Applemania (1)
El primer ordenador personal que toqué (y poco más) fue un Apple II, allá hacia 1979. Un par de años antes me había apuntado a un curso electivo que se llamaba “computación aplicada al diseño” por admiración y cariño a quien lo impartía, un matemático chileno que había escapado de la dictadura militar pinochetiana para refugiarse en el Perú, también gobernado por milicos pero de bastante menor saña asesina. En ese cuatrimestre aplicamos nociones bastante elementales de topología para configurar un método que “midiera” la funcionalidad de una planta de vivienda, básicamente en función de la minimización de recorridos entre estancias. Cada uno de los alumnos teníamos que desarrollar (en Fortran IV) un programa que para un plano cualquiera (convertido en grafo) calculara su grado de funcionalidad. Al final del cuatrimestre, “escribíamos” nuestros respectivos programas en tarjetas perforadas y las “pasábamos” en la sala de cálculo de la IBM limeña, empresa con la que nuestro profesor mantenía amigables contactos. Recuerdo vagamente una gran habitación en la que tras unos gruesos cristales se disponían unos enormes armatostes que escupieron un larguísimo rollo de papel perforado y listado (blanco y verde) cuando hice “correr” mi programa. Imagino que esas imponentes máquinas del año 77 tendrían mucha menos potencia de cálculo que mi actual teléfono móvil, pero hay que tener en cuenta que en esa época las computadoras eran objetos absolutamente ajenos a la vida cotidiana e incluso quienes estudiábamos una carrera técnica (más o menos) distábamos de imaginar que en tan poco tiempo habrían de convertirse en elementos de uso absolutamente cotidiano.
Esa Apple II a la que me he referido antes se la acababa de comprar en los USA el padre de mi mejor amigo y compañero de estudios. No consigo recordar para qué la usaría y mucho menos qué prestaciones ofrecía, aunque sí que los amigos quedamos muy impresionados por la adquisición: se trataba de una computadora, un cerebro electrónico, que asociábamos míticamente al cine futurista o a la tecnología aeroespacial. Pero poco más. Ahora leo en Internet que esa máquina representó el despegue de Apple y del innovador tandem de los dos Steves (Wozniak y Jobs) pero por entonces no tenía ni idea. Como tampoco me daba cuenta de que se estaba iniciando la revolución consistente en llevar los ordenadores al gran público y que en esos balbucientes comienzos la máquina de Apple era lo mejorcito que había.
En el 81 dejé el Perú y me instalé en Madrid. Conseguí una beca de postgrado, empecé a trabajar por miserias en distintas empresas y estudios de arquitectos y acabé con unos tipos a quienes habían encargado el Plan General de Colmenar Viejo. Se trataba de un equipo de tres arquitectos a quienes el urbanismo para lo único que les interesaba era para medrar dentro del partido al que se habían afiliado recientemente pues por aquellos años, entre los arquitectos “de izquierdas”, era muy conveniente añadir al currículum algún trabajo de planeamiento urbanístico hecho para ayuntamientos socialistas, claro está. La jugada debió darles buen resultado porque en pocos meses (los acontecimientos se sucedían más deprisa por entonces) cada uno adquirió nuevos encargos y/o cargos y el Plan de Colmenar pasó a ser responsabilidad directa de una compañera socióloga y mía, apenas un chaval de veintitrés años. De esa forma, acondicionamos como estudio profesional un par de habitaciones de un enorme piso de la calle Velázquez propiedad de mi amiga y asumimos el trabajo de urbanismo, con la optimista idea de elaborar un plan “moderno”.
Y nos planteamos que teníamos que hacerlo “en ordenador” y, por tanto, había que comprarse uno. Estoy hablando de finales de 1983, cuando algunas oficinas empezaban a incorporar computadoras, mayoritariamente para hacer correr primitivos programas de contabilidad, hojas de cálculo y procesadores de texto. Hasta ahí llegaban todas nuestras expectativas: poco más que sustituir la máquina de escribir eléctrica por el ordenador, de modo que al corregir no hubiera que repetir toda la hoja (esa era la “gran ventaja” que percibíamos en los procesadores de texto) y poder hacer tablas para los cálculos de superficies y aprovechamientos urbanísticos. Ni de lejos pretendíamos dibujar “informáticamente” (no creo que en España nadie conociera los programas de CAD recién comercializados en USA) y mucho menos concebíamos lo que serían los GIS, que hoy son mi herramienta cotidiana. Pero aún con tan pobres intenciones teníamos claro que queríamos un ordenador y su correspondiente impresora y surgió la duda: ¿cuál comprar?
