viernes, 31 de mayo de 2013

¿Cómo juzgarían el aborto los primeros cristianos?

Una de las primeras obras del cristianismo es la llamada Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, una especie de regla para el buen gobierno de la primitiva comunidad judeo-cristiana en unos tiempos (se data hacia la segunda mitad del primer siglo) en los que los originarios jerosimilitanos –los de Santiago, por entendernos– empezaban a ser desplazados por el cristianismo de los gentiles, impulsado por Pablo. La existencia de estos textos era conocida por las referencias de varios Padres de la Iglesia y durante los doscientos primeros años de nuestra era fueron firmes candidatos a incluirse en el canon bíblico (de hecho, son más antiguos que algunos de los que integran el Nuevo Testamento) aunque finalmente se descartaron. La Didaché, sin embargo, se había perdido y fue descubierta por Filoteos Bryennios, un presbítero ortodoxo, en la biblioteca del Monasterio del Santo Sepulcro en Constantinopla. El contenido "moral" de la obra parece que tenía por objeto establecer los preceptos que debían observar los paganos que se incorporasen a esa naciente "secta" del judaismo. Siguiendo una referencia veterotestamentaria (Deut, 30:15) presenta ante el catecúmeno dos caminos: el de la vida con el bien y el de la muerte con el mal, señalando sucesivamente lo que se debe hacer y lo que no. Entre la lista de prohibiciones aparece –creo que es la primera vez en un escrito "cristiano"– la condena del aborto: "no matarás a un niño no nacido ni a un niño recién nacido".

Aunque disto mucho de conocer mínimamente la religión judía, no creo que yerre demasiado diciendo que la actitud ante el aborto de ésta era bastante más intransigente que en la cultura grecolatina. De hecho, la escasa –por no decir nula– tolerancia de los judíos a la laxitud religiosa del paganismo, su extremado celo en observar la literalidad de la Ley, fue probablemente la causa primera de los innumerables conflictos con el poder romano. Y conviene recordar que los romanos no eran nada tiquis-miquis en cuanto a imponer sus creencias o rituales religiosos; al contrario, practicaban un descarado sincretismo que aceptaba casi todo y no daba demasiada importancia a nada. Este contexto permite imaginar el grado de "intransigencia" político-religiosa de los judíos (en especial de los de Palestina) para llegar a colmar la paciencia de Roma hasta el punto de verse obligados a un primer ensayo de la solución final en el primer tercio del siglo II de nuestra era. En lo que se refiere al aborto desde luego los judíos eran también bastante más severos que los grecolatinos. Aunque –que yo sepa– de los textos de la Biblia no se deduce una doctrina clara, parece que la tradición rabínica (y probablemente ya era así en los tiempos de Jesús) sí admitía la "humanidad" del feto, cuestión que los paganos ni se planteaban. Ahora bien, podría decirse que lo consideraban un ser humano pero "no del todo" y, desde luego, no se les ocurriría (ni entonces ni ahora) comparar el aborto con un asesinato. Baste comprobar que el castigo que establece Jehová para los hombres que, peleando entre sí, golpeen a una mujer encinta provocándole el aborto, es una compensación económica al marido (Éxodo 21:22). Una pena bastante más leve que la condena a muerte que implica el homicidio (e incluso otros delitos, como el secuestro o maldecir al padre o a la madre).

Aunque la Biblia (el Tanaj) apenas arroje luz sobre los presupuestos subyacentes a la valoración ética del aborto por los judíos, éstos desde siempre han sido muy aficionados a discusiones filosóficas extremadamente sutiles sobre cualesquiera de los aspectos de su religión. El Talmud es justamente eso: la recopilación de la doctrina religiosa que se ha ido formando a partir de estas discusiones, con frecuencia contradictorias o, al menos, no demasiado homogéneas. A este respecto, es recomendable un libro del rabino argentino Fernando Szlajen, Filosofía judía y aborto (Acervo cultural, Buenos Aires 2008) que profundiza sobre las distintas cuestiones éticas del aborto a la luz, principalmente, de la tradición talmúdica. Ciertamente, nuestra moral, la occidental, se ha construido fundamentalmente desde el cristianismo y, como he escrito al inicio del post, en muchos aspectos –y entre ellos el aborto– las bases éticas son herederas directas del judaísmo. Por eso, quien tenga interés en rastrear la evolución ética ante el aborto, mucho más que en la cultura grecolatina ha de mirar necesariamente a lo que pensaban los judíos de la época de Jesús y años inmediatamente posteriores. Pero tampoco vaya a pensarse en que la moralidad cristiana evolucionó de la mano de la judía. Supongo que durante los primeros cien años desde la muerte de Cristo pocas diferencias habrían, pero poco a poco, la apertura del cristianismo a los gentiles (Saulo de Tarso) y la doble necesidad –imagino– de distinguirse tanto de los judíos como de los paganos, fue acentuando las divergencias doctrinales en lo que a la moral se refiere y dotando a esa secta naciente de personalidad propia. Ese proceso sería –digo yo– bastante errático, lleno de contradicciones y ambigüedades, hasta que a partir del espaldarazo imperial de Constantino empezó el dogmatismo con su consiguiente martillo de herejías.

