lunes, 30 de abril de 2012

Facciamo finta che sia vero

En la postdata de la entrada anterior me referí al último disco de Celentano, sobre el que aprovecho para añadir ahora algunos comentarios. Celentano es, sin duda, una de las figuras públicas de más prestigio en Italia. Irreverente, divertido, activista caótico que peca, me parece, de cierta ingenuidad pero quizá ésta sea uno de los ingredientes de su fuerza, de su gancho. El tío tiene ya setenta y cuatro años pero está en plena forma. Desde luego, valorar su extensísima trayectoria musical (o incluso vital) a estas alturas sería el colmo de la redundancia. Temas como Il ragazzo della via Gluck o Azzurro, ambos de los sesenta, cimentaron su fama internacional desde muy joven, pero, aunque siempre me ha gustado, el Celentano maduro fue para mí todo un redescubrimiento, en concreto a partir del estupendo album Io non so parlar d'amore (1999).
 
Este último disco es, según él mismo, un grito de rabia contra la situación actual, contra el modelo económico que nos imponen y cuyos efectos en Italia, matizados por las particularidades de ese país, son muy similares a los que aquí sufrimos. Dice Celentano que se trata de su obra "más política" y, en efecto, de los nueve temas cuatro son proclamas activistas antisistema, algo panfletarias, claro, algo confusas e ingenuas también, pero no se trata de pedirle a un tipo del show-bussiness certeros diagnósticos sociopolíticos. El propio cantante confesó que sólo desde hace poco intenta comprender la economía y que todavía hay mucho que no entiende, pero sí se da cuenta de es una bomba sobre la que el mundo se ha sentado. Así que Adriano hace lo que puede y cree que debe hacer y, a mi juicio, eso le honra: aprovechar su fama, su autoridad moral ante sus aborregados paisanos, para reclamarles que despierten, que se movilicen contra las reglas de juego que nos conducen a la debacle, que dejen de aceptar resignadamente las mentiras que nos repiten hasta la saciedad los interesados siervos del poder.
 

No me sorprende demasiado que este disco casi no suene en España, porque ya me he acostumbrado a que apenas nos llegue música italiana de calidad (lo cual nunca he terminado de entender, porque bastantes similitudes hay entre nuestras culturas). En Italia, en cambio, ha sido un exitazo, no exento, desde luego, de polémica, amplificada con la presencia estelar de Celentano en el último festival de Sanremo en el cual, además de cantar, escenificó unas brillantes peroratas arremetiendo contra la prensa católica italiana, los trenes de alta velocidad, hablando de la pantomima en que se ha convertido la democracia, cómo se imposibilita el ejercicio de la soberanía popular ... dándose el gusto, en suma. Pero lo que sí echo en falta es que aquí se alcen personajes con similar relevancia pública y denuncien el expolio criminal al que nos están sometiendo, voces que, con el crédito de su popularidad y el prestigio de sus trayectorias, puedan acallar las siempre repetidas mismas mentiras con las que obsesivamente nos bombardean desde los medios papagayos vendidos al poder por cuatro perras.

Subo a este post tres de los temas "políticos" de este album, con sus traducciones correspondientes, en las que me he permitido ciertas licencias.

Supongamos que sea verdad 

Supongamos que sea verdad lo que os digo, que verdad es que somos gobernados por la fuerza. Estamos en manos del peor estilo de vida, en manos de gobernantes insensatos que se turnan mientras navegamos sin rumbo a merced de la tempestad. Cuando era joven vi otros mundos, otra raza de seres humanos. Volaban cuerpos de arco iris en el cielo, estábamos bien. Despierta, despertémonos, durmientes de un sueño perenne. Los siervos del poder se venden por cuatro perras, papagayos amaestrados que repiten obsesivamente siempre las mismas mentiras. Tenemos que despertar ya las conciencias, ahora, quizás sea demasiado tarde. 

Qué bella era Milán en los años sesenta bajo una luz dorada. Veía cuerpos de arco iris en el cielo. Milán bajo la luz, cuerpos de arco iris colaban en el cielo.
 
 
Facciamo finta che sia vero - Adriano Celentano (Facciamo finta che sia vero, 2011)

La cumbia de quien cambia 

Si alguno quiere bailar, dé un paso alante, dé un paso alante. 
Si alguno quiere cambiar, dé un paso alante, dé un paso alante. 

Los funcionario del Estado italiano a menudo meten la mano, empiezan bien y terminan mal, con frecuencia los ves robar. Actúan en su propio beneficio, para disfrutar de privilegios desmedidos, sin ningún decoro, con completa impunidad. 

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 

Nunca he sido un pasota de los que dicen que todos son iguales, no es mi modo de pensar. Admito que a veces los funcionarios del Estado italiano me han parecido personajes de escaparate: bajo los focos son bellos y atractivos pero cuando los rascas te das cuenta de que fingían.

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 

Siempre se dice que el pueblo se asemeja a su clase dirigente, una generalización para eludir la responsabilidad. La historia en cambio está llena de ejemplos contrarios, de gente valiente que ha inspirado a otra gente. Y justamente cuando todos piensan lo mismo más destaca una versión diferente.

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 

Yo no creo que todos los italianos entierren amianto en los campos, que enfanguen el nombre de los adversarios para quitárselos de enfrente, ni que compren los partidos a los árbitros. Pero en cuanto los árbitros se dejan comprar, en cuanto se miente sobre las desgracias ... La ocasión es la que hace criminal al hombre. 

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 

Yo me inclino ante los valores de la resistencia, cada pueblo tiene su revolución. De los valores que se están desvaneciendo, el más prioritario es el de la innovación. Italia es un sigo de exclamación que se alarga desde el centro de Europa hasta el norte de África, somos el país que ha fundado un nuevo mundo, un gran puente entre el futuro y Amarcord. 

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 
Si alguno se lo juega todo, dé un paso alante, dé un paso alante. 
Si alguno quiere cambiar, dé un paso alante, dé un paso alante. 

Declaro que no soy un idealista y que la política no me enternece. Pero a veces pienso que estaríamos todos mejor si nos esforzáramos por algo mejor. Nos estamos convirtiendo en un pueblo de apoltronados, en un pueblo de compulsivos. ¿Nos estamos convirtiendo o siempre lo hemos sido? Me pregunto si nos hemos resignado; personalmente, no tengo datos para saber cuántos no lo han hecho. Cada uno construye solo los cambios y no hay rayo al que no siga un trueno. 

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 
Si alguno se lo juega todo, dé un paso alante, dé un paso alante. 
Si alguno quiere cambiar, dé un paso alante, dé un paso alante. 

Esta es la cumbia, la cumbia de quien cambia, la cumbia de quien cambia. 
Yo me inclino ante los valores de la resistencia, cada país tiene su revolución. 
Si alguno quiere bailar, dé un paso alante, dé un paso alante. 
Si alguno quiere cambiar, dé un paso alante, dé un paso alante. 

