domingo, 31 de enero de 2010

Judit y Holofernes (2). La infancia de Holofernes

Entre los miembros del Consejo Real, Holofernes, el general en jefe del ejército caldeo, ocupaba un sitial preferente. Provenía de una de las más antiguas familias de Babilonia, siempre vinculada a las ansias de independencia del pueblo caldeo. Su padre, Farnasúpal, había sido la mano derecha de Nabopolasar, el padre de Nabucodonosor, en las guerras de liberación contra los asirios, los opresores de Babilonia desde hacía casi cinco siglos. Farnasúpal no sólo fue el principal organizador de los ejércitos caldeos y el más fiel y audaz de los guerreros del Éufrates, sino que a sus habilidades bélicas sumaba una fina inteligencia estratégica y grandes dosis de prudencia y empatía. Al poco tiempo de que Nabopolasar accediera al trono, Farnasúpal, con sólo veinticuatro años, encabezó una legación de amistad a Ecbatana, para lograr la alianza del rey de los medos, Ciáxares. Haciendo gala de sus dotes diplomáticas, consiguió enseguida encandilar a toda la nobleza meda y muy en especial a la hermana menor del rey, la bellísima Kyrias. Que el amor entre ambos jóvenes resultara muy conveniente a los intereses de sus respectivos estados no debe hacernos pensar que no fuera tan sincero y apasionado como cuentan las leyendas. Tan es así que, apenas a escasos meses de su llegada, Ecbatana toda se engalanó para acoger la principesca boda y fueron muchos los días durante los que los medos y los numerosos visitantes babilonios se regocijaron en fiestas interminables que celebraban la alianza política simbolizada en la unión marital de tan hermosos jóvenes. Permaneció más tiempo de lo previsto Farnasúpal en la capital de los medos pues no era aconsejable arriesgar el embarazo de su reciente esposa en el largo viaje hasta Babilonia. De tal modo, algunos meses después de la boda (las malas lenguas dicen que no llegaron a nueve), la embajada caldea inició el regreso con un recién nacido, a quien se impuso el sonoro nombre de Holofernes.

La flamante pareja fue recibida con los más gloriosos fastos a su llegada a Babilonia. Nabopolosar, gozoso con la alianza alcanzada, insistió en que vivieran en el palacio real, alojándonos en suntuosas habitaciones vecinas a las suyas. Durante los siguientes años, Farnasúpal se convirtió en la sombra permanente del monarca y en su más fiel amigo y estrecho colaborador. Fueron tiempos de vísperas, durante los que ambos príncipes se volcaron en la organización administrativa y la cohesión interna del país, con el ojo siempre atento hacia los poderosos enemigos, preparándose para la inevitable confrontación. Mientras tanto, Holofernes correteaba por los pasillos y los jardines reales, alegrando a todos con buen humor y su belleza. Desde muy pronto, Nabucodonosor, cinco años mayor, se erigió en el protector del chiquillo y el niño respondió a sus atenciones con un amor que nunca se quebrantaría. Así, la misma armonía que existía entre los padres pudo observarse enseguida entre los hijos y todos pudieron advertir desde esos primeros años que formaban una estrecha pareja cuyos caracteres se complementaban con rara perfección, augurio indudable de las mejores venturas para el futuro del reino. Y es que, siendo todavía apenas un crío, Holofernes manifestó su excepcional inteligencia, acompañada de un carácter afable y prudente, tanto que Nabucodonosor, desde que empezó a asumir las altas responsabilidades de gobierno a las que estaba destinado, se habituó a consultarle sus acciones, sin que la minoría en edad del muchacho tuviera el menor efecto. Además, Holofernes había heredado de su madre una singular belleza que subyugaba desde la primera impresión, despertando en quienes lo conocían deseos de agradarlo. Nadie dudaba en Babilonia que ese chico era un elegido de los dioses y que el glorioso destino que le tenían reservado se derramaría sobre el pueblo caldeo. En resumen, que Holofernes era respetado, admirado y amado por todos, desde la familia real a los más pobres sirvientes de la ciudad.