Como fuera, lo que parece suficientemente claro es que la valoración ética (y, por tanto, religiosa) del aborto se centró desde los primeros escritores cristianos en dilucidar si el feto era o no un ser humano y, en concreto, si tenía alma y, sobre todo, desde qué momento. Naturalmente, la Didaché no expresa a mi juicio más que una regla de comportamiento, propia de los judíos y ajena al paganismo, pero es muy anterior a reflexiones éticas que podamos calificar de cristianas. Dicho de otro modo, los primeros cristianos entendían que el aborto era pecaminoso en congruencia con la Ley la tradición judía y no por los argumentos específicos que se fueron construyendo en los siglos siguientes. De ahí que –en mi opinión– pueda ser útil ahondar mínimamente en la concepción que tenían los judíos contemporáneos de Jesús (y probablemente el mismo Jesús, dado que los Evangelios no ponen en su boca ninguna opinión específica al respecto) del "grado" de humanidad del nasciturus y, consiguientemente, del "grado de homologación" entre al aborto y el asesinato. Tal vez para los primeros cristianos, apóstoles incluidos, abortar no fuera matar, en contra de lo que se afirma con absoluta rotundidad desde muchos foros cristianos.

jueves, 23 de mayo de 2013

El enigma de la gestación

¿Cuándo descubrirían nuestros ancestros que la gestación es consecuencia del coito? Porque la cosa no es nada obvia; supongo que ninguno la hemos deducido por nosotros mismos, sino que nos hemos enterado porque nos lo han dicho. Hoy ya cualquier crío, mucho antes incluso de la pubertad, sabe de sobra que al acoplarse macho y hembra el primero deja una semillita en el interior de la segunda que crecerá en su barriga hasta convertirse en un bebé. Pero el tiempo que pasa entre el acto sexual y las primeras manifestaciones del embarazo es lo suficientemente largo como para que la relación causa efecto no sea evidente. Llegar a esa conclusión exige además una capacidad deductiva y de generalización que me imagino que no se alcanzaría hasta determinado estadio de evolución de la especie. ¿O no? ¿Lo sabrían ya los homínidos anteriores al sapiens? La pequeña Lucy, que hace más de tres millones de años deambulaba por las sabanas etíopes, ¿pensaría cuando paría a nuestros architatarabuelos que el origen estaba en las sacudidas pélvicas que le propinó meses antes alguno de los australopithecus machos del grupo? Tal vez –no tengo ni idea sea remontarse demasiado atrás atribuir ese conocimiento a los primeros ejemplares del género homo. Supongo, en todo caso, que el neanderthal ya lo sabría y probablemente también algunas especies antecesoras. En fin, digo yo que como mínimo el dato es socialmente conocido desde hace más de un cuarto de millón de años.

Seguro que los paleoantropólogos lo tienen claro, pero aunque he leído unos cuantos libros divulgativos sobre la materia, no recuerdo ahora ninguna referencia explícita a este asunto. Ciertamente, establecer la relación causal entre el coito y el embarazo es un presupuesto básico para el desarrollo y complejización de la organización social y sin duda tuvo que ocurrir bastante antes de que la sedenterización se impusiera en nuestra especie. Me pregunto, por ejemplo, si fue previo al control del fuego, que duró largos siglos desde su descubrimiento hace más de un millón de años y que corresponde al homo erectus. Tengo para mí que los mecanismos intelectuales que permitieron a aquellos homínidos aprender a producir fuego a voluntad son menos complejos que los que les llevarían a concluir que darse el gusto con una hembra conducía a tener hijos. Hasta darse cuenta, supongo que el embarazo y nacimiento del nuevo ser sería algo de naturaleza mágica, un privilegio divino de las hembras (para mí sigue siéndolo) que, gracias al instinto de preservación de la especie, les llevaría a poco menos que adorarlas. A lo mejor, las míticas sociedades matriarcales originarias se mantuvieron mientras el varón desconocía su participación en la gestación.

Desde luego, tuvieron que ser las hembras las que deducirían la relación entre los primeros anuncios que les daban sus cuerpos y el coito de unos días o semanas antes. Puestos a barruntar anacrónicas intencionalidades, me divierte suponer una conspiración de silencio de nuestras abuelas, ya conocedoras de que los causantes de su estado eran los machos, para evitar que éstos se enteraran y les apearan de su estatus privilegiado; pero ciertamente tal hipótesis es absurda y además habría estado condenada al fracaso a cortísimo plazo. Duda relacionada con la central de este post es si el apareamiento monogámico de nuestra especie, aunque fuera por periodos limitados a la gestación y primera crianza, es previo o posterior al conocimiento generalizado de la relación entre coito y embarazo. Uno tiende a barruntar que precedería el saberlo, pero no necesariamente. Al fin y al cabo, es posible que el germen instintivo del sentido de propiedad llevara a los machos a querer disponer en exclusiva de la hembra que más les gustara aún sin ser conscientes de que las crías que paría provenían de sus escarceos con ella. Lo cual lleva a pensar que el sentimiento de paternidad, entendido como la inclinación del macho a proteger y favorecer a sus hijos, no requeriría que éste supiera que son biológicamente suyos; bastaría que los hubiera parido su hembra y él se comportaría atendiendo simplemente al instinto que le venía de fábrica para propiciar la conservación de sus genes, aunque ignorara que fueran suyos.

Naturalmente, en la resolución de este misterio básico por los homínidos que lo hicieran tuvo que influir observación de los apareamientos de los animales que les rodeaban. Otra duda más, ¿cómo fue: dedujeron que los mamíferos cercanos tenían crías como consecuencia de sus apareamientos y de ahí llegaron a la conclusión que lo mismo valía para ellos o a la inversa? Acaso ambos procesos se dieron alternativamente en distintos grupos de homo erectus. En fin, seguro que todos estos interrogantes míos están más que resueltos en el estado actual de la paleoantropología, pero se me ocurrieron el otro día en una conversación de café y me apetecía desbarrar al respecto. Como fuera, de lo que estoy convencido es de que los principios de lo masculino y femenino, asociados a lo activo y pasivo, dador y receptor, respectivamente, tan comunes en la mayoría de las mitologías primigenias de nuestra especie y que siguen subyaciendo en la configuración social que sufrimos desde hace unos cientos de miles de años son necesariamente posteriores a la solución de este enigma, al despojamiento de su carácter milagroso. También ese descubrimiento está en los cimientos de la construcción de la ideología ética ante el aborto. Lo digo para que se vea que este post guarda relación, aunque parezca un paréntesis ajeno, con el anterior que me propongo continuar.

