Relaciones amorosas (primera aproximación)
Intentaré una primera aproximación a la clasificación de las relaciones amorosas. Como primera herramienta el diccionario; se trata de ponernos de acuerdo en el significado de los términos. Relación (en su acepción 4 de la RAE, que es la que viene a cuento): conexión, correspondencia, trato, comunicación de una persona con otra (justamente uno de los ejemplos del diccionario es relaciones amorosas). Amoroso: que siente (o manifiesta) amor. ¿Y qué es el amor? Pufff, dejémoslo sin definir porque si no nos liaríamos saliéndonos del objeto de esta reflexión. Admitamos pues que, más o menos, todos sabemos de que hablamos cuando hablamos de amor (aunque para nada sea así).
Así que me atreveré a definir una relación amorosa (en su sentido más amplio para dar cabida al mayor número posible de ellas) a toda situación, estado, etc en el que dos o más personas mantienen entre sí tratos caracterizados predominantemente por darse (y recibir) amor. Para mí, el componente básico de toda relación es la temporalidad; por eso la defino como "estado" o "situación". Es decir, en un momento dado tenemos dos personas que están efectivamente tratándose, comunicándose, relacionándose entre sí y lo que fluye entre ellas (perdóneseme la metáfora) es amor. Entonces ahí hay una relación amorosa. Si al momento siguiente la "esencia" del trato (lo que fluye) ya no es amor, la relación entre esas dos personas ha dejado de ser amorosa. Y si en otro momento esas personas no están efectivamente comunicándose entre sí, no es que no haya relación amorosa, es que no hay relación.
Obviamente, esta definición peca de excesivamente reduccionista, debido a que la observación es siempre instantánea. Con un mínimo de sentido común, y sin necesidad de renunciar a este pedante enfoque riguroso, podemos ampliarla. Observamos dos sujetos A y B durante un tiempo suficientemente largo para concluir si entre ellos hay o no relación amorosa. Ese periodo de estudio lo podemos dividir en tres tipos de intervalos temporales T1, T2 y T3. Llamemos T1 a la suma (en unidades de tiempo) de los momentos en que esas dos personan se están efectivamente relacionando de forma predominantemente amorosa, T2 a cuando se están relacionando de forma no predominantemente amorosa y T3 a los ratos en que simplemente no se relacionan entre sí. Una solución muy simplista sería cuantificar la relación mediante alguno de los cocientes entre estas tres medidas temporales. Veámoslo con algunos ejemplos.
Supongamos que T es un año; o mejor, las horas de ese año "disponibles" por término medio para relacionarse (es decir, excluyo como mínimo las horas de sueño y otras en las que el ser humano no está en condiciones de relacionarse de ninguna forma). Cuantifiquemos, por tanto, respecto a 14 horas diarias, 5.110 horas anuales. Pongamos dos "parejas". La primera sería un matrimonio "convencional" ; conviven juntos y se relacionan efectivamente entre sí (se miran, se hablan, se tocan, piensan el uno en el otro, etc) 7 horas al día (que ya es mucho); y de esas 7 horas digamos que 1 es de relación amorosa. La segunda pareja podría ser la de unos amantes clandestinos; se ven 4 horas a la semana, pero contando los mensajitos y pensamientos enamorados entre ellos, la relación amorosa puede incrementarse en otra hora diaria al menos; en resumen, 1,5 horas al día de relación amorosa y 12,5 horas de no relación.
La distribución de T en porcentajes para los dos casos esquematizados sería la siguiente: Matrimonio convencional: 7%, 43%, 50%; Amantes clandestinos: 11%, 0%, 89%. Es decir, en principio y suponiendo que ambas relaciones se mantienen durante el mismo año de observación, los amantes clandestinos tienen una relación amorosa "más intensa" (medida en el tiempo en que efectivamente se están amando) que la pareja casada. Sin embargo, como es obvio, la relación (sin adjetivos) de la pareja casada es mucho más intensa (también en tiempo efectivo de trato) que la de los amantes.
