domingo, 9 de agosto de 2015

Otro texto prescindible sobre el sexismo en el español

Me gustaría saber quién –y cuándo y en qué circunstancias– fue el primero (probablemente la primera) en emplear la ya consagrada (parece) duplicación de los nominativos personales en masculino plural, a quién se le ocurrió por primera vez decir en público “ciudadanos y ciudadanas” o el término originario que fuera. Me pregunto si los estudiosos de la evolución del lenguaje habrán guardado registro de esos primeros balbuceos de innovación o tal vez, en lo que sería culposa omisión de profesionalidad, no les dieron importancia pensando que se trataba de una ocurrencia estúpida sin ninguna posibilidad de consolidarse en el habla cotidiana. Lo cierto es que no encuentro ningún estudio sobre este episodio reciente de la evolución de nuestro idioma, y mucho menos los nombres propios de los esforzados y esforzadas adalides (¿y adalidas?) de esta cruzada reivindicativa contra el deleznable sexismo implícito en el castellano (y también en el catalán, ya que el proceso ha sido absolutamente mimético). Como es obvio, de nada vale el argumento académico de que en español el masculino plural comprende genéricamente ambos sexos. Porque la crítica profunda no apunta, como erróneamente piensan algunos, a que en el término “ciudadanos” no se incluyan las ciudadanas, sino a que el hecho de que el plural omnicomprensivo sea en masculino revela la irrelevancia histórica (mientras se formaba el lenguaje) de las mujeres. Es decir, por mucho que, en efecto, al decir “ciudadanos” nos refiramos indistintamente a los ciudadanos y ciudadanas según establecen los manuales de la lengua, lo cierto es que tal convención normativa surgió cuando esos términos colectivos aludían a un conjunto formado exclusivamente (o muy mayoritariamente) por hombres. Y esa discriminación originaria sigue vigente en el subsconsciente de los hablantes –sostienen los cruzados contra el sexismo– como prueba que inevitablemente la imagen primera que nos viene a la cabeza al escuchar un plural genérico sea la de un grupo de hombres; sólo en un segundo paso mental hacemos la traducción al significado canónicamente correcto. Abundando en la tesis, para referirse a los colectivos que tradicionalmente han estado formados casi exclusivamente por mujeres –las enfermeras, por ejemplo– no parece funcionar del todo bien el empleo del plural genérico en masculino.

Reconociendo (porque me parece indiscutible) que la elección histórica del masculino para el plural genérico tiene sus orígenes en una discriminación social contra las mujeres, no me parece que éste sea un argumento válido para la actual duplicación de los genéros, salvo que se entienda como resarcimiento de  injusticias del pasado. En cambio, sí me parece más relevante la crítica que subyace en esta moda que ya no lo es tanto: que por más que “normativamente” el masculino plural tenga un significado genérico, connota de hecho en los usuarios del lenguaje la misma discriminación sexista que le dio origen. Ciertamente, pese a ser redundante, incómoda y, sobre todo, fea, la duplicación cumple eficientemente su función de expresar sin ambigüedades que el hablante se está refiriendo a los dos sexos. Además –añaden algunos– es “ideológicamente” neutra, no supone ningún trato de favor hacia uno u otro género (salvo, en todo caso, la primacía del masculino por ser el que se enuncia habitualmente en primer lugar). De hecho, sin embargo, en la gran mayoría de los casos, lo que se está haciendo es enfatizar que en el colectivo del que se habla hay mujeres, reivindicando su visibilidad diferenciada que no estaría suficientemente garantizada en el plural genérico. Simétricamente, claro, se hace lo mismo con los hombres, de modo que el término colectivo pierde unidad conceptual para estar siempre formado por dos colectivos, uno de cada sexo. Dicho de otro modo: la condición sexual se erige como lo más relevante, negándole al lenguaje la posibilidad de disolverlo en un término que no la tenga en cuenta. Si queremos referirnos con una sola palabra al conjunto de los ciudadanos (y ciudadanas) habremos de decir “la ciudadanía”, aunque esta palabra no funciona del todo bien en las arengas políticas. Lo malo es que la mayoría de conceptos colectivos (los que según la RAE se expresan en masculino plural) carecen de un equivalente a “ciudadanía”: ¿Cómo nos referimos a los españoles y españolas con una sola palabra en la que no queramos reflejar la división en dos sexos? Así pues, resulta que romper la connotación masculina que todavía hoy implica el uso del plural genérico mediante la solución de la duplicación conduce a una priorización de la división sexual, a una insistencia explícita (y machacona) en la diferenciación que, a mi modo de ver, parece un camino erróneo para evitar –en el ámbito lingüístico– la discriminación. Tíldeseme de ingenuo, pero quizá lo más deseable sería que no fuera necesario especificar el sexo al referirse a un colectivo, sino la cualidad común de personas de todos sus integrantes.

