viernes, 30 de enero de 2009

La bella, el músico y el arquitecto

Haselsdorf-Tobelbad es una pequeña localidad de la Estiria austríaca, muy cerca de la ciudad de Graz. Es una zona de montes boscosos y de clima muy saludable, imagino. Por eso, desde finales de la Edad Media, era un lugar conocido para el reposo y recuperarse de debilidades y dolencias varias. La villa cuenta hoy con un hospital de rehabilitación de la Seguridad Social austríaca.

A un balneario de ese pueblo (que no es el actual hospital al que me refería) se retiró desde mayo a julio de 1910 Alma Mahler, quien, con sólo 30 años, sufría (son sus palabras) el desgaste y el agotamiento de ser impulsada sin pausa por un espíritu tan intenso (hablaba de su marido Gustav). Tengo la impresión de que esta mujer (calificada años antes como la más guapa de Viena) debía tener un exceso de sensibilidad y seguramente algo de princesita consentida. Pero, en su descarga, también creo que vivir con Mahler debía ser enervante y agotador.

En ese balneario, Alma coincidió con Walter Gropius, entonces un joven arquitecto de 27 años. No he logrado averiguar que hacía Gropius allí. Justamente ese año de 1910, Walter dejó de trabajar en la oficina de Peter Behrens, en Berlín. Junto con Adolf Meyer, otro de los que trabajaba con el maestro, montó un estudio independiente en la misma ciudad (uno de sus primeros trabajos fue la reforma de la fábrica Fagus, considerado uno de los hitos iniciáticos del Movimiento Moderno). Fantaseo con la idea de que estuviera viviendo alguna crisis tormentosa y necesitara alejarse de la capital (bastante, porque Tobelbad está a más de 600 kilómetros en línea recta). A lo mejor fue a la bucólica Estiria para meditar sobre su futuro y allí tomó la decisión de abrir estudio profesional propio.


La cosa es que Gropius quedó fascinado con Alma y ésta, a su vez, encantada de despertar tanto entusiasmo en ese prusiano que, según leo, era tremendamente atractivo. Coqueteos de verano, en todo caso, sin demasiada trascendencia; eso pensaría la bella. Pero a la semana de haber regresado a su casa, llegó una carta dirigida a Mahler en la que Gropius declaraba estar locamente enamorado y pedía a Alma que abandonase todo para irse con él. Que el arquitecto dirigiera la carta al músico, ¿fue un error o a propósito? Mahler estaba convencido de que fue un acto deliberado, una forma de enfrentarse a él, de pedirle la mano de su mujer. Lo cierto es que el incidente le causó una tremenda angustia al pensar que Alma podía abandonarle.

El matrimonio estaba en su residencia de verano en Toblach, una villa al sur del Tirol, que en esas fechas pertenecía al Imperio Austro-húngaro (desde el fin de la I Guerra Mundial forma parte de Italia, en la provincia autónoma de Bolzano y con el mobre de Dobbiaco; no obstante, casi el 90% de sus habitantes son germanoparlantes). Por esos espectaculares paisajes alpinos Gustav y Alma pasearon, lloraron y hablaron mucho esos días sobre su matrimonio, sobre su crisis. Parece que ella se quejó de lo que le faltaba en la vida con el gran músico, y que éste, por primera vez, se tomó en serio sus anhelos.

Alma Mahler narró estos acontecimientos en un libro de recuerdos publicado en 1946. Su versión atufa a falsa: "Yo estaba tan solitaria y melancólica (en Tobelbad) que el director del sanatorio se inquietó y me presentó a gente joven para que me acompañara en mis paseos. Había un arquitecto, X, a quien hallé particularmente simpático; pronto me quedaron pocas dudas de que estaba enamorado de mí y esperaba que yo le correspondiera, de modo que me marché". Ese verano, entre Walter y Alma hubo bastante más que tierna amistad platónica. Fue con Gropius con quien por primera vez Alma se sintió sexualmente realizada (su primer orgasmo, para entendernos). Y que su mujer, diecinueve años más joven que él, había descubierto la poderosa atracción del placer sexual que él no le daba, era algo de lo que Mahler, casi con absoluta certeza, se dio cuenta. Quizá por eso, aunque Alma le había dicho que no iba a abandonarle, no lograba calmar completamente su angustia.

Para colmo, unos días después, el audaz Gropius se presentó en Toblach. Por lo visto, llevaba un tiempo acechando a los Mahler, con la esperanza de poder abordar a Alma a solas y pedirle una respuesta a su carta. Me cuesta imaginar al futuro fundador de la Bauhaus, que siempre me pareció un tipo serio y hosco, con ese comportamiento propio de una opereta. La cosa es que Mahler se enteró y fue al pueblo a buscarlo; seguro que no le costó nada dar con el berlinés y seguro que el arquitecto todavía desconocido debió pasar un mal trago cuando se le presentó el famosísimo compositor austríaco. Con los excelsos modales de principios del siglo pasado (¡qué barbaridad: hace casi cien años de lo que estoy contando!) Mahler invitó a Gropius a que le siguiera a su casa. Una vez allí, dejó al arquitecto con su mujer y se retiró al dormitorio.

Alma cuenta que al poco tiempo se sintió inquieta por su marido y fue a verlo. Mahler estaba leyendo la Biblia y notoriamente nervioso. La conminó a que tomara una decisión, asegurándole que él la aceptaría. Alma vio a ese hombre tan debilitado y supo que no podría abandonarle, así que bajó a la sala y despidió a Walter. Al día siguiente el arquitecto se marchó en tren de Toblach, imagino que iría a Berlín; en cada estación en que se detenía, bajaba al puesto de telégrafos y enviaba un telegrama apasionado a Alma, rogándole que fuera con él. Alma, mentirosa ella, cuenta que por entonces no podía imaginar vivir con otro hombre que no fuera Mahler. Sin embargo, mantendrá una relación epistolar apasionada con Gropius, lo cual no impide que ame y cuide tiernamente a Mahler hasta su muerte, apenas diez meses después.

Como he dicho, Gustav Mahler sabía, sin duda, que aunque Alma siguiera con él, mantenía una relación amorosa con Gropius. Pasó esos días muy nervioso, lo cual repercutía peligrosamente en sus dolencias cardiacas. A mediados de agosto, tras varias vacilaciones, se decide a consultar a Freud, quien estaba de vacaciones en la ciudad holandesa de Leiden. ¡Más de 800 kilómetros de distancia! Muy angustiado tenía que estar el músico para meterse esa paliza en el cuerpo. Freud tenía 54 años, Mahler, 50; se trataba de dos de las más eminentes figuras de una ciudad, Viena, que por esos años estaba sobresaturada de figuras eminentes. (En esta web se puede leer una divertida recreación novelada del encuentro entre los dos personajes). Dieron un larguísimo paseo y Mahler le confesó a Freud sus miedos, sus complejos, sus presentimientos de muerte ... La interpretación psicoanalista de Sigmund (Mahler buscaba a su madre en Alma y Alma, que estuvo enamorada de su padre, necesitaba un hombre mayor) logró tranquilizar a Mahler (¿no es increíble?), tanto que le dedicó un poema al psiquiatra: «Las sombras de la noche fueron disipadas por una palabra poderosa. / El incansable tormento terminó. / Al final unido en una sola cuerda / mis tímidos pensamientos y mis tempestuosos sentimientos se mezclaron».

