyecto de Renzo Piano en la colina de Bourlémont sobre la que se dispone la capilla de Notre Dame du Haut de Ronchamp, realizada por Le Corbusier entre 1951 y 1955. No sabía nada al respecto y, lógicamente, he tratado de informarme.

La capilla de Ronchamp, así como los terrenos sobre los que se asienta, son propiedad de la Association Œuvre Notre-Dame du Haut. Esta asociación se formó después la guerra con la finalidad de, sumando las indemnizaciones recibidas por los daños bélicos, reconstruir la capilla de peregrinación mariana que desde siglos hubo en ese lugar. Son ellos quienes encargan la obra a Le Corbusier y quienes, todavía en la actualidad, se han ocupado de la gestión y conservación de esta obra maestra de la arquitectura.

Parece ser que a los miembros de esta asociación se les ocurrió hace unos años invitar a un grupo de monjas a vivir junto a la capilla con la finalidad de reforzar el carácter religioso del lugar frente al excesivo predominio del turismo. Es verdad que ésta es la actividad fundamental que acoge el lugar, que atrae más de 100.000 personas al año (con un porcentaje muy significativo de estudiantes de arquitectura de todo el mundo), pese a que se encuentra a desmano de cualesquiera rutas turísticas. Según leo, sólo tres días al año se celebran actos de peregrinación religiosa. El propio Corbu, en la carta dirigida al obispo de Besançon en 1955 (imagino que al finalizar las obras), dice que ha buscado crear un lugar de silencio, oración, paz y alegría espiritual. Creo recordar vagamente, además, que ya en los años de su construcción se planteó al propio arquitecto la posibilidad de erigir en la colina un pequeño convento, idea que finalmente no cuajó.

Quiero pensar, en cualquier caso, que las mejores intenciones animaron a Jean-Francois Mathey, el director de la Asociación, a promover un proyecto de intervención en la colina de Bourlémont que, además de 12 celdas para monjas clarisas, comprende un nuevo centro de visitantes y un espacio de meditación para las religiosas. La propuesta de Renzo Piano se basa en el enterramiento de las nuevas construcciones en las faldas de la colina (que además es abundantemente reforestada), de modo tal que no son vistas desde la capilla ni interfieren con la visión de ésta. Resulta más que evidente que Piano plantea una intervención desde un absoluto respeto hacia la obra del maestro y, además, con exquisita y contenida calidad arquitectónica.

De hecho, en el mensaje que me llega y en la propia carta a la ministra francesa, no se cuestiona la calidad arquitectónica, sino que la intervención planteada pone en peligro la “sutil unidad entre la capilla y el sitio”, que fue una de las mayores motivaciones de Le Corbusier. A la vista del proyecto, uno se queda pensando que para los celosos guardianes corbuserianos de la Fondation, cualquier intervención en la colina pondría en peligro dicha unidad esencial, porque es difícil imaginar una alternativa más limitada y controlada en sus efectos sobre el conjunto arquitectura-lugar que la de Renzo Piano. Lo cual me lleva a pensar si “la conservación y salvaguarda de los inmuebles y lugares de nuestra memoria colectiva” (palabras de la solicitud a la ministra) han de pasar siempre por preservar la integridad original. No lo creo, como no creo tampoco que el mismo Le Corbusier mantuviese unas posturas tan inmovilistas respecto a los “monumentos”.

Lo cual no quiere decir que me parezca bien la propuesta de Renzo Piano. Lo que, con la información que tengo, no puedo avalar es que esta intervención (y cualquiera, me temo) suponga romper la unidad esencial de la capilla de Ronchamp. Tal afirmación hay que argumentarla; no basta con referirse a riesgos genéricos que valen tanto para la propuesta de Piano como para cualquier otra. Y, sin embrago, no se hace; se pide el apoyo de firmas para que el Ministerio francés, dado que el edificio cuenta con protección legal, vete la intervención. Y supongo que, sobre todo entre los arquitectos, serán mayoría aplastante quienes firmen dicha petición sin entrar a valorar la propuesta. Repito, no es que crea que se deben hacer esas obras, pero no puedo apoyar posiciones negacionistas por principio. Lo que me gustaría es que el proyecto, tanto sus soluciones arquitectónicas como también (y sobre todo) la justificación de su necesidad y conveniencia, se debatiesen en profundidad.

Por añadir una nota personal a este asunto, diré que con la capilla de Ronchamp mantengo desde hace más de treinta años una especial relación de amor. Durante la carrera fue objeto de un intenso trabajo de estudio (a medias con un querido amigo a quien volveré a ver en unos días) en el que desmenuzamos, como enamorados, todos sus detalles, recurriendo para ello, a muchísimos kilómetros de distancia, a cuantas fuentes podíamos encontrar (ojalá hubiese existido entonces internet). No me gusta hacer listas, pero es indudable que en la de mis gustos arquitectónicos, la capilla del Corbu se ha mantenido todos estos años en lo más alto. Hace relativamente poco tiempo, unos cinco o seis años, pude por fin conocerla "en persona". Nos desviamos exprofeso desde Estrasburgo para ir hasta ese pueblo perdido y subir por la estrecha carretera que llega hasta la cima. Durante ese último tramo del trayecto me sentía emocionado y así, emocionado y además gozoso, pasé las dos o tres horas que permanecí allí, mirando y remirando la capilla, por dentro y por fuera, tocando, sintiendo, pensando ... En fin, que fue una experiencia importante en mi simbología personal. Por eso, me resultaría muy fácil pedir a las autoridades francesas que no dejen que nada cambie y, sin embargo ...

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

viernes, 18 de abril de 2008

¿Refugio de canallas o basura combustible?

En un post de hace unos días (Más leña al mono), Lansky nos obsequia con una estupenda recopilación de citas sobre nacionalismo/patriotismo. Aporta además las fuentes, lo que es muy de agradecer, porque está más que comprobado que las frases que alcanzan cierta celebridad suelen atribuirse sin ningún rigor a los más diversos autores.

Los dos primeros apotegmas me parecieron ligeras variaciones de una misma idea; en todo caso, la cita me era conocida y llevaba tiempo con dudas sobre su autoría. Lansky atribuye a Ambrose Bierce, en su obra Diccionario del Diablo (1911), la de “la patria es el último refugio de los canallas”. Samuel Johnson, en cambio, habría soltado eso de que “el patriotismo es el último recurso del bribón”, citando Lansky como fuente la tan loada biografía que escribió el excéntrico James Boswell.

No he leído ninguna de esas dos obras. De hecho, llevo ya varios años con la “Vida del Doctor Johnson” apuntada en un rincón del cerebro con la etiqueta de libros pendientes. De Ambrose Bierce me dieron ganas de conocer algo tras enterarme de su existencia con la lectura de Gringo Viejo, la ficción de Carlos Fuentes. Ayer mismo se me reavivaron esas viejas intenciones al volver a ver, esta vez en la tele, la peli hecha a partir del relato del escritor mexicano, con Gregory Peck y Jane Fonda.

La cosa es que, pese al post de Lansky, no terminaba de cuadrarme un parecido tan acusado en ambas frases. Pareciera que Ambrose Bierce se hubiese limitado, nada más, a cambiar los tres sustantivos de la frase por vocablos cercanos. Si así era, más que una nueva sentencia, debería considerarse una mera reinterpretación, quizás la adaptación del inglés británico al norteamericano de dos siglos después).

