sábado, 29 de septiembre de 2012

Banca ética

Hacer crecer el dinero, multiplicarlo, ése es nuestro deber. Hay quienes dicen que el dinero no existe, que es una simple ficción, un atributo convencional de las cosas, el valor que les damos para intercambiarlas. Se equivocan, claro; son ciegos parciales incapaces de ver una parte de la realidad, la más importante. Yo casi diría lo contrario, que son las cosas las que no existen o, para ser más preciso, que la existencia de las cosas es meramente accidental, que existen sólo para permitir que el dinero viva, que se mueva, se multiplique. Y ya ni siquiera es así, estamos asistiendo desde hace algún tiempo a la verdadera liberación del dinero, a su independencia y autonomía de las cosas. En cierto modo se asemeja a las ideas religiosas de la vida eterna en las que el alma, sin las ataduras del cuerpo mortal, alcanza su completa potencialidad. El capital sería pues el alma de la realidad material, transitoria y prescindible. Nosotros somos sus sacerdotes, quienes contribuimos a la instauración del reino definitivo. También perecederos, descartables, pero con el honor más alto, la misión más sagrada.

Es estúpido que te plantees ese tipo de preguntas. Es como angustiarse por lo ineludible, en vez de asumirlo. De pequeño, yo me rebelaba íntimamente contra mi muerte; es una injusticia tremenda, pensaba, y en el fondo me negaba a aceptarla, lo que me conducía a un estado casi de parálisis. Pero la muerte "es", como "son" todas las leyes físicas, y hemos de interiorizarlas, no cuestionarlas. Del mismo modo hay unas leyes absolutas del capital, que rigen su vida y también las nuestras, las de los seres humanos, nada más que sus vehículos, como el resto de las cosas, aunque a algunos, nos toque un papel más activo en el proceso y eso, qué duda cabe, nos dignifica, nos convierte en cosas especiales, nos descosifica en cierto grado. ¿Acaso eso no es ya dar un sentido, el único que cabe, a nuestras breves vidas?

Esos reparos que te asaltan, hijo mío, no son más que residuos de una moral trasnochada. Si te dejas dominar por ellos caerás en la parálisis de mis angustias infantiles y te degradarás al nivel de la inmensa masa de los humanos, otra cosa más, tan prescindibles e irrelevantes como todas las demás. Tienes que rechazar esos escrúpulos, ahuyentar esas trampas de tu cerebro que sólo te debilitan. Para lograrlo, repítete, convéncete, de que lo único que importa es el dinero, su vida, y que todo lo demás, incluyendo los seres humanos (sobre todo ellos) no son más que los instrumentos necesarios para su desarrollo vital. Es un hecho, algo inmutable, que es y será así independientemente de lo que pienses. Tu única opción (y eres un afortunado, un "elegido", por tenerla) es ser un servidor del capital o su mero vehículo cosificado. Pero ni por un instante te imagines que eres necesario, que el que no participes en nuestra misión sagrada impedirá o dificultará en el más mínimo grado la expansión del capital. Seguirán ocurriendo los mismos hechos que estás conociendo y te despiertan tan ridículos remordimientos. La única diferencia es que tú serás una víctima más de ellos, en vez de estar en este lado, en el de los privilegiados.

Te preocupa, me dices, los efectos de la desregulación financiera sobre la economía real, sobre los seres humanos. Me pones el ejemplo de que las hambrunas en África están causadas por los mercados de futuros sobre alimentos. No te lo niego. Es más, podría darte muchos más ejemplos. ¿Sabes acaso cuánto de nuestros beneficios proviene de actividades no sólo reprobables desde pacatas consideraciones morales sino descaradamente ilegales? No pensarás, supongo, que el dinero que se mueve por la trata de blancas, los secuestros, el terrorismo, el tráfico de armas, las drogas, el comercio de órganos humanos y tantas más actividades nos es ajeno. ¿Son los impulsos vitales del capital los que las motivan? Sin duda, pero escandalizarse hipócritamente es negarse a aceptar una de las leyes ineludibles que antes te comentaba. Además, casi todos nuestros clientes, esos hombrecillos agobiados por sus hipotecas y miserias, ésos que creen ser personas de "principios morales", bien quieren que les demos la mayor rentabilidad por sus pequeñas aportaciones a la expansión universal del capital, sin preocuparles lo más mínimo de dónde vienen sus intereses. Por supuesto, no conocen, se esfuerzan en no conocer, la oscura composición de las nimias partes del capital que les es concedido disfrutar (que no poseer) durante breves periodos de tiempo. ¿Y si lo conocieran? ¿Dejarían de darnos su dinero, se opondrían a su reproducción? No, hijo mío, estoy convencido de que no. Pero eso no ocurrirá porque, simplemente, se negarán a escuchar a cualquier agorero.

Se hablan pestes de la desregulación y, sin embargo, es un gran paso en el proceso universal de liberación del dinero al que hacía referencia. Es un magnífico avance en la libertad, la del capital, claro, que es la única que importa. Nunca en la historia el dinero ha sido tan libre como lo es ahora, nunca hemos estado tan cerca de alcanzar la inevitable meta de su lógica vital intrínseca. Debes ser consciente de ello y, consecuentemente, alegrarte de vivir en esta época, de contribuir, como uno de los elegidos, al definitivo advenimiento del Reino.