Entre paréntesis: el arrobamiento de Mahler con Freud no parece que fuera compartido por su mujer, pese a que en sus Recuerdos declara que el diagnóstico del psiquiatra fue acertado y que, efectivamente, sosegó a su marido. Sin embargo, por otras fuentes me entero de que Alma consideraba a Freud insoportable y el psicoanálisis pura charlatanería. Quizá opiniones tan desfavorables tuvieran que ver con el hecho de que Freud, al enterarse por la prensa de la muerte de Mahler, se percató de que no le había cobrado la sesión de Leiden y, ni corto ni perezoso, le remitió la factura a su viuda.

Pero sigamos; Mahler vuelve a Toblach muy contento y enamorado, empeñado en hacer feliz a Alma. Poco después viaja a Munich (3 de septiembre); Alma le seguirá luego para llegar antes del estreno con gran éxito de la Octava Sinfonía (asistió Thoman Mann, quien se declaró un ferviente admirador de la música de Mahler). Luego el matrimonio se desplaza a Viena para preparar su partida a Nueva York (Mahler tenía un contrato con la Filarmónica neoyorkina). El 18 de octubre, Gustav viaja solo a Bremen donde había de dirigir unos conciertos. Alma, con la hija de ambos, debía encontrarse con él en Cherburgo, desde donde tomarían en barco para cruzar el Atlántico. Pero Alma no fue directa desde Viena, sino que hizo una parada en París, donde la aguardaba el "rechazado" Gropius. Durante los tres meses que han pasado desde su último encuentro, abundantes cartas han mantenido viva su hoguera amorosa. Aunque no volverán a verse hasta después de la muerte de Mahler, la correspondencia entre ambos no cesará.

Pero todavía el ilustre arquitecto que tanto nos han enseñado a respetar en la universidad dará más que hablar por culpa de su enamoramiento de esa vienesa narcisista ...


CATEGORÍA: Personas y personajes

jueves, 29 de enero de 2009

Las tres puertas

En 21 (Blackjack) una película irrelevante que vi el fin de semana pasado, un profesor de matemáticas del MIT (Kevin Spacey) plantea en su clase lo que llama el problema del presentador de concursos. En un concurso de televisión se le ofrece al concursante elegir entre tres puertas distintas; tras una hay un coche nuevo, tras las otras dos, cabras. El concursante elige una de esas tres y enseguida el presentador, que sabe lo que hay detrás de cada una, abre una puerta distinta de la elegida, tras la cual hay una cabra. Entonces el presentador le da la opción al concursante de cambiar de puerta. La pregunta es: ¿cuál es la decisión más inteligente, mantener la elección original o cambiar a la otra puerta?

En la peli, el alumno a quien se le plantea el problema, un geniecillo matemático, responde sin dudar que cambiaría de puerta. ¿Por qué? Le pregunta Kevin Spacey, ¿no piensas que el presentador está usando la psicología inversa para engañarte? En realidad no me importaría, contesta el chaval, porque mi respuesta está basada en las matemáticas, en el cambio de variable. Pero si sólo te ha hecho una simple pregunta, le dice el profesor fingiéndose extrañado. Es que eso lo cambia todo, responde el alumno; y se explica: cuando dijo por primera vez que eligiera una puerta, tenía 1/3 de posibilidades de acertar, pero cuando se ha abierto una de las puertas y puedo volver a elegir paso a tener 2/3 de probabilidades de elegir correctamente si elijo cambiar. Ante esta explicación, el profesor exclama entusiasmado: ¡exacto!

Pero yo no me quedé convencido con la explicación del estudiante geniecillo. Claro que cuando eligió la primera vez tenía 1/3 de probabilidad de éxito; pero, ¿por qué en el segundo momento tenía 2/3 si cambiaba de puerta? El coche estaba detrás de alguna de las dos que seguían cerradas, luego había de tener un 50% de probabilidad de acertar si cambiaba y otro 50% si mantenía su elección inicial. Este razonamiento, unido a la natural desconfianza del concursante (el presentador quiere engañarme, etc), debe ser el común en este tipo de situaciones y por eso, como dice Kevin Spacey, la mayoría prefiere no cambiar. No lo entendía, pero no dudaba de que sería cierto lo que decían en la película: los guionistas de Hollywood no cometen desatinos de ese cariz. Así que me quedé con la mosca, dándole vueltas al asunto. Me encantan este tipo de problemillas.

Esta semana he tenido (cómo no) mogollón de trabajo y no he dispuesto de un rato para pensar sobre lo que se me antojaba una paradoja. Pero el cerebro debe contar con compartimentos aparte que funcionan por su cuenta, especialmente durante el sueño. Porque esta mañana me he levantado con la intuición de haberlo resuelto, de que sabía la solución, pero sin ser capaz de expresarla. Hace un ratito, aprovechando que he rematado la tercera entrega del trabajo, me he sentado con una hoja en blanco y un lápiz para, mientras garabateaba, tratar de contarme coherentemente por qué la elección correcta es cambiar de puerta. Y al final, creo que me lo he explicado de modo que me he convencido. Ahí va:

Supongamos que escogí al principio la puerta tras la cual estaba el coche. Si cambio de puerta, pierdo; si me mantengo, gano. ¿Cuál es la probabilidad de que pierda cambiando de puerta? Pues la misma de escoger la puerta buena en el primer intento: 1/3. Ahora supongamos que escogí una puerta mala. Una vez que el presentador abre una puerta también mala, es obvio que el coche está en la que queda. Así que, si cambio de puerta, gano; si me mantengo, pierdo. ¿Cuál es la probabilidad de que gane cambiando de puerta? Pues la misma de elegir la puerta mala en el primer intento: 2/3.

Bonito, ¿no? Me he quedado con un gustirrinín interior de lo más agradable. Por supuesto, utilidad práctica no le veo mucha (no tengo previsto presentarme a ningún concurso tipo Un, Dos, Tres), pero ... ¿qué más da?


PS: Después de escribir el texto anterior, buscando en Internet imágenes para ilustrar el post, he descubierto que entre 1963 y 1976 existió un concurso en la televisión estadounidense llamado Let's Make a Deal (Hagamos un Trato) en el que, efectivamente, se ofrecía al concursante elegir entre tres puertas y, hecha la elección y abierta una de las rechazadas, se le dejaba cambiar la decisión inicial. Resulta que el problemilla que plantea Kevin Spacey en la película es sobradamente conocido y se llama Paradoja de Monty Hall, que es el nombre del presentador del concurso original. La solución es la que yo he contado, tal como la explican (en inglés) en el video que pongo al final del post. Por último, para quien tenga interés en experimentar las probabilidades en vivo, puede simular el concurso original en esta web; comprobará que si siempre opta por la estrategia de cambiar de puerta, después de un número suficientemente grande de pruebas, habrá ganado el coche en el 67% de las ocasiones.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

lunes, 26 de enero de 2009

Adiós, Cani

Cani, mi perra, ya estaba muy mayor; un par de meses más y habría cumplido los quince tacos. La edad, lógicamente, se le iba notando desde hacía unos cuantos años. No se pegaba tantas carreras y, cuando hacía frío, su incipiente artrosis le provocaba cojeras raras. Pero se trataba de achaques menores; ya querría yo llegar a la edad equivalente en ese estado de salud.