Imaginemos ahora que las dos relaciones comparten a un sujeto; es decir A está casado con B y, además, tiene a C como amante. El matrimonio de A y B dura 10 años y en medio de este periodo se inicia, se vive y se acaba la relación clandestina de A con C (que, por tanto, no rompe la relación matrimonial). Es previsible que durante el año de amante A "reduzca" la intensidad de su relación amorosa con B (y como reacción natural, es posible que B también la reduzca hacia A, más o menos en función de como perciba y se explique la reducción de B) y, inversamente, la viva intensamente hacia C, su amante. En ese año, la distribución percentual de los tres intervalos temporales puede resultar mucho más desequilibrada que la del ejemplo anterior (pongamos 3%, 36%, 61% en el caso del matrimonio y 30%, 0%, 70% en el caso de los amantes). No sería extraño pues que en ese año la intensidad de la relación amorosa de los amantes fuera hasta 10 veces mayor que la del matrimonio, aun cuando siempre la relación total (amorosa y/o no) sería mayor en el matrimonio (40% frente al 30%). Sin embargo, si lo cuantificamos para el lapso total de los 10 años, las intensidades amorosas, por mucha pasión que hubiera habido en ese año de amantes, se equilibran o, lo que es mucho más lógico, sale ganando la del matrimonio porque al desaparecer la amante es previsible que aumente la dedicación amorosa hacia el cónyuge.
Todo depende pues del tiempo de observación, aunque esto sea irrelevante para los protagonistas de las relaciones, que perciben en cada momento lo que están sintiendo, si bien en ese sentimiento "instántaneo" influye (como un poso) el tiempo anterior y los sentimientos que se han tenido.
En fin, todo esto no es más que un divertimento, que nadie se piense que de un mero ejercicio cuantitativo se pueden sacar conclusiones mínimamente válidas (yo mismo en un siguiente post me dedicaré a contradecirme). Sin embargo (allegro ma non troppo), las tonterías anteriores me valen como introducción para aproximarme hacia el tema del que quiero hablar y que no es otro que los distintos tipos de relaciones; es decir, las diversas formas de dar y recibir amor y cómo somos (o no) capaces de vivirlas, aceptándolas o negándolas. Muy pretencioso, ¿verdad? Pero escribo desde mi desconcierto y porque me interesa aclararme a mí mismo. En este caso, además, a partir de una conversación con K hace unos días en un pueblito del Lazio que me ha vuelto a la cabeza tras leer el último post de Elvira y, sobre todo, los comentarios al mismo.
Así que me atreveré a definir una relación amorosa (en su sentido más amplio para dar cabida al mayor número posible de ellas) a toda situación, estado, etc en el que dos o más personas mantienen entre sí tratos caracterizados predominantemente por darse (y recibir) amor. Para mí, el componente básico de toda relación es la temporalidad; por eso la defino como "estado" o "situación". Es decir, en un momento dado tenemos dos personas que están efectivamente tratándose, comunicándose, relacionándose entre sí y lo que fluye entre ellas (perdóneseme la metáfora) es amor. Entonces ahí hay una relación amorosa. Si al momento siguiente la "esencia" del trato (lo que fluye) ya no es amor, la relación entre esas dos personas ha dejado de ser amorosa. Y si en otro momento esas personas no están efectivamente comunicándose entre sí, no es que no haya relación amorosa, es que no hay relación.
Obviamente, esta definición peca de excesivamente reduccionista, debido a que la observación es siempre instantánea. Con un mínimo de sentido común, y sin necesidad de renunciar a este pedante enfoque riguroso, podemos ampliarla. Observamos dos sujetos A y B durante un tiempo suficientemente largo para concluir si entre ellos hay o no relación amorosa. Ese periodo de estudio lo podemos dividir en tres tipos de intervalos temporales T1, T2 y T3. Llamemos T1 a la suma (en unidades de tiempo) de los momentos en que esas dos personan se están efectivamente relacionando de forma predominantemente amorosa, T2 a cuando se están relacionando de forma no predominantemente amorosa y T3 a los ratos en que simplemente no se relacionan entre sí. Una solución muy simplista sería cuantificar la relación mediante alguno de los cocientes entre estas tres medidas temporales. Veámoslo con algunos ejemplos.
