lunes, 30 de mayo de 2011

Los gatos riñen y arañan la historia

El 9 de marzo de 1936 a las siete de la tarde se celebra un mitin de Falange en el Cine Europa de la calle Bravo Murillo de Madrid al que asisten dos personajes de la última novela de Eduardo Mendoza: Anthony Whitelands, un inglés especialista en pintura española, y Paquita, una aristócrata enamorada de José Antonio Primo de Rivera. En el mitin hablan Raimundo Fernández Cuesta, Sánchez Mazas, Ruiz de Alda y, finalmente, "el Fundador". Primo se refiere a la reciente victoria electoral del Frente Popular y añade (según Mendoza): "¡España ha muerto! ¡Viva Rusia!" En la realidad, en esa fecha no se celebró ningún mitin de Falange. Mendoza se apropia del que sí hubo en ese mismo cine y con los mismos oradores el 2 de febrero, un mes y una semana anterior pero, sobre todo antes de las elecciones. Por eso el discurso de José Antonio (que es fácil de conseguir) fue muy distinto del que pone en su boca el novelista. El cambio de fecha, justificado por las conveniencias de la ficción, no es baladí y atenta gravemente contra la verosimilitud de la historia.

El 11 de marzo por la tarde los generales Mola, Franco y Queipo de Llano visitan al duque de la Igualada en su residencia palaciega del Paseo de la Castellana. Naturalmente este Don Álvaro del Valle así como los títulos nobiliarios que ostenta son completa y legítimamente ficticios. Que un aristócrata de la época, con dinero e influencias, se reuniese con tres de los más notables generales descontentos ante el caos político y social de esos días también es verosímil. ¡Pero no en esa fecha! Ahora mismo no tengo a mano comprobar dónde andaban Mola y Queipo, pero Franco dejó Madrid en viaje a Canarias (fue primero a Cádiz) el día 9 de marzo, al siguiente de la famosa reunión de los militares conspiradores en la madrileña casa de José Delgado. No parece importarle este pequeño detalle a Mendoza que hasta agrava el desatino cuando dice que Franco "… está en Madrid, como los otros, para asistir a un cónclave de generales; para ello ha hecho un largo viaje, porque desde hace poco el gobierno que preside Azaña lo ha destinado a Canarias". En efecto, "hace poco" que habían nombrado a Franco Comandante General de Canarias (el 21 de febrero), pero acababa de irse, dos días antes de cuando Mendoza lo sitúa en el Palacio de Igualada. ¿No se da cuente el escritor de que suena muy poco creíble que en tan poco tiempo Franco hubiera viajado a Canarias y vuelto a Madrid?

Siempre en la novela, al día siguiente, el 12 de marzo, Franco y José Antonio tienen una entrevista por mediación de Ramón Serrano Suñer en la casa de los padres de éste. Obviamente, como acabo de decir, tal entrevista era imposible en esas fechas (Mendoza esboza un patético reclamo de verosimilitud diciendo que Franco había dejado Canarias secretamente: ¡por favor!). Como en el primer ejemplo, el escritor lo que hace es trasladar de fecha la entrevista real que ocurrió, tal como cuenta el propio Serrano en su libro de Memorias de 1977, pocos días antes de las elecciones del 16 de febrero. De hecho, la descripción que Mendoza hace del encuentro (salvo la patochada de los estudios de inglés del general) está descaradamente basada en el texto de Serrano Suñer.

Los tres anteriores son los principales errores que he detectado durante la lectura estos días de la novela Riña de Gatos. Hay algunos más de índole menor y otro de mayor calado que omito porque no he podido comprobar cómo se desarrollaron realmente ciertos acontecimientos narrados en el libro que a mí se me antojan disparatados. Aclaro que las fechas las he deducido partiendo de la que encabeza la carta que escribe el inglés protagonista a su amante: 4 de marzo de 1936. Podría ser que esta fecha correspondiese a un día anterior al de la entrega de la carta en la estafeta de correos de Venta de Baños, en cuyo caso todas las que acabo de señalar habría que cambiarlas por un día más. Tiendo a pensar que tal debe ser la datación correcta, pues la novela acaba con la detención de José Antonio Primo de Rivera, que sería en la madrugada del 13 o del 14, según una u otra opción (la orden de ilegalización de Falange y de detención de sus dirigentes fue firmada en la noche del 13, lo que avala la corrección que apunto, salvo que queramos añadir otra imprecisión cronológica al relato de Mendoza). En todo caso, que la primera noche madrileña del inglés no sea la del 4 al 5 sino la siguiente no mejora sino empeora la situación.

Se me dirá que poca importancia tiene la precisión histórica cuando se escribe una obra de ficción. No estoy de acuerdo. El género de la novela histórica tiene que cumplir ineludiblemente el requisito de la verosimilitud. Los acontecimientos que se narran son ciertamente inventados pero el marco que define los límites de esa invención es el de los hechos históricos conocidos. Esta exigencia es tanto más necesaria cuando se hace intervenir en la novela personajes reales, y mucho más si sus andanzas están sobradamente documentadas. Que una novela histórica engarce afinadísimamente sus invenciones en la urdimbre de los hechos documentados no basta para que sea una obra de calidad, pero me atrevo a decir que si no se cumple estoa condición difícilmente será una buena novela. Puede haber, claro está, excepciones a esta regla: novelas de expresividad tan potente que se permiten impunemente despreciar el rigor histórico, pero incluso ésas (no me viene ahora a la mente ningún ejemplo) seguro que dejan claro al lector que las referencias históricas se las toman a título bufo, como mera excusa literaria.

No es el caso de Riña de Gatos. No se trata de una buena novela, yo diría que es de las más flojas de Mendoza (no es que cupiera esperar mucho más de un texto escrito para que le dieran el Planeta). Pero es que tampoco puede uno pensar que el desprecio a la cronología histórica de Mendoza obedezca a motivos literarios de algún calado. Por el contrario, la trama se basa en la combinación de dos o tres ideas descabelladas cuyo único interés está en servir de hilo conductor para la descripción de una semana en el Madrid de marzo del 36. Así que lo menos que cabría pedir es que hubiera sido riguroso con los hechos, lo cual habría podido hacerlo perfectamente, bien adelantando la narración a la primera quincena de febrero o, cuando menos, unos días antes, o bien prescindiendo del mitin del cine Europa y hasta de la anómala visita de tres generales conspiradores al palacete madrileño de un aristócrata. Supongo que quería que la última jornada del inglés y el desenlace de la trama coincidiese con la detención del jefe de la Falange, aunque la verdad no es que me parezca demasiado importante. De hecho, cuando se llega al final uno se queda con la sensación de que ha sido una sucesión de tonterías, sin que al argumento le salve el buen manejo humorístico del absurdo cuasi-surrealista de sus dos primeras novelas. Para nada: aunque hay ciertos guiños de irónica comicidad, creo que cualquier lector tiende a tomarse en serio (con reparos) la historia y a pensar que está ambientada en el adecuado contexto histórico.

Me queda pues la duda inevitable: ¿Por qué Mendoza incurre en tan crasos errores? Desde luego no creo que ignore que está falseando el devenir de los hechos, porque se aprecia que hizo los deberes mínimos de documentación (como ya he dicho, las descripciones del mitin del cine Europa y de la reunión entre Franco y José Antonio son ajustadas a cómo ocurrieron). Entonces, ¿considera que la alteración cronológica es poco precio ante las exigencias de la trama? Si así fuera (lo que no comparto), habría que pedirle que, como hacen muchos otros novelistas, pusiera al final del libro unas notas aclaratorias al respecto. Como las omite, me pregunto si es que piensa Mendoza que todos somos idiotas (y puede que no yerre) o es que le importa tres pepinos lo que opinen sus lectores. Ojalá que me lo explicara.


Festa - Premiata Forneria Marconi (Storia di un Minuto, 1972)

El tema que pone música a este post proviene del primer album de la Premiata Forneria Marconi, la banda más famosa del rock progresivo italiano y una de las pocas (si no la única) que tuvo éxito fuera de la Península. Titulándose Fiesta no es que pegue mucho con los días pre-bélicos/revolucionarios que se vivían en el Madrid descrito tan desafortunadamente en la novela de Mendoza. Sin embargo, no me pregunten por qué, pero el rock progresivo no me parece que sea un género poco apropiado para esa época.

jueves, 26 de mayo de 2011

Mi primer gatillazo

Habíamos salido a cazar, actividad que, hacia finales de los setenta, practicaban con cierta asiduidad los universitarios limeños blanquitos (lo que venía a ser lo mismo que de clase alta). Consistía en "patrullar" ciertas zonas de Miraflores o Barranco buscando cholitas de buen ver quienes, tras un ratito de palique ritual, aceptaran subir al coche, acompañarnos a una disco, beber abundantemente y, por supuesto, dejarse meter mano y, si había suerte, algo más Esa noche íbamos cuatro: Vicen, Lucho, Óscar y yo, distribuidos por parejas en dos VW escarabajos de la época. Tras unas cuantas vueltas por los "puntos calientes", Vicen y Oscar, gracias a la labia caribeña de este ultimo (era nicaragüense) sumada a su desespero erótico (era él quien se había empeñado en sustituir el plan original de ir al cine), consiguieron "levantar" dos pibitas; en cambio, Lucho y yo no tuvimos ningún éxito. En fin, mala suerte, dije yo, volvámonos a nuestras casas. De eso nada, protestó Lucho, estoy muy arrecho, vamos al cinco y medio.

El cinco y medio era un burdel, el burdel más famoso de Lima, llamado así por situarse en ese kilómetro de la carretera central, la que sube empinada hacia la cordillera andina. En realidad, más que un burdel era casi una "urbanización prostibularia", un área con una red de "calles" (pistas asfaltadas, más bien) en las que se disponían pequeños bungalows preparados para que llegara la pareja en el coche y pudiera meterse discretamente al dormitorio. Supongo que se pagaría al pasar por unas garitas como una desde la que un tipo airadamente, al ver que éramos dos tíos, nos mandó dar la vuelta; en el Perú extremadamente machista de aquellos años no se concebía este tipo de servicios para homosexuales. Claro que además había locales con mujeres, que eran los que buscábamos esa noche; tras unas cuantas vueltas erróneas, pese a que Lucho presumía de haber estado ya varias veces en el Cinco y medio (una de las medidas peruanas de la hombría era la frecuencia de visitas a burdeles), dimos con un local adecuado a nuestros propósitos.