Y para poner el adecuado contrapunto a estas tonterías, recomiendo que disfruten con el divertidísimo humor inglés de Stephen Fry en el video que adjunto.

sábado, 18 de mayo de 2013

El aborto en la antigüedad clásica

Sería gravemente anacrónico hablar de derechos individuales en la cultura clásica; tanto en Grecia como luego en Roma, el hombre (en sentido amplio pero sobre todo en el específico referido al varón) no era más que una pieza de la sociedad, a cuyas normas quedaba supeditado. O también podría entenderse que los anhelos individuales sólo tenían sentido en el marco social, en gran medida construido desde presupuestos de origen religioso comunitario, evolucionados con toda probabilidad desde mitos tribales. Por ejemplo, el bienestar del individuo después de la muerte mucho tenía que ver con las ceremonias fúnebres y para que éstas estuvieran garantizadas era imprescindible la continuidad de su estirpe. La preocupación por una larga, eterna a ser posible, descendencia pareciera algo común a nuestra especie, al menos desde el neolítico. También entre los judíos, y así en Génesis 22:17 Jehová, satisfecho de que Abraham estuviera dispuesto a sacrificarle a su hijo, le dice que "te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y la arena que está a la orilla del mar". Si a ello sumamos, sobre todo en Roma, la importancia que adquirió el patrimonio con el consiguiente desarrollo jurídico de la propiedad, no es de extrañar que "lo bueno" (me paso al terreno de la ética) fuera tener hijos y que, consiguientemente, no estuviera muy bien vista cualquier práctica contraria, ya fuera el celibato, la contracepción o el aborto. De otra parte, es natural que al Estado (fuera la polis o el Imperio) le interesara –dentro de un orden– el crecimiento demográfico de sus "ciudadanos".

Ahora bien, conviene precisar que estas motivaciones "sociales" de la paternidad se desvincularon –al menos en Grecia y Roma– de la filiación biológica. Es realmente curioso que la "llamada de la sangre", que damos a veces por obvia, tuviera tan poca fuerza. No diré que no existiera el llamado "instinto paterno" o "materno", pero ni mucho menos tal como fue articulándose bastante más adelante. Aún admitiéndolo, tiendo a pensar que estaba inducido hasta sus límites socialmente convenientes por los propios condicionantes culturales; digamos que era correcto "amar" a los hijos, porque de forma natural ellos iban a ser los que perpetuaran la estirpe, no tanto porque provinieran de los genes propios. Por eso no rechina comprobar que les suponía ningún cargo de conciencia desembarazarse de vástagos inadecuados ni amar, con mayor intensidad incluso, a los que adoptaban para cumplir los deberes filiales. Quizá, barrunto, algo menos de desapego mostrarían las mujeres a tal respecto, ya que al fin y al cabo los habían gestado durante nueve largos meses, pero aún así participaban de la misma forma de pensar y de sentir. Esto me recuerda lo que leí hace ya bastantes años sobre que el amor a los hijos, por mucha base biológica con que pretenda sustentarse, es un sentimiento "inducido" culturalmente que en Occidente no cuaja hasta que el progreso sanitario redujo hasta cuotas "aceptables" la mortalidad de los neonatos (o durante la primera infancia). El autor de cuyo nombre no me acuerdo (probablemente Duby o alguno de su escuela) sostenía que el desolador coste emocional que habría supuesto la habitual muerte de la mayoría de los hijos impedía a las madres (y más a los padres) medievales sentir, tal como ahora lo entendemos, "amor" por esas criaturas, al menos hasta que superaban la pubertad.

Pero volviendo a la antigüedad clásica previa al progresivo dominio ideológico del cristianismo (precedido en muchos aspectos morales por los estoicos), lo que está bastante verificado es que el aborto y la contracepción eran prácticas frecuentes y éticamente indiferentes. Parece que en Roma carecía de cualquier relevancia el momento en que la madre –porque casi siempre era ella– se desembarazaba del futuro hijo, o incluso del neonato (abandonándolo en la calle para que muriera o, si tenía suerte, fuese rescatado por algún transeunte). Aún así, por motivos obvios, eran preferibles los métodos contraceptivos tempranos, desde lavados postcoitales, drogas espermaticidas, aplicaciones intravaginales de ungüentos antes que llegar a intervenciones quirúrgicas. Éstas, por cierto, en el caso de matrimonios, pasaban al ámbito decisorio del pater familias (no de la mujer como en la mayoría de los otras prácticas contraceptivas), consecuencia lógica del sistema patriarcal dominante. Es por ahí justamente donde se encuentran las principales derivadas "éticas" sobre el aborto, que ocasionalmente llevaron a algunos moralistas severos a sostener que la madre estaba obligada a salvaguardar hasta el parto el fruto de su vientre, pero de ninguna manera se les ocurrió pensar que el nasciturus fuera sujeto de nada remotamente asimilable al "derecho a la vida".