Para esa fecha ya IBM había ganado su apuesta e implantado como estándar de los PC (personal computer) el sistema operativo MS DOS; con su astucia empresarial (y algunas prácticas no demasiado elegantes, a mi entender) Bill Gates había cimentado ya lo que sería el inmenso imperio de Microsoft. De hecho, con la táctica de permitir la clonación de los sistemas operativos, ya por entonces se hablaba de ordenadores personales o compatibles (es decir, los que corrían con el MS DOS) y los que no lo eran. De entre éstos, el único mínimamente serio (estaban los spectrum, commodore y otros, pero más orientados a juegos) era el recién nacido nuevo producto de Apple: el pequeño Macintosh. Recuerdo que a Amachu, mi socia, alguien le había recomendado los Mac y yo, simplemente por el recuerdo peruano y sin ningún argumento sólido, apoyé con entusiasmo que optáramos por el bichito de Apple (complementado con una ruidosísima impresora matricial A3). Si ahora me pregunto el por qué de nuestra decisión (y, sobre todo, de la seguridad con que yo la defendí) no sabría muy bien qué responder. Recuerdo que nos gustó que se manejara de forma tan intuitiva, mediante el ratón, y no tecleando instrucciones en verde fluorescente. También fue muy importante la apariencia estética; desde luego el Mac era mucho más bonito y coqueto que cualquier PC y ambos éramos bastante sensibles a la imagen (yo lo sigo siendo: que me guste estéticamente es un requisito imprescindible para que compre cualquier objeto y, probablemente más importante que otros indicadores de calidad más “objetivos”). Por último quizá pesara también una cierta dosis de pretenciosa voluntad de apartamiento de la vulgaridad que representaban los PC. Ya desde esos remotos tiempos “ser de Mac” confería una cierta aura elitista con alusiones bohemias y artísticas.
Esa Apple II a la que me he referido antes se la acababa de comprar en los USA el padre de mi mejor amigo y compañero de estudios. No consigo recordar para qué la usaría y mucho menos qué prestaciones ofrecía, aunque sí que los amigos quedamos muy impresionados por la adquisición: se trataba de una computadora, un cerebro electrónico, que asociábamos míticamente al cine futurista o a la tecnología aeroespacial. Pero poco más. Ahora leo en Internet que esa máquina representó el despegue de Apple y del innovador tandem de los dos Steves (Wozniak y Jobs) pero por entonces no tenía ni idea. Como tampoco me daba cuenta de que se estaba iniciando la revolución consistente en llevar los ordenadores al gran público y que en esos balbucientes comienzos la máquina de Apple era lo mejorcito que había.
En el 81 dejé el Perú y me instalé en Madrid. Conseguí una beca de postgrado, empecé a trabajar por miserias en distintas empresas y estudios de arquitectos y acabé con unos tipos a quienes habían encargado el Plan General de Colmenar Viejo. Se trataba de un equipo de tres arquitectos a quienes el urbanismo para lo único que les interesaba era para medrar dentro del partido al que se habían afiliado recientemente pues por aquellos años, entre los arquitectos “de izquierdas”, era muy conveniente añadir al currículum algún trabajo de planeamiento urbanístico hecho para ayuntamientos socialistas, claro está. La jugada debió darles buen resultado porque en pocos meses (los acontecimientos se sucedían más deprisa por entonces) cada uno adquirió nuevos encargos y/o cargos y el Plan de Colmenar pasó a ser responsabilidad directa de una compañera socióloga y mía, apenas un chaval de veintitrés años. De esa forma, acondicionamos como estudio profesional un par de habitaciones de un enorme piso de la calle Velázquez propiedad de mi amiga y asumimos el trabajo de urbanismo, con la optimista idea de elaborar un plan “moderno”.
Y nos planteamos que teníamos que hacerlo “en ordenador” y, por tanto, había que comprarse uno. Estoy hablando de finales de 1983, cuando algunas oficinas empezaban a incorporar computadoras, mayoritariamente para hacer correr primitivos programas de contabilidad, hojas de cálculo y procesadores de texto. Hasta ahí llegaban todas nuestras expectativas: poco más que sustituir la máquina de escribir eléctrica por el ordenador, de modo que al corregir no hubiera que repetir toda la hoja (esa era la “gran ventaja” que percibíamos en los procesadores de texto) y poder hacer tablas para los cálculos de superficies y aprovechamientos urbanísticos. Ni de lejos pretendíamos dibujar “informáticamente” (no creo que en España nadie conociera los programas de CAD recién comercializados en USA) y mucho menos concebíamos lo que serían los GIS, que hoy son mi herramienta cotidiana. Pero aún con tan pobres intenciones teníamos claro que queríamos un ordenador y su correspondiente impresora y surgió la duda: ¿cuál comprar?
