jueves, 11 de febrero de 2016

Darwin en Iquique

El 12 de Julio de 1835, Charles Darwin, entonces de veintiséis años, desembarcó del Beagle en el puerto de Iquique. Según nos cuenta el naturalista, "la ciudad tiene unos mil habitantes y se levanta sobre una pequeña llanura arenosa, al pie de una gran muralla de roca, de 2.000 pies de altura, que forma aquí la costa". Después de escribir el post anterior me vino a la mente, como un fogonazo, que Darwin había recalado en la capital tarapaqueña. Naturalmente, ya no me acordaba de nada de lo que contaba de esta ciudad así que ayer, al llegar a casa, corrí a buscar en mi biblioteca el ejemplar que sabía que tenía y que no se ha dignado aparecer hasta esta tarde (edición de El Aleph de 2000). Pues bien, ya en fechas tan tempranas como aquéllas se estaba extrayendo y exportando salitre, y esta actividad debió de interesar tanto al joven naturalista que a la mañana siguiente de su llegada alquiló dos mulas y un guía para que lo llevaran a las explotaciones de nitrato de sosa. El viaje, de catorce leguas (unos setenta kilómetros) hacia el interior, le llevó toda la jornada: "No llegamos a los salitrales hasta después de puesto el Sol, habiendo cabalgado todo el día por un país ondulado que era un completo y desnudo desierto". Esa noche se aloja en casa del dueño de uno de los salitrales y probablemente al días siguiente o al otro regresa a Iquique, porque el 19 de julio (una semana después de haber anclado en Iquique) el Beagle arriba a El Callao.

La verdad es que el inglés da pocas noticias tanto de Iquique como de los salitrales que visita, sobre todo si comparamos este breve pasaje del libro con otros en los que se explaya mucho más. Me quedo con la impresión de que esta etapa no fue muy de su agrado, y es comprensible pues la ciudad no valía gran cosa, ni tampoco el interior le produjo apenas interés. Pero de tan escueto que es, ni siquiera nos identifica el salitral en el que estuvo ni el nombre de su dueño; tan sólo tenemos las pistas de que estaba en una llanura a unos 990 metros sobre el Pacífico y que en el camino pasó por los antiguos poblados mineros de Guantajaya y Santa Rosa, en aquella fecha "... dos aldehuelas situadas en las bocas mismas de las minas y, por tener las casas dispersas en las abruptas y áridas alturas, presentaban un aspecto más destartalado y triste que la ciudad de Iquique". Que ya es decir, añado yo.

Pero aunque Darwin no lo dijera, gracias a internet me entero de que la salitrera era la de La Noria, uno de los primeros cantones productivos que ya para la década de los noventa del XIX estaba agotada. En 1930 las salitreras estaban en su infancia, en lo que se ha dado en llamar el primer ciclo del salitre. En Tarapacá –no olvidemos que aún bajo soberanía del Perú, a su vez en los inicios de su andadura republicana– no habría más de ocho salitreras. La exportación apenas llevaba cinco años (el propio Darwin señala acertadamente que había empezado en 1830) y el negocio estaba aún muy lejos de la intensidad que habría de adquirir, sobre todo a partir de que el territorio pasara a Chile. En el diario de su viaje, el inglés nada cuenta sobre cómo era el asentamiento, pero se sabe que por entonces no pasaría de un pequeño y rudimentario campamento, con casas –más que casas, habitaciones– de muy pobre factura, construidas de costra (como se conocía a la segunda capa del manto del caliche), cañas, cuero y adobe, y equipadas con muy pocos muebles y cocinas a carbón. Hoy de La Noria no quedan más que vestigios ruinosos, como prueba la fotografía adjunta de Yery Villega (obtenida en Panoramio), lo que es una pena en cuanto grave pérdida de elementos de la memoria colectiva de un pueblo, de un patrimonio histórico de altísimo valor (una de las más famosas oficinas salitreras, la Humberstone, ha sido declarada patrimonio de la Humanidad).