Se trataba de una sala bastante amplia, iluminada con poquísimas bombillas de poquísimos vatios. En la penumbra, ajustada al límite para poder moverse sin tropezar, se distinguían unas mesas agrupadas en un fondo, la barra del bar en el extremo opuesto y, entre medias, unas veinte mujeres, algunas sentadas en sillas arrimadas a la pared, otras caminando lánguidas por el local y las restantes bailando en el espacio central, emparejadas con un cliente o con otra compañera. Lucho y yo, como dos pánfilos, apenas avanzamos unos pasos desde el umbral, casi como si, acojonados ante lo que pudiera pasar (que ése era más o menos nuestro estado de ánimo), no quisiéramos dejar de tener bien a mano la vía de escape. Qué buenas están, exclamó Lucho, cuyas hormonas dieciochoañeras estaban bullendo de forma notoria. La afirmación, en esa semioscuridad, era cuando menos arriesgada, pero la verdad es que las siluetas que se entreveían sugerían cuerpos atractivos. En esos titubeos estábamos cuando se nos acercó una mujer de melena muy larga, embutida toda ella en una malla que apenas sostenía unas carnes excesivamente generosas. ¿Qué, morenazo? ¿Te vienes conmigo?

Lucho ni lo dudó, o mejor sería decir que no decidió nada, que simplemente se dejó llevar como un perrito agradecido con la lengua fuera y el rabo revoloteando. Yo, al quedarme solo y ver que no venían a aventarme, me decidí a explorar el local, a la espera que mi actividad precipitara consecuentes acontecimientos. Sólo me había dado tiempo a pedir una caña en la barra así que dudo que hubieran pasado más de diez minutos cuando apareció Lucho de vuelta, con cara satisfecha. ¿Ya mojaste? Estás loco, le contesté, si hace un momento que te fuiste. Pues venga, date prisa. Que no, hombre, si tampoco me apetece demasiado; vámonos ya. De eso nada, insistió mi amigo, que no se diga. Y me quitó la jarra de cerveza a la vez que me empujaba contra la pared más cercana, ajuntándome con una cholita bajita con una espectacular peluca pelirroja. ¿Qué pasa, gringo? ¿Tantas ganas tienes? Balbuceé algo que sonaba a afirmación y ella se levantó de la silla y me jaló de la mano, arrastrándome hacia la parte del fondo, detrás de un vano tapado con una cortina, que era donde se disponían las tres o cuatro habitaciones de faena que en el local había. La suerte está echada, me dije, porque ya no podía recular.

Poco recuerdo ya del cuartucho aquel; lo más la impresión generalizada de cutrez. Había una cama, creo que de somier metálico y con una cabecera enrejada apoyada contra una de las paredes, que era más alta de lo habitual, pues lo primero que hice al llegar fue sentarme y tuve que empinarme para lograrlo. La chica (así la califico desde mi actual edad, pero entonces me parecía una mujer madura) caminó muy resuelta hasta una esquina a la vez que se despojaba y dejaba caer al suelo de la falda. Cubierta sólo por una camiseta de asillas muy ajustada, se sentó a horcajadas en el bidé que ahí había y mientras se aseaba me miró interrogativa. ¿No te desnudas? Venga, que te tengo que lavar la pinguita. Me molestó el uso del diminutivo, máxime cuando que lo dijese era todavía aventurado, pero la verdad es que resultó acertado porque la situación no sólo no me excitaba sino más bien lo contrario, de modo que cuando retiré pantalones y calzoncillo asomó un apéndice retraído a su mínima expresión. Y así lo confirmó la meretriz (qué bonita palabra) al llegarse a mi lado armada con una esponja jabonosa; uuy, qué chiquitita, me dijo, tú no serás cabro, ¿verdad?

Que aumentara mi humillación poniendo en duda mi heterosexualidad, no contribuyó en absoluto a que la sangre fluyera a los cuerpos cavernosos que la precisaban. Vagamente rememoro que el partenaire que me había tocado en suerte ensayó algunos pobres intentos de propiciar mi erección, pero ni fue lo suficientemente tenaz ni, sobre todo, puso la mínima dosis de teatro para disimular lo poco que le apetecía hacer lo que hacía. De otra parte, mi experiencia coital era por entonces muy escasa, y aunque traté de sobreponerme a mi estado de bloqueo psicológico con alguna iniciativa que pudiese destapar mi libido (manoseándole los pechos por debajo de la camiseta que nunca se quitó, por ejemplo), no sólo no obtuve efectos apreciables sino que conseguí alguna queja malsonante de la chica que me desanimó todavía más. Hay que decir que la mujer carecía de todo prurito profesional porque muy pronto cejó sus esfuerzos (que mucho es así llamarlos) y se me plantó en jarras con expresión ofendida. Pues, aunque digas que no, para mí que eres maricón. ¿Qué hacemos? ¿Lo dejamos? Aunque me apeteció discutirle su afirmación y echarle en cara su parte de culpa, preferí aprovechar la oferta y cortar ya el mal rato, que alargarlo intuía que no haría sino empeorarlo. Sí, lo dejamos, le conteste, y empecé a ponerme los calzoncillos. Pero paga, eh, que la culpa ha sido tuya. De nuevo me subió la sangre a la cara (equivocando el destino) pero me callé y le entregué los correspondientes billetes (por supuesto no guardo la menor memoria de lo que me costó la gracia).

Salí pues a la gran sala y ahí estaba Lucho con la jarra de cerveza en la mano (¿sería la misma?) y una sonrisita cómplice de bienvenida. Vaya, sí que has tardado, me espeta (y yo pensé que desbarraba), ¿no habrás echado más de uno? Y entonces, pese a lo mal que me sentía, consciente de lo que me jugaba en la escala machista de mi entorno, tuve la presencia de ánimo de esbozar una enigmática sonrisa a la par que enarcaba las cejas triunfalmente. Risotadas viriles de ambos y fin de la desventura. Por lo menos no tuve que dar explicaciones.

PS: El otro día, mientras escribía el post post-electoral, al hilo de darme cuenta de que ésta ha sido la primera vez que no he votado, pensé en que bien podría recuperar narrativamente algunas otras de mis "primeras veces" y de ahí que ahora cuente otra primera vez de un no hacer. Naturalmente, también este post vale para alimentar las nostalgias, porque ese primer gatillazo data de hace treinta y varios años. Sin embargo, como demuestra el anterior post, por muy viejos que nos hagamos, siempre podemos tener una nueva primera vez (afortunadamente).


La Regina del Florida - Vinicio Capossela (Modi, 1991)

La canción que subo no es que sea la más adecuada al asunto del post (alguna relación tiene, no obstante) pero es que me apetecía poner algo de este hombre y, de paso, rejuvenecer un poco la edad media de los cantantes italianos que últimamente suenan en el blog. El tema corresponde al segundo album de Vinicio Capossela, y en él todavía se nota la marcada influencia de Paolo Conte (así que espero que a Lansky le guste).

lunes, 23 de mayo de 2011

Apuntes post-electorales inmediatos

Domingo 21:15
¿Cuántas elecciones ha habido en España desde la muerte de Franco? Voy a la wikipedia y obtengo la respuesta: cuatro referenda nacionales (los autonómicos no me han tocado), seis al parlamento europeo, diez generales, ocho autonómicas y nueve municipales (incluyendo éstas). En los dos primeros referenda (el de la Ley para la Reforma Política y el de ratificación de la Constitución), así como en las primeras municipales (las del 79) no estaba en España y por tanto no voté. Así que, con esta últimas (y teniendo en cuenta que las autonómicas y las municipales han coincidido desde el 83), he vivido 26 elecciones y en todas había votado … ¡Menos en la de hoy! La verdad es que me ha costado no acercarme a la Casa de la Cultura, en el otro extremo de mi calle, apenas a trescientos metros. El domingo ha ido pasando, minuto a minuto, y cada poco una vocecilla me alertaba de que el tiempo corría, me incitaba a desperezarme y darme un salto a votar. Pero, al mismo tiempo, una resistencia interna me mantenía en casa, la que provenía del hastío que todos hemos ido acumulando en estos últimos tiempos. Y eso que estas elecciones son, de todas las que he vivido, las que, desde un punto de vista egoísta (laboral, para más señas), más importantes me son, más me pueden influir sus resultados en mi inminente vida cotidiana. Aún así, no he ido a votar y cuando he salido de casa a dar mi caminata diaria ya era demasiado tarde. Sin embargo, no he podido evitar una sensación de culpa, de mal cuerpo, que se me ha agravado cuando, de regreso, he pasado por delante de la Casa de la Cultura y he visto tras las cerradas puertas de cristal a los encargados de las dos mesas haciendo los correspondientes recuentos. En fin, siempre hay una primera vez, incluso para dejar de hacer algo. Ahora me pondré a ver qué resultados salen (incluyendo la medida de la abstención).

Lunes 00:35
Descalabro del PSOE y subidón del PP; tales son los resultados para el conjunto nacional. La interpretación más repetida en las distintas televisiones es que estas elecciones se han planteado como una primera vuelta de las generales. Puede ser, pero en mi opinión sería algo erróneo: tanto el ámbito local como el autonómico tienen muchísimo valor y no se termina de aceptar. Con el sistema constitucional y europeo de reparto de competencias, el gobierno de la Nación es mucho menos importante de lo que suele creerse y, desde luego, por muy mal que lo haya hecho Zapatero (que lo ha hecho) no es él ni sus ministros los culpables de la crisis. En todo caso, gran mayoría de los comentaristas coinciden en que estos resultados "obligan" al presidente del gobierno español a dimitir y adelantar las generales. Por supuesto que no es así, ni jurídica ni políticamente. Cuando digo políticamente para nada pienso en términos éticos: lo político, nos guste o no, poco tiene que ver con lo ético. El objetivo de cualquier político es el poder (llegar o mantenerse); ésta es la única y suprema regla, a la que se supedita cualquier comportamiento. Por tanto, argumentos de mucho peso tendría que haber (y no el haber sufrido un descalabro electoral) para que Zapatero dimita, y lo mismo haría cualquier otro en su lugar.