 
La cumbia di chi cambia - Adriano Celentano (Facciamo finta che sia vero, 2011)

El préstamo 

Si no quieres una catástrofe de dimensiones internacionales deja ya de obstinarte en adquirir cosas sin dinero. Las deudas matan. Desconfía de los vendedores, sobre todo cuando dicen: no importa si ahora no puedes pagar, basta con una firmita en el préstamo y pasarás a ser el orgulloso propietario de nada. El estrés nos va a consumir. Esto no funciona, tenemos que parar. Sólo así se salvará Italia. 

Se necesita coraje para empezar de nuevo, para devolverle el rostro a la ciudad. Barrios de artesanos sobre viejos adoquines donde el arte y la cultura enraízan, donde, si tenemos los zapatos agujereados, nos los reparan por poco dinero. Resurgirán los zapateros para reconstruir la magia violada por los delincuentes inmobiliarios. Y los carpinteros con alma de artista, lejos de esos nichos cuadrados de cemento, redescubrirán la Belleza, semilla de toda forma de vida. La soledad del ser humano habita en la podredumbre de los sobornos municipales que han infectado los barrios hasta lo más profundo. 

Pero cambiar cuesta. Hasta cuándo seremos presa de una globalización que disfruta jugando con nuestras desgracias. Los Estados predican el crecimiento, pero la única vía contra la especulación, hacia una economía saludable, es el decrecimiento. Nada de reducir el sueldo de quien no llega a fin de mes; hay que renunciar a algo, pero primero los ricos porque, si no lo hacen, será inútil que vayan a China en busca de nuevos beneficios, pues sólo es cuestión de tiempo que incluso China colapse. 

Después de la Segunda Guerra Mundial vino el gran boom económico, las ruinas congregaron a la gente como un solo cuerpo lleno de amor patrio. Hoy es un poco distinto: somos víctimas de una debacle económica mundial y el único boom que nos puede salvar es el boom de la belleza. Italia entonces será bella como lo fue, sin nadie que quiera dividirla, romperla, reclamar la secesión. La gente será feliz porque tendrá algo que amar, algo imbuido en el propio ADN: la Belleza. La belleza de una Italia unida, del entorno, de cómo están hechas las casas; la belleza de la gente que se encuentra en las plazas, en los bares, en los pequeños comercios; la belleza de las cosas hechas a la medida del hombre, donde la corrupción y la violencia no pueden arraigar porque estarían demasiado expuestas. Esta belleza la llevamos dentro de nosotros desde el nacimiento y nos mantiene firmemente unidos a la Verdad, porque nace de la Verdad y no nos permite hacer cosas de las cuales avergonzarnos. Porque la Belleza está en todos sitios: en los hombres, en las mujeres, en los viejos, en los niños, en las piedras. Incluso aunque los partidos y gobiernos ladrones de todo el mundo, tras el famoso boom económico, la hayan casi masacrado . Pero podemos recomenzar y hacer bien las cosas desde el principio. Porque ella está ahí y ahí nos espera desde los albores de los tiempos.
 
 
Il mutuo - Adriano Celentano (Facciamo finta che sia vero, 2011)

viernes, 27 de abril de 2012

El cuchillo

Me estaban esperando dos en el aeropuerto del DF, una pareja cómica del cine mudo parecían. Uno era Federico, muy alto, muy flaco, la cara muy arrugada, como si le sobrara piel, tez muy blanca, más que blanca descolorida, se pasó con la lejía al lavarse, pensé cuando lo conocí un mes antes en Madrid, se le transparentaban las venas, en fin, era siniestro el tipo, un cadáver andante, hasta me apestaba a formol, imaginaciones mías claro, pero es que daba miedo, con esa voz tan suave y gutural, hablaba sin mover los labios salvo cuando, cada dos por tres y sin venir a cuento, se reía con breves carcajadas que sonaban a golpes de platillos de lo que acababa de decir, que para él sería un chiste pero maldita la gracia, aunque incluso entonces te seguía clavando esos ojos grisazulados con mirada de ciego porque estaban velados, te bloqueaban el contacto visual, no sé si me entienden. El otro me era nuevo, bajito, regordete, rasgos aindiados, muy moreno, bigotazos a lo revolución mexicana y se llamaba Pancho, supongo que no, que sería otra burla privada, sólo le faltaba el sombrero de charro ... 

Me metieron en un cuatroporcuatro Toyota, yo pensaba que me llevarían primero al hotel, me apetecía una buena ducha y descansar un rato, era la primera vez que cruzaba el charco, demasiadas horas enlatado, el cuerpo lo tenía hecho polvo. Pero no, lo primero unos traguitos en una pulquería, en el mero centro, a tres cuadras del Zócalo, que no se diga que no somos hospitalarios con nuestros visitantes. Eso Pancho, porque Federico iba callado, claro, salvo sus redobles de timbales para rematar las parrafadas de su verborreico compañero. Yo ni idea de lo que era una pulquería ni ganas de saberlo, pero ni caso a mis educadas protestas y después de un trayecto eterno a través de un tráfico endiabladamente denso, entran el coche en el zaguán de una casona y me hacen pasar a un local interior, amplio y penumbroso, con mesas alargadas de madera y bancos arrimados a las paredes y una barra al fondo, un burdel, pensé, para beber y bailar con las putas antes de meterse en faena. Pero no había nadie, sólo un chiquillo con cara asustada que sin orden previa nos puso una botella de tequila y al Pancho le brillaban los ojos, vamos a ver si los güeros de la madre patria saben tomar, y Federico otro carcajeo. 

Enseguida la cosa se puso fea, enseguida me di cuenta de que estaba en un lío, de que esos dos no me iban a llevar al hotel, que no iba a ver al misterioso empresario, que el negocio se había ido al carajo. A medida que Pancho se iba entonando, sus groseras metáforas se volvían más amenazadoras. Alguien había hablado más de la cuenta, prueba estas lengüitas de cerdo con los chilecitos, güero, y al cabo de un rato que si sabía lanzar el cuchillo, porque Federico era un maestro, unos vasitos más y te hace una demostración aquí mismo, en una sala al fondo, ya verás, hay un muñeco de paja atado a la pared, nos ponemos a diez pasos y tiramos, si fallamos un paso adelante y así hasta que uno lo clava en el pecho, muéstrale el tuyo Fede, dice que se lo robó a un marine gringo, pero ni caso, los compra en un comercio de Jalisco, cada tres meses los renueva, es muy escrupuloso con sus cuchillos mi amigo, venga muéstraselo. Y va el Federico y parsimoniosamente se saca del bolsillo interior de la americana una funda de cuero y de ella un cuchillo de combate, de esos que se ven en las películas de guerra, la hoja de unos veinte centímetros, de acero reluciente, afiladísima por un lado y con dientes de sierra por otro. Tuve que quedarme blanco de golpe, porque Pancho me palmeó la espalda entre risas, ándale güerito, no se me achante, y seguro que sí, que por un momento sólo sentí pánico, un miedo cerval que me congelaba la sangre, me detenía el pulso, me apagaba el pensamiento. 

