miércoles, 31 de mayo de 2006

Enamorarse de alguien con pareja

El pasado fin de semana descubrí el blog de Thelma: Hasta las tetas de poeta de bragueta y revolcón (cómo ser mujer y no morir en el intento...). Me ha resultado interesante la forma en que aborda los temas así como la agudeza que demuestra en sus opiniones; quizás un pelín agresiva, pero mi apreciación no deja ser la de un hombre y, además, de una generación más pasada que la suya (seguro). En fin, que la referencia viene a cuenta de un post reciente (del pasado 15 de mayo) en el que cuenta la historia de una amiga suya que se enamora de un compañero de trabajo que tiene novia (el enamoramiento “tenía la parte idílica pero no la rutinaria, era casi perfecto”); coqueteo mutuo hasta que ella le plantea la cuestión y él la confiesa que estaba muy atraído por ella, que no dejaba de pensar en ella ... pero que no podía dejar a su novia porque le caía bien.

Y ahora viene la opinión de Thelma, tan contundentemente clara que es inevitable transcribir literalmente: “El tío es un crío, emocionalmente inmaduro, no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta. Se siente seguro con su relación y su pareja no representa un reto para él. Sabe que le quiere y que no va a dejarle. Tú, sin embargo, eres puro riesgo. Eres una mujer atractiva que puede abandonarle en cualquier momento. Se nota que no eres emocionalmente estable y que tu vida sentimental es similar a una montaña rusa. A ti, querida, no te van los compromisos... eso se huele. Le asusta, le aterra enormemente dejar la estabilidad que tiene por algo que puede o no puede ser. Es cierto que le gustas pero, sinceramente, si no piensa dejar a su novia por ti... ¿qué puede ofrecerte ese hombre? ¿Un hombre que cataloga a su propia pareja de "me cae bien" mientras no duda en tontear con otra? No te ofendas pero, viendo lo que ves, es triste que no hayas decidido alejarte de él mucho antes. Nunca, nunca jamás te creas capaz de romper una relación. Si no deja a su novia por ti en el momento apropiado, no merece la pena seguir a la espera. Terminarán por romper porque, obviamente, es una relación condenada al fracaso... pero después, no serás más que el premio de consolación. Te mereces mucho más que eso. Mejor sola que mal acompañada, ¿no crees?

Por supuesto, estoy de acuerdo con lo que dice y, sin embargo, no termino de “sentir” que sea verdad. Quizás perciba un tono demasiado pontifical, dogmático; quizás sea que me parece demasiado aguafuerte, sin opción a los matices. Lo cierto es que yo puedo contar una experiencia relacionada (obviamente, esa es la razón de que el post me haya interesado) sobre la que no me atrevería a emitir juicios tan tajantes. Como dije antes, la diferencia puede estribar en que seguro que soy unos cuantos años mayor que Thelma ...

Mi historia es sencilla y repetida hasta la saciedad. Pareja que lleva junta algo más de 16 años. La mujer ronda los 50, acaba de superar un cáncer de mama (mastectomías y quimioterapia incluidas), “siente” que necesita vivir intensamente, ansía “sentir” (emulando a Thelma diría que no es emocionalmente estable y que su vida emocional es similar a una montaña rusa). El hombre sabe que, durante los últimos años, su vida de pareja (sexual incluida) se había ido deteriorando, si bien la aparición del cáncer había cambiado dramáticamente las prioridades; pese a ello, el muy idiota no valora acertadamente cuan alejada de él se va situando su mujer.

En este marco, aparece un tercero. Aparece en internet, compartiendo con la mujer una afición que al marido no le interesa. La relación virtual, al principio, se centra en la afición compartida pero poco a poco ... Según ella confesó meses más tarde, lo que él le decía llenaba el vacío emocional que sentía. Y empezaron a hablar por teléfono y a enviarse sms y a enamoriscarse mutuamente. Viven en distintas ciudades, pero un día viajaron para conocerse. E hicieron el amor y para ella fue una revelación orgásmica y se sintió mucho más enamorada.