Hará unos tres años empezaron a crecerle unos bultos en el abdomen. La veterinaria dijo que eran tumores, pero no demasiado agresivos y que lo mejor era no hacer nada. De hecho, no parecía que a Cani le afectaran y, efectivamente, iban creciendo y multiplicándose muy lentamente. Pero crecían y llegó un momento, en la primavera pasada, que había demasiados y me aconsejaron operarla para extirparlos. Después de la operación, la perra mostró una especie de rejuvenecimiento, como si le hubieran inyectado una dosis extra de energía; y eso que antes apenas se le notaba que le afectaran esos bultos.

Pero, tras poco tiempo, los tumores volvieron a aparecer. Durante el verano y otoño fueron reproduciéndose a un ritmo mucho más acelerado que los anteriores. Ahora el cáncer (de mama) sí se presentaba más agresivo y no había gran cosa que hacer, sino esperar acontecimientos. Sin embargo, como en la etapa previa, los bultos no parecían molestar a Cani ni empeorar su estado de salud, que se mantuvo más o menos como siempre (con los achaques habituales) hasta hace sólo dos semanas.

Empezó de pronto a jadear casi de continuo y a tener dificultades para moverse, quedándose casi sin fuerza en las patas traseras; también a perder el apetito (aunque, hasta el último momento y con tremendas dificultades para tragar, quiso comer un trozo de embutido). La veterinaria me confirmó, radiografía en ristre, que el cáncer había alcanzado los pulmones; sólo cabía un tratamiento paliativo y esperar a ver cómo evolucionaba. Empecé a darle corticoides y durante los primeros días la perra dio un cambio asombroso, como si le hubiera desaparecido el cáncer: se animó, movía la cola, jugueteaba y recuperó el apetito. Pero, obviamente, fue una breve ilusión.

Toda la semana última la pasó en un agravamiento continuo de los síntomas. Para más inri, me perseguía por toda la casa mirándome con ojos de desconcierto, como si me preguntara que qué le estaba pasando y me pidiera ayuda. Cuando me ponía con ella, acariciándola para tratar de calmarla, jadeaba con más insistencia y el corazón le latía demasiado aceleradamente. En estos días también ha hecho algunas cosas que jamás antes hizo, que sólo me explico porque el cerebro empezara a estar afectado. En fin, cualquiera que tenga o haya tenido perro puede imaginar lo mal que se pasa.

El sábado la situación ya se me hacía inaguantable (y a ella seguro que también). Pero en fin de semana su veterinaria cierra, así que hube de buscar alguno al cual llevarla. Por fin encontré una clínica de atención continuada en el centro de la ciudad; allí, una chica joven estuvo observándola y me dijo que no la veía tan mal y que ella no le ponía la inyección. ¿Pero se está muriendo, verdad? Le pregunté. Sí, me dijo, pero hay que esperar a que esté peor. Parece que con los animales se dan cuestiones muy similares a las de los humanos. Esta veterinaria pensaría en conciencia que todavía Cani no sufría lo suficiente y que había de seguir viviendo.

El sábado y el domingo procuré que lo pasara lo mejor posible, dándole caprichitos gastronómicos que, pese a lo que le costaba tragar, se notaba que le alegraban (su comida habitual ni la tocaba). Las dificultades respiratorias no cesaban y los jadeos, en algunos momentos, eran verdaderamente angustiosos. Me imagino que la pobre debía sentirse agotada, soportando esa sensación de asfixia continuada. Esta noche la dejé que durmiera en mi cuarto; me sentía como el carcelero concediendo los últimos deseos a un condenado.

Por la mañana, en vez de subir a la oficina, me quedé en casa esperando que fueran las diez y mi veterinaria abriera la consulta. Cuando le llevé a Cani, enseguida me dijo que estaba muy mal, peor de lo que ella esperaba. Coincidió conmigo en que no tenía sentido esperar más, que el animalito estaba sufriendo y que podía sufrir más (imagino que la muerte le habría venido por asfixia; nada agradable, desde luego). Así que la subimos a la mesa de la consulta y me dejó con ella mientras atendía a un cliente. Tuve unos diez minutos para acariciarla y hablarle, mientras Cani, sin cesar en sus jadeos, me miraba con ojos tristes.

Entró de nuevo la veterinaria con dos botes de un líquido rojo y dos jeringas. Le apretó una gomita en una pata delantera y le pinchó, introduciéndole el contenidos de ambas jeringas. Sujétala, me dijo, porque ahora se va a derrumbar de golpe. Yo pensaba (así fue con el anterior perro que hube de sacrificar) que se iría quedando dormida poco a poco. Pero no, cayó fulminada, muerta con los ojos abiertos. Tragué saliva, pero no pude evitar lagrimeo y moqueo; con la voz empañada pregunté si ya estaba, si ya había muerto. Sí, me dijo, es instantáneo, no se ha enterado de nada. Pagué y le dejé lo que ya era sólo un cadáver para que hiciera con él lo que haya que hacer; me fui a trabajar.

Voy a echarla en falta.


CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

domingo, 25 de enero de 2009

Beckmann, Dix, Grosz ... y la Guerra

Max Beckmann se alistó como enfermero voluntario al iniciarse la Gran Guerra. Tenía 30 años y era ya uno de los pintores más reconocidos de Alemania, el miembro más joven de la Berliner Secession. Los horrores que vivió durante aproximadamente un año lo sumieron en una depresión nerviosa que lo llevó, a finales de 1915, a un sanatorio de Frankfurt. "Esta mañana temprano estuve en el polvoriento y grisáceo frente y vi cosas incandescentes y transformadas por un hechizo. Negro ardiente, como un violeta grisáceo dorado a un ocre de barro devastado, y un cielo pálido y polvoriento, y hombres desnudos y medio desnudos con armas y vendas. Todo disolviéndose. Sombras tambaleantes. Miembros de un rosa soberbio y de color ceniza con el blanco sucio de las vendas y la expresión grave del sufrimiento". Cuando, recuperado, vuelve a pintar, su estilo sufre un cambio radical: sus formas se muestran más exageradas y torturadas, sus colores más intensos, en sus temas aparece la crítica social. "La única forma de actuar que puede dar algo de sentido a nuestras superfluas y egoístas vidas consiste en mostrar a la gente sus destinos"; palabras que escribe en 1918. De 1919 es esta obra, La Noche, descarnada presentación del dolor y las nuevas maneras del artista.


Otto Dix tenía sólo veintitrés años cuando estalla la guerra y también se alista voluntario; él en la artillería. Lector entusiasta de Nietzsche, los sentimientos del joven estudiante de la Academia de Artes de Dresde serán rememorados cincuenta años más tarde por él mismo: "La guerra es algo horrible, pero también algo tremendo. Yo no quería perdérmelo a ningún precio; es necesario ver al hombre en su estado más extremo para comprender la naturaleza humana. Necesitaba experimentar todas las profundidades de la vida en mi propia carne; por eso fui a la guerra y es por eso que fui voluntariamente". Alrededor de 300 dibujos hechos en las trincheras dan testimonio de la dureza y crueldad de la primera gran guerra moderna. En cierta forma, Dix vivió una borrachera de emociones, una frenética descarga continuada de adrenalina en los frentes del Este y del Oeste, deshumanizándose (imagino) como medio siglo más tarde lo harán los soldados americanos en las selvas del sudeste asiático, para así soportar la locura apocalíptica de muerte y destrucción. Necesitó varios años, tras el armisticio, para digerir la pesadilla bélica y convertir su experiencia en el núcleo de su ideario artístico. Entre 1923 y 1924 trabaja en sus series gráficas sobre la Guerra. Luego irá a Berlín y, con Grosz, será el más ácido representante del movimiento que se dio en llamar Nueva Objetividad (Die Neue Sachlichkeit). Las calles berlinesas se convierten en escenarios para los más repulsivos personajes; la fealdad exacerbada es el violento instrumento de la crítica despiadada. Seguramente su obra más famosa de esos años berlineses es el tríptico Metrópolis (1928); menos conocido es este otro tríptico que pinta entre el 29 y el 32, de claras reminiscencias en la pintura religiosa.


