domingo, 26 de noviembre de 2017

Twyp

Según datos del Estudio sobre comercio electrónico B2C 2016, del Observatorio Nacional de Telecomunicaciones, el volumen total del negocio el año pasado fue de 23.354 millones de euros, lo que supuso un crecimiento del 22,2% respecto del 2015. Estamos hablando de las compras de bienes y servicios realizadas a través de Internet (naturalmente con medios electrónicos de pago) por consumidores finales a empresas. Sin duda, esta forma de comercio es ya conocida por casi todos y casi todos la utilizamos; ahora bien, todavía es muy minoritaria en relación al consumo total de los hogares españoles (632.320 millones de euros en 2016), pues apenas representa el 3,7%. Es decir, por mucha alharaca con esto del e-commerce, lo cierto es que la gran mayoría de las compras las seguimos haciendo yendo al correspondiente establecimiento, interrelacionándonos con los vendedores y saliendo con nuestras adquisiciones (cuando se trata de bienes, claro). Por mucho que siga creciendo el comercio electrónico me resulta poco creíble un futuro en el que en las ciudades hayan desaparecido –o casi– las tiendas, que el “ir de compras” se haya convertido en una actividad extinguida –o casi–, todo ello porque los consumidores (término más adecuado que ciudadanos, dicho sea de paso) se provean de los bienes que necesitan (o desean) a través de compras telemáticas que luego le son servidas (cuando no son descargables) en sus domicilios.

Pero, si bien no creo que vaya a ver la cuasi-desaparición del comercio presencial, sí me parecía bastante más inmediata la del dinero en efectivo, sustituido por medios de pagos electrónicos. En realidad, a estas alturas, el dinero que cada uno de nosotros tiene no es otra cosa que apuntes contables en las cuentas corrientes de bancos, más la escasa cantidad que llevamos encima en billetes de euros; de modo que, ¿por qué no suprimirlo y que cada transacción se resuelva mediante los inmediatos apuntes contables en las cuentas del comprador y vendedor? Es decir, en vez de darle a Lucho monedas por un valor de 3,20 euros del desayuno de media mañana, al hacer la transacción mi cuenta corriente se reduciría en esa cantidad y la suya o la del bar aumentaría en la misma; o sea, una transferencia inmediata de mi cuenta a la suya. Aunque no sea exactamente lo mismo, es la función que vienen cumpliendo desde ya hace bastante tiempo las tarjetas de crédito/débito: que el usuario no lleve dinero. Pero el pago con tarjeta parece limitado (al menos psicológicamente) a ciertas compras, no para los pequeños gastos como el de los cafés de un bar.

De otra parte, en los últimos tiempos han ido apareciendo aplicaciones para descargas en el móvil que te permiten pagar (o incluso más gestiones) servicios tradicionales (no de comercio electrónico). La primera que he conocido (y utilizo) es la del tranvía del área metropolitana. En vez de comprar el bono en las máquinas de las paradas, “cargas” el saldo de la aplicación (mediante la tarjeta o pagando en efectivo en esas máquinas) y, cada vez que entras al tranvía, enfocas con el móvil hacia una pegatina con el código QR y la aplicación te descuenta el precio del viaje. Por supuesto, hay bastantes más empresas que ofrecen apps que funcionan de modo similar. El problema para mí es que tener una aplicación por servicio es poco práctico; si de lo que se trata es simplemente de pagar, mucho más sencillo sería que los vendedores admitieran apps genéricas, las que se han dado en llamar monederos virtuales o e-wallets.

Sin embargo, para mi sorpresa, las e-wallets distan aún mucho de ser de uso habitual. Y digo que para mi sorpresa porque hace ya dos o tres años, en una conversación entre amigos, pronostiqué muy convencido que para estas fechas la gran mayoría de los usuarios de móvil (o sea, casi todos) habría sustituido el efectivo por estas aplicaciones. Y es que le veía un montón de ventajas, desde la seguridad de no llevar dinero encima hasta la comodidad de evitarse los viajes al cajero automático. Pues no, parece que los españoles (los europeos en su conjunto también) son reacios al uso de estas aplicaciones. Así, según una noticia reciente de Reuters, el 79% de las transacciones en puntos de venta “reales” fueron realizadas con efectivo en la zona euro, pero en España ese porcentaje se eleva al 87%. Me supongo yo, que el 13% de pagos con otros medios será mayoritariamente mediante tarjeta, no con aplicaciones del móvil (al menos, yo todavía no he visto a nadie pagando en una tienda con el móvil). Como imaginaba, el efectivo los españoles lo reservan para los gastos de pequeña cuantía, lo que nos obliga a llevar un promedio en torno a 60 euros en la cartera (y, por tanto, hacer frecuentes viajes al cajero).