Así que, tras unas semanas de encuentros clandestinos propios de un sainete clásico, ella “rompe” con su marido ofreciéndole argumentos que son verdad pero no toda la verdad. Él se derrumba (al principio), pero esa es otra historia. Luego, un mes después, descubre la existencia del tercero. Ella, otro mes más después, reconoce estar enamorada como una adolescente y saber que esa historia no va a ninguna parte. Que es simplemente una oportunidad que se le ha presentado de sentir de nuevo el enamoramiento y vivir un sexo mucho más rico y satisfactorio que el que tenía (o no tenía) con él. El otro hombre está casado, vive en una ciudad muy distante ... Ninguno de los dos se plantea nunca que puedan convertirse en pareja estable. Y, entonces, ¿qué se pueden ofrecer mutuamente? Pues lo que se ofrecen.

Esto que se dan mutuamente puede parecer triste desde una visión romántica; y seguramente es triste porque aparece como manifestación de carencias emocionales de una relación de pareja preexistente. Pero, prescindiendo de este aspecto, creo que el asunto tiene mucha más complejidad de la que parece. Y aunque esa mujer era mi mujer, y aunque sé que en su historia hay mucho de dolor enquistado y de ansiedad emocional y de muchos más sentimientos, creo que hizo lo que tenía que hacer.

No sé si la relación continua (ya tampoco me importa demasiado). Lo que sí es cierto es que el matrimonio de él (y su vida cotidiana anterior) continúa (supongo). Y me pregunto (y no me atrevería a responder) lo que la relación entre ambos ha aportado a cada uno, a su maduración y crecimiento personal. Porque si ha contribuido positivamente (mi ex-mujer piensa que en su caso sí, y yo me inclino por coincidir con ella) no me resulta tan fácil condenar. A lo mejor, en el segundo tiempo, no necesariamente los “compromisos” entre personas son los mismos que en la primera parte del partido.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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domingo, 28 de mayo de 2006

Tintín fue mi magdalena de Proust

Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costubre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llama magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba?

Este es el principio del famoso pasaje de la magdalena, escrito por Proust (1871-1922) en el primer tomo (Por el camino de Swann) de "En busca del tiempo perdido". Es, sin duda, el ejemplo literario más citado de lo que Pavlov llamó estímulos condicionados. La magdalena opera como el diapasón con el que Pavlov condicionaba la salivación de sus perros: evoca en el protagonista de la novela las sensaciones de la infancia.

He leído varias críticas a este pasaje y en la mayoría comentan cómo el sabor de la magdalena, al enlazar con el de aquéllas que en su infancia le daba su tía Leoncia, trae hasta el protagonista multitud de recuerdos olvidados de los días de Combray. Esos recuerdos vienen, es cierto; sin embargo, lo que para mí resulta realmente mágico es la vuelta del "yo mismo" a que Proust alude (y que he remarcado en negrilla en la cita).

Algo así me ocurrió a mí una vez, una sola vez en mis 46 años de vida. Estaba en Valencia, alojándome por unos días en la casa casi desnuda de un amigo recientemente separado. Creo que hacia el año 84, pero no estoy seguro; pongamos que andaba por la mitad de mi veintena. En una habitación había cajas de cartón con libros. En una de ellas, escrito en rotulador rojo: Tintín. La abrí y descubrí, bien apiladitos, los tomos de tapa dura de Editorial Juventud. Cogí y hojeé el primero de ellos, ya no recuerdo cuál era. Y de pronto, por un momento efímero, volví a ser el Miroslav de 8 años, volví a estar en la librería de mi abuelo, sentado en un taburete bajo tras el mostrador. Enseguida la magia se fue diluyendo y, aunque dediqué gran parte de esa noche a releer los tintines, no conseguí que volviera. Y tampoco lo ha hecho en los veinte años transcurridos desde entonces.

