Adiós, Cani
Cani, mi perra, ya estaba muy mayor; un par de meses más y habría cumplido los quince tacos. La edad, lógicamente, se le iba notando desde hacía unos cuantos años. No se pegaba tantas carreras y, cuando hacía frío, su incipiente artrosis le provocaba cojeras raras. Pero se trataba de achaques menores; ya querría yo llegar a la edad equivalente en ese estado de salud.
Hará unos tres años empezaron a crecerle unos bultos en el abdomen. La veterinaria dijo que eran tumores, pero no demasiado agresivos y que lo mejor era no hacer nada. De hecho, no parecía que a Cani le afectaran y, efectivamente, iban creciendo y multiplicándose muy lentamente. Pero crecían y llegó un momento, en la primavera pasada, que había demasiados y me aconsejaron operarla para extirparlos. Después de la operación, la perra mostró una especie de rejuvenecimiento, como si le hubieran inyectado una dosis extra de energía; y eso que antes apenas se le notaba que le afectaran esos bultos.
Pero, tras poco tiempo, los tumores volvieron a aparecer. Durante el verano y otoño fueron reproduciéndose a un ritmo mucho más acelerado que los anteriores. Ahora el cáncer (de mama) sí se presentaba más agresivo y no había gran cosa que hacer, sino esperar acontecimientos. Sin embargo, como en la etapa previa, los bultos no parecían molestar a Cani ni empeorar su estado de salud, que se mantuvo más o menos como siempre (con los achaques habituales) hasta hace sólo dos semanas.
Empezó de pronto a jadear casi de continuo y a tener dificultades para moverse, quedándose casi sin fuerza en las patas traseras; también a perder el apetito (aunque, hasta el último momento y con tremendas dificultades para tragar, quiso comer un trozo de embutido). La veterinaria me confirmó, radiografía en ristre, que el cáncer había alcanzado los pulmones; sólo cabía un tratamiento paliativo y esperar a ver cómo evolucionaba. Empecé a darle corticoides y durante los primeros días la perra dio un cambio asombroso, como si le hubiera desaparecido el cáncer: se animó, movía la cola, jugueteaba y recuperó el apetito. Pero, obviamente, fue una breve ilusión.
Toda la semana última la pasó en un agravamiento continuo de los síntomas. Para más inri, me perseguía por toda la casa mirándome con ojos de desconcierto, como si me preguntara que qué le estaba pasando y me pidiera ayuda. Cuando me ponía con ella, acariciándola para tratar de calmarla, jadeaba con más insistencia y el corazón le latía demasiado aceleradamente. En estos días también ha hecho algunas cosas que jamás antes hizo, que sólo me explico porque el cerebro empezara a estar afectado. En fin, cualquiera que tenga o haya tenido perro puede imaginar lo mal que se pasa.
El sábado la situación ya se me hacía inaguantable (y a ella seguro que también). Pero en fin de semana su veterinaria cierra, así que hube de buscar alguno al cual llevarla. Por fin encontré una clínica de atención continuada en el centro de la ciudad; allí, una chica joven estuvo observándola y me dijo que no la veía tan mal y que ella no le ponía la inyección. ¿Pero se está muriendo, verdad? Le pregunté. Sí, me dijo, pero hay que esperar a que esté peor. Parece que con los animales se dan cuestiones muy similares a las de los humanos. Esta veterinaria pensaría en conciencia que todavía Cani no sufría lo suficiente y que había de seguir viviendo.
El sábado y el domingo procuré que lo pasara lo mejor posible, dándole caprichitos gastronómicos que, pese a lo que le costaba tragar, se notaba que le alegraban (su comida habitual ni la tocaba). Las dificultades respiratorias no cesaban y los jadeos, en algunos momentos, eran verdaderamente angustiosos. Me imagino que la pobre debía sentirse agotada, soportando esa sensación de asfixia continuada. Esta noche la dejé que durmiera en mi cuarto; me sentía como el carcelero concediendo los últimos deseos a un condenado.
