viernes, 30 de marzo de 2018

Seny y rauxa

Quienes no somos catalanes eso del seny lo hemos escuchado muchas veces pero supongo que no estamos del todo seguros de su traducción: ¿sensatez, prudencia, sentido común? Supongo que la acuñación del término y, sobre todo, su entronización como uno de los elementos identitarios de la “personalidad catalana” proviene de la Renaixença, el movimiento cultural decimonónico que “inventó” no pocos de los componentes eternos del alma de Cataluña. De hecho, parece que uno de los máximos divulgadores y fomentadores del seny fue Torras i Bages, el obispo de Vich, tan decisivo en la construcción política del catalanismo conservador. Hace ya bastantes años, leí Noticia de Cataluña, el ensayo que Jaume Vicens Vives escribió en 1954 porque (los catalanes) “tenemos que saber qué hemos sido y quiénes somos si queremos construir un edificio aceptable dentro del gran marco de la sociedad occidental a la que pertenecemos por filiación directa desde los tiempos carolingios”. En el último capítulo de ese libro, titulado significativamente “Los resortes psicológicos colectivos”, Vicens se centra en el análisis del seny al que contrapone otra nota caracterológica catalana, la rauxa. Pero justo una década antes, en 1944, Ferrater Mora (a quien muchos conocemos del bachillerato por su famoso Diccionario de filosofía) había publicado, en el exilio chileno, Las formas de la vida catalana, donde parece (no lo he leído) que aportaba una definición del seny muy distinta a la que luego desarrollaría el historiador (en gran medida la hace para responder al filósofo).

Me he enterado del ensayo de Ferrater a través de un artículo de Oriol Punsatí-Murlà publicado en el número 43 de la revista Idees de la Generalitat de Catalunya. En ese número (el penúltimo hasta la fecha) se recogen las ponencias presentadas en la Jornada “Usos (y abusos) del seny político” que el Centro de Estudios de Temas Contemporáneos organizó el 19 de octubre de 2016 en el Ateneo de Barcelona. En esas sesiones se pretendía reflexionar, política y filosóficamente, sobre el seny y el pacto, dos conceptos que vienen apareciendo desde hace tiempo en los debates internos sobre la actualidad catalana, en especial en relación al proceso soberanista. Oriol Punsatí (Figueras, 1978) es profesor asociado de filosofía antigua en la universidad de Gerona, pero también editor, traductor y escritor (y, por supuesto, independentista), todo un humanista contemporáneo. Pero volvamos al artículo de Idees, que se titula La filosofia del seny: entre Ferrater Mora i Vicens Vives. En la introducción apunta unas consideraciones que inciden en algo que en bastantes ocasiones me ha hecho reflexionar; me refiero a la validez de las descripciones sobre los colectivos humanos. ¿Cabe caracterizar a los catalanes o a los españoles o a los franceses? ¿Cuánto de cierto tienen esos tópicos que se asignan a colectividades, como en este caso el de que los catalanes tienen seny? Ponsatí no se decanta explícitamente pero da un paso más y señala –tal vez provocativamente– que esas descripciones se constituyen en “discursos normativos”; es decir, que si acabamos creyendo que los catalanes se caracterizan por el seny o por la rauxa (o por ambas cosas alternativamente, como sostendría Vicens Vives, para el caso da igual) es porque alguien les ha colgado la etiqueta y ésta ha cuajado. En el caso del seny (y de la rauxa), Ponsatí viene a sugerir que los propios conceptos han sido moldeados no tanto para “conocer y entender” cómo son los catalanes sino para “orientar o dirigir” sus comportamientos. Así nos explica que hay dos concepciones muy distintas del seny y, por tanto, dos consecuencias prácticas (políticas) también muy diferentes: la de Ferrater y la de Vicens.

Dice Ponsatí que Ferrater, siguiendo la línea anterior de Eugenio D’Ors, diferencia claramente entre el seny y el sentido común. Este último “frena el impulso de conocer amparándose en una experiencia pretendidamente ya hecha (que verdaderamente no ha hecho nadie) y priva, pues, tanto al individuo como al colectivo de acceder a nuevos conocimientos y nuevas experiencias”. Sin embargo, en palabras del filósofo, “El seny no excluye, sino que muchas veces postula, el atrevimiento y la osadía, todo lo que, desde cierto punto de vista, puede parecer insensato, pero que, mirado desde el horizonte de la continuidad, se convierte en una actitud cuerda . El auténtico seny no se limita a perseguir lo que es más accesible, las realidades cotidianas e inmediatas; el auténtico seny, diríamos el seny ideal, es perseguir lo que es justo, conveniente y correcto, aunque esta persecución sea en algunos instantes la acción más insensata que alguien pueda imaginar.

En cambio, para Vicens Vives, el seny “es la reducción de la realidad de la vida a nuestros intereses inmediatos; es tocar la tierra antes de pisarla; es abstenerse de aprovechar las ocasiones favorables por el temor de alargar más el brazo que la manga; … es huir de quimeras que enervan y de entelequias que enardecen. Por eso el seny no da una lógica de acuerdo con el mundo real, que evidentemente capta, sino una tendencia al compromiso, con peligro de derivar hacia la ufanía conformista. Retenemos avaramente nuestras emociones, incluso las más finas, por no comprometer las posibilidades inmediatas de paz o prosperidad. «No te compliques»: ésta parece ser la divisa del seny ante cualquier coyuntura vital. Y, para no complicarnos, cerramos a cal y canto las puertas exteriores y nos complacemos en una sociabilidad aparente, arisca y hosca, mientras, de puertas adentro, cultivamos el jardín de los refinamientos más insospechados”.

Según Vicens Vives, en el extremo opuesto del seny está la rauxa, que puede traducirse por furia o arrebato. “Ser arrauxat es, precisamente, estar falto de seny, obedecer a los impulsos emocionales, actuar según determinaciones repentinas. En tales circunstancias nos dejamos llevar por la pasión, sin sopesar las realidades ni medir sus consecuencias. Entonces somos hombres exaltados y de actitudes extremistas. Va más allá el historiador: asegura que el mal de la vida colectiva catalana ha sido la rauxa, “una actitud contraria a nuestra tradición pactista que ha preparado el advenimiento del todo o nada. Mucho más grave todavía, porque, desde un punto de vista político, generalmente hemos dicho «¡basta!» en el peor momento, cuando la coyuntura nos era desfavorable, cuando había pasado el punto dulce de nuestra fuerza o nuestra razón. Tiene la culpa de esa falta de acierto, sin duda, el debilitamiento del seny en las clases dirigentes.

En su artículo, Ponsatí remarca las diferencias entre los dos senys, optando sin reservas por el ferrateriano. La rauxa no es, en el modelo interpretativo del carácter catalán que propone el filósofo, lo opuesto al seny, ni tampoco –mucho menos– el pecado capital del comportamiento colectivo de los catalanes. Al contrario, si el seny es la búsqueda de lo justo, a veces debe expresarse mediante la rauxa. Desde luego, esta es ya la conclusión de Ponsatí (dudo que sea tan explícita en Las formas de la vida catalana, que habré de conseguirme y leer). Este hombre implícitamente sostiene que el objetivo de Vicens Vives habría venido a ser una suerte de “domesticación” de los catalanes, intentando que destierren la rauxa y, ya de paso, se mantengan alejados de la acción política. Acaba Ponsatí asegurando que “tres décadas largas de autonomismo han resultado más que suficientes para dejar en evidencia, por inconsistente, cualquier intento de reconstruir un programa político basado en ningún otro seny que no sea el que, apenas iniciada la dictadura, formulaba Ferrater Mora … Es la hora de emprender acciones insensatas. Porque no nos queda otra forma de seny que ensayar”. Sin entrar a discutir si comparto o no la premisa mayor (que no la comparto), por más que entiendo que Ponsatí trata de legitimar (recurriendo a una autoridad tan respetada como Ferrater) la estrategia y práctica de los partidos independentistas en los últimos años, creo que se equivoca. Creo que la rauxa es un comportamiento condenado ineludiblemente al fracaso, al menos en las circunstancias actuales. Pero ya lo argumentaré en una próxima entrada.

martes, 27 de marzo de 2018

El geolocalizador

Ya detuvieron al Puchi. El pasado viernes 23, además de encarcelar a todos los imputados que se presentaron en el Supremo, el juez Llarena activó las órdenes europeas de captura contra los que estaban fuera de España. Puigdemont estaba en Finlandia, adonde había llegado el jueves para pronunciar una conferencia en la Universidad de Helsinki invitado por un grupo de ocho diputados del parlamento de ese país que forman el llamado Grupo de Amistad con Catalunya (el de la foto, Mikko Kärmä, era el anfitrión principal). Según cuenta El País, el viernes a primera hora –es decir, antes de la reactivación de las eurordenes por Llarena– dos personas del séquito del expresident sacaron del garaje de la casa de Waterloo el coche con el que Puigdemont solía desplazarse por Bruselas, un Renault Espace con matrícula belga. Esto alertó inmediatamente al Centro Nacional de Inteligencia porque, según parece (así lo ha revelado la agencia Efe), los agentes españoles habían colocado un aparatito geolocalizador en ese vehículo. De tal modo, pudieron rastrear todo el viaje de 1.600 kilómetros desde Bélgica a Finlandia y dar por sentado que don Carles pretendía regresar a su chaletito flamenco por carretera.

Cuando supo que se había reactivado la eurorden, el abogado de Puigdemont manifestó que éste se presentaría a la policía finlandesa porque siempre había estado en disposición de colaborar con la justicia europea. No obstante, el sábado la policía finlandesa comunicó que desconocían el paradero del expresident, quien no había tomado el vuelo de Helsinki a Bruselas. Para entonces Puigdemont, con su amigo el empresario Josep María Matamala y los dos que habían llevado el coche (parece que conductores de la Generalitat), ya se habría puesto en marcha. Dado que la inteligencia española tenía balizado el vehículo, ha de pensarse que no le dijeron nada a la finlandesa porque no querían que el político fuera detenido en ese país. Los catalanes recorrieron 1.480 kilómetros desde Helsinki hasta Jagel, en el land de Schleswig-Holstein donde fueron detenidos a las 11.17 horas del domingo. Antes de llegar a Alemania atravesaron Suecia y Dinamarca y tampoco en estos países quiso el CNI que fueran detenidos, ni siquiera en el lugar (que desconozco) donde pasarían la noche (porque el viajecito dura más de 20 horas según GoogleMaps). En cambio, nada más entrar en Alemania, a solo 45 kilómetros, dieron el chivatazo a la policía alemana para que los cogieran. Aprovecharon la primera parada que hicieron –en una gasolinera–, aunque les quedaban 500 kilómetros por territorio teutón. No cabe duda de que había mucho interés en apresarlo en el país más adecuado para lograr las mejores condiciones de extradición.

En fin, que un trabajo muy eficaz de los servicios secretos españoles para cumplir el objetivo de detener a Puigdemont. Pero, aunque todos los periódicos han dado noticia de cómo se ha llevado a cabo la operación, no he encontrado ninguna referencia a la legalidad de la misma. Buscando por internet encuentro un foro de discusión en el que, a propósito de este asunto, alguien dice que con la modificación en 2015 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (“para el fortalecimiento de las garantías procesales y la regulación de las medidas de investigación tecnológica”) lo de poner un chivato electrónico ya es legal. Sin embargo, lo que dice el artículo 588 quinquies b es que “cuando concurran acreditadas razones de necesidad y la medida resulte proporcionada, el juez competente podrá autorizar la utilización de dispositivos o medios técnicos de seguimiento y localización”. Estos dispositivos podrán colocarse sin orden judicial cuando de no hacerlo urgentemente pudiera frustrarse la investigación, pero en ese caso hay que comunicarlo en menos de 24 horas al juez. Ahora bien, no parece que un juez español pueda autorizar colocar un geolocalizador en un vehículo que está en el extranjero. Tampoco es muy creíble que los agentes del CNI pidieran autorización a jueces belgas. Así que, salvo que haya una explicación convincente por parte del Ministerio del Interior, va a resultar que para cazar a Puigdemont los servicios de inteligencia españoles han infringido la Ley, aparte de la soberanía de otro país (se creerán que somos yanquis, que ellos sí están legitimados para hacer lo que les dé la gana fuera de sus fronteras). Y si se confirma que el expresident ha sido capturado usando medios ilegales, hay otro motivo más para cuestionar el buen funcionamiento de la justicia española, dando más argumentos a los independentistas. La verdad es que, frente a chabacano triunfalismo del PP y los de Ciudadanos, a mí el comportamiento del Estado en el asunto catalán no hace más que avergonzarme.

sábado, 24 de marzo de 2018

El máster de Cifuentes

El miércoles, eldiario.es publicó que Cristina Cifuentes, la presidenta de Madrid, obtuvo su título de máster en la universidad pública Rey Juan Carlos (URJC) con notas falsificadas. El Máster era sobre “Derecho Público del Estado Autonómico” y (a fecha de hoy según he consultado en la web de la universidad) consta de 14 asignaturas (42 créditos) y un trabajo de fin de máster (24 créditos). Basándose en la conversión habitual, solo la asistencia a las asignaturas de este máster debe suponer una dedicación del orden de 420 horas, a las que hay que sumar las que llevara la realización del trabajo final. El máster lo cursó Cifuentes durante el curso académico 2011-2012; sorprende que sacara tiempo para hacerlo cuando desde el 16 de enero de 2012 ocupaba el cargo de Delegada del Gobierno en Madrid. Pues bien, el periódico de Ignacio Escolar fue mostrar un pantallazo del sistema de gestión de alumnos de la URJC que mostraba que dos asignaturas (“la financiación de las comunidades autónomas” y el “Trabajo de Fin de Máster”) aparecían en 2012 con la calificación “No presentado” que fueron cambiadas a 7,5 (notable) en 2014. Como en el sistema queda constancia de la persona que introduce los datos, se sabe que fue una funcionaria, Amalia Calonge, que no era profesora, no tenía nada que ver con el Máster y trabajaba en un campus distinto de la Universidad.

Que las calificaciones de dos asignaturas hayan sido modificadas dos años después de cursarse permite razonablemente sospechar que pudiera haber habido una falsificación, que Cristina Cifuentes no se presentó a una asignatura ni entregó el trabajo de fin de máster y luego, fraudulentamente, se puso que sí lo había hecho, lo que le habría permitido obtener ilegalmente el título del máster. Ciertamente, la carga de la prueba recae siempre sobre el que acusa. Me parece indignante la rapidez y entusiasmo con que los políticos condenan a sus adversarios ante la más mínima sospecha (y nunca se disculpan si las acusaciones resultan infundadas). Sin embargo, en este caso, la irregularidad que se ponía públicamente al descubierto era tan manifiesta que obligaba necesariamente a la presidenta de Madrid a dar explicaciones. Ni siquiera, a mi modo de ver, estaba obligada a presentar pruebas; a mí me habría bastado con que contara un relato verosímil que despejara la sospecha de una posible falsificación. Ese mismo miércoles, ante el revuelo mediático, la URJC convoca una rueda de prensa a la que asisten el rector, el director del máster y el profesor de la asignatura implicada. La explicación que dan es muy simple: “debido a una mala transcripción en la introducción de las notas en la plataforma informática de los mencionados profesores aquí presentes, las dos calificaciones quedaron como no presentado en julio de 2012. En octubre de 2014, funcionarios de Administración de la Universidad Rey Juan Carlos, al intentar expedir el título solicitado por la alumna, detectan que hay dos asignaturas que tienen la calificación de no presentado. Se contacta con los profesores y se comprueba que la asignatura y el trabajo fin de máster tienen una calificación de 7,5 puntos”.


Esta versión no terminó de convencer. Por supuesto es perfectamente factible que dos profesores olviden pasar al expediente electrónico de un alumno las calificaciones de sus asignaturas y eso explicaría que en ambas apareciera el no presentado. Lo poco creíble es cómo se detecta el error y cómo se corrige. Alguien tiene que detectar que hay un error e instar su corrección, pero el rector no da ningún detalle a este respecto. Podríamos pensar –creyendo la versión oficial– que Cristina Cifuentes pidió su título y, al darse cuenta de que faltaban dos materias por aprobar, conscientes de quién era la alumna, las propias autoridades universitarias, sin decirle nada a ella, se ocuparon de preguntar a los dos profesores si había aprobado la asignatura y presentado, expuesto y aprobado el trabajo de fin de máster. Suena raro, la verdad. Lo normal es que le hubieran comunicado a la presidenta que aparecía con dos no presentados y ésta habría presentado un escrito solicitando la corrección de esos “errores de transcripción”. Pero admitamos que la universidad, con exceso de celo, actuó “de oficio”. Pero en ese supuesto, la corrección se habría hecho mediante una diligencia formal, en la que constaría expresamente la causa y quién da constancia de la misma. Así que, la versión del rector y sus acompañantes en la rueda de prensa tiene toda la apariencia de falsedad, con el agravante de ser una mentira muy torpe. Lo terrible es que si las cosas son como parecen (y lo parecen demasiado), habrá que concluir que la primera reacción de la guardia pretoriana de la Cifuentes fue requerir al rector para que diera esa rueda de prensa. Por cierto, las caras de sus dos acompañantes durante la misma traslucen claramente que estaban pasando un mal trago. De modo que, después de esa vergonzosa escena, ya no se trata sólo de saber si Cifuentes ha mentido (o no), sino si ha presionado a tres docentes de la URJC a mentir para corroborar su versión. Y, aunque cabe la remotísima posibilidad de que las cosas hayan sido como dijo el rector (es decir, que en efecto hubiera aprobado la asignatura y el trabajo de fin de máster con 7,5 y no se hubieron transcrito esas calificaciones), lo que es incuestionable es el que el rector mintió al asegurar que “no existe irregularidad alguna en el título de máster de doña Cristina Cifuentes”, porque corregir así las notas es irregular.



La noche de ese mismo miércoles, Cristina Cifuentes publicó a través de su cuenta de twitter un video-selfie en el que empieza quejándose de que ese día no pudo trabajar por los madrileños lo que le habría gustado por que tuvo que perder mucho tiempo buscando la documentación necesaria que acredita las falsedades que había publicado un medio digital sobre el máster que cursó hace unos años. Nótese que ella misma se refiere a los papeles que muestra a la cámara (y por los visto remitió a los medios de comunicación) como acreditaciones; por tanto, ha de estar dispuesta a que se pongan a prueba. El primer papel que enseña es el “certificado oficial” de la universidad con todas las asignaturas del máster aprobadas. Pero, como es evidente, este papel solo certifica lo que nadie discute: que a la fecha en el expediente académico de Cifuentes constan aprobadas todas las asignaturas: No demuestra en absoluto que dos de esos aprobados no hubieran sido no presentados hasta 2014 y cambiados entonces. El segundo papel que presentó fue un “acta” del trabajo de fin de máster en el que el Tribunal de Evaluación, formado por tres mujeres, firma con fecha 2 de julio de 2012 que se evaluó el trabajo titulado “El sistema de reparto competencial en materia de seguridad ciudadana” con una nota de 7,5 (notable). Esta acta, escrita a mano sobre un formulario (que parece hecho en Excel), no tiene ningún elemento (sello de un registro, firma electrónica, etc) que pruebe que fue hecha el 2 de julio;  además es anómalo que un alumno tenga una copia del acta manuscrita. Aunque no pensemos que el acta esté falsificada, surge el problema de que la composición de ese Tribunal no cumple las condiciones que exige el Reglamento de la propia universidad (un miembro debe ser de otra universidad y los otros han de ser profesores numerarios; ninguna de estas condiciones se cumplen). Desde luego, no se puede acusar a Cifuentes de que el Tribunal sea ilegal, pero el que ese Tribunal sea ilegal hace pensar que no existió. De modo que volvemos a sospechar que la URJC para defender a la presidenta madrileña inventa un Tribunal que no existió y fuerza a tres docentes a que lo avalen con sus firmas (y de nuevo con excesiva torpeza).

Como era más que previsible, al día siguiente eldiario.es se ensañó en las declaraciones y papeles de las autoridades universitarias y de la propia Cifuentes. Además, en su propio blog, Ignacio Escolar detalló muy didácticamente las que llamó “mentiras” de Cristina Cifuentes, poniendo de manifiesto la debilidad de los argumentos expuestos. Las desafortunadas reacciones de la URJC y de la presidenta elevaron el interés del asunto. Estoy seguro de que no tardaron en arrepentirse de esas defensas tan precipitadas y, sobre todo, tan torpes. De hecho, ese día 22, el rector que había declarado públicamente la víspera que en el máster de Cifuentes no había habido ninguna irregularidad ordenó la apertura de un procedimiento administrativo denominado “Información Reservada” para aclarar lo sucedido y determinar, en su caso, las responsabilidades que pudieran existir; ya no estaba tan seguro. Por otro lado, el PP madrileño decidió que no se debían dar más explicaciones “para no hacer el juego a la oposición”; sin embargo, más parece que ante la cada vez más apabullante acumulación de “cosas raras” que siguen aportando los periodistas de eldiario.es, Cifuentes se haya dado cuenta de que este asunto del máster puede hacerle mucho daño y esté encerrada con los más cercanos para ver qué salida se les ocurre.

Esas otras “cosas raras” son demasiadas. Una: Amalia Calonge, la funcionaria que cambió las notas en 2014, a los pocos días acompañó a la presidenta a recoger el título y se sacó una foto con ella que tenía en su perfil de Facebook. Otra: el profesor de la asignaturas con “no presentado” le envió un correo electrónico a esta señora Calonge para que pusiera la nota de 7,5 pero ¿por qué a ella que nada tenía que ver con el máster? ¿y por qué doña Amalia cambió además el no presentado del trabajo de fin de curso? Una más: Cristina Cifuentes en noviembre de 2012 pagó la matrícula para presentar y defender el Trabajo Fin de Máster que teóricamente ya tenía aprobado con un 7,5. Otra: El máster de 2011-2012 sólo tenía 21 alumnos y se impartía las tardes de los jueves y los viernes y la mañana de los sábados; eldiario.es entrevistó a cinco de quienes asistieron con regularidad al máster y ninguno de ellos vio nunca a la entonces delegada del gobierno. Y una quinta: ¿dónde está el famoso trabajo de fin de máster? Dice Cifuentes que no lo encuentra porque se ha mudado varias veces de domicilio; pero supongo que lo habrá hecho con ordenador así que, ¿también a ella se le ha borrado el disco duro? En todo caso, lo que debería ocurrir es que apareciera ese trabajo de fin de máster en la universidad con su correspondiente registro de entrada. Y hay unas cuantas “cosas raras” más que se han venido publicando en estos últimos días (por ejemplo, la relación de algunos profesores implicados con el PP) y que imagino que seguirán apareciendo. Son muchas dudas que crean una apariencia muy fuerte de que Cristina Cifuentes no hizo ese máster y de que hay funcionarios de la universidad involucrados en ese fraude. Por tanto, parece obligado que la presidenta de Madrid aclare puntualmente, una a una, todas estas dudas.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Cuando a Borges no le dieron el Nobel

Todos los años un importante número de personas y organizaciones (entre 600 y 700 en la actualidad) “con derecho a nominar” proponen al Comité Nobel candidatos al premio Nobel de Literatura. El Comité Nobel –en la actualidad cinco académicos– examina las propuestas, reduciendo el gran número de autores (han llegado a ser doscientos) a una “lista corta” de cinco nombres, que queda cerrada hacia finales de mayo. Entonces, los dieciocho académicos suecos (bastantes menos que los de la RAE) se llevan como “lecturas de verano” las obras de los seleccionados. Al comienzo del curso, en septiembre, empiezan inmediatamente a discutir para anunciar la decisión el primer jueves de octubre. Todas esas discusiones, así como las listas de candidatos, permanecen secretas durante cincuenta años. De modo que a la fecha sólo podemos saber los nombres de los candidatos entre 1901 y 1967 (aunque la página correspondiente de la Wikipedia se queda en 1965). Según leo en un diario digital argentino, fue justamente en 1967 cuando apareció Jorge Luis Borges por primera vez en la lista corta de candidatos (y no sabemos si repitió posteriormente). Ese año la lista corta fue una terna y al argentino le acompañaban Graham Greene (quien ya había sido seleccionado en 1966) y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el galardonado. Por cierto, cuentan las malas lenguas que al británico (uno de los escritores que más me gusta) no le dieron el premio porque en un viaje a Estocolmo se enrolló con la mujer de un académico sueco; desde luego, el infundio no está en absoluto confirmado, aunque sí que Greene fue bastante pecador contra el sexto.

Desde hace bastante tiempo se cuenta que a Borges nunca le dieron el Nobel, a pesar de merecerlo sobadamente, por razones políticas. Así se dice que se le negó el premio por su apoyo a los regímenes dictatoriales del Cono Sur americano y, más concretamente (hasta la Wikipedia da fe) por haber recibido un premio universitario de manos de Pinochet. Sin embargo, este incidente ocurrió el 21 de septiembre 1976, nueve años después de su primera candidatura y probablemente con algunas más que tampoco habían fructificado (aunque habremos de esperar para confirmarlo). Quiero decir que el que Borges simpatizara con Videla o Pinochet –y sobre ese asunto hay mucho que matizar– pudo influir en que no le dieran el Nobel entre los años 76 y 85 (murió en junio de 1986), pero nada pudo tener que ver con que no se lo hubieran dado antes. Es más, teniendo en cuenta que los académicos suecos llevaban nueve años denegándoselo, cabe preguntarse si se lo hubieran dado de no haber cruzado la cordillera para ser recibido por el dictador chileno (o si hubiera manifestado con claridad su desapego hacia esos regímenes dictatoriales). Creo que hay indicios para suponer que don Jorge Luis estaba vetado por causas que eran ideológicas.

Aún así quizá convenga repasar aquel incidente chileno. La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile acordó otorgar al poeta argentino el doctorado honoris causa. Según declaró el propio Borges años después, él quiso entender el reconocimiento vinculado a sus lectores chilenos, al propio país, al que amaba. Desde luego, no podemos creer que ignorara las connotaciones ideológicas (y hasta éticas) de ese galardón, pero sí es verosímil, en cambio, que se negara a que las consideraciones políticas condicionaran su decisión de asistir. Su “amanuense” en aquellos años, Roberto Alifano, aseguró que las autoridades militares manipularon con habilidad la ingenuidad de Borges, de modo que éste se encontró poco menos que ante una encerrona, viéndose obligado a recibir el premio de manos del propio Pinochet. Pero, no se trata de disculpar al escritor, porque no admite discusión que en esas fechas simpatizaba con el régimen chileno –y también con el argentino– como lo prueba el discurso laudatorio que pronunció en ese acto (“En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”) y las palabras de elogio hacia el dictador tras reunirse con él al día siguiente (“Es una excelente persona, por su cordialidad, su bondad... Estoy muy satisfecho"). Hay que decir también que posteriormente, cuando conoció los crímenes inhumanos de las dictaduras chilena y argentina, renegó públicamente de sus simpatías previas. Pero, según la versión no oficial pero muy difundida, ya estaba “quemado” como candidato al Nobel.

Lo que yo no sabía es que esta versión viene avalada con una presunta llamada telefónica que recibió Borges en los días anteriores al acto académico de Santiago. Quien le telefoneó era alguien muy allegado al jurado sueco (o sea, al Comité Nobel) pero nunca se ha revelado su identidad, ni siquiera queda claro si se identificó con su nombre ante Borges. Esa misteriosa persona le advirtió que si iba a Chile a recibir el doctorado), ni en ese año ni en ningún otro le darían el premio Nobel. Según María Kodama, Borges contestó a esa “garganta profunda” lo siguiente: “Señor, después de lo que usted me ha dicho, aunque hubiera pensado en no ir a Santiago, ahora mi deber es ir, porque hay dos cosas que un hombre no debe permitir: sobornar o ser sobornado”. Llámeseme escéptico, pero se me hace difícil creer esta historia: no contamos con ninguna prueba mínimamente sólida y, además, es demasiado perfecta y favorable hacia Borges para ser verdadera. Piénsese que para las fechas que debió producirse esa comunicación (principios de septiembre del 76), se estaría en el inicio de los debates secretos en la Academia sobre los candidatos seleccionados de ese años. Hay que suponer, para que la llamada tuviera sentido, que Borges estaba entre ellos (ya lo comprobaremos dentro de ocho años); ahora bien, sólo lo podían saber los propios académicos. ¿Uno de ellos cometió la flagrante imprudencia, si no ilegalidad, de llamar a Borges? Y si lo hizo, ¿era tan torpe de no darse cuenta de que con ellos empujaría al escritor a aceptar la invitación? ¿Acaso era alguien que, haciéndose pasar por amigo, quería perjudicarlo? Suena demasiado a trama conspiratoria como para darle crédito. En cambio, si damos por cierta la llamada, tendemos a pensar que Borges hizo lo que tenía que hacer, máxime cuando nos sentimos epatados con la brillante frase que fue capaz de improvisar ingeniosamente en una conversación trasatlántica.

En fin, ya digo que no termino de creerme que la adscripción ideológica de Borges haya sido la causa de que no le concedieran el Nobel; al menos, no la causa principal, porque tampoco voy a sostener que no influyera en alguna medida en los ánimos de los académicos suecos. Otra explicación que se ha repetido mucho alude a la enemistad del poeta Artur Lundkvist. María Esther Vázquez, amiga y colaboradora, cuenta (Borges, esplendor y derrota, 1996) que en 1964 acompañó a Borges a una cena con escritores suecos, en Estocolmo; uno de los invitados leyó un poema de Lundkvist que luego Georgie ridiculizó por lo bajo. El sueco, quien naturalmente se enteró, nunca se lo perdonó. En una entrevista en 1986 a El País, Lundkvist negó cualquier animadversión personal hacia el argentino; dijo que se conocieron en 1946 en Buenos Aires y enseguida nació entre ambos una buena amistad basada en aficiones literarias comunes, en especial el fervor común hacia Faulkner. Volvieron a encontrarse 18 años después en Estocolmo (el viaje a que hace referencia Vázquez), cuando “ya estaba totalmente ciego, y su fama -aunque no su literatura- había crecido enormemente, y continuamos alegremente la conversación a partir del punto exacto en que la habíamos dejado en Buenos Aires". Para Lundkvist, Borges era un grandísimo poeta aunque no terminaban de gustarle sus cuentos (“adolecen de una extrema estilización casi paralizante”). En todo caso, sea o no verdad que el poeta sueco se opusiera a Borges, lo cierto es que hasta 1968 no entró en la Academia; cabe pues la misma consideración que respecto de la visita a Pinochet: para cuando Lundkvist pudo haber influido en el Nobel, la negativa a Borges estaba ya firmemente consolidada.

Por más que la Academia sueca asegure que las discusiones de las que resulta cada año el ganador del Nobel se atengan a criterios estrictamente literarios, los académicos están sujetos, como cualquiera de nosotros, a la presión de sus propias pasiones personales. Por eso, se hace difícil descartar que en la no concesión del Nobel a quien sea no hayan influido rencores o cuestiones de corrección política. No obstante, en el caso concreto de Borges, tiendo a pensar que las razones principales estén en el ámbito literario. De hecho, ahora que se ha “desclasificado” el cónclave académico del 67 nos enteramos de que el rechazo se debió a que a los jurados no les terminaba de gustar –o no terminaban de entender– el estilo de Borges. “Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”, sentenció Anders Osterling. No deja de ser curioso que este poeta minusvalorara hasta ese grado al argentino cuando fue justamente bajo su mandato como secretario permanente de la Academia (1941 a 1964) que el Nobel se abrió hacia aquellos escritores que exploraban y expandían las posibilidades del lenguaje, rompiendo con la línea mucho más pacata de las primeras décadas del siglo. Pero el caso es que, por mucho que no lo compartamos, parece que a los suecos nunca les llegó a enganchar Borges. Lo cual el propio escritor, probablemente en modo irónico, decía entender porque aseguraba que su literatura no era buena (probablemente con falsa modestia). Pero, según dicen quienes con él convivieron, era una espina que le dolía cada octubre, cuando volvían a no darle el Nobel. No obstante, fiel a sí mismo, en sus últimos años repetía que se trataba de “una antigua tradición escandinava” –él que tanto gustaba de las sagas nórdicas– “me nominan para el premio y se lo dan a otro; ya todo eso es una especie de rito”. Pues sí.

domingo, 18 de marzo de 2018

Nueva Walcheren, Tobago, siglo XVII

Hay tantas y tantas historias olvidadas. Me gustaría ser capaz de rescatarlas por el placer de narrarlas y así, de algún modo, revivirlas. La pena es que tantas y tantas de esas historias –la mayoría por mera exigencia estadística– se han perdido para siempre y ya jamás podrán contarse. Otras, innumerables también, si bien sumergidas en su casi totalidad en el olvido definitivo, aún asoman sutiles rastros que apenas testifican que algo sucedió pero sin dar casi noticias de ese algo. Asiendo esos evanescentes vestigios quizá pudiéramos recrear las historias, como si, jalándolo por los brazos, salváramos a alguien a quien engullen arenas movedizas. Digo a propósito “recrear” porque en los más de los casos son novelistas los que acometen estas tareas, rellenando mediante la ficción las muchísimas ignorancias de la historia. Tan solo, creo yo, hay que exigirles verosimilitud; al fin y al cabo, admitimos todos que no podemos saber a ciencia cierta lo que pasó pero que el relato que se nos cuente, al menos, haya podido pasar. Pienso que, ateniéndose a esa regla, es muy probable que si la historia que recreamos no coincide con la que fue, lo hará con otra ya del todo olvidada. Téngase en cuenta que, con tanto tiempo y tantas personas, cualquier relato que creemos “inventar” habrá sucedido alguna vez en algún lugar.
 

Por ejemplo, me gustaría poder narrar el ataque que de los españoles de la isla de Trinidad contra los holandeses de la efímera colonia de Nueva Walcheren. Ocurrió hacia mediados de la década de los treinta del XVII en la pequeña isla caribeña de Tobago. Lo que pasa es que hasta hace unos días no sabía nada de Tobago (y nada es nada, salvo que forma parte del estado soberano de Trinidad y Tobago), así que lo primero que he hecho ha sido buscarla en Wikipedia y en GoogleMaps. Resulta que es una isla alargada de solo 300 km2 (algo menos que La Gomera), situada entre las de Barlovento, las que delimitan el Mar Caribe por el Este, un poquito al Norte de Trinidad y, por lo tanto, la segunda contando desde Venezuela a la altura del Delta del Orinoco. En cuanto a su historia, Tobago fue nominalmente española hasta las guerras napoleónicas, cuando la ocuparon los británicos. Sin embargo, España no se preocupó de colonizarla y por ello durante los siglos XVII y XVIII hubo numerosos intentos de otros países de fundar asentamientos en esa pequeña isla. El de los holandeses de la historia que querría conocer fue una de las primeras empresas de esa naturaleza.

Lo cierto es que nunca había escuchado Walcheren y desconocía completamente la ubicación de ese topónimo. Resulta que es también una isla o mejor dicho lo fue porque en la actualidad está unida con otra antigua isla (Zuid-Beveland) y ésta con Bravante Septentrional, la provincia holandesa. Pues bien, algunos zelandeses que regresaban de Brasil en 1632 atracaron en Tobago y decidieron quedarse y fundar un asentamiento. Recuérdese que las entonces llamadas Provincias Unidas, aunque independizadas de la monarquía de los Habsburgo en tiempos de Felipe II, seguían en guerra con España (siguieron hasta la Paz de Westfalia de 1648). En su condición de enemigos no eran obviamente bien recibidos en América, pero ello no impedía (más bien era un acicate) para que, a partir de los años 80 del XVI, holandeses audaces, aprovechando la incapacidad castellana de gobernar tan amplísimos territorios, intentara repetidas veces (con algunos éxitos) aprovechar las riquezas (la sal, por ejemplo) y fundar puestos comerciales en esas costas.

Hay, sin embargo, otra versión según la cual la colonización neerlandesa de Tobago fue idea de Jan de Moor, burgomaestre de Flesinga, uno de los municipios de la isla de Walcheren. De Moor era uno de los más intrépidos comerciantes de Zelanda, ansioso por arrebatar para su país parte de los dominios de los odiados españoles. Algunos años antes –en la década de los veinte del XVII– un tal De Forest, hugonote que escapaba con más de cincuenta familias de la católica Francia, suplicó a este prócer que los llevara a la Costa Salvaje, que era como se conocía el litoral comprendido entre los deltas del Orinoco y el Amazonas, el área en el que los holandeses llevaban años picoteando. Parece que De Moor dividió tan gran contingente en tres grupos y a uno de ellos lo envió a Tobago. Tal vez, ambas versiones no sean excluyentes; quizá –incluso probablemente, diría yo– hubo varias llegadas a esa nueva colonia.

En todo caso, la vida de la nueva colonia de Nueva Walcheren (que se supone que estuvo más o menos donde la actual Plymouth, en la costa Norte a la altura de Scarborough, la capital de Tobago) fue breve. A los españoles de Trinidad no les gustaba nada tener tales vecinos, y no tanto por antipatías patrióticas sino por temor a que se pusieran ellos también a buscar oro en los bancos arenosos de la desembocadura del Orinoco. En todo caso, fueran cuales fueran los motivos, lo cierto es que en 1636 organizaron una expedición de gente armada apoyados por indios nativos (bastantes de ellos caníbales) a los que animaron a dar rienda suelta a los rencores acumulados en otros hombres blancos. Casi nada he podido averiguar de esa razzia salvaje e inmisericorde. Debemos suponer que muchos de los aproximadamente doscientos colonos fueron asesinados en el fragor de la desigual batalla; otros –entre ellos Cornelis, el hijo de Jan de Moor– fueron apresados y seguramente liberados tras el pago de los correspondientes rescates.

Unos pocos, se dice, lograron escapar de las sanguinarias hordas, escondidos en el bosque; luego, acabada la matanza y arrasado completamente el poblado, después de que los invasores regresaran a Trinidad, estos aterrorizados colonos se agruparon para conseguir sobrevivir los meses que transcurrieron hasta que un velero holandés atracara en las ruinas de Nueva Walcheren y pudieran escapar del lugar en que tanto dolor habían sufrido. Como ya he dicho, me encantaría saber más de esta historia y así, por ejemplo, corroborar que Lena Groenewegen, una amiga holandesa originaria de Vlissingen (Flesinga, en castellano) desciende del pequeño Jan, un chiquillo de doce años que quedó huérfano tras ese fatídico ataque; forma parte de la tradición familiar, muchas generaciones siempre residentes en Flesinga o alrededores, el recuerdo de aquella matanza. Y si hubiera hoy de recrear aquella historia, la enlazaría con la que vive mi amiga, recién casada con un venezolano perteneciente a uno de los más copetudos linajes de Margarita y cuya familia, según el mismo cuenta, hizo su fortuna en los inicios del XVII vinculada a la administración colonial y al comercio en la isla de Trinidad.

domingo, 11 de marzo de 2018

Plataformas profesionales

Veo un reportaje en la tele (la Sexta) sobre plataformas profesionales. “Plataforma” es una palabra que se ha convertido en una especie de “comodín semántico” y, como todos estos comodines, más o menos entendemos a lo que se refiere pero no seríamos capaces de definir su significado con rigor o precisión mínimos. La acepción primera e indiscutible es la tablero horizontal, descubierto y elevado sobre el suelo, donde se colocan personas o cosas. Una plataforma profesional adquiere su significado por vía metafórica: un espacio virtual (de internet) en el que se colocan ofertas de servicios para que al demandante le sea fácil obtener lo que quiere. Pues el caso es que me entero de que hay ya plataformas para ofrecer servicios profesionales de las que antes (no sé si todavía) se llamaban “profesiones liberales”: médicos, abogados, arquitectos …

En el reportaje televisivo mostraron algunos ejemplos de la plataforma Doctoralia en los que los pacientes se habían sentido defraudados. Parece que quienes controlan esa web (y ganan dinero poniendo en contacto pacientes con médicos) no toman mínimas precauciones para garantizar un suficiente nivel de seguridad. Por ejemplo, parece que cualquiera puede anunciarse, sin que se les pida demostrar que son realmente médicos. Además, tampoco hay ninguna certeza de que los comentarios sobre cada profesional sean escritos verdaderamente por pacientes que lo hayan visitado. Yo jamás he ido a un médico tras buscarlo en internet pero parece que cada vez son más los profesionales de la salud que consiguen clientes a través de plataformas de este tipo. Si eso es así, llama la atención que no se garantice una mayor seguridad. La excusa –que a mi juicio no es defendible– de estas empresas es que ellos lo único que hacen es poner en contacto oferta y demanda, sin responsabilizarse en nada de lo que ocurra a partir de ese momento.

También hablaron en el programa de una plataforma dedicada a ofrecer servicios de abogados. Por lo visto, los profesionales se apuntan y reciben un aviso cada vez que en la central entra una petición de servicio (por ejemplo, llevar un divorcio con hijos menores). Si al abogado le interesa, tiene que “comprar” el contacto y a cambio del pago recibe la información completa, incluyendo los datos de contacto. Entonces le envía una oferta al cliente potencial. Ahora bien, la central puede dar la información hasta a cuatro abogados, con lo cual el cliente puede llegar a disponer de cuatro ofertas (además de las que obtenga por otras vías). Es decir, que lo que el abogado está comprando es simplemente la posibilidad de ofrecer sus servicios; de ahí a que efectivamente le contraten todavía falta un paso. Según decía uno de los usuarios, este tipo de plataformas ha hecho que bajen los precios profesionales pero, al mismo tiempo, le permite conseguir clientes en unos tiempos de mucha dificultad.

El reportaje no se ocupaba de plataformas para arquitectos, pero imagino que habrá. En todo caso, lo que me resultó sorprendente es que parece que profesionales que tradicionalmente consideraban impropio ofrecer sus servicios en el mercado, publicitarlos como si se tratara de cualquier producto de consumo, se ven obligados a “venderse”. Pareciera que actualmente lo primordial no es la calidad profesional sino la visibilidad. Ciertamente que seas buen profesional debería traducirse en más clientes ya que, se supone, los que hayas tenido previamente subirán comentarios elogiosos a la plataforma a través de la cual te anuncias. Bien es verdad que no siempre los comentarios de los clientes miden la calidad profesional, pero ello no quita que lo está ocurriendo es, simplemente, que los servicios profesionales se ponen a competir en un mercado virtual, con las inevitables dosis de banalización que eso conlleva.

Uno de los entrevistados es el presidente del Colegio de Médicos (de Madrid, supongo) quien, a propósito de las plataformas de salud, dice que su institución no puede hacer nada. No le tengo ningún cariño a los colegios profesionales, ni en términos generales (me parecen residuos medievales que defienden privilegios, aunque a estas alturas ya van de capa caída) ni en los personales (el Consejo de Arquitectos, en su día, se ocupó de putearme), aunque a pesar de ello estoy colegiado, y eso que no lo necesito (explicar las razones me llevaría otro post). La cuestión es que cuando oigo a representantes colegiales decir lo que dijo ese de los médicos, me reafirmo en la inutilidad de esos gremios obligatorios. Porque si la misión fundamental de los colegios es dar servicios a los profesionales por supuesto que podrían hacer muchas cosas. Por ejemplo, centrándonos en este asunto, que cada Colegio organice una plataforma de servicios sólida, segura y abierta a la sociedad. Sin duda que los usuarios se fiarían más de un médico avalado por el Colegio respectivo; los abogados podrían acceder a las demandas de servicio sin pagar por ello (iría en la cuota de colegiación). Pero parece que a los señores de los Colegios profesionales todo esto les parece ajeno. Y por eso, entre otras muchas más razones, así les va.

viernes, 9 de marzo de 2018

Brecha salarial de género

Aprovechando que ayer fue el día de la mujer trabajadora y que en muchos países ha habido huelgas y movilizaciones para reclamar el fin de la discriminación contra la mujer, que se avance en la igualdad entre ambos sexos, entre muchos otros síntomas se ha repetido hasta la saciedad el asunto de la brecha salarial de género. Resulta además que la Unión Europea, a través de Eurostats (la oficina europea de estadística) acaba de publicar sus resultados sobre el estado de la Gender pay gap (lamentablemente la páginas sólo está en inglés). Así vemos que, la brecha salarial de género media para los 28 países UE es del 16,2% y en España del 14,2%. (estas cifras expresan el porcentaje menos que gana la mujer respecto del sueldo del hombre). Ha de aclararse que el dato anterior es una media para la economía en su conjunto, aunque Eurostats no incluye en ese conjunto la Administración Pública, lo cual no es nada irrelevante, primero porque los empleados públicos representamos un 13% del total de trabajadores españoles y, segundo, porque probablemente la Administración sea el sector con menor brecha salarial de género (si es que la hay). Por tanto, hay que entender que lo que ha hecho Eurostats para cada uno de los países es, diferenciadamente para cada sexo, dividir los ingresos totales provenientes del trabajo entre el número de horas trabajado. A la vista de este dato, El País, en un artículo de ayer, asegura que “la brecha salarial entre hombres y mujeres es innegable”.

Ahora bien, del dato de Eurostats no se deduce (y por tanto no es innegable en base al mismo) que en Europa y en España lo que cobra una mujer por hora es menos que lo que cobra un hombre haciendo el mismo trabajo. Señalo esto porque, aunque no es lo mismo la brecha salarial de género que el llamado principio de igual paga por igual trabajo, desde varias instancias oficiales (empezando por la Unión Europea) pareciera que fomentan, interesadamente o no, que ambas cosas se hagan equivalentes. Yo no voy a decir, desde luego, que sea falso que haya diferencias salariales entre sexos para trabajos iguales. Pero, el caso es que no conozco estudios estadísticos sobre este asunto. Serían complicados de hacer, además: medir las diferencias de sueldos horarios entre puestos de trabajo equivalentes y luego, no sé muy bien cómo, obtener indicadores medios expresivos de esas presuntas diferencias. Sí es verdad que he escuchado testimonios (nunca acompañados de cifras) de casos concretos, pero siempre en ocupaciones singulares o poco representativas. Por ejemplo, he oído que se paga más a un actor protagonista que a una actriz protagonista, o que cobra más un futbolista que una futbolista; es obvio que de estos casos no pueden extraerse conclusiones válidas de alcance general. En mi entorno laboral (la Administración Pública) es evidente que no hay la más mínima diferencia salarial por sexos entre puestos de trabajo iguales. Pero es que tampoco conozco a ninguna mujer que en su trabajo cobre un sueldo inferior al de sus compañeros varones en igualdad de condiciones. Y la verdad es que me cuesta creer que un empresario, pongamos el dueño de un bar, fuera tan idiota de contratar a dos camareros, chico y chica, y pagarle más a él que a ella; ¿para qué meterse en líos? A los dos les paga el mínimo legal y santas pascuas.

Sin negar que haya diferencias de sueldo en trabajos iguales (porque no tengo datos al respecto), estoy convencido de que cuantitativamente este factor es de los menos relevantes para explicar es 16 o 14% de brecha salarial de género. Mucho más lo son otros dos: (1) que las mujeres están más presentes en sectores de actividad con remuneraciones más bajas y (2) el famoso “techo de cristal”. En cuanto al primer factor: no en todos los oficios se paga lo mismo de media, de modo que si la distribución de las ocupaciones de los miembros de un colectivo (en este caso el de las mujeres) tiene más frecuencias en las de sueldos bajos que las de otro colectivo (los hombres), necesariamente las pagas medias horarias de las primeras será inferior a las de los segundos aunque no hubiera ninguna discriminación por sexo en los puestos de trabajo concretos. Lo que habría que explicar es por qué las distribuciones de la ocupación por sectores es favorable a los varones y si eso obedece –probablemente– a motivos discriminatorios. Hay profesiones de ingresos medios bajos de amplísimo predominio de las mujeres (por ejemplo, las empleadas de hogar); la cuestión sería determinar cuánto influye el que sea una ocupación tan “femenina” en que el bajo nivel de sus remuneraciones. Algo habrá influido; es decir, si tradicionalmente los servicios domésticos hubieran estado a cargo de hombres es probable que el precio medio por hora de este sector fuera algo más alto que el actual (aunque seguiría estando entre los inferiores de la distribución); no hay más que pensar que en épocas pretéritas el mayordomo cobraba más que el ama de llaves, el jardinero más que la doncella, etc. Pero, aunque el mayor o menor grado de “femenización” de los sectores de actividad puede obedecer (también en mayor o menor grado) a causas discriminatorias, éstas no deben confundirse ni significan que a igual trabajo se paga distinto.

De otra parte, el llamado “techo de cristal” alude a que hay unos límites no visibles, no explícitos, que impiden a las mujeres llegar a los puestos más altos de las distintas ocupaciones. El término, pese a su popularización, no es muy acertado, porque más que un techo yo diría que lo que hay es un mayor “rozamiento” en las carreras profesionales de las féminas que en las de los varones. Desde luego, el que haya muchas menos mujeres que hombres en los puestos de mayor nivel obedece en altísima proporción a motivos que se pueden calificar con toda justicia de machistas o discriminatorios. Ahora bien, de nuevo ha de quedar claro que, como en el primer factor, ello no supone que a igualdad de puesto de trabajo las mujeres cobren menos (aunque también he escuchado que, sobre todo en los puestos de mayor nivel, se da esta diferencia de retribuciones entre sexos; pero no he visto cifras que avalen esas afirmaciones). En resumen, creo que efectivamente sigue habiendo en el ámbito laboral (como en todos) factores discriminatorios contra la mujer, pero pienso que conviene distinguir unos de otros y no confundirlos en un mismo totum revolutum. Entre otras razones porque, haciéndolo, no se contribuye en nada a mejorar la situación, se hará muy difícil adoptar medidas eficaces contra ella. Por ejemplo, he oído a algún político proponer legislar para que se prohíba que a trabajos iguales haya sueldos distintos, medida que, aparte de redundante (ya está prohibido por la Constitución) sería, en mi opinión, contraproducente y ocultaría las verdaderas causas. Como casi siempre, será la educación y los cambios de mentalidad los que resolverán esta injusticia: a medida que vayamos dejando de ser machistas irá reduciéndose. Si bien es motivo de indignación que las mujeres europeas cobren por término medio un 16% menos que los hombres, piénsese que este porcentaje es bajísimo comparado con el que habría hace pocas décadas o con el que se da en otros ámbitos geográficos del planeta. Yo estoy convencido de que en pocos años la discriminación laboral por sexo será prácticamente inexistente (verdad es que lo veo, como ya he dicho, desde uno de los sectores en que menos existe).

En todo caso, para acabar este post, quiero mencionar que en la web de la Unión Europea dedicada a este asunto de la brecha de género se resalta que “el 90% de los europeos piensan que no es aceptable que las mujeres cobren menos que los hombres por el mismo trabajo”. Esta afirmación (como otras más que resultan de encuestas de opinión sobre el tema) la presentan, creo, como algo positivo. A mí, sin embargo, me parece preocupante que haya un 10% de europeos que no piensen así. Lo dicho, la discriminación contra la mujer no desaparecerá mientras no desaparezca el machismo de nuestros subconscientes.

martes, 6 de marzo de 2018

Una mala médico

Después de más de un año con la sospecha de que tenía hongos en las uñas de los dedos tercero y cuarto del pie derecho (deformadas, quebradizas y blanquecinas) y tras una mala experiencia con una podóloga, solicité una consulta dermatológica en uno de los centros médicos de esta ciudad asociado con el seguro privado de Adeslas. El día 2 de octubre me atendió la dermatóloga, llamémosla Estela García, quien, al examinarme el pie, me dijo que en su opinión las uñas no tenían hongos. En cambio, la uña del dedo gordo de ese mismo pie derecho sí le pareció que estaba afectada por onicomicosis, a pesar de que le dije que si estaba muy amoratada era debido a un golpe reciente contra una roca mientras hacía senderismo. El caso es que me raspó esa uña del dedo gordo para tomar una muestra a fin de que se hiciera un estudio micológico en laboratorio.

Los resultados de ese cultivo fueron, como ya preveía, negativos. El viernes 24 de noviembre, en mi segunda consulta con la doctora García, le enseñé la analítica y le insistí en que yo seguía pensando que los que tenían hongos eran los otros dos dedos (tercero y cuarto) del mismo pie. Ella me repitió que pensaba que no (aunque ahora menos tajantemente) pero accedió a tomarme muestras de una de esas uñas para que, según dijo, me quedara más tranquilo. A principios de enero de este año el Laboratorio me entregó los resultados de este nuevo cultivo: presencia de numerosas hifas hialinas y septadas, con conidióforos cortos y ramificados que terminan en grupo de 2 a 4 células anélidas en forma de botella con la base truncada y rugosas. El hongo aislado es el Scopulariopsis brevicaulis.

El 9 de enero tengo la tercera consulta con doña Estela. Al ver la analítica, reconoce que no había oído hablar nunca de ese hongo y me dice que necesita unos días para estudiar a fin de saber qué tratamiento ponerme. En todo caso, me explica, casi todos los tratamientos antifúgicos con pastillas pueden ser dañinos para los órganos internos, así que me pide que me haga un análisis de sangre. Como además yo había de hacer un viaje, quedamos en que pida cita para un mes después; me la dan para el día 6 de febrero. Sin embargo, pocos días antes de esa fecha me llaman del hospital para informarme de que la doctora ha suspendido mi consulta sin dar ninguna justificación. Me citan para el mes de junio (¡!) y, cuando les cuento mi situación, me sugieren que me acerque a la consulta antes de que inicie su horario (martes y miércoles a las 16:00) para hablar directamente con su enfermera o con ella.

Durante el mes de febrero estuve muy liado. Hoy finalmente, nada más salir del trabajo y sin almorzar, bajo caminando hasta el centro sanitario. Llego a las cuatro menos veinte; la médico aún no ha aparecido. Le cuento mi situación a la enfermera que me dice que espere y que en cuanto llegue la doctora García le informará para que pueda hablar con ella. A las cuatro menos diez llega ella y entra directamente en su consulta con la enfermera. Al cabo de unos minutos, sale ésta y me dice que la doctora no puede atenderme hoy, que baje a recepción y pida cita. Le insisto en que tan solo quiero dejarle los resultados del análisis para que, cuando pueda, me diga el tratamiento que tenía que haberme puesto en la consulta que me suspendió sin explicación. La enfermera vuelve a entrar y, cuando sale, me devuelve la analítica diciéndome que doña Estela se niega a recibirla y que pida cita en recepción. Indignado, bajo a recepción y le cuento lo que me ha ocurrido a una amabilísima chica quien, a su vez, trata de ponerme en contacto sin conseguirlo con la supervisora. Me da cita con otro dermatólogo para el próximo mes (me niego a que me siga atendiendo la misma médico) y me promete que le contará lo ocurrido a la supervisora, quien seguro me llamará. Le digo que quiero presentar una reclamación.

