Haselsdorf-Tobelbad es una pequeña localidad de la Estiria austríaca, muy cerca de la ciudad de Graz. Es una zona de montes boscosos y de clima muy saludable, imagino. Por eso, desde finales de la Edad Media, era un lugar conocido para el reposo y recuperarse de debilidades y dolencias varias. La villa cuenta hoy con un hospital de rehabilitación de la Seguridad Social austríaca.
A un balneario de ese pueblo (que no es el actual hospital al que me refería) se retiró desde mayo a julio de 1910 Alma Mahler, quien, con sólo 30 años, sufría (son sus palabras) el desgaste y el agotamiento de ser impulsada sin pausa por un espíritu tan intenso (hablaba de su marido Gustav). Tengo la impresión de que esta mujer (calificada años antes como la más guapa de Viena) debía tener un exceso de sensibilidad y seguramente algo de princesita consentida. Pero, en su descarga, también creo que vivir con Mahler debía ser enervante y agotador.
En ese balneario, Alma coincidió con Walter Gropius, entonces un joven arquitecto de 27 años. No he logrado averiguar que hacía Gropius allí. Justamente ese año de 1910, Walter dejó de trabajar en la oficina de Peter Behrens, en Berlín. Junto con Adolf Meyer, otro de los que trabajaba con el maestro, montó un estudio independiente en la misma ciudad (uno de sus primeros trabajos fue la reforma de la fábrica Fagus, considerado uno de los hitos iniciáticos del Movimiento Moderno). Fantaseo con la idea de que estuviera viviendo alguna crisis tormentosa y necesitara alejarse de la capital (bastante, porque Tobelbad está a más de 600 kilómetros en línea recta). A lo mejor fue a la bucólica Estiria para meditar sobre su futuro y allí tomó la decisión de abrir estudio profesional propio.
La cosa es que Gropius quedó fascinado con Alma y ésta, a su vez, encantada de despertar tanto entusiasmo en ese prusiano que, según leo, era tremendamente atractivo. Coqueteos de verano, en todo caso, sin demasiada trascendencia; eso pensaría la bella. Pero a la semana de haber regresado a su casa, llegó una carta dirigida a Mahler en la que Gropius declaraba estar locamente enamorado y pedía a Alma que abandonase todo para irse con él. Que el arquitecto dirigiera la carta al músico, ¿fue un error o a propósito? Mahler estaba convencido de que fue un acto deliberado, una forma de enfrentarse a él, de pedirle la mano de su mujer. Lo cierto es que el incidente le causó una tremenda angustia al pensar que Alma podía abandonarle.
El matrimonio estaba en su residencia de verano en Toblach, una villa al sur del Tirol, que en esas fechas pertenecía al Imperio Austro-húngaro (desde el fin de la I Guerra Mundial forma parte de Italia, en la provincia autónoma de Bolzano y con el mobre de Dobbiaco; no obstante, casi el 90% de sus habitantes son germanoparlantes). Por esos espectaculares paisajes alpinos Gustav y Alma pasearon, lloraron y hablaron mucho esos días sobre su matrimonio, sobre su crisis. Parece que ella se quejó de lo que le faltaba en la vida con el gran músico, y que éste, por primera vez, se tomó en serio sus anhelos.
Alma Mahler narró estos acontecimientos en un libro de recuerdos publicado en 1946. Su versión atufa a falsa: "Yo estaba tan solitaria y melancólica (en Tobelbad) que el director del sanatorio se inquietó y me presentó a gente joven para que me acompañara en mis paseos. Había un arquitecto, X, a quien hallé particularmente simpático; pronto me quedaron pocas dudas de que estaba enamorado de mí y esperaba que yo le correspondiera, de modo que me marché". Ese verano, entre Walter y Alma hubo bastante más que tierna amistad platónica. Fue con Gropius con quien por primera vez Alma se sintió sexualmente realizada (su primer orgasmo, para entendernos). Y que su mujer, diecinueve años más joven que él, había descubierto la poderosa atracción del placer sexual que él no le daba, era algo de lo que Mahler, casi con absoluta certeza, se dio cuenta. Quizá por eso, aunque Alma le había dicho que no iba a abandonarle, no lograba calmar completamente su angustia.
