Trini
Hoy me acordé de Trini. De repente, caminando hacia casa. Me vino el recuerdo de su silueta de medio perfil, desnuda de pie en la habitación cochambrosa de un hotel barato en el centro de Londres. Esa imagen es para mí casi icónica, la representación perfecta de la belleza del cuerpo femenino. Así lo sentí en ese momento, mientras la miraba embelesado desde la cama, y esa impresión la he seguido manteniendo, por más que sus contornos se vayan diluyendo en las brumas de mi traicionera memoria.
Trini tenía diecinueve años cuando la conocí, en el verano de 1987. Apenas había acabado el instituto y llevaba unos meses trabajando de administrativa en la empresa constructora del sur de la isla a la que acababa de llegar yo, un arquitecto de veintiocho años con poca experiencia a quien le habían prometido grandes proyectos de edificaciones turísticas, aprovechando el boom inmobiliario de esos años en Canarias. Me costó mucho tiempo conseguir una mínima vida social. Vivía en una urbanización turística, poblada sólo por guiris; los habitantes de los dos pueblos más cercanos, los que trabajaban en los negocios de ese enclave urbano artificioso, eran, pese a su superficial cordialidad, bastante cerrados y recelosos frente al extraño. Así que, pese a mis esfuerzos para hacer amistades, acabadas las horas laborales (que alargaba más de lo debido) me volvía siempre solo a una casa alquilada pegada al mar, desde la que disfrutaba de unos espectaculares atardeceres con la isla de La Gomera enfrente. La soledad hasta me obligó a romper uno de mis "principios" de entonces: no tener reproductor de video; me compré uno y me convertí en un asiduo del mal abastecido videoclub de uno de esos dos pueblos.
Todas las personas que trabajaban en la oficina, la mayoría chicas (y bastante guapas, para mayor inri), eran muy agradable pero, al mismo tiempo, no me daban ninguna opción a que pudiéramos vernos fuera del horario laboral. Trini no era una excepción pero, con el tiempo, fue la única que me empezó a abrirme rendijas de confianza que, al fin, tras varios meses, desembocaron en invitaciones a salir con ella y sus amigos a las discotecas de Playa de las Américas. Después de carnavales (los primeros que yo vivía) habíamos alcanzado una cierta intimidad y ella, que tenía novio, empezó a empeñarse en emparejarme. Así, más ella que yo, decidió que me gustaba su amiga Juani (que ciertamente era preciosa) y me informó de que yo también le gustaba a ella. La cosa es que, efectivamente, Juani y yo nos enrollamos y disfrutamos de atardeceres románticos a solas (amén de otras cosas) y también salíamos los cuatro en plan parejita. Pasaban los días y también pasaba algo inmaterial entre Trini y yo, unas sensaciones de tensión creciente que nuestras respectivas parejas ni siquiera detectaban. Esa carga eléctrica que se iba acumulando explotó una tarde en la que subía a Trini a su casa en mi coche. Tuve que aparcar en el arcén para que pudiéramos desahogarnos en un arrebato furioso, antes de dar media vuelta para encerrarnos en mi casa hasta altas horas de la noche.
Los meses siguientes fueron una sucesión de apasionados y clandestinos encuentros, mientras ambos seguíamos con nuestras parejas. Es la única época en que he vivido como si estuviera en una comedia de enredo, con multitud de situaciones estrambóticas y siempre inmerso en una montaña rusa de sobresaltos emocionales. Fue mi último enamoramiento (en el sentido en que entiendo esta palabra) y, pese a la exigencia de autoengaño que ese estado exige, no podía ocultarme del todo que esa relación no podía llegar a ningún lado, prácticamente no teníamos nada en común, salvo, claro está, una fortísima atracción. Por supuesto, el lío acabó descubriéndose; Trini dejó a su novio, a mí me dejó Juani. Luego Trini decidió irse a Inglaterra como au pair y un mes después me escapé yo a pasar con ella un fin de semana largo en Londres, mi últimos días con ella.
La volví a ver casi un año después, en una visita que hizo a Tenerife. Me contó que estaba saliendo con un inglés; supongo que sigue viviendo en Inglaterra. No he sabido nada de ella desde hace veinte años aunque a veces, como hoy, me asaltan recuerdos suyos, melancólicos y dulces.
Hermosos recuerdos, hermoso relato.
ResponderEliminarUn beso.
Preciosa historia. Gracias por compartirla.
ResponderEliminarUn beso
La representación perfecta de la belleza del cuerpo femenino, la última vez que te enamoraste... cachis. Está claro que es un recuerdo intenso.
ResponderEliminarPor experiencias así, de esas de las que sabemos positivamente que no tienen ningún futuro, tenemos que pasar todos.
ResponderEliminarY me gusta que sea así. O nos perderíamos la mitad de nuestra vida.
que hermosa historia!!
ResponderEliminaradoro las historias de amor clandestinas ... esta me parecio super tierna ...
besos ...
Eva