Dije antes que tengo curiosidad por saber si esta reciente evolución del lenguaje está siendo objeto de atención por los estudiosos, dando por sentado que se trata de una evolución real, de lo cual todavía no hay pruebas sólidas. Lo único que de momento podemos constatar es que se ha impuesto en un sub-lenguaje muy concreto, el de los políticos en sus declaraciones públicas (sea en mítines, entrevistas, tertulias, etc). Sin embargo, no conozco todavía a nadie que en su lenguaje cotidiano (hablando con los amigos, en su casa, etc) duplique el plural en los dos géneros; todos, incluyendo a los políticos, usan invariablemente el plural genérico. Así que a lo que estamos asistiendo es a un divorcio entre el lenguaje normal (el de la gente, el que realmente importa) y el que usan los personajes públicos cuando hablan en público. Pero no desdeñemos su importancia, porque la historia contiene numerosos ejemplos de la popularización de términos y formas de uso que originariamente estuvieron limitadas al lenguaje de las élites. A fuerza de bombardearnos con la duplicación, ¿lograrán los políticos que el español pierda el significado genérico del masculino plural? Desde luego, si ocurre, habrán de pasar muchos años, de desaparecer las generaciones que hemos aprendido el lenguaje con esta convención normativa; y durante ese largo periodo, los cruzados de este cambio lingüístico no habrán de desmayar en sus esfuerzos. Por tanto, a quienes desean que esta muestra de discriminación sexista sea definitivamente erradicada del español les recomiendo mucho tesón, sin que les desanime la certeza de que no podrán ver su victoria. De otra parte, han de saber que luchan contra uno de los factores más presentes entre los que dirigen la evolución lingüística, que es el de la simplificación. Evidentemente, es mucho más sencillo decir los ciudadanos que duplicar el sustantivo en los dos géneros; y no digamos si esta duplicación se aplica con rigurosa coherencia (“los ciudadanos y ciudadanas estamos hartos y hartas de unos políticos y políticas que no nos representan”). En fin, que veo muy difícil que en un futuro nuestros descendientes hablen así de forma espontánea.

A lo peor es que los desconocidos innovadores lingüísticos por quienes me preguntaba en el primer párrafo se equivocaron de táctica para lograr su objetivo de acabar con la discriminación sexista del español. Más acertada me parece otra que también ha alcanzado bastante difusión; me refiero a la sustitución de la desinencia del masculino plural por otra nueva para denotar los colectivos de ambos sexos. Se trata del joven símbolo de la arroba (@); la verdad es que la elección es bastante acertada formalmente, porque el signo integra adecuadamente las imágenes de la a y de la o, las dos vocales que en español corresponden en la mayor parte de las palabras a los géneros femenino y masculino. Obviamente, se trataría de una nueva vocal, lo cual ofrece una ventaja añadida, que es la de que puede funcionar también en el singular genérico. Por ejemplo, cuando queremos expresar que “el ciudadano español está harto de los políticos” evitando toda discriminación sexista, en vez del incómodo “el ciudadano y la ciudadana español y española está harto y harta de los políticos y de las políticas”, usaríamos el mucho más elegante (y corto) “el ciudadan@ españ@l está hart@ de los polític@s”. Con un poco de práctica dominaríamos la nueva convención que tendría la ventaja de que aumenta el grado de precisión del lenguaje, permitiéndonos diferenciar –cuando usamos el masculino, tanto singular como plural– si nos referimos a ambos sexos o sólo a los hombres. El problema, claro, es que todavía no hemos acordado cómo pronunciar esta nueva vocal, lo que hace que esta solución esté de momento limitada al lenguaje escrito. Quizá debería sonar como una especie de intermedia entre la a y la o, al estilo de esas vocales híbridas con las que cuentan otros idiomas y que a nosotros nos cuenta tanto identificar correctamente. Así, ciudadan@s se pronunciaría más o menos como ciudadanoas. Naturalmente, la lógica gramatical obligaría a que esta vocal neutra no sustituyera sólo a las aes y oes sino que apareciera siempre en un artículo, sustantivo o adjetivo cuando quiera usarse con significado genérico (por ejemplo, l@s español@s que se leería loas españoloas).

