miércoles, 31 de enero de 2007

Nubes negras, cielos despejados

Acabo de hablar contigo por teléfono y me he levantado del sillón con un montoncito de nubes negras alrededor, en pocas palabras, echando humo. Seguía con esta indefinida sensación de malestar así que me preparé un colacao y un par de tostadas y empecé a preguntarme su por qué. Está claro que es una reacción a lo que me contestaste cuando te pregunté por el asunto ese de tu trabajo: que era un rollo y en esos momentos no te apetecía contármelo. Y eso me dolió y cuando algo me duele, más por inesperado que por importante, noto cómo me cierro en mí misma. Me siento tratada injustamente, que mis buenas intenciones son menospreciadas, y desciendo vertiginosamente a un túnel de piedra: el silencio. El túnel se va ensanchando cada vez más y la distancia que me separa de las paredes de la gruta equivale a mi incapacidad de hablar en ese momento. Sólo unas buenas preguntas a tiempo me devuelven a la superficie, y con ellas, la capacidad de expresarme y decir lo que siento. Tengo que decir que hasta ahora siempre lo has logrado.

A pesar de que yo desee que tú me preguntes sobre mi trabajo (lo perciba como una muestra de interés hacia mí por tu parte) y sienta la necesidad de contarte y compartir contigo las cosas que me pasan durante muchas horas del día, no tengo que pensar (y aquí viene mi reflexión sobre tus ideas) que tú necesitas lo mismo que yo. Es más, ya ha pasado más de una vez, te he preguntado sobre tu trabajo y tu respuesta ha sido parecida a la de hoy. Será cuestión de cabezonería? ¿Tan difícil me es reconocer que tú no necesitas lo mismo que yo y que yo puedo actuar de una forma pero que tú no tienes que hacer lo mismo, porque, simplemente, somos diferentes?

La mayoría de las veces los conflictos de comunicación entre personas, incluso entre las que se quieren, obedecen más a la forma en que se transmite el mensaje que al estricto contenido del mismo. A mí me pierden las formas, y eso no es nuevo. Aunque creo que he mejorado mucho en ese aspecto (no puedes imaginarte cómo era de joven) me queda mucho por andar. Al menos pienso que lo que sí he comprendido es la inutilidad del desprecio a las "contemplaciones" con la excusa de una honestidad mal entendida; porque, en el fondo, revela arrogancia y poca bondad (me resisto a calificarlo de maldad), máxime cuando a uno le consta que en el otro (la otra) sólo hay buena intención y empatía. En mi caso, sin embargo, predomina la impaciencia, que es mi defecto capital, y que cuando se dispara incrementa las probabilidades de respuestas con poco tacto. Naturalmente, el cansancio mental (tras un día de trabajo intenso, por ejemplo) hace que sea más fácil que la impaciencia asome, ya que no estoy lo suficientemente atento a reprimirla.

Así que perdón (de verdad) por haberte dado una contestación que, como bien dices, te resulto inesperadamente cortante. Ciertamente, no me apetecía contarte en esos momentos el asunto laboral; porque no quería volver a poner mi mente en ese tema y porque tampoco me apetecía elaborar la necesaria síntesis que exigía esa conversación telefónica. Pero podía haberte dado ese mensaje de forma que no aparecieran tus nubecillas negras.

En cuanto a tus preguntas finales, no por retóricas voy a dejar de contestártelas. No creo que sea cuestión de cabezonería; simplemente tú (como yo y supongo que casi como todos) actuamos en gran medida dejándonos llevar por nuestros hábitos de comportamiento. Cambiarlos, suponiendo que creamos que debemos hacerlo (y eso es obviamente una decisión de cada uno) requiere esfuerzo y constancia, hasta que, poco a poco, el hábito se va disolviendo. Y tampoco creo que te sea muy difícil reconocer que tú y yo (y cualquier otro) necesitamos cosas distintas. Lo que pasa es que una cosa es reconocerlo desde la razón (relativamente fácil) y otro interiorizarlo. Si de verdad alcanzáramos este segundo nivel, seguramente nos sería mucho más fácil no sentirnos negativamente afectados cuando el otro no actúa como nosotros lo habríamos hecho. Pero, efectivamente, tendemos con mucha frecuencia a valorar e (implícitamente) a juzgar el comportamiento de los demás desde nuestros parámetros (lo que nosotros habríamos hecho) y, lo que es más peligroso, tendemos a extrapolar conclusiones a partir de esas premisas erróneas.

A mí me parece fantástico que te apetezca contarme cosas de tu trabajo y me interesan en la medida en que te afectan; aunque reconozco que mucho menos en cuanto a su contenido propio (lo cual es lógico). También me parece estupendo que te apetezca saber cosas de mi curre y tiendo a pensar que es por la misma razón que me ocurre a mí con las del tuyo: porque me afectan y no tanto porque mi materia laboral te interese en sí misma. Pero, en cambio, no me gustaría (ya sé que no es el caso) que me preguntaras porque entiendes que has de manifestar tu interés como prueba de que me quieres o como contrapartida (o reclamo) de que yo haga (o deje de hacer) lo mismo. A eso me refería con las extrapolaciones peligrosas.

En todo caso, me encanta que, pese a las nubes negras y los túneles anchos, seas capaz de decir lo que sientes. No hay peor opción que el silencio; sólo vale para que se pudra el conflicto y crezca como una bola, no de nieve, sino de futuros rencores. Y de eso ya sabes que tengo un master. Así que perdona nuevamente y un beso muy grande. Te deseo un cielo despejado y luminoso, a ser posible pintado por Velázquez.


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lunes, 29 de enero de 2007

Los buscadores y mi blog

Hace bastante tiempo puse en este blog el contador de statcounter, pero hasta esta tarde no había investigado un poquillo las utilidades que ofrece la página web. Entre ellas está la de saber cómo han llegado al blog los últimos visitantes, bastante útil (imagino) para desarrollar estrategias que incrementen los accesos (ya me lo plantearé cuando empiece a vender on-line a través del blog). Pues como es natural unos cuantos de mis visitantes recientes han llegado hasta aquí tras búsquedas en buscadores de internet. Lo curioso es lo que buscaban; muestro algunos ejemplos de hoy mismo.

A un madrileño se le ocurre teclear "heterosexual" en el buscador de Yahoo! y obtiene la modesta cantidad de 6.460.000 resultados. Lo curioso es que mi post "Orientación Sexual / Aversión Sexual" aparece en el puesto 52. Si Yahoo ordena por relevancia, no sé cómo ha podido decidir que estoy en el primer 0,0008%. Como en ese post la palabra "heterosexual" (o derivadas) se repite hasta 10 veces, deduzco que eso cuenta. Conclusión, seleccionar términos muy buscados en internet (obviamente habrán de ser de sexo) y repetirlos el mayor número de veces posible en cada post.

Otro buscó en etikedo.com, que deduzco que es el buscador de los blogs de ya.com a partir de las etiquetas que se ponen (últimamente me estoy olvidando de ponerlas) al publicar el post. Pues esta persona tecleó desenamoramiento y sólo salió mi post de "Una Casada Infiel". No puedo creer que entre todos los blogs de Ya.com no haya ninguno que haya mencionado el desenamoramiento (la única explicación en que no han optado por esa etiqueta). En cambio, un argentino/a buscó también en etikedo.com el término "infidelidad" y le salieron 23 posts de blogs de Ya.com; parece que se etiquetan más infidelidades que desenamoramientos. Pero atención, nuevamente el post de la casada infiel aparece en los primeros puestos (el 4º) y logro meter otro en el ranking: en un discreto decimosexto puesto mi post "Una infidelidad ocasional".

