miércoles, 16 de julio de 2008

Primero de bachiller (más o menos)

Estoy leyendo "Habíamos ganado la guerra", evocación de la Barcelona de los años cuarenta y cincuenta desde los recuerdos personales de Esther Tusquets. Las primeras frases del libro sitúan perfectamente al lector: "Habíamos ganado la guerra. Hace unos días oí comentar que la guerra civil española la habíamos perdido todos. No es verdad. Cierto que, tras una contienda que dejaba el país en ruinas y había ocasionado un millón de muertos, tenía que haber forzosamente motivos de duelo en ambos bandos. Pero unos la habían perdido y otros la habían ganado. Los que la ganaron lo sabían bien, y los que la perdieron debían de empezar a calibrar, supongo, la magnitud de la catástrofe. Y yo, con mis tres añitos, pertenecía al bando de los vencedores".

Esther Tusquets nació el 30 de agosto de 1936, apenas un mes del inicio de la guerra. Hasta los nueve años fue al Colegio Alemán de la calle Moià. Eran los años de la segunda guerra mundial y en Barcelona había una abundante colonia germana (entre ellos bastantes espías al servicio del Eje) con alta aceptación social entre la burguesía, predominantemente filonazi. Los hijos de esos alemanes, además de la Tusquets y algunos otros niños barceloneses (imagino), asistían a ese colegio, decorado con simbología del Reich y fotos de Hitler, cuyo cumpleaños era objeto de especial celebración. Lo cierto es que, tras la derrota del Eje, el 5 de junio de 1945, se cerró ese colegio barcelonés (para esas fechas ya Franco alardeaba de su neutralidad ante los aliados) y Esther, tras una transición en la Escuela Suiza, pasó a uno recién inaugurado en Sarriá ocupando parte de las dependencias del Real Monasterio de Santa Isabel, de monjas clarisas de clausura (en la actualidad este colegio pertenece a la congregación religiosa de los Legionarios de Cristo

En ese colegio comenzó la autora el bachillerato en el curso 46-47, con diez añitos. Veintitrés años después, yo tendría esa edad y cursaría también primero de bachillerato. Mientras la Tusquets estaba viviendo la primera etapa del franquismo, la que en los manuales se asocia a la autarquía y al falangismo, a mí me tocó la segunda parte de la dictadura, con los tecnócratas del Opus y las tímidas iniciativas de desarrollismo y aperturismo del régimen. Quiero decir que esos veintitrés años de distancia entre lo que estoy leyendo y mis propias vivencias reflejan profundas diferencias en las circunstancias políticas, sociales y económicas, sin referirme a las geográficas (yo vivía en Madrid) que debieron ser importantes. Y, sin embargo, me ha hecho gracia tres costumbres escolares que cuenta que también me tocó experimentar.

La primera es la de coleccionar cromos. Esa era la actividad predominante en los recreos de media mañana, tan cortos que no daba tiempo para jugar un partido de nada en las canchas y nos quedábamos en el patio entre los pabellones. El mercado de los cromos obedecía, sin duda, a las leyes de Adam Smith y el precio de cada cromo se fijaba "espontáneamente" según su demanda, directamente proporcional a su escasez, hábilmente provocada por los promotores de la colección. La que mejor recuerdo era la del Porqué de las Cosas, cuyos cromos venían en los bollitos de Bimbo. Compruebo en Internet que salió en 1970 (aunque hubo ediciones posteriores), lo que cuadra con las fechas a las que me refiero. También hice colecciones de cromos de los futbolistas de la Liga, pero ésas me entusiasmaron menos. Sin embargo, los cromos de fútbol he comprobado que se han mantenido desde mi época; mi hijo, con diez y once años también dedicó tiempo a esas colecciones, aunque (como yo) sin demasiada constancia.

También en mi época, como en la de la Tusquets, pasamos la fiebre de la cría de gusanos de seda, acumulándolos en cajas de zapatos con hojas de morera. Cuenta la escritora catalana que en su época los gusanos los compraban en tiendas y que se les solían morir antes de tejer el capullo, muchas veces de hambre porque no conseguían hojas de morera. No era nuestro caso porque en el barrio donde vivíamos, una urbanización de unifamiliares (entonces) al norte de Madrid, abundaban las moreras en los lindes a calle de las parcelas. Recuerdo que tuve muchos gusanos y que, efectivamente, tejieron unos repugnantes capullos y se metamorfosearon en polillas bastante feas (el nombre de mariposa les queda grande a esos bichos). Pero no guardo memoria de que sacáramos nada útil de esas dedicaciones sericultoras y sí, en cambio, de la desesperación de mi madre ante lo que consideraba cochinadas.