Tengo pocos recuerdos de mi infancia y los que tengo son como si no fueran míos. Cuando veo fotos del niño que fui, sé que era yo pero no siento en mí ninguna vibración emotiva, nada que me identifique vivencialmente. Conozco personas que me cuentan que los niños que fueron siguen en ellos, que se sienten (no sólo se saben) identificados con ellos. Yo no ... Y me gustaría. Me gustaría revivir las emociones pasadas, sentir viva en mí la persona que he sido. Poder evocarla (evocarme) ... Aunque sea por breves ratitos.

Por eso doy tanta importancia a esa magdalena aislada de una noche en Valencia. Y por eso le tengo cariño a los comics de Tintín, aunque de mayor les haya descubierto tantas cosas que no me gustan.

Escribo esta bobada porque esta mañana, mientras pedaleaba en el gimnasio, se me han mezclado en la cabeza lo que me dijo R sobre el dolor que guardo a causa del tirano de mi padre y la castradora de mi madre con cosas que me ha contado K sobre su infancia. Y he pensado (de pasada, que no tengo tiempo para darle demasiadas vueltas) en si será verdad que tengo ese dolor y si, en tal caso, por su culpa mi cerebro ha borrado mis emociones de niño. Qué sé yo ...


CATEGORÍA: Recuerdos
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viernes, 26 de mayo de 2006

Intelectuales

Tras leer la Introducción de “Historia de las dos Españas” de Santos Juliá (Taurus, 2004).

Dice Juliá que dice Sartre que intelectual es todo aquél que, aprovechándose de la notoriedad alcanzada en su campo, interviene en cuestiones que no tienen relación directa con la materia a la que específicamente se dedican. El caso más habitual es el de los novelistas (me viene inmediatamente a la cabeza Mario Vargas Llosa); es tan frecuente que pareciera que todo autor de ficción está obligado a mantener (y expresar) posiciones ideológicas sobre cualquier asunto de interés político, social ...

Pero más específicamente –sigue diciendo Juliá- un intelectual es quien crea un discurso de índole política (sobre la nación, el pueblo, los valores cívicos, etc) capaz de prender en un público amplio, capaz de convertirse en referencia del debate ideológico. La época de los grandes relatos elaborados por intelectuales abarca desde la Revolución Francesa hasta el hundimiento de los regímenes comunistas (unos 200 años, no está mal).

Pero en estas últimas décadas la figura del intelectual ha perdido toda preeminencia, parece que ha hecho mutis. Estoy plenamente de acuerdo con Juliá en que, de momento, no se espera que retorne ni tampoco se desea. La cuestión que me interesa es si los intelectuales están muertos o dormidos, porque lo tengo claro es que en estos tiempos son muy necesarios; aunque no sean bienvenidos (o, entre otras razones, justamente por eso).

Para Fukuyama el fin de la historia (su fin de la historia) equivale al fin del debate ideológico, toda vez que han quedado histórica e irremisiblemente demostrados los triunfos del liberalismo en lo político, del capitalismo en lo económico y del consumismo en lo cultural. Al margen de que una concreta sociedad se haya convertido o no en una exitosa sociedad neoliberal, lo que ya carece de sentido es que se mantengan pretensiones ideológicas sobre formas diferentes de organización social. El fin de la historia se manifiesta, sobre todo, en el plano de las ideas.

Naturalmente, si comulgamos con esta teoría, los intelectuales sobran ya que carece de sentido el debate ideológico: sabemos, fuera de toda duda, cuál es la organización social definitiva. Sin embargo, si seguimos confiando en que aún cabe el progreso social, en que se puede y se debe avanzar hacia otro modelo de organización de las relaciones entre los humanos, habrá que reclamar la vuelta de los intelectuales.