No puedo describir lo que sucedió durante los instantes inmediatos. Supongo que mi organismo recibió un explosivo chute de adrenalina, que mi cuerpo actuó por sí solo gracias a algún automatismo atávico que se activa en situaciones desesperadas. Guardo imágenes confusas de empujones, la mesa volcada, gritos y, sobre todo, de una carrera infinita, nunca he corrido tan rápido. No sé cómo lo hice, pero ciertamente tuve que atravesar el local, cruzar el zaguán, correr por las estrechas calles del centro del DF entre multitudes de peatones y vehículos, sin tropezar ni una vez, sin saber a donde iba y sin que me importara, sólo alejarme de ese cadalso que me tenían preparado. Cuánto tiempo estuve corriendo no lo sé, debí zigzaguear sin rumbo un buen rato hasta que aparecí en un parque, ante un monumento que, luego lo supe, era el Hemiciclo a Juárez. Ahí me paré, caminé entre los árboles, el corazón como un tambor, y me dejé caer en la hierba, exhausto. Entonces empecé a llorar, un manantial que pronto me había empapado el rostro, nunca habría pensado que pudiera echar tanta agua por los ojos, parecían grifos desbordados, inagotables. Las lágrimas llevaban el miedo y así, licuado, fue yéndose, limpiándoseme las entrañas de ese pánico espantoso que todavía a veces me asalta en pesadillas nocturnas. Me calmé; poco a poco me fui calmando y cuando las lágrimas cesaron y recuperé el control de mis pensamientos, ya sentado entre sauces y fresnos, me di cuenta de que mi puño derecho apretaba el mango del cuchillo de Federico, la hoja manchada de sangre.

 
Non so più cosa fare - Adriano Celentano (Facciamo finta che sia vero, 2011)

Hace un par de meses me conseguí el último disco de Celentano (desde luego, ha mejorado con los años). Entre sus nueve temas viene éste que, nada más empezar a escucharlo, atribuí su autoría a Manu Chao (y, como comprobé enseguida, no me equivocaba). Ayer, antes de dormirme, el texto de la canción me iba sugiriendo un cuento surrealista que habría de titularse "Ya no sé qué hacer"; algunas ideas imprecisas sobre el argumento empezaban a tomar forma. A las cinco y media de esta mañana me he despertado recordando con todo detalle lo que estaba soñando; la primera parte del sueño viene a ser este post (la historia seguía, con unas cuantas escenas truculentas y una trama de intrigas, persecuciones y ocultamientos que, sin embargo, no se resolvía). En fin, que lo que he escrito poco tiene que ver con mis ideas de ayer, pero el subconsciente va por donde le viene en gana.

sábado, 21 de abril de 2012

Dejemos de ser borregos

A estas alturas cualquiera con dos dedos de frente, cualquiera a quien le quede una mínima dosis de esa saludable tendencia infantil a preguntar por qué y no darse por satisfecho hasta obtener una respuesta, tiene claro que las "reglas de juego" que dominan la economía –y con ella la vida de todas las personas– han alcanzado las cotas de perversidad y crueldad mayores de la historia, que nunca tan descarnadamente como en estos días persiguen única y exclusivamente el desmedido enriquecimiento de unos poquísimos a costa de la miseria y agonía de la inmensa mayoría de la población. Sin embargo, pareciera que no tenemos dos dedos de frente, que nada nos queda de los niños preguntones que fuimos, sino que más bien nos hemos (nos han) convertido en borregos lobotomizados que mansamente desfilamos hacia el matadero. Decían Marx y Engels que la superestructura (el estado, el derecho, las instituciones, la ideología, etc) viene determinada por la infraestructura (la base económica). Desde hace ya muchos años (al menos desde mediados de los setenta) el modelo económico que se ha ido desplegando hasta su ostentosa impudicia actual ha ido acompañando de los correspondientes y progresivos avances en la construcción de una ideología dogmática proclamada cada vez con mayor descaro por los poderosos y establecida a modo de pensamiento único. Esa ideología neoconservadora o neoliberal o comoquiera llamarse, cuyos principios son asumidos al menos por el 95% de la "representación democrática" del pueblo español, justifica y legitima los criminales intereses del capitalismo financiero. Los gobiernos nacionales (y el nuestro está demostrando que quiere erigirse en uno de los mejores ejemplos) no son ya sino meros instrumentos al servicio de tales intereses. Probablemente lo son desde hace mucho, pero el cambio cualitativo es que ahora ni se molestan en disimularlo. Entre otras cosas porque pueden hacerlo, porque comprueban que han logrado convencer a sus borregos (perdón, ciudadanos) de que hacen lo que hay que hacer, de que no hay otra alternativa que seguir en este camino que inevitablemente nos lleva a la catástrofe.

¿Cómo es posible que pontifiquen como si se tratara de verdades evidentes lo que son afirmaciones que no requieren más que un mínimo examen para exhibir su falsedad, que repugnan al sentido común y a la más elemental idea de justicia? ¿Cómo es posible que sigan manteniéndolas e incluso engrandeciéndolas (las mentiras) cuando día a día la tozuda realidad se encarga de mostrar que lo que ocurre es justamente lo contrario de lo que proclaman? Hay muchas causas, y no es la menor de ellas el absoluto servilismo ideológico de los medios masivos de comunicación, unas televisiones, por ejemplo, donde vemos a unos señores con traje y corbata repitiendo como loros amaestrados los mantras sacrosantos e ininteligibles de esas fuerzas todopoderosas que se resumen en "los mercados" y que, pensamos nosotros los borregos (perdón, ciudadanos), parecen saber mucho de economía, algo que somos incapaces de entender. Así que hay que reducir el déficit, pagar la deuda, adelgazar el estado, privatizar lo público, flexibilizar el mercado laboral. No nos gusta, claro, pero hay que hacerlo porque nos lo aseguran personas serias que saben mucho más que nosotros, que están muy preparadas y que nos prometen que sólo así saldremos de la crisis y que, para ello, nos piden un "pequeño" esfuerzo. ¿Para qué, además, habríamos de poner en duda la veracidad de lo que dicen si, al fin y al cabo, no tenemos ni idea de que otra cosa se puede hacer, si nos hemos resignado a que así es el mundo y no se puede cambiar? Más vale aceptarlo e intentar velar por nosotros mismos, que cada uno se las arregle como pueda, individualmente, sin mirar lo que les ocurre a los demás e intentando escaquearse. Estamos desarmados intelectualmente y desmotivados colectivamente o, dicho de otra forma, estamos en las condiciones perfectas para ser el festín de los depredadores. Y, en efecto, así es.


