viernes, 3 de marzo de 2017

Isaac Abravanel y la expulsión de los judíos españoles

El 31 de marzo de 1492, mientras residían en la Alhambra, Isabel y Fernando promulgaron el Edicto de Granada, mediante el cual expulsaban a los judíos de los reinos de Castilla y de Aragón (en realidad fueron dos decretos, uno por corona). Como consecuencia, los judíos pasaron a estar prohibidos en los dos reinos (de Portugal, uno de los principales refugios, los expulsaron poco después, en 1497) y se inició la primera diáspora de los que luego pasarían a llamarse sefarditas. Sobre cuántos fueron los emigrados forzosos no hay consenso, probablemente entre cien y doscientos mil. Ciertamente, bastantes prefirieron convertirse (lo cual no les ahorró, ni tampoco a sus descendientes, vejaciones diversas) e incluso hubo quienes regresaron tras un breve periodo de exilio, cumpliendo el obligado trámite del bautismo público (con presencia de autoridades civiles y eclesiásticas). Así que, para una población que rondaba los cinco millones, en términos demográficos y económicos, la salida de los judíos no fue una gran catástrofe, apenas una crisis pasajera fácilmente pasajera. Digo yo que así habría sido valorado por los muy católicos monarcas, quienes concluirían que los eventuales inconvenientes de la expulsión quedarían suficientemente compensados con los beneficios de la cohesión social basada en la unidad religiosa, pues ésta se supone que era la motivación real de la drástica e injusta decisión política.

Uno de los judíos más notables de la época fue el portugués Isaac Abravanel (1437 – 1508), instalado en Castilla desde 1483 y uno de los más eficaces financieros de los reyes católicos (quienes le debían enormes sumas prestadas para sostener la guerra de Granada). Abravanel, junto con otros poderosos judíos, puso en juego toda su influencia para impedir la expulsión. Cuando pese a sus esfuerzos se promulgó el Edicto, se negó a convertirse (al contrario que otro importante colega, Abraham Senior) y dirigió a los monarcas un último alegato contra aquél, en representación de las comunidades judías. Quiero transcribir dos párrafos de esa carta porque me ha impresionado su fuerza y acierto profético.

"¿Con qué autoridad los miembros de la Iglesia desean ahora quemar la inmensa biblioteca arábiga de este gran palacio moro y destruir sus preciosos manuscritos? Porque es por autoridad vuestra, mi rey y mi reina. En lo más profundo de sus corazones Vuestras Mercedes han desconfiado del poder del conocimiento, y Vuestras Mercedes han respetado sólo el poder. Con nosotros los judíos es diferente. Nosotros los judíos admiramos y estimulamos el poder del conocimiento. En nuestros hogares y en nuestros lugares de rezo el aprendizaje es una meta practicada por toda la vida. El aprendizaje es una pasión nuestra que dura mientras existimos; es el corazón de nuestro ser; es la razón, según nuestras creencias, para la cual hemos sido creados. Nuestro amor a aprender pudo haber contrapesado su excesivo amor al poder. Nos pudimos haber beneficiado de la protección ofrecida por vuestras armas reales y vos os pudisteis haber beneficiado de los adelantos de nuestra comunidad y del intercambio de conocimientos, y digo que nos hubiésemos ayudado mutuamente.

Así como se nos ha mostrado nuestra debilidad, su nación sufrirá la fuerza de un desequilibrio al que Vuestras Mercedes han dado comienzo. Por centurias futuras, vuestros descendientes pagarán por los errores de ahora. Vuestras Mercedes verán que la nación se transformará en una nación de conquistadores que buscan oro y riquezas, viven por la espada y reinan con puño de acero; y al mismo tiempo os convertiréis en una nación de iletrados, vuestras instituciones de conocimiento, amedrentadas por el progreso herético de extrañas ideas de tierras distintas y otras gentes, no serán respetadas. En el curso del tiempo el nombre tan admirado de España se convertirá en un susurro entre las naciones. España, que siempre ha sido pobre e ignorante, España, la nación que mostró tanta promesa y que ha completado tan poco. Y entonces, algún día, España se preguntará a sí misma: ¿que ha sido de nosotros? ¿Por qué somos el hazmerreír entre las naciones? Y los españoles de esos días mirarán al pasado para ver por qué sucedió esto. Y aquellos que son honestos señalarán este día y esta época de la misma manera que cuando esta nación se inició. Y la causa de su decadencia no mostrará a nadie más que a sus reverenciados soberanos Católicos, Fernando e Isabel, conquistadores de los moros, expulsores de los judíos, fundadores de la Inquisición y destructores de inquisitivas mentes de los españoles".

En su respuesta al Decreto, Abravanel enfrenta dos concepciones del ser humano, vinculadas a sendas fes religiosas. Dice Abravanel que, según las creencias judías, la razón para la cual somos creados es aprender, y de ahí la pasión por el conocimiento. Contrapone la actitud religiosa cristiana, protagonizada por la Inquisición y ejemplificada en la voluntad de “quemar la inmensa biblioteca arábiga de este gran palacio moro y destruir sus preciosos manuscritos”. En esos años postreros del siglo XV, este hombre advierte que se está haciendo una elección –rechazar la sabiduría por el poder de la fuerza– que traerá consecuencias terribles al futuro del país. Lo triste es que no erraba, porque España es uno de los países donde más ha prevalecido el orgullo de la ignorancia, el desprecio por el conocimiento, la pasión por destruir el pensamiento. Y ciertamente, el principal aliento en esa nefasta concepción de la vida humana individual y colectiva ha provenido, sin duda ninguna, de la Iglesia Católica. No es así ya, claro (por más que queden rescoldos de añejas intolerancias), pero lo que hemos llegado a ser se debe en altísimo grado a lo que ya denunciaba en 1492 Isaac Abravanel.

