martes, 7 de noviembre de 2017

El derecho a decidir del pueblo catalán (1)

Este pasado fin de semana he estado intentando descubrir cuáles son los argumentos en los que apoyan los soberanistas catalanes (pero también Podemos y sus confluencias) que el pueblo catalán tiene el derecho a decidir su organización política, incluso el conformarse como Estado. Lo cierto es que no he encontrado tales argumentos. Como ya he analizado en dos posts anteriores, el sujeto del derecho a decidir son los pueblos, esto es, colectivos humanos auto-reconocidos y reconocidos como tales (como pueblos). Aunque ya he dicho que me chirría bastante, podría estar dispuesto a asumir que existe un ente llamado pueblo catalán y que los componentes de ese sujeto colectivo son los ciudadanos residentes en una entidad territorial de naturaleza político-administrativa denominada, en la actualidad, Comunidad Autónoma de Cataluña. Nótese que lo que acabo de decir ya es bastante aceptar, porque supone que el pueblo catalán es ése y que, por tanto, no existe un pueblo ampurdanés, por ejemplo; es decir, los ciudadanos del Ampurdán, en su conjunto, no son sujeto del derecho a decidir su organización política, no tienen derecho a la autodeterminación. O sea –como ya dije en el post anterior– los pueblos existen antes que los individuos que los constituyen (y que, en tanto individuos, son los que llevan a la práctica el ejercicio del derecho colectivo de autodeterminación mediante el acto individual de votar). Habremos de convenir es que todo esto suena un tanto místico (me recuerda ese concepto católico tan bonito del Cuerpo místico de Cristo: al igual que los católicos son miembros de la Iglesia eterna e indivisible en tanto cuerpo místico de Cristo, los catalanes –aunque hayan nacido en Jaén, porque un catalán, como un vasco, nace donde le da la gana– son miembros de esa Cataluña eterna e indivisible). Pero, como digo, aceptemos pueblo catalán como animal de compañía, perdón, como sujeto colectivo del derecho a decidir.

Los derechos, individuales o colectivos, son pactos que resultan de la evolución de los valores de la sociedad y se consagran mediante su reconocimiento en textos jurídicos, nacionales o internacionales. Yo no comparto ese voluntarismo ingenuo de quienes sostienen que los derechos son conclusiones lógicas o naturales. Desde luego, sí creo que hay bases racionales en los derechos (al menos, en la mayoría de ellos) y que desde siempre ha habido personas que, como precursores, han defendido que se reconocieran como derechos los que aún no existían como tales (por ejemplo, los abolicionistas). Pero cualquier derecho, por muy lógico y natural que ahora nos parezca, no pasa a ser tal hasta que está sancionado en algún texto jurídico. Pues bien, es verdad que existe un derecho a la libre determinación de los pueblos proclamado en el artículo 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la Resolución 2200 A (XXI), de 16 de diciembre de 1966 y suscrito por el Estado español en 1977. Ahora bien, ese derecho surgió para posibilitar la autodeterminación de pueblos en situación colonial u oprimidos por las mayorías del Estado en el cual se integran. La Declaración de Viena de 1993 dejó claro que no se puede interpretar este derecho para justificar cualquier acción que menoscabe la integridad territorial de un Estado soberano e independiente que posea un gobierno que represente a todos los ciudadanos sin discriminaciones. De otra parte, distintos trabajos del Comité sobre Asuntos Legales y Derechos Humanos de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa dejan claro que, de momento, el Derecho Internacional no reconoce el derecho a la autodeterminación de pueblos integrados en Estados democráticos europeos. Por tanto, debe decirse con rotundidad que el pueblo catalán no tiene reconocido en ninguna norma ni española ni internacional el derecho de autodeterminación, el dret a decidir.