A diferencia de Dix, George Grosz no quiso en absoluto vivir la experiencia bélica. No la veía, como muchos proclamaron en aquellos tiempos, como una catarsis purificadora ni la sentía para nada como un deber patriótico. En 1926 escribe sobre sus impresiones de entonces: "El estallido de la guerra me mostró que las masas, que desfilaban con entusiasmo por la calle sugestionadas por la prensa y la pompa militar, no tenían voluntad. Estaban dominadas por la voluntad de los estadistas y los generales. Yo también percibía esta voluntad sobre mí, pero no estaba entusiasmado pues veía amenazada la libertad individual de la que había disfrutado hasta entonces. Deseaba vivir con mis necesidades alejado de los hombres y de sus instituciones, y corría el peligro de que en el ejército me impusieran la compañía de unos hombres a los que tanto odiaba. Consideraba la guerra como una manifestación monstruosamente degenerada de la lucha por la propiedad. Si en sus pequeños episodios esta lucha ya me resultaba repugnante, cuanto más, entonces, a gran escala. Sin embargo, no pude evitar que por un tiempo me convirtieran en un soldado prusiano". Por suerte para él, fue muy poco tiempo; de hecho, es casi seguro que Grosz no llegó a intervenir directamente en ninguna acción bélica. Enfermó cuando se dirigía al frente y tras ser operado de sinusitis le dieron la baja por "inútil para el servicio militar". Pero las limitadas visiones de la guerra le bastaron para enconar su odio al orden social alemán, agravado con el miedo constante a que le volvieran a reclutar (así ocurrió, en efecto, y el primer día sufrió una crisis nerviosa que tuvo como consecuencia su nuevo licenciamiento). Seguramente el más airado y concienciado políticamente, Grosz desplegó una enorme energía durante los años de la República de Weimar en su esfuerzo de desnudamiento crítico de esa sociedad "tan cogida con hilos", de esos aparentemente "felices años veinte" que acabarían como acabaron. Para mí, la obra más representativa de Grosz sea Los Pilares de la Sociedad, (1926) con el burgués, el político, el periodista, el militar y el cura que encantado los bendice a todos; alegoría sarcástica plena de rabia.

Por supuesto, estos tres y bastantes más que también me gustan mucho fueron calificados por los nazis de "artistas degenerados" y, en su gran mayoría hubieron de salir de Alemania.


CATEGORÍA: Personas y personajes

lunes, 19 de enero de 2009

Parafilia

Para la Real Academia, parafilia es sinónimo de desviación sexual. Desviación, en la acepción que aquí procede, sería según la misma fuente un hábito anormal en el comportamiento de alguien. Anormal es, obviamente, lo que no es normal. Normal (seguimos con el DRAE) es lo que se ajusta a ciertas reglas fijadas de antemano. Así pues, una parafilia sería un comportamiento sexual que no es como debe ser. Considerar parafílica una práctica sexual cualquiera implica, por tanto, emitir un juicio condenatorio sobre la misma: eso es algo que no se debe hacer.

Por cierto, esta breve búsqueda escalonada me ha servido para descubrir que el Diccionario no registra para el término normal la acepción con la que yo (y muchos más) lo utilizo. Yo suelo calificar un comportamiento de normal cuando es habitual, cuando es la forma más frecuente de hacer algo; para mí, la normalidad, más que con consideraciones preceptivas, tiene que ver con estadísticas, ajenas a todo juicio de valor. En todo caso, es indudable que hay una relación entre ambas acepciones: los comportamientos habituales son, en la mayoría de los casos, los que se ajustan a la norma, los que responden al sistema de valores imperante. Las transgresiones son siempre minoritarias, porque, si no, antes o después, acabarían normalizándose; es decir, se cambiarían las normas para que tales formas de actuar pasaran a ser las correctas. Me acuerdo ahora de la famosa frase de Adolfo Suárez, allá por 1978; algo así como elevar a la categoría de normal, lo que en la calle ya es normal.

Pero quizá en el sexo lo normal (ajustado a la norma) no se corresponda siempre, ni siquiera las más de las veces, con lo habitual. Algo puede tener que ver el hecho de que el comportamiento sexual, por mucha aparente libertad sexual que disfrutamos, es seguramente el ámbito de lo humano más sometido a presiones normativas, tanto más eficaces cuanto no son explícitas. Porque, en teoría, podemos hacer todo (entre adultos todo vale con el mutuo consentimiento), nada está prohibido; y, sin embargo, cuantísimos aspectos relacionados con nuestra sexualidad no pueden ni mencionarse porque violan leyes no escritas (pero sobradamente conocidas) de la corrección sexual. Leyes que, casi todas, son tópicos que a poco que los cuestionas exhiben sus absolutas incoherencias; pero da igual porque no se puede hablar, de verdad, sobre ellas.

Vuelvo a la parafilia. En psicología, el término se refiere a comportamientos sexuales en los que la fuente del placer no se encuentra en la cópula, sino en alguna otra actividad. Según cuál sea esa actividad generadora de placer, la parafilia adopta un nombre más específico. En su afán taxonómico los psicólogos han confeccionado listas sorprendentemente largas; así, en una guía de internet, encuentro una relación de casi doscientas parafilias y me quedo alucinado enterándome de prácticas que excitan eróticamente a gente suficiente como para que hayan merecido ser bautizadas (por más que hayan colado alguna que no puede ser sino coña: excitación sexual al ser sodomizado por iguanas epilépticas). Pero, sin enredarnos en las variopintas modalidades, no hemos de perder de vista el común denominador definitorio de cualquier parafilia: que el placer no provenga de la cópula.

Breve paréntesis de nuevo, y perdóneseme por machacar sobre lo archisabido (pero es que me gusta buscar en el diccionario). Cópula es la unión sexual y es sinónimo exacto (no metafórico, quiero decir) de coito. Si bien puede haber (de hecho hay) varias formas de unir sexualmente ("conectar") dos cuerpos humanos (o no humanos), la cópula como forma correcta del comportamiento sexual es, por supuesto, la consistente en la introducción de un pene de hombre en una vagina de mujer. El comportamiento sexual "normal" es, por tanto, aquél que se basa en el coito. Hay desde luego muchas otras prácticas además del coito y estarán bien en la medida que contribuyan (incrementando nuestra excitación, por ejemplo) a un mejor coito. Sin embargo, si la actividad sexual se queda en esas prácticas, si no hay coito, es incompleta y, en el marco normativo, condenable. Que de vez en cuando no haya penetración, pase (pecadillos veniales); pero que lo habitual sean los diversos "jueguecitos" en vez del coito, eso ya es una parafilia.

