Hasta justo antes de navidades, el Gobierno de Canarias estaba formado por un pacto entre Coalición Canaria (CC) y el Partido Socialista Canario (PSC), de modo tal que la presidencia la ocupaba el que había sido candidato de CC, la vicepresidencia la cabeza de lista del PSC y las nueve consejerías se repartían entre ambos partidos. Pero la víspera de Nochebuena, Fernando Clavijo, el presidente, cesó a los cuatro socialistas de su gobierno, culminando varios meses de rumores, zancadillas internas y una creciente desconfianza entre los dos socios. Por supuesto, cada uno echa la culpa al otro, e incluso se arrojan imputaciones que afectan casi a la honorabilidad de las personas lo que, al margen de la veracidad o no de las mismas, no deja de ser de pésimo gusto (no parece de recibo que cuando sales del gobierno te pongas a contar lo que se dijo cuando eras miembro del mismo). En fin, lo cierto es que la crisis navideña no ha resuelto nada pues, al quedar Coalición Canaria en minoría, se multiplican las especulaciones sobre lo que ha de ocurrir a corto plazo: ¿habrá una moción de censura en la que se voten juntos PP y PSOE? ¿Entrará el PP en el gobierno de Clavijo para reforzarlo? ¿Logrará CC aguantar lo que resta de legislatura aprovechándose de la división entre el resto de fuerzas parlamentarias, que aunque parecen coincidir en su rechazo al actual gobierno son incapaces de ponerse de acuerdo para formar uno alternativo? En esas andamos por estas islas ultraperiféricas, leyendo o escuchando cada día un nuevo rumor que se vende como noticia segura que luego se diluye como un azucarillo. Ayer, por ejemplo, en la portada del periódico La Opinión de Tenerife venía entrecomillada la siguiente declaración de Patricia Hernández, quien ocupara la vicepresidencia: “Seré presidenta pronto”. Y claro, no pude evitar que el palabro me rayara la vista, que me saliera de sopetón el chiste fácil: “más valdría que antes que presidenta volvieras a ser estudianta”.
Hace ya unos años circuló por Internet una pretendida carta de una profesora de instituto que, bajo el título “ignorantes e ignorantas”, denunciaba los errores gramaticales en el habla de quienes se esforzaban por ser políticamente correctos. Fundéu (Fundación del español urgente) publicó un artículo en 2011 en el que negaba la validez de los que calificaba argumentos pseudo-gramaticales de ese escrito (por ejemplo, que el participio activo del verbo ser fuera ente y que, por tanto, la terminación -nte denotara al ser) y concluía aseverando que “nada en la morfología histórica de nuestra lengua, ni en la de las lenguas de las que la nuestra procede, impide que las palabras que se forman con este componente tengan una forma para el género femenino”. Según Fundeu “para que una lengua tenga voces como presidenta, solo hacen falta dos cosas: que haya mujeres que presidan y que haya hablantes que quieran explícitamente expresar que las mujeres presiden”. Es verdad que el verbo ser no tiene nada que ver, pero sí que el sufijo -nte es el usado en español para construir a partir de la raíz verbal el que se denomina participio activo, forma que refiere quién (o qué) ejecuta la acción del verbo. Así, presidente es quien preside, y no hace falta que ponga más ejemplos porque es inmediato empezar a recitarlos de corrido. Pues bien, en la gran mayoría de los casos el sustantivo o adjetivo resultante es de género común, precisándose si la palabra es masculina o femenina mediante el artículo que la precede (el estudiante / la estudiante). Fundéu nos explica que en el latín lo que existía era el infijo <-nt- i=""> no el sufijo -nte, ya que las letras finales de la palabra variaban con el caso (declinaciones), género y número, lo que daba, para cada participio activo, un número potencial del 24 (6 casos x 2 géneros x 2 números) desinencias potenciales. No discuto que así pudiera ser en latín, pero eso no contradice que en el proceso de construcción de nuestro romance en estos adjetivos/sustantivos verbales no sólo se perdieran las declinaciones (como en el resto) sino también la diferenciación por género. De hecho, no hay más que remontarse a textos suficientemente antiguos para comprobar que en los participios activos la desinencia era siempre constante en el género común, es decir, siempre en -nte, nunca en -nta.