La reivindicación de ese presunto derecho a decidir tiene su origen –al menos en lo que se refiere al procés (en curso, porque dista de estar acabado como repiten sin cesar diversos “analistas políticos” en las televisiones y radios)– en la manifestación ocurrida en Barcelona en la tarde del sábado 10 de julio de 2010 (más de un millón de asistentes, según los organizadores). Si bien estaba convocada para protestar contra la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba y enmendaba el Estatut aprobado en referéndum, ahí fue cuando bajo el lema Som una nació, nosaltres decidim se arrojó al juego político y, sobre todo, buscando involucrar masivamente a la población, el planteamiento independentista. Pocos meses después, a finales de noviembre de 2010, se celebraron las elecciones al Parlament, con la crisis económica ya en toda su crudeza y una percepción de anticatalanismo en gran parte de la población; estos dos factores fueron, seguramente, los principales en la relevante subida de Convergencia y Unión y el consiguiente acceso de Artur Mas a la presidencia de la Generalitat. En el programa electoral de CiU de aquellas elecciones aparece ya escrito el dret a decidir que, sin embargo, todavía no hablaba expresamente de independencia: “Coherentes en entender Cataluña como una nación y en situar la democracia como un valor absoluto, apostamos por el derecho a decidir para alcanzar las cotas de autogobierno que el pueblo de Cataluña reclama y necesita”. Y también hablaban de que reclamaban la plena soberanía, pero la limitaban al ámbito financiero y proponían el modelo del concierto económico con el Estado.

Pese a esa ambigüedad calculada, en su debate de investidura Mas anunció ya su voluntad de que Cataluña iniciase su propia “transición nacional”; defendió el derecho a decidir pero aseguró que, de momento, no pensaba en convocar un referéndum de autodeterminación sino que se centraría en alcanzar acuerdos con el Estado en materia económica y fiscal. El 25 de julio de 2012, el Parlament aprueba una propuesta del Govern para negociar un nuevo acuerdo de financiación con Madrid. En septiembre, Rajoy rechaza ese modelo, lo que le da pie a Artur Mas para declarar que se había roto la última oportunidad para un encaje de Cataluña en el Estado. En paralelo, durante ese año 2012, el independentismo había ido progresando significativamente y varios entes locales acordaron mociones a favor de la independencia y se declararon “territorios catalanes libres”. La Diada de ese año fue la más multitudinaria hasta la fecha y tuvo por lema Catalunya, nou estat d'Europa. Así las cosas, a iniciativa de CiU y con la presión de Esquerra, el Parlament aprobó el 27 de septiembre de 2012 la Resolución 742/IX sobre la orientación política del Govern, que me parece que es la primera norma legal (aunque se limita a instar al Gobierno de la Generalitat) en la que se “proclama solemnemente el derecho imprescriptible e inalienable de Cataluña a la autodeterminación, como expresión democrática de su soberanía como nación” y, además, ya diciendo con claridad que se abre un proceso para convertirse en un nuevo Estado de Europa.

Ahora bien, en esta Resolución no hay ninguna argumentación para justificar la legitimidad jurídica de ese presunto derecho a decidir. Tal ausencia sumada a que el texto se inicia refiriéndose a los masivos y pacíficos anhelos independentistas de los ciudadanos de Cataluña, pare sugerir que el Parlament asume que el derecho nace del simple hecho de que los catalanes quieren tener ese derecho. Este argumento, a mi modo de ver, es el que subyace en todo el proceso de estos últimos años y, además, ha resultado ser muy eficaz, mucha gente (mucha más de la que quiere que Cataluña sea un Estado independiente) lo ha comprado con convencimiento. Ciertamente, como astutamente repiten hasta la saciedad los líderes catalanes, una vez asumido por todos que Cataluña es un sujeto colectivo, es fácil defender que, como tal, tiene derecho a decidir cómo quiere organizarse políticamente, incluyendo la secesión del Estado. ¿Acaso es lícito en una sociedad democrática obligar a los pueblos de España a estar integrados en el Estado? No voy a entrar ahora a discutir los más que abundantes sofismas que se cuelan en este discurso, aparentemente democrático; lo que me importa es insistir en su tremenda eficacia comunicativa, convence sin demasiado esfuerzo (entra bien) mientras que, por el contrario, explicar sus falacias requiere mucho trabajo. Pero es que, además, lo mismo que he sostenido que los derechos son los que están aprobados en textos jurídicos (y, por tanto, Cataluña no tiene en la actualidad ese dret a decidir que proclaman repetidamente), digo también que, justamente por eso, lo que hoy no es un derecho puede pasar a serlo mañana. Tal es precisamente, creo yo, la estrategia de los planificadores del procés: convencer al mayor número posible de personas (en Cataluña, en España y en Europa) de que existe un derecho a la autodeterminación para que, entonces, se admita –probablemente por Europa– que “un pueblo” en el que se cumplen ciertos requisitos tiene ese Derecho. He encontrado indicios de que por ahí podrían ir los tiros en un futuro no demasiado lejano, pero antes de contarlo prefiero seguir rebuscando los argumentos que durante estos últimos tiempos han ido esgrimiendo los independentistas. En el siguiente post seguiré a partir de la X legislatura, la que se inició tras las elecciones autonómicas del 25 de noviembre de 2011, una vez que Artur Mas, tras dar el banderazo de salida al procés disolvió el Parlament.

