domingo, 21 de marzo de 2010

El descarrilamiento del aerovagón

Llevo unos días tratando de conocer a los bolcheviques que hicieron la Revolución de Octubre. La mayoría de ellos, por ejemplo, los que conformaron el Politburó al poco de tomar el poder en Petersburgo, eran menores de cuarenta (Lenin, obviamente, era la excepción) y algunos apenas alcanzaban la treintena. Se trataba pues de personas jóvenes que, no obstante, ya tenían a sus espaldas muchos años de aventuras y penalidades. Llama la atención que casi todos habían empezado sus carreras revolucionarias a edades adolescentes; la Rusia zarista paría abundantes hijos rebeldes.

De los dirigentes del primer Buró Político, cinco murieron prematuramente en los años inmediatos a la toma del poder. Casi todos los restantes, una vez muerto Lenin, fueron ejecutados por orden de Stalin hacia finales de los treinta en la Gran Purga (Trotski, refugiado en México, fue asesinado en 1940 por el comunista español Ramón Mercader). Tan sólo sobrevivieron al dictador georgiano Matvei Muranov y Aleksandra Kollontai, los únicos que "disfrutaron" de una muerte natural. Pocos personajes en la historia deben haber demostrado una necesidad tan sanguinaria de desembarazarse de cualquiera que pudiera hacerle sombra como Stalin.

Uno de esos que no llegaron a vivir el terror stalinista fue Fyodor Sergeyev, un ucraniano, cuyo nom de guerre era Artiom. Nació en 1883 en un pequeño pueblo cerca de la ciudad de la ciudad de Fatezh en la provincia de Kursk. De familia campesina pero que debía tener una economía desahogada, porque el chico estudió en el Instituto Real de Yekaterinoslav, actual Dnipropetrovsk, ciudad ucraniana a orillas del Dnieper, donde se graduó en 1901. Entonces, con 18 añitos, se desplazó a Moscú para asistir a la Escuela Técnica Imperial, el principal centro universitario ruso de estudios tecnológicos (lo sigue siendo). Pero, por lo visto, al poco de llegar se metió en el ambiente revolucionario tan atractivo para los jóvenes de la época y enseguida fue expulsado por encabezar actos de protesta en el campus. Al siguiente año se afilió al Partido Socialdemócrata ruso, antecedente del comunista, que por aquel entonces era casi un recién nacido sin apenas estructura, con sus principales dirigentes en el exilio y apenas unos cuantos jóvenes entusiastas en Moscú y Petersburgo.

Barrunto que la decisión del chaval siguió a la lectura del famoso panfleto ¿Qué hacer? de Lenin que, publicado en febrero de 1902, tuvo un tremendo impacto entre los estudiantes rusos y preparó el ambiente para el Segundo Congreso del Partido que habría de celebrarse en el verano del año siguiente en Londres. En una de las pocas páginas que he encontrado sobre Artiom se dice que, tras seis meses dedicado a la agitación política estudiantil, viajó a París donde conoció a Lenin. Por esas fechas, Ulianov vivía en Londres, por lo que parece más verosímil que el joven Sergeyev cruzara el canal para visitar a quien tanto admiraba (lo mismo hizo Trotski por esas fechas, quien tenía ya por entonces algo más de currículum). No he podido verificar si Fyodor llegó a asistir al importante Congreso de Londres de julio de 1903, pero tiendo a pensar que es bastante probable que así fuera. Desde luego, se alinearía con la facción bolchevique, porque permaneció siempre leal a los postulados y a la persona de Lenin. Fue éste quien le recomendó que volviera a Rusia para trabajar por el socialismo desde dentro.