Un cuaro visitante buscaba en Google "recalificación urbanística" y "plusvalía" y le salió mi post "Corrupción urbanística (y, ya de paso, el problema de la vivienda)" como la cuarta entrada en la primera página de 198. Coño, ahora sí que me he quedado asombrado con el grado de relevancia. ¿Será posible que en un tema tan "de moda" como ese no haya páginas mucho más relevantes? Por cierto, llegar a esa primera página de Google me ha permitido descubrir un blog de un arquitecto que trata temas de urbanismo y vivienda; aprovecharé para visitarlo que tiene buena pinta.

También en Google alguien buscó "criadas" y se encontró con mi post del mismo título, que no es otra cosa que la transcripción de unos párrafos de las Memorias de Sandor Marai. De unos 3.250.000 resultados, ese post aparece en 6º lugar (alucinante) y delante sólo tiene referencias a la obra homónima de Jean Genet (¡qué honor!) y -por supuesto- a una página que ofrece fotos porno gratis de criadas.

También he encontrado algunas trampillas de Google. Así, un mexicano/a buscaba "la diferencia de edad acabó con nuestra relación" y Google le envía a mi blog como decimocuarta opción (entre unas 8.550.000 posibilidades). Me quedé extrañado porque no recordaba haber escrito nunca sobre ninguna diferencia de edad culpable del fin de alguna relación. La explicación es que Google combina dos posts míos. En uno (El sexo en mi crisis de pareja) aparece "nuestra relación" y en otro (Adela) aparece "diferencia de edad". No creo que le valieran de mucho los resultados a mi visitante.

Pero ya para acabar (no es cuestión de alargarse demasiado con estas tonterías) la búsqueda más alucinante. Uno que a través del buscador de msn.es quiere información sobre "comecocos con vidas infinitas". Y el caso es que el décimo de 40 resultados es mi blog combinando tres posts cada uno de ellos con una de las tres siguientes palabras: "con" (ésta tiene que aparecer en casi todos los posts), "infinitas" y "vidas". Lamentablemente este visitante no pudo encontrar "comecocos" en ninguno de mis artículos.

En fin, que no deja de tener su gracia esto de enterarse de lo que venían buscando algunos que llegan hasta aquí.

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domingo, 28 de enero de 2007

¿Un hijoputa que parezca buena persona o una buena persona que parezca un hijoputa?

Ayer fui al teatro a ver "El Método Grönholm". Ya sé que no es precisamente una novedad (tengo entendido que la versión castellana se estrenó en Madrid en otoño de 2004 y la original catalana anteriormente), pero es lo que pasa por vivir en provincias. De hecho, había visto hacia finales de 2005 la versión cinematográfica, que me gustó, pero más me ha gustado esta teatral. Plena de comicidad que es exprimida por muy buenas actuaciones, pese a lo cual deja el regusto amargo de la reflexión. Un allegro ma non troppo, por remedar el título de uno de mis libros favoritos.

El argumento (imagino que ya muy conocido) se centra en una sesión de selección de personal; hay cuatro candidatos que optan a un puesto directivo en una multinacional sueca (descarada alusión a IKEA). A lo largo de la obra se van enfrentando a extrañas "pruebas" hasta el resultado final al que sigue el post-final, una pirueta narrativa original y sorprendente. Hay una frase en esos últimos momentos que le dice Cristina Marcos a Carlos Hipólito: "Buscamos a un hijoputa que parezca buena persona, no a una buena persona que parezca un hijoputa". Con la exageración propia de la caricatura, expresa certeramente lo que podría ser el criterio principal de la selección de personal de cualquier empresa agresivamente competitiva.

El título de hijoputa, en el contexto de la obra, le correspondería a alguien carente de los sentimientos que solemos llamar "de humanidad" y que ha interiorizado como únicas motivaciones vitales las reglas del capitalismo depredador. Así, sólo le interesarían los signos de esa "carrera por eliminación": el dinero, el prestigio social, el poder, etc. Siempre en el marco de la caricatura, las personas así serían frías, despiadadas, faltas de amigos pero sobradas de relaciones útiles ... Y me restrinjo a la caricatura porque me cuesta creer que haya muchos de estos individuos, aunque sí hay muchos que "parecen" hijoputas.

Porque es verdad que, en según que entornos, es conveniente parecer un hijoputa, al margen de que sea más o menos buena persona. El sistema productivo es, en los términos señalados, claramente hijoputa y, por tanto, los que mejor encajan en él optimizando su eficiencia son los hijoputas. Pero me parece que, salvo bichos raros con algún cortocircuito neuronal, convertirse de verdad en un hijoputa conlleva excesivos costes en la felicidad personal. Tiene que haber un momento en la vida de cualquiera en el que se de cuenta de que está corriendo sin ningún destino (salvo el común a todos), en que la ¿conciencia? le explote en insatisfacción (o en depresión).

O quizás no lo haya. Quizás haya personas que son capaces de progresar toda su vida como hijoputas sin vivir nunca una "crisis existencial". Si es así, mejor para ellos (aunque no sepan lo que dejan de vivir). Los que gustan de la "justicia cósmica" pensaran que la vida (o Dios) ha de cobrarles su actitud; y si no, siempre queda creer en el karma y esperar sucesivas reencarnaciones.

Y si me parece difícil que haya muchos verdaderos hijoputas, también lo es, aunque menos, vivir siendo buena persona y pareciendo un hijoputa. En el fondo, pese a la declaración de Cristina Marcos, ese es el peaje mínimo que piden para ser "ejecutivo agresivo"; es decir, puedes ser un tío estupendo y muy humano pero te disfrazas de hijoputa en el curre. Lo que pasa, me parece, es que mantener el disfraz tantas horas al día exige acallar la conciencia y me da que, poco a poco, se iría acallando de forma permanente. O sea, el que empieza pareciendo hijoputa corre el riesgo cierto de acabar siéndolo. O tiene su crisis liberadora y manda a tomar por culo el disfraz (procurando, eso sí, que lo despidan con una buena indemnización).

El equilibrio entre lo que "somos" y lo que aparentamos es complicado. Desde luego, en la sociedad actual (y no sólo en el entorno laboral) la apariencia (la imagen) es importantísima y eso nos convierte a todos en algo esquizofrénicos. Pero piénsese que cuando aparentamos ante los demás acabamos aparentando ante nosotros mismos, con lo cual creeremos ser lo que aparentamos ... o lo seremos realmente. En fin, por este camino me meto en un sembrao.

En la obra teatral, tras las palabras de Cristina Marcos, hay que suponer que el personaje de Carlos Hipólito es una buena persona que pretende parecer un hijoputa (y a fe que lo logra). Así, el chorreo final que le sueltan exhibiéndole de forma descarnada cómo su vida es una mierda, pareciera que habría de conducir a la crisis catártica a la que me refería. De hecho, el personaje de Hipólito se queda hecho polvo, reflexionando destrozado; sin embargo, inmediatamente después reacciona para retomar su actitud hijoputesca (llama por el móvil para ir a una cena con unos empresarios). Y uno, al levantarse de su asiento, se queda con la duda de si era después de todo un verdadero hijoputa o, aún sin serlo, de tanto aparentarlo había perdido en el viaje cualquier otra alternativa.

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viernes, 26 de enero de 2007

Sexualidad masculina y desintegraciones

La relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos (privándose con ello de los medios de gozar de esta mujer). Y lo menos que puede decirse del placer masculino es que es breve y débil. La eyaculación es una promesa incapaz de ser mantenida; el hombre tiene la impresión de que alzará el vuelo y estallará, pero se desploma, se derrumba, se ahoga. Muere sin llegar a haberse desintegrado, ha confundido con un aniquilamiento lo que no es más que un suicidio. Ya se ha acabado, piensa, pero apenas había comenzado a perder la cabeza y ahora todo se ha ido. La eyaculación siempre es el “no es eso”. En relación a lo que esperaba, no es eso, la crisis más intensa y al mismo tiempo más insignificante, fácil de obtener, rápida de satisfacer, pobre en sensaciones.

