lunes, 5 de marzo de 2018

Las joyas del pescador (y 3)

Si se busca en la Red información sobre esta historia de las joyas del pescador se encuentran muchísimas páginas; sin embargo, después de leer un montón de ellas, nos quedamos con la sensación de que faltan muchos datos, de que no todo cuadra. El relato se reconstruye pero a un nivel de detalle poco mayor que el de una noticia breve de periódico, escrita para llamar la atención, para que quede el titular que, desde luego, es vistoso. Pero si se trata de indagar sobre los aspectos concretos no hay manera de asir nada consistente. Como ya he dicho, a uno le tienta pensar que se dejaron sin resolver, o al menos sin revelar al público, muchas, demasiadas, cuestiones de este asunto. Ya hemos citado que no termina de estar claro cuántas y cuáles fueron las joyas que encontró Raúl; si entre esas y las que se exhiben en el Baluarte de Santiago hay una correspondencia perfecta. También cabría preguntarse por el origen del tesoro. La explicación que más he leído es que era el cargamento de un tal capitán Figueroa que naufragó muy cerca de la costa de Veracruz. En efecto, durante el gobierno de Nueva España por Alonso de Estrada entre 1527 y 1528 (eran los años oscuros de Cortés, a su regreso de la expedición a las Hibueras) fue enviado a Chiapas y Oaxaca un tal capitán Figueroa del que Bernal Díaz dice que “acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los caciques de aquellas provincias, porque en ellas halló cantidad de joyas de oro con que antiguamente tenían por costumbre de enterrar a los principales de aquellos pueblos”. Parece que con sus saqueos de tumbas y otros robos Figueroa se embarcó en Veracruz rumbo a Castilla y cerca del puerto un temporal hizo naufragar su nave, muriendo el profanador y tragándose el mar los tesoros.

Si tal es el origen de las joyas del pescador nada que ver con el tesoro de Moctezuma. Pero, en ese caso, carece de sentido que junto a las ornamentos finamente tallados llevara ese felón de Figueroa lingotes con el anagrama del emperador. Pero lo que más me hace desconfiar de esta hipótesis es que los restos de un naufragio tan cercano a la costa hayan estado sin descubrir durante casi cuatrocientos cincuenta años y, cuando un humilde pulpero lo hace por casualidad, logra sacar de golpe todo lo que había. Recordemos que poco después de apresar a Hurtado, un equipo profesional de buzos rastreó exhaustivamente esos fondos y no encontraron nada; no ya más alhajas sino ni siquiera ningún otro vestigio del barco de Figueroa. En un diario digital veracruzano llamado La Nigua (nigua, por cierto, es un tipo de pulga), en abril del año pasado, Edwin Corona Cepeda apunta una explicación sobre el origen del tesoro completamente distinta. Este Edwin Corona (México DF, 1940) es un hombre de prestigio y larga carrera, como se puede comprobar en esta página, y sobre todo una autoridad en buceo. Pues la teoría de este señor es que las joyas del pescador las llevaba consigo el líder campesino Alfredo Vladimir Bonfil cuando la avioneta en la que viajaba se estrelló frente al Puerto de Veracruz el 28 de enero de 1974, pocos años antes del descubrimiento de Raúl Hurtado. Según Corona, Bonfil habría adquirido los lingotes y alhajas en Oaxaca, desde donde había despegado. Eso no lo he podido verificar, pero sí es cierto que había ido a Veracruz porque mantenía un conflicto con el entonces gobernador del Estado para ir de ahí a Querétaro, su tierra natal.

Tampoco he podido conseguir información relevante sobre Bonfil y su muerte que me permitan creer más o menos en lo que cuenta Edwin Corona. En cualquier caso, a tanta distancia geográfica y personal de ese asunto, tampoco importa demasiado que sea o no verdad. Desde luego, me resulta más verosímil que la teoría del naufragio de Figueroa y, sobre todo, mucho más sugerente. Puedo así imaginarme que este Bonfil, que por lo poco que he encontrado, se me figura como un político maquiavélico y que andaría metido en los más variopintos tejemanejes, recibiera las joyas subrepticiamente de algún anticuario de Oaxaca. A lo mejor, estaba conchabado con otro Bonfil, Guillermo, (¿primo suyo?) que era el Director del INAH. Podemos sospechar, sin necesidad de ingerir ningún alucinógeno, una trama secreta en la que se mezclan intereses políticos con contrabando de piezas arqueológicas prehispánicas y en la que, naturalmente, están involucrados personajes de las más altas esferas mexicanas de la época. Por supuesto, el accidente que causó la muerte de Alfredo V. Bonfil fue un sabotaje para quitarlo de en medio (la Wikipedia deja constancia de que siempre hubo sospechas en ese sentido). Cuando las autoridades recuperaron el fuselaje de la avioneta y los cadáveres no habrían aparecido las joyas. Pocos meses después, un humilde pescador las encuentra y quienes perpetraron el crimen (altas autoridades del país) se ocupan enseguida de organizar la ceremonia de la confusión que caracteriza este suceso. Al propio pescador lo encarcelan y le amenazan con pasar largos años de cárcel salvo que … Debió haber acuerdo porque lo sueltan pronto pero algo ocurriría después porque, como ya he dicho, vuelven a encarcelarlo. Y en todas estas movidas intervienen los dos presidentes de la República, Luis Echeverría y José López Portillo, ambos del PRI, claro (como también lo era Bonfil). Así que, qué más da la verdad: aquí hay materia para escribir un intrigante thriller.

En cuanto al pulpero, en casi todas las páginas que he leído lo ponen como la víctima inocente de este cuento. Como ya he dicho, no termino de creerme que fuera tan inocente como juraba y perjuraba. Cuestión distinta es si, como descubridor, tenía derecho legal a haber recibido una parte del tesoro, aunque también es probable que ese derecho se pierda (y se pase a ser reo de un delito) si se oculta el descubrimiento e incluso, como fue el caso, se destruye parte de él. En todo caso, parece que algunas ayudas recibió de las instituciones: le dieron una lancha a motor y materiales para terminar de arreglar su casa. Pero, desde luego, no salió de pobre y tuvo que seguir faenando hasta que consiguió que le dejaran montar una palapa (un chiringuito) en Playa Norte para vender comida. Y así fueron pasando los años y olvidándose todos de las joyas del pescador hasta que en el verano de 2015, la Administración Portuaria de Veracruz indemnizó al pescador y a dos de sus hijas con 450.000 pesos a cada una (unos 20.000 € por barba) para que abandonaran las palapas que tenían que estaban afectadas por las obras del puerto. Entonces Raúl, dicen que aconsejado por un activista social, se mudó con su mujer a otra zona (la Escollera Norte) a sabiendas que allí también se iban a hacer obras de ampliación del puerto, negándose a dejar el lugar si no le volvían a indemnizar. De este modo, en el último trimestre del año pasado, el pescador, cercano a los setenta tacos, volvió a las noticias mexicanas y, de paso, se volvió a sacar la historia de las joyas, ya casi como algo mítico y sin que, desde luego, se aclaren sus muchos misterios.

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo, hay tema para un thriller. De todos modos, me pregunto qué fue del joyero al que el pescador le vendió las joyas y si puede encajar su actuación con la hipótesis de la avioneta. Parece verosímil que si era un tejemaneje entre políticos, el joyero sólo podía tener barruntos acerca del origen de las joyas...

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    1. De loque le pasó al joyero no he podido averiguar nada, y conste que a mí también me habría interesado.

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