15 comentarios:

  1. Como siempre, me resulta admirable y muy de agradecer tu esfuerzo por exponer claramente los principios generales y teóricos del asunto, y su utilización en la práctica, con mayor o menor acierto y buena intención, por unos y otros. Ojalá más gente lo hiciera. A mí me viene muy bien que lo hagas tú, con la paciencia y el sistema que a mí me faltan.

    No estoy tan convencido como tú de la eficacia comunicativa del discurso independentista. En mi opinión solo convence a los previamente dispuestos a ser convencidos, con los que cualquier otra táctica tendría la misma eficacia, porque a la mayoría de la gente los argumentos no les sirven para formarse opiniones, como es tu caso -y crees un tanto ingenuamente que sea el caso general-, sino para justificar opiniones previamente formadas. Y para eso da igual que sean buenos o malos, verdaderos o falsos; basta con la mera apariencia de un argumento, preferiblemente de enunciado simple que pueda ser convertido en lema o en mantra.

    Creo, como tú, que la estrategia independentista pasa por crear un estado mayoritario de opinión que "obligue" a admitir como derecho sus pretensiones. Y no me extrañaría nada que lo consiguieran. Más modesto que tú en mis pretensiones, no aspiro a que se evite, ni estoy siquiera muy seguro de que pueda evitarse. Me conformo con que, si ha de suceder, suceda al menos por cauces legales. No es que renuncie a combatir las aspiraciones independentistas, ni que haya perdido del todo la esperanza de que pueda evitarse su triunfo, pero soy realista y creo muy probable que acaben imponiéndose. A lo que me niego es a que lo hagan por la fuerza y contra la ley. Si Cataluña ha de acabar separándose de España, que esta separación sea el resultado de un mecanismo legal aceptado por todos. Por mi parte, votaría gustosamente un cambio constitucional que permitiera la secesión de una comunidad autónoma mediante referéndum (en la comunidad en cuestión) con un mínimo razonable de participación y una mayoría razonablemente cualificada a favor de la secesión. Si en esas condiciones los catalanes votaran mayoritariamente por la independencia, por mi parte buen viento lleven. Creo sinceramente que les irá bastante peor a ellos sin el resto de España que al resto de España sin ellos, pero ellos sabrán.

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    1. Diría que no hay, en realidad, ninguna base especialmente racional en sus argumentos, sino antes bien apelan a la emoción y al no pensar claramente. Se podría decir que tontos no son si no fuera porque están montando todo este lío para librarse de ciertas imputaciones del modo más egocéntrico y absurdo que se haya visto recientemente.

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    2. "No estoy tan convencido como tú de la eficacia comunicativa del discurso independentista. En mi opinión solo convence a los previamente dispuestos a ser convencidos, ..."

      Creo que esta opinión tuyo no se ajusta demasiado a la lógica y a la evolución de los hechos. Ese término tuyo (los previamente dispuestos a ser convencidos) vale para dividir cualquier población en dos grupos según su predisposición ante cualquier asunto: los previamente dispuestos a ser convencidos y los previamente dispuestos a no dejarse convencer. Evidentemente, cualquier argumento sólo puede convencer a los previamente dispuestos a ser convencidos. Si entendemos que el que un argumento te convenza quiere decir cambiar de opinión, todos los que han cambiado de opinión –los que han pasado de no ser partidario de la independencia a serlo, por ejemplo– lo han hecho porque les han convencido los argumentos y estos argumentos les han convencido porque estaban dispuestos previamente a ser convencidos. Claro que también habrá otros cuantos que, habiendo estado previamente dispuestos a dejarse convencerse, no les han convencido los argumentos independentistas y, por tanto, no han cambiado de opinión. En realidad, con los únicos que no importan los argumentos –sean buenos o malos, falsos o veraces– es con los que no están dispuestos previamente a ser convencidos. En resumen: tu frase (los argumentos independentistas sólo convencen a los previamente dispuestos a ser convencidos) es una tautología que vale para cualesquiera argumentos sobre cualquier asunto. Para ser convencido necesariamente has de estar previamente dispuesto a ser convencido, lo que no quiere decir que te dejes convencer con cualquier argumento. Así que, en buena lógica, tu conclusión de que la calidad del argumento es irrelevante no se deriva en absoluto del hecho de que los receptores estén dispuestos a ser convencidos.

