viernes, 2 de diciembre de 2016

Chano (y Leonard Cohen y hasta Fidel Castro)

Chano murió anteayer. Vi su esquela en El Día en el bar de los uruguayos; un escalofrío fulminante primero, enseguida una dentellada en las tripas. Quise evocar la última vez que nos vimos, que conversamos; no pude acordarme. Pienso ahora, en frío, hará unos veinte años, hacia finales de los noventa. La revista ya había cerrado, un encuentro en la calle, creo que él estaba en el quiosco La Paz, tomando un cortadito, yo me detuve un rato, solo por educación, qué tal Chano. Pero no consigo rememorar casi nada más, me suena algún comentario sobre pintura, pero no estoy seguro, puede que mezcle escenas. Y en todo estos años nada, ni una sola vez, me digo, parece que me lo estuviera recriminando. Esa tarde fui al tanatorio, me sentí obligado. Allí, claro, estaba Milena. A ella llevaba aún más años sin verla y parecía, tanto tiempo después, la misma chica de veintipocos que conocí en el 87.

Mi historia (¿cómo etiquetarla?) con Milena fue breve. Tampoco intensa, no voy a mitificarla casi treinta años después. Quizá por eso la separación no fue ruptura y seguimos viéndonos, coincidiendo en entornos compartidos, hasta que poco a poco nuestros quehaceres nos divergieron. Supe por amigos comunes que se casó con un inglés y se fue a Londres. Dejé de verla pero para entonces había ya cimentado una relación con su padre que no me atrevo a calificar de amistad debido a la fuerte asimetría de la misma. Chano me sedujo prácticamente desde el principio pero era perfectamente consciente de mi dependencia emocional (no se me ocurre un término más adecuado) y en esas condiciones uno no puede calificarse de amigo. Por supuesto, su principal atractivo era el exuberante despliegue cultura; no sólo es que Chano supiera de todo sino que lo sabía “en primera persona”, como si la práctica totalidad de los acontecimientos que jalonaban la historia de la segunda mitad del siglo los hubiera vivido. Sus conocimientos parecían fruto de la experiencia directa.

No lo decía así, no se me entienda mal, pero tal era la impresión que uno sacaba tras pasar largas horas bebiendo y picoteando en el patio de su casa de la calle Numancia y, sobre todo, escuchándole arrobado, apabullado, admirado. Lo que sí declaraba como sucesos vividos eran los de la revolución cubana, con el entusiasmo de sus veintitantos. Hijo de un canario emigrado a la isla caribeña en la segunda década del XX (probablemente durante la dictadura de Machado) que casó con una mujercita de la élite habanera, Chano, a pesar de la situación acomodada de su familia, tuvo desde niño carácter rebelde que se politizó en la universidad; en los últimos cursos de sus estudios de Letras se enroló en el Movimiento 26 de julio y fue uno de los muchos que desde la capital colaboró para la victoria final de Castro y sus guerrilleros. Revolucionario apasionado de la primera hora, pues, que años después se desencantaría y de una isla grande acabó en otra mucho más chiquita, la misma de la que medio siglo antes había salido su padre.

Chano no quería hablar de su relación con la Revolución. Decía que Cuba era parte suya, como un órgano más de su cuerpo; se lo habían amputado pero le seguía doliendo, le dolía mucho. Aún así, a veces contaba alguna anécdota deshilvanada, muchas de ellas poco creíbles de tan exageradas, propias del exuberante realismo mágico de Gabo (de hecho, alguna historieta contó del colombiano a quien también conoció). Al principio, Milena me advertía a escondidas que no me creyera demasiado a su padre, que tenía demasiada imaginación y de un gatito hacía un tigre. Milena había dejado Cuba todavía muy niña, tampoco podía saber qué era verdad y qué mentira, pero sus palabras contribuyeron a mi escepticismo que, en cualquier caso, no impedía que la parla de Chano nunca cesara de embelesarme. Curiosamente, una de las historias que terminó de hacerme desconfiar de la veracidad de sus relatos tuvo a Leonard Cohen como protagonista. Y digo curiosamente porque ambos, Chano y Leo, como se refería al canadiense, han muerto con pocos días de diferencia. Y entre ellos, para mayor casualidad, el eterno Fidel.

  
Lover, lover, lover - Leonard Cohen (New Skin for the Old Ceremony, 1974)

Una tarde le llevé a Milena unos discos; me había pedido escuchar a algunos de los cantantes que me gustaban y que ella apenas conocía. Sonaba el New Skin for the Old Ceremony, casi aseguraría que Lover, lover, lover cuando apareció Chano. Coño, el viejo Leo, y curvó el bigote en lo que nunca tenía claro si era una sonrisa o un gesto de enigmático significado. ¿Lo conoces? ¿Qué si lo conozco? Claro que lo conozco, lo conocí en La Habana, estuvimos juntos cuando los yanquis intentaron la invasión de Bahía Cochinos. ¿Leonard Cohen en Cuba? No me lo creí. Pues sí, muchacho, te estoy hablando del 61, a él todavía no lo conocía nadie, no era famoso, un poeta de izquierdas, con la cabeza llena de pájaros, que venía a defender la Revolución, creyéndose una especie de voluntario de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española, como si quisiera vengar el asesinato de Lorca, al que adoraba. Pero creo que enseguida se desilusionó de nosotros. Luego publicó un poema sobre su breve estadía, calificándose como el único turista en La Habana.