Pienso que deberíamos pedir la vuelta de los “relatos” a que se refiere Juliá, porque son ingredientes necesarios para que haya debate, para que se empiece a cuestionar el injusto y abúlico régimen que padecemos. Y sobre todo me encantaría que se iniciaran debates aunque solo fuera para sacudir esa inmunidad arrogante de los culogordos posibilistas. Porque se sienten seguros, en gran medida, debido al silencio que todos mantenemos; es una seguridad muy endeble: basta ver lo nerviosos que se ponen cuando se les cuestiona.

En fin que creo que hoy (y especialmente aquí, donde vivo) importa mucho que despierten los intelectuales, que aparezcan referencias éticas desde el discurso de la razón que puedan oponerse a la arbitrariedad reinante del poder ... Ojalá.

CATEGORÍA: Política y sociedad
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miércoles, 24 de mayo de 2006

la adicción emocional

Acabo de leer un artículo sobre la “adicción al dolor”. Según la autora (María del Carmen Siccardi, imagino que una psicóloga) “somos adictos al dolor porque nos hace sentir vivos, nos llena de energía, incluso nos motiva”. A mí me da la impresión de que esta adicción no es sino un caso particular de otra más genérica y muy frecuente: la adicción a las emociones. Trataré de explicarme.

Hay personas que necesitan “sentir”, vivir la mayor parte de su tiempo en un estado de “excitación emotiva”. Lo de menos es si esas emociones son positivas o negativas, lo importante es la intensidad de las mismas. De hecho, estas personas suelen pasar con relativa rapidez de la euforia a la depresión.

Es sabido que las emociones tienen bases neuronales, aunque todavía estemos muy lejos de conocer y comprender el funcionamiento de nuestro cerebro. Sin embargo, parece ser que en las respuestas neurológicas emocionales intervienen receptores cuyo funcionamiento recuerda en muchos aspectos al de las adicciones a las drogas, incluyendo los síndromes de abstinencia. No me quiero meter en sembrados científicos (porque me lío), pero lo que sí he observado es que la adicción emocional requiere cada vez “dosis” mayores de su droga; esto es, de emociones.

Hoy me han contado que una ex-amiga se ha separado. Y parece (por lo que me han contado) que su matrimonio no ha sido sino víctima necesaria de una situación personal de dolor emocional que llevaba arrastrando ya desde bastante tiempo. Esta ex-amiga es de edad y carácter muy parecido al de mi ex-mujer. Y pienso en ambas e intuyo que nuestras separaciones deben tener muchos puntos en común. Un par de meses después de hacer estallar la crisis de la separación, mi ex-mujer me dijo que ella quería sentir intensamente y conmigo no podía, que yo no podía darle lo que ella quería.

Ha pasado ya casi un año desde la crisis y en este tiempo, por lo que sé, ella está “sintiendo” mucho. Pero yo no la veo demasiado bien; la veo como subida constantemente a una montaña rusas de emociones, pero emociones explosiva y a la vez de poca sustancia. Me da la impresión de que ese sentir es una gran traca de fuegos de artificios: mucho ruido y pocas nueces ...

No sé. A veces me han acusado de no “sentir”. Hoy sé con absoluta seguridad que esa acusación es falsa. Otra cosa es la expresión de los sentimientos, terreno en el cual aún me queda mucho por aprender (pese a que la crisis me ha ayudado mucho). Pero lo que tengo muy claro es que no me gustan esas montañas rusas. Para ser sincero, diré que me dan algo de miedo (reconozco que puede ser una reacción de rechazo a mis vivencias de los últimos años).

Mi ex-amiga y mi ex-mujer, por lo que dicen, están sufriendo mucho. Desde sus torres autárquicas de emociones, hablan como si fueran las dueñas del sentir (y eso jode, a veces). Pero no quieren ver que su sufrimiento (así como sus euforias) son autoinducidas. Les gusta estar así, aunque no quieren confesárselo. Y, consecuentemente, se regodean en sus emociones y buscan alimentarlas, apartando de sí cualquier visión mínimamente racionalizadora. No quieren entender, quieren sentir.

Si al menos de esa forma fueran felices. Pero no lo son, lo pasan mal y buscan fuera sin mirarse hacia dentro, sin sacar lo que han de sacar. Y la única solución es aumentar la dosis ...

