jueves, 21 de abril de 2016

Rogosin (1)

Valozyn es una ciudad hoy bielorrusa cerca de Minsk, la capital. En 1803, Chaim ben Yitzchok, un rabino ortodoxo, fundó allí una Yeshiva (escuela talmúdica) que se convertiría en la más importante del siglo XIX, revolucionando la enseñanza del judaísmo. En 1854, Naftali Zvi Yehuda Berlin pasa a ser el rabino de la Yeshiva que la dirige hasta clausurarla en 1892 ante la presión del gobierno ruso para imponer las enseñanzas laicas. Aunque bajo su dirección la Yeshiva alcanzó su máximo esplendor y fue el alma mater de muy importantes futuros rabinos, también es cierto que hubo de enfrentarse (y ser derrotado) ante dos tendencias contrarias: de un lado la progresiva secularización del judaísmo, concretado en la Haskalá, de otra parte, el creciente semitismo en los territorios del imperio ruso. Visto a toro pasado, la pretensión de los ilustrados de "salir del gueto" e integrarse con los gentiles en cada comunidad nacional se demostró una estrategia fracasada; el antisemitismo, al fin y al cabo, los prefería diferentes para poderlos separar del resto de la población, evitando la contaminación. De hecho, durante la Primera Guerra Mundial el ejército polaco ocupó la ciudad y organizó campañas contra los judíos. En 1941, durante la Segunda, Valozyn fue bombardeado, capturado e incendiado en su mayor parte por los alemanes; los 3.500 judíos que vivían en la ciudad fueron prácticamente aniquilados. Los pocos sobrevivientes, una vez liberados por la tropas soviéticas, regresaron a la ciudad y casi todos fueron asesinados por sus vecinos. Hoy en día, en el lugar que fue la capital del judaísmo ortodoxo durante el siglo XIX no debe residir casi ningún judío.

Naftali Zvi Yehuda Berlin
Antes del principio del fin, en 1890, Naftali Zvi Yehuda Berlin envió a uno de sus fieles a Estados Unidos a recolectar fondos para sostener la Yeshiva. Este hombre, que por entonces tendría unos treinta y cinco años, se llamaba Samuel Eliezer Ragozin, estaba casado con Hanna y tenía tres hijos, Sarah, Bessie, Israel y Rachel. No sé nada de lo que hizo Samuel los primeros años en Estados Unidos, casi con toda seguridad en Nueva York (y con toda probabilidad en Brooklyn) que era el destino preferido de la inmigración judía de los residentes en Valozyn, que ya llevaba unos pocos años. Elucubro que a lo mejor, durante los primeros años, Samuel podría estar yendo y viniendo entre América y Rusia, una especie de enlace entre la incipiente comunidad neoyorkina y el centro espiritual de origen, un repatriador de los escasos fondos que pudieran aportarle. También es una suposición el que se fuera convenciendo de que en Valozyn no había casi futuro y que lo que le convenía era construirlo al otro lado del charco. El caso es que en 1895 funda un pequeño taller textil en Brooklyn y enseguida manda venir a su familia (en Estados Unidos nacerían dos más, Dinah y Harry). Hay que decir que el sector de la confección en la época del cambio de siglo estaba creciendo desmesuradamente en Nueva York, copado en altísima proporción por los judíos. En paralelo, se iba asentando un fuerte contingente inmigratorio judío, proveniente mayoritariamente del Este de Europa (muchos que escapaban de los progromos del antisemitismo ruso).

Israel Rogosin en Israel
Aunque ciertamente Samuel demostró excelentes dotes empresariales y en pocos años logró hacer que floreciera su negocio manufacturero, le podía más la vocación religioso-pedagógica y hacia 1903 decidió dedicarse por completo a la dirección de una Yeshiva, probablemente de las primeras que se crearían en Brooklyn. La dirección del taller, que por entonces daba empleo a unos doscientos trabajadores, quedó en manos de su hijo Israel quien solo tenía dieciséis años. El chico superó con creces al padre: amplió la producción y el número de trabajadores, compró nuevas fábricas y se dedicó sobre todo a la fabricación de viscosa (o rayón, fibra textil artificial). A medida que consolidaba su imperio industrial, Rogosin, en la tradición de la familia, se volcaba en el apoyo a causas judías. Tras la Primera Guerra, se comprometió financieramente con la Agencia judía por Israel, una de las organizaciones más eficaces del sionismo que contribuyó poderosamente a la creación del Estado judío en 1948. En 1956, para contribuir al desarrollo industrial del joven país y a instancias de su ministro de finanzas, trasladó su principal planta fabril a Ashdod, una ciudad de nueva creación planificada justamente para impulsar el sector secundario israelí. Rozando los ochenta se deshizo de sus acciones dejando un importante complejo corporativo (Beaunit Corp.) que daba trabajo a más de diez mil empleados. Hasta su muerte en 1971 se ocupó sólo de labores filantrópicas: donó mucho dinero a instituciones educativas judías (tanto en los USA como en Israel) y creó el Rogosin Institute, un centro médico sin fines de lucro dedicado al tratamiento e investigación de las enfermedades renales.

Para escribir los tres párrafos anteriores he estado buscando información sobre este hombre en varias webs aunque lo cierto es que tampoco me interesaba demasiado. De quien quería saber más era de su hijo Lionel, cuyo nombre me había saltado en las lecturas que últimamente estoy haciendo sobre Nueva York y los primeros años sesenta. En mis intentos de "ver" con el mayor realismo posible la realidad de un tiempo y un lugar desaparecidos, tiendo a acumular datos a modo de trozos de película congelados, cayendo en la fácil tentación de seguir hacia atrás los múltiples eslabones de la cadena de la historia. Pero bueno, tras este paréntesis autojustificativo y ligeramente pedante, conozcamos un poco a Lionel Rogosin.