Hace unos meses, en una cena con bastante alcohol, alguien me "aclaraba" que follar es follar y lo demás son mariconadas". Por supuesto, ese alguien es un hombre (y buen amigo, pese a que sobre sexo no tengamos las mismas ideas), y diciendo lo que dijo no hacía sino simplificar el primer mandamiento (nunca escrito) del comportamiento sexual correcto, con su corolario condenatorio hacia todas aquellas prácticas que no tienen el coito como plato fuerte. Relacionemos ahora la definición del DRAE y la acepción de los psicólogos y concluiremos que toda práctica sexual que no se base en el coito es una desviación sexual. Luego nos dirán los sexólogos que son inofensivas, siempre que no sean prácticas peligrosas o impidan el funcionamiento sexual normal. Lo que viene a sugerir este añadido en tono perdonavidas es que, en el fondo, cualquier parafilia es potencialmente peligrosa, en la medida en que puede tornarse más atractiva que el coito. Dicho de otra forma, si no es follar (mete-saca) lo que más te gusta, eres un desviado (si bien, tu desviación puede ser, de momento, inofensiva).

En la misma cena a la que antes me refería, una mujer, algo mosqueadilla con las palabras de mi amigo, le replicó que a ella lo que más le gustaba eran justamente las mariconadas. Habrá que considerar que esta mujer, que obtiene el placer sexual de actividades sexuales distintas al coito, tiene un comportamiento parafílico, presenta una desviación sexual. Pero resulta que para la inmensísima mayoría de las mujeres la fuente principal del placer sexual no se encuentra en el acto copulativo, sino en otras actividades desarrolladas o no durante el coito. Ergo, el patrón normativo de lo "sexualmente correcto" no es, al menos en el caso de las mujeres, el comportamiento habitual; normal no significa frecuente.

Sin embargo, seguimos teniendo bien grabadito en el cerebro que una relación sexual es correcta cuando hay coito (y que la finalidad del coito es el orgasmo y si es simultáneo, la cagada; pero estos son asuntos para otro día). Sobre todo los hombres (creo) sentimos que algo falta si, en un encuentro erótico, no se produce la penetración. Me pregunto cuánto ha influido en nuestro imaginario sexual la repetición de los estereotipos normativos a través, por ejemplo, de la pornografía. Pienso, en concreto, en las imágenes de tíos que nada más empezar a bombear sus enormes pollas en los chochos de sus compañeras logran que éstas expresen con jadeos cómo son invadidas por tremendos placeres; las mujeres, por su parte, se han excitado tanto con unos breves preliminares (lamiditas y deditos con movimientos poco creíbles) que ansían ser penetradas ya que así y sólo así obtendrán los espectaculares orgasmos que nos brindan.

Estoy casi seguro de que el amigo de la cena cree que las mujeres se corren a golpe de sacudidas peneanas. Hace tiempo me reveló los que él considera sus secretos y, en un alarde de sinceridad, me confesó cuan fracasado (y enfadado) se había sentido una vez en que una mujer se masturbó mientras él se concentraba en un intenso metesaca. Yo, por esto de la presión de lo sexualmente correcto, no me atreví a decirle que pienso que ninguna de las mujeres con las que he estado ha tenido orgasmos debido exclusiva o principalmente a las emboluciones de mi pene en sus vaginas (lo cual no quiere decir que dichos movimientos no hayan coadyuvado a sus placeres). Porque admitirlo equivale a enterarse de que los hombres no somos los causantes del placer de la mujer y eso es un duro golpe a uno de los tópicos sobre los que se funda nuestra virilidad. Así que, mientras se pueda, mantengamos la definición de parafilia.


Quienes cantan son las Puppini Sisters, un reciente y delicioso descubrimiento. Se trata de tres mujeres (una italiana y dos inglesas) especializadas en temas de los cuarenta, que logran un simpático aire retro no exento de ironía (realce de las voces con arreglos instrumentales discretamente elegantes). Este tema fue popularizado por Glenn Miller y su big band; pese a su austeridad, esta versión no está nada mal (supongo que salvo para los puristas).

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

sábado, 10 de enero de 2009

Test (I)

Vas en el metro hacia media mañana. El vagón está relativamente vacío; pocos viajeros y todos sentados. Se abren las puertas y entra un chaval de unos veintipocos; se sienta enfrente tuyo sin mirarte. En la mano lleva un móvil; lo manipula y, de pronto, empieza a sonar reggaeton; el machaqueo rítmico enervante, las chirriantes distorsiones electrónicas, la estridente voz alargada en absurdos ecos y las letras, sobre todo las insoportables y vomitivas letras. Sientes, como ya has comprobado otras veces, que esa combinación de componentes que algunos llaman estilo musical hace que te hierva la sangre, que se apodere de ti una ansiedad asesina, cólera rabiosa. ¿Por qué tienes que soportar que te hagan escuchar esa pesadilla? Sólo han pasado unos segundos y ya te sientes a punto de estallar, así que:
  • A. Pese al malestar creciente que te va invadiendo, acojonado (aunque ni a ti mismo te lo admitas) por una eventual reacción hostil del muchacho, no haces nada. Te repites mentalmente que ya sólo faltan veinte estaciones para tu destino y que estás dando un ejemplo (¿ante quién?) de civismo sereno. Como un breve relámpago se asalta una melancólica añoranza de tu perdido cristianismo escolar, cuando los sacrificios tenían un sentido trascendente.

  • B. Te levantas con suficientes aspavientos para que ese joven energúmeno se percate de su falta de educación y te diriges al asiento libre más alejado que haya , mientras piensas que en la próxima parada cambiarás de vagón. En el caso de que al alzarte profieras alguna expresión despectiva y/o insultante del tipo "mierda de música", "gente maleducada", etc has de sumar dos puntos en el cómputo final.

  • C. Le pides educadamente a tu vecino de viaje que se ponga auriculares para que puedas concentrarte en la lectura (naturalmente debes tener un libro ostensiblemente abierto, lo cual no ha impedido para nada que el chaval decidiera hacerte escuchar su mierda sónica).
Supongamos que tu respuesta ha sido la A: sin decir esta boca es mía ni mover un sólo músculo del cuerpo, la vista fija en la misma línea del libro, vas sintiendo como si una batidora dentro de tu cerebro estuviera fundiendo todas las neuronas en una gelatina informe. Tratas de contrarrestar el proceso repitiendo mentalmente algún viejo mantra yóguico y, al mismo tiempo, visualizar un cielo azul infinito. Sin embargo la diabólica potencia del reggaeton es implacable y a las pocas paradas comprendes que estás a punto de desfallecer. Notas calambres, náuseas, una cefalea que combina todas las categorías conocidas, la cara la tienes congestionada, te parece que estás a punto de desmayarte y, al mismo tiempo, sientes tantísimas ganas de gritar que dudas de ser capaz de refrenarlas. Ante esta situación (a la que has llegado por tu propia inactividad), cuál de las siguientes opciones describe mejor tu comportamiento subsecuente:
  • A. Coherente hasta el final, sigues sin hacer nada hasta que acaece el presentido colapso, el cual puede presentar, a su vez, dos variantes: la agónica y la violenta. En la primera, el dolor cerebral y muscular alcanza tales cotas que hace que te desmayes; irónicamente, caes sobre el chaval del reggaeton, quien se asusta, pide ayuda, hace que se detenga el tren, te llevan en camilla hasta un puesto de primeros auxilios ... Pero de todo esto no te enteras, ya que despiertas casi media hora más tarde. La segunda variante, la violenta, se manifiesta en que pierdes el control de ti mismo, te levantas de golpe y, gritando a todo pulmón y con espumarajos en la boca, te pones a dar saltos en el centro del vagón. También en este caso el tren se detiene y eres inmovilizado por agentes de seguridad del metro que, sin que tampoco te enteres de nada, te llevan a un centro de primeros auxilios. Pasado más o menos el mismo tiempo recuperas la consciencia. En ambas variantes, el examen neurológico que te hacen al día siguiente no explica las causas del incidente ni, afortunadamente, revela que te haya dejado ninguna secuela.