Para colmo, unos días después, el audaz Gropius se presentó en Toblach. Por lo visto, llevaba un tiempo acechando a los Mahler, con la esperanza de poder abordar a Alma a solas y pedirle una respuesta a su carta. Me cuesta imaginar al futuro fundador de la Bauhaus, que siempre me pareció un tipo serio y hosco, con ese comportamiento propio de una opereta. La cosa es que Mahler se enteró y fue al pueblo a buscarlo; seguro que no le costó nada dar con el berlinés y seguro que el arquitecto todavía desconocido debió pasar un mal trago cuando se le presentó el famosísimo compositor austríaco. Con los excelsos modales de principios del siglo pasado (¡qué barbaridad: hace casi cien años de lo que estoy contando!) Mahler invitó a Gropius a que le siguiera a su casa. Una vez allí, dejó al arquitecto con su mujer y se retiró al dormitorio.
Alma cuenta que al poco tiempo se sintió inquieta por su marido y fue a verlo. Mahler estaba leyendo la Biblia y notoriamente nervioso. La conminó a que tomara una decisión, asegurándole que él la aceptaría. Alma vio a ese hombre tan debilitado y supo que no podría abandonarle, así que bajó a la sala y despidió a Walter. Al día siguiente el arquitecto se marchó en tren de Toblach, imagino que iría a Berlín; en cada estación en que se detenía, bajaba al puesto de telégrafos y enviaba un telegrama apasionado a Alma, rogándole que fuera con él. Alma, mentirosa ella, cuenta que por entonces no podía imaginar vivir con otro hombre que no fuera Mahler. Sin embargo, mantendrá una relación epistolar apasionada con Gropius, lo cual no impide que ame y cuide tiernamente a Mahler hasta su muerte, apenas diez meses después.
Como he dicho, Gustav Mahler sabía, sin duda, que aunque Alma siguiera con él, mantenía una relación amorosa con Gropius. Pasó esos días muy nervioso, lo cual repercutía peligrosamente en sus dolencias cardiacas. A mediados de agosto, tras varias vacilaciones, se decide a consultar a Freud, quien estaba de vacaciones en la ciudad holandesa de Leiden. ¡Más de 800 kilómetros de distancia! Muy angustiado tenía que estar el músico para meterse esa paliza en el cuerpo. Freud tenía 54 años, Mahler, 50; se trataba de dos de las más eminentes figuras de una ciudad, Viena, que por esos años estaba sobresaturada de figuras eminentes. (En esta web se puede leer una divertida recreación novelada del encuentro entre los dos personajes). Dieron un larguísimo paseo y Mahler le confesó a Freud sus miedos, sus complejos, sus presentimientos de muerte ... La interpretación psicoanalista de Sigmund (Mahler buscaba a su madre en Alma y Alma, que estuvo enamorada de su padre, necesitaba un hombre mayor) logró tranquilizar a Mahler (¿no es increíble?), tanto que le dedicó un poema al psiquiatra: «Las sombras de la noche fueron disipadas por una palabra poderosa. / El incansable tormento terminó. / Al final unido en una sola cuerda / mis tímidos pensamientos y mis tempestuosos sentimientos se mezclaron».
Entre paréntesis: el arrobamiento de Mahler con Freud no parece que fuera compartido por su mujer, pese a que en sus Recuerdos declara que el diagnóstico del psiquiatra fue acertado y que, efectivamente, sosegó a su marido. Sin embargo, por otras fuentes me entero de que Alma consideraba a Freud insoportable y el psicoanálisis pura charlatanería. Quizá opiniones tan desfavorables tuvieran que ver con el hecho de que Freud, al enterarse por la prensa de la muerte de Mahler, se percató de que no le había cobrado la sesión de Leiden y, ni corto ni perezoso, le remitió la factura a su viuda.
Pero sigamos; Mahler vuelve a Toblach muy contento y enamorado, empeñado en hacer feliz a Alma. Poco después viaja a Munich (3 de septiembre); Alma le seguirá luego para llegar antes del estreno con gran éxito de la Octava Sinfonía (asistió Thoman Mann, quien se declaró un ferviente admirador de la música de Mahler). Luego el matrimonio se desplaza a Viena para preparar su partida a Nueva York (Mahler tenía un contrato con la Filarmónica neoyorkina). El 18 de octubre, Gustav viaja solo a Bremen donde había de dirigir unos conciertos. Alma, con la hija de ambos, debía encontrarse con él en Cherburgo, desde donde tomarían en barco para cruzar el Atlántico. Pero Alma no fue directa desde Viena, sino que hizo una parada en París, donde la aguardaba el "rechazado" Gropius. Durante los tres meses que han pasado desde su último encuentro, abundantes cartas han mantenido viva su hoguera amorosa. Aunque no volverán a verse hasta después de la muerte de Mahler, la correspondencia entre ambos no cesará.