Desde esta concepción vinculada a las instituciones sociales y a los intereses del Estado hay que encuadrar las regulaciones antiabortistas (habría que decir anticontraceptistas) que eventualmente se promulgaron el la Antigua Roma, tales como una Ley de Sila u otra de Augusto. Normas, por otra parte, que no parece que fueran demasiado observadas ya que sus efectos apenas se hicieron notar en la frecuencia de unas practicas cotidianas que, en el fondo, la mayoría de los ciudadanos consideraban asuntos privados ajenos a cualquier valoración ética. Repitiéndolo con más contundencia: ni a un griego ni a un romano les resultaría concebible comparar un aborto con un asesinato porque, desde luego, no se les pasaba por la cabeza que el feto tuviera ninguna consideración de ser humano. Si el aborto era "malo", lo era sólo en función de las circunstancias en que se producía, siempre supeditadas a otro tipo de cuestiones. Por lo mismo, podemos encontrar que los filósofos griegos incluso que lo recomendaran y hasta pretendieran imponerlo (no tuvieron nunca éxito) cuando así convenía a la República (Platón) o a la "Ciudad Perfecta" (Aristóteles). Transcribo a continuación el texto del padre pagano de la escolástica cristiana del capítulo 14 del Libro IV de su Política:

"Para distinguir los hijos que es preciso abandonar de los que hay que educar, convendrá que la ley prohíba que se cuide en manera alguna a los que nazcan deformes; y en cuanto al número de hijos, si las costumbres resisten el abandono completo, y si algunos matrimonios se hacen fecundos traspasando los límites formalmente impuestos a la población, será preciso provocar el aborto antes de que el embrión haya recibido la sensibilidad y la vida. El carácter criminal o inocente de este hecho depende absolutamente sólo de esta circunstancia relativa a la vida y a la sensibilidad". Apunto, como muestra más de la infinita deshonestidad humana, que he encontrado en internet un abundante número de textos de opositores al aborto (contrarios a que no se penalicen los abortos porque imagino que ninguno estamos "a favor" del aborto) que argumentan sus posturas e incluso el "derecho a la vida" del nasciturus en peregrinas conclusiones personales a partir de textos de Aristóteles, sin mencionar –claro está– éste tan explícito que acabo de citar.

En todo caso, repárese en que ya el filósofo griego admitía que el aborto podía caer dentro del ámbito de lo que hoy llamaríamos derecho penal, pero dejando claro que ello dependería exclusivamente de la "finalidad social" que hubiera motivado cada acto concreto. Este supuesto, aunque poco defendible en la actualidad, ha sido esgrimido en tiempos nada lejanos para justificar la intervención coercitiva de los poderes sociales sobre la facultad individual de la procreación, tanto para impedirla como para imponerla. Y me atrevo a decir que sería ingenuo descartar que, en esta materia de la procreación, no se vuelva en un futuro a supeditar los que creemos derechos individuales a las necesidades del "interés público". Si así fuera, es más que probable, que los actuales argumentos que se esgrimen, en uno y otro sentido, en el debate sobre la despenalización del aborto caigan en la más absoluta obsolescencia. ¿Acaso sostengo que los valores éticos son relativos, que se construyen los condicionantes de cada época, que no hay un Derecho Natural inmutable? Pues me temo que, en la mayoría de los asuntos (el aborto, entre ellos), sí.

   
When in Rome - Phil Ochs (Tape from California, 1968)

jueves, 9 de mayo de 2013

Máster en corrupción administrativa

Un chiste ya viejo –me lo contaron durante el segundo gobierno de Felipe González, cuando ya a tantos se nos habían desinflado las ilusiones– refiere el intercambio de visitas entre los ministros de obras públicas español y alemán. En la primera es el hispano el que viaja y su colega teutón le organiza una exhaustiva y apabullante gira por las últimas obras de ingeniería civil de su país: fantásticas autopistas, inmensos embalses, puentes de audaz ingravidez, raudos y silenciosos ferrocarriles, modernos y eficientes aeropuertos y más y más infraestructuras fruto del feliz y bien avenido matrimonio entre el Estado y las grandes compañías privadas. Para rematar la agotadora exhibición, el capitoste alemán invita a su anonadado homólogo a una cena en su residencia privada, una mansión elegantemente lujosa (difícil combinación) en las faldas de los Alpes bávaros. A los postres, algo achispados ambos tras unas botellas de vinos del Rin, el tedesco, esbozando una pícara sonrisa de niño travieso, pregunta al celtíbero: ¿ves esa autopista ahí abajo, paralela al río? Sí, contesta nuestro paisano un poco mosca ante lo que prevé que será otra implícita afirmación de la superioridad germana. Pues esta casa en la que estamos es el 5%. Tres o cuatro años después, acontece la devolución de la visita y el ministro español pone todo su empeño en demostrar al teutón lo mucho que aquí hemos progresado: le lleva a ver el reciente AVE, las nuevas y sobredimensionadas autopistas, las obras de los futuros Juegos Olímpicos barceloneses y de la Expo sevillana y cuantas otras infraestructuras estuvieran en curso de ejecución o, al menos, contaran con una maqueta suficientemente presentable. Ciertamente, no podía presumir nuestro paisano de que hubiésemos alcanzado el nivel de la gran potencia europea pero confiaba al menos en que el alemán lo viera como discípulo aventajado y no como un país en el lindero del subdesarrollo. Como en la ocasión anterior, el encuentro se cerró con un convite al ilustre invitado en la residencia privada del político anfitrión. Y ahí sí que, por fin, consiguió éste resarcirse. Una mansión palaciega en la serranía de Málaga, de tropecientos metros cuadrados, diseñada y decorada bajo la inspiración –mejor sería decir copia– de la Alhambra pero con todas las virguerías tecnológicas disponibles para el máximo confort. La cena fue asombrosamente fastuosa, preparada por uno de los mejores chefs del país que expresamente se desplazó desde su restaurante guipuzcoano, y regada con los mejores caldos patrios. Al tiempo de los licores llegó el momento de las confidencias tan esperadas por nuestro ministro. ¿ves esa autopista ahí abajo, paralela al río? Giró la testa el hombre de Helmut Kohl y durante un rato, forzando la vista, intentó divisar lo que le señalaba su colega. Pues no, no la veo, respondió desconcertado. Pues esta casa en la que estamos es el 100%.

