Herejía añeja
Nos dice la Biblia (y así lo sostienen los creacionistas) que Dios hizo el mundo en seis días y luego descansó. Mas no es verdad, pues el mundo lo hizo el diablo, el ángel caído; por envidia de Dios quiso remedar el universo del espíritu con la pobre materia y de ahí que todo lo corpóreo sea maligno como es su creador. Complaciente Dios con la travesura de su hijo díscolo quiso insuflar alma a esas pobres criaturas y las animó con el espíritu. Pero Satán consiguió que las almas quedasen aprisionadas en la carne, asfixiado el espíritu por la ruin materia, y gozó sobremanera con la que creyó su victoria. Así los hombres, desde el primero, fueron esclavizados por el pecado que ahogaba sus almas, y por eso tuvieron que salir del Paraíso y caer en el barro. El demonio jugaba con ellos, cuidando que sus cuerpos fueran el centro de sus preocupaciones, y para ello inventó las enfermedades, el envejecimiento y la muerte. También los placeres de la carne son obra suya, que al mismo fin están dirigidos. Siempre absortos en su corporeidad, olvidaron los hombres que tenían alma y aunque ésta clamaba sus ansias de Dios su voz no era escuchada. Así que Luzbel creó los infiernos para guardar todas las almas sufrientes que los cuerpos pecadores mantenían encerradas hasta sus muertes, y ese gran número de espíritus era el gran tesoro del demonio que lo celebraba por ser patrimonio de Dios del que él se había apropiado.
¿Por qué permitió Dios, todo bondad, que sus almas fueran dominio del Maligno? Dicen algunos que porque estaba distraído con alguno de sus muchos otros quehaceres. Hay quien declara que no quiso desairar al hijo que tanto había amado arrebatándole sus juguetes. Infundadamente, sostienen algunos que el Diablo retó a su creador a una infantil apuesta: ¿serían capaces las almas de los hombres de escapar de las cárceles de sus cuerpos? Pienso yo que, simplemente, a Dios le importaba un ardite qué fuera de nosotros; al fin y al cabo, ¿qué importancia pueden tener unos seres de tan imperfecta creación en una breve dimensión de su eternidad infinita? Podrían objetarme que, entonces, ¿por qué tanta intervención divina antes de la venida de nuestro Salvador, como nos cuenta el Antiguo Testamento? La respuesta es obvia: porque ese Dios de Moisés y tantos otros no era Dios, sino el Diablo jugando a serlo y, ya de paso, asegurando la mayor confusión de nuestros ancestros, que también contribuye a la ceguera de las almas. Asombraría que las iglesias que se dicen cristianas sigan difundiendo la patraña (y condenando por heréticos a tantos que a lo largo de los siglos han tratado de desenmascararla) si no supiéramos que ellas son fieles aliadas de Satán.
Así nos cuenta la Iglesia que Jesús se hizo hombre para redimirnos y eso es verdad sólo a medias, porque no nos redimió a nosotros, a los que nacimos después y seguimos siendo materia infame con almas doloridas. ¿Acaso nos ha liberado de nuestros cuerpos? Para ello habría debido Dios hacer que cesara esta perversa renovación de lo orgánico, acabar de una vez por todas con el rutinario juego diabólico. Bien es verdad, sin embargo, que su vida y su ejemplo nos han enseñado el camino de nuestra salvación, mas no es éste el que predican los jerarcas eclesiásticos que, por el contrario, se afanan en ocultarnos la única senda a la salvación, pues no es otro su empeño que servir los intereses de su verdadero señor. Por eso, cuantos en la historia han proclamado la necesidad de negar la continuidad del mundo, de lo que erróneamente se llama vida, han sido acallados con las más drásticas y crueles medidas. Desespera comprobar cómo, dos mil años después de la Pasión de nuestro salvador, somos más que nunca juguetes de Satán y por eso más que nunca ahora sería necesaria una nueva redención, una nueva venida de Cristo para llevar nuestras almas al Paraíso. Sólo ésa puede ser nuestra esperanza y merecerla nuestra única preocupación.