Una opción que hasta ahora no había conocido es la más radical de sustituir el plural masculino genérico (o el singular masculino también genérico) por el femenino. Si las reglas convencionales del castellano hacen que los ciudadanos sea igual a los ciudadanos y las ciudadanas, compensemos esa discriminación sexista originaria y convengamos a partir de ahora de que esa igualdad sea respecto de las ciudadanas. Naturalmente, la nueva solución es merecedora de exactamente las mismas críticas que la actual: se basa en una discriminación. Pero esta discriminación, al ser contraria a la tradicional (y todavía presente) adquiere un valor positivo, se convierte en una especie de denuncia, de provocación. Imaginemos que leemos “la institución que dejó mayor huella en la historia de posguerra ya no se encuentra entre nosotras” o “la lectora atenta habrá notado que falta algo importante en esta historia de crecimiento y crisis”. De entrada nos invade el típico desconcierto de toparte con algo que no es lo que se supone que debe venir, aunque enseguida entendemos que esos anómalos (e incorrectos desde la norma) femeninos tienen el valor semántico del genérico. Pero ciertamente el recurso interrumpe el flujo natural de la lectura, nos obliga a prestar atención –y quizá hasta a cuestionarnos– al género de los sustantivos genéricos. Como digo, nunca me había encontrado con esta opción hasta hace unos días en que apareció misteriosamente el libro de Varoufakis que, comprado hace tres meses, había decidido esconderse por una temporada. Pues bien, en el ejemplar de que dispongo (Capitán Swing Libros, 2013) los nombres genéricos aparecen en femenino (aunque no siempre). Teniendo en cuenta que el original es en inglés y que en este idioma los nombres carecen de género (reader) achaco esta excentricidad a los traductores, Celia Recarey y Carlos Valdés. Lamentablemente, no hay en el libro ninguna nota de los traductores que aclare sus intenciones. Aunque tampoco le auguro mucho futuro a esta propuesta de cambio del discriminatorio castellano, he de confesor que preferiría que los políticos sustituyeran el irritante ciudadanos y ciudadanas por el ciudadanas a secas. Total, no habría de ser el sentido del ridículo lo que les coartase.

 
No way to treat a lady - Bonnie Tyler (Secret Dreams and Forbidden Fire, 1986)

7 comentarios:

  1. Bien planteado, Miros. No debemos olvidar que los políticos están adiestrados en el arte de hablar mucho y decir muy poco, de modo que son ejemplos muy poco ejemplares o incluso perniciosos del uso del lenguaje.

    En mi opinión se trata de elegir entre lo políticamente correcto y lo gramaticalmente correcto (de momento). Parecen incompatibles aunque ambas son deferencias, formas de cortesía, de educación en sus varias acepciones. La primera opción tiene un componente hipócrita y, para mí, ñoño y cursi e implica la decisión de convertir el lenguaje en, para mí, banal y limitado campo de batalla contra el sexismo, como suele suceder con lo políticamente correcto; la segunda responde más bien a primar la defensa de la economía y del uso consensuado del idioma como forma de comunicación ’común’. Entendernos es una forma de cortesía.

    Por otra parte, el sexismo, y más concretamente el machismo, es como el daltonismo, la hemofilia y otras enfermedades ligadas al sexo: la suelen padecer los hombres, pero la transmiten las mujeres, concretamente las mamás de los machistas.

    P.D.- Yo también noté, como no podía ser menos, el uso del femenino plural en el libro de Varoufakis, no me gustó, me desconcertó, aunque tampoco le di mayor importancia. El libro en su conjunto, traducción incluida, me decepcionó

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    1. Totalmente de acuerdo con lo que dices, Lansky.

      En cuanto a la postdata, no he acabado todavía el libro (lo empecé a leer el sábado después de que reapareció misteriosamente sobre la cómoda de mi habitación, totalmente a la vista, después de haberse escondido durante varias semanas). Sin embargo, de momento, me está gustando, al menos en el análisis histórico de lo que ha ocurrido y por qué en la economía mundial durante el último siglo; creo que aporta un enfoque y resalta aspectos que no suelen contarse. Eso sí, la traducción es bastante mala, más allá de la anécdota del femenino (plural y también singular, por cierto).

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  2. En el blog Historias de España, un comentarista decía que fue cosa de Ibarretxe. El contexto, explicaba el comentarista, fue esa tendencia del nacionalismo vasco a equiparar la situación del País Vasco dentro de España a aquella de Irlanda cuando era parte del Reino Unido. Continuaba explicando que la constitución irlandesa empieza con un IRISHMEN AND IRISHWOMEN. No obstante, esto es erróneo, así comienza la Proclamación de la República Irlandesa, que enlazo a continuación:

    http://www.firstworldwar.com/source/irishproclamation1916.htm

    El comentarista finalizaba con que fue la "progresía" quien se subió a esta manía de Ibarretxe, que a su vez la copiaría de la susodicha proclamación. Como mínimo, es cierto que algunos documentos legales históricos creados con la intención de lograr la máxima atención de los ciudadanos empezaban con esta reduplicación del vocativo. De hecho, hay más expresiones que nos llevan a decir que, en contra de lo que dices, el lenguaje político ha tendido desde hace tiempo a reiteraciones innecesarias, como por ejemplo ocurre con la cacareada “todo hombre, mujer y niño” (“every man, woman and child”), la cual, como demuestra el siguiente enlace, se usa como mínimo desde la Segunda Guerra Mundial. Tanto da decir “cada uno” o “la gente”.

    https://www.nh.gov/nhsl/ww2/ww54.html

    ¿Conclusiones? Retórica. Es un estilo retórico que, quizás, pase al lenguaje (lo dudo horrores). No es raro, ni mucho menos. Pensad en “Puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez, clásico de tantos chistes. ¿En serio me vais a decir que este señor no podría haberse bastado con decir “prometo”? Las extrañas expresiones de nuestros políticos son una manera de tantas para llamar la atención.