No debemos, no podemos, por elementales motivos de justicia, dignidad y hasta supervivencia, admitir resignadamente que nos impongan los dictados de los intereses financieros. Estamos moralmente obligados a despertarnos, a salir de nuestra vergonzosa abulia borreguil, a negarnos a ser víctimas complacientes y cómplices de nuestros genocidas, calificativo completamente pertinente, sin un ápice de exageración. ¿Qué hacer? Para mí, lo primero y más urgente es entender, saber. Eso cuesta. Me atrevo a pediros, como lo ha hecho Rajoy, un "pequeño esfuerzo", pero no para apoyar sus medidas "necesarias", sino para enterarnos de los mecanismos de la economía y hacia donde están llevándonos. Hay que esforzarse, sí, pero merece la pena aunque sólo sea para que recuperemos nuestra oxidada capacidad de raciocinio, de pensamiento crítico. Sin duda, las fuentes de las que debemos beber no las encontraremos en los periódicos ni en la televisión pero, afortunadamente, tenemos internet donde cada vez son más las voces críticas que, con argumentos racionales, nos explican y desvelan las mentiras del neoliberalismo oficial. Debemos pues activarnos e, inmediatamente, empezar a dudar (¡que haya todavía que reivindicar a Descartes!) y exigir a nuestros "representantes" que nos aclaren esas dudas, que nos expliquen los porqués sin admitirles evasivas. Y cuando no puedan, que no podrán porque es imposible, deslegitimarlos, forzarlos con todos los medios que se pueda (y haylos) a que vinculen esas medidas a la aceptación popular, democrática. Por ejemplo, que nos expliquen por qué tenemos que pagar la deuda, que nos aclaren cuál es esa deuda, quién y para qué la ha contraído, que la desmenucen cuantitativamente, qué pasa si no la pagamos (o no pagamos la considerable parte que es manifiestamente injusta) y qué pasa si nos empeñamos en pagarla (que cada vez tendremos más). Entendamos que hay detrás de cada una de las medidas con las que este gobierno (que no se distingue del anterior en tener distintos principios económicos sino en su mayor eficacia en el servilismo al capital financiero) "nos va a sacar de la crisis" y empecemos a convertirnos en ciudadanos. Con serenidad y firmeza, con argumentos, digamos no.

Ayer vi Memorias del saqueo, que enlazo a continuación y que recomiendo encarecidamente a quienes se pasan por este blog. Es un documental realizado en 2003 por Pino Solanas que repasa los efectos reales de las políticas neoliberales impuestas a la Argentina, primero bajo la dictadura militar (1976-1983) y luego durante los gobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, con especial atención a la terrible década de los noventa (para ellos, no para nosotros) que culminó con el estallido popular de diciembre de 2001 y el subsiguiente plante argentino a las imposiciones del capital financiero internacional. Mientras la veíamos no dejábamos de pensar en lo parecidas, por no decir idénticas, que eran las medidas que fueron adoptando los gobernantes argentinos a las que ahora nos presentan como inevitables nuestros dirigentes políticos (españoles y europeos). El resultado fue el saqueo del país en beneficio de los intereses del capital financiero (entre los que, por cierto, el ejemplo más sangrante es Repsol) y los dramáticos efectos que supuso sobre la población argentina. Desde luego, a nosotros no nos puede ocurrir lo que les ocurrió a ellos, ¿verdad? Nosotros somos europeos, del primer mundo, y miramos a los sudacas de soslayo, por encima del hombro. Pues lo cierto es que los argentinos (y no sólo ellos) han demostrado mucha más dignidad y arrojo que la que estamos teniendo los borregos (perdón, ciudadanos) españoles.
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jueves, 19 de abril de 2012

Repaso del catecismo. Hoy: el sacramento de la penitencia

Examen de conciencia: ¿Cuáles han sido tus pecados desde la ultima vez que te has confesado? ¿Que ésta es la primera vez que confiesas? ¿Y sólo porque te ves obligado a ello? No, hijo, así no vale. Venga, pide luz al Señor para que veas tus actos pasados, como recomienda San Ignacio (claro que el de Loyola insistía en el examen diario; tu memoria va a necesitar mucha iluminación divina).

Arrepentimiento: Porque estás arrepentido, ¿verdad? Sí, sí, lo siento mucho. Vale, vale, pero ¿contrito o atribulado? ¿Te duele tu pecado por haber hecho daño a quienes tanto te aman o es más bien a causa de que te han pillado?

Propósito de enmienda: No volverá a ocurrir. Muy bien, veo que lo dices de corazón, hasta se te nota la santa vergüenza, hijo mío. Pero, ¿qué es lo que no volverás a hacer?

Decir los pecados al confesor: Ésa es tu cámara, digo tu confesionario, hijo mío. Pronuncia con tu mejor vocalización (sí, ya sé que te cuesta) esos pecados de los que tanto te arrepientes y que te propones no cometer nunca más. ¿Qué has hecho mal, hijo? No te oigo. ¿Que no hace falta, que todos lo saben ya? Se te imputan muchos pecados, quizá no todos los quieras reconocer. No, no los digo, por ahí no paso. Pues entonces, si no los dices, no vale.

Absolución: No, no te vayas, que todavía no has sido absuelto. Sí, claro, de eso se trata, de recibir el perdón. No te preocupes, nada es imperdonable por la misericordia infinita de quienes tanto te aman, incluso aunque te hayas saltado algún que otro requisito, pues también te tienen tolerancia infinita.

Cumplir la penitencia: Eso sí, habrá que ponerte un castiguillo, algo simbólico, no te preocupes. Aunque no se me ocurre nada, que bastante cruz llevas a cuesta con tus pesadas obligaciones, con tu constante velar por tu pueblo. Nos basta con este gesto tuyo tan emotivo, tan humano, tan sincero. Además, en el fondo, nos lo hemos pasado bien chismorreando a tu costa, dándole importancia a tus tonterías de viejo verde, olvidándonos por un ratito de lo que duele la que nos están metiendo, que como sigan empujando nos van a desgarrar las entrañas. Nada hombre, no pasa nada.


Me da que últimamente los elefantes no están para muchos balanceos. Por cierto, este lunes imagino que el coronel Martínez Inglés habrá declarado en la Audiencia Nacional como imputado por un presunto delito contra la Corona, en relación a un artículo publicado en Canarias Semanal el pasado doce de diciembre. En su momento pensé en comentarlo en este blog, pero se me pasó. Al enterarme ahora de la imputación de este hombre (también le tocará su penitencia, como debe ser), me permito recomendar su lectura a quien no lo haya leído: Aquí.

martes, 17 de abril de 2012

Una conferencia desde Berlín

Matthias Rath es un médico alemán (Stuttgart, 1955) conocido por su agresiva oposición a la industria químico-farmacéutica que, dice él, impulsada sólo por su insaciable codicia, lleva al menos cien años manipulando hacia sus beneficios económicos la salud de nuestra especie (impidiendo la curación de muchas enfermedades e incluso agravándolas y creando nuevas). Esta radical denuncia proviene en gran medida de la desautorización por la medicina oficial de sus propuestas curativas, basadas primordialmente en la aportación al organismo de micronutrientes vitamínicos que, según él, serían mucho más eficaces para la prevención de enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes y muchas más. Ciertamente, que se erija a sí mismo como "salvador" de la humanidad y que sus actividades "benéficas" le sean además comercialmente rentables, sin que tales terapias aparentemente hayan demostrado mínimamente su eficacia, nos lleva a desconfiar de sus demoledoras críticas que, al fin y al cabo, no son sino otra particular teoría conspiratoria, según la cual las grandes multinacionales (en este caso, las químico-farmacéuticas) controlan y manipulan el desarrollo de la historia, indiferentes a los sufrimientos de la humanidad y preocupadas sólo de sus egoístas y malvados intereses.

