El origen de Europa
Es bien conocido el mito del rapto de Europa por Zeus, transfigurado en un bello toro blanco. La referencia documental más antigua al mito aparece en La Iliada (datada mayoritariamente hacia el siglo VIII aC). En el Canto XIV, Hera llega al Gárgaro, la cima más alta del monte Ida, en la Tróade (en la actual Turquía). Allí estaba Zeus, “el que nubes reúne”, quien al mirarla se embargó de amor como la primera vez. Para convencerla de que acceda a acostarse con él, le asegura que jamás ha sentido tanto amor por mujer o por diosa como el que le invade el corazón en ese momento. Acto seguido, enumera sus distintas amantes, entre ellas, a la hija de Fénix, “madre de Minos y de Radamantis divino”. Se trata de Europa, y aunque su nombre no es citado expresamente, queda claro que ya por entonces existía el mito.
Más preciso es el poema de las Eeas, también conocido como Catálogo de Mujeres, atribuido a Hesiodo hacia el año 700 aC. En su fragmento 140 se narra que “Zeus vio que Europa, la hija de Fénix, recogía flores en un prado acompañada de ninfas y se enamoró, bajó del Olimpo, se transformó en toro y, a modo de aliento, echó de su boca una flor de azafrán. De este modo engañó a Europa y la subió por los aires, la transportó hasta Creta y se unió a ella”. Fénix (que en algunas versiones no es padre, sino hermano de Europa) era uno de los hijos de Agénor quien, a su vez, era hijo de Libia y Poseidón. Pero lo que nos importa es que Agénor se asentó en Fenicia, donde reinó, se casó con Telefasa y procrearon a Cadmo, Fénix, Cílix y Europa.
Así pues, la joven Europa era una princesa tiria y el prado en el que jugaba con las ninfas estaría situado junto a las playas del sur del actual Líbano. Desde allí, Zeus la trasladó sobre su lomo taurino hasta Creta, nada menos que ochocientos cincuenta kilómetros en línea recta sobre las aguas del Mediterráneo. Si en la actualidad hubiera vuelos regulares directos entre el Líbano y Creta (que no los hay), el avión habría de llamarse “El rapto de Europa”. Ciertamente, un toro volador con una muchacha encima ha de ser un espectáculo inolvidable. No obstante, en la versión del mito que escribió Mosco de Siracusa hacia mediados del siglo II aC (y que habría de ser la que marcaría las posteriores), el toro se adentra en el mar –que se calmó y las bestias marinas retozaban ante el gran Zeus y los delfines y nereidas le abrían pasillo y los tritones entonaban música nupcial a través de sus largas conchas–.
Por insistir en mis anacronismos, diré que tampoco existe hoy conexión marítima entre el Líbano y Creta; si la hubiera, el trayecto duraría al menos unas catorce horas. Claro que ese esfuerzo no era nada para el rey del Olimpo, pues una vez llegado a la isla micénica el Dios recuperó su antropomorfismo y, sobre un lecho de flores, poseyó a Europa, tras desatar su cinturón de doncella (versión de Mosco). Horacio, más escueto, simplemente nos informa que en Creta “se unió a ella”. Europa engendró a tres hijos de Zeus: Minos, Sarpedón y Radamantis (la Iliada no menciona al segundo). No he logrado aclarar si los hermanos nacieron de un único parto o en tres sucesivos. En todo caso, una vez que Zeus dio por culminada su aventura extraconyugal, se ocupó de desposar a Europa con Asterión, príncipe de Creta, quien adoptó a las criaturas. Minos ocupó el trono de la isla y se considera el rey legendario fundador de la civilización minoica, hacia el 3.000 aC, la más relevante de las prehelénicas.