    P.D: Tenéis suerte de no conocer Twitter. La última moda del genérico neutro es usar la e. Como lo leéis, supongo que porque los adjetivos finalizados en e suelen ser comunes (y -es el plural de adjetivos comunes acabados en consonante como sutil). Así, escriben que "les ciudadanes son dueñes de sus destinos" y se quedan tan panchos.

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    1. Muy interesantes tus aportaciones, Ozanu. Parece verosímil que, en efecto, haya sido Ibarretxe quien haya introducido la gracieta en nuestro idioma, en cuyo caso, datará de principios del presente siglo. Lo que me sorprende un tanto es que provenga del inglés, justo un idioma en el que no suelen diferenciarse másculinos y femeninos. Vale, se puede decir irishmen e irishwoman pero no se me ocurre como hacer lo mismo con citizens. Así que quiero pensar que lo que no pasaba de ser una forma de enfatizar limitada a las palabras hombre y mujer (y acaso niños), en España lo hemos desbordado de forma ridícula. Fíjate que decir "todos los hombres y mujeres del país deben esforzarse en este empeño" no suena tan mal como "todos los ciudadanos y ciudadanas ..."

      En cuanto a lo que dices de Twitter (lo conozco pero no lo uso) viene a ser lo mismo que refiero sobre la @ que se puso de moda con idéntica finalidad hace un tiempo. Por lo que cuentas, no logró cuajar y ahora se prueba con la "e". Francamente, ya puestos, me convence más inventar una vocal nueva.

      Pero, como cuento en el post (de hecho fue lo que me motivó a escribirlo), la propuesta más radical es convertir el femenino en el neutro genérico. Eso sí que no lo había visto hasta el libro de Varufakis: una lo lee y se queda desconcertada. :)

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    2. En realidad, en el inglés hay candentes discusiones sobre el sexismo en el lenguaje, por increíble que parezca. Primero, hay quien rechaza el uso de la palabra "man" en el mismo sentido que se rechaza "hombre". El problema es que la palabra "man" ya está en "woman":

      http://www.etymonline.com/index.php?term=woman

      Así, ciertas feministas han llegado a escribir "womyn" y similares para no usar "man" (ni "men"). El otro tema son los pronombres, en español no se nota porque podemos elidirlos en nominativo, pero en inglés singular sólo existe "he" y "she", por lo que a veces se usa "they" aunque sea singular. Entre los transgéneros es muy usual que exijan ser tratados con el pronombre que ellos prefieran.

      Respecto a que suena mejor, pues sí. Quien empezara esto, Ibarretxe u otro, no se dio cuenta de que su pleonasmo era para colmo cacofónico, pues crea un "eco" molesto. En el fondo, es muy probable que esto empezara por un calco muy poco acertado del inglés, que para denotar el sexo (o identidad de género) es más bien aglutinante.

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  3. La idea de que las estructuras gramaticales sean insidiosos vehículos para propagar subliminalmente el machismo; y de que para combatir el machismo haya que forzarlas, diciendo gilipolleces (y gilipollezas) y poco menos que avergonzando a los que nos empeñamos en hablar bien me parece un típico fruto de una mentalidad policíaca e inquisitorial. Todas las revoluciones, en cuanto consiguen librarnos de las cadenas del antiguo régimen, se apresuran a sujetarnos con las del nuevo; y esto sucede porque todas ellas se basan en el ardiente celo de peligrosos gilipollas que buscan enemigos escondidos hasta debajo de las piedras y hasta detrás de las desinencias morfológicas. Asco me dan.

    Personalmente, lo siento, hace años que aplico una regla que hasta ahora no me ha fallado jamás. Cada vez que oigo o leo a alguien utilizar los dos géneros para referirse a un colectivo, lo clasifico provisionalmente como un imbécil o como un sinvergüenza. Ni en un solo caso he dejado de constatar que, efectivamente, es alguna de las dos cosas. En bastantes he comprobado que era las dos.

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  4. Aunque yo no aplico tu misma regla, tiendo a pensar que, en efecto, es acertada.De momento, en todo caso, parece que el fenómeno está limitado a los políticos hablando en público; supongo que lo hacen siguiendo instrucciones, algo así como un libro de estilo.

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