Lionel Rogosin
Lionel nace en Nueva York en 1924 y fue el hijo único de Israel y su primera mujer, Ray Epstein, de Milwaukee (con ese apellido, con toda seguridad también judía). Su infancia transcurrió en el barrio acomodado de Port Washington, en Long Island, un vecindario muy distinto del Brooklyn judío y pobre en el que había crecido su padre. Vástago de un capitalista prominente, fue enviado nada menos que a Yale, una de las universidades de la Ivy League que históricamente ha tenido una relación especial (de cierta fascinación) con los judíos. Aún así, por esas fechas Yale, como muchas otras instituciones educativas norteamericanas, mantenía la que se ha llamado "cuota judía" que limitaba el número de judíos que podían ingresar. Probablemente, el dinero de su padre contribuiría a que Lionel fuera aceptado en ingeniería química; la elección de esa carrera obedecía, claro está, al deseo de Israel de que el chico se incorporara al negocio de la familia y le sucediera en la dirección del mismo. Pero, como ocurre con demasiada frecuencia, los hijos se empeñan en contradecir los planes de sus progenitores y decidir por sí mismos la vida que han de llevar (aunque, las más de las veces, más que decidir lo que quieren, deciden lo que no quieren sólo por afán de negación, pero ya se sabe que para madurar, según Freud, hay que matar al padre). La cosa es que nada más graduarse decidió enrolarse en la marina estadounidense para combatir en la Segunda Guerra Mundial (supongo que pasaría poco tiempo porque cuando la Guerra finalizó tenía solo veintiún años). Cuando se licenció, en vez de volver a casa, pasó unos cuantos años recorriendo Europa, Israel (que todavía no existía como Estado aunque estaba a punto) e incluso África. En ese viaje de juventud conoció los terribles frutos de los fascismos europeos (el Holocausto en particular) y de la guerra, así como el apartheid sudafricano; también por entonces adquirió plena conciencia del profundo racismo de su propio país, autoproclamado adalid de las libertades. De vuelta en Estados Unidos ya habían germinado en su interior la amalgama de ideales e inquietudes que le hacían sentirse ideológicamente comprometido con las aspiraciones del cambio social (la izquierda norteamericana de los cincuenta).

Robert J. Flaherty
Decide que será a través del cine como desarrollará su activismo político. Pero primero, antes de poder dedicarse a lo que quiere, ha de trabajar unos años en la empresa de su padre, en la que rápidamente alcanza el cargo de presidente de la división textil. Pero, a la vez, intenta de forma autodidacta adquirir una formación cinematográfica (se consiguió una cámara de 16 mm). Su inevitable referencia es Robert J. Flaherty, autor del primer documental de la historia (Nanook el esquimal, 1922) y cuyo método de trabajo consistía en convivir largo tiempo con los protagonistas de las historias que quería filmar, implicarse en sus vidas. Pero también, y quizá más, por las películas neorrealistas de la época y muy en especial por las de Vittorio De Sica. Por fin, recién entrado en la treintena, dimite de sus cargos ejecutivos e invierte todos sus ahorros (unos 60.000 dólares de la época) en la producción de su primera película, On the Bowery, el por entonces empobrecido barrio del Sur de Manhattan. El documental sigue a Ray Salyer, que después de una dura jornada tendiendo vías del ferrocarril, deambula por el barrio en una especie de descenso a los infiernos. La película fue rodada durante varios meses entre 1955 y 1956 y, pese a tener poco apoyo oficial (eran los años del macartismo) y dificultades en su distribución comercial , ganó el premio al mejor documental en el Festival de Venecia de 1956. Lo cierto es que Lionel pasó a adquirir un notable prestigio, a considerarse uno de los padres y modelos del cine independiente estadounidense y On the Bowery una referencia obligada para los futuros jóvenes realizadores. El reconocimiento a su trabajo (algunos dijeron que mostraba una nueva forma de arte cinematográfico), reforzó la seguridad en sí mismo de Rogosin y lo animó a afrontar un proyecto que llevaba considerando desde hacía tiempo. Pero ya lo contaré en un próximo post.


4 comentarios:

  1. Interesante. Lo ocurrido con los judíos de Valozyn me recuerda a lo que decían los padres de Will Eisner sobre que el Holocausto sólo había sido un progromo un tanto grande.

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    1. Ciertamente, el antisemitismo no es un invento de los nazis, aunque fueran ellos los que se aplicaran con tan sistemática meticulosidad germana a alcanzar la "solución final". Eisner, como hijo de judíos europeos escapados antes de la Primera Guerra, sabía bien lo que decía (el que no sabía que lo había dicho era yo hasta leertelo).

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  2. Muy bien, Miros. Al respecto de los judíos neoyorquinos y el Manhattan de los sesenta que se deterioraba en manzanas enteras (hasta su renacimiento décadas después) hay una novela muy interesante de Edward Lewis Waliant: Los inquilinos de Moonbloom (La historia de un administrador de apartamentos en deterioro acelerado). Ese autor sería un grande hoy, pero murió muy joven.

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    1. No había oído hablar de este Waliant, otro judío y casi de la misma edad que Rogosin, puede que hasta se conocieran. Desde luego, me interesa para mejorar mi "visualización" de lo que era Manhattan en los sesenta, aunque no toda la isla se deterioraba como parece que se cuenta en el libro. Me lo apunto en mi ya delasiado larga lista de lecturas pendientes. Gracias.

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