      Intuyo, no obstante, que tal vez con la expresión “los previamente dispuestos a ser convencidos” te quisieras referir a los que ya están convencidos (de las bondades de ser independientes) o casi. Pero es que esos son justamente los que previamente no están dispuestos a dejarse convencer (de lo contrario de lo que están convencidos) y a ellos, en efecto, los argumentos no les valen para convencerse de nada: los contrarios porque los desechan y los favorables porque no los necesitan. A ellos, en efecto, el discurso nacionalista para lo único que les vale es para afianzarse en su fe, y dotarse de estereotipos para repetirlos como loritos acríticos.

      Admitamos pues que los argumentos –independentistas o anti-independentistas– no son eficaces (en el sentido de que no hacen cambiar de opinión) ni con los independentistas convencidos ni con los anti-independentistas convencidos (ambos grupos en la categoría de los que previamente no están dispuestos a dejarse convencer). Pero estos dos grupos –afortunadamente– son minorías; dudo que sumados lleguen al 30% de la población. Hace unos diez años había del orden de un 15% de independentistas catalanes convencidos; ahora ronda el 50%. Ese 35% –que son unos millones– ha cambiado de opinión en este asunto durante la última década y lo ha hecho, obviamente, porque estaba dispuesto a cambiar de opinión pero no porque ya estuviera convencido o casi. Pero ese no es el motivo sino un mero requisito; el motivo está en que los han convencido con discursos independentistas que, por tanto han demostrado su eficacia comunicativa. Si esos discursos hubieran sido torpes, se hubieran desmontado con mayor eficacia comunicativa, a mí me parece de lógica que no se habría incrementado tanto el número de independentistas.

      En conclusión: en Cataluña, en relación con el independentismo, ha habido un montón de gente que ha cambiado de opinión y no lo ha hecho porque quisiera cambiar de opinión sino porque se ha convencido de que es mejor ser independentista. Pues bien, algún mérito habrá que reconocerle a quienes han montado la estrategia comunicativa independentista, digo yo.

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    3. De hecho, en tu siguiente párrafo niegas implícitamente tu opinión previa cuando compartes mi opinión de que “la estrategia independentista pasa por crear un estado mayoritario de opinión que "obligue" a admitir como derecho sus pretensiones”. Crear un estado mayoritario de opinión es lo mismo que intentar convencer a mucha gente de las bondades de la independencia para que los que no eran independentistas pasen a serlo. ¿Y eso como se logra? Pues, como bien dices, con una estrategia cuya centralidad se basa en la comunicación, en montar un discurso eficaz, es decir que convenza a todos los que están previamente dispuestos a dejarse convencer (todos salvo los pocos, en el extremo “unionista”, que no están dispuestos a dejarse convencer).

      Yo sí que aspiro que se evite o, al menos, aspiro a contribuir (mínimamente, desde luego) a que los discursos sean lo menos falaces posibles. Sé que es una guerra perdida, pero entiendo que una obligación ética. Que un catalán esté convencido de las bondades de ser independiente me parece bien, siempre que no llegue a ese convencimiento a través de falacias (y esto vale para cualquier convencimiento). Ojalá que en este país (y en el mundo) la gente estuviera dispuesta a dejarse convencer pero, al mismo tiempo, desarrollará una capacidad crítica.

      Lo lamentable, a mi modo de ver, no es sólo que el discurso de los independentistas sea eficaz y que gran parte de su eficacia se base en falacias, sino también que el Estado español no ha sabido contrarrestar ese discurso y que, cuando lo ha intentado, ha recurrido a las mismas técnicas de argumentación falaz (¿populista?) porque, al fin y al cabo, estas son las actuales reglas del juego dialéctico que tanto unos como otros parecen aceptar (solo que los catalanes las han aprovechado mucho mejor).