La cita proviene del libro “El nuevo desorden amoroso” escrito en 1977 por dos filósofos franceses, Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut. Su publicación (¡hace 30 años!) causó un importante revuelo en Francia y países de la Europa Occidental. En esa fecha, ambos filósofos eran muy jóvenes (no llegaban a los 30); hoy ambos son figuras reconocidas del panorama intelectual europeo, con abundantes ensayos publicados (la mayoría disponibles en castellano). Me gustaría saber qué piensan hoy los autores, a punto de entrar en la sesentena, de sus análisis y valoraciones de entonces. Me llama la atención, de otra parte, que con menos de treinta años, fueran capaces de elaborar una crítica tan demoledora a los dogmas de la llamada revolución sexual de los 60 (especialmente las tesis sobre el orgasmo de Wilheim Reich). Me pregunto si sus controvertidas posiciones (sobre todo en esos momentos) provienen sólo de una reacción intelectual, expresada con la previsible dosis juvenil de insolencia, o tienen base en experiencias sexuales personales. Algo de vivencia propia ha de haber, pero ¿a esas edades y en esos años? Bueno, parece que sí; al menos los textos exhiben la lucidez suficiente de quién es capaz de diagnosticar sus carencias; otra cosa es que hubieran experimentado las alternativas.

Yo ahora, a mis 47 tacos, estoy leyendo este libro y sorprendiéndome de que hasta hace muy poco casi nada de lo que dicen estos “jovencillos” se me hubiera ocurrido. Pero es que me da la impresión de que, al menos en mi entorno, los varones de mi generación no fuimos capaces de percibir las limitaciones de la sexualidad masculina “estándar” y, lo que es peor, muchos rondan la cincuentena sin haber abierto puertas alternativas (y creativas); por eso, a nuestras edades y con la falaz justificación de la edad (y de la “normalidad”), la resignación –consciente o subconsciente- va tiñendo más la sexualidad. Ahora bien, también me cuesta creer que la “viva repercusión” que supuso la publicación de este libro fuera tal al exterior de determinados círculos académicos y elitistas. Dudo que su reivindicación de la maleabilidad amorosa (de ahí el título del nuevo desorden) incidiera de verdad en las relaciones afectivas y sexuales reales, pues de ser ahí habría implicado profundas reconstrucciones de las mismas. Basta recordar las coordenadas históricas: acaban los 70 y vienen los 80 y en el plano ideológico el péndulo vuelve a concepciones neopuritanas (neoconservadoras), como si desde los púlpitos se nos dijera: basta ya de experimentos; ahí aparece el sida para “poner las cosas en su sitio”.

En todo caso, uno ha vivido lo que ha vivido y –qué duda cabe- podría haberlo hecho mucho mejor y aprovechado (y disfrutado) mucho más de sus opciones. Pero agua pasada, melancolía estéril; así que más me vale alegrarme de descubrir que la puerta no se había cerrado (y ciertamente que me alegro). He transcrito un párrafo del principio del libro porque al leerlo entendí lo que decía; quiero decir que lo entendí desde mi propia vivencia (hace unos años así no lo habría entendido). Me gustó que eligieran los términos desintegración y aniquilamiento vinculados al orgasmo masculino; o más precisamente al orgasmo que no es. Algo tiene que haber ahí de verdad, al menos así lo siento. Quizás la mayor intensidad vivencial del ser humano (¿del varón o de ambos?) sea lograr la desintegración de su conciencia. No me voy a enrollar al respecto, pero me vienen en mente alusiones psicoanalíticas, de espiritualismo metafísico, etc.

Esa “desintegración” se puede alcanzar (no es palabreo místico) e intuyo que es el vestíbulo de lo que algunos llaman estados superiores de conciencia. Sin ir tan lejos (porque no he ido, ojalá), lo cierto es que, en mi caso, el sexo es el “entorno” más adecuado para ello. Pero claro, no el sexo tal como lo vivía hasta hace poco; no los orgasmos eyaculatorios tradicionales. Ojo: aunque no estuvieran nada mal y, entonces, tampoco echara nada de menos; sin embargo, ahora creo que mi comportamiento sexual (en tanto que propio de un modelo determinado, independientemente de mi mayor o menor “pericia técnica”) llevaba en sí mismo fecha de caducidad, el germen de la resignación. Entender esto me permite entender el papel que jugó el sexo en mi separación (pero por ahí me alargaría demasiado).

Volviendo al párrafo transcrito: yo no me atrevería a afirmar con la radicalidad de los autores que “la relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos”; y no me atrevo porque soy capaz de imaginar diversas intencionalidades masculinas. Por ejemplo, no me parece muy descabellado cambiar el orden de las palabras y decir que la relación sexual es para el hombre (para algunos o muchos hombres) querer gozar de sus propios órganos a través del cuerpo de una mujer. Pero, a efectos de resultados, viene a ser lo mismo. Lo que me interesa resaltar (y hablo exclusivamente desde mi experiencia, para nada con pretensiones generalizadoras) es que la relación sexual a la que me estoy refiriendo se basa muchísimo en el goce de la mujer. No, por tanto, querer gozar del cuerpo de la mujer, sino querer que el placer inunde el cuerpo de la mujer y obtener de ese placer el propio (el masculino). Advierto que, al menos en mi caso, no es una cuestión de “justicia” o equilibrio entre el dar y recibir (por eso de que la mujer debe llegar al orgasmo, etc). Es descaradamente egoísmo, a partir del descubrimiento de que ese placer femenino “pasa” hacia mí; odio las metáforas en este campo (porque inevitablemente suenan cursis) pero no tengo otra: es como sí la mujer produjera energía (sexual) que me va cargando y conduciéndome hacia esas experiencias de “aniquilamiento” que tanto me cuesta describir (incluso a mí mismo).

Intuyo que esa energía sexual capaz de llevarnos a experiencias profundas es predominantemente femenina. Como no puedo evitar mi pepito grillo escéptico-racionalista, me pregunto si los hombres no la tendrán también (y lo que pasa es que yo vine mal de fábrica) o si habrá mujeres que carezcan de ella (y lo que pasa es que he tenido la fortuna de encontrar una maravilla en tal sentido). Tampoco me importa mucho, porque al fin y al cabo la teorización tiene sólo interés teórico (y a mí, ahora, lo que me cuenta es la práctica). Pero, aunque sin pruebas, creo que mi intuición es correcta en lo fundamental. De lo cual cabe concluir, en plan receta, que la sexualidad del varon mejoraría si la convirtiéramos en subsidiaria de la sexualidad femenina. No voy a desarrollar esta idea, aun a riesgo de las fáciles simplificaciones: yo me entiendo.

Claro que históricamente (hasta hace nada) no han ido por ahí los tiros y me da que tampoco hoy. Puede que muchos hombres estemos descubriendo en nuestras intimidades cosas como las que tan mal cuento y también puede que muchos (aunque menos) estén experimentando la potencialidad del sexo como revulsivo de sus conciencias (y de la relación con su pareja) ... Pero de lo que estoy seguro es que estas “revoluciones íntimas masculinas” (sean de la importancia numérica que sean) no trascienden del ámbito de los privado y, por tanto, no resquebrajan apenas el discurso social con el que se ha construido la masculinidad. Esa masculinidad social es, para casi todos los varones, un freno tremendo para, por ejemplo, hablar entre nosotros y ayudarnos en nuestros desconciertos. Y así nos va: todos autodidactas porque el “libro de texto” a muchos no nos vale, pero no es cosa de reconocerlo en público.