  • B. Te levantas con suficientes aspavientos para que ese joven energúmeno se percate de su falta de educación y te diriges al asiento libre más alejado que haya, mientras piensas que en la próxima parada cambiarás de vagón. Se trata, en efecto, de la misma opción B planteada inicialmente, pero ocurre después de haber estado un largo rato soportando en silencio la mierda sónica de tu vecino. Por eso, si bien has de continuar el test al igual que si hubieras optado por la respuesta B inicial, no olvides sumar el puntaje de la A inicial en el cómputo total.

  • C. Le pides educadamente a tu vecino de viaje que se ponga auriculares para que puedas concentrarte en la lectura. Como en el caso anterior, volvemos tardíamente a una de las opciones iniciales, así que has de continuar el test al igual que si hubieras optado por la respuesta B inicial, pero no olvides sumar el puntaje de la A inicial en el cómputo total.

  • D. Te decides por cualquiera de las acciones que se plantean más adelante en este test como subsecuentes a las respuestas B y/o C iniciales, ya sea en la segunda etapa temporal o en alguna posterior. En este caso, has de continuar el test yendo directamente a dicha opción y sumando el puntaje correspondiente.

Si alguien esperaba que pusiese reggaeton como banda sonora de este post, es que no ha entendido nada.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

lunes, 5 de enero de 2009

Intrigas electorales (escenas chipunas)

- Pero Rodri, ¿por qué me dices eso? Paripé y su gente son buenas personas.
- Esther, tú siempre crees que todos son buenas personas. No tengo ahora ganas de discutir pero créeme: en política nadie que lleve un tiempo va de buena fe. Si Facundo Paripé te ha propuesto para que encabeces su grupo, apuesta lo que quieras a que algo hay en estas elecciones que no te dicen.
- Cariño, a veces me da la impresión de que estás celoso. Simplemente necesitan gente dispuesta a dar el callo, empeñada en arrimar el hombro para desmontar este sistema corrupto del PICHi. Fíjate en lo que el Colectivo está logrando en los municipios vecinos. La denuncia de la reventa especulativa de la playa ha puesto contra las cuerdas al alcalde de San Trifón del Río. No dudes que las actuales intenciones del nuevo alcalde de Laurisilva del Estanque pretenden, entre otras cosas, desviar la atención de esa y otras chorizadas del PICHi. Por eso es importante entrar en el ayuntamiento; quién sabe si incluso, como sueña Facundo en su exagerado optimismo, nos hacemos con la alcaldía.

Amando Kalinas detuvo la grabadora y esbozó una sonrisa irónica ante el gesto ceñudo de su socio y amigo Ubaldo Pachulero, el presidente del PICHi. Tenía yo razón, afirmó, Paripé quiere tomar sus propias decisiones. Pachulero no contestó; la frente fruncida y la mirada baja eran pistas de sobra para cualquiera que lo conociese mínimamente: el presidente estaba cabreado y se esforzaba por serenar su ánimo. Pasado un rato inició, en su acostumbrado estilo seco y directo, un interrogatorio a su socio.