Así, Rath juzga la actual crisis y las políticas económicas de los dirigentes europeos desde sus personales obsesiones, concluyendo con convincente retórica que Merkel, Sarkozy y sus demás secuaces (Rajoy entre ellos, desde luego) son simples marionetas de las multinacionales y que las medidas que impone Bruselas tienen por objeto desactivas casi hasta la esclavitud a la población de la UE a fin de remover todavía más las trabas a la expansión suicida del gran capital financiero. Anuncia que un factor no descartado de esta estrategia es una eventual próxima guerra, del mismo modo que fueron los intereses de las grandes corporaciones financieras las que forzaron las dos guerras mundiales del siglo XX. Rechaza la unidad monetaria y anima explícitamente a los países amenazados por el "politburó" de Bruselas para que se salgan del euro, que ve como un instrumento eficaz de sometimiento de las poblaciones nacionales a los intereses multinacionales.

Por supuesto, no hay que creerse todo lo que dice, ni siquiera asumir la existencia de una eficaz organización de poderosos malvados que, según planes previamente diseñados, van imponiendo a los gobiernos las medidas que les convienen. En mi opinión, la lógica del sistema no hace necesaria la conspiración organizada con mecanismos mínimamente centralizados de toma de decisiones (lo cual no es óbice para que existan múltiples "instrumentos de coordinación" de los que manejan el cotarro, aunque no con alcance totalizador) para que las decisiones vayan en el sentido que le conviene al capital multinacional. Tampoco hay que descartar a priori las denuncias de este señor a causa de las fundadas sospechas de que no sea "trigo limpio". Lo cierto es que, haya o no conspiración, sean o no interesadas las denuncias de Rath, la "música" de éstas (al margen de que pueda haber exageraciones e imprecisiones en la "letra") parece congruente. Que las medidas que están decidiendo los comisarios europeos no van a favor de la ciudadanía a muchos nos resulta bastante claro.

Como curiosidad no meramente anecdótica me ha llamado la atención de la conferencia pronunciada el pasado 13 de marzo en Berlín, la insistencia que hace Rath en la responsabilidad de Alemania (de los grandes consorcios químico-farmacéuticos alemanes), que considera continuidad de la que dio origen a las dos guerras mundiales. De nuevo el asunto de la "culpabilidad" alemana que Rath, ahora, quiere exorcizar reclamando a la ciudadanía de su país a no plegarse borreguilmente esta vez a los intereses de sus capitalistas. En fin, que creo que merece la pena escuchar lo que dice este hombre en el video que enlazo. Con sentido crítico, por supuesto, y que cada uno saque sus propias conclusiones. A estas alturas, creo que es imprescindible que oigamos de todo, pongamos en tela de juicio todo y que, sobre todo, cuestionemos los motivos de las medidas que se están adoptando, que nuestros gobernantes, desde una arrogancia inadmisible y gracias a nuestra estupidez y el seguidismo casi unánime de los medios, ni se molestan en explicar. Hay que preguntar por qué, hay que exigir que nos den razones convincentes de las decisiones "políticas". Y hasta ahora no he oído ninguna; por el contrario me parecen más convincentes los argumentos "antisistema" (término peyorativo que pronto se tipificará como figura delictiva) de que el camino por el que no están metiendo nos lleva a la catástrofe. Desde luego, no puede bastarnos eso de que hay que hacer lo que dice Europa: ¿quién es Europa? Si nos vamos a ir al carajo, por lo menos que no sea con nuestra callada complacencia.

domingo, 15 de abril de 2012

Dos muestras de la diplomacia británica de hace casi un siglo

24 de octubre de 1915

Con gran placer he recibido vuestra carta del 29 de Shawal de 1333 y vuestras muestras de amistad y sinceridad me han producido gran satisfacción. Lamento que mi última carta os haya dado la impresión de que me refería a la cuestión de los límites y fronteras con frialdad y evasivas. No fue así, pero lo cierto es que pensaba que todavía no era el momento para llegar a conclusiones firmes al respecto. Sin embargo, a partir de su última carta me he dado cuenta de que ésta es para vos una cuestión de la más vital y urgente importancia. En consecuencia, informé inmediatamente al gobierno de Gran Bretaña del contenido de vuestra carta y me llena de placer comunicaros en su nombre la siguiente declaración que confío que recibáis con satisfacción. Los dos distritos (otomanos) de Mersina y Alexandretta así como las partes de Siria al oeste de los distritos de Damasco, Homs, Hama y Aleppo no pueden considerarse claramente árabes y, por tanto, deben excluirse de los límites (del futuro estado árabe) que demandáis. Salvo esta modificación, y sin perjuicio de nuestros tratados vigentes con los jefes árabes, aceptamos dichos límites. Así, en cuanto a las regiones comprendidas dentro de ellos en las cuales Gran Bretaña tiene libertad para actuar sin detrimento de los intereses de nuestro aliado, Francia, estoy autorizado en el nombre del Gobierno a daros las siguientes garantías en contestación a vuestra carta anterior.

Sujeta a las modificaciones dichas, Gran Bretaña está preparada para reconocer y apoyar la independencia de los árabes en todas las regiones dentro de los límites demandados por el jeque de La Meca. Gran Bretaña garantizará los Lugares Sagrados contra toda agresión externa y reconocerá su inviolabilidad. Cuando la situación lo permita, Gran Bretaña asesorará a los árabes y les ayudará a establecer la que parezcan las formas más adecuadas de gobierno sobre esos territorios. De otra parte, se entiende que los árabes han decidido solicitar apoyo y orientación sólo de Gran Bretaña, así como que los asesores y funcionarios europeos que requieran para la organización racional de la futura administración serán británicos. En relación a los vilayetos de Bagdad y Basora, los árabes reconocerán que la posición e intereses de Gran Bretaña requieren de especiales medidas administrativas a fin de proteger esos territorios de agresiones extranjeras para promover el bienestar de las poblaciones locales y salvaguardar nuestros mutuos intereses económicos.

Estoy convencido de que esta declaración os convencerá, más allá de cualquier duda, de la simpatía de Gran Bretaña hacia las aspiraciones de sus amigos los árabes y se convertirá en una firme y duradera alianza cuyos resultados inmediatos serán la expulsión de los turcos de los países árabes y la liberación del pueblo árabe del yugo otomano, que durante tantos años le ha oprimido. Me he limitado en esta carta a los asuntos más vitales por lo que, si he omitido algunos, podremos tratarlos en una fecha próxima.