Los dos libros que cita Lansky pueden conseguirse en internet; el de norteamericano, Diccionario del Diablo, en castellano; el de británico, Vida del Doctor Johnson, parece que sólo en inglés. Previamente, en la entrada sobre Samuel Johnson de la Wikiquote en inglés descubro la cita en su idioma (patriotism is the last refuge of a scoundrel) y, lo más importante, verifico que proviene (como bien dijo Lansky) de la biografía de Boswell. Voy a la versión online (en inglés) de dicho libro y, en efecto, en el segundo volumen, Boswell nos cuenta que el viernes 7 de abril de 1775, cenó con Johnson y varios amigos y durante la conversación salió el tema del patriotismo; fue entonces cuando Johnson, en voz alta y firme, profirió el famoso apotegma.

Por aquellos años Johnson estaba bastante volcado en el activismo político. Justamente en 1774, meses antes de la reunión a que se refiere su biógrafo, había publicado El Patriota. Intuyo que las ideas de esa obra bullirían en su cabeza al exclamar su lapidaria frase. Sin embargo, en El Patriota no condena tan tajantemente el patriotismo; de hecho, lo presenta como una virtud ("un patriota es aquél cuya conducta pública está presidida por un único motivo: el amor a su país ... el interés público"). En términos similares lo había definido en su más famosa obra (A Dictionary of the English Language, 1755). Sin embargo, en la década de los setenta (si no antes), el énfasis de Johnson se dirige a denunciar los comportamientos miserables amparados con la excusa del patriotismo. Es significativo que El Patriota dedique su mayor extensión a condenar a esos que se apuntan a la “lista de los patriotas”, que “tienen la apariencia externa de patriotas sin sus cualidades constitutivas” y que “brillan como las monedas falsas”.

Ciertamente, Boswell matiza que, con su iconoclasta expresión, Johnson no se refería a un “amor honesto y generoso por nuestro país”, sino a aquéllos que, "en todas las épocas y lugares, han usado el manto del patriotismo para arropar sus propios intereses". Esos serían pues, para Johnson, los canallas. Pero lo que me parece interesante es descubrir cómo los matices, que siempre se olvidan, suavizan mucho el impacto de la cita. Habría sido más fiel a su pensamiento, si Johnson hubiese dicho, por ejemplo: “los canallas gustan de refugiarse en el patriotismo”. Claro que la frase habría perdido fuerza y no olvidemos que Johnson era tremendamente consciente de la eficacia del estilo panfletario (y estaba muy bien dotado para ello).

Ambrose Bierce conocía la frase de Boswell, pero tengo la impresión de que no suficientemente su pensamiento acerca de este tema. De hecho, en la entrada de su Diccionario del Diablo correspondiente a “patriotismo” dice que el doctor Johnson, “en su célebre diccionario”, lo define como el último recurso del pillo. Pero no es en su diccionario (una obra eminentemente lexicográfica) donde el británico expresa esa idea, así que Bierce debía estar escribiendo de (mala) memoria. Tampoco, en sentido estricto, puede decirse que con esa frase Johnson pretendiera definir el patriotismo. Pero Bierce es un periodista visceral y, pienso, le interesaban más los aguafuertes que los claroscuros. Así que toma su vago recuerdo de una antigua lectura del libro de Boswell, pasa de matices, y lo convierte en trampolín para aportar su nuevo apotegma.

Porque, según leo en el Diccionario del Diablo disponible en internet, la frase de Bierce es distinta de la que nos citó Lansky y, efectivamente, no se parece tanto a la original de Johnson ¿o de Boswell? Bierce dice que el patriotismo es “basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de cualquier ambicioso” (combustible rubbish read to the torch of any one ambitious to illuminate his name). Emparentada semánticamente con la de su antecesor, sin duda, pero a mi juicio bastante más radical. Dudo que Bierce estuviera dispuesto a admitir que puede haber un patriotismo virtuoso, cuando de entrada lo califica de basura.

Y hasta aquí. Me había quedado con las ganas de aclararme en cuanto a las citas de Johnson y Bierce. Ahora me queda leer despacio los dos libros originales. Y, ya puestos, aprovechar para abrir la discusión: ¿con cuál de las dos citas sobre el patriotismo está usted más conforme?

CATEGORÍA: Política y Sociedad

jueves, 17 de abril de 2008

Sólo hay 10 tipos de personas: las que saben binario y las que no

Esta frase, muy ingeniosa, la vi hace algo más de un año, estampada en una camiseta. Cuando la lees por primera vez, recibes un estímulo neuronal inmediato, te quedas por unos momentos epatado. Tal es justamente el efecto de las paradojas aparentes, tan del gusto de los recopiladores de esos entretenimientos a los que se ha dado en llamar “pensamiento lateral”. Esas paradojas suelen serlo desde el marco de referencia habitual y por eso, para resolverlas, para hacerlas consistentes, es necesario escapar de las formas acostumbradas de procesar la realidad. Son siempre ejercicios interesantes porque obligan a cuestionar nuestros puntos de vista, a comprobar que muchas veces asumimos como cimientos inmutables de nuestro pensamiento lo que no son más convenciones, cuya utilidad es meramente instrumental.

Cuando leí la frase que titula este post me vino a la memoria una adivinanza del mismo registro que corrió por mi colegio en mi primera adolescencia: Juan y María se casaron y se fueron a vivir, ellos dos solos, a su nueva casa; al cabo de un año nació su primer hijo y desde ese momento pasaron a vivir 10 en el domicilio: ¿cómo es posible? Abundando en el jueguecito, encuentro en internet que la frase original ya ha sufrido una mutación que la hace más compleja pero menos bella: “Sólo hay 10 tipos de personas: las que saben binario, las que no y las que lo confunden con el ternario”.

Me he acordado de estas cosas porque con demasiada frecuencia me quedo con la impresión de que hablamos entre nosotros en distintos sistemas de lenguaje, con el agravante, respecto a los sistemas de numeración, de que damos por supuesto que conocemos las reglas convencionales de nuestro interlocutor, al menos lo suficiente para que pueda existir comunicación; y no es así. Este es un asunto más que trillado, hasta el punto de constituir el meollo de la semiótica, así que no entraré en aburridas disquisiciones teóricas. Sólo me interesa referirme ahora a la influencia que en la comunicación (o mejor, en la incomunicación) tienen las connotaciones de origen emocional. Y lo hago porque es algo que vivo con cierta asiduidad.

A muchas palabras cada una de nosotros le damos una connotación valorativa que colorea (e incluso distorsiona) su significado convencional (el del diccionario, para entendernos). Ese matiz añadido hace que reaccionemos emocionalmente en términos de “me gusta” o “no me gusta” respecto al conjunto del discurso. Cuanta más emotividad hay, menos posible es la comprensión racional del discurso formalizado (lingüístico) y, lo más frecuente, es que ambos interlocutores se vayan enfadando, quedándose con la desagradable sensación de que no ser capaces de comunicarse (al menos, no en el plano lingüístico formalizado, porque quizá sí mediante otros lenguajes).