Los siguientes años fueron muy movidos para Fyodor. Vivió la revolución de 1905 en Ucrania y allí, desde 1906, ejerció una intensa actividad política sediciosa liderando el comité local del Partido. Tras varios arrestos fue finalmente confinado en un campo de prisioneros de Siberia, de donde logró escapar en 1910. Con otros compañeros logró atravesar Corea, China y llegar finalmente, a mediados de 1911, a Brisbane, en Australia; ¿no es alucinante? En ese país estuvo hasta la revolución de febrero; casi seis años, durante los cuales trabajó en diversos empleos, organizó políticamente a los emigrantes rusos (había una colonia de cierta dimensión en Brisbane), fundó un periódico y se afilió al Partido Socialista Australiano, llevándolo a posiciones radicales de corte leninista, especialmente en el posicionamiento frente a la I Guerra Mundial. Puede que fuera en esas campañas antibelicistas cuando conociera a Paul Freeman.

Tampoco de este tipo he encontrado casi información y es que ni siquiera sus contemporáneos sabían mucho de sus orígenes. Se cree que nació en Alemania hacia 1884 pero en su veintena se sabe que trabajaba como minero en Pennsylvania y Nevada, así que es más que probable que se afiliara a la Industrial Workers of the World (IWW), el potente sindicato norteamericano que, desde postulados anarquistas y socialistas, tanto significó en la vida social y económica de los Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo pasado; la importancia de la IWW la marca la ferocidad con que fue reprimida y la consiguiente estigmatización de las ideologías de izquierda como "antiamericanas" (por cierto, la vida de esos trabajadores vagabundos y apóstoles contra la opresión de principios de siglo queda maravillosamente retratada en la Trilogía USA de Dos Passos). Lo cierto es que Paul Freeman llega en 1911 a Nueva Gales del Sur y encuentra trabajo de minero en Broken Hill, una de las cunas del movimiento sindicalista australiano.

Tenemos pues a dos personajes de edades similares en los mismos años, en los mismos ambientes y en la misma geografía; forzado fue que se conocieran e hicieran amigos. Después de que, en 1917, Sergeyev regresara a Rusia, Freeman adquirió bastante popularidad como agitador en el movimiento antibelicista y por sus actividades sindicales (la IWW había sido proscrita en Australia), la suficiente para que los australianos decidieran deportarlo en julio de 1919. Lo metieron en el Sonoma, el barco que cubría la ruta entre Sidney y San Francisco, pero las autoridades californianas se negaron dejarle entrar; así que Paul cruzó cuatro veces el Pacífico sin poder salir del buque hasta que se puso en huelga de hambre en el puerto de Sidney y consiguió, gracias a las presiones de los simpatizantes sindicalistas (una multitud furiosa de más de 10.000 personas intentó abordar el Sonoma para liberarlo), que el gobierno australiano accediera a dejarle entrar en el país. No obstante, el tipo debía parecerles demasiado peligroso porque en octubre de ese año volvieron a deportarlo, esta vez con éxito, a Alemania.

Cuando Freeman llegó a Europa pasó algún tiempo en Alemania (que estaba inaugurando la República de Weimar después de la resaca revolucionaria que había traído la creación del Partido Comunista y los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht) pero no debió tardar mucho en ponerse en camino hacia la recién nacida Unión Soviética; contaba con credenciales y contactos más que suficientes para ser bien acogido por Lenin y sus camaradas. En esa primavera de 1920, los rusos estaban preparando el II Congreso de la Tercera Internacional y Freeman se postuló como representante de Australia, aunque no contaba con la acreditación de la IWW; se me ocurre que la izquierda radical australiana debía tener bastantes problemas internos como para enviar delegados a 14.000 kilómetros de distancia. Sin embargo, tanto Freeman como Aleksandr Zuzenko (otro ruso que, como Sergeyev, había vivido en Australia dedicado a la política sindical y también había sido deportado, y cuya vida da para un post en exclusiva), aparecen en las listas del 2º Congreso como "delegados consultivos" de la Liga Comunista de Australia, con voz pero sin voto. Es claro que el aparato bolchevique tenía interés en contar con él para futuras actuaciones proselitistas en Australia y, efectivamente, allí lo enviaron con propaganda clandestina. En este primer (y único) viaje como agente del Comintern no consiguió el objetivo de poner orden entre las facciones hostiles del recién creado partido comunista australiano y regresó algo desilusionado a Moscú, justo a tiempo para asistir, ahora ya sí como candidato oficial, al Tercer Congreso de la Internacional (más le habría valido quedarse en Australia).