      Por último, a mí no me preocupa que los catalanes se independicen incumpliendo la Ley porque estoy convencido (y creo que ellos también) de que eso no va a ocurrir. Naturalmente que el Estado tiene que hacer cumplir la Ley, no puede no hacerlo y, por tanto, no puede permitir que Cataluña se independice unilateralmente, aunque para ello haya de recurrir al legítimo uso de la fuerza (y evidentemente tiene más). Ojalá no ocurra eso (que también seguro que lo desean y lo forzarán los nacionalistas) porque eso multiplicaría la eficacia del convencimiento (en Cataluña, en España y en Europa) y, por tanto, la reforma constitucional que reconozca el derecho a la autodeterminación, y la posterior independencia legal, con las bendiciones de Europa en cuyo ámbito seguirá Cataluña. Yo también creo que, en este triste supuesto, les irá bastante peor a ellos sin el resto de España que al resto de España sin ellos, pero habremos consumado entre todos un desastre.

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    4. Sí, la verdad es que mi argumento no era muy riguroso. No cabe duda de que, cuando el número de los partidarios de una opción aumenta, es que hay gente que ha cambiado de opinión. O más exactamente -creo- que ha pasado de no tener ninguna a tener esa. El matiz lo añado porque creo que cambiar una opinión previamente formada es mucho menos frecuente -mucho más difícil- que dejarte seducir por una cuando no tenías ninguna. Así que, efectivamente, habrá que reconocerle a los independentistas el “mérito” de haber desarrollado una a campaña eficaz, capaz de convertir a su opinión a mucha gente.
      Pongo entre comillas el mérito porque lo que en realidad pienso es que los malos argumentos suelen ser mucho más pegadizos y seductores que los buenos. Los buenos argumentos son rigurosos, exigen análisis y argumentación y no suelen ser facilmente empaquetables. La calidad les quita manejabilidad. Los malos se pueden emplear con mucho menos cuidado. Afirmar, por ejemplo, que el pueblo catalán tiene derecho a decidir, o que votar es democrático, no requiere de ninguna argumentación. Parecen verdades que se imponen por sí solas. Para negar o matizar estas afirmaciones, en cambio, hay que añadir datos, argumentos y explicaciones, analizar si puede o no considerarse como “pueblo” al conjunto de los catalanes y si, en caso afirmativo, le son o no aplicables los tratados internacionales que reconocen a “todo pueblo” (se lució el que ideó semejante formulación) el derecho de autodeterminación, especificar que lo democrático del acto de votar depende de un montón de circunstancias, legalidad, censo, garantías… Todo lo cual suena a argucias manipuladoras que tratan de socavar, aviesamente, verdades simples y evidentes. Hacer una campaña que obligue a pensar es mucho más arduo que hacer una que lo dé todo ya pensado. Si, como creo, el objeto de una campaña son preferentemente las personas que no tienen una opinión previa -lo cual permite sospechar que no tienen mucha costumbre ni afición de pensar- es bastante esperable que tenga más éxito la que solo requiere adhesión entusiasta a verdades luminosas que la que exige enterarse, pensar y sopesar. Por eso, aunque también yo le reprocho al Estado español que durante muchos años haya permitido que el discurso nacionalista se extendiera sin ofrecer siquiera un intento de contrarrestarlo, deberás reconocer conmigo que lo tiene mucho más difícil. Y también por eso el supuesto “mérito” de quienes han montado la estrategia comunicativa independentista a mí me parece, en realidad, una más, y de las más graves, de sus muchas culpas: la de manipular a la gente manipulable para que acepte como incontestables supuestas verdades, y la de ocultar las falacias en que se apoyan esas supuestas verdades.

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    5. Totalmente de acuerdo, Vanbrugh. Una única observación, que no es disenso. Ciertamente es difícil contrarrestar cualquier discurso manipulador y simplón con otro tiguroso e intelectualmente honesto y, en efecto, el Estado español lo habría tenido difícil. Pero mi crítica al Estado en este sentido es doble: que apenas han contrarrestado el discurso nacionalista y que, cuando lo han intentado, lo han hecho en un nivel equivalente de falacia y manipulación.

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    6. Por todo ello soy bastante pesimista respecto de la independencia de Cataluña, es decir, que creo muy probable que se acabe produciendo. Por los mismos motivos por los que ganó Trump o se impuso el Brexit: por la arrolladora eficacia de la estupidez, contra la que tampoco yo renuncio a luchar, en la modesta medida de mis capacidades, pero bastante convencido de que es una lucha con no muchas posibilidades de triunfo.