Una palabra que yo usaba mucho era “discutir” que significa “examinar atenta y particularmente una materia”. A mí, discutir me gusta mucho y me parece la mejor forma de aprender de cualquier tema: examinarlo atenta, prolijamente, destripando sus diversas facetas, desmontándolo y volviéndolo a montar. Yo discuto hasta conmigo mismo (de hecho es una de mis formas de pensar) y, por supuesto, me encanta encontrar personas que sean buenos discutidores, pues me aportan estimulantes momentos de placer, sobre todo cuando me hacen ver cosas en las que no había caído. Pero pese a que el significado denotativo de discutir no tiene nada de malo (y mucho de bueno), lo cierto es que se ha impuesto una connotación negativa: discutir es que dos o más personas se embronquen entre sí. Ya la palabra no tiene mucho que ver con una actividad intelectual sino con un comportamiento básicamente emocional en el que, paradójicamente, desaparece la razón. Cuando decimos de dos personas (por ejemplo una pareja) que no hacen más que discutir, nos imaginamos escenas de enfrentamientos a gritos carentes absolutamente de argumentaciones racionales. Por eso, ya no puedo decir que me gusta discutir.

Ahora se dice debatir para referirse a la actividad dialéctica argumentativa: “es bueno debatir las ideas”, “el debate sobre el estado de la nación”, “hay que saber debatir sin discutir” y así sucesivamente. Mientras el intercambio de argumentos se desarrolle según las reglas de la razón y en un clima de serenidad emocional, hay un debate; cuando las emociones se imponen y la razón se descarta, ese intercambio dialéctico pasa a ser una discusión y ya no es bueno. Irónicamente, en el DRAE, se define debatir como altercar, contender, disputar sobre algo, e incluso (en su segunda acepción) es combatir y guerrear. Es decir que mientras que la finalidad de la discusión es conocer más y mejor el objeto, la del debate es imponerse sobre el sujeto (el interlocutor), siéndonos indiferente el conocimiento del asunto. Sin embargo, diga lo que diga el diccionario, se han impuesto los significados inversos. Y, me guste o no, he acabado diciendo debatir, cuando lo que me gustaría sería discutir.

Y ya no hablemos de lo que pasa cuando el interlocutor interpreta que alguna palabra de tu discurso conlleva un juicio de valor sobre él mismo. El sofisma implícito vendría a ser el siguiente: esa palabra que ha usado es mala (no me gusta) y la ha usado aplicándola a mí, luego me está atacando. Desde ese momento ya no hay comunicación posible porque uno de los dos, el que se siente agredido, no querrá entender sino defenderse y atacar a su vez. Y la cosa irá degenerando hasta acabar, en el mejor de los casos, con una triste sensación mutua de incomunicación. Por supuesto, se puede (y se debe), calmadas las aguas, volver al inicio, desmontar el equívoco, explicar el significado que el uno atribuía a la palabra que disparó la emotividad negativa, desmontar la percepción que el otro tuvo de sentirse agredido, etc. Pero, muchas veces, para entonces puede que domine el cansancio y la frustración.

En la mayoría de las interrelaciones que vivimos cotidianamente, no obstante, lo normal es que renunciemos, ya de entrada, a lograr niveles de comunicación más allá de los superficiales, suficientes para la supervivencia social e incluso, tantas veces, íntima. Al fin y al cabo es agotador (e inútil casi siempre) esforzarse en limpiar de connotaciones tópicas el lenguaje (que, además, suelen empobrecer sus posibilidades comunicativas). Sin embargo, uno desearía contar con personas, por pocas que fuesen, con las cuales no tener que preocuparse demasiado en cuanto a la carga connotativo-emocional de sus palabras; con las cuales pudiera “discutir” sin que le atribuyeran intencionalidades inexistentes, ajenas al objeto. Esto no es demasiado difícil siempre que ese objeto no afecte a las emociones del interlocutor, porque cuando nos metemos en según qué temas pareciera que no cabe la serenidad racional.

Sin embargo, hablar de las emociones propias y del interlocutor, analizarlas, “examinarlas atenta y particularmente” (es decir, discutir sobre ellas), es una de las mejores vías para conocerlas y conocernos por ende a nosotros mismos. Y parece de sentido común que esas discusiones serán tanto más fructíferas cuanto más cercano a nosotros sea el interlocutor, mejor nos conozca y, también, más nos quiera. Pero, claro, eso exige ser capaces de “objetivizar” en algún grado nuestras emociones, verlas “desde fuera”, sacarlas de nosotros, y no sentirnos con ello agredidos, ni atemorizados, ni avergonzados. Tal es, a mi modo de ver, una comunicación íntima.

No es la única forma de comunicación (o de relación íntima). La transmisión de emociones profundas no sólo se hace a través del lenguaje verbal; es más, no es éste el mejor lenguaje para tal fin. De hecho, creo que transmitir la vivencia emocional es casi incompatible con el lenguaje verbal. Estaríamos hablando de empatizar (barbarismo no admitido por la RAE), de compartir el estado de ánimo del otro, algo que muchas veces ansiamos de la persona que está a nuestro lado y a veces, en momentos mágicos, sentimos con profundísima intensidad que se produce. Pero no, no hablo de empatizar, sino de reflexionar sobre las emociones para conocernos y ahí sí que creo que es válido el lenguaje verbal y el pensamiento racional. Claro que, para ello, debe evitarse la emotividad (valga la paradoja).

En todo caso, contra todas las evidencias de la realidad, me seguiré resistiendo a aceptar la desesperanzada convicción de Pirandello que negaba la posibilidad de la comunicación humana. Creo que los esfuerzos para poder comunicarnos pertenecen al grupo de los que merecen la pena, incluso aunque sepamos que están condenados al fracaso.

PS: Tengo que escribir un post sobre Pirandello, autor que me gusta mucho.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones

miércoles, 16 de abril de 2008

Las hordas de la noche

Las hordas llegaron de noche, envueltas de bruma. Acaso eran la bruma, la bruma más espesa. Noche brumosa sin luna, oscuridad vacía. Llegaron sin ser vistas ni oídas, las hordas, de noche.

El poblado dormía sus últimos sueños. Acaso del sueño vinieron, las hordas. Acaso su feroz tarea acaeció en los campos yermos de allí, el otro lado. Muerte sin sangre, ni gritos, ni consecuencias. Fémures descarnados asomarían entre las sábanas, órbitas huecas arrojando sus miradas a los techos, cadáveres rasgados por las zarpas. Lo vimos todo, sin ojos y sin tiempo; y mientras tanto, siempre el silencio.

Éramos pocos y soberbios. Habíamos olvidado las reglas de ellos, los legítimos dueños.

Llegó la luz del alba y nos levantamos, ya muertos. Espectros de cuerpos desgarrados, muecas macabras por rostros. Luego pasaron los días, meses y años. Vinieron forasteros y se quedaron, porque no nos distinguieron. De los vientres exangües de nuestras hembras nacieron niños condenados, pero ignoraron su naturaleza porque se la ocultamos. Y sin embargo ...