¿Por qué permitió Dios, todo bondad, que sus almas fueran dominio del Maligno? Dicen algunos que porque estaba distraído con alguno de sus muchos otros quehaceres. Hay quien declara que no quiso desairar al hijo que tanto había amado arrebatándole sus juguetes. Infundadamente, sostienen algunos que el Diablo retó a su creador a una infantil apuesta: ¿serían capaces las almas de los hombres de escapar de las cárceles de sus cuerpos? Pienso yo que, simplemente, a Dios le importaba un ardite qué fuera de nosotros; al fin y al cabo, ¿qué importancia pueden tener unos seres de tan imperfecta creación en una breve dimensión de su eternidad infinita? Podrían objetarme que, entonces, ¿por qué tanta intervención divina antes de la venida de nuestro Salvador, como nos cuenta el Antiguo Testamento? La respuesta es obvia: porque ese Dios de Moisés y tantos otros no era Dios, sino el Diablo jugando a serlo y, ya de paso, asegurando la mayor confusión de nuestros ancestros, que también contribuye a la ceguera de las almas. Asombraría que las iglesias que se dicen cristianas sigan difundiendo la patraña (y condenando por heréticos a tantos que a lo largo de los siglos han tratado de desenmascararla) si no supiéramos que ellas son fieles aliadas de Satán.
Así nos cuenta la Iglesia que Jesús se hizo hombre para redimirnos y eso es verdad sólo a medias, porque no nos redimió a nosotros, a los que nacimos después y seguimos siendo materia infame con almas doloridas. ¿Acaso nos ha liberado de nuestros cuerpos? Para ello habría debido Dios hacer que cesara esta perversa renovación de lo orgánico, acabar de una vez por todas con el rutinario juego diabólico. Bien es verdad, sin embargo, que su vida y su ejemplo nos han enseñado el camino de nuestra salvación, mas no es éste el que predican los jerarcas eclesiásticos que, por el contrario, se afanan en ocultarnos la única senda a la salvación, pues no es otro su empeño que servir los intereses de su verdadero señor. Por eso, cuantos en la historia han proclamado la necesidad de negar la continuidad del mundo, de lo que erróneamente se llama vida, han sido acallados con las más drásticas y crueles medidas. Desespera comprobar cómo, dos mil años después de la Pasión de nuestro salvador, somos más que nunca juguetes de Satán y por eso más que nunca ahora sería necesaria una nueva redención, una nueva venida de Cristo para llevar nuestras almas al Paraíso. Sólo ésa puede ser nuestra esperanza y merecerla nuestra única preocupación.
Jesús, que es Dios y como tal puro espíritu, se hizo carne para habitar entre nosotros y así convertirse, aunque sólo en apariencia, en uno más de los juguetes de Satán. Ya en vida demostró que su alma divina sabía negar las solicitaciones de la carne y el mundo, y el demonio se enfureció contra él por sus obras y ejemplo. Mas vio que era mortal y se alegró de la preciada adquisición de la que iba a apropiarse. ¿Sospecharía que se trataba de Dios y llegaría, en su infinita soberbia, a confiar en esa inmensa victoria? Aunque así no fuera, sin duda estaría encantado de encerrar en sus dominios tan excelsa alma. Pues Jesús, ciertamente, bajó a los infiernos tras su muerte, que tal era su misión. Llegó ante las inmensas puertas de hierro y bronce y con voz estentórea ordenó por tres veces a las Furias guardianas del Averno que dejasen pasar al Rey de la Gloria, y entonces fue cuando Satán comprendió la verdad y, aullando de miedo y de rabia, prohibió que se le permitiese la entrada. En un instante las puertas volaron en mil pedazos y entró Jesús en los Infiernos y todas sus estancias tenebrosas se iluminaron con la más brillante luz, y esa luz de la Gracia divina se derramó sobre los justos que allí padecían, liberando sus almas de las prisiones de las carnes corruptas, y dicha almas se alzaron y volvieron al reino del espíritu a encontrarse con su Creador. Así fueron redimidos quienes habían vivido en el mundo hasta la venida de nuestro Señor (¿cómo, si no?), pero esta verdadera historia nos es escondida por la Iglesia, aunque la supieron y la contaron los primeros y auténticos cristianos.