Firmado: Sir Henry McMahon, Alto Comisionado Británico en Egipto

Inglaterra sufre la Gran Guerra y le conviene apoyar las aspiraciones de los árabes por constituir un estado independiente del imperio otomano (poco antes de la entrada en guerra de Turquía las habían rechazado). Animados por estas garantías, en junio de 1916 se inicia la llamada Rebelión árabe, apoyo fundamental para la conquista aliada de Oriente Medio. Sin embargo, mientras los árabes peleaban contra los turcos (con el ingenuo Lawrence en sus filas), en enero de 1916, Gran Bretaña y Francia suscriben los acuerdos Sykes-Picot en virtud de los cuales convienen repartirse la región. Acabada la guerra, los árabes comprobaron que habían sido engañados.

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2 de noviembre de 1917.

Estimado Lord Rothschild:

Tengo el placer de dirigirle, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía hacia las aspiraciones de los judíos sionistas, que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él. «El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando bien entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina ni los derechos y el estatuto político de que gocen los judíos en cualquier otro país.» Le quedaré agradecido si pudiera poner esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista.

Firmado: Arthur James Balfour, Secretario de Relaciones Exteriores británico

Se trata de la famosa Declaración Balfour, uno de los grandes nombres del Partido Conservador de principios del pasado siglo, en ese momento miembro del gobierno de coalición de Lloyd George. Aunque la declaración no era tan precisa como la que dos años antes el Gobierno de Su Majestad había hecho a los árabes, fue ampliamente enarbolada por el movimiento sionista como la promesa británica de darles un estado propio en Palestina. También ellos comprobarían, al acabar la Primera Guerra, que los ingleses no estaban por la labor. Hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, los judíos que se asentaban en Palestina iban siendo cada vez más hostiles al gobierno británico. Esa hostilidad hacia el Reino Unido se disparó al comprobar, durante el régimen nazi, la indiferencia inglesa con la suerte de los judíos de los territorios ocupados por los alemanes y las dificultades que imponían a la emigración a Palestina.

Cuando los británicos abandonaron Palestina, con la creación del Estado de Israel por acuerdo de la ONU, el conflicto entre árabes y judíos estaba ya terriblemente enconado. Y no ha disminuido hasta hoy.

martes, 10 de abril de 2012

Günter Grass, el antisemita

Günter Grass es antisemita. Por fin se nos desvela sin tapujos, por fin vemos meridianamente claro la congruente inmutabilidad del odio a los judíos que ha mantenido durante toda su vida, desde que siendo chaval entró en las SS hasta ahora, octogenario, cuando azuza desde su laureada atalaya, escudándose bajo el disfraz poético, ataques contra el siempre amenazado estado de Israel. Lo peor: que pretende mostrársenos inocente, que intenta convencernos de que sus palabras vienen motivadas por exigencias éticas, que hipócritamente nos llama hipócritas y osa tildar de cómplice el silencio de occidente. Es ahora el momento, de revisar su densa obra para despojarla de tanto lloriqueo falso de introspección en el sentimiento de culpa alemán y dejar desnudo, bien a la vista, el rencor que sin duda siempre ha tenido. Que antes de que el vejestorio se vaya, sepa que el mundo no cree sus fingimientos, que ante todos ha quedado descubierta su verdadera personalidad. Y sí, que se le quite ese Nobel injustamente concedido.

Grass escribe que Israel posee un potente arsenal nuclear y que se niega a toda inspección internacional. Grass escribe que Israel se arroga el derecho a atacar a Irán para evitar que este país cuente con un armas atómicas cuyo destino –no cabe ninguna duda– es destruir el estado judío. Grass escribe que Alemania, casi a escondidas, está facilitando a Israel submarinos preparados para lanzar ojivas aniquiladoras contra sus enemigos. Grass escribe que los alemanes, él mismo, sienten que deben callar ante tan graves amenazas a la paz porque arrastran el estigma imborrable del genocidio nazi.

En algo acierta el escritor de Dánzig: decir "Lo que hay que decir" (como presuntuosamente titula su poema) implica una condena y esa condena se llama antisemitismo. Günter Grass es antisemita, hay que decirlo alto y claro, y así lo han dicho unánimemente las voces autorizadas de Alemania y de Europa. E Israel lo ha declarado persona no grata, desdeñando como merece esa mentirosa y cobarde declaración de que se siente unido al pueblo judío. Por supuesto, la condena no requiere justificarse, ante la descarada evidencia del crimen, y por eso nadie se ha rebajado a discutir tales versos seniles. Cualquier voz de esta naturaleza debe ser aplastada prontamente, descalificada violentamente, para evitar que cause la mínima grieta en el discurso dominante.

No hay que hablar, viejo idiota, y menos tú, aprovechándote de una mal merecida autoridad moral. Eso que llamas hipocresía de occidente no es más que la defensa de nuestra civilización, por la que personas sacrificadas y honestas luchan, conscientes del odio implacable que nos guardan los islamistas. Eso que dices de la necesidad de romper el silencio para que muchos exijan la renuncia al uso de la fuerza y que ambos países permitan el control internacional de sus respectivos potenciales nucleares es una ingenuidad peligrosa, un ataque que, bajo ropajes cínicamente bienintencionados, debilita nuestra justa causa. Eso que concluyes de que sólo así podremos ayudar a los habitantes de esa región ocupada por la demencia y, en suma, ayudarnos a nosotros mismos ... Eso sí es el colmo de la hipocresía arrogante. Deberías haberte callado, viejo tonto, y esperar tu hora en la tranquilidad de tu apacible retiro.


Masters of War - Bob Dylan (The Freewheelin', 1963)

viernes, 6 de abril de 2012

La canción de Seikilos

Hacia la época de la muerte de Jesús que hoy se conmemora, no demasiado lejos de Jerusalén (a unos setecientos kilómetros en línea recta), fallecía una mujer, una griega de Asia Menor llamada Euterpe. No sabemos nada sobre ella, salvo que estaba casada con un tal Seikilos. Sólo dos nombre propios que conocemos porque aparecen grabados en una estela funeraria, un pilar de mármol, hallado en la antigua Tralles, cerca de la actual ciudad turca de Aydin. La inscripción, de la que se han perdido líneas, está escrita en griego y comienza presentándose a través de un dístico elegíaco: "Yo, esta piedra, soy una imagen y Seikilos me colocó aquí como monumento perdurable al recuerdo inmortal". Luego sigue una breve canción y, al final, la dedicatoria en dos palabras: "de Seikilos a Euterpe" (Σείκιλος Εὐτέρ[πῃ]).


Epitafio de Seikilos - Gregorio Paniagua/Atrium Musicae (Musique de la Gréce Antique, 1979)

Seikilos no es un nombre griego, sino de Caria, esa región del Asia Menor que ya por aquellas fechas había pasado a integrar la provincia romana de Asia. Hay quienes elucubran que el nombre puede ser una transliteración del gentilicio "siciliano", lo que haría pensar que los ancestros del personaje provinieran de esa isla. Euterpe, en cambio, sí es griego, como que era la mitológica musa de la música. Poco probable parece pues que la mujer se llamara así; más bien sugiere que su presunto esposo le diera esa advocación porque la reconocía como su fuente de inspiración y a ella le dedicara la composición musical que ordenó grabar en la columna funeraria. Sería Seikilos un músico o un poeta, que venían a ser oficios similares, no demasiado bien considerados entre los ciudadanos de la antigua Grecia, aunque lucrativos cuando se alcanzaba la fama (poco ha cambiado a tal respecto). E imagino que no le debía ir mal económicamente a nuestro amigo, incluso en una pequeña y remota ciudad de provincias, para permitirse sufragar esa tumba a su amada, muestra además de cierta presuntuosa vanidad.