Puuf. Ya me estoy yendo por las ramas ... Así que hasta aquí. Añado otra cita del mismo libro, pero ya sin comentarios.

¿En qué sueña el hombre mientras copula? Sueña en poder abandonarse, sin que ese abandono al placer ponga término a su excitación, sueña en gozar como la mujer, sin fin, sin tregua, en una pérdida incondicional de su ser. El éxtasis femenino se convierte, pues, en su utopía, lo que fantasea y lo que le es prohibido pero, al mismo tiempo, la amenaza inquietante que le revela su inferioridad en sus relaciones con la especie, la historia, la vida.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
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jueves, 25 de enero de 2007

La educación de la mujer

A continuación unas cuantas citas de publicaciones españolas de los años 50 dirigidas a niñas, adolescentes y jovencitas. Alguna de las revistas era leída por mi madre hacia finales de los 40.

La familia
El padre tiene la autoridad de la familia. Esta autoridad le ha sido donada directamente por Dios. Por eso se dice que la autoridad paterna es de “institución divina”. Al padre debe entera obediencia toda la familia. Pero también amor. El amor da a los hijos confianza y respeto para acercarse a los padres con la seguridad de que serán comprendidos. A la madre también se le debe obediencia porque su autoridad proviene de la autoridad paterna, ya que el padre no pueda atender completamente a la formación de los hijos, pues sus funciones en la familia –cubrir las necesidades económicas mediante el trabajo– le sacan del hogar; la madre, en cambio, cuida el hogar, y atiende directamente a los hijos. Los hijos en la edad más temprana necesitan muchos cuidados físicos y espirituales; por eso es la madre, con su contacto permanente, la que vela por ellos, sacrificando su vida a este fin, protegiendo, ayudando y corrigiendo amorosamente la vida del hijo, hasta que éste, conseguida su formación y madurez, se independiza creando su familia propia119. (Formación Político-Social. Primer curso de Bachillerato, Madrid, Sección Femenina de FET y de las JONS, 1958, p.4)

Profesiones
Lo bonita que es para la mujer la carrera de Magisterio, porque toda mujer tiene dentro de sí una vocación de madre y esta vocación se complementa con la de maestra (“El primer día”, núm.144, 1958).

Dudas juveniles: ¿Casarse o seguir estudiando?
NORA (Melilla).- “Tengo 18 años. Estoy estudiando y tengo relaciones con un chico que me ha prometido casarse conmigo si dejo los estudios. En casa me obligan a seguirlos”

RESPUESTA: Me parece muy ilógica la postura de este chico, teniendo en cuenta que, por otra parte, no se decide a hablar con tus padres para formalizar vuestro noviazgo. Así pues, habla con él y dile que ése es el primer paso que debe dar si realmente te quiere y si va contigo en plan serio. Luego, él mismo puede comprender que si os comprometéis formalmente y comenzáis a pensar seriamente en vuestra boda, lógicamente dejarás de estudiar, el día que decidas transformarte en una verdadera “ama de casa”. Pero si no comprende tus razones y se empeña en ponerte condiciones antes ya de hablar con tus padres, no creo que con ello demuestre quererte demasiado, ¿no te lo parece? (“Tu problema”, por Silvia Valdemar, núm.40, 1958).

¿Estás preparada para el matrimonio?
Test en el que hay que descubrir si cada afirmación es cierta o falsa.

El tipo de muchacha “femenina”, es más feliz en el matrimonio que las que tienen un temperamento “masculino”.

CIERTO: La personalidad masculina está en constante competición con su cónyuge. Las estadísticas demuestran que los hombres se casan con mujeres inferiores a ellos en enseñanza e inteligencia.
CIERTO: Los estudios demuestran que las mujeres desean encontrar en su esposo un ser más cultivado e inteligente que ellas (Revista Sissí; número 218 de 1962)

Modelo de mujer
Aunque posea un cuerpo perfecto, una sonrisa diáfana, una mirada brillante... ¡Haga suyos estos consejos! Una mujer no es verdaderamente encantadora hasta que...
Se ríe de sí misma, pero nunca de los demás. Se enfrenta con decepciones y engaños, sabiendo dominarse. Ha aprendido a tener tacto. Es humilde. Sabe ser tolerante, sin sentirse superior a aquellos que son menos afortunados. Se da cuenta de lo importante que es cooperar y cumplir sonriendo las razonables exigencias del hogar, del trabajo y de la vida social. Es una mujer dulce, una mujer de exquisita sensibilidad. Es simpática y trata realmente de hallar una solución para los amigos y amigas que se sienten decaídos o apurados. Es generosa y disfruta de veras haciendo feliz a otra persona. Procura ser tan atractiva e interesante como se lo permiten sus medios. Aporta armonía a la vida familiar y a la vida de cuantos la conocen. Sabe cómo desechar una observación ingrata, antes de preocuparse por formularla. Realiza favores a los demás porque encuentra placer en ello, no porque crea que es su deber o porque espere gratitud. No olvide nunca, querida lectora... Estas son las reglas precisas para que usted halle el camino de la felicidad y del éxito social y profesional.
(Revista Sissi, núm.1, 1958)

Test: ¿sabes ser una mujer moderna?
Lectora: ¿Posees la simpatía, el encanto, el “chic” de una auténtica mujer moderna...?Porque –fíjate bien– la mujer, por muy moderna que sea, está obligada a poseer el tierno, leve y sugestivo encanto de su feminidad, que no debe ser en ningún aspecto destruido o anulado en nombre de un equivocado sentido del vocablo “modernismo”. Debemos procurar que la independencia femenina no se interprete en forma negativa o errónea. Para ello, nada mejor que conocer nuestras obligaciones a este respecto. Y nuestras propias posibilidades. Saber, en suma, qué actitud adoptar en determinadas circunstancias, pues a fuerza de desear convertirnos en mujeres muy modernas, olvidamos que todavía seguimos siendo –por encima de todo– mujeres. ¿Sabes tú, amiga lectora, ser eso, una mujer moderna? Contesta con sinceridad a las siguientes preguntas:
1. ¿Te parece importante estudiar y crearte un porvenir?
2. ¿Crees de veras que una mujer puede desenvolverse en la vida sin depender de nadie?
3. ¿Practicas la gimnasia y deportes más que el baile?
4. ¿Estás segura de que deseas realmente formar un hogar?
5. ¿Crees que pueden ser perfectamente compatibles el matrimonio y tu profesión?
6. Si no es así, ¿sacrificarías tu carrera al amor?
7. En tu trato con los hombres, ¿sigues siendo, no ya como nuestras abuelas, pero sí
como nuestras madres?
8. ¿Te parece que la mujer es superior al hombre?
9. ¿Te parece que, en asuntos amorosos, tienes derecho a tomar la iniciativa?
10. ¿Te hubiera gustado ser hombre?
11. ¿Tienes prejuicios cuando se trata de alternar con personas de inferior categoría social que la tuya?
12. ¿Rechazarías a un muchacho por igual circunstancia?
13. ¿Te importa más el dinero y la posición, que la inteligencia?
14. ¿Te sientes rígida, forzada, convencional, cuando te ves obligada a alternar con muchachos a quienes no has visto nunca?
Lo correcto es contestar SÍ a las primeras SIETE preguntas y NO a las restantes. (Sissi, núm.91, 1959)

Sexo (insinuado, desde luego)
nosotras despreciábamos en silencio a Flor por no considerarla una muchacha honesta, ya que teniendo un novio, con el cual riñó por esa causa, se vio entrar a un hombre en su habitación a horas sospechosas de la noche, y permanecer un buen rato en ella (“Confesiones: La que no tuvo piedad”, Sissi, núm.10, 1958).