El mito del rapto es, sin duda, la leyenda fundacional de Europa. Europa –entendida como entidad cultural– nace en Creta, en el mundo helénico, pero es traída del exterior, de Fenicia, en Asia Menor. Parece que el origen etimológico de la palabra proviene del acadio, la lengua semítica hablada en la antigua Mesopotamia durante el III milenio aC (el fenicio, también semítico, derivaba del acadio). Europa derivaría de ereb que significaba atardecer, noche (en hebreo, noche es erev). De tal modo, Europa sería la tierra donde atardece, por contraste a Asia palabra que se dice proveniente del término asu, también acadio, que significa salir y que se asociaría al amanecer. En todo caso, ambos términos fueron adaptados al idioma griego (Ευρώπη y Ασία) para designar dos de los tres espacios geográficos que conformaban la Ecúmene (οἰκουμένη, la tierra habitada).
Probablemente, la primera aproximación cartográfica de la Ecúmene se debe a Anaximandro de Mileto (610-546 aC), discípulo de Tales, que “fue el primero que se animó a dibujar la tierra habitada sobre una tablilla” (Agatamero, Introducción geográfica). Ese “mapa” no ha llegado hasta nosotros, pero podemos imaginarlo gracias a los que en él se basaron (en especial, Hecateo de Mileto). Más que un mapa, era una representación del modelo geográfico de Anaximandro, que concebía el mundo como una isla continental rodeada circularmente por el océano. La masa terrestre se dividía en dos partes por un eje horizontal que unía tres puntos: las columnas de Hércules (Gibraltar), Delfos (actual Grecia) y Mileto (actual Turquía). La parte norte de este continente único se denominaba Europa y la sur Asia. En el posterior mapa de Hecateo (550-476 aC) y en los siguientes serían tres partes: Europa, desde Gibraltar hasta los mares Negro y Caspio, Asia y Libia (África), divididas entre sí por el Mar Rojo.
Si Anaximandro llama Europa a una de las partes del mundo que conocían ha de suponerse que en sus tiempos ese era el nombre con el que los griegos se referían al que consideraban su continente (aunque Mileto se situaba en Asia). También en esa época el mito del rapto de la princesa fenicia era más que conocido. La pregunta es qué fue antes: ¿se denominó Europa al continente en honor a la hija de Agénor o se compuso la leyenda para dotar de filiación mítica al continente al que ya se conocía como Europa? La etimología parece apuntar a esta segunda opción: es natural que los pobladores de la antigua Mesopotamia se refirieran a las tierras más allá de los límites de su imperio como las de la puesta de sol (ereb). Si así fuera, el término acadio pasaría, deformado, al idioma griego, a partir de los primeros contactos entre ambas partes del mundo. Quienes aportarían el nombre, como tantos otros intercambios entre Oriente y Occidente, habrían sido los fenicios.
Los pueblos que serían luego los fenicios (los cananeos de la Biblia) se asentaron en la franja costera del actual Líbano procedentes de la península arábiga hacia el 3.500 aC. Este territorio tenía un importante valor estratégico, al ser la zona de paso entre las dos grandes civilizaciones antiguas, Egipto y Mesopotamia. Ya a principios del segundo milenio antes de Cristo, habían florecido varias ciudades litorales cuya prosperidad se basaba en el comercio y la navegación. Aunque nada es seguro, parece que las aportaciones fenicias fueron decisivas para el progreso cultural de las civilizaciones helénicas, empezando por Creta. A este respecto, hay que destacar que el alfabeto griego deriva directamente del fenicio, el primero de los consonánticos.
Así pues, veo razonable pensar que los griegos “inventaran” la leyenda del rapto de Europa –probablemente hacia el principio del primer milenio– para explicar el origen del continente. Para ello, siguiendo la tradición mitológica, lo personifican en una mujer fenicia cuya estirpe, dignificada por provenir de la simiente del más grande de los dioses, haría entrar a Europa en la civilización. Minos fue pues el primer gobernante de Europa, quien inició la historia cultural de nuestro continente.