Me está quedando muy confuso lo que quiero decir, porque es difícil expresar las ideas que me bullen. Y no obstante intuyo muy claramente que por ahí van muchos tiros. En lo que a mí respecta busco también sentir y expresar mis sentimientos ... y en ello estoy. Pero las formas son muy distintas, así como los objetivos: no fuegos de artificio, sino un motor en combustión mantenida; no las olas de la superficie marina, sino la inmensa masa de agua que está debajo. Lo que no obsta para que, de tanto en tanto, disparemos cohetes y removamos el agua para que no se estanque.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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La astrología es una superstición

El primer grupo de los “fracasos de la inteligencia” lo constituyen, para José Antonio Marina, los “fracasos cognitivos” que vienen a ser las negaciones de las evidencias, las seguridades erróneas e invencibles. Marina describe (y critica) varios comportamientos humanos que califica de fracasos cognitivos. Uno de ellos es la superstición.

La superstición, dice el diccionario, es la creencia en vanos presagios producidos por acontecimientos fortuitos o la propensión, debida al temor o a la ignorancia, a atribuir carácter sobrenatural u oculto a determinados acontecimientos. Añade Marina que las supersticiones suelen ser creencias que vienen de antiguo, que han quedado descalificadas por el progreso del conocimiento humano, y sin embargo siguen operando como certezas incuestionables en la mente del supersticioso.

Hasta aquí, nada que objetar, completamente de acuerdo en que la superstición es un fracaso de la inteligencia. Pero ¿cuál es para Marina el ejemplo paradigmático de la superstición? La astrología; más concretamente (creo deducir) el que haya relación entre las posiciones de los astros y el devenir de los acontecimientos mundanos. Eso ya no lo tengo tan claro. Como tampoco me parece demasiado "inteligente" tildar (aunque sea de forma indirecta) de insensato, cuando no de fanático, a los que dan mínima validez a la astrología.

Conste que no voy a defender la validez de la astrología. Lo que me llama la atención es la simpleza con que se etiqueta algo como superstición. Esa simpleza sí que es un fracaso de la inteligencia. Bien es verdad que estamos ante un ensayo ligero, que pretende ser ameno. Seguramente, Marina simplemente ha escogido un ejemplo dando por supuesto que todos (o casi todos) los lectores (que son serios y rigurosos) estarán de acuerdo con el carácter supersticioso de esa "disciplina"; tampoco le interesa profundizar para demostrar que la astrología es, efectivamente, una superstición. No obstante, por idénticas, si no mejores, razones, podría haber escogido la religión cristiana como otro ejemplo de superstición (más precisamente habría que decir de sarta interminable de supersticiones), en especial cuando se supone que hay relación entre la voluntad divina (a la cual se puede implorar) y el devenir de los acontecimientos mundanos. Pero me imagino que este ejemplo habría levantado demasiadas ampollas y no se trata de eso.

La astrología establece que las posiciones de los astros respecto a una persona en el momento de su nacimiento son relevantes en cuanto a su psicología y en el devenir de su vida. Naturalmente, cada uno es libre de creer o no que los astros, su posición relativa, puedan influir en nuestro carácter y que sus futuros tránsitos (perfectamente conocidos: de ahí la posibilidad de predicciones) afecten a nuestra vida. De hecho, que yo sepa, no hay ninguna ley física o similar que explique mínimamente estas hipotéticas relaciones. Pero por muy absurdo que nos pueda parecer, el que algo sea inexplicable desde nuestros conocimientos "científicos" no necesariamente quiere decir que no sea verdad. Y el negar lo que no se sabe explicar racionalmente no es precisamente una actitud racional.