Como en casi todo este tipo de aplicaciones, su éxito se basa en que sea usada de forma generalizada. En concreto, que haya bastantes comercios (lo ideal, que fueran casi todos) en los que te aceptaran pagar con el móvil. Este viernes, un compañero del trabajo me contó –no recuerdo cómo salió el tema– que el usaba Twyp, una app para el móvil propiedad del banco ING, aunque para usarla no hace falta ser cliente de dicha entidad. Así que me la bajé al móvil y ayer por la mañana pasé un buen rato configurándolo (básicamente, dando a ING mis datos personales y bancarios). Al abrirla, me mostró un mapa de mi entorno y sobre el mismo, marcados los comercios que aceptaban Twyp como medio de pago. Uno de ellos era el Mercadona en el que suelo hacer la compra semanal justamente los sábados, de modo que decidí que lo probaría sobre la marcha. Me llamó la atención que en estos comercios vinculados con la aplicación, además de pagar tu compra, podías sacar dinero en efectivo (lo que en anglosajón se denomina cashback). O sea, que la caja del supermercado (o de la gasolinera, etc) se convierte en un cajero automático. Como ya conté en un post anterior, a mí esta posibilidad me va a resultar muy útil, evitándome viajes al único cajero del que dispongo. También la aplicación vale para pasar dinero a otro particular (lo que comprobé que funcionaba con K) quien, claro está, ha de tenerla instalada en su móvil. Si acumulas demasiado dinero en el móvil también se puede ingresarlo en la cuenta corriente a la que Twyp está asociada.

En fin, que lo poco que curioseé una vez que la tuve en mi poder me gustó. Luego, hacia el final de la mañana, fui a hacer la compra al Mercadona al que me he referido. Después de pasar todas las mercancías por la caja (85 euros) le pregunté a la cajera si podía pagar con la aplicación del móvil. Me contestó que no tenía ni idea, que ella de informática nada de nada. Pero, le expliqué, me dice que este Mercadona admite el pago; no te digo que no, pero yo no sé cómo es. Abrí la aplicación, le di a pagar y me salió un código que tenía que enseñárselo a la cajera, pero ella no sabía qué hacer. Como había bastante gente en la cola no era cuestión de hacer más pruebas ni de pedir que viniera alguien más puesto, así que saqué la tarjeta y pagué con el medio consolidado de “no efectivo”. Como dije antes, el éxito de una aplicación de este tipo radica en que se generalice su uso, tanto entre consumidores como establecimientos; pero lo que es deplorable (y no me esperaba) es que los empleados de uno de esos comercios asociados no tengan la más mínima noticia de su empleo. Bueno, seguiré probando.

5 comentarios:

  1. Nooooo, mi chica es bastante más guapa. Esa señora es Carmina Barrios, la madre del actor y director Paco León, que fue la que escogió ING para hacer la publicidad de su aplicación.

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  2. Recuerdo que en cierto telediario hicieron un reportaje bastante surrealista, en que hablaban de diversos negocios que no tenían aún ni ordenador ni conexión a Internet". los negocios eran panaderías de barrio y cierta ferretería de solera, con un buen (y extenso) catálogo. Por qué debería tener una panadería de barrio un servicio de ventas por Internet se me escapa, en especial teniendo en cuenta los hábitos de venta de los españoles. Mucho me temo que aquí hay diferencias culturales con EEUU: aquí no son tan frecuentes esas urbanizaciones en el quinto pino sin comercios cercanos y en las ciudades hay más gusto por salir a la calle, tanto porque se teme menos acabar asesinado como porque no somos tan sedentarios.

    Ahora, la oficialización del dinero electrónico-y la retirada del que no lo es*-se encuentra el problema de la desconfianza, en efecto, del prójimo. Al fin y al cabo, los billetes se pueden tocar y contar con las manos, mientras que las cuentas electrónicas necesitan contraseñas y otras argucias para evitar robos por parte de individuos deshonestos. En mi casa, te puedo decir que se necesitaría mucho tiempo antes de que aprendieran a usarlo correctamente y aún así seguro que apuntarían aparte el dinero gastado (no es mala idea, por otro lado).

    Cashback significa literalmente "efectivo devuelto". "Cash" también significa "suelto": ¿Tienes suelto? Do you have any cash?

    *Por deformación profesional, relaciono "físico" como los niveles ELECTRÓNICOS que se estudian cuántica.

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    1. Estoy de acuerdo contigo en que hay un factor de desconfianza. Supongo que lo mismo debió ocurrir cuando se empezaron a sustituir las piezas metálicas por billetes en papel que decían valer x pesos, ducados, etc. Por eso, también creo que, poco a poco, preferiremos los pagos electrónicos y prescindir de los billetes. Sobre todo (en mi caso) prescindir o reducir significativamente los viajes al cajero.

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    2. ¿El cajero te pilla muy lejos?

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    3. A poco más de 2 kilómetros. En esta ciudad nada es muy lejos. Pero es el único al que puedo ir (sin pagar comisiones) y siempre que me doy cuenta de que necesito efectivo ando corto de tiempo. Sería cuestión de organizarse, ya.

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