Pero los años de la felicidad se acercaban a su fin. Desde su acceso al trono, Nabopolosar había recurrido a diversas campañas defensivas, de limitada importancia para consolidar su posición. Pero, pasada una década, el rey y su fiel amigo Farnasúpal, conocedores del progresivo debilitamiento del imperio asirio, consideraron que era momento de atacar. Se decretó la primera movilización general en los territorios de Babilonia y al frente de un gran ejército Nabopolosar y Farnasúpal remontaron el Tigris hasta llegar a Assur, decididos a sitiarla hasta su rendición. Sin embargo, los refuerzos aportados por los egipcios posibilitaron que las tropas de Sinsharishkun rechazaran a los caldeos que hubieron de retirarse con cuantiosas bajas. Las noticias de la derrota volaron hasta Babilonia, de modo que cuando llegó el ejército la ciudad mostraba ya los dolorosos signos del luto. Nabucodonosor se sumió en intensos arrebatos de ira y vergüenza, como si se le hubiera humillado personalmente, y con agresiva impetuosidad exigía a su padre sumarse al ejército para llevar a cabo una inmediata campaña de venganza. Antes de adoptar cualquier decisión, siguiendo la tradición, la familia real y sus más cercanos allegados, se desplazaron a Uruk, la antiquísima ciudad de Gilgamesh, para acogerse a la protección de Ishtar y consultar los augurios de sus astrónomos. Allí, en Uruk, la rabia del joven Nabucodonosor fue calmada por las sabias caricias de las prostitutas sagradas de la diosa, quienes –así lo cuentan las leyendas- también iniciaron al pequeño Holofernes en las artes amatorias. También allí, en Uruk, Nabopolosar y Farnasúpal, asesorados por los sacerdotes de Ishtar, decidieron que era tiempo de renovar y fortalecer la alianza con los medos, para lo cual la mejor jugada era concertar la boda de Nabucodonosor con alguna de las princesas de Ecbatana. Ya de vuelta en Babilonia, mientras preparaban la correspondiente embajada, llegó la sorprendente noticia de que el ejército de Ciáxares había conquistado Assur, obligando a los asirios a retirarse hacia el norte y buscar refugio en la temible Nínive. El triunfo en solitario de su aliado en la misma empresa en que él había fracasado hirió el orgullo de Nabopolosar, pero Farnasúpal se ocupó de despejar los recelos del ánimo del monarca y le convenció de la urgencia de dirigirse en comitiva real hacia la derrotada capital asiria para, a la vez que presentarían sus respetos y felicitaciones al soberano medo, estrechar el pacto que impulsara a ambos hasta la completa aniquilación del ya decadente imperio asirio.