Todas las citas obtenidas de la Tesis Doctoral “MUJER MÍTICA, MUJERES REALES: LAS REVISTAS FEMENINAS EN ESPAÑA, 1955-1970” de Mª del Carmen Muñoz Ruiz , presentada en 2002 en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid.

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miércoles, 24 de enero de 2007

Histeria femenina, orgasmos terapéuticos y vibradores

Esta tarde, en el libro que estoy leyendo, descubrí que la palabra histeria viene del griego hyster, que significa útero. Parece ser que, desde la edad media (o quizás antes), se denominaba histeria a las crisis nerviosas femeninas, atribuyendo su causa a desarreglos uterinos (por cierto, en el útero radicaban muchos de los espiritus malignos que convertían a la mujer en un ser diabólico). En la actual psiquiatría, la histeria es un trastorno de conversión, llamado así porque el paciente convierte un conflicto psicológico en trastornos físicos (por ejemplo inmovilidades parciales, incapacidades sensoriales). Obviamente, no es algo exclusivo de las mujeres, pero sí es cierto que los síntomas que la caracterizaban se daban muy mayoritariamente en mujeres.

En fin, lo que me llamó la atención es que en el siglo XIX la histeria femenina se convirtió en un trastorno muy frecuente, sobre todo entre las mujeres de cierta posición socioeconómica; más en concreto, en Inglaterra, en plena época victoriana. Hay que tener en cuenta que el XIX británico corresponde al apogeo del puritanismo sexual y también al nacimiento de los ideales románticos (si bien castos) en las relaciones matrimoniales. Es decir, se buscaba una mayor intimidad y confianza entre los cónyuges (fomentada por los primeros balbuceos de las ideas feministas) pero, al mismo tiempo, excluyendo de ese amor romántico que se estaba "inventando" sus componentes sexuales. El amor es sublime y el sexo sucio: cuánto de esta afirmación sigue anclada en muchos de los subconscientes actuales (y en algunos conscientes). También por esos tiempos la sociedad bienpensante se convenció de que, frente a las ideas medievales sobre la mujer, ésta era intrínsecamente pura, carente de deseos sexuales (también esto ha llegado hasta muchos subconscientes actuales). No se crea que estas ideas eran meras excusas hipócritas; ciertamente la mayoría de los hombres y mujeres de las clases pudientes (quienes, al cabo, establecen las ideologías dominantes que poco a poco van filtrándose al conjunto de la sociedad) lo creían honestamente.

Imagino que el conflicto entre un convencimiento "ideológico" y unas pulsiones físicas se traduciría en el incremento de crisis histéricas entre las damas victorianas. Y es que en la última década del XIX llegó a hablarse de epidemia ante la exagerada abundancia de casos. Era, por supuesto, una enfermedad de clase alta, con lo cual cabe suponer (creo recordar una escena alusiva en una novela inglesa de la época) que hasta podía considerarse chic o, cuando menos, perfectamente aceptable. Pero lo fantástico era el tratamiento médico a estas señoras: se les masajeaba el clítoris hasta que se corrían, momento en que alcanzaban un estado de relax desapareciendo los síntomas histéricos ... hasta la próxima, claro. De más está comentar que ese "orgasmo" no se consideraba propio del sexo (ni, por tanto, sucio) y de más también que con sus maridos no debían ni intuirlo. De hecho, en coherencia con la "pureza femenina", parece que a los hombres no les hacía mucha gracia que la mujer gozara más que moderadamente (hay varios testimonios de hombres indignados cuando eso ocurría).

Contemporáneamente los médicos más avanzados (Freud entre ellos) se interesaban por la histeria y planteaban otros tratamientos. Así que supongo que el "masaje erótico" como terapia socialmente admisible iría cayendo en desuso. Lástima. Está claro que si hoy una mujer (o un hombre) fuera a un profesional a que le alivie su tensión sexual con un adecuado masaje, difícilmente puede luego contarlo en una reunión social; y, en el otro lado, el que actualmente hace esa actividad no goza del mismo prestigio que podría tener un médico en su exclusiva consulta de una elegante calle londinense. Pero bueno, también cabe pensar que ese "descubrimiento" del orgasmo terapéutico pudo haber sido un paso en la posterior crisis de la "mujer angélica"; estoy pensando en los felices 20 (y sus desenfrenos sexuales) ... aunque luego vendrían los oscuros 30 y el pacatismo postbélico hasta el despertar de los 60 (pero eso es situarnos ya muy cerca).

Así que volvamos a los masajes terapéuticos. Parece ser que para los ilustres doctores era un trabajo pesado. Hagamos un esfuerzo de imaginación para recrear las correspondientes escenas (procurando situarse en la época y no carcajearnos). Así que en 1869, el médico norteamericano George Taylor inventó el vibrador como herramienta terapéutica para masajear la pelvis de manera fácil e higiénica. Pero era muy aparatoso y además iba a vapor por lo que fue rápidamente sustituido en las consultas por el que a principios de los 80 diseñó el médico inglés Joseph Mortimer Granville, que iba con batería y resulta muy similar a los actuales. Por cierto, parece que este hombre no recomendaba su uso para el masaje genital femenino sino para la musculatura masculina; pero no le hicieron ni caso. El caso es que el invento tuvo un éxito tremendo, tanto es así que se considera que es el quinto utensilio doméstico en electrificarse (antes fueron la máquina de coser, el ventilador, la tetera y la tostadora). Los vibradores, en la última década del XIX y las dos primeras del XX se anunciaban y vendían de forma absolutamente pública y respetable, ya que se trataba de objetos terapéuticos (y lo siguen siendo, qué duda cabe). Luego es sabido que la excusa terapéutica dejó de ser políticamente correcta y los vibradores han pasado a otros ámbitos, con sus épocas de objeto prohibido (como curiosidad: sigue estando prohibida su venta en los estados de Alabama, Georgia y Texas).

Y nada más ... Da qué pensar cómo pensábamos y actuábamos hace poco más de un siglo. Y también cuánto de esa "ideología" sigue perviviendo en nuestros días. ¿O no?


La primera imagen corresponde al vibrador de George Taylor y la otra a publicidad de vibradores de un periódico yanqui de 1918. Por cierto, recomiendo las diapositivas de esta página.

CATEGORÍA: Curiosidades dispersas
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lunes, 22 de enero de 2007

Las mujeres cobran menos (la discriminación salarial)

Ayer leí el segundo post de Nanny-Ogg de "verdades verdaderas": las mujeres cobran menos. Naturalmente, hay que entender que es una verdad estadística y válida "a igualdad de trabajo"; es decir, se supone que, en conjunto, puestos laborales equivalentes tienen remuneraciones menores cuando los ocupan mujeres. Esta afirmación es sobradamente conocida (por repetida) lo que parece eximir a sus enunciantes de detallarla (o explicarla); de otra parte, es seguramente el hecho (de serlo) que mejor prueba la discriminación de las mujeres en nuestra sociedad. Digo que es el que mejor la prueba no porque la discriminación salarial sea necesariamente la peor de todas (no digo ni que sí ni que no), sino porque tiene la ventaja de poder cuantificarse y, además, en euros.

Entro en la web del Instituto de la Mujer y compruebo en sus estadísticas que, efectivamente, el salario medio anual de las mujeres en España es inferior al del conjunto de ambos sexos. En 2002, el salario medio anual conjunto era de unos 19.800 euros, mientras que el de las mujeres de 15.770. De ahí resulta que la denominada "brecha salarial" se sitúa en el 28,88%. No queda muy claro de dónde sale esta cifra (no lo explican en la web), pero asumo que significa que, en promedio, las mujeres cobran un 28,88% menos que los hombres, por lo que éstos tendrían un salario medio anual de unos 22.170 euros o, lo que es lo mismo, la diferencia absoluta media se situaría en torno a los 6.400 euros anuales (casi 90.000 pesetas menos al mes que su equivalente masculino). He de aclarar que estas cifras no cuadran del todo con las estadísticas de tasas de ocupación hombres/mujeres de la misma web, lo que me hace pensar que las diferencias deben ser algo menores, pero no creo que eso sea demasiado relevante a efectos de estas reflexiones.