- ¿ Quién es esa Esther?
- Una ecologista que trabaja en el departamento de urbanismo del Ayuntamiento de Laurisilva. Esther Ronchamp Colorado; el padre, un francés irrelevante, pero la madre una Colorado ... ¿Qué te parece?
- ¿De los Colorado de Garbanzuela?
- Por supuesto, ¿de cuáles, si no? La madre es la menor de la prole de Pancracio. Dicen en Garbanzuela que cuando nació, al patriarca hacía tiempo que no se le levantaba; rumores hubo para todos los gustos, pero, claro, siempre en voz baja. Era hacia mediados de los cincuenta, imagínate. Pancracio estaba casado por entonces con su segunda mujer, un bellezón de la época. Seguro que a más de uno le habría gustado hacerle una barriga, pero mucha tenía que ser la lujuria para superar el terror que imponía el viejo. Las murmuraciones, en cambio, son más audaces y a media voz siempre han acompañado a la familia.
- Para ser lituano te gusta el chismorreo tanto como a la más chipuna de mis comadres. ¿Que coño nos interesa que hace medio siglo le hayan puesto los cuernos al cacique de Garbanzuela?
- Pues que por culpa de esos rumores, la madre de la pibita cuya voz acabas de oír fue criada entre los Colorado pero no como una más sino digamos que "bajo sospecha". Dicen que el viejo no la besó nunca y ni su propia madre la trató cariñosamente, temerosa de las iras de su marido. No es de extrañar que la chica saliera rebelde y que con apenas diecisiete años, a principios de los setenta, se escapara de casa. Fue a parar a Francia, sin duda para alejarse lo suficiente de las influencias de su poderosa familia. Casi no se sabe nada de lo que hizo allí para sobrevivir, aunque no es difícil de imaginar sabiendo cómo acabó. Murió en el 81, con sólo veinticinco años, en La Rochelle; de sobredosis. Vivía con un francés, bastante mayor que ella, el tal Ronchamp. Un individuo de mala calaña, un marino normando reconvertido a camello; sin duda era él quien, al menos en los últimos años, le facilitaba la heroína. El caso es que este Ronchamp se presentó en el verano del 82 en la casa de los Colorado a comunicar a la familia que la hija de la que hacía años no tenían noticias había fallecido en Francia dejando dos huerfanitos, un niño de dos años y una mocosilla de uno, esta Esther que Paripé quiere presentar como cabeza de lista en las municipales para Garbanzuela.
- ¡Muchacho! Si parece un argumento de telenovela venezolana. Tus servicios de información no dejan de sorprenderme, Amando. Y entonces, esta chica ¿cuenta con el apoyo de la familia Colorado a su candidatura?
- En principio sí, pero las cosas no son tan sencillas. Para una parte de la familia, la de los hijos de la primera mujer de Pancracio, Esther, como su madre, está bajo sospecha, por decirlo suavemente. Te acordarás de que a la muerte del viejo, en el 76, hubo una especie de secesión familiar. Los hijos mayores se quedaron con casi todas las tierras y exiliaron a la madrastra con sus dos hijos a la que había sido la cabaña de caza del viejo. Tampoco vayas a creer que era poca cosa; la llaman cabaña pero es un verdadero palacete en el que el cacique alojaba suntuosamente a los figurones del Régimen invitados a sus famosas partidas de caza. Pero sin ser una miseria, lo que les tocó a los segundones fue moco de pavo comparado con las propiedades de los mayores; una ladera boscosa al otro lado del barranco que limita Garbanzuela contra fincas agrarias en tentadora continuidad con el pueblo.
- Y las diferencias se agudizaron cuando, hace veinte años, la mayor parte de esa ladera boscosa a que te refieres la declaramos Espacio Natural Protegido. Fue a petición de Lucas Colorado, en pago por entregarnos la alcaldía de Garbanzuela.
- En efecto; la cosa es que los Colorado mayores no quisieron a los hijos de su hermana menor, de la bastarda, como la llamaban. No obstante, tampoco podían permitir que fuesen abandonados, ni que su historia se airease demasiado. Así que los niños fueron llevados a la cabaña con su abuela y tíos y al francés le compraron su silencio y lealtad poniéndolo como encargado de una explotación cebollera en el municipio de Valleñocos (la finca, dicho sea de paso, que nuestro viejo amigo Alexis Cachango recalificó el año pasado). Esther, pues, se ha criado al margen de la rama principal de los Colorado. De hecho, según me cuenta su novio, no se siente parte de esa familia y, cuando alguien le pregunta su parentesco con ellos, se desmarca diciendo que es de otros Colorado.
- Entonces, es la chica quien no quiere apoyarse en las influencias de su familia ...
- Esther es una buena chica y cree sinceramente en esas monsergas del desarrollo sostenible y pamplinas similares. Aunque desconoce mucho de los negocios de los Colorado, no ignora las más evidentes operaciones inmobiliarias de la familia, ejemplos claros de aquello contra lo que lucha. Si además le sumas el inevitable rencor que ha de sentir contra sus parientes poderosos, resulta evidente que ahora más que nunca les mostrará su repudio. Sin embargo ...
- Sin embargo, ¿qué?
- Que, como bien sabes, los Colorado son frontalmente opuestos a nuestro plan de fusión de Garbanzuela y Laurisilva y, según sus maquiavélicos cálculos, han decidido que les conviene tener a su sobrina como alcaldesa. Es decir, que quieren apoyar al Colectivo Voltereta pero, naturalmente, sin que se sepa que los apoyan. Sé que hace una semana Lucas Colorado y Facundo Paripé almorzaron juntos fuera de Chipunia. Conociendo a Paripé, no me cabe ninguna duda de que aceptará la ayuda de los Colorado. Es más, no descartes que les facilite información sobre nuestros planes que sólo los más cercanos deberíamos conocer.
- ¿Qué información?
- Tiene que ver con la fusión, aunque todavía no la conozco con exactitud. Sí sé que proviene directamente del alcalde de Laurisilva del Estanque.
- ¿Ricardo? Estás loco, Ricardo Palmero es de nuestros hombres mas leales, nunca nos traicionaría.
- No he dicho que nos haya traicionado, Ubaldo; simplemente me temo que ha pecado de exceso de confianza y, si me apuras, de encoñamiento propio de su juventud.
- ¿De qué leches me hablas?
- Te he dicho que Esther trabaja en el departamento de urbanismo del Ayuntamiento de Laurisilva, ¿verdad? Lo que aun no te había mencionado es que la muchacha está muy bien, que es una monada. Pues el caso es que, en las pasadas fiestas municipales, en uno de esos almuerzos de confraternización, Ricardo la conoció y quedó encoñado. Lleva tres meses acosándola; al principio eran insinuaciones educadas pero ha ido a más, tanto que Alicia, la jefa del gabinete de alcaldía, se dio cuenta. A mí Alicia me lo contó hará un mes y, la verdad, preferí no decirte nada; para qué preocuparte si podía controlarse. Así que le pedí a Ali que vigilase de cerca a Ricardo y también que procurase intimar con Esther. Esto último ha resultado muy fácil; sin duda por que la chica necesitaba desahogarse y no tenía con quién hacerlo (a Rodrigo, su novio, gracias a Dios que no le ha contado nada). Te asombrarías si supieras las patéticas escenas que ha protagonizado Ricardo; se muere por tirarse a la piba y pasa del acoso más grosero a promesas de todo tipo. Fíjate que hasta le prometió amañar los exámenes de oposición para que obtuviera la plaza de funcionaria de carrera. Sin embargo, Esther hasta ahora, se ha mantenido firme; parece, por usar tus palabras, la virtuosa heroína de una telenovela.
- ¿Me vas a decir que le contó nuestros planes de fusión para convencerla de que se acostase con él?
- No, por supuesto que no. En su encoñamiento, Ricardo la convoca continuamente y con cualquier pretexto a su despacho de alcaldía. Según me cuenta Alicia, parece que entre reunión y reunión le gusta charlar un rato con ella, insistir en su acoso, y es habitual que la retenga en su despacho mientras él está en la sala de reuniones adyacente. Lo que creo es que Esther, uno de esos días, debió oír algo que no debía sobre Garbanzuela. En el último mes, Ricardo se ha reunido con bastantes de los capitostes del municipio vecino; no es improbable que la chica viera u oyera algo que levantara sus sospechas. Quizá, avivada su curiosidad, fisgoneara entre los papeles que imprudentemente pudiera haber dejado Ricardo sobre la mesa de su despacho. No son más que hipótesis mías. Lo que no es suposición sino hecho cierto es que Esther le pasó a Facundo Paripé información confidencial sobre la fusión de los dos municipios.
- Eso es un hecho cierto, dices ...
- Sí, me lo ha dicho Rodrigo, su novio. A él no ha querido precisarle los detalles y le ha explicado que lo sabe porque le enviaron erróneamente un expediente de alcaldía. Cuando, siguiendo mis instrucciones, Rodrigo ha tratado de sonsacarle datos concretos, ella se ha violentado. Pero sí le dijo que tenía que hablar con Paripé. Por tanto, poniéndonos en lo peor, como siempre dices que hemos de hacer, demos por sentado que Paripé sabe más de lo que debería y también los Colorado.
- Es decir, que en las elecciones municipales de Garbanzuela la joven Esther va a ser, sin ella saberlo, el arma de los Colorado contra nuestros planes. Bueno, quizá sea divertido.
- Presidente, teniendo en cuenta lo que hay en juego, no me parece que divertido sea la calificación más procedente.
- Es que, querido amigo, a pesar de tus magníficos servicios de información, puede que yo sepa algo que tú todavía ignoras. No te preocupes, te lo contaré en breve; pero antes déjame que haga un par de llamadas.


CATEGORÍA: Ficciones

domingo, 4 de enero de 2009

Regalos navideños

Dice mi amigo Federico en su último post que, ante un sistema económico cuya crisis produce como primeras víctimas a los más desprotegidos, ante las tragedias que en estos días viven tantas personas, una actitud correcta, una pequeña contribución contra el actual y rechazable estado de cosas sobre las que apenas tenemos control, sería oponerse a la orgía anual de consumo tan propia de estas fechas. Por supuesto, desde nuestra situación occidental de niños mimados del primer mundo, podemos argüir que se requiere nuestro consumo para que la economía funcione, para que el capitalismo (al fin y al cabo, como la democracia, el menos malos de los sistemas conocidos) remonte esta crisis (financiera que no real, mas ¿qué es ya lo real?) Pero tengo la impresión de que los argumentos de la fría lógica económica no logran que nos convenzamos desde las tripas (que es donde radican los convencimientos verdaderos). Si con menos del 1% del dinero que los estados occidentales están inyectando para reflotar la banca se puede salvar a los millones de personas que cada año mueren de hambre, por más que me acumulen razones difícilmente dejaré de pensar que esas políticas públicas son inmorales. Análogas sensaciones me llevan a coincidir con Federico en que esta gran orgía del despilfarro es también inmoral, y más inmoral cada año que pasa.

