Applemania (3)
Me había quedado pues en el año 1993, más o menos (esto se está convirtiendo en una autobiografía jalonada por mis ordenadores Apple), cuando el en Cabildo de Tenerife se generalizó Windows –creo recordar que la versión NT 3.1– y empezamos a trabajar en red. Lo que me pareció asombroso entonces (y me lo sigue pareciendo) es que con lo tiquismiquis que son los norteamericanos con los asuntos de copyrights, se admitiera en el mercado una mala copia del sistema operativo de Macintosh. De hecho, compruebo ahora en la wiki que desde su inicio, en 1985, (versión 1.0) Windows se desarrolló para competir con el Mac OS y hubo de esperar siete años hasta tener éxito. Apple sí que demandó a Microsoft (y también a Hewlett-Packard) en la primavera de 1988 por copia descarada de bastantes elementos de apariencia visual y manejo que no estaban incluidos en la licencia de 1985 en la que Apple autorizaba a Microsoft a incorporar a Windows determinadas características del Mac OS. La batalla legal duró siete años (tiempo que aprovechó Gates para consolidar el Windows en posición de cuasimonopolio) y, como era de esperar porque la justicia no siempre triunfa, ganaron los “malos”. Naturalmente, ni unos eran tan malos (los chicos de Gates) ni otros tan buenos y quizá lo que ocurrió valió para generalizar en el desarrollo de la informática el enfoque original de Apple de la interfaz intuitiva y, a la larga, eso ha sido bueno, supongo. No obstante, también es un significativo ejemplo de lo relativos que son los derechos de autor y cómo, si los intereses son los suficientemente poderosos, se desprecian olímpicamente con todas las bendiciones judiciales que sean menester. Pero, en todo caso, nada de esas guerras conocía yo entonces, y aunque acepté usar los PC bajo Windows en el trabajo (contento de haberme escaqueado del MS DOS) seguí fiel en mi vida personal a los Mac. Y a esas alturas, casi mediados los noventa, las razones eran ya más de orden sentimental que prácticas, pues aunque seguía pensando que los Mac eran mejores (por ejemplo, no se “colgaban” nunca), la verdad es que, dado el uso al que dedicaba los ordenadores, las famosas ventajas diferenciales, relativas especialmente a los aspectos gráficos, no las aprovechaba apenas y, en cambio, tenía que sufrir los inconvenientes de la incompatibilidad con la mayoría de los usuarios, máxime en la isla remota en la que vivo.
A principios de 1994 adquirí mi primer ordenador en color, un LC-II. Lo compré por capricho ya que no lo necesitaba para nada. Una tarde que estábamos mi mujer y yo haciendo la compra en el Alcampo de La Laguna (era el único hiper de Tenerife, todavía de reciente apertura, y durante unos años fuimos clientes) vi que vendían a unas 200.000 pesetas esos Mac. Me pareció contradictorio con la estrategia elitista de Mac (no sabía que por aquellos años Apple vivía una profunda crisis que la estaba llevando a replantearse muchos de sus “principios”), máxime cuando el precio era bastante asequible para lo que costaban los ordenadores de la época (LC significaba, precisamente, Low Cost). O sea que me lo compré aunque (de eso no me enteré entonces) el aparatito ya estaba bastante desactualizado y no sería de los más exitosos de la marca; de hecho, para entonces ya se había interrumpido la producción del modelo y sus diversas variantes. El LC II venía ya con el sistema 7 de Mac que supuso una notable ampliación de la operatividad de estas máquinas y, sobre todo, abrió mucho las posibilidades para la intercomunicabilidad con los PC. Creo recordar que sería por entonces cuando empecé a poder trabajar un mismo fichero (normalmente de texto) en el ordenador de la oficina (PC) y seguir luego completándolo en casa con el Mac. El "espléndido aislamiento" de los maqueros presentaba ya sus primeras fisuras, pero es que la presión poco a poco iba imponiendo sus exigencias.
A principios de 1994 adquirí mi primer ordenador en color, un LC-II. Lo compré por capricho ya que no lo necesitaba para nada. Una tarde que estábamos mi mujer y yo haciendo la compra en el Alcampo de La Laguna (era el único hiper de Tenerife, todavía de reciente apertura, y durante unos años fuimos clientes) vi que vendían a unas 200.000 pesetas esos Mac. Me pareció contradictorio con la estrategia elitista de Mac (no sabía que por aquellos años Apple vivía una profunda crisis que la estaba llevando a replantearse muchos de sus “principios”), máxime cuando el precio era bastante asequible para lo que costaban los ordenadores de la época (LC significaba, precisamente, Low Cost). O sea que me lo compré aunque (de eso no me enteré entonces) el aparatito ya estaba bastante desactualizado y no sería de los más exitosos de la marca; de hecho, para entonces ya se había interrumpido la producción del modelo y sus diversas variantes. El LC II venía ya con el sistema 7 de Mac que supuso una notable ampliación de la operatividad de estas máquinas y, sobre todo, abrió mucho las posibilidades para la intercomunicabilidad con los PC. Creo recordar que sería por entonces cuando empecé a poder trabajar un mismo fichero (normalmente de texto) en el ordenador de la oficina (PC) y seguir luego completándolo en casa con el Mac. El "espléndido aislamiento" de los maqueros presentaba ya sus primeras fisuras, pero es que la presión poco a poco iba imponiendo sus exigencias.