Las cifras que cito corresponden a 2002 y la web solo aporta además las de 1995. La buena noticia es que la brecha ha disminuido en esos siete años así que cabe pensar (en una hipótesis tendencial sin apenas datos que la sostengan) que en este 2007 será algo menor. Pero, por muy optimistas que seamos, si los datos del Instituto de la Mujer son ciertos, difícilmente es creíble que esté hoy por debajo del 25%. Y éste es un valor muy alto; lo suficientemente alto para probar como "verdad verdadera" que las mujeres cobran menos y, por tanto, que es cierto que existe discriminación salarial.

Pero a mí lo que me gustaría es entender cómo se produce en la práctica esta discriminación, acotándola siempre a puestos de trabajo equivalentes. Para ello es necesario no mezclar otras consideraciones que, si bien son también manifestaciones discriminatorias, son otros aspectos. Me refiero, por citar un ejemplo, a la afirmación también muy repetida de que hay muchas menos mujeres en puestos de alto nivel (decisional y salarial). Esta realidad discriminatoria la tengo más que comprobada en mi experiencia personal (por poco representativa que sea como muestra estadística), así que no necesito convencerme. Y me temo que este factor distorsiona algo (no lo suficiente para negar la existencia de la brecha) las estadísticas del Instituto de la Mujer, aunque sólo fuera en el primero de sus epígrafes: directores de empresas de más de 10 asalariados. Me parece claro que cuanto más potente sea la empresa (y más empleados tenga), mayores serán los sueldos de sus directores y, como creo que habrá mayoría de directores hombres en las empresas más potentes, la media salarial de ese epígrafe está mezclando puestos no equivalentes entre sí y, por tanto, no resulta fiable a efectos de cuantificar la brecha entre trabajos análogos. En este mismo ejemplo, la cuestión es la diferencia salarial entre dos directores (uno hombre y otro mujer) de dos empresas equivalentes. O, dando un pasito más, si una empresa cambia de director (pongamos una sucursal bancaria) a directora, ¿a ésta le paga un sueldo inferior al que cobraba su predecesor?

Hay "mundos laborales" en los que, desde luego, no existe ninguna discriminación salarial entre puestos equivalentes. Por ejemplo, en la administración pública (en la que trabajo) cada puesto de trabajo tiene fijado su salario con absoluta independencia del sexo de quien lo ocupe (faltaría más). Pero, aunque no sea tan legalmente rígido, hay muchos sectores que vía la regulación laboral y los convenios colectivos ocurre algo muy parecido (sobre todo en sueldos mínimos que son tantas veces los máximos que se pagan).

Planteo lo anterior a modo de dudas, porque ciertamente me gustaría entender cómo se produce en la práctica la discriminación, ya que tengo que admitir (no van a estar mal todos los estudios estadísticos) que existe y es significativa. Así que me interesaría conocer ejemplos de empresas en las que dos puestos equivalentes tienen salarios diferentes según sea hombre o mujer quien lo ocupa (y siendo equivalentes también los factores objetivos de cada uno de ellos, tales como experiencia, etc). Por más que tenga que estar equivocado, me resisto a dejar de pensar que el factor discriminatorio, más que en las diferencias salariales entre trabajos equivalentes, radica en la mayor dificultad de acceso de las mujeres a los puestos mejor pagados.

En la web del Instituto de la Mujer también hay estudios. Mientras escribía este post me he bajado y leído (un poquillo por encima) uno titulado "Mercado de trabajo, pobreza y género". En él se habla de una diferencia salarial en torno al 25% (lo que cuadra con mi estimación); además la autora, a partir de análisis estadísticos complicados, estima que en torno a las dos terceras partes de esa "brecha salarial" no tienen su causa en diferencias en la productividad de los individuos, debiéndose atribuir consecuentemente a factores discriminatorios. Además, al desagregar más las ocupaciones, el porcentaje de la brecha salarial discriminatoria se reduce del 25% (media conjunta) al 13%. Y hay que hacer notar que es prácticamente imposible contar con datos estadísticos los suficientemente desagregados como para garantizar una suficiente equivalencia entre los puestos laborales cuyas diferencias salariales se cuantifican. O dicho de otra forma, es más que razonable pensar que el valor real de la brecha salarial discriminatoria entre puestos laborales equivalentes bajaría aún del 13% citado.

Ojo: no pretendo afirmar que no exista diferencia (discriminación) entre los sueldos de hombres y mujeres en puestos laborales equivalentes. Lo que creo, tras ver los datos y leer el estudio citado, es que esta brecha es bastante menor del 25%, conclusión que -por otra parte- me parece más explicable en la realidad práctica de gran cantidad de empresas concretas. Pero ojo de nuevo: eso no quiere decir que la discriminación salarial sexista sea baja; ciertamente es alta (en torno al 25%). Lo que pasa es que me da la impresión de que el factor más significativo no es tanto que "la mujeres cobren menos" (a igualdad de puesto laboral) sino la segregación ocupacional; es decir, que la distribución de los puestos de trabajo es más perjudicial para las mujeres. Algo de lo que, como dije antes, ya estaba convencido.

Y esto me trae a la cabeza la frase que oí hace tiempo (no recuerdo a quién) de que habría de verdad igualdad laboral entre hombres y mujeres no cuando las mujeres preparadas alcanzaran puestos de alto nivel, sino cuando lo hicieran las torpes. Porque efectivamente (y vuelvo a remitirme a mi experiencia personal), las mujeres que ocupan puestos directivos suelen tener un nivel profesional bastante más elevado que sus homólogos varones. O caricaturizando un poco (bastante) la estupidez como cualidad positiva en el ascenso laboral está mucho más valorada y premiada para los hombres que para las mujeres. Y eso sí es discriminación, aunque resulte muy difícil cuantificarla.

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domingo, 21 de enero de 2007

Stand by

Parece estar bastante sentado que el momento de mayor placer sexual de un hombre se produce en el instante justamente anterior a la eyaculación, en ese momento en que la excitación alcanza su culmen y la descarga se percibe inminente. Permanecer indefinidamente en ese "punto límite" es, en el sexo tántrico, el arte supremo. Podría pensarse que, en el esquema ya clásico de las cuatro fases de Masters&Johnson (excitación, meseta, orgasmo y resolución), se trataría de prolongar la meseta retardando, por consiguiente, el orgasmo. Esta interpretación, sin embargo, responde a entender la respuesta sexual masculina de forma lineal y, sobre todo, a asumir la coincidencia de orgasmo y eyaculación. Porque si lo que se hace es evitar la eyaculación al mismo tiempo que se sigue incrementando la excitación, el resultado casi inevitable es el orgasmo. Pero un orgasmo diferente del que acompaña a la eyaculación; sigue siendo placer físico intenso (en mi experiencia quizás menos radicado en las convulsiones musculares que en la sensibilidad dérmica) pero además es interno, profundo, mental (me cuesta encontrar adjetivos adecuados). Este orgasmo es más largo que el derramador seminal, pero lo más importante es que te mantiene en el estado de excitación, cargado de energía, con ganas de seguir amando.