 
Keep me turning - Pete Townshend & Ronnie Lane (Rough Mix, 1977)

Quizá el texto anterior caiga en la caricatura; estoy dispuesto a admitirlo. Pero las caricaturas tan sólo acentúan los rasgos definitorios de la realidad. Desprecian los matices, sí, que tan importantes son para entenderla y, por tanto, llevan implícitas falsedades. A veces, sin embargo, las caricaturas son convenientemente didácticas. Quiero creer que el personaje de este post yerra en cuanto a la inevitabilidad de la lógica de expansión del capital, aunque parece que los hechos le vienen dando la razón. En todo caso, estoy convencido de que para que ocurra lo que lleva ya demasiados años ocurriendo se necesita nuestra complicidad, aunque sólo sea manteniéndonos en pasiva resignación. Seamos activos, pues, si nos repugnan estas "leyes inexorables" que gobiernan el curso de los acontecimientos. Pero, qué hacer, aparte de indignarnos, no es sencillos. No hay alternativas nos dicen los dueños del cotarro y sus fieles servidores (los matices que distinguen a éstos nunca se refieren a las cuestiones de raíz) para que soportemos los sacrificios "inevitables". Sí las hay, desde luego, por más que sea difícil creer que alcancemos a ver un cambio radical de esta injusticia esencial en la que vivimos. Pero que la frustración de pensar que no llegaremos al final del camino no sea excusa para quedarnos quietos. Demos los pasos que podamos, aunque sean pocos. Uno de ellos, al hilo de este post, es negarnos a que esas partes del capital que a cada uno de nosotros graciosamente nos conceden gestionar contribuyan a las perversidades del sistema financiero. Saquemos nuestros escasos dineros de los "mercados financieros", entreguémoslos a entidades bancarias que los circulen sólo en la "economía real". Ya existen, se dan en llamar "Banca ética". Una de ellas, Triodos, tiene agencia en Tenerife y allí estuve ayer, abriendo una cuenta a la que he pasado los saldos de las dos que mantenía en bancos "convencionales".

domingo, 23 de septiembre de 2012

La independencia de Cataluña

Cataluña se quiere independizar, constituirse en Estado soberano dentro de la Unión Europea. Al menos, tras la última Diada, se diría que tal es la voluntad de un número muy significativo, puede que hasta mayoritario, de catalanes. Los gobernantes de la Generalitat, con Artur Mas a la cabeza, parecen alentar el independentismo, soberanismo o como quiera llamarse, bien es verdad que con declaraciones no del todo contundentes que les permiten el conveniente margen de ambigüedad. En todo caso, durante las últimas dos semanas, éste, el "encaje" de Cataluña en el Estado español ha sido el asunto central de los debates políticos en los medios en los que, aunque no los sigo demasiado, se han repetido hasta la náusea las mismas chácharas de siempre. Sin embargo, lo que no he escuchado, ni de los españolistas ni de los catalanistas, son propuestas concretas sobre cómo se llevaría a cabo la eventual secesión. En cambio, he oído con cierta estupefacción expresiones grandilocuentes del tipo de que "nada puede impedir que un pueblo siga el camino que libremente elija", muy adecuadas como arengas para inflamar patriotismos emocionales pero, me temo, poco ajustadas al pragmatismo que sería recomendable no dejar de lado.

Lo que saben de sobra los dirigentes catalanes que jalean los sentimientos independentistas es que llevar a cabo ese proceso es tremendamente complicado dentro del marco constitucional. Obviamente, habría que modificar el artículo segundo por eso de la "indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles" y, ya puestos, también el punto 2 del primero, que dice que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado". Hacerlo requeriría, de acuerdo al artículo 168, la aprobación por los dos tercios de ambas cámaras, la disolución inmediata de las Cortes, elecciones para constituir nuevo Parlamento que estudie y redacte el texto reformado y, finalmente, someter éste a referendum en todo el territorio español. ¿Alguien cree seriamente que todo eso es viable a corto-medio plazo? Yo no, desde luego, y lo que me pregunto es si la mayoría de los catalanes que ansían tener su Estado saben que son éstas las "reglas de juego" para llevar a cabo la secesión (y si sus dirigentes se las explican).

Cuestión al margen es si son justas o no, o ponernos a debatir sobre "el derecho de los pueblos". Una amiga barcelonesa, moderadamente independentista ella, me decía que el Estado catalán llegaría por vía pacífica, amparado en acuerdos parlamentarios refrendados legalmente. Coincido con ella en que cualquier "vía pacífica" pasa necesariamente por la legalidad, pero de lo que no estoy muy seguro es de que conociera los requisitos exigibles para recorrerla. Desde luego, no valen declaraciones institucionales, como las que la Vanguardia de hoy anuncia que adoptará el Parlament esta próxima semana, proclamando el derecho de Cataluña a decidir su futuro y pronunciarse sobre el tipo de "vínculo" que quiere con el Estado español. Ese, por sí solo, es un camino peligroso que podría conducir a la aplicación del artículo 155 de la Constitución que dice que "si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general". Por ahí no parece que se abra un camino "pacífico".

En apoyo de su bienintencionado deseo, mi amiga me citaba los ejemplos recientes de secesiones pacíficas habidas en Europa: las ex-repúblicas soviéticas, Chequia y Eslovaquia y hasta la de Montenegro de Serbia (porque las independencias de los otros territorios de la vieja Yugoslavia no tuvieron nada de pacíficas). No conozco en detalle estos procesos, pero sí que todos los ejemplos corresponden a viejos estados de corte federal y en los que las separaciones se produjeron, en efecto, respetando las propias reglas de sus constituciones (con las consiguientes derogaciones democráticas de éstas). O sea, que volvemos a lo mismo: los antecedentes deseables, aplicados al caso catalán, refuerzan la inevitabilidad de los pasos previstos en la Constitución. Si alguien cree que son referencias válidas, tiene que creer también que ese proceso constitucional es viable en España.