      Al contrario que a ti, a mí sí me ha preocupado durante mucho tiempo -y aún no las tengo todas conmigo- que esa independencia se produjera en contra de la legalidad. La pasividad del Estado español ha sido durante años tan escandalosa que era perfectamente verosímil que llegara hasta a aceptar el hecho consumado de la secesión sin ser capaz de oponerle más que algún discurso rajoyanamente tranquilizador. De hecho no estoy seguro de que, sin el discurso de Felipe, sin la reacción “españolista” más o menos tumultuosa que la extrema provocación de los independentistas ha acabado por despertar entre los catalanes no independentistas y entre el resto de los españoles, y sin la recientísima “conversión” del PSOE a una apariencia de sentido común, no hubiera sido eso, exactamente, lo que habría pasado. Y si la secesión catalana será, en cualquier caso, un desastre para Cataluña y para España, que se produjera en contra de legalidad sería un desastre diez veces peor, porque supondría una verdadera quiebra del Estado, de consecuencias incalculables.

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  2. Diría de hecho que esa suposición de que los derechos son aprehensibles de manera espontánea, digamos, es una de las causas de que nuestros ciudadanos sean insuficientemente democráticos, ¡vaya!

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    1. Puede ser un factor que contribuya a ello, pero no olvides que hay toda una corriente histórica que sostiene que los derechos son naturales. Yo es que soy un tanto "relativista moral".

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  3. Omites, al menos de momento, una cosa muy importante para mí y detrás de la cual puede estar el salto al vacío que parecen haber dado la élites catalanes: el movimiento 15M, la forma en que se disolvió en Barcelona y el posterior cerco al Parlament por parte de los indignados que obligó al entonces Molt Honorable Sr. Mas a acceder al helicoptero al Parlament.

    Sinceramente creo que cuando Mas et al se sintieron acorralados por los indignados decidieron que había que buscar un enemigo a quien culpar de todos los males y lo encontraron en los "vagos andaluces y extremeños", en el "España nos roba" y en el "España nos odia".

    El recorte del Estatut fue también una magnífica escusa pero no hay que olvidar que a favor de él solo votaron, grosso modo, uno de cada tres catalanes; de manera que más bien parece que era un tema que parecía más bien importarles poco.

    Por último. Referéndum SÍ, pero en toda España. Al fin y al cabo si un catalán puede decidir que tipo de relación quiere tener con el resto de España, parece justo que el resto de España también pueda decidir que tipo de relación quiere tener con él.

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    1. En efecto, las acampadas de los indignados de Barcelona en la Plaza de Cataluña fueron, si no recuerdo mal, en la primavera de 2011, antes de que comenzara la radicalización del gobierno de CiU y su giro hacia Esquerra. (Por cierto, sería interesante volver a difundir ahora las violentas cargas de los mossos, para comparar el comportamiento de una policía "democrática" con la de un "Estado fascista"). Así que no me parece descabellada la hipótesis de que el giro independentista de Mas tuviera no poco que ver con el miedo a los indignados para reconvertirlos en independentistas. Si aciertas, no deja de ser otro éxito de la estrategia de esos chicos.

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    2. En cuanto al referendum sí pero en toda España, yo creo que, si no se logra apaciguar al independentismo, hacia allí vamos. Porque se propondrá una reforma constitucional y votaremos todos.

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    3. Respecto de las violentas cargas de los Mossos en aquella y en otras ocasiones, anda por Internet un interesante video, que quizás hayáis visto, en el que el entonces President Mas justificaba, muy eficaz y razonablemente, el empleo de la fuerza como prerrogativa que en todas las democracias del mundo tiene el estado, para preservar el orden e imponer la ley. Parecía mismamente Rajoy, gloria daba oírle.

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  4. Pues sí ... Aunque a mí he de confesarte que no me la suda.

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  5. Todo lo que tenía que decir sobre este tema ya lo he dicho en posts anteriores, estoy fatigado, harto, me interesa más la vida de las arañas tejedoras que las supuestas o reales motivaciones de los independentistas, que defienden un anacronismo utópico, xenófobo y clasista. Por lo demás estoy de acuerdo con el post y los comentarios

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