Una actitud racional ante la astrología consiste, de entrada, en verificar, con una muestra suficiente de casos, si hay o no correlación entre los "supuestos" astrológicos y hechos mensurables o identificables objetivamente. El caso de los tránsitos, por ejemplo: La astrología sostiene que determinados "tránsitos" de astros concretos (o combinaciones de astros) sobre ciertos puntos "sensibles" de la carta natal inducen tendencias a acontecimientos también concretos. Pongamos, para ilustrar lo que digo, los tránsitos llamados "de muerte". Conocida (como se conoce) la frecuencia de estos tránsitos, no es demasiado complicado verificar si existe alguna correlación estadística entre los mismos y las muertes de personas concretas (o situaciones objetivas de muerte); o si, por el contrario, las relaciones entre ambos fenómenos es la que cabe esperar del azar.

Hace ya bastantes años cayó en mis manos un libro que recogía estudios de este tipo y que mostraba (no sé con qué rigor) que las tesis de la astrología, sin ser obviamente infalibles, presentaban correlaciones con la realidad mayores de las que cabían esperar del azar. Es decir, sugerían que "algo debía haber"; o, dicho de otra forma, que no era tan evidente que pudiera decirse simplemente: todo eso son paparruchadas.

Por mi parte podría contar unas cuantas "coincidencias" entre la astrología y vivencias de mi historia personal. Las cuales no me llevan a afirmar que lo que dice la astrología sea cierto, pero sí me despiertan una desazón íntima respecto a nuestras seguridades racionales, así como un interés por conocerla algo mejor (más allá de las boberías de los horóscopos de las revistas del corazón).

En todo caso, y vuelvo a lo que iba, muy arriesgadas me parecen esas fáciles descalificaciones de lo que no se conoce desde actitudes pretendidamente racionales. A veces, tan supersticioso es tener prejuicios sobre la verdad de algo como creer de entrada (prejuicios también) que algo es falso. Seguramente lo más racional es la duda. La realidad (la verdad) es muy compleja y puede que no toda sea explicable desde la razón (o desde los instrumentos racionales de los que de momento disponemos). Suelo decirme que la lógica es como un tenedor, muy útil para comer la mayoría de los alimentos. Pero en la realidad también hay sopa.


CATEGORÍA: Creencias y descreencias
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martes, 23 de mayo de 2006

Correo de K

K está de baja desde hace una semana. Ha tenido una infección, pero ya está bien; probablemente el miércoles reciba el alta y haya de incorporarse a su trabajo. Hasta entonces disfruta de la ausencia de obligaciones: dormita, lee, escribe ...

Hoy recibo un correo suyo, escrito -dice- porque estaba relajada y tenía ganas de hablar de sexo conmigo. Me cuenta su recuerdo de una noche reciente compartida. Y yo lo leo y me emociono, me alegro, me siento bien; y, por supuesto, me excito. En ejercicio de impudor autoimpuesto (porque algo que es bello y bueno no debe considerarse impúdico) transcribo lo que me cuenta.

Cómo me gustó esa noche; cuando me acosté ya estaba oscuro y sólo sentía el roce de tu cuerpo y tus brazos rodeándome toda. Tus labios se posaron suavemente en los míos y poco a poco tu lengua fue abriéndose camino hasta encontrar la mía, mientras tus manos recorrían lentamente mi cuerpo. Yo me iba abandonando y sentía cómo me iba humedeciendo: tus caricias me licuaban poquito a poco. Empecé a moverme sin querer, rítmicamente, mientras oía mi propia respiración cada vez más fuerte; el corazón se aceleraba por momentos y lo único estático era mi voluntad, que iba desapareciendo. En ese momento sólo quería seguir así, sin pensar, dejándome llevar por el placer y por tu voz que sonaba más dulce y tierna que nunca. De un movimiento rodaste mi cuerpo por encima del tuyo y me colocaste con las piernas abiertas sobre tu cara; como no me lo esperaba, además del inmenso goce que me proporcionaba tu lengua entre mis piernas, la sorpresa de sentirme manejada tan hábilmente por ti hizo que el calor aumentara tanto que me sentí arder por dentro y el centro de mi cuerpo fue ensanchándose y ensanchándose hasta que estalló y me corrí. Qué bien me sentí cuando pude lamer todo tu cuerpo. Dar y recibir placer es todo uno, sentir placer con el placer del otro. Y eso mismo es lo que me ocurre contigo, pasar la lengua por tu cuerpo, lamer tus genitales, chupar tu pene, todo es un rito... Mientras lo hago vuelve el calor, oigo el sonido de mi lengua entre los huecos de tu cuerpo y me excita, te oigo a ti respirar más fuerte y el saberme capaz de proporcionarte placer me excita más todavía; y entonces empieza otra vez el descontrol, mi cuerpo se mueve solo, mi respiración se acelera, te oigo, me oigo, el corazón late fuerte, y me vuelvo a correr. ¡Qué bien!