Lamentablemente, la mayoría de las independencias nacionales o, en general, la constitución de nuevos estados soberanos ha sido el resultado de guerras pues, al fin y al cabo, parece que la guerra es el único supuesto que permite saltarse las reglas de juego. Naturalmente, yo no pienso que los anhelos independentistas catalanes sean tan intensos como para abocarlos masivamente a la violencia bélica. Afortunadamente (en mi opinión) el "heroísmo patriótico" está de capa caída. Así que supongo que, al menos durante unos cuantos años, la actual algarabía soberanista-independentista, sin llegar nunca a sus objetivos últimos, se mantendrá con fines espurios, contribuyendo, desde ambos lados, a ensuciar aún más la convivencia y al enconamiento colectivo. También este "juego" de azuzamiento de instintos primarios dificultará avanzar por la que a mi juicio sería la dirección correcta (¿utópica?) que no es otra que la de la progresiva disolución de los estados-nación (montados sobre premisas perversas y obsoletas) para ser sustituidos por formas más justas y convenientes de organización social, en las que se olviden las fronteras y las reclamaciones identitarias. En fin.
   

 
Io non so più cosa fare - Vasco Rossi (Non siamo mica gli americani, 1979)

sábado, 15 de septiembre de 2012

Ficción histórica televisiva

Vi el otro día el primer capítulo de la tan anunciada nueva serie de ficción histórica Isabel, de Diagonal TV, la productora catalana responsable, entre otras, de Amar en tiempos revueltos, La Señora y República. No me disgustó este primer episodio, más de una hora (algo largo para una serie) entretenida, aunque quizá esperaba que lo fuera algo más, pero no estuvo mal. Comienza con la coronación de Isabel I en Segovia (13 de diciembre de 1474) y, a partir de ahí, se da un salto atrás hasta 1461 para iniciar la narración cronológica de los acontecimientos cuando los dos hermanos, Isabel y Alfonso, viven en Arévalo con su madre Isabel de Portugal (protegidas por Gonzalo Chacón) y son llamados a la corte segoviana por Enrique IV, su medio hermano.

Comprendo que el principal objetivo de los productores de una serie es entretener a los espectadores, lo que puede aconsejar no ser demasiado escrupuloso con el rigor histórico. En mi opinión, no obstante, hay unas líneas rojas que deben siempre respetarse y, entre éstas, la más rígida es no alterar flagrantemente los hechos que han ocurrido. En este primer capítulo de Isabel no he detectado (tampoco soy un experto) ninguna barrabasada de tal jaez, pero sí las hay, y muchas, en Los Tudor, otra serie del estilo que he estado viendo durante este verano. Esta última nos cuenta descaradas falsedades como, entre otras, que el hijo bastardo de Enrique VIII con Bessie Blount murió de niño, que el cardenal Wolsey se suicidó en prisión, que el duque de Suffolk se casó con Margarita, la hermana del rey, y así hasta la saciedad. Supongo que los guionistas debieron de pensar que estas "licencias" mejoraban la tensión dramática del argumento o, en otros casos, lo que buscaban era simplificar la narración para evitar que el espectador se liara, pero para mí son inadmisibles pues contribuyen a hacerse una idea errónea del pasado. Por ejemplo, quienes hayan visto la serie quedarán espantados ante la crueldad de las decapitaciones de Ana Bolena o Thomas Cromwell, ante una muchedumbre del pueblo llano, cuando, en ambos casos, por ser nobles las víctimas, las ejecuciones fueron privadas.

Más discutible es la simplificación histórica de los argumentos que, dentro de ciertos límites, entiendo que puede admitirse. Mucho pedir sería que un producto dirigido al entretenimiento nos muestre todos los factores y matices que hay detrás de cada acontecimiento, so pena de resultar un tostón indigerible (aunque quizá no necesariamente: evitarlo sin renunciar a una recreación histórica rigurosa se me antoja un buen reto para los guionistas). Así que soy tolerante con las inevitables omisiones, la sobrevaloración arbitraria de ciertos aspectos en detrimento de otros e incluso, aunque con reparos, los "rellenos" de la trama con episodios de débil sustento histórico, siempre que no se contradigan con los hechos. Sin duda, en lo relativo a estas cuestiones, lo más llamativo en la ficción histórica es la tendencia a primar los factores personales frente a otros de naturaleza más objetiva, debido, obviamente, a que los productores saben que para enganchar a los espectadores han de conseguir reacciones emocionales de éstos, sean de identificación o rechazo, con los personajes. Esta premisa de la ficción histórica (también presente pero con mucho menor impacto en las novelas de este género) conduce a una interpretación del devenir histórico que descansa sobremanera en la psicología de los personajes; digamos que en la cultura de masas prevalece el enfoque de Marañón sobre el de Braudel.

No voy a negar que las personalidades de los protagonistas relevantes influyeron en el devenir histórico de sus épocas, pero es abusivo pensar que hasta extremos tales como nos son presentados en estas series televisivas. ¿Se explica la reforma anglicana sólo por el encoñamiento de Enrique VIII con Ana Bolena? Los Tudor apenas habla de los restantes factores políticos y económicos que intervinieron en la apuesta (nunca del todo a fondo) de ruptura con Roma. Desde luego, sí creo que las motivaciones personales, incluyendo las más bajas pasiones, juegan un papel importante en el por qué ocurren los hechos; al fin y al cabo, éstos son el resultado de acciones humanas que se originan por decisiones de personas concretas. No pienso, por tanto, que la historia venga predeterminada, pero sí que hay una "corriente" que subyace en su devenir, resultante de la suma vectorial de casi infinitos factores (algunos vinculados a nuestra especie y otros no) y que conocerlos, o al menos indagar sobre ellos, permite entender las condiciones y límites de las actuaciones individuales concretas. Aunque ello sea mucho más complicado de narrar en una serie televisiva y menos atractivo para el público que resaltar las notas caracterológicas de los reyes y nobles de la época.