Aquí, en Canarias, alguna que otra sorpresa. La más llamativa y que más me afecta es que, en el Ayuntamiento para el cual trabajo, el actual alcalde, en contra de todas las expectativas, no sólo no mejora los resultados de su antecesora sino que pierde por un concejal la mayoría absoluta. Veremos qué pasa a partir de ahora, pero no descarto que esto influya en nuestro trabajo (estoy convencido, y así muchos me lo han comentado, de que parte de la explicación del mal resultado se debe a la nefasta foto electoral con la que ha llenado las calles de La Laguna). De otra parte, aunque el PP ha ganado claramente a Coalición Canaria en número de votos en el conjunto del archipiélago (más de un 30% por encima), gracias al injustísimo sistema electoral obsesionado por el equilibrio interprovincial e interinsular en vez del demográfico, ambos partidos se reparten en principio igual número de escaños en el Parlamento. ¿Cómo serán los pactos? La respuesta es obvia (y ya desde las primeras comparecencias se han lanzado los pertinentes guiños): CC y PSOE, por dos motivos de la máxima solidez. Primero, Coalición es el quinta esencia de una organización diseñada para el poder, con unos dirigentes tremendamente hábiles en estos fines. Tal es la finalidad de todo partido político, sí, pero en el caso de CC ese objetivo está destilado y concentrado al máximo, entre otras razones porque, a diferencia del PSOE y del PP, es este poder, el que se dilucidaba en estas elecciones, el que de verdad les interesa y sin el cual no subsistirían. La segunda razón es que el PSOE, con su espectacular descalabro, deja muy fáciles los pactos, apenas sin coste. ¿Un pacto entre el PP y CC en el que los populares renunciaran a la presidencia de gobierno y a la alcaldía de Santa Cruz en donde han sido los más votados? ¿Un pacto entre el PP y el PSOE por el que los socialistas contribuirían a que también esta comunidad se pintara de azul en el mapa de los gobiernos autonómicos? En fin, que todo pinta bastante claro, lo cual no impide que durante los próximos días asistamos a la eterna cháchara de los analistas y a las maniobras de despiste de los negociadores, como si se sintieran obligados a darle al pobre espectáculo una mínima dosis de suspense cuando todos sabemos que el asesino es el mayordomo.

Lunes 21:50
Como era de esperar, la concejala de urbanismo no ha aparecido hoy por la Gerencia. Muchos cotilleos a media voz: nadie quiere "significarse", que era como se decía antes (¿será que sigue habiendo algo de mieditis? No, llámalo prudencia). En los escasos comentarios de políticos y de "sabios" que he oído a lo largo del día se apunta cada vez con mayor claridad mi impresión nada más ver los resultados (o sea: pacto generalizado, con excepciones, CC-PSOE). Tan sólo los del PP siguen empeñados en declaraciones de que van a gobernar Canarias (y también Santa Cruz, angelitos). Incluso he leído a alguno que dice que lo lógico sería un intercambio cruzado de municipios basado en ese utópico pacto CC-PP: Te apoyo en La Laguna y me dejas gobernar en Santa Cruz. Supongo que no se lo creen ni ellos (los del PP, me refiero). Mientras el preclaro Blanco anuncia "pactos de progreso" y cita a Canarias. Ya se va preparando el falso lenguaje ideológico con fines justificativos. Si sólo tratas de pillar cargos, hombre, di la verdad. Pero de lo mío, nada nuevo, así que sigo a la espera de ver qué pasa en los próximos días. Confío que en mi primer encuentro con los políticos tras su pírrica victoria ya hayan digerido con buen humor el resultado. Entre tanto, como decía un buen amigo, ¿con quién hemos ganado esta vez? Pues no, esta vez no hemos ganado, pero es que no se podía con ninguno.


Nuntereggae più - Rino Gaetano (Nuntereggae più, 1978)

Como acompañamiento musical de estas desencantadas impresiones, va una canción compuesta en 1978 por Rino Gaetano, uno de los más interesantes cantautores italianos de los setenta muerto con sólo treinta años después de un accidente de coche y de que la ambulancia que lo recogió lo paseara hasta por cinco hospitales sin que en ninguno lo admitieran. El título es un juego de palabras con la expresión romanesca nun te reggo più, que vendría a significar "no te aguanto más". Y no sólo por el título sino también por la letra (que es una rabiosa denuncia de la corrupción política de la Italia de esa época) la canción viene que ni pintada como banda sonora de los tiempos que corren (¿qué escribiría Rino si levantara la cabeza y viera cómo están Italia y Europa?) Hay por cierto versión en español y también la tengo, pero me gusta más la original (ya saben que sigo con la italianitis).

domingo, 22 de mayo de 2011

La mujer del río: entre Comacchio y el Delta del Po

En 1954 Mario Soldati (1906-1999) dirige La donna del fiume (la mujer del río), una interesante película protagonizada por Sophia Loren y que contó con Alberto Moravia en el guión y Pier Paolo Pasolini y Giorgio Bassani en los diálogos y la puesta en escena; basta ver los créditos para suponer, acertadamente, que tiene que ser una obra interesante. La película es dura. Una historia nada extraordinaria, la de una chica joven trabajadora que se enamora del típico vividor guaperas y delincuente que la embaraza y abandona; a partir de ahí el argumento se va precipitando con la implacable precisión de lo inevitable hacia un destino trágico. La mirada escéptica y desesperanzada de Moravia queda patente en ese fatalismo sin estridencias, cotidiano. La sceneggiatura es fiel a los presupuestos del neorrealismo: contar lo que hay, evitando todo énfasis, toda pompa (aunque, en el fondo, es sabido que esa aparente neutralidad no es más que una sutil trampa, un truco subliminal para lograr que la crudeza de lo que se nos muestra impacte más profunda y duraderamente en nuestras conciencias). Hay que suponer que la historia transcurre en la posguerra, más o menos por las fechas en que fue filmada o pocos años antes y se sitúa en la costa adriática, en el área del Delta del Po (el fiume mentado en el título será probablemente uno de los brazos en que este gran río italiano se abre en su desembocadura). Soldati nos muestra, de forma penetrante, la dureza y al miseria del ambiente rural de esa época, unos personajes campesinos / pescadores semiproletarizados, pero no por ello carentes de esa mentalidad ruin de hipócrita moralidad. Por último, la Loren (por ella fue que vimos la película) está espléndida, tanto en su actuación (austera y concentrada, no se trata para nada de una comedia) como en la espléndida belleza de sus veinte años.


Traigo esta película a cuento porque mientras la veíamos, aparte de sus méritos cinematográficos, me llamaron la atención dos escenarios. En primer lugar el propio Delta del Po, que en el film es un inmenso cañaveral donde en la parte final Sophia trabaja cortando las cañas. En segundo lugar, la pequeña ciudad provinciana que aparece en algunas pocas escenas y que en la propia película identifican; se trata de Comacchio, un pequeño núcleo situado poco antes de la desembocadura del río Reno y dispuesto sobre trece islotes unidos por puentes, lo que le da un cierto aire veneciano. La cosa es que estos dos topos quedan entre Rávena y Venecia (yendo por la SS 309 o carretera Romea), por lo que en la breve planificación del viaje de la pasada Semana Santa decidimos que pararíamos un par de horitas en Comacchio y que, algo más al norte, nos desviaríamos por las rectísimas carreteras del Delta para ver como era ese paisaje de antiguos pantanos reconvertido para la agricultura y la industria y luego declarado parque natural.Así que, en efecto, bajo el intenso y agobiante sol de primeras horas de la tarde del miércoles veinte de abril conduje desde Rávena hasta Comacchio, desdeñando los vulgares desarrollos turísticos costeros (i lidi) e imaginando el paisaje que cruzábamos cuando eran pantanos infestados de mosquitos; ya no, durante muchos siglos lo han ido domeñando para aprovechar los recursos de un espacio a medias entre agua (dulce y salada) y tierra: pesca, agricultura, salinas …

Teníamos que haber llegado a Comacchio unas pocas horas antes, de modo que hubiésemos almorzado allí un plato de anguilas del Delta del Po, por más que ni a K ni a mí nos entusiasmen esos bichos. Pero es que justo a la entrada de la ciudad, entre la carretera y el famoso Trepponti, hay un área con naves a las que llegan los canales y que supuse que serían donde se trabaja la manufactura de las anguilas, donde en la película de Soldati entraban las barcas cargadas de pescado y trabajaban Nives (Sophia Loren) y sus compañeras. No comimos anguilas pues, sino que paseamos por un casco agradable y razonablemente pintoresco, sobre todo por los canales y algunos puentes y edificios. Sin embargo, tampoco nada del otro mundo e imposible de comparar, siquiera remotamente, con la belleza de Venecia. A diferencia de la grandiosa capital de la Serenísima, Comacchio se reduce a encuadres muy limitados, perfectos para aprovecharlos en escenas fílmicas (por eso me llamó la atención) o retratarlos en fotos de turistas con las que queremos congelar (vano intento) el recuerdo de ese rato vacacional. Apenas tres o cuatro calles interesantes, en las que las heladerías siempre estaban en las aceras que el sol ajusticiaba inmisericorde, pero al final encontramos una pequeña terracita solitaria y a la sombra en la que pudimos descansar con nuestros gelati para evitar que éstos sufrieran la triste suerte del de limón, metáfora, en la canción de Paolo Conte que tanto gusta a Lansky, de los actos efímeros del amor, condenados a derretirse.


Gelato al Limon - Paolo Conte (Un Gelato al Limon, 1979)

Declinaba el pomeriggio y arrancamos de nuevo hacia el norte y en breves kilómetros, nada más salir de la Emilia-Romagna (al cruzar el brazo más meridional del Po a la altura de Mesola), giramos a la derecha para introducirnos en el Delta propiamente dicho. Una inmensa planicie herbosa cruzada por multitud de cursos de agua, que no sé si serán ramales del gran río o canales, aunque imagino que por muy Parque Natural que sea se trata de un paisaje absolutamente artificializado. No vimos demasiadas aves (sí las inevitables y escandalosas gaviotas) ni tampoco rasgos que nos sorprendieran demasiado. La sensación general era de abandono decadente y me quedé con la intriga de averiguar la historia contemporánea de este territorio. Grandes y extrañas edificaciones ruinosas, ejemplares de arqueología industrial, hablan de un espacio productivo, en el que muchas personas debieron currar denodadamente. Incluso vimos algunos caseríos con pinta de colonias de trabajadores, casitas modestas construidas todas iguales probablemente por las compañías explotadoras de los recursos del Delta. Quizá en algunas de esas naves se apilarían y tratarían las cañas que el personaje de Sophia Loren y sus compañeros cortaban a machetazos. Pero algo más que el aprovechamiento de la caña tenía que abarcar la economía de la comarca y lo cierto es que todavía no lo he averiguado.

Estuvimos corriendo por las rectas carreteras de esa tierra casi agua, cruzando canales y tratando de llegar sin éxito a algún sitio que mereciera tal nombre y dejando en el intento que el día se fuera apagando. Tenía yo ganas de allegarme a la ribera y meter al menos las piernas en las aguas padanas pero pese a tanta vuelta no veíamos ningún acceso adecuado al río. Por fin, junto a un cruce, se abría un suave descenso hasta la orilla, así que aparcamos y nos dispusimos a acercarnos al agua. Sin embargo, como comprobé al primer paso, los veinte metros de "playa" eran un fangal que no hacía aconsejable caminar con zapatos, so pena de embarrarlos completamente. K se descalzó antes que yo y muy animada avanzó hacia el agua, pero nada más entrar el barro se sorprendió hundiéndose en lo que se revelaba como casi verdaderas arenas movedizas. A la vez que gritaba asustada, con no sé qué apoyo, impulsó como un resorte sus piernas hacia fuera y con dos o tres saltitos al estilo de un personaje de dibujos animados logró escapar del lodo que quería engullirla. La verdad es que todo fue tan rápido que ni tiempo me dio a reaccionar y mucho menos a pensar una estrategia para rescatarla, en el supuesto de que hubiera quedado atrapada e incapaz de salir por sus propios medios. Pasado el susto vinieron las risas y, mientras K se esmeraba en limpiarse lo mejor posible (labor que remataría una hora después en el hotel de Chioggia), yo descubrí otra vía de acceso hasta el río, dejándome deslizar por unas rocas, lo que me permitió mojarme los pies en las aguas del final del Po y hasta probar su sabor (dulce, sin ningún gusto salado todavía). Luego K me echaría una bronca por llevarme a la boca unas aguas que véte tú a saber qué bichos tienen, opinión que comparte Ricky Gianco en la canción con la que cierro este post. En cualquier caso, espero que el cantautor italiano exagerara en su letra ("el Po es un río químico pero sin H2O").


Il Fiume Po - Ricky Gianco (Arcimboldo, 1978)

miércoles, 18 de mayo de 2011

La que viste no era mi Paqui

No hombre, no, ésa no era mi Paqui. Te confundiste, imposible que a esa hora fuese ella. A esa hora está preparándome el almuerzo, todos los días, nunca falla. El jueves hacia la una, dices, te equivocas, te equivocas; el jueves llegué a casa poco antes de las dos y ahí estaba ella con la mesa puesta, ¿cómo ibas a haberla visto caminando por ese barrio sólo un rato antes? Pasabas en el coche, la viste un momento y de lejos, normal que te confundieras.

Qué dices, qué va a importarme. Que no, coño, que no estoy enfadado. ¿Gritando? Pero qué voy a estar gritando. Hombre es que no entiendo ese retintín que pones, ni esa terquedad tuya de no bajarte del burro. ¿Que me lo cuentas porque eres mi amigo? Pues gracias, tío, pero si te digo que te has equivocado lo sabré yo, ¿no te parece? Joder, mira que eres pesado, pues claro que estoy seguro.

¿Rojo? Pues ahora no me acuerdo … Espera, sí, sí que llevaba un vestido rojo el jueves, sí. Me he acordado porque me llamó la atención y le pregunté que por qué se lo había puesto cuando suele reservárselo para las salidas. Que le apetecía verse guapa, me dijo, tampoco le hice mucho caso, que andaba con el asunto de los catalanes en la cabeza, que hay muchas perras en juego, pero sí es verdad que pensé que estaba guapa y hasta me dije que si no estuviera tan apurado … Pero, coño, que no sé para qué desbarro por esos derroteros. Viste a una tía rubia con un vestido rojo, vale; cómo si no hubiera muchísimas además de mi Paqui.

¿Cómo que si nos va bien? Te estás pasando, tío. Ni amigo ni leches, no creo que a ti te incumba si nuestro matrimonio va bien o mal. Pues claro que va bien, de puta madre va, ¿qué te piensas? A ver si ahora vas y me dices que la viste a mi mujer con otro tío, ya sería lo que me faltaba. La Paqui está loca por mí, es una mujer enamoradísima, porque le doy todo cuanto quiere, hasta más de lo que necesita le doy, capullo. A ver si te crees que a todos nos tiene que engañar la mujer. Que a ti la tuya te pusiera los cuernos no ha de significar … Hostias, tío, lo siento, perdona, no sé qué me ha pasado. Es que estoy nervioso, el asunto de los catalanes puede irse al carajo y la pago con todos, fíjate que hasta la Paqui se me ha quejado de que ando muy estresado, con muy mala leche. Y no sé, ahora vienes tú con este cuento de que la has visto fuera de casa y me disparato.

Pues claro, colega, ¿lo ves? No hombre, no te preocupes, discúlpame tú a mí. Todos nos podemos confundir y, además, la Paqui tiene un tipo bastante normalito. Te voy a decir algo en confianza, íntimo. ¿Sabes por qué estaba seguro de que te equivocabas? Porque yo a mi Paqui la siento muy dentro, es como si fuera parte de mí, ¿me entiendes? El jueves, al llegar a casa y verla tan guapa con ese vestido rojo, si viniese de la calle, si hubiese estado haciendo algo a mis espaldas, yo lo habría notado, lo habría sentido en las entrañas, ¿me entiendes? No sé cómo explicártelo, habría percibido que su amor no me llegaba; me habría dado cuenta, vamos. Es que la Paqui me adora, tío, vive por mí; por eso estaba, estoy cien por cien seguro de que no era ella a quien viste.


Non è Francesca - Lucio Battisti (Lucio Battisti, 1969)

Este monólogo (telefónico, se supone) ya no es ni siquiera traducción libre, sino inspiración lindando con el plagio descarado de la canción de Lucio Battisti que pone musica al post.

Guitarristas cohibidos

Probablemente, el género musical que más me gusta es el blues-rock, si es que tal etiqueta tiene sentido. Para precisar más, estoy hablando de la corriente que se impulsó a partir de la recuperación de los bluesmen americanos por unos cuantos chavales británicos, allá por los sesenta. Gente como el venerable John Mayall, en cuyos bluesbreakers acogió a tipos como Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor, o unos gamberrillos de Londres llamados los Rolling Stones, o los que pasaron por otro grupo hoy bastante olvidado, The Yardbirds, el ya mentado Clapton, el alucinante Jeff Beck, el desaforado Jimmy Page y así podría dedicarme a recitar nombres, todos señores que hoy se acercan a los setenta y que, a mi juicio, fueron los responsables de un salto cualitativo en la evolución de la música popular, amén de dignificar definitivamente el instrumento icónico del rock que es, obviamente, la guitarra eléctrica. Como empecé a oir música en mi primera adolescencia, hacia el año 73 más o menos, no puedo presumir de haber vivido aquellos "años heroicos". De hecho, cuando descubrí a todos estos individuos y sus bandas ya estaban más que consagrados y muy transitado el camino que habían abierto. Pero ciertamente, el rock de esta gente (y bastantes más nombres de la época), sobre todo el de los discos de los setenta, está asociado a los que fueron "mis mejores años" por lo que, al margen de su para mí incuestionable calidad, tienen un valor añadido que concederé calificarlo de sentimental. En mis tiempos universitarios, en asuntos de música éramos un grupo absolutamente radical, todos rockeros fanáticos (aunque nunca hubiéramos aceptado ese término, por simplón) y agresivamente beligerantes (sólo de palabra y gestos, aclaro) contra las otras músicas y, muy en especial, contra la odiada disco (los Bee Gees, Gloria Gaynor, Donna Summer …) que ésa sí nos tocó verla nacer tras el exagerado éxito de Saturday Night Fever. Algunos lustros tuvieron que pasar para que me permitiera a mí mismo escuchar esos albumes e incluso descubrir, bastante mayorcito, el soul que hoy me encanta y entonces nos lo teníamos vetado. Para llegar a mi actual eclecticismo (que considero un síntoma de madurez), antes hube de confesarme que los Queen eran buenos y no simplemente el grupo para las hermanitas pequeñas de los que disfrutábamos con Led Zeppelin.

Si, como digo, es el blues rock el género que sigue siendo mi preferido, no será de extrañar que el instrumento que más me pone es la guitarra eléctrica. Oír el maravilloso llanto que logra un buen guitarrista, dejarme llevar por las espirales sónicas de un solo con vocación de eterno (pero que acaba, todo acaba), me resulta un verdadero placer y, en determinados momentos y situaciones, es necesariamente lo que tiene que sonar para redondear la perfección. Desgraciadamente, no toco ningún instrumento. Desde muy chaval mi más hondo anhelo era aprender a tocar la guitarra y algunos intentos hice; no muchos, porque enseguida me di cuenta de que mi torpeza manual, sumada a mis pocas aptitudes musicales, me condenaban irremediablemente a no pasar de oyente, a disfrutar de las habilidades, del arte, de otros y no envidiarlos, porque nunca lo he hecho, pero sí admirarlos, como se admira siempre lo que uno no es capaz de hacer (y le gustaría). De hecho, he tenido ocasión de trabar amistad con unos cuantos guitarristas de más que mediana calidad, lo cual, teniendo en cuenta que nunca me he movido en el mundo de la música, me llama un tanto la atención ahora que lo pienso. Quizá haya sido porque me atraen esos individuos tan ajenos a mí (al menos en el manejo de la guitarra) y quizá también por una cierta dosis de mitomanía que, no vamos a exagerar, tampoco es que sea demasiada, pero sí la suficiente para interesarme por las aventurillas de los malabaristas de las Fender Stratocaster o Gibson LesPaul.