Como dice K: qué bueno es hacer el amor y después poder hablar de ello. Creo que estamos haciendo el amor de maravilla (teniendo un sexo fabuloso, como dicen por ahí) y creo que mucho contribuye el que estemos siendo capaces de hablar de ello, de mostrarnos el uno al otro nuestras sensaciones, nuestros deseos ... Creo también que el sexo entre nosotros está siendo una herramienta magnífica para dejar salir y amplificar nuestros sentimientos, y eso es bueno, es precioso. Y por último, al menos en lo que a mí se refiere, creo que el sexo con K (en realidad la propia K en sí misma) es un milagro inesperado que me hace mucho más bien del que merezco.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
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viernes, 19 de mayo de 2006

No escribo en el blog

Pues eso: que no escribo nada desde el 3 de mayo; 16 días es mucho tiempo. Y quisiera publicar varias boberías que se me van ocurriendo, ideas y situaciones que me hacen pensar. ¿Pensar? Llámalo como quieras, digamos que los bailoteos neuronales dibujan movimientos que a uno le parecen relevantes, curiosos ... lo suficiente para tratar de esbozarlos con palabras y subirlos a este recipiente virtual.

Pero apenas tengo tiempo. Primero el trabajo, donde no estoy cumpliendo con todo lo que yo mismo (idiota de mí) me he echado a cuestas. Habré de ir diseñando una escapatoria digna de los compromisos adquiridos cuando me creía superman (en realidad nunca me he creído superman: simplemente era lo que había que hacer, ante la ausencia de alternativas más gratificantes).

Segundo Tú. Y digo segundo en tiempo dedicado, aunque bien sabes que tiendo a que pases al primer puesto. Quizás ya lo estés, al menos si sólo medimos en los últimos días. Pregunta: ¿cuentan las horas de sueño compartidas?

Y, excluyendo las actividades necesarias (ahí iría el sueño), creo que en los últimos días apenas hay otras cosas. Pero las hay (debe haberlas) y, por tanto, se quedan sin tiempo. Entre ellas, este blog.

Pues nada, a lo tonto a lo tonto, he escrito un post para excusar mi no escritura. Vale, me excuso a mi mismo, pero me impongo publicar algo "con sustancia" en breve. Aunque sepa que no soy demasiado fiable. Bueee ... Tampoco soy tan poco fiable.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
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miércoles, 3 de mayo de 2006

La muñeca viajera de Kafka

Anoche terminé la última novela de Auster: Brooklyn Follies (aprovecho para recomendar encarecidamente su lectura, la de cualquier libro de Paul Auster).

A través de una conversación entre dos de sus personajes, Auster narra la historia de la muñeca de Kafka. Me impresionó. Busqué en Internet y comprobé que había múltiples referencias; parece ser que la anécdota es bastante conocida (no cesa de crecer el conocimiento de lo que uno desconoce).