Pero este asunto da para muchas sesudas discusiones y por tanto es arriesgado mantener un posicionamiento inequívoco desde el que juzgar el tratamiento por el que optan los productores, razón por la cual, como ya he dicho, soy tolerante con estas inevitables simplificaciones. Asunto parecido, pero no igual, es el concerniente a las actualizaciones de los comportamientos históricos para que sean más digeribles por el espectador actual. Esta cuestión implica un cierto grado de falseamiento al presentarnos a los personajes casi como si fueran nuestros contemporáneos. Ciertamente, cuanto más leo textos de historia más me convenzo de que el ser humano ha cambiado poco en sus caracteres psicológicos y, por tanto, nuestros comportamientos siguen respondiendo, básicamente, a las mismas motivaciones que las de nuestros ancestros de los siglos XV y XVI, por ejemplo. Aún así, ha habido cambios en lo que alguna vez he llamado nuestras "estructuras ideológicas", el modo de concebir la vida y el mundo que, condicionado por el entorno social, se refleja en formas de ser, pensar y actuar variables a lo largo de la historia. Son matices poco adecuados para ser reflejados en una serie porque, debido justamente a que esos valores culturales nos son ajenos, de lograrse, dificultarían la identificación emocional del espectador con el personaje. Estoy pensando ahora, por ejemplo, en la tremenda importancia que tenía la religión, capaz de condicionar (y limitar) toda la personalidad de un individuo de los siglos XV y XVI. También en el lenguaje.

En cuanto a la forma de hablar de los personajes de estas series, entiendo que sea aceptable "traducirla" a la sintaxis moderna, dejando sólo ciertas tonterías como el uso ceremonioso de la segunda persona del plural. No obstante, habría sido interesante que los productores se hubieran atrevido a intentar reproducir el lenguaje hablado de aquéllas épocas; no creo que ello hubiese reducido demasiado la inteligibilidad de los diálogos ni el interés argumental y, a cambio, habría contribuido significativamente al "realismo histórico" de la narración. Lo que no me parece admisible es que se vayan al extremo opuesto, como en Los Tudor, usando palabras que son verdaderos anacronismos (al rey no se le llamaba majestad, por ejemplo) o que se hace difícil creer que pudieran ser pronunciadas (ésas o las contemporáneas de equivalente carga semántica) por el correspondiente personaje (por ejemplo, se me hace difícil creer que la reina Catalina Howard, mientras era "cabalgada" por Enrique VIII, le gritara palabras propias de una peli porno).

Hay un último aspecto al que quiero referirme, mucho más frívolo e irrelevante, sin duda: el de los parecidos entre los actores elegidos y los personajes históricos que representan. De entrada, tanto en Los Tudor como en Isabel, llama la atención el escaso cambio de apariencia de los personajes principales pese al tiempo que transcurre entre los hechos narrados. Los Tudor comprende desde 1518 hasta la muerte de Enrique VIII en 1547, casi treinta años durante los cuales el rey pasa de ser un joven de 27 años a un cincuentón achacoso y extremadamente obeso. El actor, Jonathan Rhys Meyers, empezó el rodaje con treinta años y lo acabó con 33, sin que los productores hayan considerado necesario avejentarlo a medida que transcurrían los episodios. En el caso de la serie Isabel, la cosa es menos grave porque Isabel de Castilla tenía 21 años en su coronación, edad que casa aceptablemente con la de la actriz protagonista, Michelle Jenner Husson, de veintiséis; sin embargo, cuando la serie se retrotrae al inicio de la narración, 1461, la futura reina tenía diez años y, por muy aniñado que sea el aspecto de la actriz, difícilmente cuela. La verdad es que, sobre todo en Los Tudor, podrían haberse esmerado más en adecuar el actor al personaje, como hay magníficos ejemplos en el cine (el maquillaje hace maravillas).


Pero lo más descarado es el empeño en presentarnos unas imágenes físicas de los personajes históricos muy distintas de las que tuvieron. Intuyo que mucho tiene que ver con el culto actual (¿o ha sido así siempre?) a la belleza, que parece obligar a elegir actores guapos según los cánones contemporáneos, sin preocuparse de buscar un parecido con los personajes que representan, de los cuales, dicho sea de paso, hay abundantes representaciones pictóricas. Isabel de Castilla era de mediana estatura, blanca y rubia, como la mayor parte de los Trastámara, de ojos claros, entre verdes y azules, de mirada franca y alegre. Por supuesto, las crónicas de la época y la literatura, tanto histórica como de ficción posteriores, la describen como una mujer bellísima que es es lo que cabía esperar, dado su linaje. Pero hay retratos varios (aunque apenas de los años más juveniles que son los que cubre la serie) que nos permiten hacernos una idea de su apariencia, teniendo en cuenta que los pintores bien se cuidarían de representarla lo más favorecida posible. Puede que la imagen más temprana de que dispongamos de Isabel sea la del famoso cuadro anónimo colgado en las habitaciones reales del convento de Santa María de Gracia de Madrigal de las Altas Torres, antiguo palacio real donde nació la futura reina. Dice la tradición que se trata de un retrato de bodas de los dos reyes católicos y, si así fuera, la futura reina tendría dieciocho años. No es fea pero dista mucho de ser una preciosidad como la Michelle de la serie (Fernando sí que es feo, pese a ser un año menor).