Para esa fecha ya IBM había ganado su apuesta e implantado como estándar de los PC (personal computer) el sistema operativo MS DOS; con su astucia empresarial (y algunas prácticas no demasiado elegantes, a mi entender) Bill Gates había cimentado ya lo que sería el inmenso imperio de Microsoft. De hecho, con la táctica de permitir la clonación de los sistemas operativos, ya por entonces se hablaba de ordenadores personales o compatibles (es decir, los que corrían con el MS DOS) y los que no lo eran. De entre éstos, el único mínimamente serio (estaban los spectrum, commodore y otros, pero más orientados a juegos) era el recién nacido nuevo producto de Apple: el pequeño Macintosh. Recuerdo que a Amachu, mi socia, alguien le había recomendado los Mac y yo, simplemente por el recuerdo peruano y sin ningún argumento sólido, apoyé con entusiasmo que optáramos por el bichito de Apple (complementado con una ruidosísima impresora matricial A3). Si ahora me pregunto el por qué de nuestra decisión (y, sobre todo, de la seguridad con que yo la defendí) no sabría muy bien qué responder. Recuerdo que nos gustó que se manejara de forma tan intuitiva, mediante el ratón, y no tecleando instrucciones en verde fluorescente. También fue muy importante la apariencia estética; desde luego el Mac era mucho más bonito y coqueto que cualquier PC y ambos éramos bastante sensibles a la imagen (yo lo sigo siendo: que me guste estéticamente es un requisito imprescindible para que compre cualquier objeto y, probablemente más importante que otros indicadores de calidad más “objetivos”). Por último quizá pesara también una cierta dosis de pretenciosa voluntad de apartamiento de la vulgaridad que representaban los PC. Ya desde esos remotos tiempos “ser de Mac” confería una cierta aura elitista con alusiones bohemias y artísticas.
Elton John - Pinball Wizard (Tommy soundtrack, 1975)
fichas perforadas, chaval, yo he trabajado sin PC con un gigantesco ordenador de la Universidad con fichas perforadas...aquellas matrices de datos; es como si hubiera hecho la tésis doctoral con punzón (estilo) y arcilla
ResponderEliminarEs bonito este bicho, dan ganas de apretarle las teclas.
ResponderEliminarSí, un cuarto enorme al que no se podía entrar sin blusa y gorro de plástico, tipo gorro de ducha; una nueva profesión con gran futuro, perforador, que resultó ser la más efímera de todos los tiempos; un ruido espantoso; el gran orgullo de la empresa para la que trabajaba yo. Ja.
ResponderEliminarUn vecino mío tenía una empresa de ordenadores de aquellos antiguos en largas salas refrigeradas, con 200 curritos empleados, fichas perforadas, ruido, etc.
ResponderEliminarEl tío tenía fichada a casi toda España porque le encargaron el Censo... Tenía acceso a cuentas corrientes bancarias y datos personalísimos de los ciudadanos... Qué corte.
Surgió de la nada, de informaticucho: se enriqueció de la noche a la mañana, yates. coches millonarios, creó una urbanización en unos terrenos baldíos...... y se fue al carajo.
Miros, mo suena mucho lo del Espectrum (de mi hijo-niño entonces), el Commodore... etc.
Entonces aún curraba (cine publicitario) y ni siquiera había entrado en este mundo.
De ahí mi retraso 'informático'. Mi tiempo libre lo dedicaba a la lectura, 'el amor y sus derivados'.
Me esfuerzo pero soy muy torpe para esto.
¡Qué gracia me ha hecho este post!
C.C y Lansky: Os traen recuerdos la mención a las tarjetas perforadas, ya veo ....
ResponderEliminarEmma: Críptico comentario que parece preñado de dosbles y hasta triples intenciones.
Grillo: Por motivos profesionales a mí me ha tocado ir acompañado de los ordenadores a medida que estos progresaban y casualmente mi vida laboral ha ido en paralelo con la aparición y evolución de estos bichos. Una mera coincidencia.