Ahora bien, ¿cómo no comprar, cómo no ser cómplice de esta frenética vorágine consumista teñida, para más inri, de altruismo generoso? Pasado mañana vienen los Reyes Magos y han de venir cargados de regalos. Estos días, la autopista de escasos ocho kilómetros que une Santa Cruz y La Laguna (las dos mayores ciudades de esta Isla) mantenía sus cuatro carriles absolutamente colapsados con multitud de vehículos, los aparcamientos públicos de las zonas comerciales estaban atestados, las tiendas y grandes almacenes completamente abarrotados de gente ... Es posible que lo cercano opaque el recuerdo de lo remoto, pero me atrevería a asegurar que hay muchísimas más personas comprando este año que el pasado. Y se supone que estamos en crisis, que son malos tiempos y que vienen peores. La única explicación que se me ocurre es que la pulsión por los regalos navideños la tenemos ya implantada en lo más profundo del sistema límbico, es algo ya más fuerte que nosotros, que no podemos eludir, por mucha argumentación racional o reflexiones éticas nos hagamos. Como no creo que nos venga dada por la genética, habremos de concluir que se trata indiscutiblemente de un virus exitosamente inoculado por el sistema económico.

El caso es que si no te gastas el dinero que corresponda en comprar regalos a los que te son más cercanos quedas poco menos que como un desalmado. A la inversa, tampoco vale de nada que a las personas queridas les insistas por activa y por pasiva que no te regalen nada, que no quieres regalos. Te miran sonriendo y simplemente evitan discutírtelo ... y luego "sus" Reyes resulta que te han traído un montón de cosas. A veces incluso se me han enfadado, afeándome esa pretensión mía de "prohibirles" que me regalen; según ellos, con esa actitud les estoy privando de sentirse felices porque, efectivamente, les hace felices regalarme cosas. Y es verdad, les hace felices porque me quieren y cuando quieres a alguien te sientes bien haciéndole el bien; y una forma inmediata de hacer bien (inducida en estas fechas) es hacer regalos. Junto a esta motivación "bienintencionada" hay otra que podríamos calificar de su "negativo" y que se traduciría en un cierto miedo de que, si a esa persona que queremos no le regalamos nada, piense que no la queremos. De una u otra forma, lo cierto es que el consumismo mercantilista ha logrado atrapar en sus redes al más noble de los sentimientos; así, nos guste o no, nos lo digamos abiertamente o evitemos incluso pensar en ello, en estas fechas, mediante las compras de los regalos navideños, ponemos precio a nuestros amores.

Además de la inmoralidad descarada que supone este consumismo navideño, hay otro efecto que quizá parezca de menores repercusiones sociales pero que tampoco es baladí. Resulta que nos están estandarizando (y, consecuentemente, empobreciendo) los modos de expresar nuestro amor; pronto llegará un momento en que sólo habrá una forma efectiva de hacerlo: mediante el regalo de un producto de consumo dotado de los atributos comerciales adecuados (que habrán sido, obviamente, consagrados a través de una estricta campaña de marketing). Naturalmente, la creciente banalización de la producción de los bienes de consumo (que acumulamos sin saber bien para qué) llevará pareja la banalización del amor que expresamos regalándolos y, para escapar de esa banalidad cualitativa, no quedará sino incrementar cuantitativamente el consumo, alimentando la espiral del crecimiento eterno en que se basa este irracional sistema capitalista.

Sin renunciar al imprescindible activismo ético (en la línea del post de Federico), para contribuir a una progresiva reducción del consumismo navideño, pienso que deberíamos también apelar a motivaciones más "emocionales". Así, por ejemplo, no estaría de más insistir en que hay que recuperar formas de expresar el amor que sentimos hacia nuestras personas queridas que no pasen por comprarles bienes de consumo. Bueno sería poner de manifiesto que, en el fondo, un regalo comprado supone siempre, en mayor o menor grado, "ensuciar" el amor que nos motiva a hacerlo, y mucho más cuando se convierte (como se ha convertido) en el modo único. Hace poco leía que el mejor regalo es aquél que tiene algo de quien lo da y algo de quien lo recibe; difícilmente pueden cumplirse esos requisitos en un objeto adquirido en El Corte Inglés. Por eso sugeriría que empezásemos a ofrecer regalos "hechos" por nosotros, sean objetos o bienes intangibles. Y de todos esos bienes, para mí, sin ninguna duda, el más valioso es el tiempo; qué mejor regalo puede hacerte alguien que te quiere que dedicarte su tiempo, su atención, sus cuidados ...

Pero, en fin, me temo que predico en el desierto. Que los Reyes os traigan muchos regalos, pese a que seguramente casi ninguno de ellos aumentará vuestra felicidad. Pero, sobre todo, que quienes os hagan esos regalos encuentren tiempo y ganas para daros su amor de muchas otras y más satisfactorias formas.


Todo en el nombre del amor, dice Willy Deville (muy apropiado a este post).

CATEGORÍA
: Reflexiones sobre emociones

jueves, 1 de enero de 2009

Chi scopa a capo d'anno ...

.. scopa tutto l'anno. Se trata de un dicho italiano, muy popular en esas tierras. Scopare quiere decir barrer, así que la traducción sería que quien barre en año nuevo, barre todo el año. Es, como cualquier puede comprobar, un elogio de la limpieza, con la finalidad de que incluyamos, entre tantos típicos y tópicos propósitos para el año que comienza, el de ser ordenados, el de mantener nuestro entorno, pertenencias y también nuestros pensamientos en las mejores condiciones de higiene y ornato.

Yo, la verdad, tiendo a ser desordenado así que lo de scopare me lo he propuesto para este 2009 y, haciendo caso al refrán (aunque no sea patrio, pero es que los nacionalismos no son buenos), ya esta mañanita, como primera medida de año nuevo, he scopato un ratito. Muy bueno para despejar la resaca, oiga. Y, al acabar, se queda uno muy a gustito, de un relajado que maravilla. Si es que hay que hacer caso a los consejos morales de esa profunda y nunca bien ponderada sabiduría popular (sí, aunque no sea patria) ...

Algunas veces he oído el dicho enunciado negativamente: Chi non scopa a capo d'anno, non scopa tutto l'anno. ¡Qué barbaridad! Estos italianos, a veces, son demasiado radicales; y eso que tienen justamente la fama contraria, la de pragmáticos, conciliadores, lábiles. Imagínate todo un año sin barrer: la suciedad se acumularía en tal grado que llegaríamos a diciembre desquiciados. No sería de extrañar que, en la siguiente nochevieja (cuando por fin la maldición refranesca puede quebrarse) uno cogiera la primera escoba que encontrase y, sin los necesarios preparativos, se pusiese a barrer frenéticamente.

Así que, por si acaso, en este primero de enero os recomiendo encarecidamente que barráis un ratito, que barráis bien, poniéndole toda la dedicación que tan importante tarea se merece, para que este 2009 sea para todos un año limpiecito, ordenado e higiénico. Hala, a scopare tutti.



CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas