viernes, 31 de julio de 2009

The Simple Lover

Amo las vastas achicorias de la noche, sus músicas de cuero mojado y el caminar fragoso de antílopes azules transportando los árboles del bosque un poco más lejos, mudando los árboles cada noche con ternura murmurante de institutrices o colmenas.

Amo la forma en que tocas el piano, como con cuentagotas de jade tirando aquí y allá los pequeños campanarios que tienes en la concavidad de las uñas.

Amo los enternecidos escarabajos de Australia, los discursos cadenciosos del mariscal Smuts y esos espectáculos del tiempo vernal, cuando muchachos encendidos buscan entre los juncos una nunca encontrada escolopendra.


Las vastas achicorias de la noche … ¿achicorias por oscuridades, traído del negro color de la infusión de esta planta? Qué acierto empezar así, introducir esta palabra de sonoridad tan evocadora y casarla con las cotidianas noches; ya no podré más verlas como siempre.

El caminar fragoso de antílopes azules … La etimología de antílope alude a un animal fabuloso que apenas se conoce; y eso me lleva a emparentarlo con el unicornio, al que también pintó de azul (casi cuarenta años después) Silvio Rodríguez. Fragoso es el caminar de esas bestias mágicas, bello adjetivo que, dice el diccionario, es lleno de quiebras, malezas y breñas, así que puedo imaginármelos moverse en ese bosque mágico, chascando arbustos y hojarascas mientras desplazan los árboles. El bosque es húmedo, claro, para que el cuero de sus lomos se roce con el agua del aire y me deje oír la música de esa noche de achicorias.

Ternura murmurante de institutrices o colmenas … ¿Qué puedo decir de esta imagen? Nueva genialidad en tan insólita juntura de palabras que imaginaríamos incompatibles hasta que, de golpe, se nos muestran dócilmente armoniosas y, ya de paso, eclosionan con nuevos significantes poéticos.

Cuentagotas de jade … ¿Alguien lo habría imaginado? Pero ahora lo veo, sutil y verdoso, de reminiscencias chinas, y entiendo cómo se toca así el piano. Al entenderlo, al mismo tiempo, las notas ligeras y precisas, me retozan en los oídos.

Pequeños campanarios que tienes en la concavidad de las uñas … ¡Por favor! ¡Espectacular! Me rondan recuerdos de algunos cuentos posteriores, pero ahora no me apetece levantarme a indagarlo.

Los enternecidos escarabajos de Australia … ¿Por qué son enternecidos los escarabajos de Australia? Son muy rápidos, sí, ¿pero enternecidos? ¿Acaso enternecido quiere decir que al autor le enternecen? ¿Quizá por su incapacidad de procesar las bostas del muy abundante ganado vacuno? (Los australianos hubieron de importar escarabajos peloteros africanos? Qué sé yo, pero de nuevo sorprendente este amor tan singular.

Los discursos cadenciosos del mariscal Smuts … Y ese, ¿quién es? Pues un sudafricano que, cuando este texto fue escrito, era primer ministro de su país. ¿Tendría un hablar cadencioso, tanto como para que sus discursos fueran dignos de ser amados?

Esos espectáculos del tiempo vernal … Vernal, otro descubrimiento (¡cuánta incultura la mía!). El tiempo vernal, la primavera. Y cuánto mejor espectáculos del tiempo vrenal que espectáculos vernales y no digamos primaverales.

Muchachos encendidos buscan entre los juncos una nunca encontrada escolopendra … Encendidos los muchachos, ¿con las hormonas revueltas como corresponde al tiempo vernal? ¿Y para qué buscan escolopendras? Seguro que sólo porque esa palabra (el sonido basta, qué importa su significado) rebosa de reminiscencias mitológicas y fantásticas. Ya puestos, leyendo sobre estos miriápodos, puede que los jóvenes las buscaran para extraerles su veneno, ingrediente quizá de algún misterioso afrodisíaco que calmara sus encendidos ardores.
------------------------------

El texto maravilloso que conforma los tres párrafos iniciales es del grandísimo Cortázar y lo encuentro casi al final del libro recientemente publicado -Papeles Inesperados, Alfaguara, 2009- en el que Aurora Bernárdez, su primera mujer y heredera, ha reunido múltiples y diversos escritos encontrados por cajones y cuadernos. El material es muy variado y necesariamente irregular (entiéndase irregular en el sentido de que la calidad de los textos oscila entre la más que digna y la sorprendentemente genial); en cualquier caso, altamente recomendable sobre todo, si como es mi caso, uno ha ido desde muy joven lector apasionado de ese cronopio inigualable. Este texto que he querido copiar viene fechado en Mendoza, en noviembre de 1945. Tenía Julio entonces treinta y un años y enseñaba Literatura Francesa, nadie lo conocía y no andaba nada sobrado de perras. Y ese joven perdido en una ciudad de provincias era ya capaz de escribir lo que he transcrito. ¡Hay que joderse!

CATEGORÍA: Literaturas

jueves, 30 de julio de 2009

Calor

Hace calor, un calor espantoso. Al mediodía, un termómetro urbano marcaba 41ºC, algo que pocas veces se ve en La Laguna. Y hace un momento oigo en la tele que se esperan temperaturas más altas para estos próximos días. Al calor criminal se le suma la humedad, mucha menos que en invierno, desde luego, pero la suficiente para intensificar la sensación agobiante de bochorno. Está siendo un verano insoportable, bastante más que los últimos, aunque no me atrevo a otorgarle ningún record porque uno siempre tiende a rebajar los sufrimientos pasados frente a los presentes. Pero desde luego está haciendo mucho más calor del normal en estas latitudes por estas fechas. También este invierno hizo bastante más frío que los pasados. La eterna primavera de estas "islas afortunadas", ¿dónde se ha escondido?

A mí el calor me mata, me deja sin fuerzas, me baja la tensión, me produce dolores de cabeza e irritabilidad. Hace ya una semana que he interrumpido mi hora de caminata del mediodía; sería casi un suicidio o, por lo menos, un ejercicio de masoquismo demasiado cruel. Procuro estar lo menos posible al exterior y, cuando no hay más remedio, lo hago caminando apretado a las paredes, acogiéndome a las exiguas sombras que apenas reducen en uno o dos grados el horno ambiental. Por eso intento estar todo el rato en la oficina, un local profundo en planta baja con ventanas al patio central de una casa antigua. Es para seguir asombrándose de la sabiduría climática de los constructores de antaño; sin ningún tipo de aparato eléctrico, sólo con su disposición, dimensiones y materiales de sus gruesas paredes, la oficina logra mantenerse a unos 10ºC menos que la temperatura de la calle (y en invierno es probable que la diferencia sea parecida, pero al revés).

Aun así, paso calor y sufro los efectos que me producen estas temperaturas odiosas. El cansancio, al que ya me referí hace dos posts, se agrava y consecuentemente mi productividad cae por los suelos. Y lo malo es que llevamos retraso y se nos acaba julio, así que habrá que echar mano de agosto y postergar unas vacaciones que creo merecerme. Eso sí, me permito una escapadita rápida. Este domingo un avión me llevará a Barcelona y durante tres días me esforzaré en desconectar. No sé si me quedaré en la capital catalana o quizá alquile un coche y me dé alguna vueltecilla, conducir dejando vagar la mente. De eso se trata, de estar solo unos pocos días y perderme conmigo mismo. Cuando vuelva habré ya cruzado la raya del medio siglo. Ojalá que no haga demasiado calor.


CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

lunes, 27 de julio de 2009

Empalamientos

En 1327, tras la rebelión triunfante de su nobleza, dirigida por su mujer Isabel, la Loba de Francia, y su amante, sir Roger Mortimer, Eduardo II, rey de Inglaterra y Señor de Irlanda, fue a obligado a abdicar a favor de su hijo. Prisionero en el castillo de Berkeley, unos meses después, en septiembre de ese año, fue asesinado. Maurice Druon, en el quinto tomo de su saga sobre Los Reyes Malditos, lo cuenta así:

— Duerme, Eduardo, no te ocupes de nosotros; vamos a trabajar —insistió Gournay.
— ¿Qué haces, Ogle? —preguntó el rey—. ¿Tallas un cuerno para beber?
— No, señor, para beber no. Tallo un cuerno, eso es todo. —Se volvió hacia Gournay, señaló con el pulgar un punto del cuerno y dijo—: Creo que es bastante largo, ¿no os parece?
Gournay miró por encima del hombro y respondió: — Sí, creo que está bien. — Y se puso a soplar el fuego.
La sierra chirriaba sobre el cuerno de buey. Cuando quedó partido, el barbero tendió la parte afilada a Gournay, quien la examinó y hundió en ella el atizador al rojo. Un olor acre apestó de pronto la estancia. El atizador surgió por la punta quemada del cuerno. Gournay lo volvió a poner en el fuego. ¿Cómo querían que durmiera el rey con todo aquel trajín? ¿Lo habían apartado del pozo de las carroñas para que oliera el cuerno quemado? De repente, Maltravers, que continuaba sentado mirando a Eduardo, le preguntó:
— ¿Tenía tu Le Despenser, a quien tanto querías, el miembro sólido?
Los otros dos se morían de risa. Al oír este nombre, Eduardo sintió como si le desgarraran las entrañas y comprendió que lo iban a ejecutar enseguida.
— ¿Vais a hacer eso? ¿Vais a matarme? — exclamó incorporándose de golpe en la cama.
— ¿Matarte nosotros, señor Eduardo? —dijo Gournay sin volverse siquiera—. ¿Quién te ha dicho eso? Nosotros tenemos órdenes.
— Vamos, acuéstate —dijo Maltravers.
Pero Eduardo no se acostó. Su mirada iba de la nuca de Tomás Gournay al largo rostro de Maltravers y a las sonrosadas mejillas del barbero. Gournay había sacado del fuego el atizador y examinaba su extremo incandescente.
— ¡Towurlee! —llamó— ¡La mesa!
El coloso, que esperaba en la pieza contigua, entró portando una pesada mesa. Maltravers cerró la puerta e hizo girar la llave. ¿Por qué esta mesa, esta gruesa plancha de encina que solían poner sobre caballetes? Pero en la habitación no había ningún caballete. De entre todas las cosas extrañas que pasaban alrededor del rey, aquella tabla sostenida por un gigante era el objeto más insólito y espantoso. ¿Cómo se podía matar con una tabla? Este fue el último pensamiento claro que tuvo el rey.
— Vamos —dijo Gournay haciendo una seña a Ogle.
Se acercaron, uno por cada lado de la cama, se lanzaron sobre Eduardo y lo pusieron boca abajo.
— ¡Ah, bribones, bribones!—gritaba—. ¡No, no vais a matarme!
Se agitaba, se revolvía, y Maltravers tuvo que echar una mano; los tres eran poco y el gigante Towurlee no se movía.
— ¡Towurlee, la mesa! —gritó Gournay.
Towurlee se acordó de lo que le habían ordenado. Levantó la enorme tabla y la puso atravesada sobre la espalda del rey. Gournay le bajó los calzones al prisionero, que se desgarraron de tan usados como estaban. Era grotesco y miserable descubrir de esta forma el trasero del rey, pero los asesinos no estaban para risas en ese momento.
El rey, medio atontado por el golpe y ahogándose bajo la madera que lo hundía en el colchón, se resistía, pataleaba. ¡Cuánta energía tenía aún!
— ¡Towurlee, sujétale los tobillos! ¡No, así no, separados! —ordenó Gournay.
El rey consiguió sacar la nuca de debajo de la plancha y volvió la cara de lado para tomar un poco de aire. Maltravers le apretó la cabeza con ambas manos. Gournay cogió el atizador y exclamó:
— ¡Métele el cuerno ahora, Ogle!
El rey Eduardo tuvo una contorsión violenta, desesperada, cuando el hierro al rojo le penetró en las entrañas. El alarido que lanzó atravesó los muros de la torre, pasó por encima de las losas del cementerio y despertó a la gente del burgo. Y los que oyeron aquel largo, lúgubre y espantoso grito tuvieron en el mismo instante la seguridad de que acababan de asesinar al rey.
A la mañana siguiente los habitantes de Berkeley subieron al castillo para informarse. Les dijeron que, en efecto, el antiguo rey había fallecido repentinamente durante la noche lanzando un estentóreo grito.
Y la gente del burgo comprobó que no había ninguna señal de golpe, llaga o herida en aquel cuerpo que iban a lavar y al que nadie intentaba esconder. Tomás Gournay y Juan Maltravers se miraban; había sido una brillante idea la de meter el atizador a través del cuerno de buey. No habían dejado la menor huella. En una época tan fecunda en materia de asesinatos, podían enorgullecerse de haber descubierto un método perfecto.

El pobre Eduardo (aunque bastante cabrón había sido, pero ¿qué rey no?) murió enseguida. El dolor tuvo que ser atroz, sin duda, pero al menos no duró mucho. Llegados al siglo XIV, las muertes por empalamiento tenían ya una larga tradición. Dice la wiki que los inventores de tan cruel suplicio fueron los asirios y que luego lo adoptó el gran Darío para castigar a los cabecillas de la rebelión de Babilonia contra el dominio persa. Hasta tres mil de aquéllos sufrieron tan horrible fin, si hemos de hacer caso a Herodoto. Por esas épocas, el empalamiento no era sólo pena de muerte sino, sobre todo de castigo ejemplarizante. Por eso, era normal ensartar al condenado por el ano introduciendo la estaca despacio, poco a poco, cuidando de no atravesar órganos vitales. La víctima, echada en horizontal, aullaría de dolor durante ese proceso, pero lo peor venía luego, cuando con el palo introducido suficientemente adentro, se le enderezaba y clavaba en el suelo. El propio peso del desgraciado terminaba de hacer avanzar la estaca, hasta que desgarraba las carnes y la piel y afloraba por las cercanías del hombro. Ensartado de esa guisa, pincho moruno doliente, el infeliz podía sobrevivir largas horas en un espantoso sufrimiento y para regocijo de sus matadores y, lamentablemente, también de los espectadores, ese populacho que siempre ha considerado las ejecuciones como uno de los más satisfactorios espectáculos.

No parece que el empalamiento volviera a usarse como método de ejecución masivo, ni siquiera como pena de muerte legitimada por el poder, desde los griegos. La única excepción que he encontrado es la famosísima historia de Vlad Tepes, príncipe rumano del XV, en quien se inspiró Bram Stoker para crear a su conde Drácula. Este individuo ejercía la justicia del poder mediante, preferentemente, este inhumano método de tortura; dicen que al menos cien mil personas fueron empaladas a manos de sus verdugos en apenas siete años que duraron sus distintos reinados; ¡a una media de 40 infelices diarios! El día de San Bartolomé de 1459, por ejemplo, tras rendir a la ciudad de Brasov, para celebrar la victoria formó un bosque con varios miles de empalados (por cierto, San Bartolomé, uno de los doce apóstoles, no ha tenido mucha suerte con su fecha de advocación; en la madrugada de otro veinticuatro de agosto de 113 años después, aconteció la terrible matanza parisina de los hugonotes franceses que con tanto realismo narra Dumas).

En fin, que excepción hecha del psicópata valaco, el empalamiento me parecía algo muy remoto, confinado a las sanguinarias ejecuciones de los estados orientales pre-cristianos. Siguió usándose, sin embargo, a lo largo de las edades Media y Moderna, pero ya en ámbitos más privados, "justicias" que el Poder ejercía sin oficialidad, sabedores, supongo, de que ni su arrogante desprecio por la vida humana era capaz de legitimar tamañas crueldades. Aun así se recurría a esta práctica e incluso no se evitaba dejar muestras de su ejecución, cadáveres solitarios que aparecían empalados en descampados y remitían a castigos inexorables y secretos de los poderosos o apuntaban a la Santa Inquisición. Muchas veces, quizá la mayoría, eran mujeres, fueran brujas (de esas que gustaban de copular con el diablo) o matadoras de sus propios hijos. Se trataba, claro está, de superar en horror los que eran considerados crímenes horrendos. Luego, mucho más recientemente, esta práctica sólo ha aparecido vinculada a regímenes asesinos (recientemente, por ejemplo, leí sobre el juicio por tortura y empalamiento de un menor durante la dictadura argentina).

Si hoy escribo este post es porque ayer se me apareció en la red el video del empalamiento en la India de un violador de una niña. La imagen era de muy mala calidad, pero lo suficientemente nítida para apreciar cómo sujetaban al tipo boca abajo contra el suelo mientras el empalador iba introduciendo, girándolo despacio, la estaca por el ano. Luego se ve como lo alzan y el cuerpo va cayendo a lo largo del palo, mientras el desgraciado aúlla. Es algo tremendamente revulsivo, muy difícil de soportar. Pero lo que más me impresionó, más que la propia salvajada, fue ver la multitud entusiasmada (entre ella muchísimos niños) que rodeaba a los verdugos y a la víctima. Aplausos, gritos de júbilo, exhibición de felicidad ... Ya hoy, cuando he buscado de nuevo el video para escribir este post (parece que ha sido suprimido de Youtube por "infracción de las condiciones de uso"), he caído en varios foros que lo comentaban y, junto a las exclamaciones de horror, había abundantes opiniones laudatorias, del tipo "eso es lo que tendríamos que hacer aquí a los de ETA" o "merecido se lo tiene, así habría que tratar a los violadores". Y, claro, me quedo con la angustiosa desazón de saber, una vez más, que hay personas capaces de tales criminales aberraciones pero también, lo que es mucho peor, que quizá, vistas las reacciones de los espectadores y de los comentaristas, no sea ninguna psicopatología, no sea una rareza de nuestra especie sino algo intrínseco a ella. Y entonces pienso en darme de baja.


CATEGORÍA: Personas y personajes

viernes, 24 de julio de 2009

Cansancio

Esta semana ha sido dura, muy dura. Los días muy largos: salir de casa a las ocho y regresar hacia las diez. Las noches, en cambio, cortas: pocas horas de sueño, apenas cuatro o cinco. El cuerpo se me va resintiendo, va acumulando cansancio y el cansancio, es inevitable, genera un cierto desánimo, se pierden las ganas de hacer lo que hay que hacer y, por tanto, se hace sin ganas, equivocándose, con poca eficacia.

Aun así, el cansancio grande, ese que supera ciertos límites habituales, trae sus compensaciones. Te abre la puerta a esos placeres supremos ligados a la morosidad, al retraso consciente del premio que, en este caso, es el sueño largo y reparador. Pensaba, a propósito de esto, que la intensificación de los placeres vinculados al cuerpo tiene mucho que ver con la gestión inteligente del previo estado sensorial no placentero. Y esa gestión inteligente pasa, a mi entender, por profundizar en la consciencia, en la sensibilidad, de la incomodidad corporal y, a partir de ahí, ir dosificando la transición hacia el abandono del goce que nos transforma. Dicho rápido y tajantemente: aprender a retardar, a controlar la ansiedad, a disfrutar del proceso sin correr hacia el resultado. Sí, por supuesto, el ejemplo obvio es el sexo.

Me vino el recuerdo de la mañana en que entregué las láminas finales de Proyectos de cuarto año. Calculo que sería por la primavera (limeña) de 1979, hace ya 30 años. Por esos tiempos la arquitectura era lo más importante, una pasión casi absorbente. Además, estaba inscrito en el Taller (cátedra, sería en España) del profesor más exigente de la Facultad y convivía con un grupo de amigos todos con la misma obsesión y animados en nuestros esfuerzos por una no del todo sana competitividad. No se trataba sólo de aprobar, sino de merecer notas altas, a ser posible la máxima, de obtener el reconocimiento de nuestras genialidades como diseñadores (qué idiotas éramos). Sólo vivíamos para la arquitectura, pasábamos todo el tiempo en una maravillosa casona de Barranco (la de la foto), en una de cuyas inmensas salas habíamos dispuesto nuestros tableros de dibujo (no existían los ordenadores) y un colchón en el que, cuando no aguantábamos más, nos tirábamos a dormir una o dos horas, el rato que tardaba en hacernos efecto la anfetamina que previamente ingeríamos (consumíamos, sí, demasiadas "pepas", tantas que al final, pese a la inconsciencia propia de la edad, llegué a asustarme). Así día tras día y, por supuesto, intensificando el esfuerzo a medida que se acercaba la fecha de la entrega. Ese último mes dudo que durmiera más de dos horas de media cada veinticuatro. Tenía veinte años, es verdad, pero aun así puede imaginarse el cansancio que llegué a acumular.

Pero volvamos a esa mañana de octubre o noviembre. Supongo que terminaría de rotular los nombres de las láminas, de rebordear los filos con cinta adhesiva, de protegerlas con cartulinas, y saldría de la Casona, arrancaría mi viejo escarabajo naranja de segunda mano y conduciría hasta los barracones de Miraflores en los que, por ese entonces, se situaba mi Facultad de Arquitectura. Y fui al Taller y ahí estaba el gordo, el exigente arquitecto del que todos ansiábamos el aprecio. No recuerdo los comentarios que hizo sobre mi proyecto (aunque sí que me puso, días después, buena nota), seguramente porque ya estaba en esa especie de borrachera alucinada a la que te lleva el excesivo cansancio. Tras la breve ceremonia de la entrega pensaba volver a mi casa y dormir catorce horas seguidas, pero me encontré con Meche, una morenita pizpireta, compañera del Taller, de la que andaba yo algo enamoriscado. Ella estaba igual que yo de agotada. Pese a ello, se me ocurrió proponerle que nos fuéramos a botarnos al Parque de El Olivar, a dejar pasar las horas.

El parque de El Olivar es uno de los más bellos, si no el más, de toda Lima. Está en el centro de San Isidro y tiene su origen en 1560 (Lima se fundó en 1935), a partir de la plantación de unos olivos traídos desde España por don Antonio de Rivera. Allí, al pie de uno de esos olivos, apoyadas las espaldas en un tronco rugoso, sintiendo el peso de las piernas sobre la hierba húmeda, Meche y yo pasamos cuatro o cinco horas en un estado de languidez atemporal. Nos sentíamos cansadísimos y, a la vez, disfrutábamos de sentir ese cansancio que ya no era una carga, que ya no era obligatorio. Sentíamos cómo cada parte del cuerpo hablaba su agotamiento y notábamos que era bueno que las dejáramos expresarlo, que les prestáramos atención, como si ahora, por fin, se hubieran merecido también ellas, cada una de ellas, una percepción mimosa, detallada. Y mientras percibíamos con singular intensidad nuestros cansancios, conversábamos erráticamente, sin demasiado sentido, porque nuestras voces, al cabo, eran sólo parte de ese clima de lasitud placentera, aceite que engrasaba el pasar de ese tiempo de gozo del cansancio, ese cansancio tan grande.

Recuerdo que estuve tentado de acariciarla; en ese abandono y somnolencia era lo que procedía. Pero no lo hice (timidez) y nunca llegó a haber nada entre nosotros. Y, sin embargo, estoy seguro de que habría sido maravilloso y, no digamos, si nos hubiésemos ido a mi casa y acostado juntos, dejando que entre caricias suaves el cansancio tan grande nos fuera sumergiendo en el sueño. Tendrían que pasar muchos años para que completara esos placeres. Para que, también agotado, pudiera tenderme en mi cama desnudo y las maravillosas manos de una mujer escucharan despacio, amorosamente, las voces de cada una de las partes de mi cuerpo. Para que me convenciera hasta lo más íntimo de que es mil veces preferible postergar el fin del agotamiento si de ello nace tanto placer, tanta intensidad sensitiva, tanta felicidad.


CATEGORÍA: Recuerdos

domingo, 19 de julio de 2009

La terraza

Conocí a Lula hace algo más de tres años. Una mujer bella, inteligente, divertida y muy tierna. Además era excepcional haciendo el amor, rebosaba energía sexual que me prodigaba con generosidad extraordinaria. A mis cuarenta y muchos estaba descubriendo las increíbles potencialidades del sexo, abriéndome puertas mágicas a extremos de placer que no había imaginado que podían experimentarse en este mundo. Fue así desde la primera vez; tanto que, emocionado, no pude evitar derramarme en un llanto de alegría infinita. Y desde entonces, repeticiones siempre diversas, éxtasis gozosos y la seguridad progresivamente afianzada en mi ánimo de que nunca podría encontrar a alguien tan maravilloso, de que jamás nadie podría darme tantas y tan inmensas dosis de felicidad.

Lula vivía en su casa y yo en la mía; cada una en una ciudad distinta, aunque lo suficientemente cercanas para que pudiésemos visitarnos con facilidad. Poco a poco, sus estancias en mi domicilio fueron haciéndose más frecuentes y empezamos a asumir una cierta cotidianeidad de fines de semana y festivos. En forma de regalos cariñosos aparecían nuevos objetos decorativos y, sin casi darme cuenta, la desaliñada casa de un hombre solo iba adquiriendo otro aire, sin duda más acogedor, más hogareño. Pasaban los meses y Lula seguía siendo una mujer bella, inteligente, divertida y muy tierna, pero yo notaba que, muy sutilmente, sin que pudiera aducir pruebas concretas, su actitud hacia mí iba cambiando. No sé, quizá comenzó a aburrirse con mis conversaciones, dejaron de interesarle mis asuntos, ya no le gustaba tanto. Seguía regalándome sus deliciosas caricias y fantásticas sesiones de sexo, pero cada vez más espaciadamente. De algún modo me dio por intuir que su motivación era más hacerme un favor que dar rienda a su propia libido. Pero, claro, ni se me ocurría quejarme.

Hará unos tres meses, sin que yo fuera entonces consciente de ello, empezó el proceso que ya ha culminado. Mi casa tiene una terraza, una terraza en la que no hay nada, salvo el motor del sistema de aire acondicionado. Alguna vez, como de pasada, Lula me había dicho que sería bonito convertir ese espacio en un jardín, y yo, sin prestarle mucha atención, le daba respuestas evasivas: nunca me han interesado demasiado las plantas. Una tarde, ya ni me acuerdo el motivo, tuvimos una discusión. Ella se retiró dolida y me sentí culpable. Con mi torpeza habitual, traté de hacer las paces. Perdóname, le dije, asustado ante una mirada de odio que no había visto antes en sus ojos. Y entonces, no sé por qué, se me ocurrió sugerirle que debíamos poner en práctica su idea, que sería tan bonito convertir la desolada terraza en un jardín. Fueron palabras mágicas; nada más pronunciarlas, la resplandeciente sonrisa de Lula devolvió toda la belleza a su rostro y también disipó mis miedos. Incluso me abrazó y me dio un largo y libidinoso beso.

Los días siguientes los recuerdo como una vorágine de actividad jardinera. Lula venía casi todas las tardes con distintas plantas, macetas, tierras, abonos, líquidos, herramientas, celosías. En poco más de un par de semanas, la vieja y aburrida terraza era un vergel invadido por multitud de plantas (creo que había unas cuarenta en apenas dieciocho metros cuadrados). Instaló luego un sistema de riego por goteo y, en el escaso espacio que quedó libre, situó una tumbona y una mesita de plástico. A partir de entonces, prácticamente todos los días, aunque yo no estuviera en casa (hacía tiempo que tenía una llave), venía a ocuparse de sus labores de jardinería y, cuando descansaba de podas, exterminio de gusanos, controles del nivel de riego y de evoluciones botánicas, se echaba en la tumbona a fumar un cigarrillo y mirar extasiada el paisaje floral que estaba creando. En honor a la verdad he de reconocer que ciertamente era muy bello.

Yo estaba, por un lado, contento de verla tan feliz pero, por otro, me entristecía comprobar que cada vez era menos el tiempo que me dedicaba y que, incluso en los momentos de intimidad, mantenía su pensamiento puesto en las plantas (es sabido que las mujeres pueden hacer más de una cosa simultáneamente). En uno de nuestros últimos encuentros amorosos, por ejemplo, cuando ya estaba yo a punto de disolverme en un celestial torbellino de placer, se puso en marcha el riego a goteo y Lula sonrió y dijo, más para sí misma que para mí: justo a la hora programada. Naturalmente, me sentía mal, celoso, aunque suene ridículo el término, de las plantas. Pero ni por asomo se me hubiera ocurrido quejarme, para mí había mucho en juego.

El fin de semana pasado tuve que viajar. El avión salía muy temprano y Lula, que vive cerca del aeropuerto, me sugirió quedarme a dormir en su casa. Por la mañana, antes de irme, insistió en que me llevara sus llaves; así, cuando vuelvas, vienes directamente aquí y, si yo no estoy, entras y me esperas. El martes, cuando regresé, hice lo que me había propuesto. Lula no estaba en casa; supuse que no tardaría y me acomodé para esperarla. Pero pasaba el tiempo y no aparecía; la llamé al móvil y no contestaba. Empecé a preocuparme; nervioso, sin saber qué hacer, decidí ir a mi casa. Cuando metí la llave no pude abrir la puerta; Lula había cambiado la cerradura. Comprendí. Ni siquiera toqué el timbre. Di la vuelta y volví a mi nueva casa. Ahora sólo espero que venga pronto a visitarme.


The Secret Life of Plants. Stevie Wonder

CATEGORÍA: Ficciones

jueves, 16 de julio de 2009

Nuevas aventuras con Canal Satélite Digital

De: mieskahn@hotmail.com
Enviado: 09/07/2009 20:37:11
Para: clientes@digital-plus.net
Asunto: Devolución de equipo de Miroslav Panciutti

Ayer, miércoles 8 de julio, recibí en mi domicilio una carta de ustedes en la cual me decían que, como no tenían constancia de que hubiese devuelto el equipo de descodificación, iban a cargar en mi cuenta la cantidad de 300 €. Previamente, tras haber recibido (el 1 de junio) una primera carta en la que me instaban a devolver el equipo en el plazo máximo de un mes, había protestado telefónicamente ante el servicio de atención al cliente por tener que ser yo quien me ocupara de hacer la devolución. Me informaron entonces de que, por lo visto, en mi contrato había adquirido ese compromiso. Supongo que sería verdad, aunque desde luego no lo sabía ni nunca me hablaron de ello en la multitud de ocasiones en las que me han llamado para encandilarme con distintas "ofertas"; otra muestra del diferente trato que dan a sus clientes, según la utilidad que esperan sacar. En todo caso, y pese a que apenas tengo tiempo para nada, el pasado 29 de junio me dirigí a la dirección que me facilitaron y entregué el descodificador, el euroconector y la tarjeta. La chica que me atendió me dijo que también debía devolver el cable de red y el mando a distancia, aunque tales objetos no vienen especificados en la carta. Le dije que procuraría hacerlo en otro momento, pero que de momento tramitara la entrega. Así que me facilitó un papel llamado CERTIFICADO DE DEVOLUCION DE EQUIPOS, con el sello del establecimiento, y en el que constan mis datos y que he entregado el terminal digital, el cable euro y la tarjeta de abonado. Vi también que tecleaba la entrega en el ordenador, así que imagino que se la transmitiría a ustedes.

Si, como ahora dicen en su carta, siguen sin tener constancia de que haya entregado el equipo, no es problema mío, sino consecuencia de la torpeza o ineficiencia de sus sistemas administrativos. Antes de enviar cartas conminatorias de tan escaso gusto y nulas en cuanto a sus expectativas de cobro, que sólo contribuyen a deteriorar a mis ojos la imagen de su empresa, sería conveniente que se aseguraran de si he entregado o no el equipo (quizá hubiese bastado una llamada telefónica, a las que son tan proclives cuando se trata de vender). En todo caso, valga este correo para que, de una vez por todas, tengan "constancia" de que ya he entregado el equipo y confío en no tener nuevas noticias suyas en el futuro.

PS: El cable de red y el mando a distancia (cuya devolución no me pidieron en las tres cartas que me enviaron) está a su disposición en mi domicilio, para que pasen a recogerlo cuando quieran, acordando previamente, mediante llamada telefónica, una hora que me venga bien. Si prefieren que se lo acerque a alguno de sus establecimientos, lo haré gustosamente al coste de 20 €, cantidad que me deberán abonar en el momento de la entrega.


De
: clientes@digital-plus.net [mailto:clientes@digital-plus.net]
Enviado: martes, 14 de julio de 2009 11:35
Para: mieskahn@hotmail.com
Asunto: RE: Devolución de equipo de Miroslav Panciutti

Estimado señor Panciutti:

Aprovechamos la ocasión para agradecerle la amabilidad que ha tenido al dirigirse a nosotros.

Le informamos de que los recibos de los meses de Septiembre y Octubre del 2008 fueron devueltos por su entidad bancaria; por este motivo le informamos de que tiene una cantidad pendiente que asciende a 52,90 €.

A continuación le detallamos las formas de pago:

1.- Mediante giro telegráfico (adjuntando los datos del titular) enviado a .....

2.- Mediante tarjeta de crédito/débito facilitando la numeración y la caducidad de la tarjeta y el código de seguridad. Es un código de tres cifras impreso en el reverso de las tarjetas que está en cursiva en la parte superior del panel de firma. Puede facilitarla a través del correo electrónico o llamando al Servicio de Atención al Cliente (902 11 00 10).

Asimismo le rogamos por favor entregue en el distribuidor el cable de red y el mando a distancia pues, aunque según usted no se le informó en su día de que también debía entregarlos, son propiedad de DIGITAL+; por ello, le indicamos que su contrato será liquidado una vez la deuda sea saldada y el equipo totalmente entregado.

Le agradecemos su colaboración e interés y le recordamos que estamos a su disposición para cualquier duda, propuesta o sugerencia que desee plantearnos.

Atentamente,
Centro de Servicio al Cliente



De
: mieskahn@hotmail.com
Enviado: 14/07/2009 18:10:35
Para: clientes@digital-plus.net
Asunto: RE: Devolución de equipo de Miroslav Panciutti

Lo de ustedes ya va resultando patético; eso sí, con una nota de humor surrealista merecedora de mejores foros. Sigan así que conseguirán darme material suficiente para una divertida sátira sobre los comportamientos delirantes de algunas empresas. Por eso, también yo, me veo obligado a aprovechar esta ocasión para agradecerles la amabilidad con la que se han dirigido a mí.

Ahora me salen con que les debo los recibos de los meses de septiembre y octubre de 2008. Este asunto es ya viejo y, aunque deberían saberlo (pensaba yo que guardaban la información de las incidencias sucedidas con cada cliente) me permito reproducirles el escrito que les envié en septiembre de 2008:


Después de este escrito y de alguna conversación telefónica más (ya no me acuerdo bien), ustedes admitieron que EFECTIVAMENTE me tenían que haber llamado antes de finalizar la oferta gratuita de agosto para preguntarme si quería seguir de cliente y también me CONFIRMARON la baja del servicio, RECONOCIÉNDOME explícitamente que no tenía que pagar las cuotas de Septiembre y de Octubre. Pues bien, ese asunto lo daba ya por zanjado (porque así me lo dijeron ustedes) y ahora vuelven a la carga. Por favor, revisen las incidencias y lo que ustedes mismos han dicho antes de molestar por enésima vez. De más está decir que, como no tengo ninguna deuda con DIGITAL PLUS, ni en un arrebato de locura transitoria pienso pagar absolutamente nada.

Como soy muy mal pensado se me ha ocurrido imaginar que, aunque ustedes saben que las cosas fueron como les conté en el texto que les acabo de transcribir, han querido referirse a la deuda imaginaria para seguir incordiando, molestos quizá por lo que les decía en el anterior mensaje. Pero seguro que ésta es una presunción errónea de mi parte, máxime cuando me estiman tanto por la amabilidad con que me dirijo a ustedes.

Y acabo refiriéndome al ruego tan educado que me hacen para que les devuelva el cable de red y el mando a distancia ya que son propiedad de DIGITAL PLUS. De entrada, yo no pongo en duda que sea así y les puedo asegurar que no tengo ningún interés en apropiarme de nada de ustedes. De otra parte, bueno sería que leyeran lo que digo y no lo manipulen. Yo no he dicho que no me informaron en su día de que debía entregar esos dos objetos; simplemente que durante el largo tiempo que he sido cliente de ustedes, en las muchas veces que he hablado con personal de esa empresa, jamás se me informó de que debía ser yo quien entregara esos objetos, aunque, según me informó la señorita de atención al cliente, así lo ponía en el contrato firmado en su día. Fíjense que me bastó que así me lo dijeran para, sin molestarme en comprobarlo en el contrato, diera por buena la afirmación y procediera a entregar el descodificador, el euroconector y la tarjeta, antes, por supuesto, de recibir su última carta en la que me amenazaban con cobrarme 300 €. Pero, lo objetivamente cierto es que en todas las cartas que me han escrito reclamándome la devolución se referían sólo a los tres objetos que he devuelto. Comprenderán que no me habría costado nada llevar también el mando y el cable de red, si simplemente me lo hubieran dicho en la carta. Así que, como me lo piden por favor, procuraré, en cuanto tenga tiempo, llevar estos dos objetos al mismo establecimiento en donde entregué los que sí me pidieron. Pero como los que han cometido el error han sido ustedes y no yo, no estaría de más que fueran un poquillo más humildes y asumieran las consecuencias de su omisión.


De
: clientes@digital-plus.net [mailto:clientes@digital-plus.net]

Enviado: miércoles, 15 de julio de 2009 19:12
Para: mieskahn@hotmail.com
Asunto: RE: Devolución de equipo de Miroslav Panciutti

Estimado señor Panciutti:

Aprovechamos la ocasión para agradecerle la amabilidad que ha tenido al dirigirse a nosotros. Tras un estudio detenido de su caso, le confirmamos que en estos momentos no tiene ningún importe pendiente con DIGITAL+ y que su relación contractual con nosotros queda finalizada.

Rogamos disculpe las molestias causadas, le recordamos que estamos a su disposición para recibir las consultas que desee realizarnos sobre este o cualquier otro asunto. Estaremos encantados de atenderle.

Atentamente,
Centro de Servicio al Cliente.


Thing Have Changed. Barb Jungr (Every Grain of Sand, 2002)

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

lunes, 13 de julio de 2009

Trini

Hoy me acordé de Trini. De repente, caminando hacia casa. Me vino el recuerdo de su silueta de medio perfil, desnuda de pie en la habitación cochambrosa de un hotel barato en el centro de Londres. Esa imagen es para mí casi icónica, la representación perfecta de la belleza del cuerpo femenino. Así lo sentí en ese momento, mientras la miraba embelesado desde la cama, y esa impresión la he seguido manteniendo, por más que sus contornos se vayan diluyendo en las brumas de mi traicionera memoria.

Trini tenía diecinueve años cuando la conocí, en el verano de 1987. Apenas había acabado el instituto y llevaba unos meses trabajando de administrativa en la empresa constructora del sur de la isla a la que acababa de llegar yo, un arquitecto de veintiocho años con poca experiencia a quien le habían prometido grandes proyectos de edificaciones turísticas, aprovechando el boom inmobiliario de esos años en Canarias. Me costó mucho tiempo conseguir una mínima vida social. Vivía en una urbanización turística, poblada sólo por guiris; los habitantes de los dos pueblos más cercanos, los que trabajaban en los negocios de ese enclave urbano artificioso, eran, pese a su superficial cordialidad, bastante cerrados y recelosos frente al extraño. Así que, pese a mis esfuerzos para hacer amistades, acabadas las horas laborales (que alargaba más de lo debido) me volvía siempre solo a una casa alquilada pegada al mar, desde la que disfrutaba de unos espectaculares atardeceres con la isla de La Gomera enfrente. La soledad hasta me obligó a romper uno de mis "principios" de entonces: no tener reproductor de video; me compré uno y me convertí en un asiduo del mal abastecido videoclub de uno de esos dos pueblos.

Todas las personas que trabajaban en la oficina, la mayoría chicas (y bastante guapas, para mayor inri), eran muy agradable pero, al mismo tiempo, no me daban ninguna opción a que pudiéramos vernos fuera del horario laboral. Trini no era una excepción pero, con el tiempo, fue la única que me empezó a abrirme rendijas de confianza que, al fin, tras varios meses, desembocaron en invitaciones a salir con ella y sus amigos a las discotecas de Playa de las Américas. Después de carnavales (los primeros que yo vivía) habíamos alcanzado una cierta intimidad y ella, que tenía novio, empezó a empeñarse en emparejarme. Así, más ella que yo, decidió que me gustaba su amiga Juani (que ciertamente era preciosa) y me informó de que yo también le gustaba a ella. La cosa es que, efectivamente, Juani y yo nos enrollamos y disfrutamos de atardeceres románticos a solas (amén de otras cosas) y también salíamos los cuatro en plan parejita. Pasaban los días y también pasaba algo inmaterial entre Trini y yo, unas sensaciones de tensión creciente que nuestras respectivas parejas ni siquiera detectaban. Esa carga eléctrica que se iba acumulando explotó una tarde en la que subía a Trini a su casa en mi coche. Tuve que aparcar en el arcén para que pudiéramos desahogarnos en un arrebato furioso, antes de dar media vuelta para encerrarnos en mi casa hasta altas horas de la noche.

Los meses siguientes fueron una sucesión de apasionados y clandestinos encuentros, mientras ambos seguíamos con nuestras parejas. Es la única época en que he vivido como si estuviera en una comedia de enredo, con multitud de situaciones estrambóticas y siempre inmerso en una montaña rusa de sobresaltos emocionales. Fue mi último enamoramiento (en el sentido en que entiendo esta palabra) y, pese a la exigencia de autoengaño que ese estado exige, no podía ocultarme del todo que esa relación no podía llegar a ningún lado, prácticamente no teníamos nada en común, salvo, claro está, una fortísima atracción. Por supuesto, el lío acabó descubriéndose; Trini dejó a su novio, a mí me dejó Juani. Luego Trini decidió irse a Inglaterra como au pair y un mes después me escapé yo a pasar con ella un fin de semana largo en Londres, mi últimos días con ella.

La volví a ver casi un año después, en una visita que hizo a Tenerife. Me contó que estaba saliendo con un inglés; supongo que sigue viviendo en Inglaterra. No he sabido nada de ella desde hace veinte años aunque a veces, como hoy, me asaltan recuerdos suyos, melancólicos y dulces.

CATEGORÍA: Recuerdos

miércoles, 8 de julio de 2009

El viaje imaginario de un preso

Albert Speer (1905-1981) fue un arquitecto alemán quien, subyugado por la personalidad de Hitler, en 1931 se afilió al partido nacionalsocialista. Gracias sobre todo de su eficacia profesional, progresa rápidamente en el nazismo y, ya en 1933, el propio Hitler lo convierte en uno de sus hombres de confianza. A partir de entonces será "el primer arquitecto del Reich" (ocupándose de grandiosos proyectos al servicio de la megalomanía del Führer) y posteriormente, en 1942, ministro de Armamento y Producción Bélica, hasta la derrota alemana. El 12 de mayo de 1945 fue arrestado por los norteamericanos y en el juicio de Nüremberg fue condenado a veinte años de reclusión en la prisión berlinesa de Spandau.

El párrafo anterior es un breve resumen, sobradamente conocido, de la vida de Speer. Ya había leído sus memorias y una biografía (Albert Speer, su lucha contra la verdad, de Gitta Sereny), por lo que algo sé de este personaje que, desde hace mucho tiempo, me produce una extraña fascinación. Recientemente, leyendo una magnífica recopilación de artículos que George Steiner publicó entre 1967 y 1997 en The New Yorker, encuentro uno de abril de 1976 con motivo de la publicación de Spandau: Los Diarios Secretos del propio Speer. Me entero así de una curiosidad que me resulta interesante; lo suficiente, al menos, para escribir estas líneas.

Speer entró en la prisión de Spandau el 18 de julio de 1947 (tenía 42 años) y fue liberado justo a la medianoche del 30 de septiembre de 1966, con 61 años. Este largo periodo en el complejo penitenciario de Wihelmstrasse lo pasó vigilado por las cuatro potencias vencedoras (iban rotando mes a mes; el mes que le tocaba los rusos, la comida era escasa y mala) y en compañía inicialmente de otros seis jerarcas nazis, aunque al final sólo quedaron dos: Baldur von Schirach, el Gauleiter de Viena que fue excarcelado junto con Speer, y Rudolf Hess, quien falleció en 1987 en la propia prisión (a la muerte de éste, la cárcel fue demolida). La cárcel de Spandau era una construcción de ladrillo, rodeada de tres vallas (una de ellas electrificada) y guardada por sesenta soldados. Las celdas en las que "vivían" los prisioneros eran de unos 8 m2; pero frente a esta escasez de espacio, los nazis disfrutaban de un espléndido y vasto jardín, en el cual les permitieron disponer de parcelas individuales para cultivar.

El jardín era, además, donde Speer desarrollaba la actividad que me ha llamado la atención; dejo que lo cuente Steiner: "(Speer) conservó la cordura utilizando medios clásicos en los testimonios de sepultados en vida. Daba afanosos paseos cotidianos por los terrenos de Spandau (la cárcel contaba con un espléndido y vasto jardín), llevando un cálculo exacto de la distancia. Al final había recorrido 31.939 kilómetros. Pero esa marcha forzada era más que un ejercicio abstracto. Speer se imaginó que daba la vuelta al mundo a pie, desde Europa, pasando por Oriente Próximo, hasta China y el estrecho de Bering, y luego cruzando México. Mientras caminaba, evocaba mentalmente lo que conocía del paisaje, la arquitectura y el clima pertinentes. «Ya estoy en la India», dice una típica entrada de diario, «y conforme al plan estaré en Benarés dentro de cinco meses».

31.939 kilómetros en 7.043 días de reclusión (supongo que no todos los días daría sus caminatas, pero para mis efectos es irrelevante) suponen una media diaria de 4.535 metros, más o menos una hora a paso relajado. Me imagino a Speer solicitando mapas a las autoridades carcelarias y, armado de una regla graduada, planificando sus caminatas. Ahora bien, por muy buenos mapas que le facilitaran en esos años, dudo que tuvieran la precisión suficiente para identificar día a día los lugares por los que pasaba (su progreso diario sería, como mucho, un segmentito de un centímetro sobre un buen mapa). Pero a lo que voy es que me sentí identificado con Herr Albert (en esta aspecto, no vayan a pensar mal); eso de convertir en viajes mentales las tantísimas vueltas repetidas al mismo espacio me resulta una idea atractiva y, aunque en menor medida y con muchísima menos constancia, yo mismo he hecho rarezas parecidas.

Gracias a la tremenda potencia del Google Earth, el pasado fin de semana me puse a ensayar el posible itinerario que se planteó Speer. Como no dispongo de los Diarios de Spandau (aunque está publicado en español), aventuré la ruta a partir del breve párrafo que transcribe Steiner. Así, imagino que pasaría hacia Oriente Próximo cruzando el Bósforo (eso no lo podía hacer a pie), lo cual me sugiere un periplo europeo que pasaría por Praga, Viena, Bratislava, Budapest, Belgrado, Sofia y, finalmente, Estambul, la grandiosa urbe sobre dos continentes. Así, el 29 de agosto del 47 estaría llegando a Dresde, la capital sajona, que por esas fechas tenía que estar casi en escombros tras el asolador bombardeo aliado que sufrió en febrero de 1945. Un mes después alcanzaría la bellísima Praga. Desde la capital checa, supongo que seguiría hacia Brno para, al llegar allí, desviarse en dirección sur, entrar en Austria y encaminarse a Viena. Me lo imagino entrando por la Praterstrasse y cruzando el Danubio por el Aspernbrükeng para pasear por el Ring y luego llegarse hasta la catedral de San Esteban. Eso ocurriría hacia el 7 de diciembre del 48, con la antigua sede imperial de los Habsburgo preparándose para las navidades. Después seguiría el Danubio hasta Bratislava, apenas 55 kilómetros que podría cubrir en sólo doce días. Tras la capital eslovaca continuaría bordeando el gran río, por la frontera húngara, hasta llegar a Budapest, el miércoles 4 de febrero de 1948. Continuaría hacia el sur hasta entrar en la Voivodina, provincia de la que entonces era Yugoslavia y hoy es Serbia. Hacia el 7 de abril volvería a encontrarse con el Danubio en Novi Sad y, un par de semanas después, arribaría a Belgrado, más o menos en los días del conflicto entre Stalin y el mariscal Tito, que le sirvió a este último para sacar a Yugoslavia del bloque soviético. Metiéndose en plenos Balcanes, se dirigiría hacia Bulgaria para llegar a Sofia el 16 de julio, casi exactamente un año después del inicio de sus caminatas carcelarias. En dirección este, tras unos pocos días, saldría de las montañas búlgaras para encontrarse en la antigua Tracia y, siguiendo el curso del Maritsa, llegar hacia mediados de septiembre al rincón fronterizo de tres países, Bulgaria, Grecia y Turquía. Ya en la antigua patria otomana, pasaría por Edirne, Babaeski, Luleburgaz, Çorlu, Silivri y Büyükçekmece (¿a alguien le suenan estas ciudades?) antes de poder cruzar la Sublime Puerta y decirse que había alcanzado uno de los extremos de Europa. Sería el martes 9 de noviembre de 1948 cuando Speer, con 2.185 kilómetros de paseos carcelarios, miraría hacia los muros de la prisión de Spandau e imaginaría que lo que tiene enfrente es el Bósforo y el comienzo de Asia.

En mi recreación del viaje imaginario de Speer no he llegado todavía más allá. Apenas un 7% de su recorrido total me ha bastado para estar entretenido durante unas cuantas horas, aprovechando el Google Earth e Internet para hacer turismo virtual. Ya seguiré en otro momento (conste que no amenazo con publicar la continuación). Eso sí, hice una burda aproximación para comprobar que, efectivamente, cuando el arquitecto del Tercer Reich fue liberado debía de andar por el centro de México. Para acabar, repito lo que ya he dicho: puedo entender perfectamente el ejercicio de Speer, imaginármelo imaginándose los campos por los que transitaba, los ríos que cruzaba, las ciudades a las que llegaba, las noches al raso, las montañas que ascendía (¿corregiría las etapas en función de las dificultades topográficas de la ruta?), las condiciones climatológicas, los paisajes y las arquitecturas ... En todo caso, seguro que Speer sabía más geografía que yo.

CATEGORÍA: Creencias y descreencias

sábado, 4 de julio de 2009

Puede ser más barato matar a una persona que desvirgar a una chica

Me entero gracias a un reportaje televisivo que cuenta lo que hacen algunos para conseguir dinero. Parece ser que en España hay una amplia oferta de sicarios a los que se puede recurrir para que den una buena paliza a ese tipo que te molesta o te debe dinero e incluso para liquidarlo definitivamente. Están organizados empresarialmente y presumen de seriedad profesional; te garantizan que cometen el crimen con rapidez y eficacia, disfrazándolo de robo, violación o cualquier otro delito común, de modo que las sospechas no recaigan sobre el verdadero inductor. Los que gozan de mayor prestigio son los colombianos, con las “sedes sociales” en ese país pero sin ningún problema en coger un avión, presentarse aquí, matar y regresar o recurrir a sus “corresponsales” más o menos fijos en España. Según descubro curioseando en Internet (con cierta preocupación, no vaya a ser que esté alertando a los guardias civiles que hacen el seguimiento preventivo de estos tráficos en la red), las tarifas oscilan entre 10.000 y 20.000 euros. El asesinato de un ejecutivo barcelonés el pasado 9 de febrero, por ejemplo, costó 12.000 euros (aunque el criminal resultó no tener experiencia).

El asunto me dejó preocupado y con muy mal sabor de boca. Se presta, desde luego, a muchas reflexiones pero no son precisamente de las que te alegran el día, así que prefiero aparcarlo de momento. Distinta es, en cuanto a su gravedad, la cuestión de la subasta de “sus primeras veces” por jovencillas vírgenes. En el programa presentaban a una chica ecuatoriana de veintinueve años, residente en Valencia, que, debido a “necesidad económica acuciante”, ofrecía ser desvirgada por quien le pagase 300.000 €, ¡nada menos! Además detallaba cómo había de ser el encuentro. Acordada la transacción, acudiría con un amigo a un hotel; allí presentaría al comprador un certificado ginecológico de virginidad (¿se hacen?) y a su vez le exigiría a él otro de buena salud. Hecho el pago por adelantado (imagino que en efectivo), ambos subirían a la habitación en donde se llevaría a cabo la penetración, con preservativo y sin que admitiera caricias o besos. Sabía que lo iba a pasar muy mal porque para ella la virginidad es el mayor tesoro de una mujer y sólo se debe “entregar” por amor, pero es que estaba desesperada. Desde su ignorancia (y presunción) sexual, esta mujer debe pensar que un hombre (normal) puede bajarse los pantalones y meterla directamente, sin más, dar unas cuantas sacudidas e irse tan satisfecho por haber rasgado un himen. Pero, sobre todo, me maravilla que pretenda que le paguen tan exorbitante cantidad de dinero: lo que ganaría una oficinista durante veinte años en jornadas diarias de ocho horas. Visto desde la óptica del cliente, y consultada una página de anuncios sexuales en las que unas mujeres espectaculares cobran una media de 200 € la hora (tiempo suficiente para un polvo con bastantes más ingredientes que la mera penetración), la elección estaría entre gastarse 300.000 € en penetrar a “palo seco” a una inexperta muchacha, nada guapa y que, para colmo, tendría cara de sufrimiento (físico y moral) o repartir esa cantidad entre 1.500 putas (a una cada dos días, da para un maratón sexual de casi diez años) que seguro que saben hacérselo pasar bastante mejor en la cama, para eso son profesionales. Me parece increíble que haya hombres que, además de estar dispuestos a gastarse esa pasta en un ratito, prefieran la opción que ofrece la ecuatoriana.

En todo caso, esta muchacha no ha inventado nada. La “venta” de la virginidad es tan antigua como la ideología imperante desde siempre, esa que presupone unos valores y una concepción de la mujer (y del hombre) al servicio de la organización social en la que seguimos inmersos. En el fondo, el propio argumento del amor (a cambio del cual se entrega el preciado el tesoro) no es sino un disfraz perverso de la misma forma de pensar, por más bienintencionado que sea en cada chiquilla individual. Por eso, poner sobre la mesa, a las claras, la economía de la transacción tiene tanto efecto transgresor, ya que hace evidentes, sin disimulos, las falsedades del discurso moralista tradicional respecto a la virginidad. Al fin y al cabo, el matrimonio sigue siendo en muchos sitios (y lo era en todos hasta hace relativamente poco) la materialización del pago por la virginidad; en cuántos subconscientes masculinos, por muy modernos que se consideren, sigue presente el denigrante concepto de “mercancía usada”. Naturalmente, la ecuatoriana que vi en la tele el otro día no es ninguna transgresora, sino todo lo contrario: su argumentación se hunde hasta las raíces en la argumentación ideológica tradicional y de ella extrae la justificación económica de su sacrificio. Triste, por supuesto.

Sin perderme en discursos filosóficos baratos, e intentando en cambio que este blog mantenga un cierto contenido informativo, diré que la primera mujer que aprovechó Internet para ofrecer su virginidad fue una inglesita lesbiana de dieciocho años llamada Rosie Reid que dijo necesitar el dinero para costearse la universidad. Puso un anuncio en una web de subastas ("Estudiante universitaria de dieciocho años quiere vender su virginidad. No la ha perdido porque es lesbiana. Responderá si la oferta es buena. Fotografía disponible") y en los tres primeros días recibió más de cuatrocientas ofertas. Poco después, el 2 de marzo de 2004, a cambio de algo más de doce mil euros, Rosie se acostó en un hotel londinense con un ingeniero de 44 años; la experiencia, según relató, le resultó muy desagradable. Por cierto, la inglesa tuvo que hacer bastante más que dejarse penetrar y cobró veinticinco veces menos de lo que pretende la ecuatoriana de Valencia; aun así, me sigue pareciendo una pasada.

El revuelo mediático de esta historieta (difundida por uno de los más populares tabloides británicos), debió animar a Graciela Yataco, una limeña de dieciocho años, para publicar en 2005 un anuncio equivalente en un diario local. En este caso se trataba de una muchacha que llevaba trabajando como vendedora ambulante desde los ocho años y que era el único sostén económico de su familia ya que la madre estaba enferma; la motivación no eran los estudios sino escapar, al menos por un tiempo, de la pobreza. Inicialmente pidió unos 2.000 €, pero las pujas fueron subiendo rápidamente y enseguida declaró que el precio no sería inferior a 5.000 €. El escándalo en Perú fue mayúsculo, llegándose a convertir en una cuestión de dignidad nacional preservar la virginidad de esta chica. Al final las presiones (las más llamativas una popular presentadora de televisión y una congresista) lograron hacerla desistir, a cambio de una beca para estudiar computación y un carrito sanguchero, que es como se llaman los que usan los vendedores ambulantes en Lima. Renunció, según leo (y no creo), a la oferta de un canadiense que estaba dispuesto a pagar un millón y medio de dólares.

Pero en cuanto a precios desorbitados, la palma se la lleva una tal Natalie Dylan, seudónimo de una californiana de San Diego de 22 añitos que en septiembre pasado también inició mediante Internet la subasta por su virginidad. La chica está graduada en Estudios sobre la mujer por la universidad de Sacramento y quiere financiarse un master en terapias familiares y matrimoniales. Su formación le permite justificarse con argumentos “ideológicos” del tipo del carácter opresivo que históricamente conlleva la desfloración en nuestra sociedad machista y plantear su iniciativa como un “experimento sociológico”. Sin embargo, poco después declaró que la verdadera motivación era la pasta, pero al menos, en su caso, no parece haber ninguna excusa moralista. Tanto es así, que la chica no ha tenido reparo en usar como intermediario a una famoso burdel de Nevada, el Bunny Ranch, que se ocupa de publicitarla y donde presumiblemente se consumará el desvirgamiento. Así las cosas, las pujas iban subiendo hasta que en enero de 2009, un empresario australiano de 39 años, ofreció tres millones setecientos mil dólares. La cantidad debió parecerle suficiente a Natalie y proclamó que paraba la subasta (por cierto, me parece un poco tramposo eso de que el límite temporal no se sepa a priori). Pero, lamentablemente, la mujer del australiano se molestó (es que hay algunas) y el hombre hubo de retirar la oferta; Natalie, muy comprensiva, le devolvió los 250.000 $ que había depositado en reserva (requisito para aceptar la puja) y volvió a abrir la subasta. Por lo que he buscado, sigue abierta y no hay noticias de que haya aparecido una nueva oferta satisfactoria. Entre tanto, la chica ha adquirido mucha fama y supongo que habrá sabido rentabilizarla.

Ni que decir tiene que esas cantidades millonarias me resultan absolutamente inverosímiles; estamos hablando de diez veces más de lo que pretendía la ecuatoriana que vi en la tele. Sí es cierta, en cambio, la historia de Alina Percea, una rumana de 18 años residente en Alemania que hizo la misma oferta a través de Internet. La puja duró dos meses y aunque la chica pretendía conseguir 50.000 €, al final hubo de “concederse” por poco más de diez mil a un italiano de cuarenta y cinco años. El encuentro, por lo que ella misma cuenta, no estuvo nada mal: él le pagó un viaje a Venecia, pasearon por la ciudad y finalmente fueron a un hotel de lujo; allí se besaron y desnudaron mutuamente y consumaron la penetración (sin preservativo); luego durmieron y a la mañana siguiente, como una pareja feliz, desayunaron juntos. Alina, aunque sintió dolor, calificó la experiencia de muy agradable, si bien el dinero conseguido no alcanza para cubrir lo que pretendía. Los detalles de esta historia, en todo caso, me parecen más creíbles y, por tanto, relevantes como pautas de lo que puede llegar a ser un comportamiento repetido con cierta frecuencia. De entrada, el precio y el “servicio” entra dentro de los márgenes de la prostitución de lujo; digamos que puedo entender que haya a quien el morbo de desvirgar a una adolescente le compense lo mismo que acostarse con una modelo famosa, en unas condiciones suficientemente satisfactorias. Por el lado de la chica, se trata de una actitud desprovista de prejuicios moralistas pero, al mismo tiempo, asentada en el realismo, justo lo contrario de la ecuatoriana de Valencia. Es explicable que, en los términos descritos, ocurra en Europa y, en esa misma línea, que el fisco alemán le reclame a Alina el pago de impuestos por su transacción.

Naturalmente, que haya dicho que puedo entender el caso anterior no quiere decir que yo estuviera dispuesto a pagar diez mil euros por desvirgar a una cría. No sólo me parece demasiado dinero, sino que acostarme con una virgen no me atrae en absoluto. al contrario. Mientras me enteraba de todas estas historias me venían recuerdos de algunas experiencias personales que quizá reseñe en alguna otra ocasión (este post ya me ha salido muy largo). De lo que se trataba era de mostrar cómo funciona el mercado y de comparar los precios de dos tipos de servicios muy distintos entre sí; pienso que da para algunas reflexiones.


Distesa sull'erba come una che sogna, giacesti bambina, ti alzasti già donna