Ahora bien, aunque esté convencido de que en su origen el participio verbal valía indistintamente para ambos géneros, lo cierto es que desde hace ya siglos de algunos de ellos se segregó la forma femenina. He de reconocer que, cuando comprobé que presidenta aparece en el DRAE pensé que obedecía a una concesión (¿servil?) de la Academia a la corrección política, a las normas de estilo “no sexista”, en este caso. Sin embargo, para mi asombro y cura de humildad, tras la necesaria búsqueda descubro que el término en femenino aparece reconocido al menos desde la edición del Diccionario de 1803, e incluso encuentro en el Banco de Datos del CORDE ejemplos del uso en femenino desde finales del siglo XVI. Así que no, no puede sostenerse que estemos ante otro caso más de corrección política porque desde luego en esas épocas ya lejanas no creo que a los hablantes (y menos a los académicos) les preocupase el “maltrato lingüístico” de la mujer. De hecho, presidenta no es el único caso de feminización de un participio activo: sirvienta, dependienta, asistenta, regenta, gobernanta … Lo cual, aunque sigan siendo abrumadora mayoría los participios activos que no han engendrado forma femenina, confirma la afirmación de Fundéu de que para que una lengua feminice vocablos de género común basta con que los hablantes quieran explícitamente denotar que se están refiriendo a mujeres. Cabe contestar sin embargo que antes de la individualización del femenino no existía esa carencia, toda vez que se recurría al artículo si se quería especificar que se estaba hablando de una mujer, que de hecho es lo que se sigue haciendo con los participios activos que no se han desdoblado e incluso hasta con los que lo han hecho (la estudiante, desde luego, pero no creo que sea incorrecto o no lo era hasta hace poco, la presidente). Quizá, por tanto, el nacimiento de estos femeninos no obedezca tanto a la voluntad de los hablantes de especificar que son mujeres las que hacen la acción.
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Ahora bien, aunque esté convencido de que en su origen el participio verbal valía indistintamente para ambos géneros, lo cierto es que desde hace ya siglos de algunos de ellos se segregó la forma femenina. He de reconocer que, cuando comprobé que presidenta aparece en el DRAE pensé que obedecía a una concesión (¿servil?) de la Academia a la corrección política, a las normas de estilo “no sexista”, en este caso. Sin embargo, para mi asombro y cura de humildad, tras la necesaria búsqueda descubro que el término en femenino aparece reconocido al menos desde la edición del Diccionario de 1803, e incluso encuentro en el Banco de Datos del CORDE ejemplos del uso en femenino desde finales del siglo XVI. Así que no, no puede sostenerse que estemos ante otro caso más de corrección política porque desde luego en esas épocas ya lejanas no creo que a los hablantes (y menos a los académicos) les preocupase el “maltrato lingüístico” de la mujer. De hecho, presidenta no es el único caso de feminización de un participio activo: sirvienta, dependienta, asistenta, regenta, gobernanta … Lo cual, aunque sigan siendo abrumadora mayoría los participios activos que no han engendrado forma femenina, confirma la afirmación de Fundéu de que para que una lengua feminice vocablos de género común basta con que los hablantes quieran explícitamente denotar que se están refiriendo a mujeres. Cabe contestar sin embargo que antes de la individualización del femenino no existía esa carencia, toda vez que se recurría al artículo si se quería especificar que se estaba hablando de una mujer, que de hecho es lo que se sigue haciendo con los participios activos que no se han desdoblado e incluso hasta con los que lo han hecho (la estudiante, desde luego, pero no creo que sea incorrecto o no lo era hasta hace poco, la presidente). Quizá, por tanto, el nacimiento de estos femeninos no obedezca tanto a la voluntad de los hablantes de especificar que son mujeres las que hacen la acción.