No sólo hay que distinguir entre orgasmo y eyaculación, sino también entre excitación y erección. Suele ocurrirme, en una larga sesión de sexo (obviamente no hablo de un "aquí-te-pillo-aquí-te-mato") que todo el cuerpo se va involucrando en un placer progresivamente creciente, tanto que disfruto enormemente y no quiero que acabe. La excitación implica afluencia de sangre al pene y erección. Me da la impresión de que el pene reclama convertirse en la sede de mi placer, buscando que todo yo me concentre en él y desde ahí me derrame. Negarle ese protagonismo por más que se empeñe, no estar pendiente de su arrogancia. Y bajará y subirá (sin derramarse) pero ello no restará un ápice (al contrario) a la intensificación del placer.

En todo caso, no era de la excitación y de los orgasmos de lo que quería escribir, sino de la resolución. Pero de la resolución mágica que culmina una sesión larga de placeres; por eso los párrafos precedentes. A la que me refiero le antecedió una eyaculación con el corazón palpitando intensamente y las pupilas dilatadas. Si hubiera de elegir una palabra para describir ese rato largo (¿media hora quizás?) ésta sería paz. Una sensación de paz absoluta. Me cuesta mucho describir mis sensaciones y, sin embargo, quiero intentarlo.

El diccionario de la RAE define alienación como el estado de ánimo en que el individuo se siente ajeno; bueno, pues por ahí podrían ir los tiros. Era como si me hubieran apagado todos mis sensores perceptivos, como si hubiera salido de mi cuerpo y también de mi mente. Estaba tendido en la cama con una relajación física que rara vez logro cuando la busco. Cada músculo, cada trocito de piel, cada víscera, cada hueso, cada uno de mis componentes orgánicos ... todos en absoluto reposo, en un equilibrio de armonía completa, sin "hablar" para hacer notar su existencia. Y no había pensamientos; al menos, no había pensamiento consciente, sólo una sensación mental de paz, de estar fuera de mí, inundado por una especie de nube onírica. Tenía los ojos cerrados y veía imágenes y colores, no oía apenas el exterior pero me mecían músicas extrañas (por llamarlas de algún modo). En fin, no estaba allí, mi cuerpo y mi mente estaban suspendidos, no había tiempo.

Lo que describo me suena a la descripción que haría de su estado un aparato en stand-by ... y no me parece mala metáfora. A lo mejor es que esa inmensa sensación de paz (y de felicidad, obviamente) requiere la desconexión, salir de uno mismo. Pues, si es así, el sexo es uno de los caminos para alcanzarla.

Claro que todo se acaba y la culpable de estas experiencias hubo de ser quien me conectara de nuevo: había que vestirse y prepararse para almorzar.

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sábado, 20 de enero de 2007

Viaje a Madrid

He pasado diez días de descanso en Madrid que me han venido de maravilla. Estoy convencido de que necesitaba salir de mi cotidianeidad, no hacer nada (aunque he hecho bastante). Prueba de ello es que he dormido como un lirón, cuando normalmente no puedo pasar de siete horas. Pero esta semana me he sorprendido despertándome casi todos los días hacia el mediodía. Así que las mañanas nada de nada: ducharse, desayunar, hacer un sudoku, leer un rato ... Luego, tardes y noches, quedar con amigos y familia. Dos tardes dedicadas a los regalos de reyes de mis sobrinas, una a mi madre y una hermana, otra a mi sobrinita más pequeña ... Madrid es grande (incluyo el área metropolitana) y en moverse se va bastante tiempo. También amigos, naturalmente. Me han quedado dos o tres que habría querido ver pero faltó tiempo; y también he echado en falta disponer de más ratos para otros.

El fin de semana anterior estuve con K; luego ella se volvió y me quedé solo. Esos tres días juntos lo pasamos muy bien; me gustó pasearla y enseñarla una ciudad en la que viví tantos años, aunque mucho ha cambiado desde entonces. Madrid (me imagino que esto vale para cualquier ciudad grande) es fantástica para pasear, para vivirla cuando no vives en ella (sobre todo, cuando no estás prisionero de una rutina laboral). Es una ciudad viva, llena de gente en las calles. Hablando de gente en las calles: caímos sin proponérnoslo en la manifestación contra ETA del pasado sábado.

Ese sábado, por la noche, fuimos al teatro Albéniz a ver el espectáculo de Momix. Hasta hace un mes yo no sabía nada de esta compañía de danza. Me enteré de su existencia leyendo el blog de Yabu y siguiendo su enlace. He de agradecerle el dato porque me pareció maravilloso, magia pura. Salimos ambos encantados, emocionados, revitalizados. Cuando se ven espectáculos así uno se siente lleno de alegría. He buscado videos en el eMule (haylos) y procuraré bajarlos (me funciona fatal). En YouTube no he encontrado ninguno del Sunflowermoon (así se llamaba el espectáculo de Madrid), pero sí hay varios otros lo que me ha permitido pasar un rato entretenido. Desde luego, no es lo mismo una pantallita de ordenador que un teatro. De otra parte, en ninguno de estos videos hay nada equivalente al misterio de las danzas que vimos (logrado mediante la invisibilidad de partes del cuerpo de los bailarines).


En resumen, que recomiendo Momix fervientemente. Fue uno de los mejores momentos de este viajito que ya se acaba y que tan bien me ha venido. Ahora de vuelta a la rutina.

Actualización (19/02/2012): Revisitado este viejo post, descubro que ya sí hay en YouTube videos del espectáculo que hace 5 años vimos en Madrid. Ahí va uno:


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domingo, 7 de enero de 2007

Don't shoot your gun (elogio de la contención)

Me gusta cargar el arma; cargarla despacio, poco a poco. Cuando se hace despacio, cuando uno se demora largo rato en ese juego paciente y meticuloso, se acumulan tantas sensaciones placenteras como en ninguna otra actividad. Estoy vivo, contento. La mente acallada, fuera preocupaciones, remansado el incesante flujo de los pensamientos, paz. Y al mismo tiempo me siento lleno de energía, potente. Como si la energía inmensa que guarda la pistola cargada me inundase; o mejor: como si yo me convirtiera en esa energía y la concentrase en el arma.

Naturalmente, tengo ganas de disparar; y a veces disparo. Está muy bien disparar y mejor cuanto más se involucra uno en el acto, cuanto más se consigue que el acto repentino del disparo se disocie en una sucesión encadenada de sensaciones conscientes. Apuntar cuidadosamente, percibir la cilíndrica rigidez del cañón que ansía encauzar la salida del proyectil, notar sus infinitésimas vibraciones al ajustar su eje hacia el blanco, sentir como si cañón y objetivo se fundiesen en un solo ente, anticipando el disparo, vivir la explosión del arma en todo el cuerpo, convertirse uno en la bala que vuela e impacta y, con el impacto, se disgrega en minúsculas partículas, las mismas en que yo me disuelvo.

Pero antes de disparar conviene entretenerse largamente en los rituales deliciosos de cargar el arma. Porque una de las raíces del placer está en las ganas de disparar, así que, si uno dispara, finaliza ese proceso de incremento progresivo del placer. Por eso, cuando las ganas de disparar me parecen inaguantables, me obligo a descargar el revólver: abro el tambor y lo hago rodar, sin fijarme en las balas, disfrutando también de ese lánguido estiramiento de la energía del arma que me recorre todo el cuerpo. Y ese placer relajado no disminuye -al contrario- mi excitación de saberme cargado. Son momentos en los que todo mi cuerpo se diluye para luego volver a generar una mayor energía en el arma concentrada.

Lo maravilloso, por supuesto, es jugar a este juego con otra persona; dejar que sea ella quien te cargue el arma. Y el no va más es alcanzar con alguien la complicidad íntima en la que se es capaz de alargar casi infinitamente el proceso. Porque entonces pueden abrirse puertas mágicas al placer compartido, a la confusión disolvente de ambas energías. En esas situaciones el arma se carga hasta límites que uno no la creía capaz de alcanzar, porque la potencia que llega a acumular proviene de dos fuentes. En esas ocasiones no sé si el arma que creía mía lo es, porque se ha convertido (así la siento) en algo común, en un canal por el que fluyen mezcladas nuestras dos almas.