El hábito anestesia la consciencia, induce el sopor sin sueños: no hay tragedia. Pero yo he vivido muerto y sin amnesias, maldita lucidez de los recuerdos. Balbuceo jaculatorias inventadas en idiomas que no existen. Las hordas, las hordas, tartamudeo con la voz del miedo y luego la jerga que me invade, abundante de consonantes velares, ininteligible hasta para mí, por más que intuya su mensaje funesto.

No asustes a los críos, abuelo, me dicen quienes se aferran al silencio. Pero de la bruma del silencio nació el horror, y yo lo sigo viendo. No es recordarlo la mayor de mis tragedias, sino saber que se acerca la fecha de cumplir el pacto. No falta mucho para que la bruma vuelva y yo sea parte de ella.

Llegaremos de noche, otra vez, infinitas repeticiones. Desgarraremos las carnes de ilusiones para mostrar el sinsentido absurdo de la muerte, vaciaremos las cuencas oculares de mis hermanos para enseñarles a ver sin ojos, desecaremos los líquidos de sus cuerpos para ahogarles en el polvo eterno que sofoca. Y sé, sabemos, que no valdrá de nada, pues el miedo a la verdad mantiene ahí la raya.

Percibo el olor acre de la bruma, los tiempos están próximos a cruzarse. No he tenido suerte desde entonces pero para qué lamentarse. Mataré viviendo una nueva muerte. Envueltos de bruma, llegaremos de nuevo, las hordas de la noche.


CATEGORÍA: Ficciones

martes, 15 de abril de 2008

Nullitatis Matrimonii, una historia calabresa (VI)

En el legajo que voy traduciendo, a las ya transcritas, siguen más declaraciones de testigos (hasta diecisiete más). Ya veré más adelante si las paso literalmente al blog o hago un resumen, limitándome a las respuestas más interesantes. De momento, en todo caso, doy un salto sobre esa parte y paso a las cartas de la época del noviazgo, que fueron presentadas ante el Tribunal en febrero de 1940. En este post transcribo las que presentaría Rachele y que, en la correspondiente declaración, Caligiuri reconoció como propias; en uno próximo pondré las escritas por la chica. Tras las cartas viene la sentencia del Tribunal de Catanzaro que, como ya he dicho, está en latín. Aunque puedo entender algunas cosas (el sentido genérico de los razonamientos y, por supuesto, del fallo), soy incapaz de traducirla. Estoy intentando que alguien me lo haga y, en cuanto lo consiga, la transcribiré (así que, Amy, paciencia).

Las cartas cubren los dos primeros meses de noviazgo, salvo la última que es de la primavera del 22. Creo que son bastante reveladoras del carácter de Renato e, indirectamente, aportan pistas sobre los sentimientos y actitudes de Rachele; pero que cada uno se haga su propia composición de lugar. De otra parte, también me parece que desvelan claramente cómo se expresaba el amor en esos tiempos, lugares y circunstancias sociales; ciertamente, para entonces, el romanticismo victoriano había ganado ya la batalla. Pero basta de preámbulos.

--------------------------------------------------

Catanzaro, 30 de noviembre de 1921
Lina mía:

¿Es posible que no notes cuánto te amo? ¿No sientes que, cuando estás junto a mí, me aíslo de todos y de todo y no vivo más que para ese instante intenso en el cual puedo mirar en tus limpios ojos serenos tu alma sencilla y buena? Ayer por la tarde me dijiste (repito tus palabras) que, estando seguro de tu afecto, debo tranquilizarme y no preocuparme de nada más. Es justamente esa seguridad la que deseo ansiosamente, Lina. Has estado a mi lado, educada, desenvuelta, sonriente, pero no me has dicho todavía ni una sola palabra que me haga entender que comienzas, al menos, a ocuparte de mí; no me has dicho nada sobre lo que te preguntaba en mi última cartita, a la cual ni siquiera has respondido. ¿Será quizá que eres una niña que sólo quiere amar los juguetes y las golosinas? No es verdad, no, Lina, porque desde el primer momento que te conocí de cerca noté que el precoz desarrollo de tu fina belleza era producto del de tu alma. ¿Y entonces? Lina, te ruego que me escribas en pocas palabras cuál es la impresión que tienes de mí, dime si crees en mi amor, dime todo lo que no puedes decirme de viva voz.

Ves, Lina; te has apoderado de mi vida entera hasta el punto de modificarla completamente; más estoy contigo, más te amo. Cada vez que llega el momento en que debo dejarte, un temblor me advierte del gran vacío que se hará en torno mío. Yo, antes, era bullicioso, jovial, alegre; ahora estoy siempre embargado de una leve melancolía que me hace buscar la soledad para más fácilmente pensar en ti. Lina mía, te amo como a un ideal y te amaré siempre, siempre; si tuviese que perderte (te digo la verdad), me mataría. Sabes que tu voluntad es la mía y que no tienes más que insinuarme un deseo para que yo, sin dudarlo, te lo satisfaga. Lina mía, permanezco a la espera de tu cartita que leeré apasionadamente. Esperaré con fe y con constancia; he esperado tanto tiempo, Lina mía, que cómo no voy a seguir haciéndolo.

Tu Renato

--------------------------------------------------
Catanzaro, 4 de diciembre de 1921
Lina mía:

Había decidido no escribirte más porque ayer por la tarde me volví a casa seguro de que tú no me amas. Primero no quisiste que te acompañase con tu madre (eso es muy tuyo); después, durante la velada, te comportaste como si fuésemos extraños. Como siempre, evitaste sentarte junto a mí; como siempre, no pronunciaste ni una sola palabra que pudiese darme la ilusión de que al menos te ocupas un poco de mí y ni siquiera me dirigiste una mirada distinta de las indiferentes que dirigías a los demás; como siempre, por último, mientras caminábamos juntos al regreso, no me dijiste nada, nada. Me he percatado que cuando estás cerca de mí te conviertes en otra Lina, distinta de esa Lina que, en aquella carta plena de afecto, transmitió todo el perfume de sus sentimientos más queridos, distinta de aquella Lina que recibió con una luminosa sonrisa de amor (ayer por la tarde ni una sola vez me sonreíste de ese modo) desde la terraza. Si no fuera porque esta mañana te me has aparecido como te deseo y no con esa cortesía glacial que usas cuando estamos juntos ... Pero, entonces, Lina mía ¿por qué te comportas así? ¿Te sientes sobrecogida ante mí? Eso me parece imposible. ¿Entonces? Yo quiero amarte de cerca y no a través de páginas de papel; las cosas más dulces, los matices más gentiles de nuestro amor debemos decirlos con nuestros labios, en un susurro apasionado que, en el amor, lo es todo. ¿Me entiendes, Lina? Lina mía, te amo mucho (lo sabes) y no debería ser tratado así. Mañana, cuando vengas, a las cinco, te daré la carta; tú me has de dar la tuya, que tiene que ser larga y en la que me prometerás que hablarás conmigo donde quiera que nos encontremos. De tu visita de mañana espero mucho; debes ser para mí la Lina que amo y no una estatuilla sin alma. Si me haces sufrir, como las otras veces, comprenderé, te repito, que te soy antipático y que no me amas. Mañana pasaré de las diez a las diez y media. Cuando vengas a las cinco te esperaré tras los cristales. Lina mía, te adoro, enloqueceré si no me amas.

Te besa las manitas tu Renato.