El Tercer Congreso de la 3ª Internacional se celebró, también Moscú, del 22 de junio al 12 de julio de 1921. Eran malos tiempos para la joven Rusia comunista: acababa de ser exterminada por el ejército rojo la rebelión de los marineros de Kronstadt, el país vivía una hambruna atroz y Lenin acababa de admitir a regañadientes la Nueva Política Económica, que reimplantaba limitadamente la propiedad privada como solución de emergencia. En ese ambiente es difícil imaginar que los delegados extranjeros, pese a sus entusiasmos militantes, encontraran en el modelo soviético una referencia válida, pese a los esfuerzos de los bolcheviques, y de Lenin muy en especial, por presentar muestras de los avances sociales y técnicos del nuevo régimen. Me imagino que en esos años el gobierno animaba cualquier contribución al progreso y eso explicaría el apoyo oficial al invento del tercer personaje de esta historia.

Se llamaba Valerian Abakovsky y era un joven ingeniero letón de veinticinco años que había inventado un vehículo que, equipado con un motor de avión, corría a toda velocidad por un monorail. Llama la atención que un chaval tan joven (¿habría acabado la universidad o era un mecánico aficionado en sus ratos libres como chófer para la Cheka de Tambov?) hubiera conseguido interesar a las autoridades para que le fabricasen el trasto que, por lo que leo, tenía como fin servir para los desplazamientos de los jerarcas comunistas. Apenas he encontrado en Internet, por más que he buscado, unas mínimas referencias al inventor y a su invento, y desde luego ninguna imagen que me permita hacerme idea de cómo era el llamado aerovagón. En todo caso, fue un antecedente (frustrado) de los trenes de alta velocidad que empezarían a desarrollarse después de la segunda guerra mundial, a caballo entre la realidad y la ficción futurista (la wiki cita el M-497 que se probó con éxito en 1966 pero se desechó debido a su escasa viabilidad comercial; ahí va su foto).

Se me ocurre que Fyodor Sergeyev debía de ser uno de los impulsores del invento (recuérdese que veinte años antes había querido seguir estudios técnicos y quizá viera en Abakovsky al ingeniero que él hubiera podido ser de no haberse entregado a los trabajos revolucionarios). Me lo imagino organizando el viaje de prueba desde Moscú hasta las minas de carbón de Tula, casi doscientos kilómetros al sur, e invitando a unos cuantos amiguetes comunistas para la experiencia. No sé si los cuatro que convocó serían los más cercanos o los más valientes, pero entre ellos estuvo Paul Freeman, el compañero de los años de Australia. Asi que Abakovsky, Artyom y Freeman, con tres más, se embarcaron en el aerovagón y partieron a toda velocidad hacia Tula, a donde llegaron sin incidentes. Supongo que se bajarían entusiasmados y quizá se tomaran un té para calmar la excitación, aprovechando de paso que estaban en la capital del samovar. Luego se volverían a montar para iniciar el regreso, cada uno calculando las ventajas que habría de reportarles haber sido pioneros en el esfuerzo modernizador de la Unión Soviética. Seguro que el que más borracho de ilusiones iba era el joven inventor; a lo peor por eso descuidó la atención durante una curva y el aerovagón, a altísima velocidad, descarriló en un instante. Murieron todos. Pocos días después fueron enterrados en el Kremlin como héroes. No es mal final porque, si hubieran sobrevivido, lo más probable es que, años después, Stalin los hubiera ejecutado como traidores.