Hago un paréntesis para referir que en 2010 una empresa privada puso en marcha un tren turístico con vagones antiguos que, desde Iquique, recorría una de las rutas de las antiguas oficinas salitreras hasta llegar a la localidad de Pintados, famosa por unos geoglifos prehispánicos. Obviamente, se aprovecha la vía estrecha construida (con capital inglés) para llevar el salitre hasta el Puerto de Iquique. Por lo que cuentan en la red los que han vivido la experiencia, parece que merece la pena, aunque el precio resultaba salado (unos 150 €). Es bastante probable que haya mucho de frivolización de la historia, un poco como –salvando las distancias– las visitas guiadas a los campos de concentración nazis. Pero es el sino del turismo, aunque a su favor pueda apuntarse que puede contribuir a mantener o rescatar elementos del patrimonio cultural. No ha sido el caso porque la gran mayoría de oficinas salitreras no son hoy más que ruinas, pero siempre podrían los viajeros hacer esfuerzos de imaginación y, al fin y al cabo, el desierto ahí sigue. Anoto en mi libreta virtual para un futuro viaje a Atacama la posibilidad de montar en este tren vintage (aún no instalado cuando la visita de Darwin) pero me temo que el negocio haya quebrado: la página web de la empresa ya no funciona (habré de confirmarlo con algún amigo chileno).


Pero volvamos a esos días del invierno (austral) de 1835. El dueño de La Noria que alojó esa noche del 13 al 14 de julio al gran naturalista se llamaba George (Jorge para los del lugar) Smith, un inglés que se convirtió en figura señera de la minería peruana y que además era reconocido como muy buen dibujante. Este hombre es muestra representativa de un cierto tipo de extranjeros –mayoritariamente británicos– que en esas primeras décadas del siglo XIX viajaban a las nuevas repúblicas americanas en gran medida a la aventura y a muchos de ellos les iba, sorprendentemente (desde la visión actual), de maravilla. Había nacido en Norwich en 1802 y con solo diecinueve añitos se embarcó con su tío Archibald E. Robson, capitán de navío, con destino al Perú. Piénsese que llega al país justo recién proclamada su independencia, en tiempos de incertidumbre y desbarajuste interno bastante notable; de hecho, hay un general consenso en que hasta pasadas las dos primeras décadas (hasta la presidencia de Ramón Castilla en 1845) no puede hablarse de una mínima consolidación política y social del nuevo Estado. En ese “mar revuelto”, nuestro Jorgito Smith demostró dotes de hábil navegante y enseguida supo asociarse con personas adecuadas y elegir dedicaciones provechosas. Así, al poco de llegar y vinculado al químico también inglés William Bollaert, consiguió que en 1825 Castilla, por entonces subprefecto de Tarapacá, su provincia natal, lo contratara para trabajos científicos y, posteriormente, como superintendente en la mina de plata Huantajaya, ésa ante cuyas bocas pasó Darwin camino de la salitrera. Smith fue testigo pues del nacimiento de las primeras salitreras orientadas a la exportación (las que se llamaron de parada) y, digo yo, pensaría acertadamente que ahí había un buen negocio. A la muerte de Héctor Bacque, un francés que se cuenta entre los pioneros de esta industria, Smith adquirió la salitrera de éste, La Noria, la que visitó Darwin.

Así que cuando los dos ingleses se encontraron, George contaba 33 años y Charles 26. Lo que no he podido descubrir y me intriga es el porqué de esa visita, que parece por si sola la justificación de la escala del Beagle en Iquique. ¿Quién era el interesado en conocer al otro? Quizá Darwin, cuya curiosidad era amplísima, quisiera saber cómo se obtenía y trataba el nitrato que en los últimos años estaba bastante “de moda” en los círculos científicos europeos; puede que le hubieran informado de un compatriota (que ya estaría un tanto peruanizado) que regentaba una salitrera y hubiera molestado en gestionar la visita. Esta hipótesis parece más probable que la contraria (pues Darwin no era todavía ninguna celebridad que pudiera despertar interés en el industrial), pero tiene en su contra lo poco que se explaya en contarnos la experiencia. Seguro que algún buen biógrafo del gran naturalista me aclara satisfactoriamente esta duda intrascendente.