--------------------------------------------------
Sin fecha

Lina mía, estoy siempre pensando en ti, a todas horas. Deseo tu fotografía como una reliquia. Lina mía, te amo hasta enloquecer. Perdóname si estoy un poco nervioso. Te amo, te amo.

--------------------------------------------------
Catanzaro, 6 de diciembre de 1921

Lina mía, amor mío:

Te escribo para decirte que te amo cada vez más. Ayer por la tarde, cuando he vuelto a casa, como un niño he besado esa esquina del sofá donde estuviste sentada junto a mí. Cuando no te tengo cerca, Lina mía, la soledad me invade y tu voz me sigue resonando nítida, como un eco insistente y armonioso. No vivo más que para ti; mi felicidad es completa cuando miro tus ojos y aprieto cariñosamente tus manitas. Llevo conmigo tu pequeña fotografía como algo sagrado, y también el pañuelito que conserva tu perfume. Sí, Lina mía, eres el primero, el más grande, el único amor mío, ese que es pasión y que, a veces, puede ser la muerte. Pero eres mi vida. Cuando te siento vivir junto a mí, en tu fragante juventud que ha brotado como un capullo en flor, cuando te oigo hablar de cosas sencillas con una ingenuidad tan llena de gracia y elegancia, unidas a una delicadeza de espíritu que me emociona, cuando te veo tan bella y de alma tan limpia, tan distinta de esas muñequitas estúpidas, coquetas y maquilladas que son casi todas las señoritas de nuestros salones, cuando te veo así y te siento así, toda para mí, créeme, Lina mía, que te amo hasta la locura. Cuando pueda tenerte en casa verás cómo y cuánto te amaré. Lina mía, tesorito mío, te besa las manitas con todo el amor quien es tuyo para siempre

Renato.
--------------------------------------------------
Sin fecha

Como hemos quedado, recibirás el pañuelito no como un regalo, sino como un recuerdo que sustituirá lo que tú me has dado. Te amo, te adoro, Lina mía. Siempre pienso en ti. Mi amor, mi Lina querida, te amo, te amo hasta enloquecer. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo. Lina mía, ¿piensas un poquito en mí? Lina mía, te amo mucho.

--------------------------------------------------
Catanzaro, 9 de diciembre de 1921

Lina mía:

¿Qué quieres que te diga? Claro que te has dado cuenta de que no estoy tranquilo ni alegre. Creía que, ante mi gran amor, te emocionarías un poco, pero ese dulce momento todavía no ha llegado. Esperaré, Lina mía, esperaré con heroica constancia; en todo caso, yo mismo te lo diré cuando comience a sentirme bien de verdad. Por ahora me contento con verte bella y gentil junto a mí, y eso deberá bastarme. Es todo lo que pedía y que he obtenido como si fuese una victoria. No me lamento, no te digo nada; sólo que te amo como ni siquiera alcanzas a pensar; te amo con ese verdadero amor que desafía incluso a la muerte.

Te besa las manitas,
tu Renato.
--------------------------------------------------
Catanzaro, 29 de enero de 1922

Querida Lina:

Heme aquí escribiéndote todo lo que a viva voz, quizás, no podría decirte con precisión y claridad. Hace mucho tiempo que no te escribo y se me hace un poco difícil, si no casi arduo, empezar esta cartita; es el hábito que, cuando se abandona, crea siempre la dificultad. Heme aquí, Lina, para decirte lealmente lo que turba gravemente mi ánimo. Debo decirte que, cuando sufro intensamente, nunca lloro; debo encontrarme en un estado de acentuada debilidad física, para que pueda ver correr silenciosas mis lágrimas. Eso es rarísimo. Por lo general, el dolor reseca mis ojos y me vuelve piedra. Pero ahora, Lina, debo decirte todo con orden. Hoy estoy presa de un gran dolor. Pero no ocurrirá más porque, si no, te importunaría, haciéndote infeliz.

Vayamos con orden. Ayer tarde, emocionado frente a tu bella dulzura, arrepentido de haberte turbado en los días precedentes con mi constante melancolía, cuando te vi tan querida y tan triste junto a mí, con voluntarioso esfuerzo sofoqué todas mis aburridas tristezas, a fin de verte alegre y serena. ¿Qué son mis melancolías? Tu madre y Totò deben considerarlas, con razón, manías de un chico nervioso y (¿por qué no decirlo?) y un tanto maleducado. Especialmente tiene razón Totò, quien, pese a su fácil irascibilidad, tiene en el fondo un alma verdaderamente buena. Pero ellos juzgan por el exterior. No saben lo que yo tengo y el motivo por el cual, de improviso, me embarga ese extraño malhumor. Saben sólo que por cualquier causa fútil (incluso por una nadería) me cambia de ese modo el ánimo. Pero tú, en tu corazón, sientes por qué me turbo de ese modo, tú, en tu corazón, sabes perfectamente que la causa de mis turbaciones es en casi todas las ocasiones una sola, la misma. Porque bastan nada más una palabra tuya, dicha o callada, una mirada o un gesto a menudo insignificante, una alusión aparentemente inocua, una simple sonrisa, para que se me alborote el ánimo. Hoy, por ejemplo, he sentido que te ha importunado tenerme junto a ti y que ante mis palabras ansiosas y mis leves caricias has reaccionado con esa indulgencia indiferente y generosa con la que se hacen las cosas que no se pueden evitar. Lo veo todo esto, porque soy inteligente y comprendo demasiado; el fulgor de tus pupilas tiene para mí un particular significado. Pero tu madre y Totò podrían a este respecto objetarme: "no debes fijarte en estas pequeñeces; además ¿no te habíamos advertido desde el primer momento que Lina era una niña?" Esto sería cierto si fueses verdaderamente una niña, pero te me has revelado, desde el inicio, mujer y mujer inteligente, en el sentido más completo y más verdadero. ¿Y entonces? Trato de abreviar para no aburrirte demasiado. Te pido perdón si te he aburrido hasta ahora con mis melancolías. Hasta hoy te he amado a mi modo; de ahora en adelante, te amaré igualmente pero de otro modo. No te aburriré más con más malhumores inútiles. Estaré sereno y sonriente como quieres verme y no me cansaré de hablarte de cosas divertidas cuando esté contigo.

Tienes razón: he sido insoportable; pero desde ahora seré distinto, te lo repito. Esto quería decirte, para tranquilizarte y, sobre todo, para darte gusto.

tu Renato.
--------------------------------------------------
Sin fecha (hacia marzo-abril de 1922)
Lina:

Después de lo que me has dicho esta tarde y que, de otra parte, no es sino lo que siempre, de rato en rato, me has dado a entender desde que nos conocimos, sé que comprendes perfectamente (porque no eres ni tonta ni ingenua, como creen tus padres) que es inútil ilusionarnos: como todos los sueños, el nuestro ha acabado. Y ha acabado antes de convertirse en la más viva y palpitante realidad.

En todo caso, era de prever: tú nunca me has amado y mi amor solo no podía bastar. Y así, Lina, nuestra vida en común habría sido la infelicidad.

No te digo más que, viendo el modo en que me has tratado mientras yo te he amado tanto, sólo siento por ti un odio invencible, profundo, que te grito con toda el alma y con todas mis lágrimas. Te odio como se odia el mal o la muerte, y deseo como una liberación no volverte a ver.