Pero todavía el ilustre arquitecto que tanto nos han enseñado a respetar en la universidad dará más que hablar por culpa de su enamoramiento de esa vienesa narcisista ...
A un balneario de ese pueblo (que no es el actual hospital al que me refería) se retiró desde mayo a julio de 1910 Alma Mahler, quien, con sólo 30 años, sufría (son sus palabras) el desgaste y el agotamiento de ser impulsada sin pausa por un espíritu tan intenso (hablaba de su marido Gustav). Tengo la impresión de que esta mujer (calificada años antes como la más guapa de Viena) debía tener un exceso de sensibilidad y seguramente algo de princesita consentida. Pero, en su descarga, también creo que vivir con Mahler debía ser enervante y agotador.
En ese balneario, Alma coincidió con Walter Gropius, entonces un joven arquitecto de 27 años. No he logrado averiguar que hacía Gropius allí. Justamente ese año de 1910, Walter dejó de trabajar en la oficina de Peter Behrens, en Berlín. Junto con Adolf Meyer, otro de los que trabajaba con el maestro, montó un estudio independiente en la misma ciudad (uno de sus primeros trabajos fue la reforma de la fábrica Fagus, considerado uno de los hitos iniciáticos del Movimiento Moderno). Fantaseo con la idea de que estuviera viviendo alguna crisis tormentosa y necesitara alejarse de la capital (bastante, porque Tobelbad está a más de 600 kilómetros en línea recta). A lo mejor fue a la bucólica Estiria para meditar sobre su futuro y allí tomó la decisión de abrir estudio profesional propio.
La cosa es que Gropius quedó fascinado con Alma y ésta, a su vez, encantada de despertar tanto entusiasmo en ese prusiano que, según leo, era tremendamente atractivo. Coqueteos de verano, en todo caso, sin demasiada trascendencia; eso pensaría la bella. Pero a la semana de haber regresado a su casa, llegó una carta dirigida a Mahler en la que Gropius declaraba estar locamente enamorado y pedía a Alma que abandonase todo para irse con él. Que el arquitecto dirigiera la carta al músico, ¿fue un error o a propósito? Mahler estaba convencido de que fue un acto deliberado, una forma de enfrentarse a él, de pedirle la mano de su mujer. Lo cierto es que el incidente le causó una tremenda angustia al pensar que Alma podía abandonarle.
El matrimonio estaba en su residencia de verano en Toblach, una villa al sur del Tirol, que en esas fechas pertenecía al Imperio Austro-húngaro (desde el fin de la I Guerra Mundial forma parte de Italia, en la provincia autónoma de Bolzano y con el mobre de Dobbiaco; no obstante, casi el 90% de sus habitantes son germanoparlantes). Por esos espectaculares paisajes alpinos Gustav y Alma pasearon, lloraron y hablaron mucho esos días sobre su matrimonio, sobre su crisis. Parece que ella se quejó de lo que le faltaba en la vida con el gran músico, y que éste, por primera vez, se tomó en serio sus anhelos.
Alma Mahler narró estos acontecimientos en un libro de recuerdos publicado en 1946. Su versión atufa a falsa: "Yo estaba tan solitaria y melancólica (en Tobelbad) que el director del sanatorio se inquietó y me presentó a gente joven para que me acompañara en mis paseos. Había un arquitecto, X, a quien hallé particularmente simpático; pronto me quedaron pocas dudas de que estaba enamorado de mí y esperaba que yo le correspondiera, de modo que me marché". Ese verano, entre Walter y Alma hubo bastante más que tierna amistad platónica. Fue con Gropius con quien por primera vez Alma se sintió sexualmente realizada (su primer orgasmo, para entendernos). Y que su mujer, diecinueve años más joven que él, había descubierto la poderosa atracción del placer sexual que él no le daba, era algo de lo que Mahler, casi con absoluta certeza, se dio cuenta. Quizá por eso, aunque Alma le había dicho que no iba a abandonarle, no lograba calmar completamente su angustia.
Para colmo, unos días después, el audaz Gropius se presentó en Toblach. Por lo visto, llevaba un tiempo acechando a los Mahler, con la esperanza de poder abordar a Alma a solas y pedirle una respuesta a su carta. Me cuesta imaginar al futuro fundador de la Bauhaus, que siempre me pareció un tipo serio y hosco, con ese comportamiento propio de una opereta. La cosa es que Mahler se enteró y fue al pueblo a buscarlo; seguro que no le costó nada dar con el berlinés y seguro que el arquitecto todavía desconocido debió pasar un mal trago cuando se le presentó el famosísimo compositor austríaco. Con los excelsos modales de principios del siglo pasado (¡qué barbaridad: hace casi cien años de lo que estoy contando!) Mahler invitó a Gropius a que le siguiera a su casa. Una vez allí, dejó al arquitecto con su mujer y se retiró al dormitorio.