Muchos años después, cuando ya no veía a Chano, me enteré de que Cohen sí que estuvo en Cuba en abril de 1961. Hay quienes han escrito que fue allí, en efecto, para apoyar a la Revolución frente al imperialismo estadounidense; puede que haya algo de verdad pero no creo que lo sea del todo (entre otras cosas, dudo que estuviera enterado de que se iba a producir la chapuza de playa Girón). En un documental de 1965 dijo que la razón profunda por la que visitó Cuba era su interés por la violencia, que quería morir o ser matado; frase ampulosa que suena a fanfarronada falaz ya que por esas fechas lo que más le motivaba era regresar con Marianne, con quien vivía la primera etapa del amor. Lo que sí parece contrastado es que Leonard se desilusionó de lo que vivió en La Habana. De entrada, descubrió enseguida que respondía exactamente a un típico perfil antirrevolucionario: un burgués individualista, un poeta autoindulgente. No pudo juntarse sino con gente sin trabajo, marginados del nuevo orden: proxenetas, putas, camellos. Por otra parte, tras el fracaso de la invasión, mezclado con los enfervorizados cubanos, asistió a la proclamación demagógica del triunfo sobre el imperialismo que hizo Fidel, declarando por primera vez la adopción del marxismo. Ahí culminó su decepción hacia la política que le inspiraría otro poema Death of a leader (Se publicó en Flowers for Hitler, libro que también contiene el que citó Chano, The only tourist in Havana turns his thoughts homeward).

Así que, quién sabe, tal vez Chano hubiera sido amigo de Leonard Cohen cuando ambos eran veinteañeros. Puede que también hubiera jugado un cierto papel protagonista en la naciente Revolución, que se hubiera codeado con Fidel y los demás líderes. En el bar del tanatorio, ante una taza de café, Milena me trazó breves pinceladas de su vida y de los últimos años de su padre. Alguna vez saliste tú en nuestras charlas, me dijo; le caías bien aunque, según él, pensabas que era un cuentista mentiroso. Me defendí ante su hija: fuiste tú la que sembraste mi prevención escéptica, el día aquél en que escuchábamos a Leonard Cohen, ¿no te acuerdas? No, no se acordaba, pero el nombre de Cohen sí le trajo a la memoria que hace unas semanas, su padre ya enfermo, estuvo ordenándole el despacho y entre los vinilos encontró el primero del canadiense con una dedicatoria autógrafa en la carátula: “para mi amigo from the old days of Havana”. No le dio mucha importancia, pero unos días después murió Leonard y Chano le comentó: vaya, ya la palmó el poeta, y eso que era más joven que yo. Entonces Milena le preguntó por el disco y él contestó que cuando él se fuera debería regalármelo, para que aprenda a fiarse un poco más de los amigos, dijo. Ya estaba en la últimas, pero llegó a enterarse de la muerte de Fidel; aguanté más, fue lo único que dijo con una ligera sonrisa. En fin, siento pena pero también una cierta rabia contra mí mismo, por no haber sabido “aprovechar” cuanto habría debido a alguien como Chano.

  
Field commander Cohen - Leonard Cohen (New Skin for the Old Ceremony, 1974)

Acompañan a este post dos canciones del cuarto disco de Cohen, el que escuchamos Milena y yo en su casa aquella tarde de 1987. El primer tema es el Lover, lover, lover que cito. El segundo, que probablemente sonó mientras estaba Chano con nosotros (porque es el siguiente en el vinilo), tiene reminiscencias de esa estancia de Leonard en La Habana: en su texto surrealista, el comandante de campo Cohen, "nuestro espía más imporrtante", instaba a Fidel castro a que abandonase campos y castillos. No recuerdo que Chano hiciera ningún comentario al respecto.

4 comentarios:

  1. Me podrías contar algo mas de Chano? de puro curioso, no sabía de él.

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    1. Pues poca cosa te puedo contar. Fue un señor que conocí en la isla en la que vivo (Tenerife), cubano de origen canario, que vivió la Revolución y que era una persona muy atractiva e interesante. Es normal que no supieras nada de él, lo raro sería lo contrario. Por otro lado, tampoco me parece muy adecuado identificarlo con más precisión; este post refleja lo que yo siento por la pérdida de una persona a la que conocí. Tampoco creo que sean necesarios más datos.

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    2. Pues sea, aunque como dice Chofer, es difícil no sentir curiosidad.

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  2. No quise pecar de indiscreto, tuve la impresion de que el personaje publico era archiconocido.

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