Y no quiero acabar el post sin referirme a las minas de Guantajaya y Santa Rosa, delante de cuyas bocas pasó Darwin en su camino hacia la salitrera de La Noria. Hoy en día, para ir desde Iquique a la salitrera no se pasa por esos dos cerros en los que se explotaron las reservas argentíferas más ricas del Gran Norte Chileno (aunque, en su momento, era el Sur del Perú), pero en 1835 el camino llevaba primero hasta ellas para luego girar hacia el Sur. Según leo, de las antiguas y en tiempo boyantes poblaciones ya apenas se distinguen sillares de piedras y algún que otro rastro de lo que fueron caminos, murallones o manzanas edificadas. Las grandes vetas se fueron agotando durante la época salitrera y consecuentemente, ya durante la primera mitad del siglo pasado, quienes de las minas vivían fueron abandonando los pueblos hasta dejarlos en su condición actual de fantasmas del pasado. Quedan, sin embargo, diversos testimonios gráficos de este “urbanismo de la plata” (como los hay también, y mucho más abundantes, del “urbanismo del salitre”), entre ellos el dibujo del propio George Smith que encabeza este párrafo. Pero si traigo a colación estas antiguas minas de plata (ya en franca decadencia en la fecha en que Darwin pasó ante ellas) es porque he conocido la leyenda de los dos cerros y creo que merece la pena reproducirla. Un cacique de Tarapacá quiso esconder sus tesoros de los invasores españoles entregándoselos a sus dos hijas de nombre Huantajaya (la menor) y Rosa (la mayor, que había sido cristianizada), para luego enviarlas escoltadas por alguno de sus hombres con la expresa instrucción de que se escondieran entre los cerros, resguardando la fortuna. Por desgracia, sin embargo, los conquistadores las interceptaron y, tras ser horriblemente abusadas y robadas, ambas hermanas decidieron quitarse la vida, quedando convertidas en los dos cerros que albergan los ricos yacimientos iquiqueños de plata: el Huantajaya y el Santa Rosa, respectivamente.

 
Hondo desierto - Quilapayún (La Fragua 1973)

16 comentarios:

  1. La pregunta es: ¿ Cómo supo Darwin de las salitreras, que recién comenzaban a operar?

    Es probable que ya en Coquimbo, y probablemente a través de Mr. Edwards, Darwin recibiera información de la activa explotación en la zona de Iquique de un producto nuevo, el salitre, sobre el cual el gobierno inglés tendría especial interés en recabar noticias fidedignas, de labios de un científico. Por eso prefiere, por la estrechez del tiempo de recalada del " HMS Beagle" en el puerto de Iquique, ocupar su tiempo en una visita detenida a las pampas calicheras. Parten muy de mañana en mula, su guía y él hacia las minas, situadas a unos 70 km de distancia, y llegan allá a la salitrera "La Noria" después de la puesta del sol.

    Darwin iba en un buque de guerra en una misión, y el salitre era de interés para el Imperio, el Sr Jorgito Smith sólo le importaba en dicho sentido

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  2. Referencia:

    Janet Browne: Charles Darwin. Voyaging; Alfred A. Knopf; Ramdom House, 1995

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    1. Este Mr. Edwards es el patriarca de la importante familia Edwards chilena (ancestro del escritor que se llama igual). Cuando Darwin lo visitó tenía 55 años y ya llevaba casi 30 en Chile; de hecho estaba nacionalizado desde hacía mucho y ocupaba cargos políticos. Ciertamente, desde su posición gustaba de recibir y ayudar a los ingleses que visitaban Chile. He leído que, por ejemplo, facilitó a Darwin cartas de recomendación para otros anglo-chilenos que residían más al Norte, pero siempre en Chile.