Epitafeio Seikylou - Christodoulos Halaris (Music of the Ancient Greece, 1992)

Pero la propia existencia de la mujer que identificamos como Euterpe no es más que una hipótesis, la más repetida, quizá por el gusto que tenemos, al menos desde la época victoriana, por las interpretaciones de tinte romántico. Hay estudiosos que piensan en cambio que Euterpe era el padre de Seikilo, y el apelativo aludiría a la profesión de aquél. De haber sido así, quizá la canción se la debamos al difunto y no a su hijo, pero me temo que nunca lo sabremos y, en realidad, tampoco importa. Lo que hace que estas pocas líneas grabadas en mármol sean relevantes para la cultura occidental es que se trata de la más antigua composición musical completa que conocemos hasta la fecha. Hay textos escritos en notación musical anteriores (himnos délficos, odas de Píndaro), pero de todos ellos sólo nos han llegado fragmentos. El epitafio de Seikilos, aunque breve, está completo, una melancólica canción que podemos interpretar de principio a fin.


Epitaph of Seikilos - Petros Tabouris (Music Greek Antiquity, 1994)

La canción consta de siete pares de líneas, cada uno con la notación musical arriba y el texto debajo, como era usual entre los griegos al menos desde el siglo V aC (por ejemplo, fragmentos de obras de Eurípides que se conservan en papiro). La traducción de la letra viene a ser la siguiente: "Mientras vivas, brilla; que nada te entristezca demasiado porque la vida es corta y el tiempo exige su tributo". Una exhortación universal que la humanidad se ha hecho desde siempre y cuya expresión más famosa es el Carpe diem de Horacio, escrito probablemente poco antes que este poema. Vale igual, por supuesto, para nosotros que para los contemporáneos de Seikilos, aunque la tengamos mucho más gastada y desterrada a los libros de autoayuda.


Song, Seikilos - De Organographia (Music of the Ancient Greeks, 1995)

En cuanto a la música, poco tengo que decir, como no sea repetir frases que he leído. Es una composición equilibrada y nada compleja, monódica, es decir, basada en una única melodía, en la que texto e instrumento (probablemente lira o cítara que doblaba la voz del cantante) forman una unidad. Me entero de que hay abundantes musicólogos eminentes que fruncen el ceño ante esta canción, calificándola de composición banal y poco lograda. No sabría pronunciarme, pero durante estos días he estado escuchando varios discos de música de la Grecia antigua (poco más de una docena de temas, siempre los mismos) y, la verdad, el de Seikilos me parece uno de los más agradables, quizá justamente por su sencillez melódica. Por cierto, no me extrañaría que a partir de variaciones del mismo, haya por ahí alguna composición new wave, probablemente con arpas y sintetizadores.


Chanson du Seikilos - Ensemble Kérylos (Musiques de l' Antiquite Grecque, 1996)

Como sabemos (yo no, claro) interpretar la notación musical griega, podemos transcribirla a partituras modernas y reproducirla. De hecho, sobre todo durante la década de los noventa, se asistió a un renovado interés por estas piezas arqueológicas de la cultura occidental y aparecieron varios discos con las correspondientes versiones, de resultados muy diversos, tanto por la intención de los intérpretes como debido a que, si bien suficiente, la información facilitada por los textos musicales que nos han llegado no es del todo completa (en el caso de ésta de Seikilos desconocemos el tempo al que debía ser ejecutada). Acompaño este post con seis versiones de la canción, ordenadas cronológicamente por fecha de grabación. La primera, de 1979, corresponde al grupo madrileño Atrium Musicae, bajo la dirección de Gregorio Paniagua, un conjunto de "locos excelsos" que han dejado una obra magnífica (en especial de la música medieval española) publicada a lo largo de los setenta. La segunda versión proviene de un album grabado en 1992 por Christodoulos Halaris, un compositor griego que ha establecido en Tesalónica un museo de instrumentos musicales antiguos, bizantinos y post-bizantinos, reconstruyendo más de 200 a partir de las fuentes disponibles y formando una orquesta para interpretar con ellos los temas originales. La tercera, de 1994, es también de otro griego dedicado a rescatar las músicas antiguas, Petros Tabouris. La cuarta muestra proviene de un CD de 1995 de una pareja de Oregón llamada De Organographia, también luthiers y musicólogos (Philip Neuman, instrumentos de viento y cítara, y Gayle Stuwe Neuman, voz y cuerdas). En quinto lugar he subido la versión de 1996 del Ensemble Kérylos, un conjunto francés dedicado exclusivamente a la interpretación de partituras vocales de la antigüedad clásica, dirigido por Anne Bélis, una de las más renombradas especialistas galas; en su página web alardean de ser estrictamente rigurosos en sus trabajos: transcripciones exactas sin espacio para la fantasía, cantos con la pronunciación original, empleo de réplicas fieles de los antiguos instrumentos ... Por último, al final del post, enlazo a un video de Youtube que reproduce la interpretación de 2002 del San Antonio Vocal Arts Ensemble, un grupo de tejanos que parecen disfrutar de lo lindo dándole a diversos tipos de músicas; ésta es, sin duda, la versión más easy-listening.

martes, 3 de abril de 2012

El valle de la sinfonía de la felicidad

Érase una vez una sinfonía maravillosa, tanto que al oírla te sentías colmado de plena felicidad, como si flotaras en la paz más absoluta, como si todas las células de tu cuerpo danzaran de alegría. Todos los que la escuchaban salían del grandioso auditorio real silenciosos y emocionados, con sonrisas arrobadas y ojos brillantes, los rostros iluminados. Luego, al volver a sus casas, los ricos en ostentosos carruajes, los pobres a pie, intentaban compartir lo que habían sentido, rememorar pasajes del concierto, tararear alguna de las bellísimas melodías. Pero siempre, sin ninguna excepción, descubrían asombrados que eran incapaces de repetir ni el más mínimo fragmento de la música que tanto les había impresionado. Hasta a los virtuosos más renombrados, capaces de identificar y reproducir cualquier composición por compleja que fuera, se les olvidaban las notas en cuanto abandonaban el teatro. Era, decían todos, como si esos bellísimos sonidos se les escurrieran entre los dedos, se les disolvieran de la memoria, cuando trataban de evocarlos. Les quedaba, eso sí, el recuerdo de la felicidad que habían sentido; ése era su consuelo y la mayoría con él se resignaba. Al fin y al cabo, comentaban entre ellos, en esta tierra todo es efímero; alegrémonos de haber tenido la dicha de conocer la felicidad que disfrutaremos en el cielo.