CATEGORÍA: Personas y personajes

6 comentarios:

  1. Una historia fascinante y muy bien narrada. La historia soviética es prolífica en historias increíbles. ¿Leíste "Los que susurran? de Orlando Figes. Si no lo hiciste, te lo recomiendo. Acá una reseña: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1166707

    Besos

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  2. Hay alguna posibilidad de que el accidente ocurriera justo porque los protagonistas no thicieron caso, Miroslav, a las prudentes recomendaciones que les das en tu relato, no se limitaron a trasegar sólo té de los samovares y la botella de las ilusiones que les provocó la borrachera llevara la célebre etiqueta Stolichnaya.

    Es curioso como el peor crimen del cabrón de Stalin no fueron los millones de muertos que le son debidos, sino haber destrozado el optimismo marxista acerca de la perfectibilidad de la Historia, el haber demostrado que la Historia no es una maquina ciega que va imparable por una vía quemando etapas las previstas en el itinerario oficial, sino que sólo hace falta que un malnacido se suba a la máquina para hacerla descarrilar. ¿Hubiera ocurrido de todos modos sin él?

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  3. Es curioso que la historia de la revolución rusa sólo parezca admitir la diatriba (sSolzeniszin) o la hagiografía (Gorky), o el desdén (Nabokov)

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  4. Gorki estuvo muy implicado en la Revolución y, si bien es verdad que la apoyó, su posición distó mucho de la hagiografía. Por ejemplo, el 23 de noviembre del 17, pocos días después de la toma del poder por los bolcheviques (a los cuales no pertenecía) escribió en su periódico una proclama a los trabajadores denunciando que la revolución estaba siendo traicionada. Decía frases como: "Lenin ha traído a Rusia el régimen socialista según los métodos de Nechaiev: a toda velocidad por la basura. Lenin, Trotski y todos los demás que los siguen están de acuerdo con Nechaeiv en que "podemosbtraer a nuestro lado a cualquier ruso deshonrándole"; y así vemos a la revolución y a la clase obrera fríamente deshonradas, y cómo se obliga a los obreros a organizar sangrientas matanzas y pogromos, cómo se arresta a personas por completo inocentes ... estos dirigentes justifican su tiranía, precisamente la clase de tiranía contra la que han estado luchando durante tantos años los mejores hombres de este país. Estos leninistas se creen los Napoleones del socialismo y cuando viajan por el país llevan con ellos el ocaso de Rusia. El pueblo ruso pagará por todo esto ahogándose en un mar de sangre ...

    Solzhenitsyn no vivió la Revolución y sus diatribas, más que contra ésta, apuntan al estalinismo, si bien puede sostenerse que éste no es sino la consecuencia obligada de aquélla.

    En cuanto a Nabokov, dados sus orígenes y personalidad, su actitud no podía ser otra que el desdén (tan aristocrático). Pero me da la impresión de que igual habría ocurrido aunque la Revolución hubiera sido distinta (siempre que sus circunstancias familiares se hubiesen mantenido).

    Creo que la RR ha generado ríos de tinta (más que nuestra guerra civil, que ya es decir) y estoy seguro de que ante ella se pueden encontrar tantos posicionamientos como ante cualquier acontecimiento histórico significativo. Aunque, ciertamente, tiendan a destacarse los más extremos.

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  5. Me parece muy bien que no estés de acuerdo con mis ejemplos. Yo sí.

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  6. Alicia, tengo el libro que recomiendas en mis estantes, entre los pendientes. De todas maneras, se centra en el régimen estalinista, no en los convulsos años revolucionarios. La cuestión, como plantea Harazem, es si Stalin es una consecuencia necesaria de la Revolución; es decir, si las cosas hubieran sido distintas (mejores, claro) de no haber ascendido él al poder, si las utopías bienintencionadas de quienes creían en el socialismo, hubieran podido alcanzarse con otras personas desde los presupuestos revolucionarios bolcheviques. Se trata de historia-ficción, claro, pero a mí me da la impresión de que el cáncer venía ya desde el principio y que, si no hubiera existido Stalin, habría habido otro más o menos igual.

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