Charlando hace unos días con un amigo guitarrista (para mí buenísimo, pero ignorante como soy no se me haga mucho caso) me contaba algunas anécdotas de algunos de esos monstruos a los que ha conocido e incluso rasgueado las cuerdas con ellos en discretos segundos planos. ¿Te imaginas lo que fue para mí, que adoro la guitarra, estar en Londres vacilando con un grupo de amigos y que por un par de horas se nos una Mark Knopfler? Te quedas tan acojonado que apenas te atreves a esbozar unos acordes mínimos. Ese respeto rayano en la más paralizadora timidez parece que es una nota bastante común en los guitarristas de rock. En un post de principios de abril (16 de junio de 1965 en el Estudio A de Columbia, 799 Séptima Avenida), cuento que en el 64 un joven Mike Bloomfield, invitado por John Hammond junior a tocar la guitarra en el que luego sería el disco So Many Roads, prefirió sentarse al piano porque por ahí andaba un canadiense llamado Robbie Robertson que le pareció mucho mejor que él; y lo curioso es que ambos chavales eran de la misma edad (21 años) y no pienso yo que Robbie fuera para nada mejor que Mike. Al año siguiente, sin embargo, fue otro guitarrista, éste llamado Al Kooper, el que se puso a los teclados porque le dio miedo "competir" con la habilidad de Bloomfield. Me resulta llamativo tanto miedo a no estar a la altura, que mi amigo me aseguró que es algo muy frecuente entre los guitarristas. Para confirmarlo fuera de toda duda me contó que el propio Eric Clapton le confesó hace ya unas décadas lo nerviosísimo que estaba cuando le pidió (a través de sus respectivos managers) a Duane Allman grabar unas sesiones juntos. Eso ocurría en 1970 en Miami y, para entonces, Eric ya era una superestrella, muchísimo más importante en la jerarquía musical que Duane y, sin embargo, el británico se consideraba casi un aprendiz frente al gringo. Realmente me parece increíble porque aunque Allman era un excepcional virtuoso me cuesta imaginar que superara al que para mí es probablemente el mejor de los mejores. Pero en realidad no les importa lo que digan los demás, sino lo que ellos mismo perciben. Supongo que se tratará de inseguridad (de hecho, en sus primeras juventudes tanto Clapton como Bloomfield eran muy tímidos) pero creo que puede haber también un componente de exceso de respeto hacia el instrumento, que les lleva a cohibirse ante otros que creen mejores. Sin embargo, como mi amigo me cuenta, este pudor introspectivo tan frecuente entre los guitarristas coexiste con la pulsión opuesta que no es otra que el ansia de tocar con ese otro cuya técnica, cuyo arte admiras. Y al final siempre gana esta segunda fuerza (la centrífuga frente a la centrípeta) y gracias a ello (son palabras de mi amigo) los guitarristas aprendemos muchísimo en poco tiempo. Tal fue lo que hizo Clapton y como resultado de esas sesiones de jamming hay por ahí un sensacional album que merece la pena escuchar, sobre todo si a uno le gusta la guitarra.

La charla con mi amigo el guitarrista me hizo pensar en algún que otro profesional que conozco (esta vez ya más de "mi mundo") cuyas inseguridades le incapacitan mucho más que su falta de competencia (que no es tal). O sea, que en todos lados se cuecen habas, pero no creo que ejemplos tan extremos como los de estos grandes virtuosos de la guitarra eléctrica sean frecuentes en otros ámbitos. Curiosamente, tendría la oportunidad de preguntárselo a otro sensacional guitarrista, Brian May, que en su calidad de astrofísico y rector honorífico de una universidad de Liverpool está invitado a un congreso de astronomía de cuya organización está ocupándose una amiga quien se ha ofrecido a presentármelo. Pero, como ya he dicho antes, mitomanía tengo la justa y la que gasto es más a distancia; no me atrae demasiado conocer en persona a los personajes y, además, ¿de qué iba a hablar con él? Así que, como mucho, puede que vaya a oirle tocar la guitarra y cantar algún tema de Queen, pero nada más, Mientras eso ocurre (si es que ocurre) puedo escuchar las sensacionales grabaciones de Miami de Clapton y Allman, de las que acompaño una muestra: casi veinte minutos de espectacular jamming.


Jam 1 - Eric Clapton&Duane Allman (Studio Jams, 1970)

sábado, 14 de mayo de 2011

Ansias de libertad

Déjame descansar un ratito más y enseguida me voy contigo. No tardo nada, me pongo unos harapos y a vagabundear. A la mierda todo mi pasado, nada más que un cúmulo de mediocridades. Renuncio también a todas mis posesiones, aunque tantos esfuerzos me hayan costado. Todo lo pierdo porque amo la libertad.

Tengo miedo, sí, pero gracias a ti me atreveré a escapar desnudo de esta sociedad frívola y miserable, en la que prevalecen los tramposos y los inútiles. Me miraré en el espejo sin hipocresías, como si fuera un lago en el que se hunden las mentiras. Del corazón me limpiaré la vergüenza de tantos compromisos saldados en esta cloaca.

Me ves indeciso, dices, pero no te preocupes. Me basta cruzar esa puerta y un mundo nuevo se abrirá ante nosotros. Un mundo incierto, sí, pero sin engaños ni ataduras. A nadie necesitaremos y nadie nos necesitará. Sólo amor, pleno y verdadero porque nace de la libertad.

Hablar es fácil, pero el valor no se puede comprar; si no lo tienes dentro, ¿cómo sacarlo? ¿Libertad? Si significa decir no a todo lo que nos ofrece esta sociedad frívola y miserable, entonces lo siento, amor mío, pero me quedo aquí. Seguiré aguantando cada día a los tramposos e inútiles que prevalecen. A veces no viene mal un poco de hipocresía, o alguna pequeña mentira en otras ocasiones. Después de todo, si se aprende a disimular la vergüenza, no se vive tan mal en esta cloaca.


Voglia di Libertà - Pierangelo Bertoli (Petra, 1985)

Traducción muy libre (con algunas licencias) de la canción de Pierangelo Bertoli que acompaña este post. Un cantautor italiano que me gusta mucho (sí, sigo con la italianitis).

miércoles, 11 de mayo de 2011

Tarde, de noche ...

Llegó tarde (luego pensó que si hubiese cortado antes la cháchara con la Bizca, pero no, Manu siempre se lo decía: prohibido el pluscuamperfecto del subjuntivo). Llegó tarde, pasado el último tren y la estación de esa periferia hosca a punto de cerrar. Volver donde la bizca, pensó, pero ella no tenía teléfono así que antes buscar alguna cabina, difícil empeño en ese trozo desvaído de ciudad a medio hacer, feo como los campos secos que lindaban ahí mismo, separados por bordillos, frágiles intentos de contener las presencias oscuras del otro lado; ya estaba fantaseando, alimentando sus miedos y eso que Manu no cesaba de prohibírselo. Porque tenía que avisar a casa, que supieran que no llegaría esa noche y que no pasara nada (cruzaba los dedos), que su ausencia no rompiera el pacto implícito y su padre no oyera las voces y su madre no tuviera que llorar hasta vaciarse el alma. De pronto se sorprendía ansiando que todo se fuera a la mierda, que los viejos reventaran, que se suicidaran de una vez. Incluso había sentido que tenía que ser ella quien lo hiciera (no, no oía voces, era otra cosa); meterlos en el viejo auto y pisar a fondo hasta salirse de la carretera, despeñarse por algún barranco o, mejor todavía, llegarse hasta el acantilado costero. Pero eran pensamientos que ahuyentaba (Manu le había enseñado tantos trucos para eludir las trampas de su cerebro), los apartaba enseguida o, si no, los pensaba en voz muy baja, mejor dicho: los pensaba como distraída, sin atenderlos demasiado, ocupando sólo un departamento subalterno de la mente. Se trataba de ser positiva, como decía Manu, y entonces, al salir de la estación, remoloneó por las calles desiertas, zigzagueando hacia casa de la Bizca mientras buscaba una cabina, pero qué va, ni una vio y le estaba empezando a crecer la bola del estómago, que además ya era muy tarde y casi no había luz, farolas muy separadas con bombillas flojas cuando no fundidas. A lo mejor algún vecino de la Bizca tenía teléfono, pero se lo decía sin fe porque en ese edificio de apartamentos cochambrosos ocupados por inmigrantes, todos sin un cobre, nadie lo tendría, antes gastarían lo poco que ganaban en comer o en tabaco o hasta en alguna puta (y se sonrojó de pensar eso, ella que era virgen). Además, ya era muy tarde, para cuando llegara donde la Bizca más de medianoche, y a esas horas los vecinos dormirían porque madrugaban mucho, porque antes de las seis tenían que ir al descampado al otro lado de las vías a esperar a los camiones de las obras por si había suerte y los cogían para currar esa jornada. Entonces se acordó y se dijo: mira qué tonta, cómo no haberlo pensado antes. La academia, toda la noche el bedel de guardia, y él sí tenía teléfono, el de la centralita. Dio la vuelta aunque le costó orientarse, se había desviado; de ese barrio que ni barrio era todavía su mapa mental se limitaba a un triángulo cuyos tres vértices eran la estación, la academia y la casa de la Bizca. ¿Dónde estaba? En la bola del estómago se agudizó el cosquilleo; inspiró profundamente (se lo había enseñado Manu para atenuar las crisis de ansiedad) y miró en derredor: al fondo un kiosco, le pareció el que estaba cerca de la academia, pero entonces … ¿tanto se había apartado de su ruta habitual? No, no era el kiosco que pensaba, ni tampoco reconocía esa plaza de losetas rojas y blancas, pero en la esquina opuesta, junto a unos soportales, había una autobús parado (¿llegaban autobuses hasta esa parte de la ciudad?) y ella casi corrió, esperanzada, seguro que iba hacia el centro, donde no se cerraba de noche, y había teléfonos y taxis y personas por las calles. El conductor estaba espatarrado, un gordo de barriga desbordada, la camisa desabotonada, apuntando algo en una libreta de hule. No, le dijo, había acabado el servicio, él ahora llevaba el bus a las cocheras. Sintió que le asomaban las lágrimas, ella no quería pero notó la humedad en las mejillas, y evocó a Manu, quiso traer la imagen de su cara, de su sonrisa, para espantar esa tristeza terrible que amenazaba con paralizarla y no podía rendirse, no podía dejar que todo se desmoronase, no llegar a su casa, no avisar a sus padres, la catástrofe. El conductor habló entonces y la cara de Manu se evaporó, en las cocheras tengo mi coche, le dijo, podría acercarte a algún sitio que te conviniera siempre que me quedara de paso. Ella esbozó una sonrisa agradecida pero al mirarlo la cara fláccida y anodina del hombre se desfiguró en una mueca diabólica, fue un instante sólo, mas suficiente, como si de pronto se le quitara la máscara y mostrara su faz verdadera, un rostro lascivo, cruel. No son más que imaginaciones mías, se dijo, y volvió a mirarlo: era otra vez la cara hastiada de un cincuentón feo y sudoroso de apariencia inofensiva; sin embargo, la aprensión no se le iba y le dijo que no, que gracias, y se dio la vuelta nerviosa y apresurada, pero ahora qué voy a hacer, pensó mientras se alejaba y oía a su padre que la llamaba y a su madre llorando muy queda, suaves gimoteos. Caminó, caminó sin rumbo, ya sin esforzarse siquiera en identificar señas reconocibles en ese barrio hostil, repitiéndose tercamente que enseguida iba a salir de ese laberinto, que alguien la iba a sacar, a salvar de esa pesadilla. Casi no veía entre las lágrimas, pero seguía andando, acelerando sus zancadas, para no llegar tarde a donde ese alguien la esperaba; las piernas las notaba pesadas, doloridas, ¿cuánto llevaba? Oyó de pronto unos ladridos y se asustó y alegró a la vez. Un minuto después, mientras cruzaba una calle, apareció: un auto grande, americano, que casi la atropella. Iban dos chicos. Uno le gritó: ten más cuidado, pero era en tono alegre, como de broma. Habían parado en medio de la calzada desierta. Tú eres amiga de la Bizca, dijo el otro, un pelirrojo, la cara toda de pecas, vas a la academia de oficios. Ella les sonrió: ¿podéis acercarme al centro? Claro, siempre les hacemos favores a las chicas guapas, contestó el del volante. Se sintió ligera, contenta: por fin la salvaban, pensó. Pero se equivocó.


Are you lonesome tonight? - Mina (Uiallalla, 1989)

Sigo con los cantantes italianos aunque con una pequeña trampa, porque este tema es el clásico americano (en inglés) popularizado por Elvis. Pero se trata de la grandísima Mina (¡más de medio siglo en el candelero!) y la protagonista de este relato se sintió solitaria esa noche.

domingo, 8 de mayo de 2011

Rávena y el sueño de Sixto III

El miércoles 20 de abril por la mañana, cumpliendo casi el horario previsto, fuimos de Rímini a Rávena, poco más de una horita siguiendo la strada statale 16 o Adriática. Aparcamos en la Piazza Kennedy, que está en el borde del centro histórico, donde un negro se empeñó con éxito en vendernos una papeleta usada de aparcamiento que nos daba derecho a una hora de estancia a menos precio del oficial, aunque nos pasamos en más de una hora sin que, cuando fuimos a cambiarla, tuviéramos ninguna multa (por nuestra experiencia en este pasado viaje, en Italia hay que pagar en todos lados, pero la inspección es escasa y me da que hacen bastante la vista gorda). De ahí nos metimos por las calles peatonales, nos hicimos con un plano en la oficina de turismo de via Cavour (cómo no) y nos dirigimos ansiosamente hacia la basílica de San Vitale. Los mosaicos bizantinos ordenados por Justiniano y Teodosia eran, desde el bachillerato, una de esas obras que me había prometido ver algún día. En las múltiples reproducciones que había visto siempre me parecieron maravillosos y puedo asegurar que "al natural" no defraudan en absoluto. La única pega, la cantidad de gente que se agolpa en la basílica, pero aún así K y yo nos tomamos el tiempo suficiente para degustarlos a conciencia y, desde luego, quedarnos más que satisfechos. Podría intentar describirlos, poner en palabras el entusiasmo que me produjeron estas maravillas del siglo VI, el mejor ejemplo del arte figurativo bizantino que ha sobrevivido (a diferencia de lo que ocurrió en Constantinopla y otras capitales bizantinas por culpa de la obsesión iconoclasta). Podría intentarlo pero me temo que mis palabras apenas alcanzarían a rozar tanta belleza. Así que me limito a animar encarecidamente a visitarlos; dudo que nadie vaya a quedar decepcionado.

Como era de esperar, ver los mosaicos bizantinos no es gratuito y acreditar la condición de bautizado no basta para entrar de gorra, por más que estén en una iglesia cristiana (qué pocas ventajas nos quedan en estos tiempos a los bautizados). Pero los de Rávena aplican una fórmula que vimos también en otras ciudades: te venden un "billete combinado" que, por un precio bastante saladillo (unos diez euros, creo recordar), te permite ver además del plato fuerte (la basílica de San Vital, en este caso) otras muestras culturales "menores" o por lo menos no tan famosas. Por supuesto, lo tomas o lo dejas; es decir, que si quieres ver los mosaicos has de pagar también por el Mausoleo de Gala Placidia, la Basílica de San Apolinar el Nuevo, el Baptisterio Neoniano y el Museo Arzobispal. Los distintos monumentos están diseminados por el centro histórico, lo que hace que la visita resulte agradable, pues entre uno y otro callejeas y hasta te puedes tomar un cappuccino para reponer fuerzas y descansar de tanto arte. En todo caso, si no nos hubieran obligado a pagar, es bastante probable que no hubiésemos ido a conocer esas otras maravillas. Los mosaicos del mausoleo de Gala Placidia no son, desde luego, tan excelsos como los de San Vital, pero es que son algo más de un siglo anteriores (de principios del V), muestra magnífica de la transición artística del paleocristiano al bizantino. La Basílica de San Apolinar el Nuevo sólo la vimos por fuera pues la pillamos cerrada y no podíamos esperar hasta las cinco de la tarde que volvían a abrirla; lástima porque parece que también tiene unos magníficos mosaicos. Sabía de la iglesia porque justo durante el viaje estaba leyendo (en la iPad) la novela de Lászlo Passuth "Rávena fue la tumba de Roma", en la que cuenta la conquista de Italia por Teodorico el ostrogodo y la erección de este templo, que fue de culto arriano hasta la "reconquista" bizantina de la ciudad. El baptisterio neoniano es una preciosidad arquitectónica: un volumen muy sencillo (construido a finales del siglo IV sobre unas termas romanas) de planta octogonal y con un mosaico espectacular en el centro de la cúpula: San Juan bautizando a Jesús y rodeando esta escena doce sectores circulares, uno por cada apóstol.

El museo arzobispal, por último, es una visita que también debo recomendar encarecidamente, pese a que en otras condiciones y fiándome sólo de su nombre no habría dudado en ahorrármela (me habría imaginado los espantosos "tesoros catedralicios", supongo que obras maestras de la orfebrería pero, para mí y por lo general, de bastante mal gusto, amén de ostentosas exhibiciones de la opulencia eclesial que debería haberse dedicado a otros fines distintos de la glorificación de Dios, Nuestro Señor, a quien espero que le traigan al pairo tales alabanzas). No es así en el de Rávena que, por cierto, ha sido abierto hace poco después de una laboriosa restauración. Lo primero que te enseñan es un lapidarium, colección de piedras paleocristianas y medievales de Rávena y su entorno con inscripciones, que nos resultó bastante interesante (los trabajos parecían filigranas bordadas); a continuación unas cuantas estatuas, de las que nos impresionó especialmente una descabezada en pórfido, tanto por la belleza de su talla como por el perfecto encuentro cromático entre el cuerpo (púrpura) y la base (gris claro). Al final de esa primera planta está una de las joyas del museo que es la capilla de San Andrés, un preciosísimo oratorio privado de los obispos de Rávena, que proviene de principios del siglo VI; es de planta en cruz griega y, como no podía ser de otra manera en esa ciudad, cuenta con unos espléndidos mosaicos (Cristo, los cuatro evangelistas, los doce apóstoles, seis santos, dos santas y cuatro "siervas"). En la segunda planta, en el centro de la sala circular, está expuesta la otra gran joya del museo, que es la Cátedra de Maximiano, un verdadero trono de marfil, espectacularmente decorado, que fue hecho para el primer arzobispo de Rávena a mediados del siglo VI; de verdad que es impresionante.

El museo tiene también parte de pinacoteca, aunque las pinturas que alberga no están a la altura artística de las muestras ya citadas (y otras que omito, que este post ya se parece demasiado a una guía turística). Sin embargo, me dejó intrigado un cuadro circular (valga la contradicción) de un tal Felice Giani, titulado Visione di Papa Sisto III. La tela representa al Papa Sixto III (432-440) dormido en su trono vaticano a quien se le aparecen en sueños tres personas: San Pedro y San Apolinar que señalan Pedro Crisólogo para que sea nombrado obispo de Rávena. Según el Liber Pontificalis (libro de los obispos de Rávena) del historiador Andrea Agnello (del siglo IX), este Pedrito era un joven diácono que acompañaba al séquito de Cornelio de Ímola, enviado por el emperador Valentiniano III a Roma para que fuera confirmado como nuevo obispo de la ciudad. Pero justo la noche antes de que llegaran a la histórica capital que ya no lo era, a Sixto se le aparecieron los dos santos citados (el primer obispo de Roma y el primer obispo de Rávena) y el Papa, muy respetuoso con las visiones beatíficas (como tiene que ser), da la sorpresa y nombra cabeza de la diócesis adriática al Crisólogo. Desde luego que hay otros motivos más pedestres (vinculados a los delicados equilibrios de poder de la época) que no es éste el momento de detallarlos, pero es ya sabido que las apariciones de los Santos han sido siempre muy convenientes (para algunos, claro). En fin, para los aficionados a los latinejos, aquí va la cita del Agnello que demuestra la veracidad de la visión papal: "Igitur nocte eadem apparuit ad sanctum Sixtum urbis Romae episcopum per visionem beato apostolo Christi clavigero Petro una cum Apolenare discipulo suo et inter ambo stans beatus Petrus Crisologus, et parum beatus apostolus Petrus gradum figens, dixit ad sanctum papam Sixtum: 'Vide hunc virum, quem elegimus nos, qui stat in medium nostrorum, ipsum consecra non alium.'