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Si revisamos los diccionarios antiguos, veríamos que mayoritariamente estos femeninos tienen acepciones que configuran significados distintos al vocablo original. Si significan “la mujer que hace la acción” (que preside, que asiste, que sirve) es con connotaciones propias. Así, mientras assistente (Diccionario de Autoridades, 1726-1739) era quien asiste o está presente en algún acto o función (y desde luego podría ser hombre o mujer), assistenta era una mujer que trabajaba de criada, significado que ha llegado hasta nuestros días; es decir, la asistenta asiste, sí, pero es un asistir específico, distinto del genérico. Pero, en otros casos, la feminización del participio activo pierde incluso el significado original. Nos vale también el ejemplo de asistente que, en una acepción más específica que la genérica ya citada, significó primero el título de los corregidores de algunas ciudades y luego se extendió a diversos cargos (religiosos, militares, judiciales), desde luego con bastante más prestigio social que el oficio de asistenta. Pues bien, asistenta pasó a usarse para designar a la mujer del asistente, de la misma forma que generala, jueza o regenta (no olvidemos que en la famosa novela de Clarín, Ana Ozores no ocupaba el cargo de regenta sino que era la mujer del regente). En resumen, que me da la impresión que la feminización de algunos (no demasiados) participios activos no se produjo en español para designar que quien hacía la acción era una mujer, sino para dar un significado distinto (al menos no exactamente igual) al vocablo original. Una vez que se dispuso del término propio en femenino, también se usó con el mismo significado que el original cuando había la voluntad de especificar que quien ejercía la acción era una mujer (ya he dicho que hay ejemplos de presidenta con tal uso desde finales del XVI). Pero durante mucho tiempo esa acepción no era la principal, ni tampoco exclusiva. Quiero decir que el participio activo en -nte seguía manteniendo el género común y, por tanto, permitiendo su uso cuando las actuantes eran mujeres, como prueba que haya también hay abundantes ejemplos, probablemente más, de la presidente.
De modo que, creo yo, lo que puede haber ocurrido con los participios activos feminizados no ha sido, como dice Fundéu, que se ha creado el vocablo porque las mujeres han pasado a ejercer ciertos cargos o profesiones y, además, han querido explicitar que son ellas las que los ejercen, sino que, verificándose en efecto esas dos condiciones se ha cambiado la acepción de una forma femenina ya existente (porque no parece que se haya feminizado por estas causas –y recientemente, por tanto– ninguna de estas palabras; presidenta no, al menos). Lo cierto es que, al convertir en acepción predominante de presidenta la de “mujer que ocupa la presidencia” se produce el efecto de desplazar hasta casi la irrelevancia la que había dado origen a la feminización del participio activo, o sea, “mujer del presidente” (y lo mismo ocurre con todas las palabras de esa clase, como jueza, alcaldesa, generala, etc). Es decir, si hoy escuchamos presidenta a nadie se le ocurre pensar que nos referimos a la mujer del presidente; si queremos decir eso habremos de hacerlo con todas las palabras o recurrir a términos como primera dama, etc. Si mi conjetura es acertada, resultaría que la reciente feminización de estos participios activos (que ya estaban aceptados en femenino) no ha sido tanto explicitar que es una mujer la que ocupa el cargo sino más bien arramblar con una acepción en la que la mujer aparecía supeditada al varón (cuando lingüísticamente no se daba la situación simétrica). Intención feminista también, ciertamente, pero que no tengo reparos en compartir.