La tercera costumbre escolar que cuenta Tusquets era la aborrecible práctica de elegir alternadamente jugadores para conformar los equipos de un juego cualquiera. En mi colegio solía ocurrir en los recreos largos después de comedor y, naturalmente, el juego más frecuente era el fútbol. Los dos alumnos que se erigían en los respectivos capitanes sin apenas protestas en contra (solían ser los de mejor currículo goleador del curso) convocaban a su alrededor al resto de chavales, echaban una moneda al aire para decidir quién empezaba y se ponían a nombrar en cada turno al jugador que querían para su equipo. Por supuesto, el orden en que eras elegido equivalía con cruel precisión a la puntuación de tu prestigio escolar, mucho más significativa que, por ejemplo, las notas. A medida que se iban pronunciando nombres que no eran el tuyo, la sensación de angustia crecía. Y lo más terrible era cuando, porque había más niños que jugadores, alguno había de quedarse sin jugar; si ser elegido en octavo o noveno lugar era malo, imagínese cómo quedaba la autoestima cuando los capitanes declaraban cerrada la selección y no estabas en ella, cuando tenías que irte con los otros dos o tres "maletas" a jugar a las canicas hasta el comienzo de las clases de la tarde. Yo no era nada bueno al fútbol y hube de sufrir estos dolorosos desprecios bastantes veces; tampoco me gustaba jugar, así que lo pasaba mal cuando me metían en algún equipo, pero siempre era preferible a la humillación del descarte. Creo que en tercero de bachiller mis padres decidieron que fuera a comer a casa y, con gran alegría, me salvé de esas prácticas tan poco alentadoras para mi autoestima. Luego, hacia los trece años, empecé con el baloncesto (que se me dio bastante mejor) y encontré otros argumentos para ir cimentando la seguridad personal; pero me costó olvidar (y superar) aquellos malos ratos que me acaba de recordar Esther Tusquets.

CATEGORÍA: Recuerdos

14 comentarios:

  1. Como somos de la misma quinta (con unos pocos días de diferencia), mis recuerdos son muy parecidos a los tuyos. Yo también coleccionaba cromos, aunque no recuerdo ese álbum que nombras, quizás porque a mí no me compraban bollitos Bimbo. Recuerdo uno muy grueso de Historia del Arte Universal. A lo mejor por ahí empezó lo que luego sería mi carrera. Mi hermano, desde luego, coleccionaba los de fútbol de cada liga, y los del año pasado, convenientemente despegados, los utilizaba para recortarles la cara a los futbolistas y pegarlas sobre los tapones con los que jugaban interminables partidos. Aquello requería mucha dedicación (vaciarlos de corcho, rellenarlos de cera para que pesaran, buscar los de cada marca de vino que eran apropiados para un puesto concreto de futbolista y no otro, limarles los bordes para que remontaran los botones que se usaban como pelota y hasta construir estadios de cartón con sus graderíos con las cabecitas de los espectadores pintadas con rotulador. Lo mío era mucho más aburrido. En cuanto completabas la colección, a base de esos cambios tan complicados que mencionas, ya no había más que hacer. Eso sí, nunca reuní colecciones cursilonas, de cuentos, dibujos, artistas de cine ni nada parecido. Todo muy cultural.

    Los gusanos de seda también, por supuesto. Teníamos abundantes reservas de morera y durante muchos años los criamos, sólo por el placer de verlos engordar y fabricar el capullo. Afortunadamente mi madre nunca se opuso.

    En cuanto a los sorteos para formar equipos, yo era más bien de juegos individuales (gran campeona de china y discreta jugadora de el elástico), así que participé en poquísimos sorteos de ese equipo.

    Me ha encantado tu post. Me ha traído muchos recuerdos.

    Un beso.

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  2. Koti: nosotros, más que partidas de fútbol con tapones, lo que hacíamos eran carreras de chapas, que correspondían a carreras ciclistas. Cada chapa se preparaba de forma similar a cómo hacía tu hermano, sólo que las fotos eran de ciclistas (Merckx, Ocaña, Gimondi), no de futbolistas. Me alegra que te haya gustado el post.

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  3. ¡Qué patriotas estáis! Lo que viene a cuento por el inicio del libro de la Tusquets, pero en realidad me refiero a que la infancia es la verdadera patria y que uno es de donde hizo el bachillerato, como dijo aquel. Y remedando a Tolstoi añado que todas las infancias felices se parecen.

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  4. Nosotros nos llevamos unos añitos (no tantos :) y doy fé de que los niños hacíamos exáctamente lo mismo.

