martes, 23 de marzo de 2010

Afluentes

Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir

Se llama afluente (o tributario) a un curso de agua que desemboca en otro río más importante. Es afluente porque afluye (DRAE) y afluir es, dicho de un río o arroyo, verter sus aguas en las de otro o en las de un lago o mar. Saber que dos cursos de agua "confluyen" no parece, en la mayoría de los casos, presentar demasiadas dificultades pero la duda surge para determinar cuál de ambos es el principal y, consiguientemente, cuál el afluente. Porque, ¿cómo se mide la importancia de un río? Si hemos de ser objetivos, habrá que recurrir a indicadores cuantitativos. Inmediatamente se le ocurre a cualquiera que, contando el caudal que cada uno lleva justo antes de la confluencia, el que más aporte, será el principal. Pero el caudal no es estable e imagino que en muchas confluencias, sobre todo al inicio de los cursos fluviales, serán de similar magnitud. Midamos entonces la longitud de cada río desde la confluencia hasta sus respectivas fuentes y llamemos principal al más largo. Pero no siempre es fácil determinar las fuentes (a eso iré luego) y, además, ¿por qué primar una dimensión lineal? Pensemos entonces en la superficie de las cuencas y que sea más importante el que la tenga mayor. O, mejor todavía, combinemos los tres criterios y decidamos en cada confluencia cuál de los dos ríos es el principal y cuál el afluente; tal era el método habitual para establecer, por convención, que unas aguas son del río que llegará hasta el mar y otras, en cambio, tributarias de aquél.

Parece que en épocas más recientes (respecto a cuando estudiaba geografía en el colegio) se ha convenido en considerar el río principal siguiendo el curso desde el punto más alejado a su desembocadura; es decir (y no carece de lógica), sería el recorrido que hace (o puede hacer) la gotita de agua que comienza a moverse desde más lejos. Creo que este criterio lo impusieron los yanquis quienes juntaron el Mississippi con el Missouri (y éste con el Jefferson) para que alcanzara 6.300 kilómetros y, adelantando al Nilo, pasara a ser el más largo del mundo. Claro que luego resultó que ni siquiera pasaba de ser el cuarto, detrás del Yangtsé (3º), Nilo (2º) y Amazonas (1º). En todo caso, los nombres de los ríos se deben más a la historia que a mediciones cada vez más exactas, y eso hace que, en bastantes casos, un afluente se siga considerando como tal a pesar de sus fuentes puedan estar más lejanas del mar que las del principal del que se hace tributario. Por eso, los geógrafos con afanes medidores han convenido en referirse a sistemas fluviales más que a ríos, lo cual será más preciso pero degrada un poco la poesía de esos viejos ríos con sus tradicionales personalidad cuasidivina (piénsese, por ejemplo, en los europeos).

Pero no acaban todavía los problemas, pues por más que creamos conocer nuestro planeta (y ciertamente, cuando se disfruta del despliegue fotográfico del Google Earth uno piensa que así es), la wikipedia nos señala acertadamente que hay tres factores que dificultan determinar la longitud de un río (o de un sistema fluvial). A mí, el que más me maravilla es el que la medición de la longitud depende de la precisión a que se mide o, para simplificar, de la escala del mapa. Imaginemos que se pudiera delinear la orilla de un río y la fuéramos midiendo con una regla de modo tal que cada uno de sus dos extremos coincidiera con la orilla; acabado todo el proceso sabríamos que el río tiene una longitud igual al producto del número de veces que hemos puesto la regla por la medida de ésta. Pero, como el curso de un río no es recto, es fácil comprobar que cuanto más pequeña sea nuestra regla (o, lo que es lo mismo, cuanta mayor precisión de medida tengamos) más grande saldrá el valor de la longitud total del río. Me entero de que fue un matemático inglés, Lewis Fry Richardson (1881-1953), quien primero hizo notar este asunto (investigando si el grado de conflictividad entre países vecinos guardaba relación con la longitud de sus fronteras comunes) y que la discusión del mismo (¿Cúanto mide la costa de Gran Bretaña? Articulo en Science de1967) significó una de las primeras incursiones de Benoit Mandelbrot hacia la geometría fractal. Y es que, ciertamente, mucho tiene que, ver aunque no simplifiquemos diciendo que la curva de un río (o de una frontera o de una costa) es un fractal.