      La hipótesis de que Darwin tuviera el encargo del gobierno británico de aportar información valiosa para el Imperio sobre las riquezas minerales sudamericanas es muy razonable, aunque es sabido que al naturalista le molestaba que se le considerase interesado en los negocios mineros. En todo caso, sería interesante que esa hipótesis (supongo que de Janet Browne), en lo referente al salitre, estuviera confirmada con datos concretos. Por ejemplo, saber con cierta seguridad que Edwards conocía, en efecto, a Smith, mucho más joven que él y además residente en un país distinto.

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    2. La biografía de Darwin de Janet Browne, en dos tomos y más de 1.500 páginas, se considera la más exhaustiva y rigurosa hasta la fecha. Y efectivamente es ella la que plantea esa conexión.

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  3. En Nostromo, de Joseph Conrad, se habla mucho de esos ingleses que se instalaron en países latinoamericanos, describiéndolos como seres absorbidos por su obsesión por el negocio y promotores del progreso tecnológico, motivo por el cual suelen chocar contra los diversos gobiernos. Deja muy mal a los nativos de estos países, a propósito.

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    1. Conrad no vivió en Chile (creo). Nostromo –que tengo pendiente de leer– es una obra de ficción que se apoya en lo que le contaban sus numerosos amigos ingleses que habían vuelto a la Isla después de vibir en Sudamérica, por lo que sus versiones sobre los nativos serían como mínimo parciales. Además, ten en cuenta que la novela la escribe a principios del XX, más o menos tres generaciones después de la época de la visita de Darwin: seguro que las cosas habían cambiado mucho y esos ingleses que conoció no eran del todo parecidos a los pioneros que se instalaron en los primeros años de las repúblicas americanas.

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    2. Vaya, qué tajante: "Conrad no vivió en Chile (creo)".Sabes más que la mayoría de sus esforzados biógrafos

      De Conrad se sabe poco de los cuatro años que navegó antes de asentarse en el Reino Unido, aunque sí consta que navegó al Caribe. Pero tras obtener la nacionalidad inglesa, pudo presentarse a los exámenes de aptitud de oficial de la marina mercante británica, navegando en el "Duke of Sutherland", "Highland Forest", "Loch Etive", "Narcissus" y "Palestine" y luego obtuvo el título de capitán, cargo que desempeñó en los barcos "Torrens" y "Otago", éste último de bandera australiana. En el último cuarto del siglo XIX, al llegar el Imperio británico a su máxima expansión, las necesidades del comercio a gran escala y a larga distancia por vía marítima entre la metrópoli y el rosario de colonias, factorías y puertos que se extendía por todas las costas del mundohacen muy probable que Conrad recalara en Chile, donde se insertan varias novelas y relatos suyos.

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    3. ¿Tajante? Decir que creo que Conrad no vivió en Chile, ¿te parece tajante? Pues vaya, me sorprende y máxime viniendo de ti, pero en fin.

      En todo caso, tu ironía de que sé más que la mayoría de sus esforzados biógrafos está fuera de lugar, pues el "creo" aclara de sobra, me parece, que no lo sé a ciencia cierta. Y, por cierto, "recalar" en Chile poco tiene que ver con "vivir en Chile" que es lo que yo creo que no ocurrió.

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    4. En cuanto a que varias novelas y relatos de Conrad se “insertan” en Chile, yo sólo conozco dos: el cuento “Gaspar Ruiz”, ambientado en tiempos de la independencia, y el “Nostromo” que cita Ozanu (y que tengo apuntado entre mis pendientes) que, aunque transcurre en una república americana imaginaria, alude claramente al Norte de Chile (justamente los territorios ganados a Perú y Bolivia tras la guerra del Pacífico). En varios ensayos críticos se deja bastante sentado que estas obras son el resultado de investigación bibliográfica y, sobre todo, de conversaciones en Inglaterra con británicos y polacos que habían vivido allí, no experiencias de primera mano. Pero conste, en todo caso, que lo digo de forma nada tajante, con todas las cautelas y dudas que quieras, y quedo a la espera de que me informes de más relatos chilenos.