    - coleccionábamos e intercambiábamos cromos (soy incapaz de recordar cuales)

    - se criaban gusanos de seda (yo no, mi madre nos mataba si metíamos esos bichos en casa) Pero la morera del colegio la tenían despeluchá.

    - Lo de elegir los jugadores también ocurría pero para jugar a la goma y al ...¡béisbol! No sé por qué se puso de moda jugar al béisbol con bolas de papel de plata.

    Así que quizá tenía razón el señor Tolstoi, aunque yo particularmente a mi infancia no la recuerde como algo especialmente memorable.

    besitos Miro

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  5. Lansky: Conocía esa cita que remedas, pero nunca me ha dicho demasiado. Quizá porque mi infancia no fue para nada feliz, por más que ahora pueda evocarla con cierta ternura (teñida de ironía). Creo recordar que Tolstoi completaba su aserto diciendo que los desgraciados (los que no son felices) lo son cada uno a su modo; en otras palabras que la diversidad se encuentra en la infelicidad o que la felicidad, vista una, vistas todas. El tema da para largo y no sé si estaría muy de acuerdo. En todo caso, la forma en que fui infeliz en mi infancia me temo que tuvo poco de original.

    Saludos y veo que vas liberando el mono en pequeñas dosis.

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  6. Yo hice lo mismo y me temo soy de generación bastante más tardía (la de Tusquets, incluso de bastantes años más tarde, es la de mis padres.) Pero lo curioso es que mi hijo, que tiene ahora 11 años, colecciona e intercambia cromos (Pokémon, la Liga o Pressing Cach como líderes absolutos), sigue haciendo capullitos con los gusanos de seda y sigue siendo para él un trauma que no le elijan para jugar a fútbol en tal o cual equipo.

    Las cosas son mucho más fáciles ahora, pero la esencia sigue siendo la misma.

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  7. Sí, miroslav, creo que llevas razón; la que no la lleva es Esther Tusquets cuando escribe: "yo, con mis tres añisos pertenecía al bando de los vencedores", porque a los tres años sólo se pertenece, por fortuna, al bando de la infancia. La otra cita, la del bachillerato es de García Hortelano, creo.

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  8. Me fascinan todas las infancias. Coincido con C. S. Lewis cuando dice que nunca ha leido una autobiografía en la que las partes dedicadas a la infancia no fueran, con mucho, las más interesantes. Saint Exupery decía que pertenecemos a nuestra infancia como a un país de origen (algo parecido a lo que dice Lansky) y Ana María Matute tuvo una frase feliz en los cursos de El Escorial, cuando dijo que la infancia es mas larga que la vida.
    Pero basta de citas.
    Miroslav, te has fechado con exactitud. Yo te llevo unos poquitos años, pero no tantos como para que nuestras infancias no hayan sido muy parecidas: Cromos, primero los de las chocolatinas Nestle, que mi madre juntaba para nosotros con esmero, yendo a la calle Luchana a cambiar los repetidos. Luego los de las películas de Walt Disney. Recuerdo con deleite el de La Bella Durmiente, que me parecía maravilloso.
    Los gusanos de seda me daban bastante asquito, pero los tuve, como era de rigor. Yo, o alguno de mis hermanos, porque había cosas que no se sabía muy bien de quién eran, pertenecían al común. Me acuerdo de que alguno se debió escapar e hizo su crisálida tras el espejo del recibidor, y cuando mi madre lo encontró allí, pegado a la pared, le dió un arrebato que creo que terminó para siempre con la posibilidad de volver a criar gusanos.
    Y en el patio del recreo, lo que a mi se me daba fatal era lo de "entrar" a saltar a la comba, eso de las niñas que se ponían en cola e iban pasando a saltos por el globo imaginario que la comba creaba a su alrededor. Así que me tocaba siempre "dar". La pregunta era "¿sabes dar dubles?" que debía ser un galicismo (doublés) para indicar que la cuerda debía pasar dos veces por debajo de la niña mientras estaba en el aire, para lo cual hacía falta bastante habilidad y buena sincronización con la del otro extremo de la comba. Y mientras se cantaba: "looos chinitos, deee la China, cuaaaando no tienen que hacer, tiiiran piedras, aaaa lo alto, y diiiicen que va a llover"

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  9. Siempre me ha llamado la atención que los niños, sean de donde sean, estén donde estén y vivan la situación histórica que vivan, son siempre igual de niños.

    Yo, excepto los gusanos por pura incapacidad, jugué a lo mismo que tú... y que el resto.