Por la mañana, en vez de subir a la oficina, me quedé en casa esperando que fueran las diez y mi veterinaria abriera la consulta. Cuando le llevé a Cani, enseguida me dijo que estaba muy mal, peor de lo que ella esperaba. Coincidió conmigo en que no tenía sentido esperar más, que el animalito estaba sufriendo y que podía sufrir más (imagino que la muerte le habría venido por asfixia; nada agradable, desde luego). Así que la subimos a la mesa de la consulta y me dejó con ella mientras atendía a un cliente. Tuve unos diez minutos para acariciarla y hablarle, mientras Cani, sin cesar en sus jadeos, me miraba con ojos tristes.
Entró de nuevo la veterinaria con dos botes de un líquido rojo y dos jeringas. Le apretó una gomita en una pata delantera y le pinchó, introduciéndole el contenidos de ambas jeringas. Sujétala, me dijo, porque ahora se va a derrumbar de golpe. Yo pensaba (así fue con el anterior perro que hube de sacrificar) que se iría quedando dormida poco a poco. Pero no, cayó fulminada, muerta con los ojos abiertos. Tragué saliva, pero no pude evitar lagrimeo y moqueo; con la voz empañada pregunté si ya estaba, si ya había muerto. Sí, me dijo, es instantáneo, no se ha enterado de nada. Pagué y le dejé lo que ya era sólo un cadáver para que hiciera con él lo que haya que hacer; me fui a trabajar.
Voy a echarla en falta.
Hará unos tres años empezaron a crecerle unos bultos en el abdomen. La veterinaria dijo que eran tumores, pero no demasiado agresivos y que lo mejor era no hacer nada. De hecho, no parecía que a Cani le afectaran y, efectivamente, iban creciendo y multiplicándose muy lentamente. Pero crecían y llegó un momento, en la primavera pasada, que había demasiados y me aconsejaron operarla para extirparlos. Después de la operación, la perra mostró una especie de rejuvenecimiento, como si le hubieran inyectado una dosis extra de energía; y eso que antes apenas se le notaba que le afectaran esos bultos.
Pero, tras poco tiempo, los tumores volvieron a aparecer. Durante el verano y otoño fueron reproduciéndose a un ritmo mucho más acelerado que los anteriores. Ahora el cáncer (de mama) sí se presentaba más agresivo y no había gran cosa que hacer, sino esperar acontecimientos. Sin embargo, como en la etapa previa, los bultos no parecían molestar a Cani ni empeorar su estado de salud, que se mantuvo más o menos como siempre (con los achaques habituales) hasta hace sólo dos semanas.
Empezó de pronto a jadear casi de continuo y a tener dificultades para moverse, quedándose casi sin fuerza en las patas traseras; también a perder el apetito (aunque, hasta el último momento y con tremendas dificultades para tragar, quiso comer un trozo de embutido). La veterinaria me confirmó, radiografía en ristre, que el cáncer había alcanzado los pulmones; sólo cabía un tratamiento paliativo y esperar a ver cómo evolucionaba. Empecé a darle corticoides y durante los primeros días la perra dio un cambio asombroso, como si le hubiera desaparecido el cáncer: se animó, movía la cola, jugueteaba y recuperó el apetito. Pero, obviamente, fue una breve ilusión.
Toda la semana última la pasó en un agravamiento continuo de los síntomas. Para más inri, me perseguía por toda la casa mirándome con ojos de desconcierto, como si me preguntara que qué le estaba pasando y me pidiera ayuda. Cuando me ponía con ella, acariciándola para tratar de calmarla, jadeaba con más insistencia y el corazón le latía demasiado aceleradamente. En estos días también ha hecho algunas cosas que jamás antes hizo, que sólo me explico porque el cerebro empezara a estar afectado. En fin, cualquiera que tenga o haya tenido perro puede imaginar lo mal que se pasa.