En fin, que me ha tocado alguien que no solo es mala médico (lo cual excusaba) sino una persona maleducada e irrespetuosa. Supongo que habré de tomármelo como un mero incidente de mala suerte. Menos mal que estos hongos –que según he leído son bastante puñeteros de erradicar– no causan daños peores que los estéticos, porque si hubiera sufrido algo grave habría andado aviado con esta señora. Mientras vuelvo caminando hacia mi caso y se me va pasando la indignación, me acuerdo de que mi padre, que se licenció en medicina y tuvo como uno de sus profesores en Madrid a Gregorio Marañón, me contaba que éste siempre repetía que la primera obligación de un médico era tratar bien al paciente, ganarse su confianza. A doña Estela, desde luego, la habría suspendido.

lunes, 5 de marzo de 2018

Las joyas del pescador (y 3)

Si se busca en la Red información sobre esta historia de las joyas del pescador se encuentran muchísimas páginas; sin embargo, después de leer un montón de ellas, nos quedamos con la sensación de que faltan muchos datos, de que no todo cuadra. El relato se reconstruye pero a un nivel de detalle poco mayor que el de una noticia breve de periódico, escrita para llamar la atención, para que quede el titular que, desde luego, es vistoso. Pero si se trata de indagar sobre los aspectos concretos no hay manera de asir nada consistente. Como ya he dicho, a uno le tienta pensar que se dejaron sin resolver, o al menos sin revelar al público, muchas, demasiadas, cuestiones de este asunto. Ya hemos citado que no termina de estar claro cuántas y cuáles fueron las joyas que encontró Raúl; si entre esas y las que se exhiben en el Baluarte de Santiago hay una correspondencia perfecta. También cabría preguntarse por el origen del tesoro. La explicación que más he leído es que era el cargamento de un tal capitán Figueroa que naufragó muy cerca de la costa de Veracruz. En efecto, durante el gobierno de Nueva España por Alonso de Estrada entre 1527 y 1528 (eran los años oscuros de Cortés, a su regreso de la expedición a las Hibueras) fue enviado a Chiapas y Oaxaca un tal capitán Figueroa del que Bernal Díaz dice que “acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los caciques de aquellas provincias, porque en ellas halló cantidad de joyas de oro con que antiguamente tenían por costumbre de enterrar a los principales de aquellos pueblos”. Parece que con sus saqueos de tumbas y otros robos Figueroa se embarcó en Veracruz rumbo a Castilla y cerca del puerto un temporal hizo naufragar su nave, muriendo el profanador y tragándose el mar los tesoros.

Si tal es el origen de las joyas del pescador nada que ver con el tesoro de Moctezuma. Pero, en ese caso, carece de sentido que junto a las ornamentos finamente tallados llevara ese felón de Figueroa lingotes con el anagrama del emperador. Pero lo que más me hace desconfiar de esta hipótesis es que los restos de un naufragio tan cercano a la costa hayan estado sin descubrir durante casi cuatrocientos cincuenta años y, cuando un humilde pulpero lo hace por casualidad, logra sacar de golpe todo lo que había. Recordemos que poco después de apresar a Hurtado, un equipo profesional de buzos rastreó exhaustivamente esos fondos y no encontraron nada; no ya más alhajas sino ni siquiera ningún otro vestigio del barco de Figueroa. En un diario digital veracruzano llamado La Nigua (nigua, por cierto, es un tipo de pulga), en abril del año pasado, Edwin Corona Cepeda apunta una explicación sobre el origen del tesoro completamente distinta. Este Edwin Corona (México DF, 1940) es un hombre de prestigio y larga carrera, como se puede comprobar en esta página, y sobre todo una autoridad en buceo. Pues la teoría de este señor es que las joyas del pescador las llevaba consigo el líder campesino Alfredo Vladimir Bonfil cuando la avioneta en la que viajaba se estrelló frente al Puerto de Veracruz el 28 de enero de 1974, pocos años antes del descubrimiento de Raúl Hurtado. Según Corona, Bonfil habría adquirido los lingotes y alhajas en Oaxaca, desde donde había despegado. Eso no lo he podido verificar, pero sí es cierto que había ido a Veracruz porque mantenía un conflicto con el entonces gobernador del Estado para ir de ahí a Querétaro, su tierra natal.

Tampoco he podido conseguir información relevante sobre Bonfil y su muerte que me permitan creer más o menos en lo que cuenta Edwin Corona. En cualquier caso, a tanta distancia geográfica y personal de ese asunto, tampoco importa demasiado que sea o no verdad. Desde luego, me resulta más verosímil que la teoría del naufragio de Figueroa y, sobre todo, mucho más sugerente. Puedo así imaginarme que este Bonfil, que por lo poco que he encontrado, se me figura como un político maquiavélico y que andaría metido en los más variopintos tejemanejes, recibiera las joyas subrepticiamente de algún anticuario de Oaxaca. A lo mejor, estaba conchabado con otro Bonfil, Guillermo, (¿primo suyo?) que era el Director del INAH. Podemos sospechar, sin necesidad de ingerir ningún alucinógeno, una trama secreta en la que se mezclan intereses políticos con contrabando de piezas arqueológicas prehispánicas y en la que, naturalmente, están involucrados personajes de las más altas esferas mexicanas de la época. Por supuesto, el accidente que causó la muerte de Alfredo V. Bonfil fue un sabotaje para quitarlo de en medio (la Wikipedia deja constancia de que siempre hubo sospechas en ese sentido). Cuando las autoridades recuperaron el fuselaje de la avioneta y los cadáveres no habrían aparecido las joyas. Pocos meses después, un humilde pescador las encuentra y quienes perpetraron el crimen (altas autoridades del país) se ocupan enseguida de organizar la ceremonia de la confusión que caracteriza este suceso. Al propio pescador lo encarcelan y le amenazan con pasar largos años de cárcel salvo que … Debió haber acuerdo porque lo sueltan pronto pero algo ocurriría después porque, como ya he dicho, vuelven a encarcelarlo. Y en todas estas movidas intervienen los dos presidentes de la República, Luis Echeverría y José López Portillo, ambos del PRI, claro (como también lo era Bonfil). Así que, qué más da la verdad: aquí hay materia para escribir un intrigante thriller.

En cuanto al pulpero, en casi todas las páginas que he leído lo ponen como la víctima inocente de este cuento. Como ya he dicho, no termino de creerme que fuera tan inocente como juraba y perjuraba. Cuestión distinta es si, como descubridor, tenía derecho legal a haber recibido una parte del tesoro, aunque también es probable que ese derecho se pierda (y se pase a ser reo de un delito) si se oculta el descubrimiento e incluso, como fue el caso, se destruye parte de él. En todo caso, parece que algunas ayudas recibió de las instituciones: le dieron una lancha a motor y materiales para terminar de arreglar su casa. Pero, desde luego, no salió de pobre y tuvo que seguir faenando hasta que consiguió que le dejaran montar una palapa (un chiringuito) en Playa Norte para vender comida. Y así fueron pasando los años y olvidándose todos de las joyas del pescador hasta que en el verano de 2015, la Administración Portuaria de Veracruz indemnizó al pescador y a dos de sus hijas con 450.000 pesos a cada una (unos 20.000 € por barba) para que abandonaran las palapas que tenían que estaban afectadas por las obras del puerto. Entonces Raúl, dicen que aconsejado por un activista social, se mudó con su mujer a otra zona (la Escollera Norte) a sabiendas que allí también se iban a hacer obras de ampliación del puerto, negándose a dejar el lugar si no le volvían a indemnizar. De este modo, en el último trimestre del año pasado, el pescador, cercano a los setenta tacos, volvió a las noticias mexicanas y, de paso, se volvió a sacar la historia de las joyas, ya casi como algo mítico y sin que, desde luego, se aclaren sus muchos misterios.

jueves, 1 de marzo de 2018

Las joyas del pescador (2)

No he logrado fijar con seguridad las fechas exactas en la historia de las joyas del pescador. Parece que el segundo y muy abundante hallazgo ocurrió en agosto de 1976. De otra parte, la detención del pulpero debió suceder a principios de octubre. Esto nos deja muy poco tiempo, pongamos mes y medio, para que pasaran bastantes cosas. De entrada, desde que extrajo las piezas del lecho marino (que pudo llevarle más de un día) hasta que volvió a la joyería La Esmeralda es probable que transcurrieran algunos días durante los cuales, Raúl, su mujer y también seguramente su hermano Francisco discutirían la estrategia a seguir. Decidirían ir colocándole al orfebre la mercancía poco a poco, como prueba el que en la primera visita le llevara solo tres lingotes por los que Luis Ortega le pagó 30.000 pesos (si eran iguales que el que le había vendido el año anterior, le bajó el precio, tal vez como descuento por mayor cantidad). Luego, durante los días siguientes se fue acercando periódicamente a la joyería cada vez con una o dos piezas. Desde la primera joya, quedaría meridianamente claro que estaban ante objetos histórico-artísticos; al joyero no podía caberle ninguna duda, pero estoy seguro de que tampoco a Hurtado. Ambos sabían de sobra que su obligación era entregar el tesoro y ambos, con plena conciencia de lo que hacía, decidieron que de eso nada. Ciertamente, el valor económico de cualquier de esas joyas era enormemente superior al precio del oro del que estaban hechas, pero comercializarlas como piezas arqueológicas suponía demasiado riesgo; además, probablemente Ortega no controlaba los circuitos de ese mercado que, por otra parte, ha funcionado desde siempre en América Latina (casi siempre hacia los Estados Unidos). Así que el joyero prefirió renunciar a mucho mejores ganancias a cambio de mayor seguridad y optó por la sacrílega barbaridad de fundir esas maravillosas obras de arte. Bueno, la verdad es que solo algunas, porque la policía recuperó en su poder otras que aún no habían sido condenadas al fuego aniquilador. Pero asombra la falta de escrúpulos de ese tipo, capaz de destruir magníficos y antiguos ejemplos de orfebrería, precisamente el que era su oficio.

