En la tarde noche del pasado martes, un joven de 24 años se presenta en el centro sanitario de El Mojón (sur de Tenerife) con una niña de tres años porque, según dijo, tenía dificultades para respirar. La niña era hija de su pareja, una chica de 22 años, y los tres habían venido a vivir a la isla desde Madrid este otoño. En el mismo centro, la criatura sufrió dos paradas cardiorrespiratorias, logrando ser reanimada y estabilizada para trasladarla a la Residencia de la Candelaria, en Santa Cruz.
El miércoles por la mañana, mientras desayuno en el bar junto a mi oficina, leo en un periódico tinerfeño, bajo el titular "viola a la hija de su pareja de tres años en Arona", que el médico de guardia que examinó a la niña identificó múltiples signos de malos tratos en la pequeña (hematomas en brazos, magulladuras, quemaduras en la zona lumbar y dorsal así como indicios de desgarro vaginal y anal) que a su juicio pueden haber sido los causantes de las paradas cardiorrespiratorias; consecuentemente, avisa a la policía local que detiene al hombre y lo pone a disposición judicial.
Ese día, la noticia es el centro de todos los comentarios. Todos damos por supuesto la veracidad de la misma y ni siquiera nos preguntamos cómo se ha filtrado a la prensa y mucho menos dejamos un resquicio de duda sobre su fiabilidad. Estamos impresionados, dolorosamente aturdidos. Yo comento con algunos amigos que no logro entender cómo alguien puede abusar sexualmente de una niña de esa edad, que obviamente tiene que tratarse de un desequilibrado patológico.
El jueves me entero de que Aitana (así se llamaba la niña) ha fallecido esa madrugada. Los periódicos locales, detectada la indignación general en la isla, no dudan en exaltarla y hablan de una criatura martirizada con múltiples golpes, quemaduras con cigarrillos y una brutal agresión sexual. Se nos informa que la madre había defendido a su novio, negando rotundamente que su hija hubiera sufrido malos tratos. Por supuesto, esto no es sino un motivo añadido de indignación y escándalo.
El viernes, mientras el juez ordena la prórroga de la detención del hombre y siguen las investigaciones, numerosos políticos locales nos ofrecen las previsibles declaraciones de condolencia, indignación y condena. La consejera de bienestar social del Gobierno de Canarias afirma que toda la "sociedad canaria siente esta tristísima y durísima muerte como suya" y nos pidió que reflexionásemos sobre lo que ha ocurrido para "estar lamentando una atrocidad como ésta". La presidenta del Parlamento habló de la necesidad del respeto a la libertad y la vida, aludiendo a la violencia machista. Ante varias instituciones públicas se guardaron minutos de silencio en señal de pésame y condena. Ciertamente, la sociedad canaria (al menos la tinerfeña) sentía como propio, si no el dolor de esta muerte, sí la rabia y deseo de venganza, como podía comprobarse en cualquier sitio. Por suerte para él, el presunto asesino (aunque todos habíamos prescindido del adjetivo) estaba encerrado en el calabozo del juzgado porque, si no, tenía todas las papeletas para ser linchado.
Ayer por la mañana, el juez de Arona dicta auto de libertad provisional sin fianza en el procedimiento de diligencias previas incoado en virtud de un presunto delito de homicidio y malos tratos contra Diego Pastrana, pareja sentimental de la madre de la víctima. En el auto se lee que "los hechos que han dado lugar a las presentes actuaciones no pueden ser calificados, ni siquiera indiciariamente de constitutivos de un delito de homicidio ni de maltrato en la persona de la menor fallecida". A continuación pasa a detallar las distintas "lesiones" que detectó el médico de guardia y que, tanto en los exámenes de la niña en el hospital como en la autopsia, se comprobó que no eran tales. Resulta que no había tales desgarros ni vaginales ni anales que pudieran sugerir agresión sexual, los moratones que presentaba la niña son compatibles con una caída sufrida el sábado anterior, las aparentes quemaduras no correspondían a cigarrillos o secadores de pelo, sino a rozamientos o reacción alérgica, y las lesiones internas eran debidas a las maniobras de reanimación sí como a las manipulaciones quirúrgicas.
En cuanto a la causa de la muerte de Aitana, el informe forense la atribuye a traumatismos internos con una antigüedad de cinco o seis días, lo que concuerda con lo declarado por varios testigos y que, curiosamente, la prensa ni mencionó. Parece que el sábado la niña se cayó de un columpio en la urbanización donde vivía y sus padres la llevaron ese mismo día a urgencias, donde sólo le apreciaron un traumatismo nasal. La propia Aitana se lo contó el lunes a su profesora, según ésta ha testificado.
Así que ahora parece que el "monstruo" de Tenerife (que como se hizo notar insistentemente, no es canario sino madrileño) era un padre cariñoso que llevaba todos los días a la niña al colegio y se ocupaba de ella, hacia quien ésta mostraba claros signos de cariño. Ahora nos enteramos de que se trataba de una niña alegre y extrovertida, sin que nadie hubiera nunca notado signos de malos tratos, ni en el colegio ni en la urbanización. Pero esos mismos vecinos, entrevistados por la televisión, no pusieron en duda la versión periodística, mostrando su repulsa a ese hombre que había estado tan cerca de ellos y de sus propios hijos.
Así somos; da que pensar. Quizá todavía nos quede alguna sorpresa en esta tragedia doméstica. Imagino que la madre y su pareja estarán destrozados por la muerte de Aitana. Y sobre ese dolor, se suma el linchamiento mediático y "popular" que ha vivido ese chico, encarcelado y acusado de ser un asesino depravado cuando lo que hizo fue llevar a la niña a que la curaran. Pero, por supuesto, esta historia no valdrá para que rectifiquemos; el "instinto vengador" lo tenemos muy dentro. Así somos.
CATEGORÍA: Política y Sociedad