En Assur, pues, se encontraron medos y caldeos. Kyrias, rompiendo todo protocolo, se abalanzó a los brazos de su hermano a quien no veía desde hacía doce años. También el apretado abrazo entre Farnasúpal y Ciáxares reflejó meridianamente que el cariño entre esos hombres no se había mitigado con el paso del tiempo. Además, el rey medo quedó prendado de su bello sobrino y durante esas jornadas lo reclamaría casi diariamente para juntos cabalgar a solas por la ribera del Tigris. Poco se conoce de Ciáxares quien, sin embargo, fue un hombre extraordinario, pero no es éste el momento de contar su historia. Baste decir que logró convertir las quisquillosas tribus de los montes Zagros en una federación organizada y poderosa, capaz de exigir tributos a los pueblos vecinos, controlar las rutas comerciales entre Asia Menor y la India y levantar un ejército que aterrorizó a los poderosos asirios. Ciáxares había cambiado radicalmente las técnicas militares de la época, dividiendo sus tropas en regimientos especializados entre los que predominaban los habilísimos jinetes, de mortífera capacidad destructiva. En esos días, alcanzado el culmen de su poder y prestigio, supo descartar la tentación, siempre presente en los déspotas, de erigirse como supremo emperador a través de la expansión de sus conquistas. Quizá acertó a ver que las almas rebeldes de los medos impedían a largo plazo la obediencia disciplinada necesaria para convertirlos en súbditos imperiales; quizá intuyó que esa Media poderosa que entonces dirigía estaba destinada a caer en poco más de medio siglo en las garras de otros monarcas. Esos pensamientos pesimistas no sólo provenían de una aguda comprensión geopolítica sino también del conocimiento de su propia familia. No veía a ninguno de sus numerosos hijos capaz de continuar o siquiera mantener el incipiente estado; hasta Astiages, su favorito, le parecía débil y disoluto en exceso. Y ahora conocía a este niño de su propia sangre, Holofernes, y acariciaba el deseo de que fuera su sucesor; el afecto que enseguida sintió hacia él y la admiración ante la precocidad de sus talentos, le habían cautivado. Pero sabía que esos eran planes imposibles; Holofernes, como su padre, se sentía íntimamente vinculado a la gloria de la monarquía babilonia. Con servidores tales, pensó Ciáxares, el futuro de los caldeos se anunciaba con mucho mayor esplendor que el de su propio pueblo. Todo esto barruntaría el rey medo mientras cabalgaba con su sobrino y le instruía en las modernas técnicas guerreras y le ofrecía sus mejores consejos de gobierno. Y seguramente en esos paseos se decidiría finalmente a ofrecer a Nabopolasar la más íntima de las alianzas posibles entre ambos pueblos: el matrimonio entre Nabucodonosor y su querida hija Amyfcis. La princesa meda era entonces apenas una niña de diez años, uno menos que Holofernes, pero ya de una excepcional belleza. Al sagaz Ciáxares no le habían pasado inadvertidos los signos de la pronta atracción que había surgido entre ambos primos apenas conocerse. También por esa causa había buscado la intimidad a solas con el muchacho: Amyfcis será para Nabucodonosor, le dijo, y tú, así como serás su más fiel y glorioso servidor, habrás igualmente de cuidar y proteger a su esposa, tu prima. Esos días con su tío marcaron pues para Holofernes el final de la infancia; con sólo once años asumió intensamente el destino de servicio y renuncia que los dioses le habían encomendado.


A comienzos del siglo VI antes de Cristo, época en la que transcurre este post, la historia ya la hacían (o ya la destrozaban) tipos como Nabopolosar y Ciáxares, los "señores de la guerra" de entonces, antecesores de tantos más que han jalonado la evolución de nuestra especie durante los siguientes veinticinco siglos. A ellos les dedicó Dylan esta canción de 1963 que, en ese mismo año, grabó Judy Collins en su tercer album, aunque yo no la descubrí hasta hace poco tiempo en el recopilatorio "Forever: an anthology" (1997).

Aclaro que este cuento que estoy contando es ficción, como lo son casi todas las historias de la Biblia. No obstante, este post en concreto se desarrolla entre personajes, sucesos y territorios reales; digamos que es (eso espero) históricamente verosímil. Babilonia, Uruk, Assur y Nínive existieron y se localizaban en el amplio valle del Tigris y el Éufrates, en el castigado Iraq actual; Ecbatana, la capital de los medos, estaba en Irán, en una zona bastante más montañosa. En próximos capítulos me moveré al oeste, hacia las tierras de Canaán

CATEGORÍA: Ficciones

4 comentarios:

  1. Pareces Flaubert (el de Salambó, no el de Mme de Bovari)

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  2. Bueno, Salambó no está nada mal, aunque prefiero la Bovary, claro.

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  3. ¿Qué tal con las lluvias bestias, Miros, estás bien?

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  4. Eso, ¿como estais sobreviviendo a las trombas de agua? Estoy viendo las noticias y son impresionantes.
    Ten cuidadin. Besos.

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