Si tengo dudas en cuanto a las fechas exactas de esta historia, mucho menos puedo decir cuántas fueron las piezas que rescató Raúl Hurtado del mar y, de ellas, cuántas fundió en anodinos lingotes de oro el joyero Luis Ortega. En la prensa local de los primeros días de octubre (cuando salió a la luz la espectacular noticia) se habla de la recuperación policial de 15 joyas, la mayoría en la casa del pescador y alguna en la joyería. Posteriormente, cuando el asunto salta a la prensa nacional, se asegura que el tesoro extraído por Hurtado consiste en sesenta y una piezas de oro puro con un peso conjunto que superaba los diecisiete kilos. Finalmente, aunque tampoco es un dato del todo corroborado, parece que la exposición de “las joyas del pescador” que se exhibe en el Museo Baluarte de Santiago de Veracruz cuenta con unas 42 piezas, de las cuales 36 son objetos de orfebrería precolombinos. Supongo que habría que ponerse en contacto con los responsables mexicanos del INAH (Instituto Nacional de Arqueología e Historia). De otra parte, parece que del taller de Ortega la policía confiscó tres barras de oro marcadas con el monograma del emperador Carlos V y además 23 lingotes fabricados por el joyero, que se supuso (aunque no se llegó nunca a probar) que provenían de la fundición de otras piezas aztecas y que pesaban unos tres kilos y medios. De modo que podría ser que el conjunto de lo que sacó Raúl del mar veracruzano pesara del orden de veinte kilos. Siempre como mero tanteo, cabe suponer que se deshizo de un 20% del tesoro (en masa) y obtuvo por ello un total de unos cien mil pesos de 1976, algo menos de 20.000 euros actuales. Mucha pasta para un pulpero humilde, pero una cantidad muy pequeña si se considera el precio del oro, y ridículamente ínfima teniendo en cuenta el valor histórico-artístico (leo en alguna página que por esas fechas el Centro Regional de Veracruz del INAH valoró el tesoro recuperado en 2.700.000 pesos que equivaldrían a medio millón de euros actuales; una cantidad muy a la baja, sin duda, pero aún así bastante mayor que la que obtuvo el pescador). En todo caso, como leo en un artículo en inglés sobre esta historia (Aztec Gold: the Fisherman’s Treasure) publicado en la página de la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies, no deja de ser sorprendente que nunca se haya divulgado públicamente el verdadero tamaño del hallazgo, lo que da pie a sospechar que hay sombras y mentiras, como más adelante referiré.

Así que tenemos a nuestro amigo Raúl más contento que unas pascuas disfrutando de su repentina riqueza y esta vez dejándose llevar por la euforia, sin guardar la discreción con que se había comportado el año anterior. Cuentan las crónicas que empezó a gastar ostentosamente. Enseguida compró un motor fuera borda y un equipo de buceo, artículos inalcanzables para un pulpero como él (estaría pensando en seguir buscando tesoros por los bajíos veracrucenses). Ofreció a amigos y vecinos frecuentes fiestas y convites (dicen que en una de ellas se consumieron cien cajas de cerveza). Pero, sobre todo, alardeó ante más de uno del tesoro que había rescatado del mar e incluso enseñó las joyas que mantenía escondidas. Que a un desgraciado como tú, al que conoces desde hace años, le bendiga de golpe la fortuna te provoca una abrasadora envidia. No se sabe, claro, quién de sus vecinos –alguno de los que habría brindado con él convidado en parrandas pagadas por Raúl– lo denunció; no descarto que hasta fueran varios los que, a escondidas, se dieran un salto a la comisaría a advertir que el miserable pulpero había encontrado un tesoro. Incluso es probable que pactaran con el comandante Donato Mesa algún acuerdo mediante el cual, denunciante y policía, salieran beneficiados. Digo esto porque parece que el tal Mesa tenía fama de corrupto, proclive a extorsionar a los ciudadanos y sacar tajada de los más diversos asuntos (unos años después lo mataron a tiros en las calles). El caso es que un día, de improviso, unos cuantos maderos se presentaron en el domicilio de Raúl. Como no encontraron nada y el pescador representó su poco creíble pantomima de inocencia, se lo llevaron de malos modos al cuartelillo y allí le obsequiaron con una paliza inmisericorde para que confesara los graves crímenes que había cometido. Aún así (o quizá por el miedo a verse en mayores problemas), el pescador aguantó con la boca cerrada, pero su mujer, presionada también, acabó descubriendo a los agentes el escondite de las joyas: enterradas en el piso del dormitorio debajo del cabecero de la cama. Francisco, al enterarse de la detención de su hermano, huyó despavorido y permaneció oculto durante un tiempo. Raúl finalmente confesó (siempre haciéndose el bobo y jurando que no sabía que fuera delito quedarse con lo que uno encontraba en el mar) y delató al joyero. Luis Ortega fue inmediatamente aprehendido, requisando de su joyería esos 23 lingotes a los que antes me referí bajo el supuesto de que era oro proveniente de la fundición de las joyas aztecas. Toda la operación policial se llevó a cabo en el primer fin de semana de octubre. Acabada ésta, a última hora del domingo 3, se puso en conocimiento de las autoridades; para entonces, según las malas lenguas, ya se había sisado del tesoro lo que tocaba. El periódico local La Tarde del lunes 4 publica la primera versión de la historia y esa misma noche, uno de los más prestigiosos arqueólogos de entonces, Alfonso Medellín Zenil, declara que las autoridades de Veracruz, tanto el alcalde como los responsables de la Marina, se habían puesto en contacto con el INAH y estaban ocupándose del asunto. A partir de ese momento empezaba la ceremonia de la confusión, incluyendo el culebrón judicial con el consiguiente viacrucis de los protagonistas.

Muy pronto –demasiado pronto como para que se hubiera podido realizar una investigación seria– algunos arqueólogos prestigiosos declararon que las joyas del pescador eran parte del misterioso Tesoro de Moctezuma. La leyenda de este mítico tesoro proviene de los primeros días de Cortés y sus hombres en Tenochtitlán, cuando estaban hospedados por Moctezuma en el palacio de Axayácatl. Los españoles querían construir un oratorio y, mientras buscaba en las distintas partes del palacio el mejor emplazamiento, un soldado que era carpintero advirtió en una pared una puerta que había sido recientemente tapiada y encalada. Cortés y algunos de sus capitanes entraron al aposento oculto y descubrieron un inmenso tesoro; precavidos, volvieron a sellar el acceso. Cuando casi dos años después los españoles conquistan definitivamente la capital azteca se encuentran con que el tesoro ha desaparecido y, por más que se esfuerzan en encontrarlo (incluyendo el tormento a Cuauhtémoc), no lo consiguen. A partir de entonces, se multiplican las leyendas sobre el paradero de ese fabuloso tesoro: que los mexicas lo hundieron en la laguna, que gran parte del mismo se lo llevó consigo Xipaguazin, una de las hijas de Moctezuma quien casada con el catalán Juan de Grau, vino a Toloriu, un pequeño pueblo en el Pirineo leridano (esta versión de la leyenda ha traído larga cola hasta hace casi nada), que se escondió en la antigua alberca encantada de Xancopincan (otro sitio de preñado de leyendas, entre ellas la de que por allí, purgando su condena, paseaba el fantasma de la Malinche), que se embarcó en Veracruz en una nave al mando de un tal capitán Figueroa que naufragó bastante cerca de la costa. A esta última tesis se adhirieron unos cuantos en ese otoño del 76 y adquirió tanta credibilidad que pocos días después, un equipo de buzos procedente de la Ciudad de México acordonan la zona y rastrean los fondos exhaustivamente (parece que con la ayuda del pulpero quien, detenido y acojonado por su incierto futuro, prefirió colaborar a ver si mejoraba su suerte). No se encuentra ninguna nueva pieza; parece que Raúl limpió bien el “yacimiento”.

El pescador y el joyeros fueron imputados por delitos contra varios artículos de la Ley Federal Sobre Monumentos, Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas. Entra entonces en escena Vicente Contreras Vázquez, un estadístico y geógrafo muy conocido como buscador profesional de tesoros; declara que se está cometiendo una injusticia con el “colega” Raúl y que él se ofrece a apoyarlo; y lo hace, contratando para su defensa al mejor bufete de abogados de Veracruz. A mediados de noviembre, cuando el caso judicial había alcanzado la máxima resonancia mediática, se publica una carta abierta al Presidente de la República denunciando diversas irregularidades en el procedimiento judicial. Casi inmediatamente, el Juez del Tribunal de Puebla, que era donde se estaba siguiendo la causa, falla la libertad del pulpero. Sin embargo, un par de años después, un juez de Veracruz ordena la detención de Raúl Hurtado, quien esta vez pasará once meses en prisión para quedar definitivamente en libertad a finales de 1979. Durante esos primeros años hubo un acalorado debate sobre el origen de las joyas, a quién le correspondía su propiedad (en 1981, por ejemplo, el pescador intentó sin éxito que se le devolvieran las joyas por haber sido su descubridor) y cuál había de ser su destino. Se organizó una exposición itinerante por diversas ciudades mexicanas y, finalmente, se decidió que la colección tendría su sede permanente en el Baluarte de Santiago, uno de los pocos vestigios en pie de la antigua muralla veracruzana, que fue restaurado para tal finalidad. Ahí sigue expuesto el tesoro (sin que reciba muchas visitas) salvo cuando no está en préstamo en muestras temporales sobre la cultura azteca de muchos e importante museos del mundo como el Guggenheim de Nueva York o el Británico de Londres. Y con lo contado podría dar por cerrada la historia si no fuera porque aún quedan muchos cabos sueltos que merece, si no resolver, sí al menos reseñar; así como dar noticia de lo que pasó con el pescador.