Renato Caligiuri

CATEGORÍA: Personas y personajes

lunes, 14 de abril de 2008

Vanitas vanitatis et omnia vanitas

Según el Diccionario, vanidad es arrogancia, presunción, envanecimiento. De los tres términos, descarto arrogancia, que asimilo más a una pose o, en todo caso, a la manifestación externa del soberbio. Envanecimiento tampoco me aclara mucho, pues al final me devuelve al origen, en el frustrante juego de las definiciones circulares. Así que quedémonos con presunción y digamos que la vanidad es la acción y el efecto de vanagloriarse. De hecho, yo califico de vanidosos a quienes conseguir la aprobación y/o el aplauso de los demás es una de las principales motivaciones (si no la principal) de sus actos. Para un vanidoso así entendido lo importante no es lo que es, sino lo que aparenta ser, y esa imagen le viene reflejada en el espejo de la consideración ajena.

Todos, supongo, necesitamos o, al menos, gustamos de la admiración de los demás; así que podríamos abusar del término y decir que, al fin y al cabo, todos somos vanidosos. Sin embargo, como en todo, las personas vanidosas son aquéllas en que esta nota caracterológica presenta una predominancia clara respecto a las demás de su personalidad y se manifiesta en su comportamiento con una intensidad bastante superior a la de las personas no vanidosas (o no “tan” vanidosas, si se prefiere). ¿Cómo reconocerlas? Pues yo diría que “midiendo” cuántos de sus comportamientos y en qué grado vienen motivados por el aplauso ajeno, por el reconocimiento de su “dignidad”, etc.

A mí la vanidad me parece una de las cualidades de nuestra especie más asociadas a la estupidez. Conste que la distingo netamente del orgullo o de la soberbia, por más que hay quienes las meten en el mismo saco. El vanidoso perfecto es como el que regala un paquete hueco con el más aparatoso y espectacular de los envoltorios. El paquete, naturalmente, es él mismo que, de tanto empeñarse en adornarlo no tiene ni tiempo (ni ganas) para descubrir que carece de sustancia. Así la vanidad opera a modo de venda sobre la inteligencia, anulando la mínima capacidad autocrítica y distorsionando hasta la caricatura grotesca la visión objetiva de la realidad. Tengo para mí que cualquier tentación de vanidad es una concesión a la estupidez. Aun así, no es grave que nos permitamos “recreos vanidosos”; lo tremendo, a mi juicio, es que haya tantas personas que han hecho de la vanidad el eje de sus vidas.

Escribo este post pensando en una mujer de mi entorno laboral que es el ejemplo más perfecto de vanidad que jamás me he echado en cara. La conocí hará unos diez años, cuando entró a trabajar en el mismo departamento que yo; entonces era una joven licenciada en derecho que, así me pareció, tenía ganas de aprender y dedicarse al urbanismo. Pasó un tiempo con nosotros antes de trasladarse a otra área de la Administración y le perdí la pista. Hará unos seis años me la encontré junto con un amigo común; estuvimos charlando y me comentó que le habían propuesto ponerla en las listas electorales para el gobierno de la institución en la que trabajo. Esa tarde, aunque algo intuí, no me di plena cuenta de que su entrada en la política (que ingenuamente le desaconsejé) obedecía a sus tremendas ganas de que la halagasen, de sentirse importante y “respetada”. Efectivamente, entró y llevo cinco años sufriéndola como responsable política de nuestros trabajos (sobre todo, desde las elecciones del pasado año).

Podría contar “cienes” de anécdotas sobre el comportamiento de esta mujer que darían para escribir una biografía personalizada de la vanidad, al estilo de las que hacía Marañón (la más famosa la dedicada al Conde-Duque de Olivares o la pasión de mandar). Claro que, mientras la pasión soberbia de Olivares da billete de entrada en la Historia, la vanidad estúpida apenas pasa de la cutrez de los "mass media" (por cierto, el más eficaz alimentador de estas fútiles motivaciones anímicas). Digamos, por ejemplo, que tiene una secretaria cuya misión principal es mantener al día lo que ella mismo llama su “álbum de prensa”, recortando y pegando todos los sueltos en que aparezca su nombre y, sobre todo, su fotografía; que se ofende sobremanera si cualquier cargo político habla directamente con uno de “sus” funcionarios sin previamente rendirle pleitesía (pedirle permiso) a ella; que establece las prioridades públicas en función de las expectativas que le ofrecen de brillar (aunque su olfato todavía tiene que mejorar mucho); que no escucha (y, por tanto, no llega a enterarse de los problemas) sino que en cuanto tiene ocasión suelta un discurso genérico y poco pertinente, creyendo que así consolida su papel de gran líder de la patria ...

A mí, la verdad, me da un poco de pena, porque creo que no era tonta y que, hace diez años, apuntaba ciertas dotes intelectuales. Pero optó por otro camino y voy viendo, a modo de observador, cómo cada día se empeña en idiotizarse más, en negarse a sí misma el empleo de sus capacidades intelectuales. De otra parte, es buena chica, al menos no le detecto signos de maldad, ni siquiera “colmillo retorcido” (todavía está empezando en esto de la política). De hecho, si aceptas las reglas de juego que ella asume como obvias, no es demasiado difícil de llevar e incluso de manipular en la dirección de los intereses propios de cada uno. Pero eso requiere mucha paciencia que, como ya alguna vez he dicho, es de mis muchas carencias la que más deploro. Además, he de reconocer que cada vez me parece menos ético jugar a según qué juegos (o será, quizá, que me estoy haciendo demasiado mayor). Ella misma, hará unos tres años, en una fiesta del departamento, estando suficientemente “alegre”, quiso sincerarse conmigo y, tras confesarme que yo era el mejor profesional que había conocido en lo mío (urbanismo), añadió que, no obstante, tenía que tratarla de otra manera para que mi “carrera” progresase. Soy la política responsable, me dijo, y no podía llevarle la contraria ni decirle cosas que no le agradaran; tienes que aprender a "hacerme la pelota", concluyó. Sin ironía alguna he de señalar que me pareció incluso enternecedor.

Por supuesto, no he “progresado” en mi carrera; no, al menos, en los términos en que esta mujer mide el progreso. Tampoco es que me importe. Lo que sí me importa, en cambio, es el deterioro del trabajo o, mejor dicho, del alcance y finalidad de lo que hacemos. Una labor que, a mi juicio, tiene una fuerte componente de servicio público, de prevalencia del interés social, y que, justamente por ello, requiere estar presidida por la objetividad y la racionalidad, está siendo cada vez más frivolizada. Y uno de los factores causales en tal degradación son los comportamientos vanidosos y estúpidos de esta mujer (aunque no sea, ni mucho menos, la única). Es una pena que bastantes profesionales con buena disposición estén cada vez más desanimados, asistiendo impotentes a la inutilización de sus esfuerzos. Lo gracioso es que ella espera de todos una “gran ilusión” y no es capaz de ver cuánto aburren y desmoralizan sus discursitos vanos y sus acciones torpes, ineficientes y erráticas.