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    5. Acabo de empezar Nostromo, que será mi lectura para este fin de semana. En la “Nota del Autor” que antecede a la novela, Conrad refiere que en 1875 o 1876 estuvo en el Golfo de México. En efecto, por esa época se había embarcado en el mercante francés Saint Antoine (con destino Martinica) y había desembarcado en Venezuela (Puerto Cabello y La Guaira) y avistado (no hay constancia de que llegase a desembarcar) Cartagena de Indias. En todo caso, según confesión posterior del propio autor (en La flecha de oro, una de sus últimas obras), aunque no es seguro que sea cierto, en aquél viaje juvenil aprovechó para hacer contrabando de armas a favor de la oposición conservadora al gobierno liberal de Aquileo Parra.

      Incluí en mi anterior comentario a Nostromo entre las obras chilenas de Conrad, pero eso es cierto sólo en parte. De hecho, la imaginaria república de Costaguana es para muchos de los críticos un trasunto literario de la conflictiva Colombia de su juventud (y Sulaco sería Cartagena de Indias), pero también leo que las referencias mineras, muy importantes en la novela, derivan del conocimiento que tuvo del Chile de las últimas de´cadas a través de amigos que allí habían residido. Así pues, un territorio imaginario mezcla del Caribe (que sí conoció) y la costa andina (que parece que no). La novela corta Gaspar Ruíz, ésta sí claramente localizada en Chile, la escribe en poco tiempo después de acabar Nostromo, “aprovechando” la labor de documentación bibliográfica llevada a cabo. Ese conocimiento de “segunda mano” (no de experiencia directa) es, según varios críticos, apreciable en esta obra.

      En un ensayo sobre esta novela corta, Michael Arthur Lucas, del departamento de Letras de la universidad chilena del Bío-Bío, afirma que “Conrad nunca estuvo a menos de tres mil kilómetros de Chile, y aparte de Gaspar Ruíz, unas menciones tangenciales de Talcahuano en Lord Jim y Typhoon, y alguna otra a Valparaíso, Chile no figura en su obra”. Desde luego, este hombre es bastante más tajante que yo.

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    6. Es verdaderamente cansino que te sientas agraviado -o al menos así pareces darlo a entender- cada vez que disiento de ti.

      Nostromo es una gran novela, espero que la disfrutes a pesar de que Conrad no estuviera en esos escenarios o que encuentres cientos de discordancias entre la realidad y la artística creación del autor

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    7. Aún convencido de que te va a dar igual lo que te diga, vuelvo a decírtelo por enésima vez, Lansky: no me siento agraviado cada vez que disientes de lo que escribo. Es más, no me siento agraviado prácticamente con ninguno de tus comentarios. Al contrario, los espero, e incluso apuesto conmigo mismo sobre cuál cuestión concreta de las que he escrito vas a disentir. Y luego, cuando leo tu disenso, me entretengo divertido en contestarlo. Ergo, no sólo no me agravias sino que me provees de entretenimiento, lo cual te he de agradecer.

      Pese a esta ya varias veces repetida afirmación que acabo de volver a hacerte, estoy seguro de que no pasará mucho antes de que, ante mi respuesta a un disenso tuyo, vuelvas a decirme que es cansino que cada vez que me contradices me ofenda o algo por el estilo. Lo que, de modo parecido a nuestra bizantina discusión sobre mi pregunta presuntamente retórica, vuelve a reafirmarme en la impresión de que lo que tu percibes sobre las emociones, sentimientos, actitudes o intenciones de tus interlocutores lo consideras más exacto que lo que ellos te dicen que es. Eso sí podría resultar algo ofensivo (aunque tampoco me ofende, ya me he acostumbrado); o sea, si tú piensas que estoy enfadado, yo te digo que no lo estoy y tú lo sigues pensando (y así me lo dices), no me cabe más opción que concluir o bien que me estás llamando mentiroso o tonto, ya que ni siquiera me doy cuenta de que estoy enfadado (y tú sí, claro).