Warren Zevon - Splendid Isolation (Genius, the best of Warren Zevon, 2002)
En todo caso, por ese tiempo, la estrella de los Mac eran los de la serie Quadra, en especial el 900, un maquinón “en torre” (apartándose de la tradicional compacidad de los ordenadores de Apple y asimilándose más a los compatibles) con Memoria RAM ampliable hasta la inconcebible cantidad (por aquella época) de los 256 Mb. Pero claro, aunque no dejaba de ser un deseo secreto, el precio era excesivo para mí (rozaba el millón de pelas, creo recordar), máxime cuando ciertamente no necesitaba para nada una potencia tan tremenda. Por eso el LC que me compré no fue más que un pobre sucedáneo de mis verdaderas apetencias. Pero no pasó demasiado tiempo sin que me decidiera a conseguirme un Mac “más profesional”, un Power Macintosh, la nueva serie basada en unos nuevos procesadores (los PowerPC) que sustituían a los Motorola que siempre había usado Apple. Esta vez si estaba a la última porque se trataba del PowerMac 7600/132 con 4 Mb de RAM y 1,2 GB de disco duro (me impresionó la dimensión de la memoria de almacenamiento, así que al Disco Duro lo llamé Goliat). Lo compré en Madrid, en el K-tuin que había (no sé si ahí seguirá) en la calle Orense, por casi setecientas mil pesetas, incluyendo algunos accesorios entre los que destacaba mi primer modem. ¡Me iniciaba en el mundo balbuceante todavía de la comunicación remota, de algo que se llamaba Internet! Tenía un maquinón que ya jubiló a los otros (los dos compactitos, el portátil negro que palmó y el LC, que se lo apropió mi mujer para gastar horas con los Lemmings, un jueguecito que le entusiasmaba) y que lo seguiría usando hasta el 2004: 8 años, una duración más que respetable en el caso de un ordenador, máxime en esos años de cambios acelerados. La razón es que, por más que con ese monstruito hubiese podido, como ingenuamente me había propuesto, meterme a aprender cosillas de edición de imagen, sonido y video, lo cierto es que apenas lo usaba más que para llevar la contabilidad, escribir y, sobre todo, “navegar” en la red, una red que por ese tiempo era muy muy pequeñita y a la que había que acceder a través de servidores individuales que a estas alturas imagino que habrán desaparecido en su mayoría. Yo me conectaba a través de un número de costo limitado (durante la conexión se bloqueaba la línea, claro) que me llevaba a los servidores de Arrakis. La verdad es que en Internet había poca sustancia pero en cambio pasaba bastantes horas leyendo y participando en los foros de una BBS llamada Sendanet, seguramente la mejor de esos años para los maqueros. Allí, aparte de encontrarte con gente estupenda que te resolvía cualquier dudad técnica, se montaban debates apasionados sobre distintos asuntos. Fue mi primera experiencia de “contactos virtuales”, llegando a conocer a personas muy interesantes, a algunas de las cuales pude visitar en un viaje que hicimos a Bilbao allá por el 99.
Como digo, durante la segunda mitad de los noventa estaba yo encantado con mi Power Macintosh, aunque no le sacara todo el provecho, mientras los restantes Macs se iban arramblando por diversos sitios pues ni a mi mujer ni a mi hijo les interesaban. Ellos eran de PC: mi mujer porque eran los que había usado en su trabajo, y el chico, cuando empezó, porque casi todos los juegos que le interesaban corrían en compatibles. No tenía pues ninguna intención de comprar un nuevo Mac cuando Apple sacó el iMac, el producto que volvió a poner a la compañía de la manzana mordida de nuevo en primera línea (por cierto, Steve Jobs había vuelto hacía algunos meses tras su aventura en NeXT). El nuevo iMac G3 recuperaba el espíritu de los viejos Macs (el 128, el Plus, el Classic) ya que volvía a ser un aparatito pequeño (no tanto, claro, la pantalla era de 15”) y compacto. El diseño era espectacular, sorprendente, muy divertido; y frente a la uniformidad del beige tradicional (o de los blancos, negros y/o grises de los PCs) el iMac se presentaba en un montón de colores vivos. Podéis imaginar que piqué el anzuelo; en mi caso alentado por motivos nostálgicos pero hubo muchísimos para quienes este “juguetito” fue su primera incursión en los Mac. Se anunciaba como el mejor ordenador para navegar por Internet (que empezaba a ser lo bastante popular), además de tener unas prestaciones bastante aceptables (de hecho, con 32 MB de RAM y 4GB de disco duro le daba un serio revolcón a mi PowerMac, que ya no me parecía tan imponente). Así que, después de unas cuantas dudas, hacia mediados de 2000 lo compré, pero no para mí, sino como regalo a mi mujer, para que pudiera empezar con Internet y hacer sus cosas (además de seguir jugando a los Lemmings). Como dato curioso diré que, si bien todavía los ordenadores seguían siendo caros, sus precios estaban ya en franca aceleración descendente; el iMac me costó poco más de 1.000 €, menos del 25% de lo que pagué por el Power Macintosh apenas cuatro años antes. El modelo básico actual del iMac (que poco se parece al que me estoy refiriendo) con 4 GB de RAM y 500 GB de disco duro cuesta más o menos lo mismo.