El sábado la situación ya se me hacía inaguantable (y a ella seguro que también). Pero en fin de semana su veterinaria cierra, así que hube de buscar alguno al cual llevarla. Por fin encontré una clínica de atención continuada en el centro de la ciudad; allí, una chica joven estuvo observándola y me dijo que no la veía tan mal y que ella no le ponía la inyección. ¿Pero se está muriendo, verdad? Le pregunté. Sí, me dijo, pero hay que esperar a que esté peor. Parece que con los animales se dan cuestiones muy similares a las de los humanos. Esta veterinaria pensaría en conciencia que todavía Cani no sufría lo suficiente y que había de seguir viviendo.
El sábado y el domingo procuré que lo pasara lo mejor posible, dándole caprichitos gastronómicos que, pese a lo que le costaba tragar, se notaba que le alegraban (su comida habitual ni la tocaba). Las dificultades respiratorias no cesaban y los jadeos, en algunos momentos, eran verdaderamente angustiosos. Me imagino que la pobre debía sentirse agotada, soportando esa sensación de asfixia continuada. Esta noche la dejé que durmiera en mi cuarto; me sentía como el carcelero concediendo los últimos deseos a un condenado.
Por la mañana, en vez de subir a la oficina, me quedé en casa esperando que fueran las diez y mi veterinaria abriera la consulta. Cuando le llevé a Cani, enseguida me dijo que estaba muy mal, peor de lo que ella esperaba. Coincidió conmigo en que no tenía sentido esperar más, que el animalito estaba sufriendo y que podía sufrir más (imagino que la muerte le habría venido por asfixia; nada agradable, desde luego). Así que la subimos a la mesa de la consulta y me dejó con ella mientras atendía a un cliente. Tuve unos diez minutos para acariciarla y hablarle, mientras Cani, sin cesar en sus jadeos, me miraba con ojos tristes.
Entró de nuevo la veterinaria con dos botes de un líquido rojo y dos jeringas. Le apretó una gomita en una pata delantera y le pinchó, introduciéndole el contenidos de ambas jeringas. Sujétala, me dijo, porque ahora se va a derrumbar de golpe. Yo pensaba (así fue con el anterior perro que hube de sacrificar) que se iría quedando dormida poco a poco. Pero no, cayó fulminada, muerta con los ojos abiertos. Tragué saliva, pero no pude evitar lagrimeo y moqueo; con la voz empañada pregunté si ya estaba, si ya había muerto. Sí, me dijo, es instantáneo, no se ha enterado de nada. Pagué y le dejé lo que ya era sólo un cadáver para que hiciera con él lo que haya que hacer; me fui a trabajar.
Voy a echarla en falta.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Lo siento, Miroslav.
ResponderEliminarA veces los animales que nos acompañan son para nosotros casi tanto como los humanos.
Tendrás que superar el duelo.
Ojalá a las personas que sufren les hicieran algo así cuando las cosas se ponen mal. Pero es que los médicos, como muchos otros, tienen un nuevo credo salvador, la tecnología. Algo que nos llevará a un más allá paradisiaco.
Como verás soy partidario de la eutanasia. No entiendo que sentido tiene prolongar el sufrimiento a aquél que lo padece, como no sea por egosimo de los que permanecen.
Mi hija me preguntó, cuando era muy pequeña, donde iban los que morían. Le dije (original de mi) que al cielo y después de un rato en silencio, reflexionó, toda seriedad: aaahhh...ahora entiendo porque el cielo es tan grande!!. No tiene nada que ver, pero tu post, me ha recordado ese momento, me ha dado esa misma sensación al leerlo...de tristeza y de inocencia. Dicho con los debidos respetos. Saludos y ánimo.
ResponderEliminarHey, un besico para paliar el mal trago, que de esos ya he tenido un par y sé lo mal que se pasa. Sólo hay una cosa de tu post que yo cambiaría: será una peripecia cotidiana, pero de irrelevante nada. Porque anda que no nos acordamos luego de los bichos...
ResponderEliminarUn abrazo.
Otro beso, por si sirve de algo...
ResponderEliminarMiroslav, como sé muy bien lo que has y estás pasando, sólo puedo decirte que te envío un abrazo enorme y un beso.