Reconoceré que, pese a mi magna cultura, ignoraba la existencia del pintor Felice Giani, un piamontino a caballo entre el XVIII y el XIX, pintor y "decorador de interiores" que, según la wikipedia, fue uno de los máximos exponentes del neoclasicismo. A medida que me hago viejo me doy más cuenta de que los radicalismos de tinte excluyente no son nada bueno. Pareciera que los ardorosos amores juveniles por concretas parcelas artísticas han de venir acompañados con simétricamente feroces rechazos de otras. En el caso de la pintura, a la que siempre he sido muy aficionado, algo de eso me ocurrió con el periodo entre el XVIII y mediados del XIX, y como consecuencia de esa estupidez, tengo inmensas lagunas respecto a lo realizado en esa época. Conste que sigo manteniendo que el nivel medio de la pintura etiquetada bajo el neoclasicismo es bastante mediocre y no son las salas correspondientes a esos años en las que más me detengo cuando visito museos. Sin embargo, de vez en cuando aparecen obras de esas fechas que me sorprenden y, al hecho preciso que despierta mi interés se le añade mi absoluto desconocimiento. Este Giani que descubrí en Rávena me resultó extrañamente moderno, tanto que su pintura me recordó muchísimo a la de dibujantes de cómic contemporáneos. Cierto es que el fresco, que fue en lo que más se prodigó, propicia los trazos someros y los colores planos, tan distantes de la densidad cromática y de los difuminados del óleo. Sin embargo, ese estilo de historieta gráfica lo mantiene Giani también en telas al óleo, como he podido comprobar repasando su obra en Internet. Véase, como ejemplo, una de sus telas más famosas: Numa Pompilio recibiendo de la ninfa Egeria las leyes de Roma: ¿no tengo razón?

Nota: En el museo arzobispal no dejaban sacar fotos (lógico). Entonces pensé que, de vuelta en casa, encontraría con facilidad una reproducción del cuadro de Felice Giani en Internet. No fue así; he pasado muchísimo tiempo rastreando la red y sólo he logrado encontrar una única foto de ese lienzo, que forma parte de una guía del museo publicada electrónicamente (todavía sin acabar) que, de otra parte, es la mejor bibliografía sobre el mismo que puede hallarse en internet. Quien esté interesado puede consultarla en este vínculo.


Sora Rosa - Antonello Venditti (Theorius Campus, 1972)

He buscado en mi discoteca italiana alguna canción sobre Rávena o de algún cantante de allí, pero no he tenido suerte. Venditti es romano y la letra de ésta que es casi su primer éxito nada tiene que ver con la capital de la Italia bizantina; que al menos guste.

jueves, 5 de mayo de 2011

Los malos padres

Un padre anima a un niño a que salte desde un balcón. El niño no quiere; el balcón le parece demasiado alto y tiene miedo de que la caída sea dolorosa. Pero el padre le dice que no se preocupe, que él, que está abajo, lo cogerá en brazos impidiendo que sufra ningún daño. El niño, convencido, salta hacia su padre, pero éste se aparta. Desde el suelo, muy dolorido, el niño le pregunta al padre que por qué no lo ha sujetado como había prometido. Para que aprendas a no fiarte ni de tu padre, le responde éste.

En alguna parte leí que este viejo chiste es de origen judío, de lo cual no estoy seguro, pero no me extrañaría demasiado, pues refleja un sentido del humor desencantado y cínico-pesimista (o realista, según gustos) que cuadra bien con la trayectoria cultural e histórica de los hebreos. No hay más que empezar por el Dios que se han echado (también el de los cristianos, se supone), que puede que sea padre, pero con su pueblo tan o más cabrón que el del chiste con su hijo. A partir de ahí, cómo han sido tratados por la historia explica más que de sobra que no sean demasiado proclives a las filosofías idealistas y que tiendan, por el contrario, a preferir adoptar las más crudas visiones, lejos de ingenuidades voluntaristas. Apuesto a que el conocido dicho que afirma que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones es también de origen judío (no, según la wikipedia, la frasecita es de San Bernardo de Claraval, el gran impulsor del Císter, pero vaya uno a saber las influencias culturales).

Supongo que descubrir así, tan súbitamente, que tu padre, la persona que el niño supone que ha de protegerle, puede ser un cabrón, tiene que ser bastante traumático. ¿En qué se convierte el chaval del chiste? ¿En un psicópata incapaz de la mínima empatía o, en el extremo opuesto, en un neurótico acobardado? También puede que, simplemente, estos golpes de crudeza le hagan a uno más fuerte, más dotado para soportar los embates que la vida se ocupará de darle. Pero, fuera del ámbito del humor negro, no creo que pueda defenderse bajo ninguna óptica pedagógica esos despojamientos tan crueles de la inocencia. Ahora bien, sin llegar a tales límite, sí parece recomendable que, poco a poco, vayamos aprendiendo que nuestro padre no es perfecto y que incluso, si es el caso, seamos capaces de asumir que es un cabrón como el del chiste, porque ciertamente también los cabrones tienen hijos.

Lo que pasa es que es duro aceptar que tu padre es un cabrón y salir razonablemente indemne. Por eso es muy humano, muy natural, que queramos proteger nuestro equilibrio emocional y nos esforcemos en ignorar cuantos datos apunten a confirmar la carbonería de nuestro padre. Simple y sencillamente, salvo que no haya forma de evitar enterarnos (como en el chiste), nos negaremos a escuchar a quienes nos dicen que nuestro padre es un cabrón. Y si ese "calumniador" consigue que contra nuestra voluntad le escuchemos, nos negaremos a creer en lo que dice. Y antes que dar crédito a sus afirmaciones aceptaremos cualesquiera otras, por muy peregrinas y faltas de lógica que sean, por muchas incongruencias y puntos débiles que tengan. Y si se empeñan en hacernos ver esas incongruencias, mandaremos callar a esos maleducados, recurriendo si es necesario a la violencia que, en el fondo, consideraremos legítima defensa.

Naturalmente, el cabrón de tu padre (porque lo es, aunque te niegues a aceptarlo) te explica que esas cabronadas que has sufrido no te las ha hecho él, sino otros que son ajenos a nuestra familia, que nos odian porque son malvados y envidiosos. Y tú (claro que sí, mi niño) le crees y te sientes emocionado y agradecido cuando castiga a esos malvados. Y lo quieres más todavía.


Sparring partner - Paolo Conte (Paolo Conte, 1984)

Sigo con la italianitis musical. Para quien no lo conozca, Paolo Conte es uno de los cantautores más interesantes de esa península, de clarísimas vinculaciones jazzísticas. Espero que guste.

martes, 3 de mayo de 2011

Irene (da Francesco De Gregori)

Irene en la ventana, tanta gente en la calle. El mundo le pasa al lado y ni siquiera le roza. Con las manos abiertas, con el corazón abierto, Irene mira hacia abajo.

Irene en la ventana, tanta gente para un suicidio. El teléfono descolgado, el alma en libertad.

Qué grande es el cielo y qué pequeña una mujer. El tráfico crece mientras el sol se pone e Irene sueña cosas que no comprende.

Irene en la ventana, tanta gente en la calle. El mundo le pasa al lado y ni siquiera le roza. Con las manos abiertas, con el corazón abierto, Irene mira hacia abajo.


Llevo una temporada bajo la influenza italiana. Se trata, como todas, de una gripe recurrente, que viene y va, y así llevo más de media vida. A diferencia de una gripe normal, sin embargo, suele durar algo más de una semana. En realidad no se va, ahí sigue siempre, latente, a modo de enfermedad crónica, lista para exhibir sus síntomas a poco que encuentre la más nimia excusa. Valga lo dicho para explicar por qué el reciente abuso de asuntos italianos en el blog.

Una de las manifestaciones de mi actual italianitis es el empeño en ordenar las bastantes canciones de que dispongo en este idioma. Paso los CDs a mp3 a fin de gestionarlos con el iTunes (y que no ocupen demasiada memoria de disco) y, una vez guardados, busco las letras en Internet, amén de los detalles técnicos de cada grabación. También, cuando el cantante me gusta lo suficiente, procuro completar su discografía o, al menos, conseguirme los discos más señeros. De este modo pasó largos ratos entretenido, como este fin de semana que le ha tocado el turno a un par de los que aquí denominábamos "cantautores", uno, Fabrizio de André, a quien bien conocía desde hace muchos años, y otro que, sin ignorarlo, había escuchado bastante menos.

Este segundo es Francesco de Gregori y la canción con que acaba este post pertenece a su primer álbum en solitario, Alice non lo Sa, de 1973. Mi traducción, casi casi literal (apenas algunas licencias sintácticas), es la que aparece al inicio. Una historia sencilla, la de una chica triste, muy joven se imagina uno, asomada a una ventana y coqueteando con la idea del suicidio; ¿ocurre o no ocurre el hecho fatal? Cuando hoy la escuchaba mientras caminaba, me acordé de un viejo cuento mío (Tráfico) inspirado en una novia de mi veintena. Pero también me ha venido a la mente una persona más querida y más reciente, que también es una chica muy joven (veintiuno en pocos días) y que, a diferencia de mi antigua novia, se llama Irene, como la de la canción. Pese a que su vida no marcha por donde a quienes la queremos nos gustaría, ojalá que no haya más similitudes con la protagonista del tema de De Gregori.

domingo, 1 de mayo de 2011

Al final tuve que ir a la boda

Para Alicia

No soy nada aficionado a la prensa rosa y de ahí que me violente publicar este post pero algunos amigos me han pedido conocer mis impresiones de la famosa boda y la amistad es la amistad, desde luego. Lo cierto es que no había recibido la invitación de Buckingham y aunque me extrañaba y (no he de negarlo) un poquillo me escocía, más intensa era la sensación de alivio. Parecía que iba a poder escaquearme del previsible coñazo protocolario, con la ventaja añadida de que, si en un futuro la ocasión se prestaba, podría, con las más sutiles y británicas ironías, reprocharles el olvido a los Windsor. Pero mi gozo en un pozo cuando el lunes me suena el móvil y oigo la voz del mayordomo de Carlos (sí, ése que le aprieta el tubo del dentífrico) para preguntarme de parte de los señores que cómo es que no había confirmado mi asistencia. A punto estuve de decirle que no estaba dispuesto a soportar los chistes malos de Elton John, pero me contuve y con mi más meliflua voz e imitando el acento de Cambridge (elegante alusión al título que habrían de calzarse los novios tras la ceremonia) le informé de que no me habían invitado, lo que, me apresuré a añadir, no me sorprendía ni molestaba, consciente de que la crisis económica obligaba a sus majestades a afrontar ahorros inevitables. Erwann, que así se llama el fámulo, me interrumpió con un discurso atropellado plagado de "oh sir" en el que me aseguraba que tenía que haber habido algún error, que mi tarjetón había sido uno de los que primero se habían impreso y que la Queen se llevaría un disgusto de muerte si yo no asistía al enlace de su nieto mayor. El tono era tan compungido y tanta la abundancia de hipérboles (algo inusitado en todo inglés que se precie) que me temí que, en efecto, graves consecuencias podían derivarse de que el viernes fuera yo a la oficina. A lo mejor, me dije, mi ausencia era el golpe de gracia para la monarquía, y fantaseé con la visión de una Elisabeth compungida anunciando su dimisión y toda la familia real con las maletas a rastras camino del aeropuerto. Pero, aunque votaría por la abolición de cualquier monarquía, mis principios morales me impiden provocar conscientemente crisis políticas o sociales y, además, pese a lo patoso que es, el orejón me cae simpático; de modo que informé a Erwann de que vale, que sí, que ahí estaría, siempre, claro, que me enviaran a tiempo la invitación y me organizaran transporte y alojamiento.