A una edad más tardía aparece representada en el famoso retablo de la Virgen de los Reyes Católicos, atribuido a Fernando Gallego o un discípulo suyo hacia principios de la década de 1490, por lo que la reina estaría en sus primeros años de la cuarentena, que parecen muy bien llevados (empeño del pintor, supongo). Y qué decir del retrato más famoso de todos, el atribuido a Juan de Flandes y conservado en el Palacio Real de El Pardo, en el que la reina debía rondar la cincuentena y posa con cara de pánfila. Hay más representaciones de la época (no valen, claro está, las obras posteriores, sobre todo del XIX), las suficientes para poderse hacer una imagen de la apariencia física que habría tenido la joven infanta y que habrían permitido a los productores buscar una actriz más parecida, aunque no fuera tan atractiva como la chica tan mona que eligieron. Pero ya no es sólo que los actores sean bastante más guapos que los personajes que representan, sino que no se nota ningún esfuerzo en darles una apariencia física de la época, de modo tal que parecen, como así con, personas actuales embutidas en trajes de época. No sé, díganme si es creíble que en la segunda mitad del XV tales fueran las apariencias de la princesa y del valido del Rey, don Beltrán de las Cuevas.

Estas "imprecisiones" en la imagen física llegan a límites absurdos en Los Tudor que confío en que no se alcancen en la serie española recientemente iniciada. Desde luego, la más notable es que el guapo actor y modelo de perfumería dista mucho de parecerse al Enrique VIII de los célebres retratos de Holbein, ni tampoco tienen nada que ver las actrices que encarnan a sus seis esposas. Pero ya el colmo es que escojan como Ana de Cleves a la jovencita cantante de soul Joss Stone (cuya música, por cierto, me gusta mucho) que, sin ser una deslumbrante belleza no está nada mal, para decirnos a continuación que al rey le pareció horrorosa, tanto que ni siquiera pudo consumar el matrimonio. Como correctamente se cuenta en la serie, Enrique envió a Cleves a su admirado Holbein para que la retratara a fin de conocer su apariencia (costumbre habitual de la época) antes de ceder a las presiones de Cromwell para que se casara con ella. Holbein la pintó lo más agraciada que pudo, obviando sus fealdades, entre ellas los vestigios faciales de la viruela. Si viendo hoy el cuadro (en el Louvre) no se lleva uno la impresión de una mujer agraciada, hay que imaginar cuanto más fea sería dado que el rey Enrique se sintió engañado por su pintor favorito. ¿Tanto habría costado escoger una actriz fea aunque sólo fuera para que el argumento de la serie resultara convincente?



 
All the king's horses- Joss Stone (The Soul Sessions, 2003)

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Fe de errata

Hace casi un año escribí un post rastreando el origen del término Dictadura del proletariado, a raíz de una interesante discusión en los comentarios al anterior centrada en las relaciones entre las ideologías "teóricas" (y, como siempre, se compararon marxismo y catolicismo) y los comportamientos reales de sus acólitos o creyentes y, en especial, de los dirigentes de las instituciones erigidas oficialmente sobre tales ideologías (cualquier régimen comunista o la Iglesia Católica). Durante ese debate Lansky negó la paternidad marxiana del término, atribuyéndosela a Lenin. Tal aseveración me sorprendió porque me sonaba que sí había sido don Carlos quien había acuñado el tan manoseado concepto; pero llevaba mucho tiempo, casi desde mis años juveniles, sin leer textos de Marx y me dije que tal vez era yo el equivocado. De ahí que dedicara unos días a revisar la bibliografía del escritor-filósofo-revolucionario renano y comprobara que, efectivamente, Marx sí había empleado el término Dictadura del Proletariado, despejándome así la duda que me había suscitado el comentario lanskyano.

Pues bien, en ese post escribí que fue en su Crítica del programa de Gotha, uno de sus últimos escritos publicado póstumamente, donde Marx acuña por primera vez el término "dictadura (revolucionaria) del proletariado". Y no, no es verdad, las palabrejas ya las había usado antes, como el martes me hizo saber un comentarista anónimo (una pena el anonimato), recriminándome, con razón, el escaso rigor de mi escrito de hace un año. Me dice este desconocido comunicante que "no puede ser que alguien quiera interesarse por el término Dictadura del proletariado y una de las primeras cosas que se encuentren sea esto". Por supuesto, asumo mis culpas, máxime cuando la obra de Marx puede encontrarse íntegramente en internet (por ejemplo en la magnífica web Archivo Marx-Engels que, de hecho fue la que consulté); debí haber sido entonces un poco más cuidadoso  ya que el rigor que me reclama esta persona es una de las virtudes que más aprecio, aunque como ha quedado demostrado no me esmero lo suficiente en practicarlo.

De lo que ya no soy responsable es de que algún buscador de internet, cuando se teclea Dictadura del Proletariado, ofrezca entre los primeros resultados el enlace a ese post mío. Desconozco los factores de ponderación y filtrado que emplean los algoritmos de estos buscadores para rastrear la red y seleccionar en determinado orden las páginas que satisfacen los requerimientos de búsqueda del usuario, así que no puedo explicar(me) por qué ocurre lo que dice esta persona. Aunque, para matizar su afirmación, hay que decir que Google me asigna el ordinal 49. Ciertamente, para más de un millón de resultados a esa búsqueda, es uno de los primeros puestos, pero tampoco creo que mucha gente interesada en despejar sus dudas sobre la dictadura del proletariado llegue a mi post después de haberse leído las cuarenta y ocho páginas que previamente sugiere el buscador.