ResponderEliminarCani ya está tranquila.
Un abrazo, Miros, sabes que te entiendo. Jara cumplirá siete años este mes próximo y está estupenda, pero no puedo evitar pensar a menudo lo rápido que pasa la vida para estos animales tan maravillosos.
ResponderEliminarAntes de que se me olvide.Por si no lo conoces y para cuando estés de humor, te recomiendo "Viajes con Charley" de John Steimbeck, un viaje por USA en los 60. Charley era su perro y viajaban en una furgoneta.
ResponderEliminarLlegó oscura y suave
ResponderEliminarcomo la noche naciente
y en sus esferas de niño
vi nacer, incondicional,
el amor.
Llegó con una fina cadena
atada al corcel de mi alma
y traía la risa y el canto
en sus antenas de piel.
La ciudad continúa disfrazando sus perros,
cruzan como fantasmas
que una vez tomaron el silencio de las calles.
Erarios que el asfalto condenó
al desperdicio vagabundo de la acera.
Criaturas enfermas,
libertadores del asfalto.
sus ladridos se afanan contra el polvo,
ascienden sobre el viento
que más allá del eco se corrompe
que más allá del mar muere en silencio
La ciudad, perro a perro
dejo sus almas en el callejón
donde la gente suele alzar un pie para orinar,
donde la gente perro a perro se aniquila
Un abrazo, Miroslav, con toda mi simpatía.
ResponderEliminarUn abrazo.
ResponderEliminarLo siento, te va a ser muy difícil llegar a casa al principio, porque te saludan siempre los primeros, pero el tiempo lo cura todo (y ya sé que es una expresión muy manida)
ResponderEliminarImagino el momento, y la tristeza. Yo tuve un perro por 15 anios.
ResponderEliminarTe dejo un beso bien grande.
Siempre te leo.
A mi Popi todavía le quedan unos buenos años, pero no dejo de pensar en el momento en que me deje. Sé de cierto que lo voy a echar de menos más que a muchas personas.
ResponderEliminarPor cierto, me encanta la música que has escogido para el post. La tengo entre mis favoritas.
Debío de ser duro. El amor por un animal suele ser muy sincero.
ResponderEliminarÁnimo, Miros!
Lo siento mucho, Miroslav. Sé muy bien lo que es, pues en mi familia tuvimos una perrita que vivió 16 años. Yo ya no vivía con ellos cuando se murió, pero es muy triste.
ResponderEliminarUn beso y un abrazo
Inevitable y necesario, pero ¡qué triste! Te mando un abrazo
ResponderEliminarHe recordado la muerte del único perro que he tenido y no he podido evitar unas lágrimas.
ResponderEliminarUn beso y un abrazo.
Nunca he tenido un perro, porque vivo en un piso muy pequeño, sobre todo. Pero creo que he entendido lo que has sentido. Y se me han llenado los ojos de lágrimas. Qué suerte tener un amo tan cariñoso como tu hasta el último momento.
ResponderEliminarCuando te lei por primera vez, yo atravesaba una etapa personal muy dificil; en ocasiones me identificaba contigo y otras me llevabas a reflexionar. Hoy me identifico y reflexiono. Mi Elling paso por un cancer de piel, sufrimos mucho con las operaciones, afortunadamente y por ahora esta bien; no quisiera perderle, el dio sentido a todo en los peores momentos y me arranco sonrisas cuando mis ojos se llenaban de lagrimas ... Creo saber por lo que estas pasando. Animo, nunca la olvidaras pero el tiempo te ayudara a superar su perdida . Un abrazo
ResponderEliminarPermiteme que te rectifique, ... no es una IRRELEVANTE PERIPECIA ... Gracias de nuevo
ResponderEliminarLo lamento.
ResponderEliminarA mí también me tocó, y lo recuerdo igual que tú: http://sisifosehaceviejo.wordpress.com/2007/08/22/lana/
Otra cosa: te has equivocado de categoría.
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