He reescrito el viejo chiste con la intención de transcribirlo en el tríptico que se edite para publicitar el máster en corrupción administrativa que, con un amigo, pretendemos organizar bajo los auspicios de la Universidad de La Laguna. La verdad es que en las primeras conversaciones, los responsables de la Cátedra de Derecho Administrativo no nos han puesto muy buena cara e incluso alguno, demostrando corta vista o hipocresía, hasta se hizo el escandalizado. A nosotros, sin embargo, nos parece que perentoriamente deben ser cubiertas las evidentes carencias formativas que sobre esta materia reciben los futuros funcionarios. Es más, nos cuesta entender que hasta ahora –que sepamos– no se haya planteado la urgencia de esta necesidad en el mundo académico (quizá se deba al tan conocido síndrome de "torre de marfil" de los universitarios) así como que los de la de La Laguna no adviertan que se apuntarían un tanto espectacular que, sin duda, incrementaría en grado sumo su prestigio institucional. En fin, confiamos todavía en convencerlos y no tener que recurrir al patrocinio privado, ámbito en el cual la lógica apunta a que tendríamos menos probabilidades de éxito, toda vez que pocas grandes empresas (bancos, constructoras fuertes, etc) estarían muy dispuestas a colaborar para que los futuros gestores de la administración pública entren en ésta con conocimientos firmes de las muy diversas y sutiles prácticas de la corrupción.

Porque, de entrada, es imprescindible desterrar los tópicos genéricos sobre la corrupción que, desgraciadamente, enseguida encuentran fácil eco en los medios de comunicación. El profano, poco avisado de la inconmensurable ignorancia de los periodistas, llega a creer que cualquier cosa es corrupción y que ésta, además, es una especie de nube perennemente asentada en las instituciones y que, por tanto, empapa casi todos los actos administrativos. Además, también se tiende a pensar, quizá como corolario de su presunta abundancia, que cometer un acto corrupto es muy fácil. Metiendo pues todo en el mismo saco y no ocupándose en "aburridas" distinciones ni esforzándose en alcanzar un mínimo de rigor conceptual, los ignorantes que se proclaman expertos nos regalan artículos de opinión que no son más que diatribas condenatorias. Como toda diatriba, no voy a negar la que es su virtud específica: denunciar estentóreamente un problema –¿y quién duda que lo es?– pero, al mismo tiempo, contribuyen en no poca medida a enturbiar el conocimiento del mismo, facilitando indirectamente que la corrupción prosiga y los corruptos (salvo los más tontos) se sientan cómodos e impunes en esa confusión. Nuestro objetivo con el máster es justamente disipar esas nieblas de tópicos e ignorancia, probablemente inducidas desde intereses inconfesables. Viene a cuento recordar eso de que la corrupción es el aceite del sistema, que dicen que dijo Felipe González, aunque no me consta –ma se non è vero ... No negaré la pertinencia de la metáfora grasienta, pero ello no excusa, más bien al contrario, de conocer todos los tipos de aceite y sus distintas peculiaridades.

Mi amigo, que lleva muchos años en la administración pública y ha conocido de primera, segunda y tercera mano multitud de casos de corrupción, será el encargado de la parte práctica del máster. A mí me ha tocado, complementariamente, la clasificación y teorización a partir de los ejemplos reales. Claro es que se trata de un trabajo en equipo en el que debemos coordinarnos estrechamente. Ayer por ejemplo, discutíamos las distintas variantes de las adjudicaciones de contratos públicos, la necesidad de contar con la complicidad solidaria de los concursantes privados para lograr el amaño y las formas en que esta estrategia podía llevarse a cabo en la práctica. Al hilo de esto, comento que durante el curso procuraremos distinguir en cada modalidad de actuación corrupta los distintos papeles y grados de implicación de los agentes necesarios. Naturalmente –la actualidad manda– hemos previsto todo un bloque lectivo dedicado a la interrelación corrupta entre las instituciones administrativas y los partidos políticos; a este respecto el caso Bárcenas lo usaremos como muestra chapucera, tan burdamente distante de praxis mucho más sofisticadas y, por ello, apenas conocidas. Tampoco podrá faltar un análisis específico sobre el sistema judicial, concebido como riesgo evidente de estas técnicas, sin duda, pero también como acicate de su evolución y, aunque a primera vista no se entienda, como oportunidad de negocio (corrupto) nada desdeñable. Pero bueno, tampoco se trata ahora de desgranar deslavazadamente el programa. Además, para definirlo en toda su extensión, aún nos queda confirmar la participación de algunos profesores invitados, todos ellos verdaderas autoridades en este asunto; las negociaciones son complejas ya que no pocos plantean curiosas exigencias poco habituales en eventos académicos de esta naturaleza (por ejemplo, que les garanticemos el anonimato).