Entre ellas, como es habitual, la primera es la de wikipedia, un breve texto en el cual no se cita en qué obra acuñó Marx el término e incluso no se termina de dejar claro si éste en sus exactas palabras, sí en el concepto, nace de su pluma. Más bien, inducen a confusión al transcribir las mismas frases de Lenin (de El Estado y la Revolución) que citó Lansky en su comentario. Pero es que me he tomado la molestia de comprobar que prácticamente todas las webs que Google considera más pertinentes que mi post sobre La dictadura del proletariado aportan todavía menos que éste, limitándose la mayoría a meras simplificaciones didácticas del concepto a nivel de bachillerato elemental. Tan sólo una de ellas dirigiría al hipotético interesado a las fuentes marxianas originales; se trata de otra web marxista que reproduce "La revolución proletaria y el renegado Kautsky", escrito por Lenin en 1918. Ahí el fundador de la Unión Soviética ataca, con su virulencia habitual, a Kautsky por tergiversar el sentido que da Marx al término de marras y, además, crítica que aquél asegurara que Marx sólo lo había usado una vez y en la tardía fecha de 1875 cuando, como le corrige Lenin, "tanto Marx como Engels, tanto en sus cartas como en las obras impresas, han hablado muchas veces de la dictadura del proletariado, antes de la Comuna y, sobre todo, después de ella".

Kautsky, por cierto, fue uno de los más reputados teóricos marxistas de los turbulentos principios del siglo pasado y uno de los principales impulsores de la Segunda Internacional (cuna de la socialdemocracia), tan odiada por los bolcheviques y todos aquéllos que estaban convencidos que para alcanzar la utópica sociedad sin clases era necesaria la violencia revolucionaria. Pero no voy a derivar hacia los agrios enfrentamientos entre mencheviques y bolcheviques (por referirme a Rusia); lo que me ha hecho gracia leyendo estas páginas de Lenin es que mi anónimo comentarista repite conmigo (desde luego, con mucha menos acritud y extensión) lo que hizo el soviético con Kautsky hace casi 100 años. Y en ambos casos, entonces y ahora, ambos tienen razón en su acusaciones da falta de rigor (al menos a mí no me imputa, como Lenin a Kautsky, deshonestidad intelectual). Es decir, tanto el de Praga como yo erramos al decir que la dictadura del proletariado era un concepto tardío de Marx y poco empleado en su obra.

Pues nada, la conclusión es que uno mete la pata y que mi blog no es una fuente fiable para quien tenga interés en profundizar en teoría marxista ni, me temo, en cualquier otra cosa. Bien que lamento tener que reconocer estas carencias, pues ya me había hecho ilusiones con que se reconociera mi erudición y me llovieran invitaciones a presidir los más importantes congresos de filosofía política que se celebren urbi et orbi, acompañadas de jugosos emolumentos. Pero, de otra parte, supongo que cualquier persona interesada en formarse e informarse sabe que es necesario buscar en muchas fuentes y confrontarlas para irse construyendo un background cultural mínimamente riguroso. Sin que pretenda excusarme por mi inexcusable error (que ya me he apresurado en señalar en el correspondiente post a fin de evitar inducir a error a los esporádicos lectores futuros ), yo diría que, dado el contexto (internet) y la intención del post, tampoco era para tanto. Lo cual no quita, al contrario, que valore muy positivamente la corrección de este crítico desconocido. Así todos, yo el primero, aprendemos algo nuevo.


 
Empty Sky- Elton John (Empty Sky, 1969)

Elton John no ha sido nunca muy de mi gusto. El caso es que hace unos días un amigo me ha regalado (en mp3) la práctica totalidad de su discografía (cuarenta y pico discos, algunos dobles) y llevo unos días escuchando al histriónico pianista inglés. Esta canción que acompaña al post es la primera de su primer album, que pasó sin pena ni gloria. Y la verdad es que los dos o tres primeros discos me han sorprendido gratamente, con bastantes temas llenos de creatividad e intención experimental, sugiriendo varias evoluciones estilísticas que no llegaron a materializarse en cuanto se convirtió en superestrella y dominó el arte de alcanzar los más altos puestos del éxito comercial. Y conste que el Elton John consagrado no me parece nada mal compositor, intérprete o músico; simplemente sus canciones más populares me dicen menos que esta primerizas.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Acosos telefónicos

Pocas cosas me resultan más irritantes que estar tranquilamente en casa, suene el teléfono y sea alguna llamada publicitaria. Yo he crecido en unos tiempos en el que el teléfono era un aparato casi reverencial, algo que había que usar con moderación y sólo cuando era realmente necesario. En mi niñez, teníamos que pedir permiso para hacer una llamada y cuando las recibíamos nos sentíamos un poco culpables y procurábamos que la conversación no se alargase. Era otra época, claro, y probablemente mi padre sobre ésta, como sobre otras tantas cosas, mostraba una severidad excesiva, pero esa "educación" ha dejado huella en mi actitud ante las comunicaciones telefónicas.

Así, a diferencia de generaciones más jóvenes, considero que llamar a alguien por teléfono exige unas mínimas condiciones de confianza. Supongo siempre que la persona con quien quiero hablar va a recibir con agrado mi llamada, tanto porque no le moleste hablar conmigo como porque lo que he de decirle justifique la comunicación. Si sospecho que esta condición puede no verificarse por regla general me abstengo de marcar su número. A la inversa, cuando suena mi teléfono presumo (evidente, y con frecuencia errónea, proyección de mis prejuicios) que quien está al otro lado piensa del mismo modo. Por eso me es muy difícil, casi imposible, no levantar el auricular; si suena es que quieren comunicarme algo importante. Para colmo, el teléfono fijo de mi casa no tiene pantallita en la que se vea el número que llama.

En estos meses de verano durante los que, a diferencia de lo habitual, he estado casi todo el tiempo en mi casa, prácticamente cada día he recibido alguna llamada con fines comerciales, la mayoría de compañías telefónicas. Al principio incluso escuchaba el rollo que me soltaba el tipo antes de decirle que no me interesaba, lo cual traía como respuesta que me preguntara que por qué no, que si acaso no quería yo ahorrar dinero. A medida que me iba cabreando con la insistencia de estos individuos, mis respuestas eran más cortantes y ya, desde hace unos días, en cuanto descuelgo y me dicen que llaman de la empresa que sea me limito a decirles que no quiero hablar y corto la comunicación sin darles opción a réplica. Lo cual, resabios también de mi opresiva educación, me deja mal cuerpo porque no me gusta ser grosero y, al fin y al cabo, la persona que intentaba venderme una tarifa nueva no es más que un empleadillo explotado que no tiene culpa de nada.