Porque la otra, que sería feminizar participios activos que hasta ahora no tienen forma femenina (ni masculina pues su género es común) para explicitar que quien ejerce la acción del verbo es mujer, lo siento pero me parece una estupidez. En primer lugar, no termino de entender por qué es más correcto (menos discriminatorio hacia las mujeres) dejar claro que quien ocupa el cargo es mujer cuando la palabra, como es el caso, tiene género común. ¿Porque si no lo especificáramos daríamos por sentado que se trata de un hombre? Pues errónea presunción que no demuestra sino la ignorancia de quien la hace. Pero, sobre todo, porque aún aceptando que se deba poder explicitar el género de quien hace la acción, esa posibilidad ya existe mediante el artículo que precede a cualquier participio activo. Y bueno, de momento parece que al menos en lo que se refiere a los participios activos esta razón basta ya que, que yo sepa, en las abundantes guías de estilo para escribir con “corrección de género” todavía no se reclaman nuevas feminizaciones; no parece que a corto plazo hayamos de escuchar agenta de policía o estudianta universitaria. Por último, he de suponer que, como consecuencia de la acepción dominante de presidenta, ya no procede decir la presidente. Bueno, a todo nos vamos acostumbrando y, la verdad, es que ya casi empieza a sonarnos hasta mal. En todo caso, lo cierto es que estaba equivocado en relación a presidenta: disculpa, Patricia.
De modo que, creo yo, lo que puede haber ocurrido con los participios activos feminizados no ha sido, como dice Fundéu, que se ha creado el vocablo porque las mujeres han pasado a ejercer ciertos cargos o profesiones y, además, han querido explicitar que son ellas las que los ejercen, sino que, verificándose en efecto esas dos condiciones se ha cambiado la acepción de una forma femenina ya existente (porque no parece que se haya feminizado por estas causas –y recientemente, por tanto– ninguna de estas palabras; presidenta no, al menos). Lo cierto es que, al convertir en acepción predominante de presidenta la de “mujer que ocupa la presidencia” se produce el efecto de desplazar hasta casi la irrelevancia la que había dado origen a la feminización del participio activo, o sea, “mujer del presidente” (y lo mismo ocurre con todas las palabras de esa clase, como jueza, alcaldesa, generala, etc). Es decir, si hoy escuchamos presidenta a nadie se le ocurre pensar que nos referimos a la mujer del presidente; si queremos decir eso habremos de hacerlo con todas las palabras o recurrir a términos como primera dama, etc. Si mi conjetura es acertada, resultaría que la reciente feminización de estos participios activos (que ya estaban aceptados en femenino) no ha sido tanto explicitar que es una mujer la que ocupa el cargo sino más bien arramblar con una acepción en la que la mujer aparecía supeditada al varón (cuando lingüísticamente no se daba la situación simétrica). Intención feminista también, ciertamente, pero que no tengo reparos en compartir.
Porque la otra, que sería feminizar participios activos que hasta ahora no tienen forma femenina (ni masculina pues su género es común) para explicitar que quien ejerce la acción del verbo es mujer, lo siento pero me parece una estupidez. En primer lugar, no termino de entender por qué es más correcto (menos discriminatorio hacia las mujeres) dejar claro que quien ocupa el cargo es mujer cuando la palabra, como es el caso, tiene género común. ¿Porque si no lo especificáramos daríamos por sentado que se trata de un hombre? Pues errónea presunción que no demuestra sino la ignorancia de quien la hace. Pero, sobre todo, porque aún aceptando que se deba poder explicitar el género de quien hace la acción, esa posibilidad ya existe mediante el artículo que precede a cualquier participio activo. Y bueno, de momento parece que al menos en lo que se refiere a los participios activos esta razón basta ya que, que yo sepa, en las abundantes guías de estilo para escribir con “corrección de género” todavía no se reclaman nuevas feminizaciones; no parece que a corto plazo hayamos de escuchar agenta de policía o estudianta universitaria. Por último, he de suponer que, como consecuencia de la acepción dominante de presidenta, ya no procede decir la presidente. Bueno, a todo nos vamos acostumbrando y, la verdad, es que ya casi empieza a sonarnos hasta mal. En todo caso, lo cierto es que estaba equivocado en relación a presidenta: disculpa, Patricia.