Usar bien el arma, aprovechar al máximo el placer que es capaz de producirnos, requiere -como todo- un aprendizaje. Una de las primeras lecciones es que el mayor placer que te proporciona un arma no es dispararla. Eso a mí me costó entenderlo. Cuando era joven porque me gustaba cargar y disparar rápida y frecuentemente; al fin y al cabo -pensaba- para eso es una pistola. Luego fui aprendiendo (me fueron enseñando) a entretenerme con las distintas formas de cargar el arma, pero siempre buscando mejores y más satisfactorios disparos. A medida que me hacía mayor, empecé a notar dificultades para cargar el arma así como menos capacidad de disparo. Además, por circunstancias que no viene al caso relatar ahora, fui perdiendo interés en el arma, reduciendo su uso a ejercicios ocasionales de carga y descarga, más casi por las exigencias de mantenimiento. Sólo recientemente he descubierto que no se trata de disparar (aunque dispare) sino de compartir, lo más intensamente posible, el juego de cargarla.

Más que en cualquier otro aprendizaje, tener la suerte de hallar un buen maestro es fundamental. En este caso -obvio es decirlo- el maestro es también el compañero del juego y además quien, a su vez, ha de aprender de ti. Se trata pues de un aprendizaje compartido, como compartida es toda la experiencia; y tanto más intensa cuanto más compartida. Lo estimulante es que pareciera un juego que no tiene fin, que siempre se renueva, que continuamente permite descubrir nuevas formas de cargar y descargar las armas. Claro, hace falta confianza mutua, sentirse a gusto el uno con el otro, no tener miedo a abandonarse (al contrario: propiciarlo). Me parece que no hay por qué negar a esos sentimientos el título de amor. Pero, llamémoslo como queramos, lo cierto es que este uso de las armas posibilita alcanzar estados de conciencia plenos de paz y felicidad.

Y, cambiando de tema, quiero aclarar que no me gustan nada las armas de fuego.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

jueves, 4 de enero de 2007

Ira Hayes

Ayer fui a ver "Banderas de nuestros padres", la última peli de Clint Eastwood. Técnicamente es perfecta pero, para mi gusto, se hace algo pesada. Seguramente no estaba con la disposición adecuada para absorber el tono algo melancólico, introspectivo que le da Eastwood, no sé. La historia es sencilla: desde principios de 1945, los americanos deciden tomar Iwo Jima, una pequeña isla en el Pacífico al sur del Japón, de gran importancia estratégica en el curso de la guerra. Comienzan a bombardearla (16 a 18 de febrero) e iniciaron el desembarco el día 19. Tras tres o cuatro días de duros combates (los japoneses habían permitido el desembarco para acribillarles desde dentro), el 23 un grupo de marines logró ascender al monte Suribachi y plantar la bandera norteamericana, lo que generó una enorme euforia. Sin embargo, la batalla continuó hasta el 26 de marzo, con casi 7.000 muertos estadounidenses y 18.000 japoneses.

La anterior es la "historia oficial" (en este caso, tomada de Wikipedia). Pero resulta que una vez alzada la bandera, y cuando la cima del Suribachi estaba en calma, se quitó y se izó una segunda, por un grupo de 6 marines distintos. Este segundo alzamiento fue el que se "inmortalizó" en una foto que se ha convertido en una de las más famosas de la galería de imágenes bélicas (asociada al heroísmo, patriotismo, etc). Aclaro que del primer izamiento también había una foto, pero ciertamente no es tan "estéticamente contundente" (Compruébese lo anterior comparando las dos fotografías: la primera y la segunda bandera).


Tres de los marines del segundo grupo (los otros tres murieron en Iwo Jima) fueron paseados poco después de la batalla en una gira por todo Estados Unidos a fin de recaudar fondos para la guerra. Si bien desde el principio los organizadores saben que ellos no levantaron la primera bandera, nada de eso importa y se mantiene el show mientras interesa.

En 2000, James Bradley, hijo de uno de los tres "héroes", escribió el libro que da origen a la película con la finalidad, según se dice en la peli, de conocer a su propio padre, quien nunca hablaba con su familia de la guerra. Los derechos del libro los compró Spielberg que acordó con Esatwood que dirigiera la película.

No sé si hasta el 2000 se seguía manteniendo la versión oficial o no. En todo caso, carece de importancia, ya que el asunto es lo suficiente lejano en el tiempo como para que -imagino- a la mayoría de los actuales norteamericanos les deje fríos. En todo caso, es otro ejemplo de la relativa importancia de la verdad histórica, de su utilidad política. Pone de manifiesto la conveniencia de los mensajes simples, carentes de matices, coherentes en su integridad: tenemos una foto estupenda (qué más simple que una imagen), ahora contemos una historia perfecta.

Los tres protagonistas de esta historia, según se ve en el film, no se sentían muy a gusto en el paripé publicitario; es natural. Pero había uno más incómodo que los demás: un indio (nativo norteamericano) llamado Ira Hayes. Tanto que protagoniza diversos incidentes y finalmente es retirado de la gira patriótica. Ira vivió entristecido los diez años siguientes, alcoholizado y con frecuentes problemas con la policía. El 24 de enero de 1955, con 32 años recién cumplidos, le encontraron muerto boca abajo, hundido en sus propios vómitos y sangre, cerca de la Reserva india del río Gila, donde vivía.

Toda esta historia ni me va ni me viene, la verdad. Salvo que, mientras veía la peli, el nombre de Ira Hayes disparó una sinapsis y me trajo a la memoria una canción de Dylan de su extraño album de 1973: The Ballad of Ira Hayes. Y recordé el estribillo (la letra nunca llegué a entenderla del todo) que hablaba de un indio borracho de wkisky o algo así. Así que me volví a casa con ganas de buscar en internet; y compruebo que, como todas las canciones de ese album menos una (la de Sarah Jane), ésta no es de Bobby, sino de un tal Peter LaFarge, un cantante folk, quien la compuso a principios de los 60. La canción la han cantado, además de su autor, el inevitable Johnny Cash y otros "country singers". Pues resulta que ese LaFarge era de raza india (adoptado a los nueve años por un novelista blanco) y había vivido la época mágica del Greenwich Village neoyorkino, coincidiendo en esos "años de la inocencia" con Dylan, entre otros. Murió muy joven, a los 34 años, de un derrame cerebral.

La letra de la canción da por supuesto que Ira Hayes levantó la bandera original; o, para ser más precisos, no alude siquiera a que hubiera habido otra bandera. Así que supongo que LaFarge, cuando la escribió, conocía sólo la versión "oficial". Dylan la canta en el 70, en las sesiones de estudio de las que salieron los albumes Selfportrait y New Morning, pero se publica en el 73 en el ya citado album que sacó la CBS para "vengarse" del abandono de uno de sus artistas preferidos (había fichado por Asylum). Dicen algunos críticos que Dylan canta esta canción "convincentemente", creyéndosela (aunque lo único que canta es el estribillo). Imagino que el tema era de los que le atraían por esa época; imagino también que influiría el haber conocido al autor.

En fin, que sin esperármelo, a estas alturas "lleno" de contenido un recuerdo de hace treinta y pico años: yo de adolescente oyendo la balada de Ira Hayes, sin tener ni puñetera idea de quien era ese "indio borracho". Y ahora vuelvo a oír la canción en su versión dylanesca.


The ballad of Ira Hayes - Bob Dylan (Dylan, 1973)

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