En algunas de estas estimulantes conversaciones le he dicho muy educadamente a mi interlocutor de turno que se ocupara de hacer constar en la empresa que yo no quería recibir llamadas telefónicas. Vano intento, desde luego, porque al cabo de pocos días recibía una nueva llamada de la misma compañía. El miércoles, almorzando con unos amigos, me han comentado que según la Ley de Protección de Datos estas campañas telefónicas no son admisibles y que lo que tengo que hacer la próxima vez es pedirle al vendedor que se identifique y preguntarle cómo han conseguido mi nombre (porque me llaman por mi nombre) y teléfono, advirtiéndole que voy a denunciar a la empresa. Lo haré, desde luego, no porque crea que vaya a servir para algo pero, al menos, pasaré un buen rato.

Sin embargo, no tengo tan claro que las compañías que me molestan telefónicamente estén incumpliendo la normativa legal o, al menos, lo hagan tan flagrantemente que sea fácil denunciarles. Presumo que mis datos personales los han obtenido con mi consentimiento, aunque yo no haya sido del todo consciente de que les estaba autorizando a "informarme" per saecula saeculorum de sus promociones comerciales; al firmar un contrato con Telefónica, por ejemplo, habré "aceptado" que dispongan de mis datos para estos fines. Aunque intuyo que no serán muy escrupulosos en el cumplimiento de la exigencia del artículo 15 del Reglamento que dice que cuando se solicite el consentimiento durante la formación de un contrato para finalidades que no guarden relación directa con el mantenimiento, desarrollo o control de la relación contractual, deberá permitir al afectado que manifieste expresamente su negativa al tratamiento o comunicación de datos. En todo caso, lo que desde luego no respetan como debieran es el artículo 17 que señala que el afectado podrá revocar su consentimiento a través de un medio sencillo y gratuito. Hace un momento he entrado en la web de Vodafone (otra de las que me agobian) y lo único que he encontrado al respecto (en letra muy pequeña al final de la página) es un enlace a "Política de Privacidad" en donde se refocilan asegurando lo respetuosos que son con mi privacidad y con el tratamiento de mis datos. Sin embargo, no nos dicen expresamente cómo suprimirlos de sus ficheros o limitar el uso que les permitimos hacer de ellos, y sólo dan la oportunidad de mandarles un correo postal adjuntando copia del DNI para "obtener detalles sobre la información personal que en ese momento tengamos sobre ti ". Sin duda un "medio sencillo y gratuito".

La normativa vigente nos da a todos el derecho de acceder a nuestros datos para conocer para qué los usan, rectificarlos o incluso cancelarlos. El problema es que hay que dirigirse al responsable de cada uno de los ficheros, lo cual en principio (véase ejemplo de Vodafone) no es algo inmediato y sencillo. Justamente para evitar esos esfuerzos al afectado, el Reglamento de la Ley de Protección de Datos permite en su artículo 49 que se creen ficheros comunes en los que se inscriban a quienes manifiesten su oposición a recibir publicidad. Pues bien, en julio de 2009 la Agencia Española de Protección de Datos creó dicho Fichero que se conoce como Lista Robinson cuyo nombre, creo, alude al náufrago de Defoe, referencia a mi juicio muy poco adecuada pues parece insinuar que quienes deseemos excluirnos del bombardeo publicitario renunciáramos voluntariamente a la civilización y a la sociedad. En fin, aunque sólo sea por probar, me he apuntado en dicha Lista: a ver si es efectiva.

De entrada mucho no te garantiza porque parece que esta lista vale sólo para las "entidades usuarias del servicio" y no todas las empresas lo son (por ejemplo, Vodafone no aparece). Sin embargo, el artículo antes citado obliga a todos los que pretendan manejar datos personales con fines publicitarios a consultar previamente estos ficheros comunes para evitar incluir en sus campañas a quienes hubieran manifestado su oposición a ese tratamiento.

Pero, por otro lado, que el ciudadano haya de inscribirse en una lista para no recibir publicidad supone, a mi juicio, un error (o, mejor, un abuso) de partida. Me parece evidente que el manejo de tus datos con fines publicitarios y que te llamen a tu casa para darte el coñazo deben presumirse per se actos contrarios a los derechos individuales y, por tanto, la Ley tendría que haberlos prohibido de forma genérica, salvo que el ciudadano lo autorizara a la empresa concreta y en respuesta a su solicitud específica e independiente de otras. Naturalmente, esto no es así por las presiones de las compañías que no están dispuestas a renunciar a la técnica promocional del marketing directo, como lo prueba el que la FECEMD (Federación de Comercio Electrónico y Marketing Directo) presentara un recurso contencioso-administrativo en el Tribunal Supremo contra el texto por considerar que el Reglamento viola la directiva comunitaria de libre circulación de datos. Pero es que, aún cuando las empresas protesten por las nimias cortapisas a su actividad publicitaria, la verdad es que el legislador español legitima la mercantilización de los datos personales.

En fin, aún con reservas, me he apuntado a la Lista Robinson y ya veré si vale para que dejen de darme el coñazo. En todo caso, a partir de ahora voy a ocuparme de que mis datos no sean materia prima para ninguna campaña publicitaria. Al fin y al cabo, se supone que somos titulares del derecho a decidir el empleo que se puede hacer de ellos y, como es sabido, para que cualquier derecho sea efectivo hay que exigir que se cumpla.