    Quizá la única diferencia es que yo sí creo haber tenido una infancia muy feliz.
    Siempre me ha costado trabajo imaginar qué motivos pueden hacer infeliz a un niño porque en el fondo yo creo que nunca se puede ser tan feliz como cuando se es niño.

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  10. La infancia feliz ... No sé, no sé. No estoy muy de acuerdo contigo, Raquel, pero el tema da para muchos matices.

    Ah, Lansky, por cierto, el libro de la Tusquets cubre hasta sus veinte años y pretende mostrar su evolución a partir de las circunstancias que le tocaron como "miembra" de la burguesía franquista barcelonesa. En ese sentido, supongo, se califica de perteneciente a uno de los bandos porque, aunque ciertamente los niños sólo "deberían" pertenecer a la infancia, no deja de ser verdad que desde bebés los adultos se empeñan en hacerlos pertenecer a bandos (y ellos suelen asumirlo). En todo caso, el párrafo inicial del libro es un recurso narrativo que encuentra sentido con el final que te transcribo:

    "Supe definitivamente, aquella noche, que, si bien no era cierto que la guerra civil la habían perdido todos, porque a la vista estaba que unos la habían ganado (y lo sabían bien) y otros la habían perdido (y nadie iba a permitirles ignorarlo ni olvidarlo), yo, hija de los vencedores, a pesar de haber gozado de todos sus privilegios y todas sus ventajas, pertenecía al bando de los vencidos".

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  11. ¡Qué día más oportuno para hablar de quién venció y quién fue vencido!
    ¿Se han percatado vuesas mercedes de que hoy es 18 de Julio?
    Por desgracia, los niños, como el resto de los españoles tuvieron en general bastante claro si les había tocado ganar o perder.
    Invito a ver la imagen que hay en este enlace:
    http://www.elpais.com/fotografia/ninos/frente/cartel/Franco/Guerra/Civil/elpdiacul/20060513elpbabnar_6/Ies/

    Si, Raquel, cuando se ha tenido una infancia tranquila y abrigada cuesta imaginar que haya niños infelices, pero basta leer el periódico para darse cuenta de la gran cantidad de maneras que los adultos inventan para joder la infancia de muchísimos niños. El niño que corre a esconderse debajo de la cama cuando siente la llave de su padre en la cerradura, porque sabe que a continuación vienen los gritos y los golpes a su madre; el que es acosado sexualmente por algún pariente rijoso al que no se atreve a delatar, porque piensa que no le van a creer, o porque le tiene amenazado; el que sufre los malos tratos de sus compañeros matones en el colegio; el que tiene que rebuscar en los vertederos para comer; el que se enfrenta con piedras a los soldados armados con fusiles en cualquier lugar de Oriente mas o menos próximo; el que se ve convertido en "niño soldado" en algún país africano sin poder escapar a ello...
    Si los niños fueran felices, TODOS felices, con una infancia segura, querida, limpia, sin sobresaltos, estoy segura de que la delincuencia descendería a niveles nunca vistos. Pero seguimos descuidando lo más importante que tenemos, nuestro futuro. Así ¿cómo va a ir el mundo?

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  12. Salió mal el enlace anterior.
    En este otro blog hay algunas imágenes de niños de posguerra:
    http://www.historiacocina.com/paises/articulos/1940.htm

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  13. Yo recuerdo mucho más las muñecas recortables que los cromos (o estampas que decimos por allá) que eran más cosa de niños que de niñas. Las recuerdo amontanadas en cajas de galletas, algunas sin cabeza incluso y recuerdo jugárnosla (al igual que los cromos) a "las estampas".

    Lo de los gusanos de seda no lo he vivido. No sé si porque esa moda no llegó a Canarias o quizás adonde no llegó fue a mi colegio.

    Y, por supuesto, esas elecciones de equipos algo me tocaron y, lastimosamente, yo era de las que solían ser elegidas al final o nunca. Torpe que ha sido una siempre...

    ¡Qué cosas tienen los recuerdos infantiles! :D

    Besos

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  14. Coincido plenamente en recuerdos y experiencias contigo, incluso en la del fútbol. Nunca me gustó y sigue sin gustarme, pero fui consciente de ello y nunca supuso menoscabo a mi autoestima. Lo malo es aquel año en que decidieron en mi colegio que TODOS debíamos jugar al fútbol. Existían tres equipos en cada clase: titulares, suplentes y supersuplentes (del super sólo el nombre). Puedes imaginar lo penoso que eran los partidos de los supersuplentes, la mayoría se ganaban porque no se solían ni presentar los jugadores. Saludos.

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