      A lo mejor esta vez logro convencerte y me dices, descendiendo a estas bajas tierras de los mortales, “vale, Miroslav, te creo; me pareció que te molestaba mi disenso, pero veo que fue una errónea apreciación mía”. A lo mejor entonces podríamos, en aras de una mejor comunicación, examinar el porqué mi respuesta a tu comentario puede sugerir a un lector (como fue tu caso) que me sentía agraviado. Yo la acabo de repasar y no acierto a descubrir en sus frases indicios de ese estado de agravio que tú ves. Incluso te diría que es una respuesta bastante moderada a un comentario tuyo en el que calificas de tajante una frase dicha con todas las dudas del mundo, ironizas sobre mi conocimiento de la biografía de Conrad y te manifiestas diciendo que lo más probable es que el anglo-polaco sí hubiera vivido en Chile. Me gustaría saber (lo imagino) cómo habrías contestado tú un comentario del jaez del que has hecho.

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    8. Insisto, a mí me encanta y divierte recibir esos disensos tuyos (las más de las veces previsibles). No me ofenden, lo que no significa que haya de dejarlos pasar. Como sabes, procuro ser concienzudo y argumentar (creo que educadamente casi siempre) cada una de las sentencias argumentales de mi interlocutor. A ti, en cambio, eso te aburre y sueles zanjar el asunto con algún comentario off-topic como, en este caso, decir que te cansa que me sienta ofendido. Nada que decir sobre lo que he escrito en relación al asunto de si Conrad estuvo o no en Chile, sobre lo que sigo pensando los mismo pero sin tener en absoluto ninguna tajante seguridad. Por cierto, con tu “a pesar de que Conrad no estuviese en esos escenarios” pareciera que has cambiado de opinión pero eso, claro, no lo sabremos nunca porque es incompatible con tu naturaleza.

      En cambio, aprovechas para recomendarme que disfrute la lectura de Nostromo, no resistiéndote a lanzar la sutil pulla de que no me impida el goce el que descubra discordancias con la realidad. Por supuesto que no, Lansky; por supuesto que sé diferenciar entre una obra de ficción y las licencias que el escritor se toma. De hecho, me parece un poquito malintencionado (y fuera de la línea argumental de la discusión) esa insinuación, como si en algún momento el que hubiera puesto en duda que Conrad haya vivido en Chile tenga algo que ver con que no me interese su novela. Recordarás que si lo dije fue en contestación a un comentario de Ozanu, para relativizar la opinión de Conrad sobre los británicos emprendedores en Sudamérica. A partir de ahí, tú cogiste el rábano por las hojas (a lo que tienes todo el derecho del mundo) para disentir de mi creencia acusándome de tajante. Como ya he dicho: as funny as usual.

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    9. Vale, Miroslav, te creo; me pareció que te molestaba mi disenso, pero veo que fue una errónea apreciación mía.(escribir al dictado, qué bien!)

      ¡Qué previsible voy para mente tan aguda como la tuya!

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    10. No me gustan las frases hechas, como a nuestro amado líder Rajoy, pero ya que la empleas te diré lo que es "coger el rábano por las hojas" (que, por cierto, es como hay que cogerlos): coger el rábano por las hojas es leer un casi largo relato de ficción y fijarse en una lucecita.

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  4. Disfruta de "Nostromo". Me decía un amigo mientras lo leía (en la magnífica traducción de Alianza) que le parecía imposible que semejante portento hubiera salido de una mente humana.

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