Luego está la cuestión de la desembocadura, porque no es fácil convenir donde las aguas dejan de ser del río para ser las del mar, lo que en la metáfora de Manrique haría pensar que hay un tiempo (¿días, años?) durante el cual estamos mezclando nuestra vida con la muerte. O, ya puestos, también, aunque más raramente, ocurre que el caudal vaya empequeñeciéndose hasta evaporarse sin llegar al mar: vaya fin de una vida, si volviéramos al poeta.

Y, por supuesto, el que desde Ptolomeo ha sido el gran reto, encontrar las fuentes, establecer el punto exacto dónde aparecía la primera gota del majestuoso río. Recuerdo de mi niñez la lectura de las aventuras de los exploradores decimonónicos ingleses en África, al legendario Burton y a Livingstone y Stanley que inconcientemente siempre asocié con Laurel y Hardy, la pareja cómica de tantas películas de sesión de tarde en blanco y negro. Hace pocos años, me entero ahora, se han vivido similares avatares para identificar la naciente del Amazonas que ha resultado estar en los Andes meridionales peruanos. Así que resulta que cuando, hace más de tres décadas, me bañaba (hasta hice esquí acuático) en el inmenso cauce del río en Iquitos no estaba como creía casi en su nacimiento; claro que ello se debe a que ya no se considera que el gran río empieza en la confluencia del Ucayali y el Marañón, sino que para alcanzar sus fuentes hay que remontarse por el primero hasta las vertientes de Apurímac.

Maravilla contemplar esos chorritos ridículos o esas tenues láminas acuosas que humedecen una ladera o esos charcos que empantanan un prado y pensar que son el nacimiento de algunos inmensos ríos. Hay que creérselo porque así lo consta una placa acreditativa oficializada por la pertinente Sociedad Geográfica o una estatuta que honra al ilustre río, como se conmemora la onomástica de un prócer. Mis modestas experiencias no dan para muchas de esas visitas algo de fetichistas; apenas he estado en las fuentes de algunos ríos peninsulares y otros dos europeos. Pero me basta recordar, apenas hace un par de años, el cañito rotoso del que apenas manaban unas gotas que tras encharcar el árido terreno pasaban por debajo de una carretera de quinto orden a un cauce casi completamente seco: ahí nacía el Tajo, el mismo (¿sí?) que se expande en el inmenso estuario lisboeta. Qué poco atractivo para los turistas, mucho menos que el tan popular (y cercano) nacimiento del Cuervo, afluente de un afluente del Tajo, o sea, un río de tercer orden (salvo que, aplicando los más recientes criterios vaya a resultar que el Tajo no nace donde estuve y hayan de retirar el pomposo monumento que se yergue solitario en la carretera que va hacia Albarracín. Estos contrastes vuelven a llevar el pensamiento (esclavitud de los tópicos) hacia la manida analogía entre la vida y las aguas fluviales, pero que cada uno se componga los propios que siempre serán meditaciones muy gastadas.

En fin, que me ha dado por la geografía física de manual escolar.


Watching the river flow - Joe Cocker (The Songs of Bob Dylan)

7 comentarios:

  1. Me sorprende un poco lo que cuentas de la imprecisión en la medición de la longitud. ¿No se mide sobre un eje central? Porque si se miden todas las entradas y salidas de cada una de las dos orillas, según ese sistema de la regla que mencionas, de dos ríos de cursos similares puede resultar uno el doble de largo que el otro, si sus orillas hacen las monadas convenientes y las del otro, en cambio, van más o menos rectas... Creo que no he debido de entenderlo bien.

    ResponderEliminar
  2. No hagas ningun caso a Júbilo, que sólo quiere complicarte la vida.
    ¿sabes que he conocido a una Miroslava de verdad, que se llama así de todas, todas? No me lo podía creer.

    ResponderEliminar
  3. Parece ser que el Danubio nace de un chalet alpino, o de su grifo, o de su WC, según Claudio Magris; que el Amazonas ya no nace en el clásico nevado del Perú, sino más atrás con lo que además del más caudaloso le ha quitado el titulo del más largo al Nilo, que...

    Pero lo verdaderamente relevante es que un río no es una cloaca a cielo abierto, a ser posible cementada, como creen nuestros ingenieros mayoritariamente, sino mucho más que lo que se ve, como el subalbeo del que no hablas y cuya consideración impediría construir en las llanas áreas de recurrencia del cauce principal y evitar esas miles de casas anegadas por estar donde no deben.

    Maravillosa la serie de viñetas editoriales de El Roto sobre estos temas hace unso años.