Se me ocurre, por último, que la leyenda del rapto de Europa ha de estar relacionada con el de Helena por Paris que originó, según la mitología, la guerra de Troya. El problema de los mitos es que carecen de cronología que permita ordenar los acontecimientos que narran en el tiempo, de modo que es imposible saber si Zeus se autorizó a llevar a Europa hasta Creta dado que los “asiáticos” previamente habían avalado el rapto de Helena o, por el contrario, Afrodita animó a Paris en su rapto pensando que su padre no iba a oponerse por sentirse culpable de haber perpetrado el mismo crimen. En todo caso, no descarto que cuando se esbozó la historieta de Europa sus autores tuvieran en mente la de Troya (o quizás fue al revés).
Más preciso es el poema de las Eeas, también conocido como Catálogo de Mujeres, atribuido a Hesiodo hacia el año 700 aC. En su fragmento 140 se narra que “Zeus vio que Europa, la hija de Fénix, recogía flores en un prado acompañada de ninfas y se enamoró, bajó del Olimpo, se transformó en toro y, a modo de aliento, echó de su boca una flor de azafrán. De este modo engañó a Europa y la subió por los aires, la transportó hasta Creta y se unió a ella”. Fénix (que en algunas versiones no es padre, sino hermano de Europa) era uno de los hijos de Agénor quien, a su vez, era hijo de Libia y Poseidón. Pero lo que nos importa es que Agénor se asentó en Fenicia, donde reinó, se casó con Telefasa y procrearon a Cadmo, Fénix, Cílix y Europa.
Así pues, la joven Europa era una princesa tiria y el prado en el que jugaba con las ninfas estaría situado junto a las playas del sur del actual Líbano. Desde allí, Zeus la trasladó sobre su lomo taurino hasta Creta, nada menos que ochocientos cincuenta kilómetros en línea recta sobre las aguas del Mediterráneo. Si en la actualidad hubiera vuelos regulares directos entre el Líbano y Creta (que no los hay), el avión habría de llamarse “El rapto de Europa”. Ciertamente, un toro volador con una muchacha encima ha de ser un espectáculo inolvidable. No obstante, en la versión del mito que escribió Mosco de Siracusa hacia mediados del siglo II aC (y que habría de ser la que marcaría las posteriores), el toro se adentra en el mar –que se calmó y las bestias marinas retozaban ante el gran Zeus y los delfines y nereidas le abrían pasillo y los tritones entonaban música nupcial a través de sus largas conchas–.
Por insistir en mis anacronismos, diré que tampoco existe hoy conexión marítima entre el Líbano y Creta; si la hubiera, el trayecto duraría al menos unas catorce horas. Claro que ese esfuerzo no era nada para el rey del Olimpo, pues una vez llegado a la isla micénica el Dios recuperó su antropomorfismo y, sobre un lecho de flores, poseyó a Europa, tras desatar su cinturón de doncella (versión de Mosco). Horacio, más escueto, simplemente nos informa que en Creta “se unió a ella”. Europa engendró a tres hijos de Zeus: Minos, Sarpedón y Radamantis (la Iliada no menciona al segundo). No he logrado aclarar si los hermanos nacieron de un único parto o en tres sucesivos. En todo caso, una vez que Zeus dio por culminada su aventura extraconyugal, se ocupó de desposar a Europa con Asterión, príncipe de Creta, quien adoptó a las criaturas. Minos ocupó el trono de la isla y se considera el rey legendario fundador de la civilización minoica, hacia el 3.000 aC, la más relevante de las prehelénicas.
El mito del rapto es, sin duda, la leyenda fundacional de Europa. Europa –entendida como entidad cultural– nace en Creta, en el mundo helénico, pero es traída del exterior, de Fenicia, en Asia Menor. Parece que el origen etimológico de la palabra proviene del acadio, la lengua semítica hablada en la antigua Mesopotamia durante el III milenio aC (el fenicio, también semítico, derivaba del acadio). Europa derivaría de ereb que significaba atardecer, noche (en hebreo, noche es erev). De tal modo, Europa sería la tierra donde atardece, por contraste a Asia palabra que se dice proveniente del término asu, también acadio, que significa salir y que se asociaría al amanecer. En todo caso, ambos términos fueron adaptados al idioma griego (Ευρώπη y Ασία) para designar dos de los tres espacios geográficos que conformaban la Ecúmene (οἰκουμένη, la tierra habitada).