Alma cuenta que al poco tiempo se sintió inquieta por su marido y fue a verlo. Mahler estaba leyendo la Biblia y notoriamente nervioso. La conminó a que tomara una decisión, asegurándole que él la aceptaría. Alma vio a ese hombre tan debilitado y supo que no podría abandonarle, así que bajó a la sala y despidió a Walter. Al día siguiente el arquitecto se marchó en tren de Toblach, imagino que iría a Berlín; en cada estación en que se detenía, bajaba al puesto de telégrafos y enviaba un telegrama apasionado a Alma, rogándole que fuera con él. Alma, mentirosa ella, cuenta que por entonces no podía imaginar vivir con otro hombre que no fuera Mahler. Sin embargo, mantendrá una relación epistolar apasionada con Gropius, lo cual no impide que ame y cuide tiernamente a Mahler hasta su muerte, apenas diez meses después.
Como he dicho, Gustav Mahler sabía, sin duda, que aunque Alma siguiera con él, mantenía una relación amorosa con Gropius. Pasó esos días muy nervioso, lo cual repercutía peligrosamente en sus dolencias cardiacas. A mediados de agosto, tras varias vacilaciones, se decide a consultar a Freud, quien estaba de vacaciones en la ciudad holandesa de Leiden. ¡Más de 800 kilómetros de distancia! Muy angustiado tenía que estar el músico para meterse esa paliza en el cuerpo. Freud tenía 54 años, Mahler, 50; se trataba de dos de las más eminentes figuras de una ciudad, Viena, que por esos años estaba sobresaturada de figuras eminentes. (En esta web se puede leer una divertida recreación novelada del encuentro entre los dos personajes). Dieron un larguísimo paseo y Mahler le confesó a Freud sus miedos, sus complejos, sus presentimientos de muerte ... La interpretación psicoanalista de Sigmund (Mahler buscaba a su madre en Alma y Alma, que estuvo enamorada de su padre, necesitaba un hombre mayor) logró tranquilizar a Mahler (¿no es increíble?), tanto que le dedicó un poema al psiquiatra: «Las sombras de la noche fueron disipadas por una palabra poderosa. / El incansable tormento terminó. / Al final unido en una sola cuerda / mis tímidos pensamientos y mis tempestuosos sentimientos se mezclaron».
Entre paréntesis: el arrobamiento de Mahler con Freud no parece que fuera compartido por su mujer, pese a que en sus Recuerdos declara que el diagnóstico del psiquiatra fue acertado y que, efectivamente, sosegó a su marido. Sin embargo, por otras fuentes me entero de que Alma consideraba a Freud insoportable y el psicoanálisis pura charlatanería. Quizá opiniones tan desfavorables tuvieran que ver con el hecho de que Freud, al enterarse por la prensa de la muerte de Mahler, se percató de que no le había cobrado la sesión de Leiden y, ni corto ni perezoso, le remitió la factura a su viuda.
Pero sigamos; Mahler vuelve a Toblach muy contento y enamorado, empeñado en hacer feliz a Alma. Poco después viaja a Munich (3 de septiembre); Alma le seguirá luego para llegar antes del estreno con gran éxito de la Octava Sinfonía (asistió Thoman Mann, quien se declaró un ferviente admirador de la música de Mahler). Luego el matrimonio se desplaza a Viena para preparar su partida a Nueva York (Mahler tenía un contrato con la Filarmónica neoyorkina). El 18 de octubre, Gustav viaja solo a Bremen donde había de dirigir unos conciertos. Alma, con la hija de ambos, debía encontrarse con él en Cherburgo, desde donde tomarían en barco para cruzar el Atlántico. Pero Alma no fue directa desde Viena, sino que hizo una parada en París, donde la aguardaba el "rechazado" Gropius. Durante los tres meses que han pasado desde su último encuentro, abundantes cartas han mantenido viva su hoguera amorosa. Aunque no volverán a verse hasta después de la muerte de Mahler, la correspondencia entre ambos no cesará.
Pero todavía el ilustre arquitecto que tanto nos han enseñado a respetar en la universidad dará más que hablar por culpa de su enamoramiento de esa vienesa narcisista ...
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