Tras casi dieciocho años, con casi total seguridad, en unos meses estaré en otro sitio. No sería toda la verdad decir que me voy por culpa de esta mujer que, al cabo, no es sino la concreción en una persona de un proceso de degradación que ha vivido la institución en la que trabajo durante los últimos años. Frente a las razones negativas (me voy porque mi trabajo aquí ha descendido por debajo de la cuota de ilusión que entiendo mínima), están las positivas: me han ofrecido una tarea que supone un reto profesional atractivo para los próximos tres años. Luego, ya se verá, a lo mejor hasta vuelvo (esas son las ventajas de las excedencias de los funcionarios). Pero a punto de irme (y pendiente todavía de una entrevista con mi política responsable para contárselo, sabiendo que se lo tomará como una ofensa personal), no puedo evitar un sentimiento de pena por un puesto de trabajo al que tengo cariño (son muchos años) y, sobre todo, por unos compañeros a los que quiero.

PS: Las ilustraciones de este post son tres cuadros titulados Vanitas. El primero (1515) de Tiziano, la cúspide de la escuela veneciana del cinquecento. El segundo (1640) de Clara Peeters, pintora flamenca que se suele adscribir al manierismo. El tercero es obra de Claude Harrison, un pintor británico nacido en 1922 (a quien desconocía).

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

viernes, 11 de abril de 2008

Nullitatis Matrimonii, una historia calabresa (V)

El 2 de febrero de 1939, comparecen en el Tribunal de Catanzaro Gaetano Ferella y Marco Suriani, dos testigos que previamente, en marzo del 38, habían presentado sendas declaraciones escritas. Para ambos el Tribunal prepara un listado común de 20 preguntas.

Gaetano Ferella, que en el momento del interrogatorio tiene 83 años, es un militar retirado (teniente general de división) cuya participación en el proceso parece obedecer a que es citado por los Marincola como testigo. En su declaración escrita se refiere a Rachele como su “nieta” o “sobrina” (mia nipote); nipote, en italiano, no sólo tiene estos dos significados sino que puede englobar cualquier relación de parentesco poco precisa, incluso, me atrevo suponer, las afectivas (como cuando, en español, llamamos tío a un amigo de nuestros padres). Esta impresión viene confirmada con su respuesta a la segunda pregunta del Tribunal (¿Cuándo y cómo conocisteis a los cónyuges Renato Caligiuri y Rachele Marincola?): “Conocí a los cónyuges hace unos veinte años, con ocasión del noviazgo". Se me ocurre que este buen señor debía ser una persona respetada en Catanzaro al cual acudió Rachele para que avalase sus argumentos. Y así lo hizo, porque su carta al Tribunal coincide plenamente con las tesis de ella (tanto que parece dictada):

"Me consta que mi sobrina, la señorita Lina Marincola, mantuvo siempre aversión hacia el matrimonio con el profesor Renato Caligiuri. Todos nosotros, los parientes, considerando de buena fe que el matrimonio era ventajoso y atendiendo también a la grave enfermedad contagiosa del hermano Antonio, que de hecho luego murió, insistimos vivamente a la muchacha para que aceptase la boda. Las presiones más enérgicas provinieron de sus propios padres. Debo declarar en conciencia que, sin tales presiones, que indudablemente viciaron la validez del consentimiento de la chica, ella nunca habría dado el sí en la boda".

Sin embargo, su declaración oral, un año después, diverge radicalmente de la escrita. Lo que más llama la atención es que confiesa su ignorancia sobre la gran mayoría de las preguntas del Tribunal acerca de los sentimientos de Rachele, las amenazas de los padres, las peleas entre los cónyuges, etc. Repite varias veces que, por un lado, ni Rachele ni nadie le habló nunca sobre sus sentimientos o intenciones y, por otro, que él tiene la costumbre de no entrometerse en los asuntos ajenos. En resumen, que su valor testifical es absolutamente nulo, nada aporta para que los jueces diluciden sobre el grado de validez del consentimiento matrimonial de Rachele. Pero esta ignorancia confesa no le impide asegurar que ambos cónyuges son muy religiosos e incapaces de jurar en falso, que Rachele se casó voluntariamente y a su gusto, así como que ve perfectamente factible que se reconcilien. Me imagino que los miembros del Tribunal deberían estar alucinando con el anciano. De hecho, saliéndose del guión, un juez le pregunta que cómo concilia lo que acababa de declarar con lo que había escrito sobre las presiones a las que había sido sometida la muchacha y la falta de libertad en su consentimiento. Con el mayor desparpajo, el señor Ferella afirma que “las concilio en el sentido de que se casaron voluntariamente y que luego, como consecuencia de litigios y desacuerdos, cambiaron sus sentimientos”.

Sorprendente este testigo. Puestos a buscar explicaciones, careciendo de tantos datos, se me ocurre que ya chocheaba y que no era del todo consciente del berenjenal en que se había metido. O, a lo mejor, en el año transcurrido desde su declaración hasta el interrogatorio, cambió de opinión (o se la hicieron cambiar, ¿quizás Caligiuri?) y trató de escaquearse (con escaso éxito) delante del Tribunal. Menos mal, para él, que ya no estaban en los tiempos en que la jurisdicción eclesiástica podía acusar a los testigos y reexpedirlos a la Justicia civil, porque el tal Ferella merecía ser imputado por perjuro. Pero en fin, me imagino que el Tribunal simplemente pasaría de su testimonio, absolutamente carente de consistencia.

Muy distinto es el testimonio de Marco Suriani, el primo de Rachele (hijo de Concettina, la hermana de la madre, en cuya casa se celebró la boda), apenas unos años mayor que ella (tenía 37 años cuando le interrogaron). Este hombre refuerza los argumentos de los Marincola y, a mi juicio, lo hace más convincentemente que la propia Rachele y sus padres, quizá porque los detalles que narra son más verosímiles, además de hacernos los hechos más vivos y aportarnos algunos nuevos. Por estas razones, en vez de resumir sus declaraciones (la escrita y la oral), he preferido transcribirlas.

Declaración escrita de Marco Suriani
Scripta declaratio Marci Suriani, testis (13 de marzo de 1938)

Recuerdo que, en la época en que se desarrollaba el noviazgo entre Rachele Marincola y el profesor Renato Caligiuri, entre nosotros, los parientes, se hablaba mucho de la aversión de la señorita por su prometido. Ya inmediatamente después del primer encuentro entre los dos en mi casa, la señorita se expresó acerca de su prometido en términos tales que no dejaban ninguna duda sobre su decidida voluntad de no querer saber nada de él, lo que dio lugar a una desagradable escena con sus progenitores quienes, desde ese momento, comenzaron a emplear todo tipo de violencias para persuadirla al matrimonio. Pocos días antes de la boda, la señorita escapó de su casa y vino a la nuestra llorando a implorarnos que intercediésemos ante sus padres para que cambiasen de parecer. Pero de nada valió nuestra intromisión porque ellos respondieron reafirmando su propósito y diciéndonos que la hija debía convencerse y resignarse al casamiento. Tengo la firme convicción de que sin las amenazas de sus parientes la señorita nunca se habría plegado, por su propia voluntad, al matrimonio con Caligiuri.

Interrogatorio a Marco Suriani
Depositio Marci Suriani, testis (2 de febrero de 1939)

1.- Decid vuestro nombre, apellido, filiación, edad, religión, condición y domicilio.

Marcantonio Suriani, hijo de César y de Maria Concetta Marincola, nacido en Catanzaro el 20 de julio de 1901, domiciliado en Catanzaro, aparejador de profesión y de religión católica.

2.- ¿Cuándo y cómo conocisteis a los cónyuges Renato Caligiuri y Rachele Marincola?

Soy primo de la señorita y la conozco desde niña. A Caligiuri lo conocí en la petición de mano.

3.- ¿Podéis decir si son buenos cristianos, honestos, incapaces de mentir y de jurar en falso, incluso a favor suyo?

Los tengo por buenos cristianos, honestos e incapaces de jurar en falso.

4.- ¿Qué parte habéis tenido en su matrimonio? ¿Se os confió algún encargo en relación a ellos? ¿Cuándo, por quién y con qué resultados?

Mi padre fue encargado por Caligiuri, a través del difunto abogado Antonio Menniti, para pedir la mano de mi prima Rachele. El primer encuentro entre la señorita y el profesor Caligiuri sucedió en mi casa, justamente en nuestro salón. Recuerdo que, una vez que Caligiuri se marchó, la señorita dijo que no estaba en absoluto entusiasmada con ese matrimonio porque el joven no le gustaba.

5.- ¿Sabríais decir si la señora Rachele Marincola se caso voluntaria y satisfactoriamente con el señor Renato Caligiuri? En caso negativo, ¿por qué motivo no fue así?

Rachele Marincola no se casó voluntariamente ni a gusto con Caligiuri porque, como ella decía, no le gustaba su físico y tampoco le atraían sus cualidades morales.

6.- ¿Alguna vez antes de casarse la señora Marincola os confió sus sentimientos o intenciones?

Sí, nos hablaba a menudo, tanto a mí como a mi hermana, y siempre se mostraba contraria al matrimonio.

7.- ¿Cómo eran los caracteres de ambos cónyuges?

Los cónyuges tenían caracteres diametralmente opuestos. Él era tímido, lleno de manías; ella, en cambio, era inteligente, vivaz y me parece que siempre estuvo incomprendida por el marido.

8.- ¿Es cierto que en la casa de los Marincola acaecieron escenas dolorosas motivadas por la repugnancia de la señorita Rachele a casarse con Caligiuri?

Sí, ocurrieron varias escenas debidas a la repugnancia de Rachele. Los progenitores insistían para que la muchacha aceptase a Caligiuri y quizá el motivo fuera la grave enfermedad que afligía al otro hijo, Antonio, que tenía tuberculosis, y también la posición económica del novio. Los padres pasaban a menudo de los ruegos a las amenazas y alguna vez a los golpes.

9.- ¿Es verdad que conocisteis las amenazas que sufría la señorita Marincola por parte de sus padres con el fin de inducirla al matrimonio con Caligiuri?

Ya he contestado.

10.- ¿Qué gravedad tenían y en qué consistían esas amenazas? ¿Habrían podido superarse sin graves riesgos?

Consistían en hacer comprender a la muchacha que el amor venía después, que tenía que pensar en la enfermedad del hermano, en el peligro de no encontrar otro marido. Pero Rachele se resistía y, con frecuencia, cuando Caligiuri iba a visitarla se escapaba y venía a nuestra casa. Fuera por su edad o porque tenía en contra a todos sus parientes, que veían bien ese matrimonio, mi prima no podía sustraerse a esas presiones. Creo que una mayor resistencia de su parte hubiese determinado mayor violencia de sus padres, quienes más de una vez dijeron que, si no se casaba, la echarían de casa. No sé si hubieran cumplido esa amenaza.

11.- ¿Recordais lo que sucedió, en la misma tarde del matrimonio, entre la señorita Marincola y sus progenitores? ¿Qué carácter tenían estos últimos?

Recuerdo que la tarde de la boda, alguna hora antes del rito matrimonial, la joven tuvo una crisis de llanto, diciendo que para ella comenzaba la infelicidad. Su padre, naturalmente, se puso furioso y recuerdo que intervino para persuadirla mi difunto tío Domenico Marincola.

12.- ¿Estuvisteis presente en la boda? En caso afirmativo, ¿notasteis cualquier cosa de particular en el comportamiento de la señorita Marincola?

Sí, estuve presente en la ceremonia. No noté nada particular. Recuerdo que Rachele entró sonriendo, pero después no pude observarla de cerca porque había muchos invitados y yo estaba algo alejado del altar.

13.- ¿Sabríais decirnos algo sobre los litigios entre los cónyuges? En caso afirmativo, ¿cuándo, por acción de quién y por qué motivos se iniciaron?

En las pocas veces que tuve la ocasión de estar con ambos cónyuges después de la boda (he dicho pocas veces porque Caligiuri, tras el matrimonio, se reveló muy celoso y no gustaba de hacer visitas, ni siquiera a los parientes) me di cuenta de que no reinaba en absoluto la armonía entre ellos. Discutían a menudo y supe a través de los padres de ella que habían comenzado a tener violentas peleas, de las cuales desconozco los motivos concretos.

14.- ¿Os confió la señora Marincola algo acerca de sus sentimientos hacia su marido después de su matrimonio?

Inmediatamente después, no; pero pasado algún tiempo, sí. Se lamentaba de no ser feliz, ni moral ni físicamente.

15.- ¿Sabéis si la señora Marincola escapó alguna vez del domicilio conyugal? En caso afirmativo, ¿cuántas veces lo hizo y por cuáles motivos?

Sí, se iba con su madre y permanecía allí varios días. Se le convencía para que volviese, por la insistencia de sus padres y también de los de él. Estos últimos, a decir verdad, hicieron de todo para poner paz entre los cónyuges, porque en realidad los motivos principales que la rompían no eran tanto la inferioridad física de él, cuanto sus cualidades morales. Recuerdo que el padre de Caligiuri en casi todos los litigios daba la razón a la nuera y no al hijo.

16.- ¿Por obra de quién regresó, tras estas fugas, junto al marido?

Ya he contestado.

17.- ¿Cuánto tiempo permanecieron juntos los dos cónyuges? ¿Quién fue el primero que dejó el domicilio conyugal y por cuál motivo?

Estuvieron juntos unos siete años, hasta 1929. Abandonó la casa la mujer, por esta aversión que había entre ellos.

18.- ¿Qué pensáis sobre el consenso matrimonial de la señora Rachele Marincola, en especial después del nacimiento de la niña?

La aversión se mantuvo siempre, y ni siquiera el nacimiento de la niña logró reforzar su unión. Una vez me dijo: "quiero mucho a esta niña, pero no tanto como debería, porque pienso que es también hija suya".

19.-¿Os parece posible la reconciliación?

No.

20.-¿Tenéis algo que añadir, corregir o cambiar?

Nada.

PS: Descubro que mi hipótesis sobre el tal Gaetano Ferella no iba desencaminada. Este señor fue el jefe de la Brigada Catanzaro, constituida en 1915, y considerada como una de las más valerosas del ejército italiano durante la Primera Guerra Mundial. Así que, acabada la guerra, por los tiempos del noviazgo de Caligiuri y Marincola, este hombre debía ser considerado en la ciudad poco menos que un héroe.

CATEGORÍA: Personas y personajes