Suite for 20G - James Taylor (Sweet Baby James, 1970)

lunes, 3 de septiembre de 2012

Menudo veranito

Menudo veranito que me ha tocado. Estos últimos tres meses, desde principios de junio hasta el pasado viernes 31 de agosto, merecen un puesto de honor entre los periodos más agobiantes de mi ya no tan corta vida. Por un lado, mi puñetero incidente médico que se tradujo en dos estancias hospitalarias y también dos operaciones, la primera de desatasco de tuberías y la segunda, aparentemente más sencilla pero cuyas secuelas resultaron ser bastante más molestas, de extirpación de órgano superfluo que parece que ya había amortizado. En fin, el inicial dolor agudo de estómago que me llevó a urgencias ha traído larga cola o, al menos, mucho más larga de lo que imaginaba aquella noche del recién iniciado junio cuando me retorcía en la cama. Pero afortunadamente, salvo mínimos incordios, parece que el asunto ya está satisfactoriamente resuelto; confiemos en que la próxima se haga esperar.

Pero lo realmente duro no ha radicado en el capítulo de la salud, sino en el del trabajo. Teníamos el compromiso de entregar a finales de julio el documento del Plan General que había que remitir, a los organismos sectoriales (Aviación Civil, Costas y Carreteras) para que lo informen previamente a su aprobación inicial por el Ayuntamiento. Lamentablemente, como director del trabajo, el Plan depende en exceso de mí. Mea culpa, ciertamente, porque no he sabido/podido conseguir que las personas que colaboran en la redacción fueran suficientemente capaces de hacer el documento que queremos (y que el Ayuntamiento requiere) con mayor autonomía. En mi descargo diré que estamos redactando un Plan bastante innovador, sobre todo en sus aspectos metodológicos y técnicos, con un grado de detalle y exhaustividad tremendo y que, además, casi todos los que están en este empeño son gente joven con todavía poca experiencia.

En fin, el caso es que he currado (no sólo yo) una salvajada, pegado todo el día al ordenador y al teléfono (para dar instrucciones y resolver dudas) y durmiendo no más de cinco horas de media, sin fines de semana ni, mucho menos, vacaciones, salvo una breve escapada de tres días el fin de semana de mi cumpleaños a una casita rural en la vertiente norte de la Isla. Aunque parecía imposible, lo cierto es que el viernes pasado, diez minutos antes de que cerrara el registro de la Gerencia Municipal de Urbanismo, entregamos dos DVD con todos los documentos del Plan. Esa noche dormí doce horas y media, algo que no hacía desde los años universitarios (bien es verdad que la anterior no me había acostado). Que hayamos entregado no quiere decir que el trabajo esté acabado. Ahora, durante los dos meses (como mínimo) que tienen de plazo las administraciones para emitir sus informes habremos de revisar el documento, en colaboración con los técnicos municipales, para que llegue lo mejor posible al pleno de aprobación inicial. Pero, en cualquier caso, se ha cubierto una etapa soportando una presión que espero que no se repita con tanta intensidad (ya no estoy para estos trotes).

Por supuesto, aunque no estoy nada contento de haber pasado el veranito que he pasado, sí creo que el trabajo realizado nos ha permitido aprender (a mí el primero) muchas lecciones de las que habremos de sacar provecho en el futuro, tanto laborales como vitales. Pero no me apetece ahora referirlas, que de lo que tengo ganas es de desahogarme en plan quejica, lamentándome de lo jodido que he estado y de las muchas cosas que me gustan que no he podido hacer por culpa del maldito Plan General. Una de ellas, obviamente, escribir en este blog que, creo, nunca había sufrido, en sus más de seis años de existencia, una sequía tan prolongada. Como de momento me encuentro bastante baldío en cuanto a inspiración, esta primera lluvia no pasa de ser un sirimiri de mínima eficacia regante. Pero por algo se empieza; a ver si retomo mi frecuencia habitual escribidora y publicadora.

Tampoco he escuchado música, apenas he leído por diversión, mi actividad sexual ha caído a niveles preocupantes, no he caminado más allá de los paseos a los perritos de K por el parque adyacente a mi casa, ninguna excursión o salida a un restaurante, cero de actividades sociales ... ¿Sigo? El único entretenimiento ha consistido en ver junto con K, mientras almorzábamos y cenábamos, todos los capítulos emitidos hasta el momento de la serie norteamericana Mad Men (ahora hemos empezado con Los Tudor). No parece un plan de vida muy envidiable, la verdad, y confieso que cuando se mantiene durante tres largos y espantosamente calurosos meses llega a ser tremendamente enervante, con abundantes momentos de irritación en los que estás al borde de ceder a la tentación de mandarlo todo a la mierda.

Además, la dedicación tan exclusiva que me ha exigido este curre ha hecho que posponga bastantes temas pendientes que ahora he de retomar. Entre ellos, por ejemplo, las revisiones médicas anuales (son cinco) que mi edad y defectos de fábrica me imponen. Pero hay también otros más que se me acumulan para este último cuatrimestre de 2012 (¡hay que joderse con lo rápido que pasa el tiempo!)

Bueno, basta ya de quejarme, que no es mi estilo. Pero antes de acabar tengo que hacer un homenaje agradecido a K, la persona que ha pasado estos tres meses prácticamente todo el rato a mi lado, soportando mis nervios, ayudándome en el trabajo y, sobre todo, dándome las fuerzas que a veces, aunque ella ni se diera cuenta, se me escapaban. Muchas gracias, preciosa, y un beso grande.

Si esta canción, en vez de titularse "qué dura noche la de aquel día", fuera "qué duro verano el de aquel año" vendría como anillo al dedo a este post. No obstante, y aunque no sea de las que prefiero de estos chiquitos nuevos de Liverpool, tampoco viene mal como banda sonora.