Supongamos que T es un año; o mejor, las horas de ese año "disponibles" por término medio para relacionarse (es decir, excluyo como mínimo las horas de sueño y otras en las que el ser humano no está en condiciones de relacionarse de ninguna forma). Cuantifiquemos, por tanto, respecto a 14 horas diarias, 5.110 horas anuales. Pongamos dos "parejas". La primera sería un matrimonio "convencional" ; conviven juntos y se relacionan efectivamente entre sí (se miran, se hablan, se tocan, piensan el uno en el otro, etc) 7 horas al día (que ya es mucho); y de esas 7 horas digamos que 1 es de relación amorosa. La segunda pareja podría ser la de unos amantes clandestinos; se ven 4 horas a la semana, pero contando los mensajitos y pensamientos enamorados entre ellos, la relación amorosa puede incrementarse en otra hora diaria al menos; en resumen, 1,5 horas al día de relación amorosa y 12,5 horas de no relación.
La distribución de T en porcentajes para los dos casos esquematizados sería la siguiente: Matrimonio convencional: 7%, 43%, 50%; Amantes clandestinos: 11%, 0%, 89%. Es decir, en principio y suponiendo que ambas relaciones se mantienen durante el mismo año de observación, los amantes clandestinos tienen una relación amorosa "más intensa" (medida en el tiempo en que efectivamente se están amando) que la pareja casada. Sin embargo, como es obvio, la relación (sin adjetivos) de la pareja casada es mucho más intensa (también en tiempo efectivo de trato) que la de los amantes.
Imaginemos ahora que las dos relaciones comparten a un sujeto; es decir A está casado con B y, además, tiene a C como amante. El matrimonio de A y B dura 10 años y en medio de este periodo se inicia, se vive y se acaba la relación clandestina de A con C (que, por tanto, no rompe la relación matrimonial). Es previsible que durante el año de amante A "reduzca" la intensidad de su relación amorosa con B (y como reacción natural, es posible que B también la reduzca hacia A, más o menos en función de como perciba y se explique la reducción de B) y, inversamente, la viva intensamente hacia C, su amante. En ese año, la distribución percentual de los tres intervalos temporales puede resultar mucho más desequilibrada que la del ejemplo anterior (pongamos 3%, 36%, 61% en el caso del matrimonio y 30%, 0%, 70% en el caso de los amantes). No sería extraño pues que en ese año la intensidad de la relación amorosa de los amantes fuera hasta 10 veces mayor que la del matrimonio, aun cuando siempre la relación total (amorosa y/o no) sería mayor en el matrimonio (40% frente al 30%). Sin embargo, si lo cuantificamos para el lapso total de los 10 años, las intensidades amorosas, por mucha pasión que hubiera habido en ese año de amantes, se equilibran o, lo que es mucho más lógico, sale ganando la del matrimonio porque al desaparecer la amante es previsible que aumente la dedicación amorosa hacia el cónyuge.
Todo depende pues del tiempo de observación, aunque esto sea irrelevante para los protagonistas de las relaciones, que perciben en cada momento lo que están sintiendo, si bien en ese sentimiento "instántaneo" influye (como un poso) el tiempo anterior y los sentimientos que se han tenido.
En fin, todo esto no es más que un divertimento, que nadie se piense que de un mero ejercicio cuantitativo se pueden sacar conclusiones mínimamente válidas (yo mismo en un siguiente post me dedicaré a contradecirme). Sin embargo (allegro ma non troppo), las tonterías anteriores me valen como introducción para aproximarme hacia el tema del que quiero hablar y que no es otro que los distintos tipos de relaciones; es decir, las diversas formas de dar y recibir amor y cómo somos (o no) capaces de vivirlas, aceptándolas o negándolas. Muy pretencioso, ¿verdad? Pero escribo desde mi desconcierto y porque me interesa aclararme a mí mismo. En este caso, además, a partir de una conversación con K hace unos días en un pueblito del Lazio que me ha vuelto a la cabeza tras leer el último post de Elvira y, sobre todo, los comentarios al mismo.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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