En todo caso, no creo yo que la expulsión de los judíos españoles haya sido causa del triste devenir de nuestra historia nacional, sino más bien un síntoma de una enfermedad que ya por entonces padecíamos colectivamente. Pero un síntoma paradigmático, que adquiere categoría de hito, fecha que conviene retener, uno de los brochazos negros de nuestra historia. Es significativo, por otra parte, que desde finales del siglo XVIII (bajo el reinado de Carlos IV) consten continuadas iniciativas para rectificar el Edicto y retomar las relaciones con quienes fueron llamados “españoles de Oriente” y que todos estos intentos caigan en la indiferencia o desprecio oficial. Curiosamente, los dos momentos fundamentales para la “normalización” de los judíos en nuestro país se corresponden con dos dictaduras. En 1924, bajo Primo de Rivera, un decreto ofrece a los sefarditas la posibilidad de convertirse en ciudadanos españoles bajo ciertas condiciones. Éstas eran muy duras por lo que la norma tuvo escaso efecto entre aquéllos para quienes se había promulgado, los judíos del imperio otomano que habían quedado muy desprotegidos al finalizar la Primera Guerra; sin embargo, sirvió para salvar a cientos de sefarditas orientales del exterminio nazi. Durante la primera mitad del siglo XX se habían ido instalando en nuestro país grupos de judíos; en 1950, pese al carácter nacional-católico del régimen, se autoriza a los judíos residentes el ejercicio de su religión en privado. Posteriormente, en diciembre de 1968, con ocasión de la inauguración de la actual sinagoga de Madrid, el Ministerio de Justicia hace oficial la derogación del edicto de expulsión, ¡476 años después de su promulgación!

5 comentarios:

  1. Vaya un tipo lúcido, el tal Abravanel. (Por cierto, me ha sorprendido el moderno castellano de su carta. ¿Está "adaptado" de alguna manera o escribía realmente así?) No sé si, como vaticina, la expulsión de los judíos fue efectivamente la causa directa y principal de la posterior decadencia española. Lo que sí creo es que ambas cosas están íntimamente relacionadas, si no como causa y efecto sí como sendos efectos, paralelos y bastante "isomorfos", de lo que tengan por causa común.

    (Cualquier español, de extrema izquierda a extrema derecha, al que acuses de ser antisemita lo negará airadamente. Pero yo creo que hay una corriente profunda de antisemitismo entre los españoles, que nunca se formula expresamente como tal pero que mira a los judíos como algo extraño, ligeramente hostil, siempre considerado con recelo y con predisposición a la condena. Y es un fenómeno, como digo, que se da en los ambientes y en las ideologías más variadas).

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    1. En efecto, el antisemitismo es un mal silencioso en España. Pasa desapercibido entre los países europeos porque, después de su expulsión oficial en 1492, era bastante difícil hacer progromos como los que se vieron después, culminando en el Holocausto*. De hecho, diría que es una de las razones de que en el conflicto de Israel y Palestina haya tantos partidarios de la segunda que quieren reducir el conflicto a términos maniqueos. Y mira que Israel puede ser criticada muy racionalmente...

      *Cuenta el dibujante de cómics Will Eisner, judío como tantos de los primeros dibujantes, en La conspiración, un tebeo que denuncia la persistencia entre, como decía cierto politólogo, ciertos desclasados intelectuales de Los protocolos de Sión, que para sus padres el Holocausto sólo fue un progromo más, distinto sólo en la magnitud de la tragedia.

      Por último, Juan de Juan hizo en su blog un repaso histórico de los problemas de España y sólo nombra a los judíos de pasada, aunque también comenta que el problema de que no exista el equivalente hispano de la Commonwealth se debe a que los españoles quisimos basarnos no en asuntos económicos, sino en la "raza", que es un concepto difuso.

      http://historiasdehispania.blogspot.com.es/2012/09/el-pecado-espanol.html

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    2. Vanbrugh: A mí tambiéamó la atención que el lenguaje de la carta de Abranavel fuera tan actual. Locomparé con el texto del Decreto de Isabel para Castilla (si ves los enlaces ambos van a un mismo blog que los pone juntos) y me parece un estilo similar, así que a los mejor a finales del XV se escribía muy parecido a nuestros días. En todo caso, te reconozco que me persiste la sospecha sobre la autenticidad de la carta. Lo que me sorprendió y me animó a compartirlo en el blog fue la clarividencia de Abravanel; si no es verdad pierde toda su gracia, claro.

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    3. En cuanto a la "corriente profunda de antisemitismo" que detectas entre los españoles, pues no sé qué decirte. No es mi caso, desde luego. Al margen de lo poco que me gusta el comportamiento del gobierno israelí, los judíos me caen bastante bien, es más, los admiro en términos generales (creo que justamente por lo que dice Abravanel de su amor al conocimiento). De hecho, tuve una novieta judía (y la cosa se frustró por el "anti-gentilismo" de su familia, por cierto) y una de mis mejores amigas también lo es.

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  2. ¿Una distopía (sociedad ficticia indeseable) por qué? En todo caso, hay tantos "lo que pudo haber sido y no fue" que es inútil esforzarse en pensar sobre ellos (salvo para escribir una novela). A lo mejor, en algún universo paralelo hay una España que no expulsó a los judíos.

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