No me enrollo más. Como podréis comprobar, estamos tremendamente ilusionados ante este aventura, tanto por lo que supone de innovación pedagógica como por la incuestionable utilidad pública que puede resultar de ella. En cuanto tengamos cerrado el programa y las condiciones prometo anunciarlo en el blog. Quizá a alguno el precio que estamos tanteando podrá parecerle caro, mas que piense que la calidad cuesta (y hay que pagarla) y que, al fin y al cabo, es de sobra sabido que esto de los masters es un sacaperras desvergonzado; al menos en este caso lo que aprenderá el alumno será útil para su futuro profesional. Me atrevo a garantizar que quienes asistan con provecho saldrán estupendamente preparados para moverse en el proceloso y escurridizo mundo de la corrupción. Además, para evitar overbooking, las plazas serán estrictamente limitadas, asignándose mediante un complejo algoritmo que yo mismo he desarrollado (a partir de una ingeniosa combinación de los más sofisticados que conozco para la adjudicación de contratos públicos y para la valoración medioambiental) que sopesará adecuadamente los diversos factores relevantes para la selección de los alumnos. Va a ser un éxito, seguro, y estamos convencidos de que habrá ulteriores ediciones y nos copiarán la idea todas las universidades del país.

   
Cambalache - León Gieco (La Historia Esta 2, 1998)

lunes, 6 de mayo de 2013

Todos nos equivocamos

Manuel Chaves Nogales fue un hombre honesto, además de culto y suficientemente inteligente. Lamentablemente, la época que le tocó vivir no fue –acaso ninguna lo es– muy propicia para los de su tipo. En los últimos años su figura ha alcanzado una cierta "popularidad" debido sobre todo a la reimpresión de sus libros, así que supongo bastante sabido que fue periodista, en un tiempo en que declarar esta profesión no despertaba, imagino, las connotaciones vergonzosas actuales. Decía este hombre que "para ponerse a escribir en los periódicos hay que disculparse previamente por la petulancia que esto supone, y la única disculpa válida es la de contar, relatar, reseñar". ¿Qué opinaría Chaves Nogales de la mayoría de los que hoy así se titulan, leyendo sus escritos, oyendo sus intervenciones en tertulias mediáticas? Ese oficio de testigo de lo que ocurría en una Europa convulsa, la de los años veinte y treinta, lo ejerció con honestidad y sagacidad. Ciertamente no sólo relataba, como testigo autorizado, lo que veía (y que leído ahora resulta de un altísimo interés), sino que también vertía sus propias conclusiones, ofrecía al público sus opiniones, pero lo hacía, las más de las veces, con la educada humildad de quien respeta a sus lectores, evitando hasta dar la impresión de impositiva seguridad. Sospecho que algo habría de impostado en esa elegancia dialéctica (que, dicho sea de paso, expresaba con una exquisita prosa); quiero decir que se me antoja que, para sí, se sentiría más convencido de sus tesis de lo que parecía por sus escritos y que, pese a su modestia, se sabría más capaz que el común de sus lectores. Si no me engaño, que reprimiera cualquier tentación de la vanidad propia ineludible me parece un rasgo encomiable de carácter, un ejercicio permanente de voluntad: obligarse a ser como uno cree que debe ser (alerta para no dejarse seducir por la natural tendencia a justificar las inclinaciones de carácter que nos desvían). Y creo yo que lo que quería ser –y fue en alto grado– era, sobre todo, honesto y bueno. Los honestos y buenos, en este país nuestro, son los ciudadanos de la que se ha dado en llamar la "tercera España", un ente virtual porque nunca ha cuajado, abortados mil veces sus abundantes embriones. Todavía esperamos que se cumpla la profecía machadiana, que esta España de charanga y pandereta tenga su infalible mañana y su poeta, que llegue esa España que alborea, la de la rabia y de la idea. En cambio a Chaves Nogales le tocó vivir el atroz enfrentamiento de las dos Españas y aunque lo aguantó hasta el final (final oficial), hubo de irse a morir fuera pocos años después y demasiado joven.

   
Parábola - Joan Manuel Serrat (Dedicado a Antonio Machado, poeta, 1969)

De Chaves Nogales tenía leídas dos obras, una de ellas la más reconocida, A sangre y fuego nueve relatos de la guerra civil que, como advierte el propio autor, "a pesar de lo inverosímil de sus aventuras y de sus inconcebibles personajes, no son obra de imaginación y pura fantasía. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho rigurosamente verídico". Leyendo ese libro, además del valiosísimo testimonio de unos hechos cuya sombra aún no se ha desvanecido, uno se convence de la veracidad de lo que Chaves afirma en el prólogo: "mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia". Hará medio año, me hice con un tercer librito, La vuelta a Europa en avión, pero lo he tenido apilado entre otros pendientes, demasiados, hasta este pasado fin de semana. No impacta tanto, desde luego, como el ya citado; ni siquiera como el otro que he leído, La agonía de Francia. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de esos dos, este otro es de fecha anterior (1928), todavía en los alegres (aunque no lo fueron tanto) años veinte. Aún así, no deja de ser muy recomendable, en especial los capítulos dedicados a sus descripciones de la Rusia comunista, sólo diez años después de la revolución, con un Stalin que todavía no había desplegado del todo su satánica crueldad. Pero me apetece citar, en cambio, unos párrafos de su estancia en Berlín.
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Se llega a la conclusión de que la guerra no fue para Alemania más que un pequeño accidente fácilmente olvidado. Este pueblo joven se había puesto en marcha: erró el camino, sufrió la pena, rectificó su ruta y adelante. No habrá riada en el mundo capaz de contener esta fuerza expansiva de Alemania. No se trata de una política determinada, ni de una misión histórica, ni de un ideal; no. Es que esta gente tiene una vitalidad maravillosa.

Se han amputado –o les han amputado– el ideal imperialista y siguen adelante con el mismo empuje que antes, porque este espíritu ascensional de Alemania es una fuerza ideológica, no la resultante de unas lucubraciones ideales.