Probablemente, la primera aproximación cartográfica de la Ecúmene se debe a Anaximandro de Mileto (610-546 aC), discípulo de Tales, que “fue el primero que se animó a dibujar la tierra habitada sobre una tablilla” (Agatamero, Introducción geográfica). Ese “mapa” no ha llegado hasta nosotros, pero podemos imaginarlo gracias a los que en él se basaron (en especial, Hecateo de Mileto). Más que un mapa, era una representación del modelo geográfico de Anaximandro, que concebía el mundo como una isla continental rodeada circularmente por el océano. La masa terrestre se dividía en dos partes por un eje horizontal que unía tres puntos: las columnas de Hércules (Gibraltar), Delfos (actual Grecia) y Mileto (actual Turquía). La parte norte de este continente único se denominaba Europa y la sur Asia. En el posterior mapa de Hecateo (550-476 aC) y en los siguientes serían tres partes: Europa, desde Gibraltar hasta los mares Negro y Caspio, Asia y Libia (África), divididas entre sí por el Mar Rojo.
Si Anaximandro llama Europa a una de las partes del mundo que conocían ha de suponerse que en sus tiempos ese era el nombre con el que los griegos se referían al que consideraban su continente (aunque Mileto se situaba en Asia). También en esa época el mito del rapto de la princesa fenicia era más que conocido. La pregunta es qué fue antes: ¿se denominó Europa al continente en honor a la hija de Agénor o se compuso la leyenda para dotar de filiación mítica al continente al que ya se conocía como Europa? La etimología parece apuntar a esta segunda opción: es natural que los pobladores de la antigua Mesopotamia se refirieran a las tierras más allá de los límites de su imperio como las de la puesta de sol (ereb). Si así fuera, el término acadio pasaría, deformado, al idioma griego, a partir de los primeros contactos entre ambas partes del mundo. Quienes aportarían el nombre, como tantos otros intercambios entre Oriente y Occidente, habrían sido los fenicios.
Los pueblos que serían luego los fenicios (los cananeos de la Biblia) se asentaron en la franja costera del actual Líbano procedentes de la península arábiga hacia el 3.500 aC. Este territorio tenía un importante valor estratégico, al ser la zona de paso entre las dos grandes civilizaciones antiguas, Egipto y Mesopotamia. Ya a principios del segundo milenio antes de Cristo, habían florecido varias ciudades litorales cuya prosperidad se basaba en el comercio y la navegación. Aunque nada es seguro, parece que las aportaciones fenicias fueron decisivas para el progreso cultural de las civilizaciones helénicas, empezando por Creta. A este respecto, hay que destacar que el alfabeto griego deriva directamente del fenicio, el primero de los consonánticos.
Así pues, veo razonable pensar que los griegos “inventaran” la leyenda del rapto de Europa –probablemente hacia el principio del primer milenio– para explicar el origen del continente. Para ello, siguiendo la tradición mitológica, lo personifican en una mujer fenicia cuya estirpe, dignificada por provenir de la simiente del más grande de los dioses, haría entrar a Europa en la civilización. Minos fue pues el primer gobernante de Europa, quien inició la historia cultural de nuestro continente.
Se me ocurre, por último, que la leyenda del rapto de Europa ha de estar relacionada con el de Helena por Paris que originó, según la mitología, la guerra de Troya. El problema de los mitos es que carecen de cronología que permita ordenar los acontecimientos que narran en el tiempo, de modo que es imposible saber si Zeus se autorizó a llevar a Europa hasta Creta dado que los “asiáticos” previamente habían avalado el rapto de Helena o, por el contrario, Afrodita animó a Paris en su rapto pensando que su padre no iba a oponerse por sentirse culpable de haber perpetrado el mismo crimen. En todo caso, no descarto que cuando se esbozó la historieta de Europa sus autores tuvieran en mente la de Troya (o quizás fue al revés).