    Mi río favorito en España es el Alto Ebro en Burgos, el Alto tajo en Cuena, el Guadyerbas y el Tietar en Gredos, el Quiquibey y el Beni en el Amazonas...Me gustan los ríos. La lorena, la Dordoña, de la amable Francia, antes coleccionaba ríos, bañándome en ellos.

    ResponderEliminar
  4. En Andalucía hubo hace poco una controversia que pareció que iba sacudir muchos edificios del saber secular: el descubrimiento de que el Guadalquivir, como afirmaba la fuente ancestral del saber español, la Enciclopedia Álvarez no nacía en la sierra de Cazorla, sino en otra de la provincia de Almería. Tuvo mala suerte el descubridor de hacerlo en una época en la que todo el mundo está más interesado en controversias que afectan más a los resultados del fútbol o a la entrepierna de los famosetes que a los del saber científico. De todas formas yo pienso que se perdió una oportunidad de oro para sacralizar aún más al río que estos días ha mostrado su divino poder con los títulos de propiedad de sus orillas. Los poetas de flor natural y los pregoneros se Semana Santa hubieran tenido una magnífica ocasión de incluir algo maravilloso en sus ripios: la Sierra almeriense donde nace el río-dios andaluz de llama María.

    ResponderEliminar
  5. Harazem: el Guadalquivir nace en Cazorla, sin discusión, pero no donde pone la placa, en el famoso puentecito del Parque Natural, que se ha elegido porque...es fácil aparcar y las hordas de vistantes hacen menos daño, sino en un sitio próximo más recoleto y menos visitado

    ResponderEliminar
  6. Júbilo: Te recomiendo que leas el artículo de la wiki que enlazo (¿Cuánto mide la costa de Inglaterra?). Pero, como sé que no te convences hasta que te lo demuestras empíricamente a tí mismo, te sugiero el siguiente experimento, siempre que tengas instalado el Google Earth (en caso contrario, ¿a qué esperas para instalártelo?). Ponte sobre cualquier territorio por el que discurra un río (o una carretera), a ser posible con bastantes meandros. Marca un punto inicial y un punto final para hacer una medición. Abre la ventanilla de la regla y selecciona la opción "Ruta". Entonces pica en el punto inicial y ve picando puntos sucesivos (siempre coincidentes con el margen del río o carretera que estés midiendo) de forma que traces una sucesión de segmentos hasta que el último punto llegue a la meta que te hayas propuesto. Apunta la distancia que te dice Google. Ahora amplía el zoom y repite el ejercicio. Tus segmentos serán ahora más pequeños y el resultado final mayor que el anterior. Y conste que este simulacro no es exactamente correcto, ya que es posible que uses siempre la misma foro aérea (y por lo tanto la misma precisión aunque aparentemente la hayas ampliado).

    Cigarra: Tu Miroslava lo es de verdad, claro; yo tan sólo soy un avatar. Gracias por el piropo.

    Lansky: Comparto tus gustos fluviales, aunque seguro que los aprovecho bastante menos.

    Harazem: La búsqueda de las fuentes (y no sólo la de los ríos) parece ser una obsesión de nuestra especie.

    ResponderEliminar
  7. El principio está claro, Miroslav. No necesito hacer yo mismo el experimento para creérmelo.

    Pero el artículo de la wiki, y el de Mandelbrot al que se refiere, hablan de longitudes que son contornos. Costas y fronteras, líneas cuya medición, efectivamente, nos saldrá más larga cuanto más exactamente recoja todos sus entrantes, y salientes, por diminutos que sean.

    Entiendo que este no es el caso de un río. Las orillas de un río sí son contornos, y su medición sí nos dará un resultado más largo cuantos más vericuetos tengan y más exactamente los midamos. Pero la longitud del río NO es la de sus orillas. Lo lógico es medirla sobre el eje central de su curso, que reflejará grosso modo, desde luego, los meandros y curvas de sus orillas, pero al que, en cambio, no afectarán sus irregularidades, entrantes y salientes.

    En fin, por resumir: creo que a la longitud de un río, que intuitivamente podemos asimilar a la distancia que recorre una gota de agua desde el punto en que consideremos que está la fuente hasta aquel en que decidamos fijar la desembocadura, NO es un contorno y no le es por tanto aplicable lo que Mandelbrot decía de líneas -fronteras, costas, orillas- que sí lo son.

    ResponderEliminar