miércoles, 3 de mayo de 2006

La muñeca viajera de Kafka

Anoche terminé la última novela de Auster: Brooklyn Follies (aprovecho para recomendar encarecidamente su lectura, la de cualquier libro de Paul Auster).

A través de una conversación entre dos de sus personajes, Auster narra la historia de la muñeca de Kafka. Me impresionó. Busqué en Internet y comprobé que había múltiples referencias; parece ser que la anécdota es bastante conocida (no cesa de crecer el conocimiento de lo que uno desconoce).

Descubró que Jordi Sierra i Fabra ha sido capaz de hacer un libro para jóvenes de esta anécdota (publicado por Siruela este mismo año). También el escritor argentino César Aira escribe un breve artículo en 2004 a partir de una biografía de Kafka. Transcribo la historia con las palabras de Auster:

Último año de la vida de Kafka, que se ha enamorado de Dora Diamant, una chica polaca de diecinueve o veinte años de familia hasídica que se ha fugado de casa y ahora vive en Berlín. Tiene la mitad de años que él, pero es quien le infunde valor para salir de Praga, algo que Kafka desea hacer desde hace mucho, y se convierte en la primera y única mujer con quien Kafka vivirá jamás. Llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere la primavera siguiente, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales de Berlín: escasez de alimentos, disturbios políticos, la peor inflación de la historia de Alemania. Pese a ser plenamente consciente de que tiene los días contados.

Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?

Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.

Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actvidades.

Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida para siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.

Hay algunas variaciones en distintas versiones que he encontrado. La más frecuente cuenta que antes de despedirse Kafka regala una nueva muñeca a la niña. Ella dice que no es la misma y Kafka le contesta que su apariencia ha cambiado porque la muñeca había visto muchas cosas interesantes y vivido muchas experiencias nuevas en su largo viaje. La vida nos cambia.

Parece ser que nunca se ha sabido quién era esa niña y mucho menos se han encontrado las cartas de la muñeca. De seguir viva, hoy la niña (Elsi, la llama Jordi Sierra) tendría 92 años, tiempo suficiente para haber sabido, a medida que crecía, la importancia literaria de las cartas que le entregó a lo largo de varias tardes en el parque Stegliz (el que se ve en la foto de este post) ese señor tísico y con cara de murciélago. Pero la niña (la mujer) nunca apareció lo que nos hace pensar en cualquiera de estas hipótesis: que no existió, que murió joven antes de saber quién era el autor de sus cartas, que perdió las cartas y no se atrevió a descubrirse ... Pero también me puedo imaginar (aunque no sea nada probable) que Elsi creció y supo que había sido Kafka quien le había entregado las cartas y quien, obviamente, las había escrito; que las conservó durante toda su vida, que fue larga y modesta, conocedora del altísimo valor de esos papeles que amarilleaban ...

He leído artículos donde se reflexiona sobre el mayor o menor acierto de Kafka desde el punto de vista pedagógico. Con las cartas, Kafka no le dice la verdad a la niña pero tampoco la engaña sobre lo importante: que la muñeca ha de desaparecer de su vida (por eso no me convence demasiado la versión en que le regala otra muñeca). Pero esa verdad fundamental y dolorosa (antesala de las futuras despedidas que la niña habrá de vivir) se la va haciendo ver de forma gradual, mediante una sucesión de cartas cuidadosamente redactadas que consiguen ir preparando el corazón de la niña para aceptar la pérdida.

De todas formas, en estos momentos no es que me interese mucho la valoración pedagógica de lo que Kafka hizo (si es que realmente lo hizo, pero qué importa). Me refiero a ello, no obstante, porque lo que me llama la atención de esta anécdota es la cantidad de aspectos sobre los que incide, como si fuera un poliedro de numerosas caras, todas ellas brillantes. Durante estos días me ha venido en varias ocasiones la historia a la cabeza y siempre desde un ángulo distinto. Y, por supuesto, muchos de ellos con una belleza que emociona. En algún momento se me ocurrió escribir un relato corto a partir de alguno de estos ángulos: pero soy muy vago y, para colmo, el Sierra i Fabra se me ha adelantado.

En todo caso, como a Auster (como al personaje de Auster) lo que más me impresiona es que una persona de la calidad literaria de Kafka diera la máxima importancia a la labor de reconfortar a una niña desconocida. Puede pensarse que no consideraba que su obra (a la que, en términos objetivos de calidad literaria, debía dedicarse) no era lo suficientemente valiosa. Recuérdese que un año antes K le había pedido a Max Brod que destruyese toda su obra. Pero aún así ...

Por "culpa" de esta historia he pensado frecuentemente cuanto nos equivocamos al valorar el empleo de nuestro tiempo, al decidir qué es lo importante y qué no tanto.

CATEGORÍA: Literaturas
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM

2 comentarios:

  1. Quizá algunas de las cosas más importantes de nuestra vida sean aquellas que nos hacen sentír bien.
    Comentado el Jueves, 4 Mayo 2006 00:56 (conbisal@hotmail.com)

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  2. He estado casi toda la tarde leyendo tus post sobre literatura y los comentarios. No he trabajado nada y mañana lo sentiré pero he pasado un rato bueno y he hehco algunos descubrimientos. EL primero es el de la coincidencia en preferencias literarias, al menos las que compartes, casi todos los libros y autores que citas estarían en los post que yo pudiera escribir sobre literatura, además, por supuesto de mis lesctruras de juventud que tan fuertemente añoro (Galdós, DUmas, La Regenta..), siempre alegra descubrir espírutus afines. El segundo, y más inquietante, es que no se por qué me ha alegrado tanto comprobar que la mayoría de tus "comentaristas" con mujeres, ¿hay en mí algún complejo oculto? ¿qué más da que sean mujeres u hombres, ¿soy una feminista al uso (al uso que no me gusta, por cierto?, ¿tendré tiempo de elaborar este absurdo sentimiento de satisfacción?. En tercer lugar, he descubierto algún autor que no conozco y eso me provoca, o, como ahora se dice, "me pone"; nada hay más exicitante que saber que mañana tendré en mi mesa de noche un libro nuevo, de autor hasta ahora desconocido, recomendado por alguien de quién me fío...
    Es una pena que no hayas escrito desde hace tanto tiempo. Te animo a seguir.
    PD Mi nonbre bloguero era antes "magistrada a mi pesar", lo cambié por recomendación de alguien preocupado por mi reputación. (¿Qué más dará, digo yo, si ya está más que perdida)

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