CATEGORÍA: Ficciones
No tienes ni idea
ResponderEliminarSatán
Eres único inventando herejías, muchacho. En la edad media habrías arrasado -antes de morir en la hoguera, claro.- Lástima que ahora estas cosas ya no interesen a nadie.
ResponderEliminarAlguna vez he defendido en este blog la necesidad de ser heterodoxo si se quiere ser buen cristiano. Pero me refería a otra clase de heterodoxia.
Sí, el lugar de herético o simpelmente hereje, Miroslav es herejitólogo, diplomado por la Calvino Institute de Lausana
ResponderEliminarSin duda, Vanbrugh, que en la Edad Media habría arrasado y muerto en la hoguera, pero te equivocas en atribuirme la paternidad de estas tesis. Tan sólo soy un recreador (que se permite algunas libertades) de una de las líneas heréticas de más rancio abolengo en la bimilenaria historia del cristianismo (gnósticos, marcionitas, bogomilos, cátaros ...) En concreto, el episodio de la bajada de Jesús a los Infiernosproviene del evangelio apócrifo de Nicomedo.
ResponderEliminarNo, Lansky, en ese instituto es más que seguro que habrían sido más severos que en el mismo Vaticano.
Vanbrugh en la edad media muy poquitos no arderíamos en la hoguera ¿crees que tú te salvarías?.
ResponderEliminarYo me salvaría porque me estaría convenientemente calladito, Amaranta, o diciendo "amén" cuando fuera necesario. Ese es el mecanismo por el que en la Edad Media no ardió más gente todavía.
ResponderEliminarEn una serie de viñetas del genial El Roto decía que los ricos cometen pecados y los pobres delitos; al día siguiente su personaje corregía a su autor y decía que le habían atribuido mal sus palabras, que los ricos cometen irregularidades. Del mismo modo, las desviaciones pedofílicas de los curas católicos son irregularidades, pero las verdaderas herejías las cometen los otros, por definición, con los calvinistas y Calvino a la cabeza y a la par que los demás protestantes. Si no sabes eso, no sabes ná de ná, Miros, así que te retiro tu titulación
ResponderEliminarLas herejías, Lansky, no son nunca desviaciones de la conducta, (pedofilia, esas menudencias), sino de la teoría. Mucho más peligrosas, por tanto. Y no se cometen -no son actos- sino que se profesan -son creencias-. Es decir, el pecado no se distingue de la herejía por quién sea su sujeto activo, como tú apuntas, sino por su misma sustancia.
ResponderEliminarSí, Lansky, algo sé de Calvino y sus chicos ginebrinos. Quien no merece el título de "herejitólogo" eres tú, que piensas que Calvino y demás protestantes del XVI están a la cabeza de los movimientos heréticos, cuando éstos vienen desde el siglo I y cuentan con muchísima más chicha doctrinal que la tonta discusión sobre bulas pontificias e interpretaciones libres de las Escrituras. Hala, a repetir curso.
ResponderEliminarVale, lo he entendido. Llevais razón.
ResponderEliminarEn el fondo lo sabía: la única idea verdaderamente herética es la de la existencia de Dios.
Ya lo entendí, Gracias a los dos.
Cuerpo y alma es indivisible,creo yo. Y como EL Creador nos hizo a todos con libre albedrío,hasta a Luzbel,pues es más fácil caer en la tentación. ya sabes, la carne es débil...y el ansía de poder de ese maldito ángel,que nos cerró las puertas del paraíso.
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