Visto ahora, el regalo del iMac a mi mujer pudo ser un intento frustrado de acercarla a mi mundo. Verdad es que lo usó durante un par de años, pero finalmente pidió un PC, en el que poder correr los programas para jugar al bridge a través de la red (el bridge, que fue una actividad iniciada en común se convirtió enseguida en un elemento más que nos separaba). Así que compramos un Compaq portátil y arramblamos el iMac que, tras la separación, pasó a engrosar mi colección de aparatitos de Macintosh. Colección que todavía no he terminado de relacionar, pero dejo la continuación para un próximo post, que éste ya se me ha hecho demasiado largo (e imagino que muy poco interesante para mis lectores).
Como digo, durante la segunda mitad de los noventa estaba yo encantado con mi Power Macintosh, aunque no le sacara todo el provecho, mientras los restantes Macs se iban arramblando por diversos sitios pues ni a mi mujer ni a mi hijo les interesaban. Ellos eran de PC: mi mujer porque eran los que había usado en su trabajo, y el chico, cuando empezó, porque casi todos los juegos que le interesaban corrían en compatibles. No tenía pues ninguna intención de comprar un nuevo Mac cuando Apple sacó el iMac, el producto que volvió a poner a la compañía de la manzana mordida de nuevo en primera línea (por cierto, Steve Jobs había vuelto hacía algunos meses tras su aventura en NeXT). El nuevo iMac G3 recuperaba el espíritu de los viejos Macs (el 128, el Plus, el Classic) ya que volvía a ser un aparatito pequeño (no tanto, claro, la pantalla era de 15”) y compacto. El diseño era espectacular, sorprendente, muy divertido; y frente a la uniformidad del beige tradicional (o de los blancos, negros y/o grises de los PCs) el iMac se presentaba en un montón de colores vivos. Podéis imaginar que piqué el anzuelo; en mi caso alentado por motivos nostálgicos pero hubo muchísimos para quienes este “juguetito” fue su primera incursión en los Mac. Se anunciaba como el mejor ordenador para navegar por Internet (que empezaba a ser lo bastante popular), además de tener unas prestaciones bastante aceptables (de hecho, con 32 MB de RAM y 4GB de disco duro le daba un serio revolcón a mi PowerMac, que ya no me parecía tan imponente). Así que, después de unas cuantas dudas, hacia mediados de 2000 lo compré, pero no para mí, sino como regalo a mi mujer, para que pudiera empezar con Internet y hacer sus cosas (además de seguir jugando a los Lemmings). Como dato curioso diré que, si bien todavía los ordenadores seguían siendo caros, sus precios estaban ya en franca aceleración descendente; el iMac me costó poco más de 1.000 €, menos del 25% de lo que pagué por el Power Macintosh apenas cuatro años antes. El modelo básico actual del iMac (que poco se parece al que me estoy refiriendo) con 4 GB de RAM y 500 GB de disco duro cuesta más o menos lo mismo.
Visto ahora, el regalo del iMac a mi mujer pudo ser un intento frustrado de acercarla a mi mundo. Verdad es que lo usó durante un par de años, pero finalmente pidió un PC, en el que poder correr los programas para jugar al bridge a través de la red (el bridge, que fue una actividad iniciada en común se convirtió enseguida en un elemento más que nos separaba). Así que compramos un Compaq portátil y arramblamos el iMac que, tras la separación, pasó a engrosar mi colección de aparatitos de Macintosh. Colección que todavía no he terminado de relacionar, pero dejo la continuación para un próximo post, que éste ya se me ha hecho demasiado largo (e imagino que muy poco interesante para mis lectores).
Eres un friki... :)
ResponderEliminar¿Friki, yo? ¿Y tú me lo dices, Jesús? No me hagas hablar, no me hagas hablar ... :)
ResponderEliminarPues a mi si me gusta... Quizás me recuerda mis primeros escarceos con los computadores, cuando tener un Spectravideo de 128 kb era lo más, quizás porque a lo mejor el friki soy yo. (Y eso que nunca fui de Apple)
ResponderEliminarMe gusta mucho el imac G3, hoy despues de 10 años compre uno de segunda mano a un bajo precio, y lo uso mas que mi ordenador con windows vista, este comentario lo escribi usando mi G3.
ResponderEliminarWow! la primera iMac, recuerdo que cuando salió yo le pedí a mi mamá que la comprara, yo era un niño, la verdad esa maquinita colorida me RE-ENCANTABA! pero al final mi mamá compró un PC y los siguientes ordenadores que tuve fueron PCs también, pero está por cambiar, ahora ya no soy un niño y puedo ir por esa bellísima MacBook Pro Retina Display de 15 pulgadas!!!
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