Descubró que Jordi Sierra i Fabra ha sido capaz de hacer un libro para jóvenes de esta anécdota (publicado por Siruela este mismo año). También el escritor argentino César Aira escribe un breve artículo en 2004 a partir de una biografía de Kafka. Transcribo la historia con las palabras de Auster:

Último año de la vida de Kafka, que se ha enamorado de Dora Diamant, una chica polaca de diecinueve o veinte años de familia hasídica que se ha fugado de casa y ahora vive en Berlín. Tiene la mitad de años que él, pero es quien le infunde valor para salir de Praga, algo que Kafka desea hacer desde hace mucho, y se convierte en la primera y única mujer con quien Kafka vivirá jamás. Llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere la primavera siguiente, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales de Berlín: escasez de alimentos, disturbios políticos, la peor inflación de la historia de Alemania. Pese a ser plenamente consciente de que tiene los días contados.

Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?

Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.

Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actvidades.

Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida para siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.

Hay algunas variaciones en distintas versiones que he encontrado. La más frecuente cuenta que antes de despedirse Kafka regala una nueva muñeca a la niña. Ella dice que no es la misma y Kafka le contesta que su apariencia ha cambiado porque la muñeca había visto muchas cosas interesantes y vivido muchas experiencias nuevas en su largo viaje. La vida nos cambia.

Parece ser que nunca se ha sabido quién era esa niña y mucho menos se han encontrado las cartas de la muñeca. De seguir viva, hoy la niña (Elsi, la llama Jordi Sierra) tendría 92 años, tiempo suficiente para haber sabido, a medida que crecía, la importancia literaria de las cartas que le entregó a lo largo de varias tardes en el parque Stegliz (el que se ve en la foto de este post) ese señor tísico y con cara de murciélago. Pero la niña (la mujer) nunca apareció lo que nos hace pensar en cualquiera de estas hipótesis: que no existió, que murió joven antes de saber quién era el autor de sus cartas, que perdió las cartas y no se atrevió a descubrirse ... Pero también me puedo imaginar (aunque no sea nada probable) que Elsi creció y supo que había sido Kafka quien le había entregado las cartas y quien, obviamente, las había escrito; que las conservó durante toda su vida, que fue larga y modesta, conocedora del altísimo valor de esos papeles que amarilleaban ...

He leído artículos donde se reflexiona sobre el mayor o menor acierto de Kafka desde el punto de vista pedagógico. Con las cartas, Kafka no le dice la verdad a la niña pero tampoco la engaña sobre lo importante: que la muñeca ha de desaparecer de su vida (por eso no me convence demasiado la versión en que le regala otra muñeca). Pero esa verdad fundamental y dolorosa (antesala de las futuras despedidas que la niña habrá de vivir) se la va haciendo ver de forma gradual, mediante una sucesión de cartas cuidadosamente redactadas que consiguen ir preparando el corazón de la niña para aceptar la pérdida.

De todas formas, en estos momentos no es que me interese mucho la valoración pedagógica de lo que Kafka hizo (si es que realmente lo hizo, pero qué importa). Me refiero a ello, no obstante, porque lo que me llama la atención de esta anécdota es la cantidad de aspectos sobre los que incide, como si fuera un poliedro de numerosas caras, todas ellas brillantes. Durante estos días me ha venido en varias ocasiones la historia a la cabeza y siempre desde un ángulo distinto. Y, por supuesto, muchos de ellos con una belleza que emociona. En algún momento se me ocurrió escribir un relato corto a partir de alguno de estos ángulos: pero soy muy vago y, para colmo, el Sierra i Fabra se me ha adelantado.

En todo caso, como a Auster (como al personaje de Auster) lo que más me impresiona es que una persona de la calidad literaria de Kafka diera la máxima importancia a la labor de reconfortar a una niña desconocida. Puede pensarse que no consideraba que su obra (a la que, en términos objetivos de calidad literaria, debía dedicarse) no era lo suficientemente valiosa. Recuérdese que un año antes K le había pedido a Max Brod que destruyese toda su obra. Pero aún así ...

Por "culpa" de esta historia he pensado frecuentemente cuanto nos equivocamos al valorar el empleo de nuestro tiempo, al decidir qué es lo importante y qué no tanto.

CATEGORÍA: Literaturas
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