El mundo no cree que Alemania se haya puesto en marcha otra vez sin el oculto motor de su imperialismo. No se cree en la revolución, en aquella revolución incruenta que nadie ha considerado capaz de llegar a la entraña alemana. Pero en ese pueblo se ha dado un caso sorprendente. Primero hubo una revolución, una revolución que brotó por generación espontánea; luego hubo revolucionarios. Primero hubo una república y después ha habido republicanos. Hoy existe una Alemania republicana que impedirá siempre una recaída en el militarismo. ...

La rectificación fundamental operada en el espíritu alemán después de la guerra es ésta: haber pasado del nacionalismo al internacionalismo; del tipo castizo al cosmopolita; de la lucha a la compenetración. Este radical cambio de criterio es lo único verdaderamente revolucionario que ha habido en Alemania, lo que ha consolidado la República y ha hecho imposible la vuelta de la Monarquía. A los que desconfían de aquellas revolución que hizo Alemania para derribar el kaiserismo, nosotros le señalaríamos la figura de Stressemann, rodeado de periodistas en este jardín del Auswärtiges Amt, como el hecho más auténticamente revolucionario de Alemania.

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Está claro (desde nuestra posición ventajista) que se equivocó en sus predicciones. Y da que pensar que alguien inteligente y honesto errara tanto. Un año después, Stressemann moriría de un ataque cerebrovascular, dejando a la república de Weimar huérfana de su mejor sostén. Lo que vino después es historia muy sabida, que Chaves Nogales tuvo ocasión de conocer (leo que entrevistó al propio Goebbels, quien le pareció un impresentable ridículo) y quizá le diera la oportunidad de reflexionar sobre sus impresiones del año veintiocho. De lo que estoy casi seguro es que le reforzaría en sus convicciones sobre la necesaria humildad intelectual y también, de otra parte, le entristecería, primer anuncio de lo que había de ser un grande dolor por lo que le esperaba.

sábado, 4 de mayo de 2013

Hacia la nada creadora

I


La nuestra es una época de decadencia. La civilización burguesa-cristiana-plebeya ha llegado ya desde hace tiempo al punto muerto de su evolución.

¡Ha llegado la democracia!

Pero bajo el falso esplendor de la civilización democrática, los más altos valores espirituales han sido hechos añicos.

La fuerza de la voluntad, la individualidad bárbara, el arte libre, el heroísmo, el genio, la poesía han sido menospreciados, ridiculizados, calumniados.

Y no en nombre del "yo", sino de la "colectividad". No en nombre del "único", sino de la "sociedad".

Así el cristianismo –condenando la fuerza primitiva y salvaje del instinto virgen– mata el concepto vigorosamente pagano de la alegría terrenal. La democracia –su hija– lo glorificó haciendo apología de este delito y celebrando la sombría y vulgar grandeza ...

¡Pero ahora lo sabemos!

El cristianismo fue la cuchilla envenenada que se hendió brutalmente en la carne sana y palpitante de la humanidad; fue una fría ola de tinieblas que empujó con furia místicamente brutal hasta oscurecer el júbilo sereno y festivo del espíritu dionisíaco de nuestros padres paganos. ¡En un frío atardecer invernal precipitado fatalmente sobre un caluroso mediodía de verano! Fue él –el cristianismo– el que, sustituyendo con el fantasma del "dios" la palpitante realidad del "yo", se declaró enemigo feroz de la alegría de vivir y se vengó canallescamente en la vida terrena.

Con el cristianismo la Vida fue exiliada a lamentarse en los pavorosos abismos de las más amargas renuncias; fue empujada hacia los glaciares de la negación y de la muerte. Y de estos glaciares de negación y de muerte nace la democracia.

Porque ella –la madre del socialismo– es hija del cristianismo.


II


Con el triunfo de la civilización democrática vino glorificada la plebe del espíritu. Con su feroz anti-individualismo, la democracia pisoteó –porque es incapaz de comprenderla– cualquier muestra de la heroica belleza del "yo" anti-colectivista y creador.

Los sapos burgueses y las ranas proletarias burguesa se estrecharon las manos en una común vulgaridad espiritual en una vulgaridad espiritual común, compartiendo religiosamente el cáliz de plomo que contiene el líquido viscoso de las mismas mentiras sociales que la democracia ofrece a los unos y a los otros.

Y los cantos que los burgueses y proletarios entonaron a su comunión espiritual fueron un mismo y clamoroso "Hurra" a la Oca victorioso y triunfante.

Y mientras los "hurras" estallaban altos y frenéticos, ella –la democracia– se embutía la gorra plebeya sobre la pálida frente proclamando –triste y feroz ironía– los derechos iguales ... ¡del Hombre!

Fue entonces cuando las águilas, en su prudente sabiduría, batieron más fuerte sus alas titánicas, elevándose –asqueadas ante el frívolo espectáculo– hacia las solitarias alturas de la meditación.

Así, la Oca democrática, erigida en reina del mundo y señora de todas las cosas, impone su orden de dueña y soberana.

Pero viendo que por encima de ella algo reía a la espera, ella, mediante el socialismo, su único y verdadero hijo, hizo arrojar una piedra y un discurso en el bajo dominio pantanoso donde croaban los sapos y las ranas, para generar una dialéctica de ventrílocuo y hacerla pasar por una guerra titánica de ideas soberbias y de espiritualidad. Y en los pantanos se produjo el pugilato ... Sucedió tan descaradamente que el barro salpicó tan alto que llegó a ensuciar las estrellas.

Así, con la democracia, todo fue contaminado. ¡Todo!

Incluso aquello que era lo mejor; incluso aquello que era lo peor.