Algunos, sin embargo, no se conformaban, especialmente los príncipes de las naciones cercanas al pequeño país en el que, dos veces todos los años, en las noches de los equinoccios, la orquesta real interpretaba la sublime sinfonía. Era este país un pequeño valle entre las altas montañas del centro del continente, rodeado por varios estados mucho más extensos y poderosos. La población, sólo unos pocos miles, era pacífica, alegre y laboriosa. Cultivaban las huertas comunales que se alineaban a ambas riberas del río, pastoreaban rebaños de ovejas en las laderas y ellos mismos se hacían artesanalmente los vestidos, muebles y demás útiles necesarios. No les faltaba nada o, al menos, no echaban de menos nada de lo que no tenían y que veían en sus viajes a otros países. Verdad es que tampoco nada les sobraba, así que carecían de comerciantes, lo que irritaba a los magnates extranjeros pues, decían, con esa absurda actitud estaban obstaculizando el progreso. Cuando los mercaderes cruzaban el valle en sus viajes de negocios nada sacaban allí, ¿cómo podrían vender o comprar a esos palurdos si ni siquiera usaban dinero?

He dicho que no les sobraba nada, pero no es cierto. Les sobraba algo muy importante: tiempo. Todos trabajaban y aún así les quedaban muchas horas al día para dedicarse a otras cosas, cada uno a lo que más le gustara. No es extraño que muchos, casi todos, fueran excelentes músicos y así, en ese pequeño valle, abundaban los intérpretes y compositores, cuya fama alcanzaba todo el continente. De hecho, eran invitados regularmente a las cortes de los príncipes vecinos y sus obras eran acogidas fervorosamente en todos los países. Por supuesto, conocedores desde niños de la sinfonía, la piezas musicales que escribían buscaban su inspiración en las melodías olvidadas de aquélla, en intentos vanos de extraer parte de esa belleza de las oscuras aguas del subconsciente. No lo lograban, claro, por más que les resultaran excelentes composiciones que, en algunos momentos, llegaban a evocarlas muy sutilmente. A los habitantes del valle no les importaba, sabedores mejor que nadie que la perfección era inasible y que bastaba con avanzar hacia ella, disfrutando del camino. De más está decir que eran felices.

En algún siglo pasado, los príncipes vecinos, dominados por la envidia y sus ansias de apropiarse de la sinfonía de la felicidad, que así era denominada, habían ordenado a sus cancilleres que acordaran una ocupación común del valle y la deposición del rey, bajo la falsa acusación de instigar los movimientos revolucionarios que sacudían el continente. Inmediatamente instaurarían un protectorado con el objetivo de insertar al pequeño país en la economía común, removiendo las trabas medievales al progreso que imponía el monarca. Además, en una cláusula secreta de ese pacto, establecían que la orquesta real vendría obligada a una continua gira por todos los países vecinos, el mismo tiempo en cada uno de ellos, durante la cual los músicos, además de interpretar la sinfonía en las principales ciudades, impartirían clases en los respectivos conservatorios oficiales. La única concesión a la antigua situación sería mantener los dos conciertos equinocciales en el valle.

El malvado plan se llevó a efecto. Las tropas extranjeras invadieron el valle desde sus dos desfiladeros de acceso sin encontrar, como era previsible, ninguna resistencia entre los pacíficos y desconcertados habitantes. El rey fue detenido, así como los profesores de su orquesta. Sin embargo, los príncipes no consiguieron apropiarse de la sinfonía. Ninguno de los músicos, ni siquiera el director, era capaz de recordarla y mucho menos ejecutarla. Antes de cada concierto, explicaron a los rabiosos invasores, el monarca escribía la partitura que, al final, le era devuelta para ser quemada. El rey, el único que al parecer conocía la música, les dijo a sus captores que le era imposible porque tampoco la recordaba; sólo las vísperas de los equinoccios era capaz de transcribir las notas a los pentagramas. No le creyeron, desde luego, como tampoco que destruyera las partituras acabados los conciertos (tal era la tradición del reino, les contó). Pero, después de revolver todo el país en busca de transcripciones de la sinfonía sin hallarlas e incluso torturar inútilmente al prisionero para obligarle a escribirla, tuvieron que admitir que, por inaudito que resultara, debía ser verdad. Así que decidieron esperar el inicio de la primavera, para el que faltaban pocas fechas, y apropiarse entonces de la partitura en cuanto acabara el concierto. Pero la sinfonía que escucharon los príncipes no era la que otros años les había colmado de felicidad. Se trataba de una excelente composición, sin duda, como casi todas las que provenían de ese valle tan melómano (el rey no lo era menos que sus súbditos), mas no conseguía embargar al oyente con las sensaciones de infinita paz que tanto ansiaban.

Habían pasado sólo dos meses de ocupación y el plan de los príncipes se revelaba como un completo fracaso. Las nuevas leyes que imponían el comercio y regulaban el ejercicio de los oficios no se cumplían, no tanto porque los ciudadanos se rebelaran activamente contra ellas, sino por la absoluta incomprensión y desinterés que mostraban en aplicarlas. Aunque se les forzara, los resultados eran decepcionantes con el agravante añadido, que hasta a los despiadados príncipes les pareció preocupante, de que la tristeza fue adueñándose de los habitantes del valle que poco a poco dejaron de componer e interpretar música. De otra parte, una vez convencidos de que el rey no había tratado de engañarlos con su decepcionante composición, tuvieron que admitir que era probable que la desaparición de la sinfonía de la felicidad fuera consecuencia de la invasión. Además, entre la gran mayoría de los ciudadanos de sus respectivos países, la ocupación militar del pequeño reino había generado un sentimiento de profundo descontento, recrudeciéndose los conflictos revolucionarios. Así que, reunidos con caras hoscas, los príncipes y sus cancilleres decidieron retirar los ejércitos y dejar las cosas como estaban antes. Y así fue: el país enseguida recuperó la felicidad y volvió a sonar en sus dos citas anuales la maravillosa sinfonía, sin que nunca más intentaran de nuevo los poderosos estados extranjeros invadirlo.


Aria sulla IV corda (Bach) - Antonella Ruggiero (Luna Crescente (Sacrarmonia), 2001)

PS: Este es un cuento que inventé hará unos ocho años para mi sobrina, entonces de siete años, aprovechando que estaba empezando sus estudios musicales en el conservatorio. La que he escrito ahora por primera vez corresponde a la versión inicial, narrada una noche en Madrid según se me iba ocurriendo. Así acababa o, al menos, eso era lo que pretendía; pero no fue así. A la niña el cuento le gustó mucho pero no le bastó, quiso que continuara, y ella misma se ocupó de complicar la trama. De esa forma, durante los días siguientes entre los dos lo fuimos alargando, tirando del cabo suelto que eran las ansias de los gobernantes extranjeros por apropiarse de la sinfonía (suponiendo que fuera siempre la misma, como bien me hizo notar mi sobrina). En próximos posts a lo mejor me animo a escribir esas secuelas.