Hay que reconocer que el director de la BBC (no hablo de la televisión pública británica, sino de la secretaría de protocolo de Buckingham, popularmente conocida como departamento de Bodas, Banquetes y Celebraciones) es eficaz, pues el miércoles a las ocho de la mañana, justo cuando salía de la ducha, suena el interfono y un mensajero subió a entregarme un sobre acolchado en el cual, amén del tarjetón que antes no había llegado (distraído sin duda por algunos envidiosillos que yo me sé de la corte londinense), venían dos pasajes de Ryanair desde Tenerife Sur al aeropuerto de Luton. Con tan poca anticipación, K no podía acompañarme a la Gran Bretaña (los permisos en su trabajo hay que pedirlos al menos una semana antes), aparte de que, como a mí, tampoco le apetecía nada. Lo de ir solo a una boda resulta siempre un poco deprimente, así que telefoneé a Erwann para que me consiguiera alguna partenaire de buena figura que me permitiera quedar bien en las fotos de las revistas. De paso, le afeé que el viaje fuera en una compañía low-cost para colmo irlandesa y no en la clase preferente de la British Airways y él, abochornado, me explicó que eso sí se debía a la crisis pertinaz y también a una moción parlamentaria de los laboristas (esos republicanos hipócritas) que censuraban los gastos protocolarios palaciegos. No obstante, me aseguró, previa sisa del presupuesto de Carlos, se ocuparía de conseguirme una escultural acompañante que me iría a recoger en la preceptiva limusina a ese cutre aeropuerto. Me conformé (¿qué iba a hacer?) aunque el plan se me antojaba una paliza: llegaba a Luton casi a las once de la noche del jueves y me volvía para Tenerife a las 11 de la mañana del sábado. Todo fuera por la vieja Isabel y la Commonwealth.

A las tantas de la noche (el vuelo se retrasó) aterricé en las tierras del antiguo condado de Bedfordshire, a más de cincuenta kilómetros de Londres. Tal como Erwann me había prometido, me esperaba un mujerón espectacular, tanto que barrunté que quizá tuviera algún atributo más que los que las féminas traen de serie, sospecha que casi me quedó confirmada con el tono grave con que me saludó a la par que, confianzuda, agachaba la cabeza para darme sendos besos. No me preocupé demasiado porque las suites del Savoy, que es donde siempre me he alojado en mis visitas a los Windsor, son lo suficientemente amplias como para evitar cualquier situación embarazosa. Sin embargo, a poco de acomodarnos en la limusina, me suena el móvil y de nuevo Erwann que me informa, primero, que no dormiría en el Savoy sino en un coqueto cottage propiedad de la familia de Camilla Parker-Bowles y, segundo, que si no tendría inconveniente en, tras dejar allí a mi ambigua acompañante, pasarme por el hotel Goring, donde Catalina estaba sumida en una tremenda crisis nerviosa. Por exigencias de discreción profesional, no puedo en este post explicar los detalles, pero sí apuntaré que el nerviosismo de Kate tenía que ver con algunos detalles del vestido de novia que no le convencían, y no era tanto por el diseño sino por una errónea percepción (baja autoestima, diría yo, porque la chica es una monada) sobre la calidad estética de ciertas partes de su cuerpo que el vestido no alcanzaba a revalorizar como ella esperaba. De todos modos, tampoco era para tanto; un simple nerviosismo muy explicable cuando se va a pasar de plebeya a duquesa y futura reina consorte, y no me costó nada devolver a todos los allí presentes la serenidad, máxime cuando esta chica Middleton (hay que decirlo) es muy madura, mucho más de lo que en su misma situación demostró ser lady Di (qepd), pero claro, son otros tiempos, y de lo pasado se aprende. En fin, que entre unas y otras tonterías, acabé llegando al cottage ya de madrugada. En el único dormitorio y sobre la enorme cama matrimonial dormía despatarrada mi escultural (y gigantesca) modelo. Como no era cuestión de despertarla ni de desvelar misterios, me acosté en el sofá de la salita confiando en dormir la dosis mínima de sueño para aguantar lo que venía unas pocas horas después.

En fin, que madrugón porque a las ocho arrancaba la limusina con nuestras dos personas y dos motoristas de escolta en cuanto entramos en la City of Westminster, avisados electrónicamente gracias al chip de los dos tarjetones reales. A las diez menos cuarto, Aphrodisia (así dijo llamarse mi resplandeciente pareja) y yo desfilábamos por la alfombra del pasillo central de la abadía, justo detrás de la ex-spicegirl y el tontín de Beckham (para los amantes del cotilleo: nos sentamos en el mismo banco y parece que David y Aphrodisia se gustaron porque, a escondidas de Victoria, no pararon de amagar coqueteos infantiles, lo que no me vino mal para entretener la hora más que larga hasta que empezó la "acción"; quién sabe lo que habrá sucedido en las horas finales del bodorrio entre ambos). No me voy a extender con lo que pasó, que quienes tuvieron interés pudieron seguir la ceremonia por la tele, ver cómo se empezó a animar el cotarro cuando aparecieron los sangres azules (los plebeyos llevábamos ya un buen rato perdiendo el tiempo), y mucho más con el orejón y la Camilla y no digamos con la vieja señora toda de amarillo con guantes y zapatos cremas; para mí de muy mal fario, pero seguro que tiene algún significado litúrgico-monárquico que se me escapa. Y luego la piba, blanca y radiante iba la novia, oiga; es que la chica es mona y para mí que tiene bien cogido a Willie boy, más bien tímido el chaval, con ese rubor tan británico que le viene de los Spencer (aunque, por cierto, el colorado de su piel no podía alcanzar nunca la escandalosa tonalidad escarlata del uniforme de coronel de los guardias irlandeses). En fin, que la boda religiosa muy bonita y emotiva, incluyendo el God Save the Queen que todos cantaron entusiasmados mientras yo, que no me sé la letra, tarareaba y me aguantaba las ganas de ondear los dos banderines con la enseña británica que había arrancado del capó de la limusina antes de entrar en la iglesia.

Muy emotivo y bonito, sí, que es lo que se dice siempre, pero la verdad es que yo soy poco de ceremonias y no veía la hora que acabase, máxime cuando el estómago no dejaba de recordarme que desde las siete y media no le echaba nada dentro. Y acabó, es cierto, y nos fuimos muy ordenaditos hacia los coches camino de palacio, mientras los recién casados se daban su paseillo en la calesa de época (más que amortizada está ya) por las calles de Londres para recibir el fervor idolátrico de sus súbditos que, al fin y al cabo, es de eso de lo que se trata fundamentalmente, pues todo es marketing y más que nada las instituciones tradicionales, especialmente cuando han sido tan cuestionadas en los últimos años. A este respecto, en mi calidad de testigo presencial, puedo asegurarles que la operación publicitaria le ha salido redonda a Her Majesty, tanto que hasta brilló el sol y no cayó ninguna gota pese al anuncio contrario del servicio meteorológico. Bueno, pues durante ese rato en que todos estaban pendientes de la feliz pareja, incluyendo la posterior salida al balcón para el ya célebre beso público, Aphrodisia et moi departíamos con algunos invitados de trivialidades inocentes y picoteábamos canapés ansiosamente, no porque fuesen deliciosos (más bien eran flojillos, como me temía, que ni siquiera en Buckingham hay buena cocina). Naturalmente, no íbamos a quedarnos al almuerzo (sólo uno de cada tres accedía al comedor de doña Elisabeth) y lo de ir por la tarde a la fiestecilla privada de los novios, aunque podía, no me parecía nada procedente a mis años y en mis circunstancias. Estaba pues ahí como un pasmarote, con ganas de escaparme, quitarme el smoking e irme a dar un paseo por Londres, pero sabiendo que en cualquier momento el orejón o el estirado de su padre podrían llamarme. Así fue, poco antes de que los que no comían sentados iniciaran su retirada, y tampoco me dijeron nada que no supiera ni, mucho menos, que justificara el empeño de la reina en que me desplazase a la boda. Pero así son los caprichos de los Windsor y uno tiene que aceptarlos y hasta fingir que se les está muy agradecidos, lo que declaré en el besamanos a la soberana, oronda y sonriente ella, con un brillo en la mirada que se me antojó hasta pícaro. Antes de salir del Palacio de Buckingham hablé un momento con Calibán (por supuesto es un nombre en clave), mi enlace de Scotland Yard quien, además de garantizarme que trucarían adecuadamente todas las imágenes de la boda en las que yo apareciera, autorizó a Aphrodisia la asistencia a la fiesta de William y Kate, de modo que la dejé tan contenta que mucho tuve que esforzarme en disuadirla de que en agradecimiento me demostrara sus excelentes dotes eróticas. Se quedó arreglándose en nuestro cottage con la limusina a su disposición y yo pedí un taxi hasta Piccadilly. Las cuatro o cinco horas que paseé por el centro de Londres, disfrutando de la animación de una de las ciudades más entretenidas del mundo, fueron una medicina fantástica para el estrés que me agobia últimamente. Cuando volví a la villa de los Parker-Bowles no había nadie. Pude dormir ocho horas seguidas y llegar con tiempo de sobra a mi vuelo de regreso. Desde ayer a media tarde estoy de vuelta en Tenerife.


God Save the Queen - Sex Pistols (Never mind the bollocks, 1977)

PS: Naturalmente ésta no es la canción que entonamos en la Abadía de Westminster, sino el célebre himno fundacional del punk de innegables influencias anarquistas. Han pasado 34 años y uno diría que hay ahora más motivos que entonces para rabiosas pataletas como ésta (que no te digan lo que quieres / que no te digan lo que necesitas / no hay futuro, no hay futuro / no hay futuro para ti).