En el reino de la democracia, las luchas que se desataron entre capital y trabajo fueron luchas raquíticas, embriones impotentes de guerra, privadas de cualquier contenido de alta espiritualidad y de la mínima valerosa grandeza revolucionaria, incapaces de crear otro concepto de vida más fuerte y más bella.

Burgueses y proletarios, aunque enfrentados por cuestiones de clase, de dominio y de estómago, permanecieron siempre hermanados en el odio común hacia los grandes vagabundos del espíritu. Contra los solitarios de la idea, contra todos los torturados del pensamiento, contra todos los transfigurados por una belleza superior.

Con la civilización democrática Cristo ha triunfado.

"Los pobres de espíritu", además del paraíso de los cielos, han tenido la democracia sobre la tierra. Si el triunfo no ha sido todavía completo, lo culminará el socialismo. En su formulación teórica ha sido ya anunciado desde hace tiempo. El socialismo pretende "nivelar" todos los valores humanos. ¡Atentos, espíritus jóvenes!

La guerra contra el hombre-individuo fue comenzada por Cristo en nombre de Dios, fue desarrollada a través de la democracia en nombre de la sociedad, amenaza completarse con el socialismo en nombre de la humanidad.

Si no sabemos destruir a tiempo estos tres absurdos cuanto peligrosos fantasmas, el individuo estará inexorablemente perdido.

¡Es necesario que la rebeldía del "yo" se expanda, se ensanche, se generalice! ¡Nosotros –los precursores de la época– ya hemos encendido los faros!

Hemos encendido las antorchas del pensamiento. Hemos blandido el hacha de la acción. Y hemos infringido, hemos desquiciado. Pero nuestros "delitos" individuales deben ser el anuncio fatal de la gran tempestad social.

Esa tremenda tempestad que demolerá todos los edificios de las mentiras convencionales, que desbaratará los muros de todas las hipocresías, que reducirá el viejo mundo a una pila de escombros y ruinas humeantes.

Porque de estos escombros de Dios, de la sociedad, de la familia y de la humanidad es de donde podrá nacer exultante y festiva la nueva alma humana. Una nueva alma humana que sobre las ruinas de todo el pasado cantará el nacimiento del hombre liberado: del "yo" libre y grande.



III


Cristo fue un equívoco paradójico de los evangelios. Fue un triste y doloroso fenómeno de decadencia, nacido del hastío pagano. El Anticristo es el hijo saludable de todo el odio vigoroso que la Vida ha incubado en el secreto de su seno fecundo durante los veinte siglos de la dominación cristiana.

Porque la historia se repite. Porque el eterno retorno es la ley que rige el universo. ¡Es el destino del mundo! ¡Es el eje en torno al cual gira la vida! Para perpetuarse, para repetirse, para contradecirse, para perseguirse, para no morir ...

Porque la vida es movimiento, es acción. Que persigue el pensamiento, que busca el pensamiento, que ama el pensamiento. Y éste camina, corre, se afana. Quiere llevar a la Vida al reino de las ideas.

Pero cuando la vida es intratable, llora el pensamiento. Llora y se desespera ... Luego, el cansancio lo debilita, lo hace cristiano, y entonces el pensamiento toma a su hermana Vida de la mano e intenta confinarla en el reino de la muerte.

Pero el Anticristo –el espíritu del instinto más misterioso y profundo– reclama de nuevo a la Vida gritándole bárbaramente: ¡Recomencemos! Y la Vida recomienza. Porque no quiere morir.

Y si Cristo simboliza el cansancio de la vida, el ocaso del pensamiento, la muerte de la idea, el Anticristo simboliza el instinto de la vida, la resurrección del pensamiento. El Anticristo es el símbolo de una nueva aurora.

   
Babbo in prigione - Francesco De Gregori (De Gregori, 1978)

Este texto es la traducción propia de las tres primeras partes del Verso il nulla creatore, del anarquista ligur Renzo Novatore (1890-1922). Quien tenga interés por el texto completo, lo puede descargar (en italiano) en una web dedicada a este hombre; yo ya tengo traducidas quince de las escasas veinte páginas de esta obra de 1921, pero con estas iniciales creo que basta para un post y para hacerse idea suficiente del radical pensamiento de Novatore. Fue hijo de campesinos, autodidacta (las influencias de Max Stirner y de Nietzsche son evidentes) y, en sus últimos meses, enemigo a muerte del fascismo rampante. El 5 de junio de 1922 un numeroso grupo de matones fascistas se llegaron de noche a la casa de Novatore, en un pueblo cercano a La Spezia, para darle una buena lección, para que aprendiera que gente como él no tenía cabida en la Italia de la que estaban a punto de apoderarse. Aporrean la puerta y explota una bomba; en la confusión el anarquista logra escapar y se pierde en los campos vecinos. Fue la última vez que su mujer y sus dos hijos lo vieron. Poco después se uniría a la banda del ya por entonces famoso Sante Pollastri, probablemente para encontrar refugio de los camisas negras pero también por su convicción de que debía responder con la fuerza a la violencia del orden constituido y, al fin y al cabo, Pollastri tenía cierta aura de bandido anarquista (una especie de Robin Hood de la época). Miembro de la banda, participa en algunos asaltos y robos (en uno de ellos muere el cajero de un banco). El 29 de noviembre de ese mismo 1922, apenas un mes después de la marcha sobre Roma y el acceso de Mussolini al poder, Novatore está con Pollastri en una tasca a las afueras de Génova. Tres carabinieri, avisados de la presencia del bandido, entran al local para detenerlo; se produce un tiroteo y Pollastri logra escapar pero Novatore cae muerto. Tenía treinta y dos años. El régimen fascista se ocupó de hacer desaparecer la mayoría de sus escritos, casi hasta su memoria.